El caricaturista
argentino Joaquín Salvador Lavado, "Quino" (Mendoza, 17
de julio de 1932) legó una obra que trasciende la
mayoría de los tópicos de inmediatez que el uso del
humor pone en riesgo permanente. El disfrute de sus
dibujos no solo nos traslada a la interpretación del
mundo mediante la risa, sino a sistemas de análisis
significantes que dan para amplias cosechas de
investigación. Su mirada a lo urbano, bajo las
consecuencias de la evolución humana en su proceso
civilizatorio, es un punto importante de esa obra.
En su libro ¡Qué presente impresentable!,
publicado por Ediciones La Flor en 1999 y reeditado en
Cuba por la Editorial José Martí, hallamos
un ejemplo apenas avanzamos hasta su tercera historieta.
En tres cuadros pequeños, presenciamos cómo un señor se
viste de traje, guantes y sombrero, siempre asistido por
su mayordomo, hasta recibir de la mano del asistente las
riendas de un chivo. El cuadro de cierre, que va a
ocupar la mayor parte de la página, nos lo muestra
cabalgando en el chivo por encima de los techos de los
autos que congestionan todo el tráfico de la ciudad. El
dibujo de Quino es puntilloso y exacto, por lo que
abunda en figuras que se asombran y reaccionan ante la
singular iniciativa del etiquetado señor. Numerosos
detalles acompañan a los contrastes de significación que
la risa requiere para su aparición: edificios de fondo
con antenas de TV en las azoteas, humo de fábrica,
luminarias públicas, un gran semáforo colgante y algunos
árboles, mucho más deslavados en el dibujo que el resto
de los elementos. La avenida por la que el chivo cabalga
es de cinco vías y deja ver una expresión asociada, y
diferente, en cada uno de los conductores de autos por
sobre los cuales se impulsa. También los rostros de los
peatones reaccionan, aunque en estos el modo de
expresarse es mucho más uniforme que en el caso de los
conductores.
¿Fue azar de dibujante? ¿Concesión al tedio?
Es difícil pensar que, al menos en la concepción del
mundo de Quino no se hallara este entramado que denuncia
no solo la invasión del espacio público por los autos,
sino la opresión del individuo ante los adelantos que él
mismo ha creado para seguir civilizándose. Un invento
tan revolucionario como el automóvil, sin el cual no
podemos existir, revela en esta historieta su contracara
de opresión y dependencia. Si el objetivo común de
transeúntes y viajeros es llegar a un punto deseado en
el menor tiempo posible, parece apropiado pensar que lo
más lógico es usar un medio de transporte
tecnológicamente revolucionario. Sin embargo, la salida
viable que el personaje de Quino nos presenta regresa al
más elemental modo que la naturaleza puede darnos. Por
entre la comicidad del chivo que va de techo en techo,
superando el estancamiento del tráfico, se desliza el
llamado a la cordura del comportamiento social.
Quino ha reiterado en
varias entrevistas que apuntaba en la calle, observando
la actitud de las personas, sobre todo en los Café.
Dibujaba “figuritas”, asegura.
La historieta siguiente (p. 12), compuesta por siete
cuadros, tiene también su centro en un contexto invadido
por el estancamiento de automóviles y ómnibus urbanos.
No obstante, el humor que la define recae en un sentido
semiósico contrario al de la antes reseñada: la trama
nos lleva a sorprendernos con que el protagonista
ejecuta manualmente, y desde la vía subterránea, el
devenir del semáforo. O sea, que esta vez Quino parece
reclamar el adelanto tecnológico para el adecuado
funcionamiento de las normas de urbanismo. Las
secuencias son claves para ello. Los tres cuadros
primeros nos dejan ver al personaje entrando y saliendo
de los servicios sanitarios de un Café; el dibujo
sugiere andar pausado y calmo, aun mientras pasa junto a
la congestión del tráfico, lo que se apoya con la
sucesión de cuadros, hasta hacerlo llegar al subterráneo
y presentarlo, mirando a su reloj, ejecutar manualmente
la labor del semáforo que, por fin, descongestiona el
tráfico.
La risa se encarga de resolver el contrapunteo de
sentido entre ambas historietas, como también lo hace
con las numerosas variables de su obra. El reír llama,
justo, a la diversidad del sentido, a la profundidad que
cada circunstancia social puede brindar. Con ella,
además, el humorista salva cualquier estrecho marco de
visión ética y hasta de juicio alrededor de la conducta
humana.
En una secuencia de seis cuadros se desarrolla la
singular historieta de la página 18 en ¡Qué presente
impresentable! Una señora queda perpleja al no
identificar el contenido de la lata de conserva que se
dispone a abrir. Se desplaza de inmediato hasta el Banco
de la ciudad, hasta depositar la lata en el escáner de
seguridad, ante el asombro del custodio. El cuadro
siguiente la presenta al otro lado del escáner,
observando acuciosa e interesadamente la pantalla para
descubrir al fin el contenido de la lata. La postura de
acompañamiento del guardia de seguridad secunda la
acción de la señora. El cuadro último la lleva de nuevo
a su cocina, mientras abre satisfecha la lata de
conserva.
Aunque el sentido del chiste que concluye la trama carga
su peso en el devenir de la tecnología, de la existencia
misma de la lata de conserva al uso el escáner en el
Banco, la norma urbana de existencia permite que se
codifiquen los significados. Es un chiste impensable en
un contexto rural, e incluso suburbano. Segundo y tercer
cuadros, como acostumbra a hacer Quino en la historieta,
aportan los detalles precisos para dar fe de ese
contexto.
La página 28 de esa misma obra no ofrece una historieta
muy asociada a la anterior, aunque esta se resuelve en
el sentido del texto más que en el golpe de la imagen.
En nueve cuadros, cuenta la historia de un señor que
llega ante una caja de tecnología avanzada que lo insta
a depositar una moneda en la ranura. El resultado es que
aparece una pistola, guiada por un brazo mecánico que lo
obliga a depositar todo su dinero en un compartimento
bajo de la caja. Luego premiará al timado con un regalo:
¡un chicle! El chiste se resuelve con un globo de
pensamiento que se desplaza por encima del que el chicle
forma mientras el personaje se aleja: “Hijo mío, en
este país tenemos un material humano excelente, solo nos
falta la técnica”, me decía, hace mucho, mi papá.
Un dibujo de una sola pieza reafirma la capacidad de
contraste que nutre el humor de Quino. Un grupo de
pasajeros de avión se agolpa junto a la esterilla que
entrega el equipaje. La atención de todos se centra, sin
embargo, en un mendigo que recibe su tacho de basura,
perfectamente etiquetado. La oposición radical entre los
universos a los que pertenecen los viajeros naturales de
avión y la presencia del mendigo en ese sitio, codifica
la pertinencia de la risa y extiende su sentido al
universo de las diferencias clasistas. No podemos decir
que sea una denuncia, a menos que forcemos bastante el
sentido de las piezas, pero a la vez depende de que los
códigos de diferenciación clasista se impliquen en el
significado. Uno de los tantísimos actos maestros que el
humorista argentino nos legó.
Estos ejemplos pueden servir de base clasificatoria para
los contextos urbanos que más hallamos en la obra de
Quino. En primer orden, y con mayor privilegio en
cantidad e ingenio, los canales de desplazamiento
urbano. En segundo, los absurdos humanos en contraste
con la norma común del resto de la sociedad. En estos el
sentido es diverso, impredecible a veces, por lo que
rompe no pocos esquemas de juicio que el propio autor ha
defendido fuera de su obra. El tercer tópico de
urbanización en la obra de Quino se halla mejor
codificado, pues atañe al uso indiscriminado e
irresponsable de la tecnología. Se debate entre la
poesía y lo didáctico y es, en el caso de sus
incursiones urbanas, un complemento de un tópico mayor
en el contexto general de su obra.
No hay detalles baldíos en esos puntillosos dibujos y
sí, en cambio, un movimiento en la imagen que humaniza
el suceso presentado mientras deshumaniza el contexto.
Es, acaso, el modo mejor que fue encontrando para
insertarse en la jungla del asfalto.
Ver, además, del mismo
autor:
Mafalda más allá de Mafalda c/videos
Un dibujo de Quino
Quino:
“El mundo es una porquería” - 2 de mayo de 1984 - por Cristina Castello
(Argentina) |