De "Bolívar
y su concepción del periodismo"
Parte III por Ignacio de la Cruz Caracas, 1971 |
Al margen, por Sergio Antillano Una primera lectura del presente texto bastó para convencernos de que su autor con destreza y seguridad había elaborado un fino instrumento cultural para enfrentar el avance de la masificación dirigida. Destinado básicamente a los profesionales y estudiantes de la comunicación humana, pero igualmente útil a todos los cultores de las ciencias del espíritu, justamente conmovidos ante el trágico espectáculo de la manipulación consciente de la gente. Un texto elaborado por un maestro. Ignacio de la Cruz, experto profesional, dedicó varias décadas de su vida al ejercicio del periodismo. Investigador exhaustivo, observador original, tenaz pesquisante, ha sido siempre un diarista de éxito. Graduado en comunicación social, tomó cátedra en la Escuela de Periodismo de la Universidad del Zulia, para desde allí divulgar certeras ideas sobre el oficio, considerado como servicio público. En su tarea le ayuda eficazmente su densa formación cultural y su especial sensibilidad. De la Cruz proviene de una familia de agricultores y médicos, con hondas raíces fincadas en las faldas del Irazú, de donde se desprendió a temprana hora para recorrer el resto de Centro América y Colombia, hasta venir a radicarse en Venezuela. Por varios años participó activamente en la aventura del petróleo y luego se dio a conocer por propia necesidad cultural el territorio del Estado. A caballo penetró en tierras motilonas, recién puesto de manifiesto que los grupos bari eran absolutamente pacíficos y que la leyenda de su presunta belicosidad fue tan sólo interesada invención de petroleros y terratenientes. De sus pasos e indagaciones periodísticas supieron rincones tan alejados como los del Río de Oro, cuando aún no existía camino real, la sedienta Guajira y las selvas boscosas del sur. Ignacio ha recorrido el lago en piraguas y por este conocimiento extenso e íntimo de la tierra y de su gente, de sus problemas y de sus soluciones, su palabra es bondad, es acierto y decisión en los oídos de aquellos amigos suyos responsabilizados por el destino en los deberes de planificar y ejecutar. Este maestro zuliano de la cultura, poeta con varios libros publicados, nutrido de valores espirituales originales, utiliza en su cátedra, en sus escritos, en el diálogo cotidiano con sus alumnos y ex-alumnos un lenguaje vivamente humano, fruto del esfuerzo continuado de las generaciones anteriores por otorgar al ser viviente una digna situación en el Cosmos. Hecho éste del lenguaje, que ha de ser tomado necesariamente como insólito en días de la llamada era tecnológica, cuando se nos impone un sistema de comunicación, lenguaje tan sólo concebido para la mecanización, para ser emitido por medios técnicos, reducido, limitado y simplificado al máximo, y que en sus peores efectos conforma el sujeto a su uso único, cosificándolo. Tanto, que ya son muy frecuentes personas que al limitar su necesidad de comunicación a tal lenguaje —signos, señales, sonidos, luz— semejan simples robots, inhibiendo la condición humana. Pertenece este activo educador a la estirpe de maestros, ya en extinción, comprometidos con sus ideas. Capaces, por su energía y autenticidad, de conmover, sin hacer abandono de serenidad y modestia. Verdadera grandeza en la humildad, que encuentra origen en una especie de fuerza espiritual que les hace invulnerable a hechizos y presiones. Ejemplares hoy escasos. Aunque en su caso, con muchos y dignos discípulos. Hemos oído citar la anécdota que recuerda los viejos días gloriosos de la Universidad Albertina en Konigsberg, capital de la Rusia Oriental. Zona un tanto inhóspita, a la orilla del Báltico, fría y oscura la mayor parte del año, y sin embargo la universidad más concurrida de Europa durante la segunda mitad del siglo pasado. Donde los estudiantes de filosofía de todo el continente acudían, soportando innumerables penas, tan sólo porque allí profesaba, severo y sabio, Enmanuel Kant. Esta creciente pérdida del lenguaje, con lo que este hecho supone como pérdida de la capacidad cognoscitiva, es de las cuestiones que al profesor Ignacio de la Cruz han preocupado en los últimos años, llevándole a abordar temas prácticos como el de la interpretación de la información de actualidad, convencido de que tan sólo la permanente y vigilante reflexión sobre su actividad puede llevar al periodista a un ejercicio más justo y desalineante de su oficio. Desde que Tom Wolfe llamó a incorporarse en las filas del ¡nuevo periodismo! o, dicho en su propio lenguaje, a amansar en el periodista la impersonalidad de lo masivo y severo, todo fue revueltas de marchas y contramarchas en los diarios del mundo. Por supuesto que los elementos básicos de lo propuesto habían sido agitados antes por otros, y hasta puestos en práctica. Con lo que comenzamos por convenir que no hay nada revolucionario en el asunto. Pero lo nuevo reside en que se haya sistematizado. Que lo que ayer era simple iniciativa de algunos adelantados, hoy se haya adoptado, mejorado y profundizado. Ahora recordamos una viva discusión en la que participáramos un grupo de periodistas venezolanos muy al comienzo de los años sesenta en la adusta Universidad de Columbia, y en presencia del profesor John Hohenberg, autor de El periodista profesional. Allí estábamos entre otros con Chepino Gerbasi, Oscar Yanes, Germán Carías, Omar Pérez, Manuel Alfredo Rodríguez y Rafael Poleo. Se debatió, y hasta rudamente, sobre la actitud un tanto ingenua de la prensa al hablar de “periodismo objetivo” y el pretender los periodistas que era posible lograrlo con aquellas reglas rutinarias y superficiales que tradicionalmente se habían practicado. Se convino entonces que el periodismo tenía que tornarse más responsable, y por lo tanto más universal. Ya no era cuestión de informar, sino de explicar y valorar. En una palabra, interpretar las noticias, enseñar su significado. Teníamos entonces que hacernos investigadores más profundos. Ampliar la información en todas sus dimensiones, penetrar sus estructuras. Al mismo tiempo, investigar y valorizar las actitudes del público. Por esto necesitábamos un periodista más hábil, informado y culto. No con la escasa información de un locutor de la radio, sino un universitario con toda la estatura que este término implica. En menos de veinte años la situación se transformó en todas partes. También en Venezuela. Los mejores periódicos nacionales han adoptado la interpretación como estilo total. No la prensa regional. Ahora vemos cómo la prensa grande parece descansar más en la responsabilidad de sus periodistas graduados y les otorga el crédito de la firma a sus trabajos. Para nosotros éste es el comienzo de la responsabilidad editorial compartida. Es justo señalar que el periodismo interpretativo ha ganado mayor número de lectores a los diarios. Ha sido la respuesta a la televisión. Ahora la gente tiene más interés por asuntos que antes pasaban inadvertidos. Todos deseamos que mejore el ambiente, que se purifique el aire, que se limpien los lagos y los ríos, la ribera del mar. Que mejoren los servicios públicos, es clamor general. Los electores no quieren votar con simples tarjetas de colores; manifiestan su deseo de hacerlo por personas con nombre y apellido. Que los funcionarios públicos se responsabilicen. En los estados están pidiendo que la gente elija a sus propios gobernadores. Que se corrijan los desastres en las finanzas municipales y que se establezca la institución del referéndum para las decisiones importantes de los concejos municipales. La gente sabe hoy mucho más que antes sobre lo que significa el petróleo en la vida de los venezolanos. Y no va a ser fácil, como creen algunos, que se puedan instalar plantas nucleares sin contar con la opinión del pueblo. Y todo eso se lo debemos a la prensa, a los periodistas, a su noble afán de mantenernos informados, y a su interés por explicarnos, por interpretar para nosotros, el significado de los hechos. Muchos otros buenos asuntos aborda el profesor De la Cruz en el presente texto. Su capacidad investigativa, por ejemplo, nos dio a conocer el primer periódico diario que hubo en Maracaibo el pasado siglo. Y cómo fue esta ciudad la primera en Venezuela en presenciar el milagro del cine a pocos meses de haber los Lumiere dado a conocer su invento en París. Pero nada en lo personal que nos haya impresionado tanto como su ensayo sobre las andanzas periodísticas de César Vallejo, quien se revela un adepto total de la interpretación. A Ignacio de la Cruz se deberá esto y mucho más... por Sergio Antillano. Origen y desarrollo del periodismo interpretativo Como nunca, en la década de 1920 Estados Unidos se siente seguro de su destino. Crece aceleradamente la producción, la banca multiplica el crédito y un orden natural —laissez faire, laissez passer— garantiza el equilibrio del mercado. Confianza, prosperidad, boom; al punto de que en su campaña electoral de 1928, Hoover promete al pueblo norteamericano “dos pollos en cada olla y dos automóviles en cada garaje”.[136] Es la época de la prohibición, del gángster, del charlestón, de Babe Ruth y Rodolfo Valentino; y la del periodismo del arroyo, que no se detiene ante nada ni ante nadie en la búsqueda del suceso escandaloso: así como subrepticiamente logra la fotografía de Ruth Snyder en el momento de su ejecución en la silla eléctrica, se desliza por las chimeneas para sorprender una escena doméstica. En medio de esta atmósfera de asfixiante amarillismo, Emile Gauvreau, director del Daily Graphic, exige noticias candentes: “Daddy” (papacito) —un opulento corredor de bienes raíces— y “Peaches” (encanto), —su esposa, de quince años, ex-vendedora de una tienda, aparecen jugando en una cama. En el pie de grabado, Daddy exclama: “iGuau! iGuau! Soy un macho”.[137] En 1929 la producción alcanza sus niveles más altos. Pero en el fondo de la prosperidad yace la crisis: las mercancías se acumulan sin salida en los depósitos, y los precios se precipitan por debajo de los costos. El 29 de octubre estalla la bolsa de Nueva York: más de 16 millones de acciones se ofrecen a cualquier precio; al cabo de pocas semanas las pérdidas se elevan a 35 mil millones de dólares. Comienza el proceso de la crisis, avanza la marea de la depresión: el 4 de marzo de 1933 explota el sistema bancario; en 1934 hay 14 millones de desocupados. Cegada por el sensacionalismo, la prensa no había advertido el peligro de la crisis: “en lugar de esforzarse por señalar el camino al país, ya fuese por medio de una presentación vigorosa de noticias significativas o a través de comentarios interpretativos”,[138]le interesa el crimen y el sexo, Hollywood y el deporte. Le faltaba “el examen sereno de las tendencias económicas y de la situación mundial”.[139] Esta necesidad de un periodismo con visión de profundidad, que penetre el significado de los acontecimientos, se había manifestado ya durante la Primera Guerra Mundial, pero sólo se afirma y se desarrolla como consecuencia de la crisis y del New Deal, en la década de los treinta.[140] El New Deal En 1932, en medio de la crisis, Roosevelt triunfa sobre Hoover, quien se había postulado para la reelección, y se instaura en Estados Unidos una nueva concepción política: el Estado asume la función —he ahí el New Deal— de “regulador del fenómeno capitalista”.[141] Del régimen de libre competencia, en la cual una “mano invisible” —el mecanismo del mercado por la acción de la oferta y la demanda— rige el mundo económico con prescindencia absoluta del Estado, se salta a la intervención del gobierno, en una experiencia de economía dirigida dentro del marco del capitalismo. En virtud de esta concepción, el Estado adopta una serie de medidas: limita las áreas de cultivo, fija precios mínimos para las cosechas y cuotas máximas de producción; reorganiza la industria, reglamenta la bolsa de valores y crea un plan de seguros para proteger los depósitos bancarios; aplica una firme política antitrust e implanta el seguro social, el derecho de sindicalización y de contratación colectiva; impulsa la ocupación mediante un vasto programa de obras públicas, y en calidad de empresario desarrolla el proyecto de rehabilitación del Valle del Tennessee. En otras palabras: se produjo un cambio económico, político y social, cuya explicación rebasa los límites de la simple información, aislada y fragmentaria, y exige que los hechos se enfoquen en su perspectiva histórica y social. En el decir de John Hohenberg, profesor de la Universidad de Columbia, “el relato de los acontecimientos del Nuevo Trato dejó de manifiesto lo inadecuado de la nota periodística sin excepción”;[142] y en opinión de Edwin Emery, de la Universidad de Minnesota, enfrentó “a los reporteros y a los redactores de mesa, por igual, a un problema tras otro”.[143] La Segunda Guerra Mundial Un hecho de gran importancia también en el desarrollo del periodismo interpretativo lo constituye la Segunda Guerra Mundial. Es tan decisivo que el quién de las 5W-H arrastra al primer plano al porqué o al para qué —los puntos claves del periodismo interpretativo— dramáticamente y potenciándolos. La Segunda Guerra Mundial enfrenta a Alemania, Italia y Japón contra Estados Unidos, Inglaterra, Francia y la Unión Soviética. Se trata de dos bloques bien definidos en lo que cada uno significa para los pueblos del mundo. De un lado, el fascismo, el nazismo y el militarismo japonés; del otro, la democracia liberal y el socialismo, cuya sola presencia cambia por completo el sentido y el contenido del conflicto: lo transforma de una guerra imperialista por la redistribución de las colonias, los mercados y las fuentes de materias primas, en una lucha por la liberación de los pueblos. Cuando termina la guerra sólo quedan dos grandes potencias mundiales, Estados Unidos y la Unión Soviética; media Europa ha pasado al socialismo, los ejércitos de Mao avanzan victoriosos de Yenán a Pekín y el mundo colonial se revuelve, convulso, hacia la conquista de su independencia: el número de miembros de las Naciones Unidas se eleva de 50 en 1945 a 152 en 1980. El capitalismo se estremece por el ascenso de las masas y de los pueblos coloniales. Dentro de un clima de tensiones, se abre el período de la guerra fría. La complejidad de todo este proceso —desde el nacimiento del fascismo y el nazismo y lo que estas ideologías representan, hasta el nacimiento de las democracias populares, la independencia de la India y el triunfo del socialismo en China— sometió al periodismo a una prueba “aún más grande”[144] que la del New Deal, y acabó con las dudas que todavía pudieran quedar acerca de la necesidad de explicar los hechos mediante la investigación y el análisis de sus causas, las circunstancias en que se produjeron y la proyección de sus consecuencias. Para decirlo con palabras de Emery, “se volvió indispensable la interpretación adecuada de la información internacional”.[145] La radio y la televisión El 2 de noviembre de 1920 ocurre un hecho extraordinario en el desarrollo de la comunicación colectiva. Ese día la KDKA, estación de Pittsburg, difunde minuto a minuto los resultados de las elecciones presidenciales que disputan Cox y Harding. La radio se convierte así en un medio de información de masas y entra en competencia con el periódico. Gracias a la onda hertziana, que viaja a la velocidad de la luz, la radio ofrece la característica y la ventaja de la información al instante: el público conoce la noticia en el momento en que se produce el hecho que la origina. En cambio, en el periódico se interpone todo ese transcurso de tiempo que va de la composición y el montaje a la rotativa, y de la rotativa al lector. En otros términos, la radio informa al segundo; el periódico en horas. Con el advenimiento de la televisión, el problema se complica para el periódico, pues este nuevo medio de información combina las ventajas de la radio con las de la imagen en movimiento. Ahora el público se convierte en testigo presencial de los hechos: el 20 de julio de 1969 el mundo ve descender al hombre sobre la Luna. Frente a esta situación el periódico tiene que revisar sus sistemas operativos. Como dice Neale Copple: Debemos pensar que si le han quitado al periódico las primicias de un reportaje, no tiene ningún sentido competir con estos medios precisamente con sus propias armas (...) Si los medios electrónicos ofrecen lo superficial, los periódicos deben ofrecer lo profundo (...). Cuando el reportero organice su reportaje deberá recordar que no va a ser el primero en llegar, pero sí el que llegará con más detalles.[146] Del mismo criterio es Raymond B. Nixon. Para él, “El periódico (...) va a competir con buen éxito ofreciendo mayor profundidad, mayor número de antecedentes, mayor información”.[147] De otro modo, frente a estos medios que anticipan la noticia, al periódico no le queda otro camino que el de darla en su significación. Como apunta Albala: “El lector, a pesar de saberse ya enterado, tiene conciencia de que no será informado hasta que el periódico fije, documente y “ordene” el hecho que ha supuesto, en su habitualidad social, una determinada alteración”.[148] La ciencia y la tecnología Por sus implicaciones económicas, sociales, políticas y culturales, la ciencia y la tecnología reclaman hoy un puesto de privilegio dentro del periodismo; constituyen un foco de atención y de preocupación para el hombre contemporáneo. La vida transcurre hoy en un ambiente de máquinas y aparatos que van desde la computadora, el reactor atómico, el satélite y los sistemas automatizados de la industria, a la lavadora, el televisor, el automóvil, el aire acondicionado o el discado telefónico directo en la comunicación de larga distancia. Se trata —dice Georges Friedmann— de un fenómeno de vastas dimensiones que no deja de ganar y de impregnar aún más nuevos sectores de la vida del trabajo, el hogar, la calle y el ocio, (pues) la civilización técnica, por sus prodigiosos medios de difusión, lo abraza absolutamente todo.[149] Se ha producido así una profunda transformación que modifica en el hombre no sólo sus costumbres, sino su forma de sentir, de percibir y comprender el mundo. Pero vivimos también el momento de la degradación del ambiente. El aire de las grandes ciudades se ha vuelto irrespirable; ha aparecido el “smog”, la neblina originada por los gases contaminantes que lanzan a la atmósfera las chimeneas de la industria y los escapes de los automóviles: los lagos, como el de Valencia y el de Maracaibo, tienden a convertirse por la contaminación en depósitos de aguas muertas, si no se toman las medidas necesarias para su rescate y conservación. Hoy deben conciliarse desarrollo económico y protección ambiental. Por otra parte, avanzamos hacia la realización de lo inconcebible por obra de la ciencia y de la técnica: El profesor Norbert Wiener, el creador de la cibernética, habla de una posibilidad fantástica, increíble: la proyección telegráfica de un ser humano, o la transmisión de un organismo vivo como hoy se transmite un mensaje telegráfico. La individualidad corporal —dice Wiener— es la de una llama más que la de una piedra; es una forma más que una sustancia. Esta forma puede transmitirse, modificarse o duplicarse, aunque en lo que respecta a esto último sólo sabemos hacerlo en distancias muy cortas. Y llega a más: “Admitamos que no es intrínsecamente absurdo, aunque esté muy lejos de su realización, la idea de viajar por telégrafo, además de hacerlo en tren o en avión”. E insiste con frases un tanto escalofriantes: “El hecho de que no podamos telegrafiar la estructura de un ser humano de un lugar a otro parece deberse sólo a dificultades técnicas”.[150] Ya se prevé también la posibilidad de controlar el clima, de terminar con inundaciones y sequías, de convertir en jardines los desiertos. Pero esa posibilidad encierra, asimismo, una amenaza: la de “provocar huracanes como arma militar”.[151] De igual modo, la ciencia y la tecnología constituyen condición indispensable para el desarrollo económico y el progreso social, pues la revolución científica y tecnológica se transforma en revolución de la industria y de la agricultura. Como dice Roberto Salas Capriles, la tecnología es “la incorporación en forma racional y organizada de los conocimientos científicos al sistema productivo”.[152] Para ello, precisamente, ha devenido en uno de los aspectos claves de la lucha por la liberación económica y política en los países del Tercer Mundo, que por razones históricas —el antidesarrollo a que se han visto sometidos por la dominación imperialista— se encuentran hoy en la situación de una alta dependencia tecnológica. “En Venezuela (…) se utilizó —escribe Salas Carriles— la más moderna tecnología disponible en los países de origen de las compañías transnacionales que explotaban el petróleo venezolano, lográndose altísimos índices de productividad, superiores, en muchos casos, a los obtenidos por esas compañías en sus propios países. Sin embargo, nos encontramos que después de más de 40 años de explotación petrolera, se continúa alquilando tecnología, y es apenas ahora, después de la nacionalización de la industria, que se está iniciando en el país un proceso de investigación y desarrollo en materia de petróleo”.[153] Debe señalarse, en demostración del subdesarrollo tecnológico, que en Venezuela, en vez de un investigador por cada 1000 habitantes —lo que recomienda la UNESCO—, existe uno por cada 4000; y que en lugar de destinarse el 1% del P. T. B. a gastos de investigación y desarrollo —como también lo establece la UNESCO— sólo se invierte el 0.38%. Igualmente, “de las patentes que se registran en el país, menos del 5% pertenece a venezolanos”, y los pagos por concepto de royalties “se estima que sobrepasan los 200 millones de dólares anuales”.[154] Gumersindo Rodríguez, ex-ministro de planificación, apunta que “en la industria de alimentos la relación entre las regalías que se derivan de la propiedad de esta “tecnología” es, con respecto a las ventas, “seis veces superior al promedio de toda la industria establecida en Venezuela”; y que, dentro de las empresas que operan en este campo, una de capital interamericano “recupera el capital invertido en dos años, sólo por pago de regalías, ya que anualmente remite un equivalente al 55% de su capital invertido”.[155] Se ha vuelto, pues, necesaria la explicación de la ciencia y de la tecnología en una tarea de liberación nacional; y al mismo tiempo, para evitar sus aplicaciones en actividades contrarias a la supervivencia, el progreso y la felicidad del hombre. La investigación de la comunicación colectiva Influyen también en el surgimiento y desarrollo del periodismo interpretativo las investigaciones sobre la comunicación colectiva: habían venido demostrando que los lectores piden “la explicación de los acontecimientos que conducen a la noticia” y “opiniones e interpretaciones” acerca de los asuntos públicos;[156] en otras palabras, “quieren ayuda para comprender las noticias y reconocer su importancia”.[157] Se había encontrado igualmente que el individuo puede sentirse aplastado por el extraordinario volumen diario de información diversa, compleja y, sobre todo, fragmentaria, de que se dispone en el mundo contemporáneo, por lo cual, para apartarse del “caos” que le rodea, vuelca exclusivamente su atención hacia los asuntos de su vida privada. Es el fenómeno que se conoce con el nombre de “privatización”. Puede darse asimismo la situación contraria: el problema de la narcotización. En este caso, por su exposición continua a la información, que convierte en un fin en sí misma, el individuo “llega a confundir el conocimiento de los problemas del día con la acción respecto a ellos”.[158] “De aquí —como lo afirma un psiquiatra social— que la edición de noticias y la interpretación de sucesos sean de gran importancia para la sociedad, dado que la gran mayoría de la gente no se encuentra en situación de comprender la significación de una mera exposición de hechos”.[159] Un enfoque distinto Por primera vez en la historia los problemas se han universalizado. De 1914 a 1945 se han producido dos guerras mundiales, la crisis del 29 sacudió todo el sistema capitalista, y hoy surge el problema de la energía. Caracas queda ya a sólo ocho horas de vuelo de Madrid, y la comunicación por satélite nos entrega el mundo a cada instante. La ciencia y la tecnología han lanzado al hombre a las estrellas, y a todos nos atañe la situación del Medio Oriente y lo que ocurre en El Salvador o en Polonia. Para usar una expresión de McLuhan, hoy vivimos en la aldea global. Y esta transformación, este cambio radical en todos los órdenes de la sociedad moderna, ha tenido que reflejarse en el periodismo, dando origen al enfoque interpretativo a través del análisis y el porqué. La interpretación: un nuevo concepto de la objetividad El periodismo interpretativo se sitúa entre la información y la opinión. Indaga el porqué y el para qué de lo que ocurre. Se interesa por los hechos y su significado. Porque juzga y valora al colocar los hechos en su perspectiva correcta, para ofrecerlos con visión de profundidad —determina y analiza las causas de los acontecimientos, examina su repercusión sobre la situación general del momento y traza sus proyecciones futuras— el periodismo interpretativo implica cierto grado de subjetividad. Como lo ha señalado Doménico de Gregorio, el tratamiento interpretativo puede constituir la línea de sutura entre las dos tesis opuestas que definen la noticia como expresión subjetiva y objetiva, respectivamente; ya que en la interpretación es necesario sacrificar una posición de objetividad mayor que la que los mismos sostenedores de la tesis positivista conceden que está inevitablemente destinada al sacrificio.[160] Semejante enfoque irrumpe necesariamente contra lo que se ha denominado el antiguo concepto de la objetividad. Esbozado en 1702 por el primer diario del mundo —el Daily Courant, de Londres—, este concepto excluye de la noticia el “comentario y conjetura propios”, por lo cual “narrará solamente la materialidad del hecho, suponiendo que otras gentes tienen bastante sentido para hacer reflexiones por sí mismas”.[161] No era éste, desde luego, el norte que habría de seguir la prensa. Surgirá, por el contrario, el fogoso periodismo personal, instrumento de una causa, con el que la burguesía cuestionará todo lo que en el orden económico, político y social obstaculice su ascenso al poder y su consolidación en el dominio del Estado. Por más de siglo y medio se desarrollará el periodismo de opinión, que sacó “la filosofía de los gabinetes de estudio y de las bibliotecas para instalarla en los clubs y en los salones, en las mesas de té y en los cafés” —esclarecedora frase con la que Joseph Addison, extraordinario periodista inglés del siglo XVIII, ambicionaba que se le recordara.[162] Satisfecho el proceso revolucionario de la burguesía, sobrevendrá, hacia el último tercio del siglo pasado, un periodismo degradado —de compleja estructura industrial y financiera, y concepción netamente comercial—, que maneja la noticia como una mercancía, y recobra y afina el postulado del Daily Courant... Supone que el periodista “no (...) deba reaccionar frente a los acontecimientos”, reduciéndolo a la categoría de “grabador fonomagnético que tome y lleve notas”.[163] Mito y superficialidad Sobre esta tesis, con la que se intenta despojar al periodista de toda subjetividad, Hohenberg escribe: Antes se enseñaba en muchas partes y se creía sinceramente que las columnas de noticias consistían exclusivamente en hechos, en tanto que la página editorial la integraban las opiniones, en su totalidad, y que los hechos y las opiniones nunca se mezclaban. Éste era el concepto supremo de la objetividad periodística. Empero, hasta en los lugares en que se observaba rígidamente esta regla, en realidad nunca fue posible aplicarla en todos los casos. Tal objetividad rígida existía sólo en teoría.[164] Criticando esta doctrina de la objetividad —crítica para la cual, como efectivamente lo es, constituye “ejercicio de la opinión”, el simple hecho de decidir si se publica o no una información, o el de seleccionar, en la reseña de un discurso, los hechos y las citas textuales que deben destacarse u omitirse—, Hohenberg llega a sostener que la rigidez con la que “solía definirse era un mito”: en los casos citados operaba el “propio juicio”, nunca el “resultado de un proceso objetivo”.[165] Además —lo recuerda Walter Lippmann, famoso columnista—, la experiencia diaria demostraba, en las páginas mismas del periódico, la imposibilidad de mantener aquella estricta separación. “Con el transcurso del tiempo —agrega— casi todos nosotros hemos llegado a comprender que la antigua distinción entre hecho y opinión no se adapta a la realidad de las cosas (...) por ser el mundo moderno tan complicado y tan difícil de comprender, se ha vuelto necesario no sólo informar acerca de las noticias, sino explicarlas e interpretarlas”.[166] Se entraba, en realidad, en una nueva etapa del periodismo, que censura “la reproducción fotográfica de la corteza de los sucesos sin penetrar en ellos para ver qué hay debajo”.[167] A eso, a lo superficial, había conducido la antigua objetividad. La profundidad, el esfuerzo por descubrir los intereses, motivaciones y causas —las fuerzas sociales que se mueven en el fondo de los acontecimientos—, o el correlacionar hechos afines, constituía campo vedado para esta mutilada concepción del periodismo. “Por extraño que parezca —expresa el Committee on Modern Journalism—, la mera exposición de los hechos suele ser insuficiente en la información verídica de un acontecimiento”.[168] Y Charnley: Ese género de información sólo trata de hechos conocidos y no tiene más profundidad que la del papel en el que van impresos. Carece totalmente del ingenio, la inventiva y la enérgica curiosidad que lleva al cronista competente a hurgar en el fondo de la noticia.[169] Las necesidades del lector Por otra parte, las investigaciones de la comunicación colectiva revelaban —lo que establece Bernard Berelson en “lo que significa echar de menos el periódico”— que los lectores pedían “los detalles y la explicación de los acontecimientos que conducen a la noticia”.[170] George Gallup, célebre especialista norteamericano en mediciones de opinión pública, afirma: A los lectores les agrada que se les diga lo que es importante y lo que no lo es. Todas las pruebas de que se dispone refutan la teoría de que los lectores de periódicos quieren llegar a sus propias conclusiones y desean que se les informe exclusivamente acerca de los hechos escuetos. En realidad, quieren ayuda para comprender las noticias y reconocer su importancia.[171] Se le asestaba así un nuevo golpe al periodismo objetivo de viejo corte, en cuyo criterio debía dejarse que el lector sacara sus propias conclusiones, a través de los hechos que le presentaba en sus informaciones. El nuevo concepto de la objetividad Por la incapacidad que había demostrado para abordar problemas tan complejos, como la crisis del 29, el New Deal, los que acarreó la Segunda Guerra Mundial y otros —que requerían de un planteamiento interpretativo—, el periodismo de viejo cuño entra en proceso de expiración. Se hacía indispensable un cambio de rumbo. Se requería de un nuevo enfoque que se adaptara a las condiciones del mundo contemporáneo. En consecuencia: La antigua objetividad, que consistía en sujetarse a un relato apegado a los hechos de lo que se había dicho o de lo que se había hecho —señala Edwin Emery— fue sustituida por un nuevo concepto de la objetividad, basado en la creencia de que el lector necesitaba que los acontecimientos le fuesen presentados en su perspectiva correcta, para que de esa manera pudiesen conocer la verdad.[172] Con esta postura se abandona definitivamente otro de los aspectos claves de la vieja doctrina: el criterio de que la noticia, por cuanto “no es historia (...) y sus hechos no son históricos (...), se refiere, en general, a hechos aislados y no trata de relacionarlos ya sea en forma causal o en forma de secuencias teleológicas”.[173] Ahora se entiende que “las noticias son parte de un contexto, (...) que los acontecimientos no son fenómenos aislados sino que deben ser vistos dentro de un marco general”[174]; que es preciso “evaluarle e interpretarle los hechos al lector, señalando su ubicación en el amplio contexto histórico y social, así como las distintas fuentes de las que emerge el hecho”.[175] Es lo que Charnley llama la “cuarta dimensión” de la noticia, por lo que habrá de proclamar: En nuestros días, la crónica de un hecho de resonancia, presentada aisladamente, sin relación con el medio, sin hitos que ayuden al lector a estimar su valor en función de otras noticias, se considera mutilada. Vivimos en una época llena de complejidades en la que no hay acontecimientos totalmente aislados; (...) la nota que no explica las circunstancias del acontecimiento es incompleta. La noticia debe tener no sólo extensión, anchura y altura, sino también profundidad y orientación.[176] Aquel modo de captar los acontecimientos de manera anecdótica, como si surgieran por obra de magia, en acto de generación espontánea, cede su posición a la del “encuadramiento” del hecho, en la búsqueda de su raíz y trascendencia, a la de “su ubicación en el amplio contexto histórico y social” en el que origina y repercute, desarrollando, a su vez, nuevas situaciones. Investigación y documentación Esta visión, que interrelaciona los fenómenos del proceso social, demanda y postula la necesidad de una investigación atenta, amplia y rigurosa, que conduzca a la aprehensión de lo que se encuentra en el fondo de los acontecimientos para señalar por qué ocurren y determinar así su significación. Establecer y esclarecer tales hechos ocultos es, precisamente, lo que el periodismo interpretativo se propone. Sólo la investigación permite determinar la profundidad y la dimensión de un acontecimiento, descubrir sus causas y sus posibles consecuencias, y enmarcarlo en la dinámica de sus interrelaciones. Constituye, en síntesis, el modo de fundamentar y documentar su significación. Frente al carácter eminentemente subjetivo del periodismo de opinión, el interpretativo expone la noticia en todas sus implicaciones, situándola, sin llegar a ser ejercicio “puro” de opinión, en la perspectiva de su trascendencia. De ahí que, mediante la investigación y la documentación de los hechos, el nuevo concepto de la objetividad recalque el aspecto primordialmente informativo de la interpretación. Interpretación y opinión Periodismo de frontera, de “línea de sutura” entre lo subjetivo y lo objetivo, obligó a delimitar sus diferencias con el periodismo de opinión. Para Neale Cople: Hay confusión respecto a interpretación, observación y opinión. La interpretación es superdefinición. Observación significa descripción de los hechos, y opinión da la idea de conclusiones personales sacadas de esos hechos. La observación y la interpretación, sin opinión, son ciertamente partes legítimas del reportaje profundo.[177] Señala: “la expresión ‘reportajes investigativos’ (…) en general describe los trabajos que resultan de sacar a la luz los hechos que están debajo de la superficie”. Y agrega: “En estos reportajes no hay opiniones. Se diría que son descripciones científicas. Los hechos se amontonan uno sobre otro, y no se llega a ninguna conclusión hasta que los hechos mismos la forman”.[178] Insiste. Para él, informar a fondo “no es opinión. No es tratar de influir, aunque uno de sus resultados puede ser influir”.[179] Según el Committee on Modern Journalism, interpretar es correlacionar “hechos afines (no opiniones)” que el público “necesita para juzgar y valorar la integridad de las personas y de los acontecimientos en las noticias”.[180] Advierte que “el reportaje interpretativo explica las noticias que se ocultan tras las noticias”, mientras “el editorial, a diferencia de las otras secciones del periódico, se ocupa de las opiniones”. Si resulta evidente que “casi todos los temas se prestan tanto al reportaje interpretativo como al editorialismo (...), la distinción estriba en la intención: sólo éste último entraña juicios premeditados de valor de parte del que escribe”.[181] Lester Markel también considera: Es preciso reconocer la diferencia entre interpretación y opinión. La interpretación —afirma— es una apreciación objetiva basada en antecedentes, conocimiento de la situación y en análisis de hechos primarios y relacionados entre sí. Por otra parte, la opinión editorial es un juicio subjetivo; es tomar partido; es casi como una exhortación.[182] Siempre, desde este punto de vista, se hace hincapié en la objetividad. Charnley, por ejemplo, cuando habla de que la noticia debe tener profundidad y orientación, aclara: “La nuestra no es la orientación política de cien años atrás —alude así al periodismo de opinión—, cuando la presentación de la noticia dependía de las inclinaciones y los fines políticos del que la redactaba; es orientación de causa y efecto basado en la objetividad”.[183] El análisis El desmontar el acontecimiento en los diferentes elementos que lo configuran como un todo para examinar sus características y el modo como opera cada uno en particular, en relación con los otros y tomados en conjunto, constituye el rasgo esencial de la interpretación. Si el periodismo interpretativo fuera sólo: “Dar antecedentes que coloquen los hechos en su correcta perspectiva (...) no habría problemas” —sostiene Rivers. Y agrega: “No sólo se trata de eso. El periodismo interpretativo no implica sólo antecedentes, sino también análisis, es decir, penetrar en los hechos para determinar su significado”, lo que —de acuerdo con la cita que hace de Erwin Canham, director del Christian Science Monitor— envuelve: “Antecedentes, circunstancias que rodean, hechos previos, motivaciones”.[184] Es el análisis el que, en opinión de Rivers, distingue a la interpretación del viejo periodismo objetivo. En otras palabras: el cuidadoso examen de las causas y de la situación en la que se genera el acontecimiento, así como de sus consecuencias —estudiándolas por separado e interrelacionándolas, junto con la indagación de las motivaciones y la visión de totalidad proyectada en perspectiva— integran el eje que sostiene la interpretación, y sobre el cual gira y se organiza. Periodismo motivacional Es oportuno destacar que las motivaciones representan un centro especial de atención. T. M. Bersntein, del Times de Nueva York, estima que “esta nueva dimensión es una fase del periodismo interpretativo que podríamos llamar periodismo motivacional: explicar las razones —las verdaderas razones, en cuanto puedan establecerse— subyacentes a las acciones de grupos e individuos”.[185] Calar en las motivaciones es descubrir y revelar los objetivos y los intereses que se anudan en las corrientes profundas de los acontecimientos, es determinar el porqué desde un plano más elevado, en el cual se combinan los factores y condiciones externos, y hasta aspectos compulsivos de la propaganda, con la experiencia vivida por los grupos y las clases sociales. La opinión en la interpretación El hecho de que se acentúe el lado informativo de la interpretación no significa, en modo alguno, que se ignore el tinte de subjetividad que la conforma. Al contrario. La Comisión sobre la Libertad de Prensa, que fue integrada por un grupo de eruditos para estudiar el problema del monopolio en los medios de comunicación en los Estados Unidos, reconoce que todos los hechos tienen contenidos que necesitan ser explicados, y las explicaciones no pueden estar enteramente libres de las opiniones de los reporteros. Pero las condiciones modernas requieren un esfuerzo más grande que nunca —son sus propias palabras— para distinguir los hechos de las opiniones.[186] Existe, en realidad, un doble problema. Por una parte, el periodismo interpretativo evita el comentario ostensible y sostenido; y por otra, discrimina el hecho de la opinión. Es más, cuando se vierte de modo franco una opinión, exige su documentación, el respaldo inmediato de los hechos. Hohenberg, quien describe e ilustra con diversos ejemplos las formas de interpretar, señala: Las opiniones que se presentan, aunque son las del reportero, resultan válidas y están apoyadas por completo en los hechos que documentan los relatos interpretativos. No se pide al lector que acepte nada de lo que le dice el reportero, pero se le da la ocasión de que compruebe las conclusiones a que ha llegado el periodista, sopesando él mismo los hechos.[187] Sobre dos trabajos interpretativos que se refieren a un mismo asunto —uno, de James Reston, lo publicó el Times de Nueva York; el otro, la revista National Observer— Charnley manifiesta: “Ambas son piezas interpretativas; ambas dependen en alto grado de los hechos, pero ambas interpolan el comentario del columnista fundándose en los hechos”. Reston “intercala una serie de opiniones o evaluaciones”; National Observer, que dispuso de mayor tiempo por ser una revista, “con más (…) pruebas en la mano, quiso analizar los resultados”.[188] No, no se trata de una exposición sistemática de ideas y de juicios —lo que corresponde al periodismo de opinión—, sino de una técnica esencialmente informativa: la interpretación. Comprende la opinión, pero afianzada continua y firmemente por los hechos. Objetividad y honestidad Este nuevo concepto de la objetividad, que obliga a revelar el significado de los acontecimientos, implica un profundo cambio en el modo de concebir y hacer el periodismo. El tránsito de la fragmentación de la realidad a su visión orgánica, para lo cual los hechos deben analizarse en su interrelación con el contexto histórico y social, presupone una mejor preparación en el periodista y un mayor empeño por formar una opinión pública avisada y alerta. Por otra parte, el nuevo concepto de la objetividad involucra el de honestidad, según expresa José Luis Martínez Albertos.[189] Al aceptar la subjetividad del periodista —que no otra cosa constituyen el análisis y la opinión, aún dentro de las limitaciones que los tratadistas le señalan— necesariamente acepta su modo de ver y comprender el mundo. Como bien dice Loory: “Equivale a compartir mis pensamientos”.[190] Es precisamente este modo particular de ver y comprender el mundo lo que determina —al “superar la alineación a que ha estado sometido” y “reconocerse en el trabajo que realiza”[191]— la plena responsabilidad profesional del periodista. Tal fidelidad a los principios y valores propios es la que perpetúa y garantiza la singularidad de sus enfoques. Autentica y distingue así —en despliegue y afirmación de su personalidad— todas y cada una de sus interpretaciones. Constituye, en el plano de la información, el encuentro del periodista consigo mismo. El reportaje interpretativo Creatividad e investigación, el reportaje interpretativo es el género periodístico que aborda un acontecimiento en profundidad y lo determina en su trascendencia y significación social. Busca establecer —en una “presentación completa, casi enciclopédica”, ha dicho un periodista norteamericano[192]— de los hechos que configuran, en sus diferentes aspectos, un acontecimiento de interés público. Tema y finalidad El reportaje surge de un proceso reflexivo a través del cual se engendra la idea original. Se inicia con la escogencia misma del tema, que ha de ser de actualidad, poseer “cierto dramatismo[193] y relevancia social”; además de que, por su complejidad, resulta “de difícil entendimiento para el público”.[194] Es tal la importancia del tema, que el Dr. Karel Storkan —jefe de Cátedra de la Prensa Periódica de Checoslovaquia— advierte: “Escribir un reportaje significa que el hecho es adecuado para el género, (...) que en este momento no tolera otra forma de comunicación que la del reportaje”.[195] El tema debe revestir, pues, características especiales. Y, fundamentalmente, que se le capte de un modo particular: es lo que Copple llama “refinar la idea para convertirla en una norma”, [196] lo cual no es otra cosa que establecer la finalidad del reportaje. Existe en todo reportaje —pauta, guía, norma, punto de vista o referencia, hipótesis de trabajo, o como quiera llamársele— un hilo conductor que lo vertebra, lo estructura y orienta. Su objetivo —afirma Federico Álvarez— “es la demostración de algo”.[197] Información y análisis, el reportaje se centra en una idea, que clarifica y delimita lo que se desea plantear, que rige y determina la consecución de los datos. “Al escribir un reportaje —expresa Storkán— me planteo la pregunta de si la finalidad que elijo sirve adecuadamente a la interpretación de hechos que tengo ante mí.”[198] La investigación Establecido el tema que se desea plantear —la posibilidad, por ejemplo, de obtener una nueva raza lechera; o el determinar si la tarifa del acueducto responde a criterios de justicia social, desarrollo económico y autosuficiencia del servicio— se procede a la planificación de la investigación. Los reportajes —escribe José A. Benítez— “no pueden realizarse improvisadamente, como resultado de una inspiración súbita”.[199] No se trata de una búsqueda a ciegas, sino con un propósito definido, que orienta al reportaje desde el momento en que se concibe hasta el punto final. Preparado de este modo para acometer el trabajo de recolección de los datos, el periodista actuará organizadamente: consultará fuentes documentales —libros, revistas, periódicos, informes, estadísticas, etc.—, efectuará entrevistas personales y practicará la observación directa. Realizará una labor exhaustiva en todos y cada uno de los aspectos que abarca el reportaje: que le descubra los antecedentes y las causas del problema, lo capacita para insertarlo y articularlo en la situación del momento y le permita apreciar sus proyecciones futuras. Todo ello le proporcionará un cúmulo de pistas, datos, informaciones, opiniones, apreciaciones técnicas, etc. Comprobará y sopesará cada dato, cotejará informaciones y opiniones, examinará las tendencias, los intereses que se mueven en el fondo de los acontecimientos, y extraerá conclusiones. En otras palabras: ordenará y jerarquizará cuanto ha logrado en sus investigaciones; lo analizará críticamente, lo valorizará. Puede ocurrir que la investigación mejore o niegue la norma o idea central que sustenta el reportaje. Si la niega, deberá abandonarse por razones de ética, o sustituirse por la que indica la realidad. Reportaje, ensayo y monografía El reportaje interpretativo se dirige “al intelecto del sujeto receptor”.[200] “Su meta es convencer, no impresionar”.[201] A un tiempo moviliza el interés y la imaginación del periodista por “hacer la historia tras la historia”,[202] y pone en juego su capacidad de análisis y reflexión. De ahí que el reportaje se emparente con el ensayo, cuya “naturaleza es interpretativa, pero muy flexible en cuanto a método y estilo”,[203] flexibilidad que también distingue al género periodístico. La vinculación entre ambas categorías había sido advertida por César Vallejo, el gran poeta y periodista peruano. La expresa en la nota con que presenta la edición española de Rusia en 1931, reflexiones al pie del Kremlin. Al discutir sobre el reportaje, rechaza por superficial “el meramente informativo y noticioso” y postula y caracteriza el reportaje interpretativo. Trato de exponer los hechos tal como los he visto y comprobado durante mis permanencias en Rusia —escribe—, y trato también de descubrirles, en lo posible, su perspectiva histórica, iniciando a los lectores en el conocimiento más o menos científico de aquellos, conocimientos científicos sin los cuales nadie se explica nada claramente. Mi esfuerzo es, a la vez, de ensayo y vulgarización.[204] Este afán por la profundidad y la solidez, por establecer las causas y la perspectiva de los acontecimientos, liga al reportaje, tanto al ensayo como a la monografía, del mismo modo que el propósito de vulgarización que lo anima —“para ayudar al lector (...) a pensar con más claridad y acierto acerca de los problemas y asuntos de interés colectivo”[205]— lo aproxima a la didáctica; pero se aleja de ésta y de la monografía —también lo apunta Medardo Vitier para el ensayo, al compararlo con una y otra— por su intrínseca libertad formal. Condición esencial El reportaje interpretativo se fundamenta en los hechos, con lo cual destaca y patentiza —condición sine qua non— su aspecto informativo; y señala, a su vez, la importancia de que la investigación sea lo más amplia y cuidadosa posible, obligación que deriva también de su función de servicio público. Como el reportaje se propone demostrar algo, y advertir sobre las posibles consecuencias del problema que trata, se han de someter los hechos a análisis y reflexiones. Emerge entonces la opinión; esto es el comentario que se engarza y se presenta claramente diferenciado de los hechos; a manera, por así decirlo, de acotación. No implica, sin embargo, el rechazo de la opinión franca sise procede a su debida documentación, ofreciendo así al lector la oportunidad de compartirla o desecharla. En todo caso —expresa Alexis Márquez Rodríguez—, lo esencial es que el público no solamente adquiera el puro y simple conocimiento de que determinados hechos ocurrieron de una determinada manera, sino también que pueda formarse una clara idea de los mismos y de sus posibles variadas implicaciones. Es decir, que el público pueda hacer su propia interpretación de lo sucedido, independientemente de que el periodista haya también comunicado la suya propia. En tal sentido es que entendemos la interpretación periodística y aún la opinión como parte de la información. O sea, que el periodista, al interpretar u opinar, debe limitarse a dar al público una información acerca de lo que él, periodista, piensa u opina sobre un determinado hecho. Pero siempre dejando al publico en libertad de hacer su propia interpretación, y formarse su propia opinión, que bien puede divergir de las del periodista.[206] Nótese como, para Márquez Rodríguez, la interpretación y la opinión adquieren aquí el sentido y el valor de una información. Precisa la diferencia con el periodismo de opinión. Creatividad e imaginación Realizada la investigación, ordenados, jerarquizados, y seleccionados los datos de acuerdo con la idea que encauza al reportaje, conviene recordar con Sartre: “Y, cuando se sabe de qué se va a escribir, queda por decidir cómo se escribirá. Frecuentemente, las dos decisiones se convierten en una sola, pero nunca la segunda precede la primera en los buenos escritores”.[207] Se arriba, pues, a la etapa de la redacción, que debe también planificarse. Por su flexibilidad y libertad formal, todos los autores coinciden en que no existen moldes o patrones para escribir un reportaje, sea éste de investigación o una relación testimonial. Su estructura y su desarrollo constituyen un desafío a la creatividad, la imaginación y la capacidad literaria del periodista. “El reportaje —afirma José A. Benítez— no puede esquematizarse ni enmarcarse en patrones o normas estrictas. Cada reportero desarrollará su estilo. Su trabajo, en términos generales, debe ser una creación personal”.[208] Es importante observar, sin embargo, que en el reportaje de investigación —el que venimos tratando— predomina la exposición conceptual, mientras que en el reportaje testimonial el recuento de “un trozo de historia, de historia tal como yo la he visto (...) de los acontecimientos de que fui testigo y a los cuales me mezclé personalmente o conocí de fuente segura”[209] es, en cambio, narrativa. Esas palabras de John Reed —en el prefacio a sus Diez días que estremecieron al mundo— constituyen la mejor definición del reportaje testimonial. Y pudieran completarse, para caracterizarlo todavía más, con lo que dice N. Krupskaya en el prólogo de la primera edición rusa de este gran clásico del género: No se trata de una simple enumeración de hechos, ni de una colección de documentos, sino de una serie de escenas vívidas y a tal punto típicas, que no pueden menos que evocar, en el espíritu de los que fueron testigos de la revolución, episodios análogos a los que ellos presenciaron. Todos estos cuadros, tomados directamente de la realidad, traducen de manera insuperable el sentimiento de las masas y permiten así captar el verdadero sentido de los diferentes actos de la gran revolución. Eso es: una relación vívida, llena de fuerza y colorido; la visión personal, la vivencia insustituible de un acontecimiento. Y en el captarlo en su “verdadero sentido”, la interpretación del mismo. No se olvide, en este punto de la redacción, que tanto la narración como la exposición pueden matizarse la una con la otra, así como con la descripción y el diálogo. Todo depende de su engarce y pertinencia, de la intención y el toque personal del reportero. De su habilidad literaria. Por la actitud creadora con que debe enfrentarse el reportaje, Storkán exige una imaginación despierta y “un dominio sobre los instrumentos literarios, que van desde el idioma hasta la composición literaria”;[210] y Julio del Río Reynaga, “un estilo, indudablemente literario, pero que no debe perder su sentido periodístico”.[211] El requisito de la calidad literaria del reportaje se refuerza con el advenimiento del nuevo periodismo, que en el decir de Tom Wolfe: Era el descubrimiento de que en un artículo, en periodismo, se podía recurrir a cualquier artificio literario, desde los tradicionales dialoguismos del ensayo hasta el monólogo interior y emplear muchos géneros diferentes simultáneamente, o dentro de un espacio relativamente breve... para provocar al lector de forma a la vez intelectual y emotiva.[212] Algunas recomendaciones Las características del lenguaje periodístico —exactitud, claridad, actualidad, agilidad— y su propósito de captar y mantener el interés deben estar presentes, desde luego, en todo reportaje. De capital importancia es la entrada. Desde el comienzo el reportaje procurará atrapar la atención y acicatear el interés del lector. Para ello: “Escribir y volver a escribir el encabezamiento, hasta lograr que sea interesante, atractivo, es la única recomendación válida”.[213] También debe cuidarse el cierre del reportaje. Los estudios de la percepción han demostrado que, en una serie de estímulos, los del principio y los del final son los que más impactan y perduran. Suele suceder —señala Copple— que los escritores experimentados planean sus finales al mismo tiempo que sudan tinta escribiendo sus entradas. Ello da al reportero un punto del cual partir y un punto de llegada y le facilita en cierto modo establecer la ruta entre ambos (...). Los hechos y la organización del reportaje determinan su final. En otras palabras, al igual que las buenas entradas, los buenos finales son hijos del pensamiento.[214] Este es un viejo secreto de la literatura: “Saber comenzar un cuento —escribe Juan Bosch— es tan importante como saber terminarlo (...). Un cuento que comienza bien casi siempre termina bien”.[215] Se proponen, igualmente, ciertos métodos que ayudan a ordenar y a facilitar la redacción del reportaje, tales como: “a) Elaboración de un boceto (...) para determinar lo que se va a decir y cómo decirlo, y (...) decidir cómo va a comenzar y cómo va a terminar”. Además, relacionará y ordenará los temas que se tratarán: “Bajo cada tema anotará, brevemente, ejemplos, incidentes, datos estadísticos y otros detalles que pueden ser utilizados para redondear el reportaje”. “b) Elaboración de un borrador. Después de tener el boceto que asegurará la presentación del tema en un orden lógico, el reportero procederá a extenderlo en un borrador (...). A veces es necesario reescribir el reportaje y repetir la operación dos y tres veces”. En cada oportunidad habrá de mejorarse.[216] Copple recomienda que se escriba un esbozo, cuya entrada deberá procurarse que “sea la definitiva”. Luego, “con la norma en frente, escriba los puntos principales que a su juicio deberá cubrir el reportaje”. De este modo, “la organización de la historia, su natural organización, empezará a tomar forma por sí misma”. Si en diez o doce veces no lo logra, “le ha llegado el momento de hablar consigo mismo, o con otra persona (...); siéntese, olvide sus notas y narre las cosas con sus propias palabras”.[217] Son, indiscutiblemente, recomendaciones útiles, fruto de la experiencia. Resaltan —es lo importante— la necesidad de que se planifique el trabajo. Constituyen una ayuda. Lo demás es expresión, realización personal. Género literario Flexibilidad y libertad formal, el reportaje se alza por sobre su limitación temática. Como es interpretación, en lo objetivo expresa el átomo —de ahí su fuerza y dinamismo— a través, y en el conjunto, de las partículas elementales que lo forman y su tremenda carga de energía. Al captar el proceso social tal como es —contradicción y movimiento— hace bullir la vida. Hechos, sí... Y juicio crítico, que transforme su rigor y profundidad en serpiente emplumada: esa visión en que la realidad se compenetra y se desenvuelve con la prestancia y gracia del vuelo. Multiplicidad de recursos y procedimientos, el reportaje es fibra íntima, acercamiento singular a los seres y las cosas, contención y efusión, reflexión viva. Originalidad e imaginación... Que coloque al lector en esa atmósfera de hechos, ideas y emociones que hacen sentir el flujo de la vida, enriqueciendo su sensibilidad y su pensamiento. Complejo, difícil es el reportaje. No existen fórmulas para elaborarlo. Como no existen para la novela, el cuento y el ensayo. Es acto de creación. “Forma parte —ha dicho Sartre— de los géneros literarios y (...) puede convertirse en uno de los más importantes entre ellos”.[218] Por algo es la pieza maestra del periodismo. César Vallejo, pionero del periodismo interpretativo En 1928 y 1929, César Vallejo visita por cuenta propia la Unión Soviética. De esos dos viajes queda un libro deslumbrante: Rusia en 1931, reflexiones al pie del Kremlin. Publicado ese año en Madrid por Ediciones Ulises, Azorín, Ramón Pérez de Ayala, Enrique Díez-Canedo y Ricardo Baeza lo recomiendan como el mejor libro del mes. Integran la obra dieciséis reportajes en los que Vallejo se nos revela como un agudo y extraordinario periodista que capta aquel mundo convulsionado, en transformación, sacudido por “un tremendo huracán político”, en el que el gigantesco esfuerzo por construir el socialismo —“El Soviet conduce al porvenir”— se nos ofrece en permanente diálogo con la gente del pueblo, que “en medio de las ruinas y devastaciones producidas por la Revolución de Octubre y las guerras civiles que la siguieron”, marcha, al timón de su propio destino, dentro de un proceso en el cual “todas las disciplinas son de transición, de las capitalistas y feudales a las disciplinas socialistas, pasando por una inmensa diversidad de formas y de ensayos intermedios”. Para entregarnos ese mundo en ebullición, donde “la masa reina soberanamente y sin trabas”, donde los obreros son “dueños y amos del ambiente social” y hablan “con la franqueza propia del obrero revolucionario, que no tiene por qué ocultar los defectos, lacras, lagunas y vacilaciones de la obra colectiva”, donde “políticamente, los grandes hombres (Lenin, Stalin, Trotsky, etc.) no son objeto de esa idolatría individualista y endiosadora de que gozan los buenazos gobernantes burgueses de los países capitalistas”, pues “decididamente, en el Soviet nos hallamos fuera de todo individualismo absorbente y en pleno colectivismo igualitario”. Vallejo, en la nota con que presenta su libro, reflexiona sobre el reportaje y clasifica en cuatro categorías los que se han escrito sobre Rusia: El reportaje que, titulándose de estudio del mundo soviético, se limita, en realidad, a hablar únicamente de la Rusia prerevolucionaria y antigua (casi todo el libro de Stefan Zweig); el estudio técnico, el simple reportaje fotográfico y sin comentario y, por último, el reportaje interpretativo y crítico. Rica por sus esclarecedores aportes teóricos es esta breve nota, en la cual el autor se exime de tratar sobre los reportajes de la primera categoría, “pues carecen de significación dentro de la bibliografía soviética”, a la vez que observa: “El estudio técnico no concierne sino a los iniciados: políticos, economistas, hombres de ciencia, artistas”. Es un informe profesional o académico para un círculo estrecho de profesionales. Su alcance termina donde empieza el criterio del gran público. Desde su posición de periodista, de hombre que asume el hecho actual para hacerlo, en su trascendencia social, del conocimiento y la comprensión del público masivo, Vallejo examina —son las que le interesan— las otras dos categorías. Adelantándose a las críticas de aquel periodismo objetivo, de falsa concepción y médula comercial, que imperaba en el mundo capitalista, el gran poeta peruano, convertido en reportero, rechaza “el simple reportaje fotográfico y sin comentario” por su incapacidad para tratar un acontecimiento tan complejo: el de la revolución proletaria en su transición al socialismo. El reportaje meramente informativo y noticioso —escribe—, tratándose de un fenómeno tan proteico y fluyente como es la revolución rusa, apenas deja en el no iniciado impresiones superficiales, dispersas y, a la larga, falsas, sin encadenamiento ni contenido orgánicos. La simple exposición de un hecho aislado define, a lo sumo, la existencia de éste y una existencia de fachada aparente. Cuando todavía no se ha entrevisto la necesidad de un periodismo de nuevo tipo, apto para el planteamiento en profundidad de los grandes problemas de nuestro tiempo, el autor de Rusia en 1931, reflexiones al pie del Kremlin, arremete contra el periodismo de hechos aislados y por ello, de “fachada aparente”, casi con las mismas palabras de los tratadistas modernos. No se queda el Vallejo periodista en la sola denuncia de lo superficial y falso del “reportaje meramente informativo y noticioso”. Propone la solución: se pronuncia abiertamente por la interpretación, señalando, con enfoque de hoy, los distintos elementos que la conforman: “Solo la interpretación —afirma— descubre el basamento social del hecho, su relación con los demás anteriores, simultáneos y posteriores; en fin: su movimiento dialéctico, su trascendencia vital, su perspectiva histórica”. Como en la poesía, Vallejo se hallaba en innovadora posición de avanzada... Si, como hemos visto, exige el comentario, advierte contra los reportajes de la cuarta categoría, que “son ya críticos, pero de una crítica sentimental y subjetiva”. La base racional y objetiva del espíritu crítico rige con igual rigor en las ciencias sociales como en las ciencias naturales. Tan necio sería negar, por un motivo sentimental, que el sol alumbra, como negar, por ejemplo, que el trabajo es el único productor de la riqueza. Para Vallejo, en consecuencia, la opinión debe basarse en el análisis de los hechos, y comprobarse con estos. Constituyen su componente racional, su evidencia objetiva. “De otro lado —agrega—, tampoco se logra explicar certeramente un hecho si el juicio no se desenvuelve en un terreno científico, o siquiera sea de cierta iniciación científica, accesible y necesaria al criterio medio del lector”. De este modo, Vallejo demanda, por una parte, la preparación científica, especializada del periodista, que lo capacite para la investigación y la comprensión de los fenómenos sociales —lo que hoy se ha vuelto una de las exigencias fundamentales del periodismo interpretativo—; y por otra —en lo que se anticipa a los requerimientos del periodismo científico—, que lo apreste para la traducción del planteamiento técnico a la lengua diaria, con el objeto de hacerlo accesible “al criterio medio del gran público”. Para esclarecer su pensamiento en este sentido, Vallejo insiste: “No basta haber estado en Rusia; menester es poseer un mínimo de cultura sociológica para entender, coordinar y explicar lo que se ha visto”. Queda un punto de gran interés. En estos reportajes sobre Rusia, Vallejo le dará primacía a uno de los elementos que configuran la interpretación. Ante un acontecimiento de tal trascendencia histórica, potenciará sus futuras consecuencias. “Trato de exponer los hechos tal como los he visto y comprobado durante mis permanencias en Rusia, y trato también de descubrirles, en lo posible, su perspectiva histórica”. Y agrega: Los juicios de este libro parten del principio según el cual los acontecimientos no son buenos ni malos por sí mismos ni en sí mismos, sino que tienen el alcance y la significación que les da su trabazón dentro del devenir social. Quiero decir con esto que yo avaloro la situación actual de Rusia, más por la velocidad, el ritmo y el sentido del fenómeno revolucionario —que constituyen el dato viviente y esencial de toda historia—, que por el índice de los resultados ya obtenidos, que es el dato anecdótico y muerto de la historia. La vida de un individuo o de un país exige, para ser comprendida, puntos de vista dialécticos, criterios en movimiento. La trascendencia de un hecho reside menos en lo que él representa en un momento dado, que en lo que él representa como potencial de otros hechos par venir. De aquí que en este libro insisto a menudo en acotar y hacer resaltar los valores determinantes de futuras realidades, mediatas o inmediatas, pero ciertas e incontrastables. Palpita en estos reportajes aquella Rusia de fervor revolucionario, de masa en movimiento, disparadas hacia la construcción del socialismo, en la que “se trabaja siempre con placer y se distrae siempre con utilidad”, en la que, aún en los grandes días feriados, “el regocijo continúa siendo creador”, en la que un albañil confiesa: El estudio y la reflexión acerca de cosas más o menos desusadas para mi espíritu de obrero manual me hacen bien y me reconfortan. Al salir de mi trabajo, a las cuatro, empezaba a sentir cierta fatiga física. Pero ahora, después de leer y pensar, tengo ganas de acción material, de correr o mover alga pesado con los brazos. Es la época del esfuerzo y del sacrificio, de la marcha hacia el porvenir... De la revolución rusa, que escapa al periodismo “meramente informativo y noticioso” y reclama la interpretación para poder ubicarla en su perspectiva histórica y social, tal coma habría de plantearlo César Vallejo, creador de un nuevo lenguaje en la poesía española y de una nueva concepción en el periodismo. El Diario de Maracaibo Información política dirigida y perspicacia para la noticia en otros campos de la actividad local, en la tarde del 2 de enero de 1859 aparece el primer diario del Zulia. Más o menos del tamaño de una cuartilla —31 centímetros de alto por 24 de ancho, y un área de impresión de 26 por 16 centímetros—, ese día entra en circulación el Diario de Maracaibo. Su modesta presentación recuerda a sus más antiguos predecesores. Al Daily Courant, de marzo de 1702, que se lanzó a la conquista de Londres —era el primer diario del mundo—, apenas hoja volandera impresa por una de sus caras. Por ambas lo estaba el periódico del Zulia. En el contraste del cabezal, la palabra “Diario” —levantada en bodoni mayúsculas de 72 puntos— anuncia y subraya el cambio que introduce en el periodismo regional. Fundado por Valerio Perpetuo Toledo —era su redactor y agente principal—, “saldrá todos los días por la tarde a excepción de los feriados, y se pondrá, por medio del repartidor, en las casas de los señores suscriptores”. Dividido en dos columnas de 18 picas, lo editaba la imprenta de Hernández y Gutiérrez —calle de la Independencia, Nº 5— y la suscripción mensual valía seis reales. No estaba preparada Maracaibo para empresa de esta índole. De acuerdo con Eduardo López Rivas y José López de Sagredo y Bru, de aquella pequeña hoja sólo se publicaron 143 números, de los cuales —me correspondió la fortuna de su hallazgo, en el Fondo Ovalles de la Universidad del Zulia— se han encontrado únicamente 23, todos en buen estado de conservación. Vida efímera, de aproximadamente seis meses, en contadas ocasiones el Diario de Maracaibo llegará a las cuatro páginas. Las noticias generalmente las ofrece en “Gacetilla”, sección fija que comprende notas informativas y de opinión, cada una encabezada con un titulito en bastardilla. “Comercio”, otra de sus secciones, recoge, mediante la búsqueda y comprobación diarias, los “precios corrientes” de los “artículos de consumo”, y el detalle de los “artículos de exportación”. Da, en “Almanaque”, las festividades del día en lo eclesiástico, civil e histórico, con la particularidad, en este último aspecto, de referirlo a Venezuela. Contra la Revolución Federal Tres hechos históricos enmarcan la salida del Diario de Maracaibo: la caída de la dictadura de Monagas en marzo de 1858, la constitución del inestable gobierno de Julián Castro, y el estallido de la Revolución Federal. Es imposible en estas circunstancias la neutralidad. El diario definirá su posición política, y manipulará abiertamente la noticia. Ataca a los “liberales monagüeros”, porque “no sois ni habeis podido abrigar sentimientos liberales” y “apelan al federalismo para probar nuevo engaño bajo nuevo ropaje”. Usa la noticia para debilitar, confundir y desprestigiar el poderoso movimiento de transformación social que encarna Ezequiel Zamora. De Coro informa sobre deserciones en las filas revolucionarias: “en grandes partidas” —afirma— se presentan a las tropas del gobierno. Cuando publica el repliegue de la guarnición de Guanare hacia Trujillo, “porque se acercaban las fuerzas de Zamora”, inmediatamente agrega, para sembrar la duda, ante la posibilidad de que se interprete como un triunfo: “Otros dicen que fue batido y tomado prisionero”. Como las condiciones están dadas para que la revolución trabaje las conciencias y sacuda las estructuras económicas y sociales del país, los éxitos de Zamora se propagan, como en un correo de brujas, por hilos invisibles. Maracaibo ha debido ser un hervidero de rumores para que el diario, con cargas de ironía, intente socavar el dato clandestino: “A nosotros —escribe en son de burla— nos amarrarán y castigarán, así que triunfe la revolución; pero en cambio le queda a Maracaibo el telégrafo aéreo, según unos, el cable submarino, según otros, que tan útiles servicios prestan hoy a los descontentos”. Pareciera, sin embargo, que el Diario de Maracaibo abrigaba aún la esperanza de la reconciliación nacional. Un título de violenta amargura —”¡Maldita Guerra!”— encabeza el anuncio de que el gobierno ha dejado sin efecto los decretos que indultan “a los de la facción de Guanarito” y suspenden “la expulsión de los venezolanos que la tenían impuesta”. La información económica Especial importancia reviste la información del Diario de Maracaibo sobre los precios de los artículos de consumo. Se trata de una información cuidadosamente buscada en los propios abastos. A lo largo de su empeñosa y fructífera vida periodística, y en un afán de servicio público, < Toledo se preocupará por ofrecer información al día sobre los precios de los artículos de primera necesidad. La situará siempre en primera página. Lo hace en el Diario de Maracaibo, después en el Correo de Occidente, y por último en Los Ecos del Zulia, su gran diario de formato desplegado que durará de 1880 a 1920. Se esmera en dar información totalmente fidedigna. Allí precisamente radica su valor: en el rigor y acuciosidad con que la trabaja. Y este celo no tiene por qué haber sido distinto en el Diario de Maracaibo. Es más, llegará un día en que, por razones de ética, se verá obligado a suspender este servicio. Ocurrirá en el Correo de Occidente, el bisemanario que Toledo funda al fracasar con aquél. “Cuando hemos omitido en nuestras columnas los precios corrientes —explica en el Correo de Occidente del 25 de febrero de 1860— ha sido porque hemos creído más conveniente no darlos, que exponer una inexactitud”: A excepción de tres o cuatro artículos —agrega—, no hay precio fijo por lo regular; y cuando decimos panela de 5 a 16 no es que se ha vendido a estos precios; sino que se ha realizado a 6 a 7, a 8, etc. Respecto a algunos artículos como el café, el cacao, etc., ningún periódico en esta tierra dice la verdad —advierte—, y es porque ya sea por egoísmo, ya por interés privado —y aquí salta a lo vivo el trabajo del reportero—, los unos se niegan a dar los precios, los otros no dan sino el que les conviene; o bien tienen que callar la última transacción porque así lo exigen sus intereses. Acaso es la única plaza que presenta estas dificultades; pero fuerza es confesarlo. Hay señor comerciante que nos ha dicho —concluye—: “yo no le doy los precios porque después viene el comercio con camorras conmigo”. Otros nos dicen: “nuestros precios no se los damos más que a los que nos remiten frutos, etc., etc., y ya se ve, que en este estado, lo más conveniente es dejarnos de precios, ya que tanto se aprecian”. Más tarde, en Los Ecos del Zulia, restablece la sección y notifica: “Revisados diariamente”. En una ciudad como Maracaibo, a través de la cual se financia y moviliza toda la producción de la cuenca del Lago —incluyendo Los Andes, Barinas—, y el café de las regiones orientales de Colombia, la información económica —y allí está el ojo periodístico de Valerio Perpetuo Toledo— es de primerísima importancia. El Diario de Maracaibo no sólo se ocupará de los precios. En el “Registro Principal” —lo que quizá constituye una novedad— recoge el mercado inmobiliario. Del mismo modo, publica la entrada y salida de buques y reclama el mejoramiento del puerto. Su información acerca del “movimiento del lago”, en relación con los precios corrientes de los artículos de consumo y sobre “artículos de exportación”, configura una imagen bastante completa sobre la producción agrícola y artesanal de la región. iAh!, cómo protesta por el fraude en pesas y medidas: “sisa que se experimenta en el mercado público”. No obstante que se ha denunciado ante el juez de abasto, “la estafa continúa con escándalo”. De todo un poco Sorprende la variedad en la información del Diario de Maracaibo. Por sus páginas desfila una ciudad que se queja porque “está privada de las horas desde las nueve de la noche en adelante”: a pesar de que “hoy tenemos más policías estamos menos servidos” —dice el periódico. Si echa de menos el grito del sereno, reclama al juez de Primera Instancia del Primer Circuito el cumplimiento de su deber: “en todo el mes que cursa —era el 19 de febrero— no ha concurrido sino cuatro o cinco veces al Despacho”. Por los tribunales civiles y de hacienda se mueve ese mundillo que pelea porque, por falta de cercas y linderos, “las bestias y ganados” de sus colindantes invaden siembras y sementeras; o ese otro, pendiente de una herencia, o que exige un pago; o éste, en demanda de prórroga para satisfacer sus obligaciones con el fisco. Comerciante hay que se dirige al Concejo para solicitar —petición denegada— que se le rebaje la patente. Ocurre a veces un chasco —fatal desgracia—, titula el periódico: un joven, al hacer “una airosa cortesía a un grupo de lindas criaturas”, se llevó la peluca en el sombrero, quedándole la cabeza “más limpia que un chipe”. Había llegado en esos días el plano de la ciudad con la nueva nomenclatura de sus calles; estaba por terminarse la torre de la catedral —“a las dos en punto (del 30 de marzo) quedaron colocadas todas las campanas”—, y en la práctica regía el estado de sitio: todos los que tengan que trasladarse de un distrito a otro “deberán sacar pasaporte —dice el título—, una boleta de la jefatura política que así lo exprese”. Es alta la mortalidad en Maracaibo. En un lapso de diez días —del 13 al 23 de marzo— fallecieron 19 personas, entre ellas 10 niños, 7 de los cuales tenían menos de un año. La gastroenteritis constituye la primera causa: 9 murieron por disentería. Le siguen la tisis y el tétanos, con 3 y 2 casos respectivamente. El mundo del delito lo componen: el hurto, el robo, el homicidio y las lesiones. Otro suceso: dos ahogados en El Tablazo, de tres que iban en un bote; el otro se salvó nadando. Subleva el ánimo una decisión de la Corte. Priva allí no sólo la mentalidad de que la letra con sangre entra, que tan en boga estuvo aún en las escuelas de la ciudad, sino que autoriza al agraviado —hecho insólito— a ejecutar la pena por su propia mano. En el caso de un hurto, cometido por madre e hijo, se confirma la sentencia a la primera y “se presenta al segundo a su patrono para que le dé un castigo doméstico, por ser menor de edad”. Pero si la Corte yerra en estos procedimientos, enfrenta en cambio al prefecto del distrito, individuo arbitrario a quien el Diario de Maracaibo ha denunciado más de una vez por tomarse atribuciones que no le corresponden. En uno de los actos de la Corte Superior, “se acordó oficiar al jefe político de este Cantón, pidiéndosele informe sobre el arresto que había decretado contra una mujer, para remitirla al Zulia con el objeto de que sirviera en una hacienda por dos años”. Así andaban las cosas, tan fuerte era la mancomunidad entre la autoridad pública y los hacendados. Temblaban con razón los oligarcas ante el paso de avance de Zamora. Multiplicidad de fuentes de información, el canje, la correspondencia y el movimiento de buques le daban al Diario de Maracaibo acceso a lo que ocurría en el interior del Estado, en el resto del país y en el exterior. A veces se leerá: “Noticias por la Zoila” —posiblemente el nombre de una piragua—, y en ocasiones que nada trajo el correo de importancia. Además, intentaba convertir a sus lectores en corresponsales: “Todo lo interesante y de común utilidad se insertará gratis”. El mundo de los avisos De la suscripción fundamentalmente vive el Diario de Maracaibo. Pero también, en menor medida, de los avisos, sobre los cuales establece: No se admiten avisos de más de diez líneas por más de una vez, en cuyo caso valdrán, para los suscriptores, un centavo fuerte por cada línea; y si el número de estas no llegare a diez, siempre tendrá el mismo valor, pero se insertará por dos veces; y si se exige por más días de los señalados, se volverán a pagar al mismo respecto indicado. Los no suscriptores pagarán un peso por cada aviso en la forma expresa. Otra fuente de ingresos eran los remitidos. Al respecto dispone: Se admiten remitidos, pero estos no se publicarán sino por suplemento, si ocupan más de una columna y su valor será convencional con los señores impresores Hernández y Gutiérrez. (Una mano). Nada se insertará sin previo ajuste y pago del valor de la inserción. Exceptuada, sin embargo, “los anuncios sobre la próxima salida o llegada de algún buque”, pero con una condición: “que no contenga más que simplemente esta noticia”. Los avisos descubren otro aspecto de la ciudad. El almacén “Mi Casa”, de Duplat y Piombino, anuncia mercaderías inglesas y americanas, y artículos franceses, “que acaban de llegar”. Entre la gente rica, los hombres visten de casimir, corbata, sombrero alto y de terciopelo; las mujeres llevan manteleta –especie de esclavina grande— o pañolones de gasa, y “sombreretas”. Usan pañuelo de seda. Se ofrece perfumería, ropa hecha, artículos eclesiásticos y de marinería. Está próxima la apertura de una fonda, y se alquila una habitación “para hombres de buena conducta”. La lotería se juega en “el teatro de la ciudad”: el sorteo es de 4000 pesos, distribuidos en 52 premios. En el lenguaje publicitario de entonces: “a comprar tocan”: aquí, “un hermoso cuadro, litografiado” de la Convención de Valencia; allí, “fósforos para pistolas, a prueba de agua”; más allá, “exterminadores de ratas, ratones, cucarachas, pulgas y chinches”. Quien vende una casa; alguien, un terreno. Se nota el empuje de la educación. En una lista de tres libros —anuncian Casaux y Duplat— aparecen textos de aritmética, astronomía, geografía, geometría analítica, historia, religión, filosofía (Balmes), medicina. Hay gramáticas, cursos de dibujo, manuales para diversos oficios y gran variedad de diccionarios: de castellano, inglés, francés, italiano, latín, de comercio y de derecho canónico. Se hallan: Science de Droit par Lepage y Las Instituciones, por Donoso. En literatura, Don Quijote, las Fábulas de Esopo, el Gil Blas de Santillana, las obras de Larra, de Dumas, y Raphael, de Prat de Lamartine. Cuánto sale a relucir en estos avisos. Desde personas piadosas que dan limosna en determinados días a... “se vende el servicio personal de dos mujeres”. Entera libertad de pensamiento Profesaba el Diario de Maracaibo la doctrina liberal o libertaria de la prensa. Ha debido exponerla desde su salida. La repite, firmada por Valerio Perpetuo Toledo, en su entrega número 73, del 1° de abril de 1859. Digámoslo: Hoy principiamos el cuarto mes de nuestros trabajos periodísticos. Tarea pesada y enojosa de suyo; pero aún más difícil y azarosa en la actualidad, pues una serie de complicados acontecimientos casi ha obstruido su verdadera senda, con las espinas y malezas, que en el choque de encontrados intereses ha arrojado la corriente de pasiones enconadas. Amarga, muy amarga es la vida del periodista, quien tiene que sacrificar muchas veces sus más caros sentimientos al cumplimiento de su deber. Así le vemos constituido en eco de producciones ajenas, que acaso pugnan con su manera de pensar, y aún con sus principios mismos; y si, como nosotros, es apologista de la entera libertad de pensamiento, mayor será el sacrificio, puesto que de continuo tendrá que luchar con su conciencia para dar lugar a la razón. El periodista, fiel servidor de los intereses de la comunidad, leal debe ser en el ejercicio de su misión, que no puede posponer, por ningún título, a sentimiento alguno, por íntimo y santo que él sea. Respetando la ajena opinión, no debe restringirla; así como no puede detener la emisión de las ideas extrañas, porque sancionada la libre discusión, es en este terreno donde cada uno tiene el derecho de combatir las malas doctrinas y vencer a su adversario. Tal es nuestra manera de pensar, y tal ha sido la conducta que hemos observado en la borrasca de producciones que han visto la luz pública, y a que han dado origen los acontecimientos políticos en estos días. A todos hemos dado libre entrada en nuestras columnas, aún con perjuicio de nuestro propio interés; y apenas uno que otro artículo hemos rechazado, ya por carecer unos de las formalidades legales, ya por contener otros conceptos que, ofendiendo la moral, penetraban en el doméstico recinto. Esta era su concepción, como lo era también el rechazo del anónimo. Por las circunstancias riesgosas y difíciles de entonces, cuántos por pequeñez, envidia, venganza o cobardía —el “imprudente infame”, los “alevosos calumniadores”— buscaban de encubrirse bajo su capa. He aquí la lección de su palabra: Pero sí es cierto que todos tenemos la libertad de decir lo que pensamos, y de combatir lo que otros piensan y dicen: sí podemos sostener este o aquel principio, según nuestras convicciones, y atacar a nuestros oposicionistas sin restricción alguna; si es cierto que de esa oposición limpia y franca se esperan mejores resultados, y la sociedad recibe un positivo bien: Si todo esto es realmente cierto, ¿no será más conveniente y más en relación con las ideas adelantadas del siglo, que abandonando el anónimo, desafiemos al enemigo con cara descubierta? Ello sería más noble, y consiguientemente más digno: el público sensato juzgará con acierto; porque no hay duda, las más veces queda juzgado un escrito con sólo la significación del nombre que lo autoriza. Además, la verdad pierde mucho de su mérito desde que se hace necesario una máscara para emitirla; y el autor de una producción anónima se coloca en la siguiente terrible disyuntiva: o es cierto lo que escribe, y entonces no hay motivo que impida su autorización; aparte de un imprudente infame, en cuyo caso obra la recta justicia de la opinión pública; o es una calumnia, y entonces ningún objeto tiene la publicación, que no sea en desdoro de quien la produce. Verdad es que hay escritos que por estar basados en hechos auténticos hacen superflua toda autorización; pero ya se comprenderá que nosotros no hemos querido aludir a esta clase de escritores. Concluimos, pues, este artículo, excitando a los señores que escriben para el público se sirvan pesar nuestras razones; y convencidos de las verdades que envuelven, corrijan ese mal uso del anónimo, con lo cual se consigue muchas veces contener una pluma extraviada, a la par que se anula una de las armas de los alevosos calumniadores, que hacen recaer sospechas y odios sobre individuos inocentes. Uno de estos es hoy el redactor del Diario. Valerio Perpetuo Toledo Escritor y político, Valerio Perpetuo Toledo es, por sobre todo, periodista. Durante medio siglo —cómo urge su biografía— andará en misión de opinión pública. Con Pedro J. Hernández estará, en 1854, al frente de dos semanarios: El Mendigo Hablador y El Mara: el primero, “crítico-satiricomechérico-pulloso; el segundo, de carácter general. Redacta en 1858 El Sobrino del Mendigo, hebdomadario “crítico-político-literario”, y El Faro, bisemanario de intereses generales. Se lanzará después con el Diario de Maracaibo; luego con Ecos de Occidente; en 1865, con La Época, periódico político que sale cada diez días y llega a semanal. Dirige en 1867 Álbum de las Hijas del Lago, publicación mensual de filiación literaria. En 1880, con Los Ecos del Zulia, verá recompensados sus esfuerzos. Ni seis reales al mes De los 23 números que se han encontrado del Diario de Maracaibo —del 38 al 87— sólo cuatro sobrepasan las dos páginas: uno en marzo y tres en abril. No logra el periódico estabilizarse económicamente, afianzarse como empresa. Se atrasan en el pago los suscriptores y las agencias. Tampoco llega el auxilio del aviso y el remitido. Con cierta frecuencia estampará la súplica: “encarecemos a los señores suscriptores abonar el valor de la suscripción” y “a los señores agentes remitirnos sus cuotas”. Alguna vez dirá: Si la nueva Constitución hubiese exigido cuantía para obtener el derecho de sufragante, la redacción de este diario podría suministrar para las próximas elecciones, una buena lista de los que no pueden pagar ni seis reales al mes. No queremos estos suscriptores. Indefectiblemente el periódico iba hacia la desaparición. Crearía un vacío que tampoco llenaría el Diario del Zulia, de 1875. Había que esperar hasta 1880: florecerá entonces la gran prensa del Zulia. Pero el paso estaba dado, con un periódico ágil, ojo avizor a “todo lo interesante y de común utilidad”. Trazaba el rumbo un periodista hábil en el combate, sagaz para la noticia. Indiscutiblemente, de la mejor estirpe. Índice Prólogo. Parte I Bolívar La ciencia en la lengua diaria Un bien que pocos hacen La libertad de información Empresa de cultura Altavoz de la ciencia La ciencia de la lengua diaria Parte II Bolívar: Su concepción del periodismo Simón Rodríguez: Maestro de la redención de América Maracaibo Parte III Interpretación: un nuevo concepto de la objetividad Origen y desarrollo del periodismo interpretativo La interpretación: un nuevo concepto de la objetividad El reportaje interpretativo César Vallejo, pionero del periodismo interpretativo El Diario de Maracaibo Notas: [136]. Edwin Emery. El periodismo en los Estados Unidos . México: Trillas, 1966. p. 623. [137]. Ibídem. p. 620. [138]. Ibídem. p. 617. [139]. Loc. Cit. [140]. Cfr.: Willlam L. Rivers. Periodismo. México: Pax, 1969. p. 187. Y Edwin Emery. Op. Cit. pp. 625-626. [141]. Walter Montenegro. Introducción a las doctrinas político-económicas. México: Fondo de Cultura Económica, 1965. p. 45. [142]. John Hohenberg. El periodista profesional. 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Mitchell. V. Charnley. Op. Cit. p. 38. [184]. William L. Rivers. Op. Cit. p. 190. [185]. Citado en Charnley. Op. Cit. p. 439. [186]. Citado a su vez por Edward Gerald. La responsabilidad social de la prensa. México: Libreros Mexicanos Unidos, 1965. p. 256. [187]. Hohenberg. Op. Cit. pp. 400-401. [188]. Charnley. Op. Cit. pp. 442-444. [189]. José Luis Martínez Albertos. Redacción periodística A.T.E. Barcelona: Libros de comunicación social, 1974. p. 80. [190]. Loory. Op. Cit. p. 92. [191]. Federico Álvarez. La información contemporánea. Caracas: Contexto Editores, 1978. p. 140. [192]. Copple. Op. Cit. p. 26. [193]. Karel Storkán, et al. Los estilos en el reportaje y otros ensayos. Caracas: Venediciones, 1980. p. 9. [194]194. Álvarez. Op. Cit. p. 107. [195]. Loc. Cit. [196]. Copple. Op. Cit. p. 45. [197]. Álvarez. Op. Cit. p. 115. [198]. Storkán. Op. Cit. p. 8. [199]. José A. Benítez. Técnica periodística. La Habana: Unión de Periodistas de Cuba, 1971. p. 267. [200]. Ibídem. p. 263. [201]. Álvarez. Loc. Cit. [202]. Abraham Santibañez. Periodismo interpretativo. Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello, 1974. p. 49. [203]. Medardo Vitier. Del ensayo americano. México: F. C. E., 1945. p. 46. [204]. Cesar Vallejo. Rusia en 1931, reflexiones al pie del Kremlin. Lima: Editora Nuevo Perú, 1959. p. 8. [205]. Benítez. Loc. Cit. [206]. Alexis Márquez Rodríguez. La comunicación impresa. Caracas: Centauro, 1976. p. 82. [207]. Jean Paul Sartre. ¿Qué es la literatura? Buenos Aires: Losada, 1967. p. 55.208. [208]. Benitez. Op. Cit. p. 268. [209]. John Reed. Diez días que estremecieron al mundo. México: Grijalbo, 1967 [210]. Storkán. Op. Cit. p. 10. [211]. Julio Del Río Reynaga. El reportaje.Quito: Época, 1978. p. 49. [212]. Tom Wolfe. El nuevo periodismo. Barcelona: Anagrama, 1976. p. 26. [213]. Eleazar Díaz Rangel. Miraflores fuera de juego. Caracas: Lisbona, 1976. p. 80. [214]. Copple. Op. Cit. p. 120 y ss. [215]. Juan Bosch. Loc. Cit. [216]. Benítez. Loc. Cit. [217]. Copple. Op. Cit. p. 77. [218]. Sartre. Op. Cit. p. 22. |
Parte III: Interpretación: un nuevo concepto de la objetividad |
De "Bolívar y su concepción del periodismo"
Libro de Ignacio de la Cruz
Ministerio del Poder Poder Popular para la Comunicación y la Información;
Julio, 2009. Impreso en la República Bolivariana de Venezuela.
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ISBN: 978-980-227-073-6
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