¿Cómo conserva un pueblo sus recuerdos? He
aquí una de las interrogantes más cruciales que todos nos hacemos, aun
al seno de nuestras propias culturas, cuando de recordar y de trascender
se trata; ya que, si algo caracteriza al ser humano, en cualquier época
y lugar, es ese afán, esa angustia si se quiere, de trascendencia, de
perpetuación, que viene a ser el eco de la inmortalidad, ésa que hemos
querido convertir en el supremo atributo de los dioses.
Entonces, levántame
Tómame en tus brazos
Y si me canso, auxíliame
Doquiera estés, Padre Viracocha
Oración Primera al Hacedor
De mercados y ruinas
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Poblador
de Pisac recordando las melodías incas |
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Cuando estuve en el mercado de Pisac,
pueblo que forma parte del conjunto arqueológico de las ruinas del mismo
nombre, sentí y vi que estaba en otro mundo: en el mundo de las
costumbres ancestrales, rítmicamente pautadas a través de los ciclos
naturales de florecimiento y decadencia, de gestación, desarrollo y
muerte, de protección y cuidado, de armonía y de aceptación; y también
en el mundo de la tradición oral. La institución estatal peruana, de
raíz española, no ha penetrado en el real sentido del término en Pisac,
o si lo ha hecho, ha sido de rondón, después de resignarse a pedir
permiso, y sólo para puntuales actos consistentes, por ejemplo, en
apertura y asfaltado de caminos, cobro de impuestos, apertura de
escuelas, hospitales, etc.
Nada de ello, aclaro, debe entenderse en términos de mejor o peor,
superior o inferior, adelantado o atrasado, etc. Si así pretendiéramos
entenderlo, entonces sería mejor dejar de interesarnos en cuestiones
como éstas, y dar vuelta la página, porque habríamos caído
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nuevamente
(por enésima vez) en la muy desgastada concepción eurocentrista, cuya
raíz se ha alimentado, entre otros detritus de dudosa capacidad
nutriente, de la Ilustración y de la Modernidad filosófica en su
conjunto. Pero no nos disgreguemos, ya que precisión y claridad piden
las cosas (otra idea de cuño moderno ). El resto de Pisac, como el resto
de Perú, se despliega históricamente según sus propios ritos y modos de
manifestación; el resto forma parte del todo. El resto no es, entonces,
el resto.
Es lo cósmico, lo visceral, lo que perdura. Y perdura porque está ahí,
porque se puede ver y tocar y fotografiar (y no hablo de las ruinas,
sino de las personas de carne y hueso); perdura porque vive y crece y se
transforma, porque asume colores y símbolos y texturas que se imponen en
el mundo con su sola y rotunda presencia. Todo eso se refleja en su
arte, que es sencillo, radiante y poderoso a la vez, y se ha de
reflejar, asimismo, a través de su tradición oral.
En Pisac yo estaba (sabiéndolo, y a la vez sin saberlo) en mitad de esa
tradición oral, aunque no pudiera verla, ni menos comprenderla. En Pisac
estaba en mitad de una comunidad prolijamente organizada, que teje
tapices y gorros y mantos de lana de llama o de vicuña, de esplendorosas
combinaciones de colores, que hace y pinta vasijas de barro, y estatuas
y máscaras y animales, que desarrolla una sutil orfebrería de oro y
plata, que lleva en brazos a los cabritos y a los borregos pequeños, que
duerme con ellos hasta que son lo bastante fuertes, para darles calor,
que transcurre históricamente en forma paralela (no opuesta, ni
excluyente) a la institucionalidad del estado peruano. Y esa tradición
oral que he mencionado, constituía los hilos invisibles de lo que se
recuerda y se atesora, las bases sobre las que descansa todo
conocimiento, industria y voluntad. Esa tradición oral es la que lleva a
pulso la red histórica de la cultura andina, al recogerla, al narrarla,
al recrearla, al trasmitirla.
Te lo digo cantando
Hemos dicho en anterior artículo que las
culturas prehispánicas del Perú, y de la cultura andina en general,
fueron ágrafas; no escribían caracteres o signos de ningún tipo.
Trasmitían, sin embargo, a través de la oralidad, lo mismo que lo siguen
haciendo hoy en día miles y millones de etnias americanas, a contrapelo
o por lo menos en forma paralela y complementaria a internet, a la
imprenta, a la existencia del papel y el lápiz y demás instrumentos de
plasmación escrita y/o virtual de lo pensado. No debe extrañar, sin
embargo, que la oralidad siempre se haya despreciado por parte del
español conquistador, ya que (aunque la mayor parte de las veces fuera
analfabeto de solemnidad) venía munido del orgullo casi mesiánico de
pertenecer a ese arquetipo eurocentrista que llegó a América para
quedarse y que tantos males nos ha causado, y nos sigue causando, en
todos los territorios del saber y del pensar.
Los historiadores y cronistas están de acuerdo en señalar que los
indígenas poseían variados códigos de trasmisión oral, consistentes en
cancioneros o cantares que se enseñaban en las escuelas, en las casas y
en las comunidades, y eran así trasmitidos.
El ayllu, célula de la comunidad andina, era y es la institución
principalísima encargada de crear y trasmitir estos cantares. Digamos de
paso que el ayllu no nació con los incas, sino que existe desde mucho
antes; tampoco es una comunidad cualquiera de personas, ni un clan
familiar cerrado en sí mismo, o constituido únicamente por los vínculos
de la sangre, sino que supone un concepto de comunidad muy especial, que
no guarda actualmente las formas antiguas, preincaicas o aún incaicas,
que pudo haber tenido, y que implica además un fenómeno social, político
y económico complejo, que acaso no podamos comprender jamás quienes no
pertenecemos a esa cultura. Es verdad que se sienten unidos por algún
antepasado común y que se vinculan a determinado territorio común, pero
ante todo poseen un sentido de propiedad colectiva, de trabajo colectivo
y de solidaridad social que estamos lejos de imaginar quienes lo
observamos desde afuera.
Cuando nos íbamos acercando al mercado de Pisac, se nos advirtió que
estábamos entrando en el territorio de una comunidad, y que veríamos
allí, por lo tanto, a los auténticos campesinos peruanos. El guía no
agregó que entraríamos en la tierra de los ayllus, tal vez porque no
quiso, o porque consideró que tal información nos iba a importar muy
poco (y en el fondo, no estaba lejos de la realidad, por lo menos en lo
que hace a ciertos grupos de turistas). Pero de todos modos, la
precisión no habría hecho mucha falta, porque la tierra de los ayllus
está por todos lados en Perú; y está, principalmente, en las
inmediaciones de cada uno de los complejos arqueológicos de ruinas, como
fue el caso de Pisac, y como sería el de muchos otros vestigios de las
pasadas grandezas incaicas y preincaicas.
El guía no agregó, tampoco, nada sobre la tradición oral; y sin embargo,
basta reflexionar mínimamente sobre la vida de estas comunidades
ancestrales (que, no obstante ser ancestrales, cambian y se modifican
históricamente, y esto también hay que apuntarlo) para darse cuenta de
que la tradición oral es la que mantiene la poderosa línea cultural a
través de la cual se narran los sucesos de ayer y de hoy, entremezclados
muchas veces en la necesidad práctica de resolver alguna cuestión
presente, o en la reminiscencia que se manifiesta en las múltiples
fiestas y ceremonias del pueblo. Y estarían antes, como lo seguirán
estando hoy, a cargo de hombres y mujeres especialmente escogidos,
sobresalientes por sus dotes para narrar y relatar hazañas y proezas de
los antepasados. Existen, sin embargo, otras formas de registrar la
memoria de un pueblo, en las culturas andinas, y a ello iremos en
próximas entregas.
Bibliografía:
Betanzos, Juan de. Suma y narración de los incas. Cusco. 1999/1551.
Cieza de León, Pedro. La Crónica del
Perú. Espasa Calpe. Madrid. 1941/1553.
Garcilaso de la Vega, Inca.
Comentarios Reales de los Incas. Emecé Editores. Bs. As. 1943/1609.
Jung. Carl G. El hombre y sus
símbolos. Ed. Paidós, Barcelona. 1995
Lumbreras, Luis. De los pueblos, las
culturas y las artes del antiguo Perú. Lima. 1969.
Molina, Cristóbal de. Relación de las
fábulas y ritos de los incas. Madrid: Historia 16. 1988.
Rostworowski, M. Historia del
Tahuantinsuyu. IEP. Instituto de Estudios Peruanos. 1999
Ver:
Perú o el resplandor secreto
- Primera parte: Narrar para no morir
Perú o el resplandor secreto
- Tercera parte: La narración y sus laberintos
Perú o el resplandor secreto
- Cuarta parte: Reflexiones en torno a Machu Picchu: ¿101 años de qué? |