Juan Manuel Blanes, gran pintor nacional
Medalla, obra de Edmundo Prati, entregada al inaugurarse el monumento a Blanes en febrero de 1947 |
Dentro de pocos días, por patriótica y feliz iniciativa de la Comisión Nacional de Bellas Artes, que preside el alto espíritu del escritor compatriota, Dn. Raúl Montero Bustamante, se inaugurará en el Teatro Solís de nuestra capital, la exposición completa de las obras de Juan Manuel Blanes. Nos ocuparemos luego, con la atención que se merece, sobre este importante acontecimiento sin precedentes en la historia cultural y artística del país. Hoy publicamos este artículo del distinguido escultor compatriota Dn. Edmundo Prati. Es síntesis de un extenso artículo escrito por dicho artista para la Revista Nacional N° 16. Respecto del pintor Juan Manuel Blanes, en nuestro ambiente artístico – intelectual se nota, en el presente, una evidente revalorización; la cual, por otra parte, no nos sorprende, porque la consideramos reflejo particular de un movimiento artístico – crítico general, ya bien definido en aquellos países que van superando la crisis disolutiva de este primer tercio de siglo. Crisis que, habiendo empezado por el declinar del impresionismo, ha llegado a su agotamiento con las relativamente recientes experiencias “catastróficas”, y a cuyo término se vuelve a considerar la reconstrucción de aquellos valores fundamentales que otrora fueron puestos a un lado, y sin los cuales no puede haber para el arte plástico una positiva norma de juicio. De allí que en todas partes se haga más frecuente, hoy en día, la reconsideración serena e imparcial de muchos artistas del último tercio del pasado siglo (XIX), que arbitrariamente ya habían sido juzgados mediocres o malos y condenados al ostracismo por los espíritus exaltados lanzados en una carrera siempre más desenfrenada hacia un miraje artístico ilusorio o inalcanzable. |
Esta paulatina revalorización de nuestro artista, estamos en condiciones de apreciarla nosotros, mejor que nadie, porque hace unos años, vueltos por un corto plazo de tiempo a ésta nuestra Patria, después de largos años de ausencia, al tomar contacto con el ambiente artístico local, habíamos constatado que la pintura de Blanes no gozaba de gran prestigio, sino que, casi por lo general, era cordialmente menospreciada. Para una parte de nuestros plásticos de paladar hecho al alcohol de Van Gog o acostumbrados a la cocaína de los “Fauves”, Blanes era un académico helado, un pedante lívido sin alma. Y esta opinión se había formado ambiente y esparcido también entre aquellos profanos que, siempre miedosos de parecer retardatarios, están pendientes de los labios de los predicadores de las novedades revolucionarias.
Sin embargo, un poco de ese ostracismo de Blanes, no databa de entonces, sino que era bastante anterior, sin que sepamos explicarnos su verdadero origen, y a ese respecto podemos únicamente remitir al lector a lo que dice Fernández Saldaña en el capítulo XXVI de su obra. A su fuerte vocación artística, hecha principalmente de una sorprendente aptitud para el aprendizaje y en la que no primaba seguramente la fantasía artística, Blanes unía una voluntad que, de firme pasaba a ser terca y una exigencia consigo mismo que no admitía pereza o contemplaciones. Era un hombre con los pies bien pegados a la tierra, positivo en todo sentido y tanto más con el arte. Precisamente de esa estrecha unión entre su vocación y su aptitud técnica, su voluntad y su materialidad, debía surgir su peculiar originalidad y su fuerza indiscutible. |
Desde el principio, en la obra de Juan Manuel Blanes no hubo lugar para divagaciones, sueños y fantasías. Fue siempre un razonador implacable, que de todo lo que ponía en el cuadro quería tener una razón explicativa y un porqué. Si en las obras que ejecutó con anterioridad a sus estudios en Florencia, falta, evidentemente, el conocimiento de la forma y del claroscuro, porque eran cosas para él todavía desconocidas, y eso les confiere su ingenuidad primitiva; en cambio en ellas, la lógica compositiva del cuadro es siempre razonada y eficiente. Si consideramos la batalla que pintó para el palacio de Urquiza, aún descontando lo que tomó de estampas populares de batallas, que habían circulado abundantemente por el mundo luego de la época napoleónica (cómo acertadamente observó E. Saldaña), la construcción de la batalla y su lógica de movimiento es siempre razonada: cada cosa en su lugar y en cada cosa un porqué. Desde entonces Blanes pensaba bien sus obras y luego, durante la ejecución de las mismas, seguía razonándolas. Aún sintiéndolo, Blanes no se dejó llevar por ningún ímpetu lírico extralimitado y en sus obras de cierta importancia no soltó el pincel ni largó el brazo; era un anti – impresionista por idiosincrasia. Más tarde, artísticamente ya maduro, no solamente razonaría la construcción del cuadro y su movimiento, sino que también cada detalle de dibujo y cada toque de color sería para él un problema planteado, que resolvería razonando; y todo lo que pondría en sus obras no solamente debería tener una razón de lógica artística, sino que debería también responder a un concepto y a una razón lógica de ser en la presentación del sujeto. Pero a pesar de esa despiadada necesidad de razonarlo todo su arte no se volvió estático o frío, como se ha dicho, sino que en la mayor parte de sus obras, sobre expresión de vida y movimiento y en muchas de ellas se evidencia también una indiscutible unidad de acción. Y esto quiere decir que a pesar del bagaje técnico acumulado, éste no conseguía entorpecerlo o enfriarlo, porque en Blanes existía, fundamentalmente, un temperamento. |
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Un carácter técnico peculiar a este artista, es el de ejecutar siempre hábilmente aquellas cosas que había estudiado bien y aprendido desde un principio (como por ejemplo la construcción de la figura humana), mientras en muchas de sus obras aparece defectuoso o por lo menos sin equivalente solución, aquello que no había estudiado seriamente o que no había metódicamente aprendido (véanse, por ejemplo, los caballos). Blanes no improvisaba, y si a veces lo hacía, introducía irremediablemente en la obra, elementos deteriorantes. Esa semi – incapacidad para resolver de por si elementos de técnica, no permite que siempre se realice el reajuste de equilibrio entre cosa y cosa; y aún en las obras más importantes, al lado de lo invariablemente bien dibujado y magistralmente pintado, a veces aparecen cosas que no guardan relación con aquello. Y ese desequilibrio depende, a nuestro parecer, principalmente, de que Blanes había realizado sus estudios serios un poco apresuradamente, en corto lapso de tiempo, y cuando más necesitaba completarlos y ampliarlos los había suspendido, volviendo al país. Para los que conozcan por experiencia lo que es, o mejor todavía lo que era en aquel tiempo, el programa de estudios artísticos de una academia italiana, y cuya duración era de un mínimo de ocho años a ocho o diez horas por día, resultará en verdad sorprendente lo que Blanes había asimilado en el corto plazo de tres años, aún te, aún teniendo en cuenta que se trataba de un estudiante en edad ya viril y en cuya mente el esfuerzo continuado por resolver los problemas artístico técnicos que se planteaban sin solución, había anticipado teóricamente una maduración artística que por lo general se realiza durante la evolución de regulares estudios. Por lo visto, Blanes había llegado a Florencia con un poder de absorción triplicado por una larga espera. Todo esto lo relacionamos con nuestro artista, porque si bien no ignoramos que Blanes no cursó regulares estudios en la Academia Oficial, sabemos sin embargo, por lo que de ellos ha quedado, que ese mismo programa académico lo desarrolló bajo la dirección privada del profesor Ciseri. Para comprender mejor el carácter y el alcance de los estudios de Blanes, sería interesante conocer la composición del ambiente artístico que encontró a su llegada a Florencia. Aquí nos limitaremos únicamente a anticipar algunos datos, que tal vez podrán servir de guía a quién más tarde se proponga estudiar profunda y definitivamente la personalidad artística del que, en sentido histórico jerárquico, quedará siempre como nuestro mayor pintor. |
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Allá por el año 1860, en que Blanes empezó sus estudios, la secularmente famosa “Academia Florentina de las Artes del Dibujo”, instutuida en el siglo XIV (1339), y su ambiente, gozaban todavía de larga fama, y desde el mundo artístico europeo y también extra – europeo, afluían a ella los estudiantes de bellas artes justamente atraídos por la reputación de famosos maestros. Y no era para menos, porque remontándonos únicamente al principio del siglo de Blanes; a la gloria artística de Luis Sabatelli y Pedro Benvenutti, había seguido sucesivamente la fama de reputados maestros como José Bezzuoli en pintura y Lorenzo Bertolini en la escultura, y casi contemporáneamente, Adeodato Malatesta, Luis Mussini, purista, Bernardo Calentano, Enrique Pollastrini y Amos Caesioli (más tarde maestro de los dos hijos de Blanes y autor del famoso cuadro “La batalla de Legnano”, existente en el Palacio Pitti, Florencia), Esteban Ussi (que ya muy anciano alcanzamos a conocer personalmente en nuestra niñez, en los últimos años del pasado siglo (XIX)), había terminado en aquel tiempo su gran obra “La expulsión del Duque de Atenas de Florencia” (actualmente también el la Galería del Palacio Pitti), con lo cual poco después triunfaba en París en la Exposición Universal de 1867, adjudicándose la gran medalla de honor, que le confería el primer puesto mundial en aquel certamen. Citamos especialmente a este gran artista, porque no ha tenido relaciones directas con Blanes, indirectamente ha ejercido influencia en su formación. Antonio Ciseri, nativo de Ronco, Catón Ticino, elevado poco antes al envidiado puesto de profesor de primera clase en la cátedra de pintura de la famosa Academia, sucediendo a Bezzuoli, debía sr el que encaminara a nuestro Juan M. Blanes en la senda que entonces se consideraba el verdadero arte. El Prof. Ciseri, como entonces lo llamaban todos, era el prototipo del verdadero académico clasicista en el sentido más elevado de esa definición. De una seriedad y conciencia artística absolutas, tanto como creador que como ejecutor formal de obras, ha dejado un valioso caudal artístico siempre justipreciado, a pesar de los cambios de tendencias y de gustos, el cual, en la actualidad, está repartido entre la Galería de Palacio Pitti, los Museos Vaticanos y algún otro museo italiano, algunas iglesias de Italia y Suiza, y en Ronco, su pueblo natal. Pero en Ciseri, una cualidad emergía sobre las muchas que poseía: el dibujo; perfecto, cerrado en su conjunto, sin descuido del menor detalle. Esto le fue reconocido unánimemente por artistas de las más opuestas tendencias y para confirmarlo, bastaría con citar lo que recomendaba el gran Fattori, insigne pintor y dibujante de la escuela “macchiaiola” impresionista, que muchos años después sucedió a Ciseri en una cátedra de la Academia Florentina. Fattori, a los discípulos que le preguntaban en que consistía el verdadero dibujo y como debía estudiarse, contestaba: Vayan a la Iglesia de Santa Felicita a mirar el “Martirio de los hermanos Macabeos”, pintado por Ciseri y fíjense como está dibujado aquello!! |
Fue, pues, con un maestro de esa alcurnia, que Blanes tuvo la suerte de iniciar sus estudios, y los resultados se vieron rápidamente, puesto que en tres años había ya transformado su personalidad artística adueñándose de medios técnicos casi completos, con los cuales alcanzó a poner la pintura la pintura de su Patria en un plano de juicio, sino internacional, por lo menos interamericano. Es de lamentar que los sucesos políticos de nuestro país hayan alarmado excesivamente a Blanes, quizás por su carácter escéptico y un poco pesimista, cerrado y nostálgico, y no le hayan permitido continuar algunos años más sus estudios en aquel ambiente, en donde su personalidad artística se habría completado. Más tarde, hombre ya maduro, su vuelta allí, donde todo se había transformado y en donde ya se habían olvidado o se menospreciaba –como sucede en toda evolución artística- los valores que él había visto triunfantes y respetados, ningún provecho le aparejó en beneficio de su arte y más bien le resultó perjudicial.
Sin embargo, aquellos primeros estudios realizados por Blanes con el Prof. Ciseris, de los cuales tanto acopio de medios había sacado, en nada mermaron su personalidad intrínseca, sino que de ese aprendizaje salió triunfante su verdadera originalidad e intacto su arraigado carácter de sudamericano, y esto a pesar de la modalidad inconfundiblemente académica de su técnica, que mantuvo en toda su obra. |
De
su larga estada en Florencia, a él, blanco del Cerrito, anti –
garibaldino, le había quedado un gran respeto artístico por Italia y un
inconfesado amor, que su muerte en Pisa, la ciudad de los monumentos
silenciosos, pareció casi sellar. Mientras, el cálido y sincero homenaje
tributado a sus despojos por los marinos italianos que los devolvían a la
Patria, pareció agradecerlo. Pero, en esa respetuosa consideración
profesada a su Patria artística no cabían claudicaciones, pues a él le
sobraba talento, espíritu crítico y firmeza de opiniones, aunque no
poseyese una profunda cultura artística, y en línea general no fuese un
verdadero sabio. Lo mismo hizo con lo aprendido en la Academia italiana. Las sabias y genéricas enseñanzas allí adquiridas le sirvieron únicamente para, con su lenguaje común, manifestar su propia original y fuerte personalidad. Su aspecto físico, si lo observamos en algunos auto-retratos y fotografías de varias épocas, es el de un hombre bajo, no voluminoso, pero recio. Su cabeza chica, redonda y enérgica, la frente dura, los ojos vivos y penetrantes, la nariz astuta, los labios pegados, revelan en todo su mentalidad y carácter. Y lo exterior raramente falla en la manifestación de lo interior, para el observador que sabe descifrarlo. |
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Su posición histórico – artística frente al ya numeroso núcleo de los pintores nacionales del pasado y del presente, además de ser la primera en orden de méritos y de tiempo, es de una extrema originalidad, dado que tal vez constituye un caso que no se ha repetido. Ninguno de nuestros pintores del pasado, aún los más escolásticos y tanto menos los período libremente desorientado del presente se le asemeja, tanto en el concepto como en la realización técnica de las obras. Y para el académico Blanes, que ningún amago de rebelión artística había tenido en su vida y que únicamente se había concretado a obrar como honestamente le habían enseñado los maestros en quienes había confiado, confesamos francamente que es una posición de lo más original. Lo cual vendría a demostrar que también las originalidades y los personalismos artísticos, cuando abundan demasiado, dejan de ser originales para volverse comunes y monótonos, en beneficio de quien en la originalidad no piensa, porque la contiene fundamentalmente sin apercibirla. La vida artística de Blanes se puede, clásicamente, dividir en tres períodos. El primero va desde su iniciación hasta su primer viaje a Italia y se distingue por una lenta e incierta, pero tenaz, parsimoniosa búsqueda de medios que le permitan manifestarse en obras que a pesar de su sincero primitivismo e ingenuidad de formas, contiene ya la lógica robustez de su carácter. El segundo período va desde sus estudios en Florencia hasta su segundo viaje a Italia, y sustancialmente es el mejor, porque sus obras reflejan la seriedad de las enseñanzas adquiridas, acompañadas por la notable solidez de su dibujo y la fuerza del color. El tercer período comprende desde su segundo viaje a Italia en 1879, hasta su muerte. En este período, algunas de sus cualidades fundamentales empiezan a deshacerse, su dibujo se vuelve siempre más meticuloso, perdiendo un poco su poder de conjunto y su color se debilita, aflojándose a veces en “blaccoso”, y también se va notando en sus obras un excesivo particularismo de dudoso gusto. Sin embargo, en este tercer período, Blanes pudo todavía obras comparables con sus mejores en el más noble sentido. En cuanto al noble reproche que repetidamente se le ha hecho, de que no había sabido ejercer aquí una actividad docente y que en su taller no había dado entrada a una cohorte de discípulos, si bien eso es cierto, hay que tener en cuenta que Blanes, suspicaz y desconfiado, no era de por si un carácter jovial y comunicativo, tanto más que la ejecución de sus obras le exigía concentración y le costaba esfuerzo, porque su indiscutible aptitud no era de vena fácil y abundante. Además el ya tenía dos hijos encaminados en la carrera artística y se justificaría la presunción de que, en un momento dado, Blanes se hubiera hecho la ilusión de acaparar exclusivamente para su familia, la parte principal, en el sentido más elevado, de la producción artístico – plástica de su Patria. |
Retratos de Juan Manuel Blanes |
Comenzó la restauración del “Juramento de los 33 Orientales” de Juan Manuel Blanes |
La patria a cuadros - Capítulo 4: "Un episodio de fiebre amarilla en Buenos Aires"
Capítulo 4: “Un episodio de fiebre amarilla en Buenos Aires” (1871) |
Conferencia Juan Manuel V. Blanes “EL MASÓN QUE PINTÓ LA PATRIA” 1era. parte |
Conferencia Juan Manuel V. Blanes “EL MASÓN QUE PINTÓ LA PATRIA” 2da. parte |
por
Edmundo Prati
El Bien Público
29 de mayo de 1941
Ver:
Blanes: El cuadro de los 33 Orientales, por Eduardo de Salterain y Herrera (Uruguay) - Blanes, la cumbre artística: 1865 a 1879, por Eduardo de Salterain y Herrera (Uruguay)
Juan Manuel Blanes y el retrato y Los temas camperos de Blanes, por Eduardo Vernazza (Uruguay) - Por Aires Puros y alrededores (Museo Blanes), por Carlos Echinope (Uruguay)
Texto e imagen recopilado, digitalizado y editado por mi, Carlos Echinope, editor de Letras Uruguay. El texto, en papel, fue obtenido al realizar la labor de clasificación y depuración del archivo personal del escultor Edmundo Prati, junto a la inolvidable Dra. Lila Prati, sobrina del artista. Se le agregaron videos disponibles, de tiempo atrás, en la web.
Editado por el editor de Letras Uruguay
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