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Ricardo Prieto

Un dramaturgo para recordar y rescatar
Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 

El espectáculo teatral está experimentando desde hace algunos años –tanto en Buenos Aires como en Montevideo-, una etapa de esplendor en cuanto a la creatividad de las puestas en escena, la diversidad de propuestas, la aparición de talentos actorales, y especialmente en lo que tiene que ver con la nueva dramaturgia. Han surgido autores que tienen mucho qué decir y lo hacen con fuerza e intensidad dramática; con propuestas, sobre todo en el caso de los más jóvenes, apoyadas a veces más que en lo textual en lo visual.  Entre nosotros, los más destacados sin ninguna duda: Mariana Percovich y Gabriel Calderon.

Pero el teatro es, y ha sido siempre –lo reafirman muchas de las puestas renovadoras de obras clásicas de los tiempos recientes, desde Shakespeare a Sánchez- el arte de releer los textos valiosos del pasado, lejano o cercano. En ese plan, es fundamental no olvidar a aquellos dramaturgos que hasta ayer nomás estuvieron entre nosotros y que, por diversas razones, al irse de este mundo su obra ha quedado en un cono de sombra, al margen de las iniciativas teatrales.

Un autor que merece estrenos

 

Al plantear esto lo hacemos pensando concretamente en quien consideramos un gran dramaturgo rioplatense. Uno de los más firmes, maduros y profundos de la generación surgida en los años setenta del pasado siglo: Ricardo Prieto, autor uruguayo con trayectoria en Argentina, que falleciera a comienzos de noviembre del año 2008.

Prieto se adentró como pocos en Latinoamérica en los tramos finales del pasado siglo y comienzos de éste, en los laberintos de la condición humana. Y lo hizo con una escritura elaborada y rigurosa en lo estilístico y conceptual, y con una sabiduría escénica por momentos magistral. Entre sus obras encontramos títulos que son fundamentales e ineludibles, como El huésped vacío, una de las obras de autor rioplatense que más ha frecuentado los escenarios internacionales, con reiteradas puestas en escena en Buenos Aires, en París, en México, y aquí en Montevideo. También El desayuno durante la noche, que recibiera en España el premio Tirso de Molina –el más importante de nuestra

Ricardo Prieto

lengua en lo que hace al teatro- en el año 1980. Pero además tiene en su haber decenas de piezas –dramas y comedias; obras realistas unas, y otras más volcadas al teatro de vanguardia- entre las que se destacan El mago en el perfecto camino, caracterizada por su hondura metafísica, y Garúa, exitosa comedia de costumbres no carente de penetración sicológica, que fue protagonizada a comienzos de los años noventa por el gran Ricardo Espalter. Sin olvidar pequeñas sus exquisitas piezas “de cámara”, como Me moriría si te fueras.

También narrador y poeta

 

Fue por otra parte un escritor versátil, que cultivó otros géneros con similar eficacia. En narrativa por ejemplo: Desmesura de los zoológicos, un original libro de relatos que oscilan entre el absurdo y el surrealismo. Y los cuentos  de  La puerta que nadie abre, donde explora dimensiones paranormales. Y la serie de Lugares insospechados (su último libro édito, publicado por Alfaguara en el 2008), a través de la cual logró perfilar –con seguro pulso narrativo- una verdadera comedia humana.

No hay que olvidar el intenso lirismo y la fuerza que imantan esa extraña e inolvidable “nouvelle” titulada El odioso animal de la dicha, que transcurre en una Buenos Aires al mismo tiempo identificable y anclada en una época determinada (los años setenta, con el terrible telón de fondo de la dictadura) pero también esencial y arquetípica. Libro que en realidad inicia su narrativa, en el lejano 1983, que fuera publicado por Ediciones de la Banda Oriental. Y sus novelas: Pequeño canalla y Amados y perversos, en las que logró establecer un mundo propio, y reflejar con lucidez la sociedad montevideana y uruguaya en sus dimensiones más oscuras y sombrías.

Su poesía fue reunida en Palabra oculta (Editorial Aldebarán, Montevideo, 2003), eficaz antología de una producción que va de los años sesenta hasta fines de los noventa. Como ensayista su producción fue pausada y lenta, galvanizada por una implacable lucidez y penetración. Vale recordar al respecto sus trabajos, polémicos, sobre Florencio Sánchez y la situación del teatro uruguayo.

El hombre detrás del artista

Ricardo Prieto no tuvo formación universitaria. Podríamos decir que fue un autodidacta. Pero logró decantar una cultura universal, fruto de su voracidad e intuición como lector. Realizó cursos únicamente en lo teatral –en  Club de Teatro, grupo independiente del Montevideo de los 60- de actuación y dirección. Filosóficamente se lo ha definido como “existencialista”. Y no cabe duda que la juvenil lectura de Jean-Paul Sartre y Albert Camus incidió en su visión del mundo. Pero quizá no tanto como luego, ya instalado en Buenos Aires y pasados los años, lo marcaron lecturas de autores clásicos del esoterismo, como la teósofa Madame Blavatsky o el maestro espiritual ruso Gurdjieff.

Fue, por otra parte, un ser humano afable y generoso. El encuentro amistoso y la tertulia de café constituyeron parte importante en su vida.  En esas instancias podía ser irónico y mordaz, vehemente y al mismo tiempo tolerante, y siempre brillante y certero en los conceptos. Los lugares donde cultivó –como si se tratara de un arte más-  el ejercicio del diálogo inteligente, fueron en Montevideo el viejo café Sorocabana de la plaza Cagancha y el Mincho de la calle Yi, y en sus años bonaerenses los cafés Tortoni y Los 36 billares de Avenida de Mayo.

Invitado al 3er Festival Inter. de las Artes - Mérida (México), su última salida al exterior

Volviendo al comienzo: vale insistir en la calidad de la obra teatral de Ricardo Prieto. Son varias decenas de piezas, algunas de las cuales –como El huésped vacío- han sido aplaudidas reiteradamente por los espectadores más exigentes. Constituyen un corpus dramático que puede leerse, al menos parcialmente, en páginas virtuales prestigiosas como la del Celcit, de Buenos Aires, y aquí la del Ministerio de Cultura, pero que merecerían una edición crítica y depurada.  Y por supuesto: son obras que están esperando actores, escenario, dirección escénica, luces, público.

Al igual que la falta de memoria o la memoria demasiado sesgada  -en materia de derechos humanos, de historia reciente y no tanto, de identidades- , pueden considerarse como una patología arraigada en gran parte de nuestra sociedad de hoy, algo similar sucede en materia cultural. Son demasiados los olvidos de escritores y artistas de valía; se privilegia el recuerdo de unos pocos y venerados referentes, en desmedro de creadores cuyas obras –dejadas de lado- enriquecerían nuestra sensibilidad y nuestra cultura. Hace poco, a propósito de la antología compilada y editada por Diego Techeira, remarcábamos, como contraste con este excelente libro, el silencio –crítico y editorial- que rodeó por cuarenta años a Saúl Pérez Gadea. Y en esta nota señalamos el caso más  reciente, aunque no menos injusto, de Ricardo Prieto, quien pasó de recibir  a comienzos de este siglo la consideración de la crítica y el público, y ser requeridas sus obras por los grupos teatrales, a esta realidad –a más de un lustro de su muerte- de persistente olvido.

Considere el lector esta nota, apenas, como el gesto de quebrar una lanza para conjurar tanto silencio.3er Festival Inter. de las Artes - Mérida

 

Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 

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