De "Bolívar y su concepción del periodismo" Parte II Bolívar La ciencia en la lengua diaria por Ignacio de la Cruz Caracas, 1971 |
Un bien que pocos hacen “Poner la ciencia en lengua diaria: he aquí un bien que pocos hacen...” Este anhelo de Martí cobra cada día mayor vigencia. Jamás, como hoy, ha estado el hombre tan comprometido en su destino con la ciencia. Ponerla en lengua diaria es hacerla penetrar en las masas, vincularla con el periodismo, cumplir con la difícil misión de informar y educar. Ningún campo, en el área de la prensa, tiene quizá tanto valor informativo como la información científica. Aquí el hecho que se comunica se integra en nuestra personalidad y la transforma: produce un cambio en el conocimiento (de creencias), un cambio emocional (de actitudes) y un cambio de la voluntad (de hábitos). El criterio final de nuestro éxito en la comunicación educativa o comunicación para el cambio social, es la modificación de las acciones, es decir, de los hábitos y patrones de comportamiento, con el objeto de aumentar su eficacia en la solución de los problemas de la vida diaria.[1] Este cambio de conciencia colectiva lo hemos palpado en Maracaibo con los trasplantes de riñón, pues el periodismo, poniendo la ciencia en lengua diaria, ha tendido un puente entre el científico y las masas. Esa es la función de los periodistas científicos: ser los “altavoces, las cajas de resonancia de los hombres de ciencia”[2]. En palabras de Jean Rostand: “hacer participar el mayor número de personas en la dignidad soberana del conocimiento”.[3] “Los que sirven de enlace entre los técnicos y el público —ha dicho Bertrand Russell— cumplen una tarea que no sólo es necesaria para el bienestar del hombre sino hasta para su supervivencia”.[4] Es que la ciencia tiene también esa otra alternativa: la destrucción del hombre en una guerra atómica o biológica, o servir a políticas —de destrucción igualmente— que en lugar de plantear la solución del problema del hambre en el cambio de las estructuras económicas y sociales, la buscan en el control de la natalidad. Puente, altavoz… Para que se cree el clima necesario al f1orecimiento de la ciencia; para abrir e impulsar las vocaciones y mostrar al científico en su dimensión humana; para vencer las actitudes aferradas a la ignorancia y denunciar la superchería de las falsas ciencias; para establecer un diálogo entre las distintas disciplinas científicas, en contacto con la política, la filosofía y la moral; para que la ciencia sirva exclusivamente al progreso, al bienestar, a la liberación del hombre. De este ser único que durante un millón de años ha trajinado sobre la tierra para salir al universo y, por virtud de la ciencia y de la técnica, lanzarse a lo infinito. De este ser al que se le quiebra la voz cuando habla desde la luna. Y que no se llama Armstrong solamente, sino Juan y Pedro y Luis, ya que, gracias a la unión de la electrónica y el periodismo, en la noche del 20 de julio de 1969, todos y cada uno de nosotros descendimos en el Mar de la Tranquilidad. Eso es el periodismo. Mostrar, así, en participación humana, la aventura de la ciencia y de la técnica para enaltecer al hombre. Nunca había visto el mundo, en íntima emoción de familia, como ese día del descenso en la luna... lo que es capaz de hacer la conjunción de ciencia y periodismo. La libertad de información La sociedad tiene derecho a conocer todo cuanto ocurre y la afecta. Únicamente sobre esa base puede adoptar una conducta adecuada frente a los acontecimientos. De esta necesidad surgen la institución social del periodismo y el derecho a la información, que es “el derecho del público al hecho”, según la definió Paul-Louis Bret, ex director general de la Agencia France-Press. “En sus términos más sencillos, es el derecho a conocer las cosas que son necesarias para la supervivencia y la búsqueda del bienestar”.[5] El derecho a la información entraña: 1) el acceso al hecho, para obtener la noticia, y 2) su libre difusión nacional e internacional. Supone, asimismo, deberes de objetividad y veracidad. Se trata, en síntesis, de la libertad de información. La censura —gubernamental o privada— constituye su negación, sea que se ejerza en la fuente informativa, cuando se impide la consecución de la noticia (acceso al hecho); sea que se produzca en el proceso de su difusión, cuando se impide que se divulgue. Para ser cabal, la libertad de prensa requiere —dice la Declaración de Principios de la Asociación Venezolana de Periodistas— la libertad de información y el libre acceso a las fuentes informativas, único medio de que dispone el profesional de prensa para ilustrar la opinión. Es de ahí, como protección a la fuente informativa, de donde emerge para el periodista el derecho de guardar el secreto profesional, “y nadie, ni el Estado mismo, puede obligarle a revelarlo”. Así como subleva la censura oficial, debe sublevar la censura privada, sea cualquiera el grupo social de que provenga. No existe, por otra parte, contradicción alguna entre la ética del periodista y la de las otras profesiones. Nada hay en las normas de ética de la AVP que pueda perturbar la conciencia del médico en sus relaciones con los periodistas. Son más bien la garantía de que esa colaboración se desarrolla en el más elevado plano moral, para realizar “ese bien que pocos hacen”, del que nos habla Martí. Empresa de cultura Lo que la gente sabe hoy de la Luna y de Marte, y de los trasplantes de órganos vitales, se lo debe al periodismo. Vivimos en un mundo en constante transformación, donde los cambios sociales, científicos o técnicos se suceden rápidamente sin que, por ello mismo, maestros y profesores puedan disponer de textos escolares al día. Como ya observaba en 1830 Lamartine: “el libro llega demasiado tarde”. Cuando aparece, se han producido nuevos desarrollos en el pensamiento. Con el periódico ocurre lo contrario. Diariamente registra la experiencia humana en sus hechos más significativos. Esa es la razón por la cual hoy entra en las escuelas, convertido en instrumento de la educación sistemática. Pero junto a la educación dirigida está la otra, la que se adquiere fuera del aula, la que proviene del ambiente, y en la cual el periódico, con su presencia y su inaplazable lectura diaria, desempeña papel principalísimo. Joffre Dumazedier, director del Grupo de Estudios del Ocio, la Cultura Popular y el Desarrollo Cultural del Centro de Estudios Sociológicos de Francia, ha señalado cómo la sociología de la comunicación colectiva ha experimentado la necesidad de prolongarse en una sociología del desarrollo cultural. Entre otras razones, por “la expansión, en el comienzo de la segunda mitad del siglo XX, de la necesidad de información relativa a la formación”.[6] Se sabe —escribe Dumazedier— que mientras más desarrollada sea la educación escolar, en mayor medida se hará sentir la necesidad de perfeccionamiento de la instrucción después de la escuela. Vamos hacia una necesidad de información permanente post, peri y extra-escolar. He ahí la situación en la que inciden los grandes medios de información colectiva.[7] Ahí está el gran campo de la divulgación científica y técnica. Desarrollada no con el criterio de darle al lector la ilusión de que, con lo que se le ha dicho, conoce todo lo que hay que saber en esa área hasta ese momento. No, sino despertando su interés para que amplíe su información en otras fuentes, en un proceso de autoformación. Y en el caso de la comunicación médica, para modificar actitudes y desarrollar hábitos que conduzcan al mejoramiento físico, espiritual y social del hombre; y para orientar la conciencia colectiva hacia la solución de los problemas de la salud pública. Por eso, desde hace siete años, existe, en la Escuela de Periodismo de la Universidad del Zulia, la cátedra de Periodismo Científico. Los resultados han comenzado a verse: la prensa de Maracaibo concede cada vez mayor importancia a la ciencia y a la técnica. Altavoz de la ciencia El periodista científico no es un técnico de la disciplina de que informa. No es médico ni ingeniero, ni biólogo, ni agrónomo. Es simple y llanamente periodista, un técnico de la comunicación colectiva. El geólogo en su campo y el médico en el suyo saben más que él. Pero, en el de la comunicación social, el periodista sabe más que ellos dos. Así, su posición es de enlace entre el científico y el hombre de la calle. Su función es “poner la ciencia en lengua diaria”, traducir el lenguaje técnico al lenguaje de la gente común, con claridad, exactitud y amenidad, y sin menoscabar las verdades y características de la ciencia. Un problema nada simple, por cierto. Tal es también el criterio de los científicos. Mario E. Teruggi, de la Universidad Nacional de La Plata y miembro del Directorio del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de la República Argentina, se ha referido a este punto en la mesa redonda del Programa Interamericano de Periodismo Científico, celebrada en Buenos Aires en 1966, y que presidió el Premio Nobel Dr. Bernardo Houssay. Ha dicho lo siguiente: Los científicos en general tememos al papel e incluso no sabemos redactar bien. Los pocos que saben escribir hacen su obra divulgadora, pero esto no es suficiente. Para llegar a la conciencia social se necesita mucho más. Y para la enorme legión de los que no sabemos cómo dirigirnos al pueblo, los periodistas son nuestra pluma.[8] Para escribir sobre temas científicos, el periodista debe especializarse. Ha de penetrar, en lo posible, el conocimiento teórico y práctico del campo que ha escogido, pues hoy el conocimiento científico se aplica rápidamente y produce hondas transformaciones sociales. Sólo así podrá transmitir con claridad y fidelidad, y en un lenguaje accesible al público, los problemas de la ciencia y de la técnica. No se trata de convertirlo en un científico, sino de capacitarlo para que cumpla con acierto su misión de enlace. La ciencia en la lengua diaria Digo “casa” y este grupo de sonidos se convierte en un estímulo que provoca en el oyente la imagen de otro estímulo, la imagen de la casa. “La lengua —dice Guiraud— es un sistema de signos que nos sirve para comunicar nuestras ideas, evocando en la mente de otro las imágenes conceptuales de las cosas que se forman en nuestra propia mente”[9]. La relación, como se ve, es puramente psicológica. De otro modo: toda comunicación, para ser efectiva, debe realizarse en un nivel de comprensión. La palabra que yo emplee debe significar lo mismo para mí que para quien me escuche o me lea. Para dirigirme al hombre común, debo usar su propio vocabulario, un lenguaje simple, que evite, traduciéndolos, los términos científicos o técnicos: nefrectomía, por ejemplo, no pertenece a la lengua diaria; debe decirse extirpación del riñón. En una información acerca de las dos defunciones que ha habido en Maracaibo en los casos de trasplante de riñón, se dice que una se debió a “hematemesis masiva”. He aquí dos términos científicos juntos: hematemesis (vómito de sangre) y masivo, que en medicina indica el límite máximo de tolerancia del organismo. Sin embargo, por connotación, masivo puede significar algo totalmente distinto de lo que se expresa en esa frase. Veámoslo: Se cuenta de un misionero —escribe Robert K. Merton, sociólogo de la comunicación colectiva— que, señalando a una mesa, dijo repetidamente “mesa”, hasta que su auditorio de ágrafos pudo repetir la palabra. Después de algún tiempo, se desalentó al saber que algunos ágrafos llamaban “mesa” al árbol porque las dos cosas eran de color pardo. Otros llamaban perros a las “mesas” porque unos y otros tenían cuatro patas. En resumen, cada oyente había seleccionado algún aspecto del complicado objeto, que para el misionero estaba perfectamente designado como un todo con la palabra “mesa”.[10] Igualmente, el Dr. Leví Vilches, del Hospital de Valera, contó en el cursillo de periodismo que se dictó en esa ciudad, y al cual él asistió, que la señora se negaba a enviar a su hija al Sanatorio de Maracaibo para una operación de corazón: “A mi hija —decía— no me la operan en el patio”. ¿La causa? Una noticia en la cual se informaba que en el Sanatorio se habían hecho ya más de cien operaciones de corazón a cielo abierto... Entre los científicos también se da este problema semántico. En el coloquio de Royaumont sobre el concepto de información de la ciencia contemporánea se suscitó una discusión entre Norbert Wiener, el padre de la cibernética, y André Lwoff, quien expuso El concepto de información en la biología molecular. El problema surgió cuando Wiener se refirió a la teoría matemática de los datos de reproducción de las máquinas. Matemáticamente hablando, no veía que fuera tan absoluta —como sostenía Lwoff— la oposición de las dos funciones: la de la reproducción de la máquina y la de la reproducción del organismo. En la discusión, en la cual participaron otras figuras científicas de tan alto relieve, las posiciones fueron irreductibles, pues Lwoff consideraba que “el problema de la reproducción en escala molecular es muy difícil de resolver si no se adopta la solución que encontró el organismo vivo, la especificidad que reside en una secuencia de la unidad específica y la complementariedad”.[11] Término técnico y lenguaje común Esta cuestión de la equivalencia de las palabras entre sí, y de lo que cada quien entiende por ellas, se complica, en lugar de simplificarse, con la traducción del término técnico a la lengua diaria. Varias son las razones. Manuel Calvo[12] señala cuatro: La propia complejidad de algunas cuestiones. “¿Qué sentido tiene hablar de “distancia” cuando se trata de galaxias o de “tamaño” al hablar de partículas elementales?”. La oscuridad que la especialización ha ido creando. “… la penosa falta de conocimiento de su propio idioma de que entre nosotros adolecen los profesores y, en general, los dedicados a las profesiones liberales (…). Yo sospecho, dice Calvo, que en la enseñanza media no se enseña a redactar en castellano, y encuentro este defecto en los bachilleres a quienes tengo como alumnos en una Escuela de Periodismo”. Lo mismo puede decirse de Maracaibo. El retraso en la incorporación al diccionario de la Real Academia de las nuevas palabras de la ciencia y de la técnica. Fablistán Si deben traducirse los términos técnicos de la lengua común, mayor razón existe para que se desechen las palabras rebuscadas. Quien se llama a sí mismo fablistán niega su condición de periodista. Hace algunos años, en el curso que sirvió de base para la creación de la Escuela de Periodismo, Ángel Rosenblat, recordando a Antonio Machado, escribió en el pizarrón: “Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”. Y pidió que se tradujera a poesía… “Los hechos que ocurren en la calle”. Luego, con Antonio Machado, dijo: —Eso es poesía. Vemos así, en la buena compañía de Rosenblat y Antonio Machado, cómo se dan la mano periodismo y poesía. Es que la poesía y el periodismo huyen de lo afectado y del mal gusto. Lenguaje concreto La necesidad de un lenguaje concreto es también un requisito para la claridad. Digo: automóvil, bicicleta, camión, autobús, camioneta, jeep, motocicleta, gabarra, avión, helicóptero, barco, piragua, ferrocarril, satélite, y designo catorce cosas distintas. Digo “vehículo” y las comprendo todas. Con un solo símbolo represento catorce símbolos, catorce experiencias perceptivas concretas... En “choque de vehículos”, ¿a qué vehículo en particular me refiero? El lenguaje abstracto plantea dificultades para la comprensión. Es más fácil para el individuo entender lo que puede relacionar con su experiencia primaria. Cuanto más alejado el concepto de esa experiencia, mayor riesgo de error y tergiversación. En periodismo hay que “visualizar” los hechos para el lector: la mesa no tiene 95 centímetros, llega a la cintura. El agua dulce que se escapa del lago de Maracaibo y se pierde en el Golfo de Venezuela ha sido calculada por el Dr. Douglas B. Carter en 21 mil millones de metros cúbicos por año. ¿Le dice esta cifra algo al lector? ¿O se torna inimaginable por sí misma? ¡Qué comprensible resulta, en cambio, si la colocamos en el campo de experiencia! Con esa cantidad de agua se pueden satisfacer las necesidades, domésticas e industriales, de una población de 25 millones de habitantes, ¡dos veces y media la población de Venezuela! Veamos cómo Alan E. Nourse y los redactores de Life vuelven simple un problema complejo: Como una gran ciudad, el cuerpo tiene necesidad de un sistema de transporte para llevar y traer cargamentos vitales. Esta red —en el sistema circulatorio o cardiovascular— tiene sus autopistas, pasos en bajo, accesos laterales de dirección única, carreteras secundarias, calles apacibles y pasajes. En la nomenclatura del cuerpo esas líneas de suministro llevan nombres de arteria, arteriola, capilar, vénula y vena. La distancia total que recorren es de 96.500 kilómetros.[13] A veces se cree decir mucho con una generalidad. Y no se dice nada. Algo de esto ocurre en la prensa con “enfermedades peculiares de la primera infancia”. ¿Cuáles son? Las de los primeros 28 días de vida del niño. Algo se aclara, pero no mucho. Bajo esa denominación se agrupa un conjunto de enfermedades que revela un mundo de miseria y de ignorancia. Una vez le oí decir a una mujer que trabajaba en mi casa que no hay nada mejor, para secar el ombligo y que caiga, que “ese polvito fino que se acumula en las esquinas”. De ese modo conocí una de las causas del tétanos del recién nacido. Además, por un reportaje de una alumna del tercer año de la Escuela de Periodismo, Teresa Osorio de Marín, me enteré de que “la frecuencia de la prematuridad es mayor entre las madres de bajo nivel económico y social”, y que su causa principal es la desnutrición. Un crimen periodístico El “estilo florido”, que es para muchos la quintaesencia de la buena redacción, constituye un crimen periodístico. Así lo ha calificado John Hohenberg[14], de la Universidad de Columbia. Y en verdad que lo es. Tampoco pertenece a la literatura. Antón Chejov, maestro del cuento universal, escribía a su hermano Alexander el 10 de mayo de 1886: Es necesario desechar los lugares comunes, tales como “el sol poniente que se bañaba en las olas del mar crepuscular derramaba su oro purpurino”; o como “las golondrinas volaban sobre la superficie de las aguas y emitían sonidos de regocijo.[15] Todavía, entre nosotros, algo queda de ese estilo. Sobre la reaparición del paludismo en las zonas fronterizas, se lee en un artículo: Se reanuda el ciclo trágico del cual sirve de instrumento la lanceta del zancudo impertinente. Nada de eso. Las tres condiciones del escritor son, según Azorín: naturalidad, naturalidad y... naturalidad. Igualmente debe huirse de las frases hechas: “a la luz del entendimiento”, “quemarse las pestañas”, “la lápida del tiempo” y tantas más. Los adjetivos Es fácil calificar las cosas. Decir, por ejemplo, que una investigación científica es valiosa. Lo valioso es dar al lector la hipótesis que orientó la investigación, los materiales y métodos usados, los resultados, su discusión y las conclusiones a que se llegó. Hechos, hechos, hechos… ¡Sustantivos! Le corresponde al lector calificarlos. Sobre esa base, el lector dirá: “esta investigación es buena”, o “esta investigación es mala”. Afirma Huidobro que “el adjetivo, cuando no da vida, mata”. André Maurois aconseja “preferir el sustantivo y el verbo al adjetivo. Más tarde —añade— aprenderéis a manejar el adjetivo como lo hicieron Chateaubriand y Proust, pero es difícil”.[16] y Azorín: “Si un sustantivo necesita de un adjetivo, no lo carguemos con dos. El emparejamiento de adjetivos indica esterilidad de pensamiento”.[17] Lo que sobra hay que eliminarlo. Revisen los adverbios. Acción Además de sencillo, el lenguaje ha de ser eficaz. La vida es movimiento, y el estilo periodístico, que la refleja, ha de ser como la vida. Prefiera los verbos de acción, la voz activa, el lenguaje vigoroso. En las redacciones de los periódicos a uno le gritan: “¡Vibre!”. Como ha dicho Baroja, que era médico: La pesadez, la morosidad, el tempo lento, no puede ser una virtud. La morosidad es anfibiológica. Cuando se estudia fisiología se ve que en el cuerpo hay nervios con dos y tres y más funciones. No sé si por eso al organismo se le llama economía. Lo que no se ve jamás en lo vivo es que lo que se pueda hacer rápidamente se haga con lentitud, ni que lo que pueda hacer un nervio lo hagan dos.[18] Acción, siempre acción; empeño por llegar al final. Todo lo que entrabe el desarrollo del pensamiento por arribar a la meta es morosidad. La clave es ir al grano. Y no: En las jornadas científicas de ayer prosiguió la discusión de los problemas inmunológicos para combatir el rechazo del organismo a los trasplantes. Ahí falta la noticia: el resultado de la discusión. Cuando lo accesorio suplanta a lo principal se cae en lo “pajoso”, que es una forma de la lentitud. Y “la lentitud es el mayor enemigo del estilo”.[19] La precisión equivale a movimiento. Es “una virtud del estilo que no consiente el empleo de más palabras que las que son necesarias para expresarse”[20]. En un artículo sobre el conflicto entre el Seguro Social y los bioanalistas se emplean cuarenta y ocho palabras para lo que debió decirse en veintitrés: El Instituto, guiado por una filosofía que no se compadece con la más elemental actitud de la superación profesional, expone en forma irresponsable a los beneficiarios del Seguro, empleados y obreros, en su mayoría de humilde condición, a la privación de la determinación del examen del Laboratorio Clínico. Preciso: El Instituto, por una actitud contraria al mejoramiento profesional, expone a los asegurados y sus familiares a la privación del examen de laboratorio. La frase corta comunica dinamismo; y el diálogo crea movimiento. Sin embargo, cuántas veces es necesario el período amplio para dar sensación de reposo, o para quebrar, por contraste, la monotonía del uso continuo de la frase breve. El secreto está en saberlas combinar. Lenguaje directo Otra de las normas del estilo periodístico, especialmente del informativo, es el lenguaje directo. Pero en ningún momento extraña el empleo de figuras literarias si con ello gana en claridad. No recuerdo qué periódico dijo en una ocasión: “Mientras los precios suben por el ascensor, los salarios lo hacen por la escalera”. El periodismo es imaginación, limitada, eso sí —y esto es lo que debemos recordar siempre— a la búsqueda de la claridad y la amenidad, y a convertir al lector en testigo de los hechos, por lo cual hay que penetrar en el hombre: en lo que hace, lo que siente, lo que opina, y en el ambiente en que se desenvuelve. Hechos, acción, colorido. El otro gran crimen periodístico es el aburrimiento. Pero la metáfora no es un adorno de la prosa. Es una manera intuitiva de aprehender la realidad. De expresar rápidamente una relación. Es algo natural, que fluye de una tensión emocional cuando no tenemos otra forma de definir lo que vemos y sentimos. Si no aclara nada, si no precisa nada, hay que desecharla, se transforma en quincallería verbal. Para Manuel Rojas, Premio Nacional de Literatura de Chile, el escritor que abusa de la metáfora se vuelve sospechoso de tener poco que decir y de que para decirlo carece de recursos expresivos. Brevedad Lord Rutherford, el creador del modelo atómico como un minúsculo sistema planetario, escribió: “Si no se puede expresar lo esencial de un pensamiento en menos de 500 palabras, es que algo no va bien en ese pensamiento”.[21] Brevedad, sí, para decirlo todo; no para escamotearlo. Las encuestas revelan en muchas personas la existencia de un conflicto entre la lectura y “la necesidad de guardar tiempo para otras cosas”. Hay, pues, que evitar lo circunstancial y las digresiones, quedarse con la médula. La precisión, el ir al grano y la rapidez por alcanzar el final son también normas para la brevedad. Así como el uso de la frase corta, el rechazar la tentación del adjetivo y el adverbio, y la eliminación de los incisos. De igual modo, la concisión exige propiedad: “hacer estudios” es estudiar; “hacer análisis”, analizar. El término exacto elimina a veces una frase; y una oración precisa, un párrafo. Claridad La claridad es la condición esencial del estilo periodístico. Cuanto hemos dicho tiende a ese fin. Lo que se busca es ser comprensibles para todo el mundo. Como lo es Gamow cuando explica el átomo a través de un sueño del señor Tompkins. Deben adecuarse, con este propósito, fondo y forma. En su base, la claridad es cuestión de observación. Para comunicar con claridad, hay que ver con claridad. Investigar para que no se escape ni un detalle y confirmar todos y cada uno de esos hallazgos. Deben responderse las seis preguntas de la noticia, que Rudyard Kipling ha elevado a poesía: Tengo seis honrados servidores (que me enseñaron todo lo que sé): Sus nombres son el Qué, el Por qué y el Cuándo, el Cómo, el Dónde y el Quién. Veámoslo en un ejemplo: ¿Qué? Una investigación para obtener proteínas del petróleo. ¿Quién? El doctor Eovaldo Hernández. ¿Dónde? En la Facultad de Agronomía de la Universidad del Zulia. ¿Cuándo? Actualmente. ¿Cómo? Alimentando bacterias con gas. ¿Por qué? Porque se necesitan proteínas, en abundancia y a bajo costo, para resolver el problema del hambre. Estos son los hechos principales. Luego, cada pregunta se amplía hasta lograr una información detallada de esa investigación. Una vez que se ha visto e investigado el hecho noticioso —y quien no sea periodista jamás verá una noticia— se ordenarán los datos de acuerdo con su importancia. Claros ya en lo que se va a comunicar, se procede a escribir. Nada se dejará en el aire, se documentará cuanto se diga. Pero solamente se comunicará una idea; en el ejemplo dado, la de la obtención de proteínas del petróleo. En el periodismo científico es indispensable para la claridad un conocimiento apropiado de la disciplina de que se trata, y la estrecha colaboración entre el científico y el periodista, para que aquél le explique lo que éste no comprenda bien. Sin embargo, ardua tarea es contar lo que se ve, para decirlo en frase de Azorín. Más cuando hay que poner la ciencia en lengua diaria, con fidelidad y con gracia. Por la psicología sabemos que un individuo expuesto a una multiplicidad de estímulos selecciona unos y elimina otros, coloca unos en primer plano y les concede a otros un valor secundario. La percepción entraña la organización de los estímulos. La frase larga, salpicada de paréntesis, incisos y digresiones, expone al lector a un bombardeo de estímulos que compiten entre sí. Con frecuencia lo mete en un laberinto en el cual pierde el hilo. Para encontrarlo ha de volver a leer. En términos de psicología, debe someterse a una nueva estimulación. De los estudios de la percepción, el Comité de Periodismo Moderno, que integran cincuenta y siete profesores y periodistas, saca esta conclusión: Resulta más fácil de percibir y entender una oración concisa que otra larga y digresiva (...), es menos probable que se deforme la comunicación breve y concisa debido a que contiene menos detalles para la selección y la condensación”.[22] Lo ideal es una idea por oración. Lo más, dos. Para André Maurois “hay que evitar, hasta que se llegue a maestro, las frases largas”.[23] Los otros aspectos, tratados ya, son: lenguaje sencillo, directo, concreto; el empleo del vocablo propio, y de la metáfora cuando aclara o precisa; así como de la correcta construcción gramatical, afianzada por el coherente desarrollo de las ideas. Exactitud Como el de la claridad, el de la exactitud es, primero, asunto de observación: de ver, de investigar a fondo y comprobar cada uno de los datos; de ordenarlos y jerarquizarlos; y en el campo de la ciencia, de una preparación idónea para poder interpretarlos. Todavía más. Los autores[24] recomiendan que se dé a leer el original al científico; si no hay tiempo, se le lee por teléfono. El otro riesgo de la exactitud está en el manejo del lenguaje. Puede darse por defecto de expresión Conforme pasa el tiempo —afirma Dumazedier— las cosas son tratadas con espíritu científico y, en consecuencia, expresadas con palabras técnicas; no hay precisión científica sin palabras técnicas. Entonces conviene introducir en la formación del periodista del futuro verdaderos cursos sobre las equivalencias entre la lengua hablada y la lengua sabia.[25] El de la traducción del término científico es, aunque el más importante, apenas un aspecto del problema general del manejo del idioma. También el lenguaje corriente exige la precisión de sus términos. Y la mala construcción, la oscuridad de una frase, un defecto de puntuación pueden originar inexactitudes. Hemos cometido errores. Por culpa nuestra, hoy el número de puntos de sutura de una herida es sinónimo de gravedad. Y puede no serlo. Depende de la localización anatómica de la herida y de su profundidad. Una herida de cuatro puntos, pero profunda y en el abdomen, puede dañar órganos vitales. Otra, de veinte puntos, pero en la piel, es puramente superficial. Del contacto con el médico hemos ido aprendiendo, pero tenemos que aprender más. El de la exactitud es también un problema de la fuente de información. Aunque esto casi nunca ocurra en el campo de la ciencia, conviene señalarlo: “Se puede ser inexacto en la noticia bajo la fe de alguien que nos merezca sumo respeto; no podríamos desdeñar el testimonio de persona autorizada”.[26] Lo dice Azorín y documentalmente lo prueba. La exactitud es la otra condición esencial del periodismo. Comienzo y cierre La primera tarea del periodista es captar la atención; la segunda, retenerla. El contenido y la forma han de despertar y mantener el interés del lector, único medio de que dispone el periodista para el éxito. Ya lo dijo un maestro del estilo: “No existe, en arte, ni largura ni cortedad; no hay más que interés o no interés; vida o no vida”.[27] El título, por su tipografía desplegada y lo expresivo de su contenido, es el que atrae la atención y mueve el interés. Luego viene la entrada del escrito periodístico. Pues bien, por los estudios de la percepción sabemos que en una serie de estímulos, los que se hallan al comienzo imponen una dirección. La entrada, en consecuencia, es un elemento fundamental. Por otra parte, los estímulos finales producen también un efecto más intenso y duradero que los que se encuentran en el medio de la serie. En otras palabras: el cierre exige un tratamiento cuidadoso. Valen aquí —conviene recordarlo— las mismas razones que Juan Bosch aduce, a este respecto, para el cuento, en donde, como en el periodismo, la entrada y el final son esenciales. Saber comenzar un cuento —escribe Juan Bosch— es tan importante como saber terminarlo. El cuentista serio estudia y practica sin descanso la entrada del cuento. Es en la primera frase donde está el hechizo de un buen cuento; ella determina el ritmo y la tensión de la pieza. Un cuento que comienza bien casi siempre termina bien. El autor queda comprometido consigo mismo a mantener el nivel de su creación a la altura en que la inició. Hay una sola manera de empezar un cuento con acierto: despertando de un golpe el interés del lector.[28] Lo mismo puede decirse para los distintos géneros del periodismo: interés: he ahí el secreto. Sensacionalismo Sin embargo, el deseo de atrapar la atención del lector ha llevado a excesos en el periodismo. Sobre todo en el título y las gráficas se produce el fenómeno del sensacionalismo. Pero una cosa es destacar la 28. Juan Bosch. “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos”. Revista Shell. Caracas: diciembre, 1960, p. 47. noticia importante, sensacional —como la llegada del hombre a la luna, el primer trasplante de corazón en el mundo, o el primer trasplante de riñón en Maracaibo—; y otra, el despliegue con escándalo para vender el periódico. Lo primero es sensacional; lo segundo, amarillismo. El tono consiste, precisamente, en la adecuación del estilo a la materia, al momento, a los estados de ánimo. Cuando no se da esta correspondencia, el estilo es artificioso, y esta disonancia es también fuente de inexactitud, se falsea la realidad: se abulta lo que es pequeño y sin importancia, o se minimiza lo que de suyo es relevante. El texto colabora asimismo con este fenómeno. Pero el problema, en su conjunto, es de tratamiento. Y el mejor tratamiento se logra con la comprensión de la ciencia, el contacto con el científico y la cultura humanística. Con el robustecimiento y mejoramiento de la Escuela de Periodismo, con intercambios y seminarios entre la Asociación Venezolana de Periodistas y los gremios científicos, con el Colegio Médico. La información médica, por su propio contenido —dice Manuel Calvo— debe ser tratada con delicadeza extrema, con el mismo cuidado con que el médico habla a sus pacientes sobre el curso de sus dolencias y sobre su gravedad y posibilidades de curación. El médico que informa a un paciente o el periodista que informa a una masa de lectores han de encontrar un punto medio que equidiste de la vana esperanza y de la amargura gratuita, y procurar que sus informaciones conduzcan, en el ánimo del profano, a un optimismo prudente o a un pensamiento esperanzado. Interés especial merece el caso de los anuncios sobre nuevos medicamentos. Cada vez que un periodista maneje informaciones de esta naturaleza, debe pensar que hay miles y quizá millones de seres humanos a quienes lo que va a difundir afecta casi de vida o muerte, y que no tiene derecho a despertar unas ilusiones que quizá pueden venirse abajo al menor contacto con la realidad de la clínica o de la consulta del especialista. No afirmemos nada rotundamente mientras no tengamos pruebas. Y entre tanto, dejemos las puertas abiertas a la duda. Ahora que las gentes son menos creyentes, suelen ser más crédulas, y al periodista no le está permitido jamás abusar de la credulidad de sus lectores.[29] El problema de la publicidad que el médico obtiene cuando aparece mucho en la prensa es fácil de resolver. Basta, a mi modo de ver, con unas buenas relaciones de prensa en los hospitales, en los institutos de investigación, en el Colegio Médico. Eso sí, hay que respetar la iniciativa del reportero; si se da cuenta de una noticia y la solicita, hay que dársela; obtendrá una exclusiva. Si ese no es el caso, el organismo correspondiente puede convocar una rueda de prensa, sin exclusiones, y ofrecer la información. En el periodismo se escribe para auditorios que van desde los que apenas saben leer y escribir hasta quienes poseen la más refinada cultura. ¡Qué difícil es situarse con dignidad entre estos dos extremos y poner la ciencia en lengua diaria, como quería Martí! Sin embargo, Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura, recordaba alguna vez las reglas del estilo periodístico, que aprendió de reportero en el Star de Kansas City: “Fueron esas las mejores reglas que aprendí para el oficio de escribir. Nunca las he olvidado”. Referencias: [1]. Juan Díaz Bordenave. La comunicación y el mejoramiento de la nutrición popular. Lima: Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas de la OEA, Dirección Regional para la zona Andina, 1965. p. 4. [2]. Manuel Calvo. El periodismo científico. Quito: Ciespal, 1965. p. 6. [3]. Citado por Manuel Calvo en Op. Cit. p. 18. [4] .Ibídem. p. 16. [5]. Wesley C. Clark. El derecho a la información. Quito: Ciespal, 1962, p. 2. [6]. Joffre Dumazedier. De la sociología de la comunicación colectiva a la sociología del desarrollo cultural. Quito: Ciespal, 1966. p. 23. [7]. Ibídem. Op. Cit. p. 24. [8]. Mario Teruggi. “Misión y responsabilidad del periodismo científico”. En Unión Panamericana: El periodismo científico en Iberoamerica. Washington, DC., 1968. p. 51. [9]. Pierre Guiraud. La Semántica. México: F. C. E., 1965. p. 27. [10]. Robert. K Merton. Teoría y estructura sociales. México: Fondo de Cultura Económica, 1965. p. 512. [11]. Coloquios de Royaumont. El concepto de información en la ciencia contemporánea. México: Siglo XXI, 1966. pp. 129-139. [12]. Manuel Calvo. Op. Cit. pp. 25-26. [13]. Alan E. Nourse y los redactores de LIFE. El cuerpo humano. (Colección científica de Life en Español). México, 1965. p. 77. [14]. John Hohenberg. El periodista profesional. México: Editorial Letras, S. A., 1962. p. 49. [15]. Citado a su vez por Jaime Rest en El cuento: de los orígenes a la actualidad. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, S. A., 1968. p. 1. [16]. Citado a su vez por Manuel Calvo en Op. Cit. p. 59. [17]. Azorin. Obras Completas. Tomo VIII. Madrid: Aguilar, 1963. p. 678. [18]. Citado por Gonzalo Martín Vivaldi en Curso de Redacción. Madrid: Paraninfo, 1967, p. 256. [19]. Azorín. Op. Cit. [20]. Nicolás González Ruiz (compilador). El periodismo - Teoría y práctica. Barcelona: Editorial Noguer, S. A., 1960. p. 121. [21]. Citado por Manuel Calvo. Op. Cit. p. 42. [22]. Committee on Modern Journalism. Periodismo moderno. México: Editorial Letras, S. A., 1965. p. 82. [23]. Citado por Manuel Calvo en Op. Cit. p. 60. [24]. Cfr.: John Hohenberg. Op. Cit. p. 448; Stanley Johnson y Julian Harris. El reportero profesional. p. 230. [25]. Joffre Dumazedier. Op. Cit. p. 44. [26]. Azorín. Op. Cit. p. 740. [27]. Azorin. Op. Cit. p. 743. [28]. Juan Bosch. “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos”. Revista Shell. Caracas: diciembre, 1960, p. 47. [29]. Manuel Calvo. Op. Cit. p. 49. |
Parte III: Interpretación: un nuevo concepto de la objetividad |
De "Bolívar y su concepción del periodismo"
Libro de Ignacio de la Cruz
Ministerio del Poder Poder Popular para la Comunicación y la Información;
Julio, 2009. Impreso en la República Bolivariana de Venezuela.
Depósito Legal: lf87120093202046
ISBN: 978-980-227-073-6
Autorizado, para Letras-Uruguay, por la familia del autor
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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