Con un número mayoritario de documentales, la producción local ha seguido expandiendo, por suerte, su abanico de ofertas.
En este sentido cabe subrayar la exhibición de “Mi Mundial” de Carlos Morelli, que propuso un prolijo filme para toda la familia logrando masiva aceptación popular. (Un logro que hacía tiempo no se venía dando en relación a los filmes nacionales vistos en casa). Sin embargo, a nivel personal, este cronista entiende que “Ojos de madera” de Roberto Suárez y Germán Tejeira[1] resultó el largometraje nacional más importante por el estupendo tratamiento cinematográfico que se le dio a una historia poéticamente sombría.
Con la dupla Suárez/Tejeira se instaló en pantalla una desacostumbrada caligrafía audiovisual para el mejor de los recuerdos. Una demostración de la floreciente diversidad que viene experimentando nuestro cine aunque el largometraje haya demorado largos años en adquirir estado público. Algo similar le ocurrió a Guillermo Casanova que tuvo que esperar su tiempo para concretar su segundo largometraje “Otra historia del mundo”.
Basado en la novela “Alivio de luto”, del consagrado Mario Delgado Aparaín, la trama se desplazó a la época de la dictadura en el ficticio pueblo de Mosquitos. Casanova quizás no consiguió redondear un logro total en su producción pero -de todos modos- hay que reconocer la excelente fotografía y reconstrucción epocal, entre otras virtudes que hicieron de la película una realización nacional digna de ser calificada como de las más interesantes del año. Tampoco pasó inadvertida la estrafalaria “Misión no oficial” de Denny Brechner, Alfonso Guerrero y Marcos Hecht.
A modo de falso documental, el producto satirizó el tema de la legalización del cannabis en Uruguay a partir de una historia donde un “agente especial” era designado para conseguir marihuana en Estados Unidos y abastecer el mercado local. Como dijimos en su momento, esta “misión” pudo ser visualizada como un mamarracho espantoso o una genialidad bizarra. No hubo términos medios para esta locura desfachatada que -por lo menos- se arriesgó al tono de comedia, tomándole el pelo a medio mundo.
La filmografía autóctona también hizo lugar al thriller psicológico con “El sereno” de Oscar Estévez y Joaquín Mauad sobre personaje que debía cuidar un edificio a punto de ser demolido, descubriendo que nada podía ser lo que parecía. Sin desmerecer el rigor técnico y la sugerente creación de atmósferas oníricas, la obra no logró superar una trama narrativa que adelantaba un desenlace previsible aunque dejó otra huella abierta en el panorama ecléctico del que venimos hablando.
Dicho eclecticismo también se vio en “Segunda generación” de Miguel Presno y Anthony Fletcher[2] que intentó reflejar una visión post-dictadura de manera anticonvencional. Continuando con la reseña, tanto “La mujer del padre” de Cristiane Oliveira[3] como “El Pampero” de Matías Lucchesi[4] sumaron propuestas de interés a esta creciente producción de la que venimos hablando.
En el plano documental, probablemente “Wilson” de Mateo Gutiérrez[5], sobre la vida del líder blanco Ferreira Aldunate, haya sido el trabajo más sobresaliente sin desmerecer producciones como “De la Aduana a Nashville: El camino de siempre” de Julio Sonino[6] y su entrañable recorrido junto a Jorge Nasser.
En este sentido, la música tuvo un espacio bastante preferencial con producciones como “Fattoruso” de Santiago Bednarik[7] y “Rock & Roll, Actitud” de Javier Hayrabedian[8] que pasó revista a la historia del grupo “Cadáveres ilustres”. Esto no resultó óbice para la denuncia con el trabajo de “Roslik y el pueblo de las caras sospechosamente rusas” de Julián Goyoaga[9] sobre la familia Roslik o “Pecera” de Emiliano Grass[10] en base al conflicto de la empresa Fripur.
Pasando a otra temática, “Mirando al cielo” de Guzmán García[11
abordó el ensayo y puesta en escena de una obra -por actores
integrantes de un grupo comunitario- con gran sensibilidad mientras
que “Detrás del mito” de Marcelo Rabuñal[12]
Por último nos dos pequeñas joyitas como “los ilusionistas” de
Mario Jacob[15] y su encantador seguimiento del grupo de titiriteros
“Cachiporra” por las escuelas rurales y “Streetscapes: Eladio Dieste”
de Heinz Emighloz [16]