resplandor secreto, y no por casualidad ha sido,
durante largo tiempo, la tierra elegida por una sucesión de pueblos
elegidos (después de todo, no ha de ser atributo únicamente de europeos
y asiáticos arrogarse ese título). Pero, como todo en este mundo, hay
resplandores y resplandores, así como hay elegidos y elegidos.
Como premisa previa de trabajo precisaremos desde ya que, aunque podamos
referirnos en la mayor parte de las ocasiones a Perú, estamos hablando,
en puridad y en verdad histórica y metodológica, de la cultura andina en
general, de la que los peruanos actuales constituyen una parte, acaso la
más característica, relevante y representativa, pero no la única.
Hay demasiadas confusiones en torno al Perú y su cultura. Casi tantas,
como torrentes tienen sus montañas. Una de ellas proviene, como es
obvio, de la famosa concepción eurocentrista del mundo, verdadera vara
de medir de la que se suele echar mano para intentar encasillar ese
mismo mundo; y no digo conocer, sino encasillar, porque cuando los seres
humanos abordamos la realidad y sus entes desde una concepción
cualquiera, compuesta de antemano por pre-juicios, por enunciados que
describen las cosas, por afirmaciones o negaciones sobre esas mismas
cosas; cuando abordamos, digo, el mundo desde esa parafernalia previa de
juicios, o pre-juicios, no estamos propiamente conociendo cosa alguna,
sino en todo caso, encasillándola, es decir, tomándola por los pelos y
metiéndola a la fuerza en alguno de los cajones de nuestro equipo
ambulante de trabajo; y si no entra, o entra a medias, o le queda afuera
alguna cosa, entonces sencillamente apretamos a fondo y logramos cerrar
el cajón. La epistemología, digámoslo de paso, es la ciencia que estudia
estos fenómenos, o construcciones encaminadas al conocimiento. Pero ¿y
las confusiones? ¿y lo que permanece incólume, con los ojos abiertos en
la oscuridad de las estanterías? ¿o lo que sale de ellas, como si tal
cosa, y se regresa a su mundo originario? Yo creo que el viajero siente,
sabe, adivina, que en Perú y en torno de Perú subsisten demasiadas
confusiones. Y siente y adivina, también, el resplandor secreto.
Modos de inmortalidad
Para la historiadora andina María
Rostworowski de Diez Canseco, hija de padre polaco y madre puneña, una
de las más serias dificultades que se nos plantean al estudiar la
historia inca es la que se relaciona con el modo andino de recordar y
transmitir los sucesos; y la otra, con el criterio de los españoles para
interpretar y registrar la información que luego nos dejaron a través de
las crónicas . La segunda parte de la frase sonará familiar,
seguramente, a más de un oído: los españoles siempre han interpretado el
mundo del modo que les ha parecido, o del modo en que creían era debido
hacerlo. Lo interesante, lo novedoso, y lo verdaderamente relevante, es
introducir en esa reflexión la otra variable, la del pensar y el hacer
de los andinos, es decir de los indios, de los conquistados, de los
eternamente ninguneados.
El punto en cuestión es que, sin esa otra variable o consideración, todo
el esfuerzo por intentar aproximarnos a la historia profunda de la
cultura andina cae por su base. Hay un modo andino de recordar y
transmitir sucesos, como hay un modo andino de vivir, y de mirar el
mundo, y de pensar el pasado, el presente y el futuro. Sabemos que los
incas no poseían escritura. Según algún cronista, español o mestizo,
alguna vez la habrían poseído y por alguna circunstancia relacionada a
estrategias militares y salvaguarda de secretos de estado, la habrían
prohibido y llegado a matar a quienes la habían conocido y practicado;
pero tal relato pertenece al territorio móvil y, de algún modo mágico,
de la leyenda, y no de la investigación histórica.
Parece obvio que los andinos quisieron siempre dar señal y testimonio de
su paso por el mundo, o mejor dicho, por el universo. Todo en su cultura
lo manifiesta: la monumentalidad de sus construcciones, la vigencia
trasmitida, recreada desde la cotidianeidad, de sus costumbres, sus
ideas, su arte. Los andinos quisieron demostrar a los astros y a la
tierra, y a las aguas y al viento y a las altas montañas, y a sus
semejantes y muy especialmente a sus dioses tutelares, que estaban en el
mundo, que en él hicieron cosas, y que de esas cosas pretendieron dejar
una huella marcada. Nos preguntamos, sin embargo, cuál o cuáles serían
los métodos utilizados por los andinos para dar cuenta de sus hechos, en
lo que a registros o crónicas o testimonios concretos se refiere,
sacando los de la escritura que, como vimos, no conocían o no habían
querido conocer.
Una primera respuesta está dada por la tradición oral que es, desde los
primeros tiempos de la humanidad, la forma más importante de trasmitir
ideas y saberes. La oralidad fue, y por supuesto sigue siendo, en forma
abrumadora, la manera principal en que los pueblos andinos recuerdan,
evocan, interpretan y trasmiten los hechos. Pero la oralidad no se
limita al habla, sino que se despliega bajo numerosas expresiones de
canto o melodía. No otra cosa hicieron, por ejemplo, los pueblos que
primitivamente integraban ese conglomerado étnico que un día, con los
Reyes Católicos, allá a fines del siglo XV, dio lugar al nacimiento del
estado español. El Romancero español es su expresión más acabada, y sus
raíces se pierden en la noche de los tiempos; y el Romancero español
empezó siendo oral, cantado por juglares, y a través de los años y aún
de los siglos, fue siendo recogido en pergaminos escritos. Hay, sin
embargo, más de una diferencia que importa señalar, entre ese Romancero
y las tradiciones orales andinas. Destacaremos por el momento sólo una,
y es la que reside en las formas o modos de interpretación (primero) y
de plasmación escrita (después).
El paso de lo oral a lo escrito puede terminar siendo grave e
irreparablemente deformado si el traductor, intérprete o escribiente
altera alguna de las piezas que constituyen el entramado vivo, el
mosaico o el tapiz palpitante del verbo y del alma de la cultura en
cuestión. Y esto es, lamentablemente, lo que ha sucedido con la mayor
parte de las plasmaciones escritas sobre las narraciones orales andinas,
desde que el primer cronista español puso un pie en América. Veremos, en
próximos artículos, lo que de ello ha devenido, no solamente para la
cultura andina, sino también para nosotros los latinoamericanos, ese
conjunto abigarrado y, ciertamente heterogéneo, de pueblos y
mentalidades.
Bibliografía:
Cieza de León, Pedro. La Crónica del Perú.
Espasa Calpe. Madrid. 1941/1553.
Garcilaso de la Vega, Inca. Comentarios
Reales de los Incas. Emecé Editores. Bs. As. 1943/1609.
Lumbreras, Luis. De los pueblos, las
culturas y las artes del antiguo Perú. Lima. 1969.
Rostworowski, M. Historia del
Tahuantinsuyu. IEP. Instituto de Estudios Peruanos.
Ver:
Perú o el resplandor secreto
- Segunda parte: El eco de la inmortalidad
Perú o el resplandor secreto
- Tercera parte: La narración y sus laberintos
Perú o el resplandor secreto
- Cuarta parte: Reflexiones en torno a Machu Picchu: ¿101 años de qué?
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