Hemos hablado, en anteriores artículos, de
las formas de la memoria en las culturas andinas. En ellas, además de la
tradición oral, existen otros muy variados recursos para evocar el
pasado y dar cuenta del universo.
Cusco eterno
hecho de piedra
y sobre piedra.
Tu historia no acaba,
tu nombre no muere.
Hermógenes Rojas Sulca
Pintando y tejiendo el
mundo
Eso, que permanece en el mundo de los
seres humanos con una extraordinaria fuerza, y que no pasa por la grafía
tal como la concebimos, debería constituirse en materia de profunda
reflexión para nosotros, especialmente si se tiene en cuenta que en
nuestra propia cultura occidental asistimos al despliegue de modos de
comunicación virtuales no imaginados hasta hace poco tiempo.
La iconografía andina sobre tablas, y
también sobre paños o lienzos, mediante los cuales se representaban
pasajes de la historia del pueblo, es una práctica realizada las
comunidades humanas, desde los más remotos tiempos.
Los primeros antecedentes que conocemos son los dibujos realizados en
las cavernas prehistóricas, a los que hemos dado el nombre de arte
rupestre, olvidando que, aunque evidentemente sean arte, su función debe
haber sido muy puntual y específica. Si en ese caso estamos,
probablemente, frente a la desesperada apelación a la representación
como medio alternativo, y también mágico, de obtener alimento y
perpetuar la vida, en el caso de las tablas andinas estamos frente a uno
de los medios de conservación y narración de sucesos históricos que nos
recuerda a las pinturas del antiguo Egipto, o a las tablillas sumerias.
En el caso de la cultura andina, según algunos cronistas, las tablas,
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El Cusco |
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lienzos y tapices eran almacenados y
custodiados (como verdaderos
documentos y medios de información que eran) en un sitio denominado Poquen Cancha, y se sabe que el Virrey Toledo (tristemente famoso por
haber ordenado la ejecución de Tupac Amaru I o Titu Cusi Yupanqui,
último monarca de la dinastía) envió a Felipe II cuatro paños pintados
que ilustraban la vida de los incas, agregando por carta del año 1571
que aunque los indios pintores no tenían la curiosidad de los de allá
(frase que, traducida, vendría a ser algo así como aunque estas pinturas
no tienen la calidad ni el interés de las de España, porque están hechas
por indios ) no por eso dejaban de ser dignas de lucirse en alguno de
los muros de palacio, aunque más no fuera a guisa de trofeo.
La tercera manera que tenían las culturas andinas de registrar su
memoria histórica era el quipu, ingenioso instrumento consistente en un
haz de cuerdas o cordones de diversas alturas y colores, a los que se
les practicaba determinado número de nudos. Los códigos de información
eran elaborados según el color, el largo de la cuerda y la cantidad de
nudos en cada una. Varios cronistas e historiadores señalan que los
quipus eran empleados para los más variados fines: para datar cosechas,
períodos estacionales, número de ganados, y también para recordar
determinados episodios o sucesos considerados trascendentes.
Traduttore, traditore
A esta altura, después de haber mostrado
de manera somera variados medios de registro de la memoria colectiva,
deberíamos volver a nuestras consideraciones, o mejor dicho, a nuestras
interrogantes del primer artículo de esta serie. Habíamos apuntado, en
efecto, que así como el proverbio italiano enuncia aquello de traduttore,
traditore , así también la traducción de toda esta memoria oral a la
grafía castellana, según el leal (o desleal) modo de saber y entender
del cronista de turno, provocó una serie de galimatías, contradicciones,
yerros, infamias y oscuridades sobre la historia de las culturas andinas
que está lejos de haber podido repararse; y que tal vez, jamás podrá ser
reparada.
Eso es un poco lo que pasa cuando miramos, por ejemplo, algún grabado
español sobre la conquista, que por lo común pretende ilustrar a los
europeos acerca del aspecto y vestimenta de los habitantes del Nuevo
Mundo: vemos por lo general unas figuras que, en el mejor de los casos,
recuerdan vagamente algún scorzo italiano, según el dibujante haya
tenido mayor o menor pericia con el lápiz; los miembros, el tronco y aun
los mismos rasgos no suelen ser una fiel reproducción de la realidad,
sino más bien una reiteración de rasgos europeos, con reminiscencias de
arte renacentista, y hasta parece advertirse en algunos, una cabellera
llena de bucles.
El intérprete ha visto, en el fondo, lo que él mismo quiere ver, o ha
plasmado su peculiar concepción estética, o ha tenido el temor de
ofender a los destinatarios de su obra, de manera que procura disimular
los verdaderos rasgos de los indios. A veces los representan (y éste es
el otro extremo) como auténticos monstruos, con uno o tres ojos, con
varias piernas, enormes cabezas y afilados colmillos. Todo se reduce, en
última instancia, al hecho de que el europeo no compartía los mismos
códigos de interpretación del mundo que el indígena, y viceversa.
Cada pueblo recuerda lo que desea recordar, y lo hace a su manera; por
otra parte, las numerosas perplejidades a las que nos enfrentamos cuando
analizamos un códice maya, o una pintura incaica, provienen del hecho
de que los pueblos precolombinos no necesariamente recogían los
acontecimientos en un riguroso orden de sucesión histórica o secuencia
numérica. ¿Era necesario, esperable o incluso razonable, que eligieran
recordar el mundo a la manera europea? Y, por otra parte, ¿recordaban de
acuerdo a los patrones de veracidad, adecuación a la realidad,
coherencia y proporción que nosotros, los herederos de las concepciones
grecolatinas, estamos acostumbrados a designar como criterio supremo de
verdad?
Te cuento lo que quieras oír.
Los historiadores señalan que existía una
costumbre cusqueña (podría decirse que existe todavía) de omitir
expresamente, con manifiesta intención, todo dato de la realidad que
pudiera llegar a molestar al amo, al señor, al curaca, al Inca; en fin,
a toda autoridad a la que se halle sometido el informante. Esta
costumbre, cuyo origen se remontará tal vez a las primeras teocracias
preincaicas, era de todos conocida y respetada, lo cual debe
relacionarse con lo que expresado acerca de los disímiles criterios del
indígena sobre la realidad y la verdad, el tiempo histórico secuencial y
el otro tiempo, el de su propia concepción del cosmos.
Se llegaba al extremo de ignorar la existencia de ciertos Incas que
habían precedido al que estaba de turno, en caso de que el recuerdo de
esos gobernantes anteriores molestara por algún motivo al nuevo
soberano. Con el tiempo, la omisión echaba raíces y el olvido se
adueñaba definitivamente de las cosas y de las personas. Con el tiempo,
por tanto, lo querido o no querido, se transformaba en acontecido o no
acontecido, es decir, en algo parecido a la realidad, sin serlo. No
obstante, la omisión no era absolutamente irreparable, ya que existía
una especie de válvula de escape o salvaguarda: los miembros de los
ayllus afectados por la información sesgada o suprimida, tenían el
derecho de guardar, aunque ocultas, sus propias tradiciones.
Lo mismo ha de ocurrir, después de la conquista, respecto del nuevo amo
, que no era otro que el español, venido a las Indias después de una
lucha de casi siete siglos contra los moros. Este nuevo amo era un ser
marcadamente intolerante, que había inventado, o estaba en vías de
inventar, el terrible mecanismo de la Inquisición, cuyas dañosas
consecuencias para el nuevo y para el viejo mundo no han sido ponderadas
aún en forma suficiente. Este amo estaba acostumbrado a convivir con
otras culturas (como es el caso de los moros y de los judíos) pero,
paradójicamente, creía haber recibido el mandato inapelable de arremeter
contra ellas y, de ser posible, destruirlas.
El nuevo amo era, así, señor y verdugo, inquisidor y mesías, receloso y
autoritario, astuto e hipócrita, habituado en un largo ejercicio de
luchas por el poder a ocultar, hasta que la oportunidad fuera propicia,
sus verdaderas intenciones. Ante ello, ¿podía el indígena revelarle, así
como así, todos los secretos de su cultura, de sus costumbres, de sus
dioses, habiendo visto ya como pensaba y, sobre todo, como actuaba?
Sumemos a ello la costumbre de omisión ya señalada, y podremos advertir
las razones por las cuales el indio se cuidó de brindar al español gran
parte de la información que éste, de buena o mala fe, le requería.
En conclusión puede inferirse que entre los incas y preincas existía un
modo muy peculiar de trastocar los acontecimientos, y por ende los
recuerdos, lo que, sumado a la ausencia de escritura, podría explicar
buena parte de las contradicciones y confusiones que parecen surgir de
las diversas crónicas, tanto de las transcripciones españolas como de
los documentos indígenas. Ello también explicaría la tergiversación de
los hechos, realizada por los propios cronistas, motivada en su afán de
corregir los documentos, y en la particular manera de ver el mundo de
los españoles. Se trata de un dato no menor que debería servirnos no
solamente como una prevención metodológica a la hora de abordar el
análisis del mundo y la cultura andina, sino también para contribuir a
despejar muchos de los equívocos y prejuicios que subyacen agazapados
debajo del problema.
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Historia Oral. Ediciones del THOA (Taller de Historia Oral Andina).
Chukiyawu. La Paz. Bolivia. 1989.
Hernández Sandoica, Elena.Tendencias
historiográficas actuales. Escribir Historia Hoy. Akal.
Ver:
Perú o el resplandor secreto
- Primera parte: Narrar para no morir
Perú o el resplandor secreto
- Segunda parte: El eco de la inmortalidad
Perú o el resplandor secreto
- Cuarta parte: Reflexiones en torno a Machu Picchu: ¿101 años de qué? |