De "Bolívar
y su concepción del periodismo"
Parte II por Ignacio de la Cruz Caracas, 1971 |
El examen de los diversos campos en que Bolívar despliega su creadora e insólita energía tiene que centrarse en el hecho que lo define y lo caracteriza: el estar “magistralmente dotado para practicar la política en forma total”.[30] Solo este punto de vista permite explicar las particularidades del pensamiento del Libertador acerca de la imprenta y el periodismo. Para entenderlo, debe estudiarse: en su concepción iluminista, el compromiso de lucha con la independencia, su actuación en la vida republicana; y después de Ayacucho, en su vinculación con el esfuerzo por crear “una nación de Repúblicas”,[31] frente a los recelos y maniobras de las oligarquías locales, en trance ya de ejercer su “tiranía activa y doméstica”.[32] Bolívar y la imprenta El gran medio de su época para la difusión de las ideas está ligado de manera permanente e indisoluble a la obra del Libertador. “Es sabido que en 1810, cuando regresó de Londres, trajo consigo una imprenta”.[33] En 1816, en la expedición de Haití, Bolívar cuenta “no sólo con las armas y el dinero necesarios, sino con una imprenta” —se los proporciona la agudeza y solidaridad políticas de Petión. Dos años después funda el Correo del Orinoco, “El ariete intelectual de la empresa libertadora”.[34] Esclarecida conciencia tenía el Libertador sobre la importancia de la imprenta. Era un arma de devastadoras consecuencias psicológicas a su disposición. De allí su carta a Fernando Peñalver: “Sobre todo mándeme Ud., de un modo u otro, la imprenta, que es tan útil como los pertrechos”.[35] Con tal interés y fuerza la valoraba que “no hacía sus grandes campañas militares si no llevaba consigo una imprenta. No le bastaba la fundación de periódicos en tal o cual ciudad”.[36] Sino que En el Alto Perú llevaba en la mula trasera la carga de una imprenta, del tamaño que fuese, e iba distribuyendo dondequiera en hojas volantes las impresiones. Sacó en esta etapa un periódico llamado El Centinela en campaña, al tiempo que iba dejando, por ejemplo, en la ciudad de Trujillo en el Perú, un periódico que formalizaba la influencia en esa área. Aquél, que era un periodiquito, al ritmo de la marcha daba los resultados de las batallas, incluía las proclamas, y así sucesivamente.[37] Según Pedro Grases: Hasta su muerte, en 1830, el Libertador se sirvió de los impresos en hojas volantes y folletos... lo cual nos da una idea bastante clara de cómo utilizó la imprenta para fines de la guerra o como medio de difusión de las ideas de libertad y de gobierno.[38] Bolívar, que conocía muy bien la historia, sabía del trascendental papel que habían jugado la imprenta y el periodismo en los grandes procesos de la reforma, la revolución inglesa, la revolución francesa, y en la independencia de los Estados Unidos. La fuerza de la opinión pública Hijos de la Ilustración, los patricios de la gesta libertadora —como que el siglo XVIII lo había sido no sólo de las luces sino de la opinión pública, que “se convirtió por primera vez en una gran fuerza en Europa... al punto de que Napoleón decía que cuatro periódicos hostiles hacen más daño que 100.000 hombres en un campo de batalla”[39]— harán de la imprenta y el periodismo los instrumentos claves para formar la conciencia capaz de impulsar el cambio histórico, de justificarlo y legitimarlo ante la Razón y el Universo, mediante la exposición sistemática de las doctrinas políticas, económicas y sociales más avanzadas de su época. En medio de una población mayoritariamente marcada —y ¡en qué forma!— por el analfabetismo, la imprenta ha debido ejercer su fascinación de cosa nueva y mágica, y como un fetichismo de que lo impreso, por el impacto de las noticias, que han comenzado a conmover la vida colonial y a revelar la crisis del Imperio, tiene don de autoridad y un halo de prestigio que hace que la verdad busque la calle para imponerse por sus méritos y provoque la discusión en los corrillos... En cierta forma revístese de aquel “publíquese, fíjese, comuníquese a quienes corresponde —y establecida la imprenta—, insértese en la Gaceta de esta ciudad”, que se estampaba al pie de los decretos, bandos, proclamas y resoluciones. Era costumbre que venía de antiguo. Consistía en dar publicidad en voz alta a esas disposiciones en la plaza mayor y en los sitios de mayor concurrencia; y en pegarlas en los lugares de reunión para hacerlas de conocimiento general. Era volverlas públicas: en el primer caso por voz de pregonero; en el segundo, el que sabía leer —eran los menos— leía para los demás. ¿No es esto precisamente lo que aflora en el discurso que la delegación de la Sociedad Patriótica leyera ante el Supremo Congreso el 4 de julio de 1811 y que recoge su periódico: El patriota de Venezuela? Oigámoslo: ... empezó a formarse en Caracas la opinión pública: Los amantes de la libertad eran otros tantos prosélitos que no dejaban de sembrar la simiente que algún día debía fructificar. El pueblo oía con gusto las desgracias de los españoles (a raíz de los sucesos de Aranjuez y Bayona, y la invasión napoleónica) porque conocía ya que en ellas estaba su libertad; prestaba atención a las razones de filosofía... En estas circunstancias el pueblo de Caracas, oprimido más que nunca por las manos de los antiguos funcionarios, llegó a comprender la necesidad de ilustrarse, y este convencimiento fue el que preparó la simultánea, la gloriosa explosión del 19 de abril. Este movimiento (…) fue, sí, el inevitable resultado de tres siglos de tiranía, la consecuencia del orden de los sucesos públicos, la realización de las ideas que por más de dos años se habían difundido en el corazón de los venezolanos.[40] Esa necesidad de ilustrarse no es otra que la de estar informado: saber lo que está pasando y discernir sobre sus posibles consecuencias. En esta tarea se hermanan la tribuna y el periódico: se complementan, se refuerzan y los identifica un mismo lenguaje revolucionario, de igual trasfondo ideológico. Fue Bello quien, como redactor de la Gaceta de Caracas, publicó: Un relato de los sucesos de Aranjuez, y al hacerlo, no emplea el calificativo de motín, que era el usual, sino que se refiere a la “revolución de Aranjuez”. No solamente es aquella la primera vez —dice Uslar Pietri— que esa palabra, tan cargada de poder histórico, se imprime en Venezuela, sino que es Bello quien la escribe, y al hacerlo traduce claramente su certero criterio sobre la verdadera naturaleza de la situación que ha surgido en el imperio español.[41] Sabemos que “cuando la invasión napoleónica avanza, se lanzan ediciones extraordinarias (de la Gaceta) y entonces el periódico se fija en las esquinas más concurridas”.[42] Hervidero de discusiones y de comentarios (que según el documento de la Sociedad Patriótica, “el pueblo oía con gusto, (prestándole) atención a las razones de filosofía”) han de ser las principales esquinas de Caracas. ¡Cómo habrán de resonar, con cierto encanto de imán irresistible —aunque estratégicamente se habla de la conservación de los derechos de Fernando VII—, las tesis del Contrato social y de El espíritu de las leyes! Puntos de agitación y de arenga en que una nueva y atractiva palabra los une y los abraza: ¡Ciudadanos! Y en que el pueblo comienza a ser depositario y fuente de la soberanía: capaz, por ello, de asumir y decidir su propio destino. Sí, “la realización de las ideas”, su cristalización en voluntad política, “preparó la simultánea, la gloriosa explosión del 19 de Abril”, cuya onda expansiva culminaría en Ayacucho con la Independencia de América. Actuaba la opinión pública, que se había ido fraguando al calor del pensamiento de la Enciclopedia y la Revolución Francesa. Moral y luces... Por provenir de la Ilustración, Bolívar verá en la educación —“moral y luces son nuestras primeras necesidades”— el medio a través del cual el individuo, en cuanto ser de razón, es capaz de “adquirir un saber lo más amplio posible cuantitativamente, y lo más autónomo y crítico cualitativamente, con el fin de utilizarlo para actuar técnicamente sobre la naturaleza, moral y políticamente sobre la sociedad”.[43] El grado cada vez mayor de perfectibilidad humana —aquel infinito moral de que hablaba Simón Rodríguez— a que tiende y alienta el proceso educativo, el cual se refleja y opera sobre las costumbres, produciría no sólo la estabilidad de las instituciones, sino su mejoramiento... Y Bolívar dirá en su Discurso de Angostura: “La perfección social es el fin único de las instituciones humanas”. De este modo, en palabras de la época: los pueblos serían libres y felices. La ignorancia, el prejuicio, el oscurantismo provocan el atraso político, el trastorno y la corrupción de las costumbres. Una sociedad fundada en la razón erradica tales vicios y promueve la virtud. Por ello, “la educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso”. También diría Bolívar en esa magna ocasión: “La esclavitud es hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción”. Y agregaba: “El progreso de las luces es el que ensancha el progreso de la práctica, y la rectitud del espíritu es la que ensancha el progreso de las luces”. Igualmente diría: La naturaleza hace a los hombres desiguales en genio, temperamento, fuerzas y caracteres. Las leyes corrigen esta diferencia porque colocan al individuo en la sociedad para que la educación, la industria, las artes, los servicios, las virtudes, le den una igualdad ficticia, propiamente llamada política y social. Aún más: La prosperidad nacional reside en “Las dos más grandes palancas de la industria: el trabajo y el saber”. Desde este punto de vista, a la imprenta y al periodismo les corresponde un papel eminente en la sociedad. Son instrumentos de un gran valor educativo y moral. Por esta razón, en el primer número del Correo del Orinoco, el 27 de junio de 1818, se leerá: 3° Deseando el Jefe Supremo multiplicar los establecimientos tipográficos, ha determinado que por ahora se instruyan tres jóvenes en el arte de la imprenta. Se dará la preferencia a los que sepan leer y escribir correctamente. Estos jóvenes serán mantenidos por el Estado, y luego que se hallen regularmente instruidos, se les dará una colocación conveniente. Los que quieran entrar en esta carrera se presentarán a la Imprenta. Había que multiplicar la imprenta para multiplicar las luces; y estimular por estas facilidades, según se dispone en la Cámara de Educación, “a los sabios y a todos a que escriban obras originales”. Además, porque “con el tiempo, la ilustración, las despreocupaciones que vienen con ella, y con cierta disposición en la inteligencia, irán poco a poco iniciando a mis paisanos en las cosas naturales y quitándoles aquellas ideas y gusto por las sobrenaturales”.[44] La idea, por ejemplo, de Sacra Real Majestad: el rey por derecho divino. 0 la del terremoto de 1812 “como castigo del Cielo” por haberse abjurado de Fernando VII y erigido la República. Se quiere estructurar una nueva sociedad, cuyas bases deben ser la soberanía del pueblo, la división de los poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los privilegios. (...) Donde el ejercicio de la justicia es el ejercicio de la libertad. (...) Que garantice la libertad de obrar, de pensar, de hablar y de escribir.[45] Por consiguiente se hacía imprescindible extirpar de los hombres las viejas concepciones; prepararlos también sobre otras bases, para aquellas responsabilidades. “Estamos en un país —dice el editorial del Correo— en que no se han visto más libros que los que traían los españoles para dar a los pueblos lecciones de barbarie, o momentáneamente los del algún viajero como Loefling y Humboldt”. De estos últimos son los que hacen falta, los que deben producirse “después de aliviar a los que aún sufren por la guerra —le manifiesta Bolívar al rector de la Universidad de Caracas— nada puede interesarme más que la propagación de las ciencias”.[46] No sólo el libro. El periódico —más barato, más rápido en su confección, de mayor tiraje, e incomparable por la corta frecuencia de sus salidas fijas— es un educador de vasto alcance. Educador de masas lanzado hacia el futuro Si algún periódico ha realizado penetrante obra de cultura y practicado el magisterio en su más alta acepción, ese ha sido el Correo del Orinoco. En cada entrega iba formando el patriotismo y su entusiasmo, arraigando el amor a la independencia y la libertad, creando “un espíritu nacional que no existía”.[47] Con cuanta razón afirma en su primer número que su “sola existencia en el centro de las inmensas soledades del Orinoco es ya un hecho señalado en la historia del talento humano, y más cuando en esos mismos desiertos se pelea contra el monopolio y el despotismo, por la libertad del comercio universal y los derechos del mundo”. Sin embargo, cómo se duele el Correo —apremiado por la necesidad de demostrar al mundo que Venezuela es un Estado con un gobierno legítimamente constituido, en justa lucha por su independencia, y en vías de conformar la Gran Colombia— de la imposibilidad de destinar espacio a materias que, si bien son importantes para la ilustración del pueblo, como las que compondrán la gran obra periodística de Bello, carecen por el momento de aquella prioridad. Por eso, cuando en su número 67 anuncia y saluda la próxima aparición, también en Angostura, de El amor de la patria, señala: “Si estuviera en nuestro poder promover la multiplicación de periódicos de esta clase, propenderíamos a ello gustosos, porque estamos persuadidos de la utilidad que reporta toda la masa de la nación”. Agrega: “Bajo un gobierno republicano, como el que hemos adoptado, nunca debemos olvidar que su sola existencia y su prosperidad requieren virtudes e ilustración general, porque no tienen otro apoyo duradero las repúblicas. Es necesario que todo ciudadano sepa lo que se le debe, y lo que él debe a los otros; el poder que ha delegado, y el que retuvo, las ventajas de cumplir con sus obligaciones hacia la sociedad y los debidos límites de sus deseos para poder arreglar su conducta, conocer su interés, y estimar la idoneidad y honradez de aquellos a quienes cometió el destino y felicidad nacional. Es además necesario someterse a su deber, y someterse de buena voluntad, y anteponer siempre al propio el bien general, para que la República pueda descollar, y se formen ciudadanos íntegros, irreprensibles y consagrados a la dicha comunal, que son los únicos que merecen el honroso e insigne título de patriotas”. Tales fines pueden obtenerse muchas veces con el solo ejemplo de los hombres públicos, pero éste se circunscribe de ordinario a círculos estrechos. En cambio, se aventaja en sus efectos un periódico, que bien conducido y accesible a toda comunicación importante, sea centinela contra todo exceso u omisión culpable, y sea al mismo tiempo un catecismo de moral y de virtudes cívicas, que mejore la condición del pueblo, e instruya y forme a la generación que nos ha de suceder. Se concibe el periódico como un educador de masas, en función de hoy y de mañana. Por ello insiste el Correo, en su número 109, en invitar a “todo hombre de luces” a participar en esta tarea: “Nosotros los conjuramos a que no estén en silencio: que escriban, que difundan las luces e instruyan a sus compatriotas. Los invitamos a formar un periódico dedicado a la ilustración pública”. Tribunal espontáneo y órgano de los pensamientos ajenos En carta a Páez, fechada en Lima el 4 de agosto de 1826, Bolívar llama a la prensa: “Tribunal espontáneo y órgano de los pensamientos ajenos”.[48] En otras palabras: expresión de un saber “determinado únicamente por la razón crítica del hombre”.[49] En consecuencia, espontáneo: libre de prejuicio y de toda coacción, especialmente si proviene del Estado. La sola sustanciación de los hechos —a que invoca lo de tribunal— permite alcanzar la verdad, y publicarla con los argumentos y detalles de su demostración. Como para la ilustración, “la felicidad y el bienestar del individuo son la meta de la sociedad”,[50] al exponer cada uno su opinión, promueve la controversia y la discusión, que habrán de “conducir a las formulaciones más favorables para el Estado y la sociedad toda”.[51] Cuando Bolívar condensa en esa frase la concepción del iluminismo acerca de la prensa y la opinión pública, cree todavía —pujaba entonces el movimiento por desmembrar a la Gran Colombia y cualquier intento de una confederación más amplia con Bolivia y Perú— que la situación de Venezuela puede resolverse mediante la adopción, con algunas ligeras modificaciones”, de la Constitución boliviana. Lo expresa, en sendas cartas del 6 de agosto, al general Rafael Urdaneta y a los doctores Cristóbal Mendoza y Francisco Javier Yanes: “La imprenta serviría con buen suceso para inclinar la opinión pública en favor de este código, inspirar una grave circunspección en materia de tanta magnitud y una lenta marcha en senda tan peligrosa”.[52] Puesto que de Venezuela están “proponiéndome ideas napoleónicas. El general Páez está a la cabeza de estas ideas, sugeridas por sus amigos los demagogos”.[53] “Se me ha escrito que muchos pensadores desean un príncipe con una constitución federal (...) y todo esto es ideal y absurdo”.[54] Para el Libertador lo que conviene es que se acoja la Constitución de Bolivia, pues en ningún pacto social se ve tanta libertad popular, tanta intervención inmediata de los ciudadanos en el ejercicio de la soberanía y tanta fuerza del ejecutivo como en este proyecto; en él están reunidos todos los encantos de la federación; toda la estabilidad de los gobiernos monárquicos. Este mismo pacto, con algunas modificaciones ligeras, podría acomodarse a estados pequeños, formando una vasta confederación.[55] Bolívar parece confiar, con Stuart Mill, “en la oportunidad de cambiar error por verdad”, en alcanzar en la opinión pública “la percepción más clara y la impresión más viva de la verdad, producida por su colisión con el error”.[56] La prensa viene a ser entonces —se nota con nitidez en las cartas a Urdaneta, Mendoza y Yanes— freno de las pasiones: otra de sus concepciones en Bolívar. La situación de Venezuela es difícil y peligrosa. La prensa actúa irracionalmente, por lo cual el Libertador, en un ataque, la descalifica: se ha convertido en “órgano de la calumnia (y) tribuna engañosa”.[57] Está en juego la seguridad del Estado: el mantenimiento de la Gran Colombia y la posibilidad de crear una vasta confederación... “Una nación de repúblicas” que permita liberar a Cuba y Puerto Rico, enfrentar la Santa Alianza y contrapesar a los Estados Unidos. Bolívar no titubea. Le dice y le repite a Páez: Desde luego, lo que más conviene hacer es mantener el poder público con vigor para emplear la fuerza pública en calmar las pasiones y reprimir los abusos ya con la imprenta, ya con los púlpitos, y ya con las bayonetas. La teoría de los principios es buena en las épocas de calma; pero cuando la agitación es general, la teoría sería un absurdo, como pretender regir nuestras pasiones por las ordenanzas del cielo que, aunque perfectas, no tiene conexión algunas veces con las aplicaciones.[58] El Libertador se atiene a los principios. Cree en su aplicación y que este es el terreno reservado a la prensa para el debate público. Cuando cesa la racionalidad y aquellos se abandonan, la teoría pierde su vigencia y se transforma en un absurdo. Hay que actuar para restablecer el orden en que encajan los principios. La primera de todas las fuerzas: la opinión pública El 10 de noviembre de 1817, Bolívar instala en Angostura el Consejo de Estado, acto de enorme trascendencia: internacionalmente le confiere a Venezuela la categoría de un Estado en armas que lucha por su independencia. En su discurso, el Libertador destaca el hecho, y sobre todo la proyección de su impacto: El gobierno que, en medio de tantas catástrofes y aislado entre tantos escollos, no contaba antes con ningún apoyo, tendrá ahora por guía una congregación de ilustres militares, magistrados, jueces y administradores, y se hallará en el futuro protegido no sólo de una fuerza efectiva, sino sostenido de la primera de todas las fuerzas, que es la opinión pública. La consideración popular, que sabrá inspirar el Consejo de Estado, será el más firme escudo del Gobierno.[59] El seguimiento de las pulsaciones de la opinión pública será una de las preocupaciones constantes de su vida. En sus cartas desfila multitud de referencias a periódicos de América, Europa y los Estados Unidos. Siempre tendrá bajo su mira la situación interna y externa de España, y las repercusiones de la revolución de la independencia. En carta a Páez, once años después, vuelve a destacar la atención que le presta y la dimensión que le atribuye: “Tan necesario es cuidar de crear, por decirlo así, el espíritu público, que sin su auxilio la fuerza física apenas produce un efecto muy precario. Terribles son las guerras de opinión”.[60] De acuerdo con este criterio de crear un espíritu público conveniente, el Libertador se esmeraba en que los periódicos bajo su influencia no promovieran roces entre las naciones hermanas, ni inflamaran a unas contra otras. Debían estar al servicio de su unidad, contra los peligros exteriores y contra los intereses de las oligarquías locales, que en todas partes atizaban odios y fricciones para rehacer los cotos de sus antiguos privilegios. El 25 de julio de 1825 le ordena, desde el Cuzco, al general Tomás de Heres que responda un libelo de Brandsen. Le explica: Lo único que saco en limpio es que el Gobierno de Chile ha animado a Brandsen a dar este paso y que este francés piensa formar una facción en Chile, al parecer contra mí... Puede preguntar cómo es que nadie escribe libelos contra el gobierno de Chile ni los demás jefes de América en el país que manda el Libertador. Con este motivo se puede explicar: la envidia que devora a esos señores por las glorias del ejército colombiano y su jefe lo explica todo.[61] Y al Mariscal José de la Mar, desde Loja, el 14 de octubre de 1822. Mucho siento tener que indicar a Ud., de paso, que las imprentas de Lima no me tratan tan bien como la decencia parecería exigir. Quiero suponer que mi conducta o la del gobierno sea viciosa; no basta, sin embargo, esta causa para empeñarse entre naciones amigas en increpar la una a la otra sus defectos. Colombia ha podido juzgar con desaprobación algunas operaciones de los gobiernos americanos; y Colombia se ha abstenido de la murmuración porque su gobierno ha influido de modo que ha impedido el uso de un arma que no es dado a todos manejar con acierto y justicia. Yo espero, mi amigo, que Ud. impedirá este abuso que se está haciendo contra mí, para no verme obligado a mandar órdenes al general Paz Castillo que me serían desagradables, pues no es de razón que la moderación de Colombia se retribuya con ultrajes.[62] El predisponer a los peruanos contra el Ejército Libertador era insólito. Pero la aristocracia del Perú, de fuertes resabios monárquicos, rechazaba la revolución democrática que Bolívar encarnaba. Dos años después será Ayacucho. Y la distribución de tierras a los indios y la legislación en protección de su trabajo. La del Perú era apenas una más de las provocaciones y disensiones que se habían producido entre las diferentes provincias americanas en el transcurso de la lucha por la independencia. Cumplida la etapa de la liberación, los antagonismos afloraron con mayor fuerza, insurgieron contra todo intento que disminuyera el status y el poder político-administrativo que había prevalecido en la colonia, sobrepasándolos con la constitución de una unidad política más vasta. Bajar las tensiones era lo procedente y la prensa, al servicio de las oligarquías locales, más bien las encrespaba. Frente a esta situación, Bolívar actuaba con un claro sentido de solidaridad ideológica y deber revolucionario. El 19 de junio de 1820 le comenta al general Carlos Soublette, en carta que le dirige desde Rosario: “El interés de los liberales (es) la propagación de los principios liberales... la afinidad de principios produce siempre la atracción recíproca en materias políticas”.[63] De allí que, mientras participa de los ideales y objetivos de la revolución de Riego en España, no mirase bien las veleidades monárquicas de Buenos Aires y mucho menos al gobierno de Brasil, en connivencias con la Santa Alianza. En la emergencia —“después de Ayacucho estaba en marcha la insurrección de las clases dirigentes contra la revolución democrática acaudillada por el Libertador, y cuya fuente de poder residía en la República de Colombia”[64]—, Bolívar se esfuerza por derrotar la secesión y crear un frente común para contraponerlo a las pretensiones y peligros de la Santa Alianza, encabezada por Metternich, y contrarrestar a los Estados Unidos que “parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad”.[65] Prosigue: Así como en Europa —explica Liévano Aguirre— Metternich había anunciado que la paz internacional estaba estrechamente vinculada a la prolongación del viejo orden social, en el Nuevo Mundo, Bolívar iba a proclamar que la paz americana estaba indisolublemente ligada a la conservación, en todos los Estados del hemisferio, de los principios democráticos y republicanos, y que la intervención de la República de Colombia se produciría cuando se pretendiera traicionar en el continente estos principios.[66] El 23 de febrero de 1825 le escribe a Santander: Debemos imitar a la Santa Alianza en todo lo que es relativo a la seguridad política. La diferencia no debe ser otra que la relativa a los principios de justicia. En Europa todo se hace par la tiranía, acá por la libertad, la que ciertamente nos constituye enormemente superiores a tales aliados. Por ejemplo: ellos sostienen a los tronos, a los reyes; nosotros a los pueblos, a las repúblicas; ellos quieren la dependencia, nosotros la independencia. Por consiguiente, para elevarnos a la altura correspondiente y capaz de sostener la lucha, no podemos menos que adoptar medidas iguales. La opresión está reunida en masa bajo un sólo estandarte, y si la libertad se dispersa no puede haber combate.[67] Este era el escenario en que se desenvolvían las guerras de opinión en América, y dentro del cual se desempeñaba el Libertador, quien “en el fondo creyó siempre que la imprenta debía ser respetada y sus producciones perjudiciales combatirse en el mismo terreno ideológico”.[68] Así, en carta fechada en Pasto el 14 de enero de 1823, le manifiesta a Santander: He visto los papeles públicos; todo anuncia que prosperamos, que la España decae, que la opinión pública se mejora en todas direcciones internas y externas. Me parece que la libertad de imprenta, que tanto nos ha molestado con su amarga censura, al fin nos ha de servir de triunfo. Muy bien habla La Indicación, y muy agradecido estoy de su redactor: felicítelo de mi parte por sus principios rectos y luminosos.[69] Por la consideración e importancia con que la valoraba —“podría decirse que el de la opinión pública es uno de sus cultos permanentes”—[70], para Bolívar hombres de luces y honrados son los que deben fijar la opinión pública. El talento sin probidad es un azote. Los intrigantes corrompen a los pueblos, desprestigiando la autoridad. Ellos buscan la anarquía, la confusión, el caos y se gozan de hacer perder a los pueblos la inocencia de sus costumbres honestas y pacíficas.[71] Dentro de este contexto, debe situarse su frase de que la imprenta es “un arma que no es dado a todos manejar con acierto y justicia”. Quería hombres cultos y con un alto sentido ético de la profesión al frente de los periódicos, ya que “el talento sin probidad es un azote”. Los inconvenientes de la incomunicación En su respuesta a Juan Martín Pueyrredón, director supremo de Buenos Aires —correspondencia que aparece en el primer número del Correo del Orinoco— Bolívar le expresa: “V.E. salvando los inconvenientes que la distancia, la incomunicación y la falta de vías directas presentaban, ha adelantado un paso que da nueva vida a ambos gobiernos, haciéndonos conocer recíprocamente”. Y en la ocasión en que The Royal Gazette, de Jamaica, publica “Las últimas relaciones de los asesinatos que han tenido lugar en Cartagena”, Bolívar se dirige al editor: “Permítame Ud. llamar su atención y la del público (...) Como hijo de la América del Sur (...) es deber mío no permitir que la importante cuestión (...) sea tratada únicamente desde un solo punto de vista”.[72] Su carta es el gran reportaje sobre las atrocidades de Boves, “que en lo venidero, parecerán increíbles”. Bolívar conocía muy bien los problemas de la incomunicación. Durante la colonia la censura oficial y la eclesiástica impedían todo acceso a las fuentes de información. Cuando el 24 de octubre de 1808 aparece la Gaceta de Caracas, en su editorial “se da al público la seguridad de que nada saldrá de la prensa sin la previa inspección de las personas que al intento comisione el gobierno”. En una América sacudida desde México hasta la Argentina por el huracán revolucionario, y en un mundo en que insurge un nuevo orden social contra el cual se reagrupa el absolutismo europeo, el Correo del Orinoco será el vehículo “por donde se comunique al extranjero nuestros sucesos, e informemos a nuestros conciudadanos lo que acontece en otros países más dignos de su noticia”.[73] Desde su primer número, el periódico expresa en su editorial que ofrecerá: “Extractos de los periódicos extranjeros, así políticos como literarios”. Enlazaría el movimiento de independencia de Venezuela con los del resto de América. Formaría con ellos un frente único de comunicación en defensa de la autodeterminación de los pueblos. Establecería el diálogo de la unidad hispanoamericana y procuraría despertar en las potencias democráticas de entonces una corriente de simpatía y adhesión hacia la causa por la que se estaba luchando. ¡Cómo vibran las páginas del Correo en las más grandes noticias de América y el mundo, vistas e interpretadas en función de nuestros intereses! Los extractos del Morning Chronicle y el Evening Mail, de Londres, informarán sobre los sucesos de la corte española y el movimiento de Riego; los del Evening Post y el General Advertiser de Nueva York, o de la Federal Gazette y The Telegraph, de Baltimore, así como los de la Gaceta de Buenos Aires y la Gaceta de Bogotá, hablarán sobre la contienda, los triunfos y la política de la causa de la independencia. También se aprovecharán la Gaceta de Curazao, el Barbados Mercury y la Trinidad Gazette. Eleazar Díaz Rangel destaca, en el foro de Porlamar sobre la vigencia de Bolívar en el periodismo venezolano, la importancia que dio Simón Bolívar a la información internacional y cómo “en muchas oportunidades contribuyó a nutrir esas secciones extranjeras, enviando gacetas de Buenos Aires, de México o de Bogotá”, y redactando “él mismo resúmenes de esas importantes informaciones” en su preocupación por “utilizar la información como instrumento en favor de la independencia”.[74] Además, el Correo era la propia voz de la independencia de América ante las potencias y los pueblos del mundo. El alcance de esta publicación es grande, no solamente en Venezuela —afirma Luis Correa—, sino en América y aún en España, donde los patriotas se afanaban en que circulara, haciéndola entrar clandestinamente por Gibraltar. En cartas y documentos del exterior, se encuentra el nombre del Correo, lo mismo que en los periódicos que para entonces publicaban los independientes, desde México hasta Buenos Aires. Morillo se preocupa de su circulación y lo hace refutar con acrimonia por la Gaceta de Caracas. En los archivos diplomáticos de Londres y los Estados Unidos se guarda cuidadosamente. Los desterrados de las Antillas lo esperan con impaciencia y divulgan en sigilo sus informaciones.[75] José Domingo Díaz, el terrible y sangriento redactor de la Gaceta de Caracas, al hablar del Libertador, confiesa con despecho y zozobra: “La imprenta es la primera arma de Simón Bolívar, de ella ha salido el incendio que devora a América, y por ella se ha comunicado con el extranjero”.[76] Siervos para el trabajo y simples consumidores Existe otro aspecto, también de suma importancia en la concepción del periódico por el Libertador. Si bien no lo define en esas breves, impactantes y tan periodísticas frases suyas, está, más que implícito, explícito en cuanto a las funciones que le asigna. Aparece señalada en la segunda sección de las que conforman el Correo del Orinoco: “Las que conciernen al comercio interior y exterior.” Se trata, por consiguiente, del periódico en función de un nuevo orden económico. Proclama en su primer número el Correo: “Se pelea contra el monopolio y contra el despotismo, por la libertad del comercio universal y por los derechos del mundo”. Y en la nota con que presente la carta de Pueyrredón expresa: Es ya tiempo (de que los gobiernos libres de América) reúnan sus esfuerzos para consolidar la Independencia, y con ella la del comercio del mundo, que el monopolio de una nación revendedora del trabajo y de la industria ajena, tenía esclavizado. Con toda lucidez se plantea allí que la consolidación de la independencia exige la emancipación económica, liquidar aquella situación que Bolívar denuncia en la Carta de Jamaica: Los americanos en el sistema español que está en vigor, y quizás con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo y, cuando más, el de simples consumidores; y aún ésta parte coartada con restricciones chocantes: tales son las prohibiciones del cultivo de frutos de Europa, el estanco de las producciones que el rey monopoliza, el impedimento de las fábricas que la misma península no posee, los privilegios exclusivos del comercio hasta de los objetos de primera necesidad; las trabas entre provincias y provincias americanas, para que no se traten, entiendan ni negocien; en fin, ¿quiere usted saber cuál era nuestro destino? Los campos para cultivar el añil, la grama, el café, la caña, el cacao y el algodón, las llanuras solitarias para cazar bestias feroces, las entrañas de la tierra para excavar el oro que no puede saciar a esa nación avarienta. Se recoge en cada una de estas citas toda una propuesta de liberación económica. Agréguese el Artículo 1° de su Decreto de Quito, fechado el 24 de octubre de 1829, y colocamos a la nación en el dominio pleno de las riquezas del subsuelo: “Conforme a las leyes, las minas de cualquier clase corresponden a la República (...).” Únase el planteamiento de que la prosperidad nacional descansa “en las dos más grandes palancas de la industria: el trabajo y el saber”, y se involucra el problema de la tecnología. Además, ¿no revela Bolívar, en la carta que desde Potosí le manda a Santander, las desventajas de la relación bilateral entre un país débil y una gran potencia? Allí le dice: El tratado de amistad y comercio entre Inglaterra y Colombia tiene la igualdad de un peso que tuviera de una parte oro y de la otra plomo. Vendidas estas dos cantidades veríamos si eran iguales. La diferencia que resultara sería la necesaria igualdad que existe entre un fuerte y un débil. Este es el caso; y caso que no podemos evitar.[77] ¿Y no alerta ya, en la que le envía a Guillermo White desde San Cristóbal en 1820, contra la posibilidad del predominio económico de los Estados Unidos? Leamos: “La América del Norte, siguiendo su conducta aritmética de los negocios, aprovechará la ocasión para hacerse las Floridas, de nuestra amistad y de un gran dominio de comercio”.[78] José Consuegra Higgins señala —y lo resalta la nota que precede a la correspondencia de Pueyrredón y la Carta de Jamaica— que la integración económica bolivariana perseguía la seguridad del desarrollo autónomo (...). En su esquema defensivo de la integración partía del fundamento de la prioridad del intercambio interno regional y de la plura-exportación conjunta.[79] El periódico debe ser, pues, el portavoz de la independencia económica para consolidar la independencia política. Fiscal de la moral pública Para el Libertador, según O’Leary, la prensa debe actuar también “como fiscal de la moral pública y freno de las pasiones”.[80] En este sentido, y frente al peculado, ha de ser implacable. De acuerdo con Bolívar: “Se debe despedazar en los papeles públicos a los ladrones del Estado”.[81] Al Dr. Hipólito Unanúe, presidente del Consejo de Gobierno del Perú, le escribe en 1825 desde el Cuzco: Hay mucho robo todavía, y este robo se debe denunciar al Congreso, al público y perseguir más que a los godos. La mayor parte de los agentes del gobierno le roban su sangre, y esto debe gritarse en los papeles públicos y en todas partes.[82] La prensa regida por el pensamiento de Bolívar cumplía con este cometido de crítica a la administración republicana, aún en los momentos más duros de la guerra. El 16 de diciembre de 1813, Vicente Salias —que para entonces se hallaba al frente de la Gaceta de Caracas, que después de la Campaña Admirable había vuelto a la causa de la independencia y “era su único y oficial vocero” [83] — inserta una denuncia firmada por “J.R.M.” desde la Guaira. Revela la malversación en los bienes y las propiedades secuestradas a los enemigos: “Este ramo tan pingüe calculado sobre los cuatro millones de pesos, lisonjeaba nuestras miras de poder sostener las cargas actuales sin gravar el Estado, pero ¡qué dolor!, no entrarán en cajas cien mil pesos”.[84] Según el Dr. Elio Gómez Grillo, “parece que (Bolívar) juzgaba a esa modalidad de delito de cuello blanco que es la corrupción administrativa, como el delito más grave contra la seguridad del Estado y contra la fe del pueblo”. Calificó a los corruptos con los peores epítetos —“delincuentes que se alimentan de la sangre de los conciudadanos”, les llamó—, y para ningún otro delito, como no fuere el de traición a la patria, propuso con mayor energía y fuerza la pena de muerte”.[85] No sólo contra la corrupción administrativa exige Bolívar la vigilancia de la prensa. Su función fiscalizadora abarca toda la obra del gobierno, de acuerdo con la definición —ya citada— que del periódico ofrece el Correo del Orinoco: “centinela contra todo exceso u omisión culpable (...) catecismo de moral y de virtudes cívicas”. ¡Ah, cómo protesta el Libertador por el exceso de burocracia! “la innumerabilidad de empleados, (de los) que es absolutamente indispensable anular una infinidad que, lejos de hacer bien, embarazan la administración y absorben las pocas rentas del Estado”.[86] ¡Y cómo demanda también eficiencia en la Administración Pública! “Que se diga todo al pueblo y que se declame fuertemente contra nuestros abusos y nuestra inepcia, para que no se diga que el gobierno ampara el sistema que nos arruina. Que se declame todo, digo, en la Gaceta del Gobierno contra nuestros abusos; y se presenten cuadros que hieran la imaginación de los ciudadanos”.[87] ¿No es igualmente Bolívar quien se levanta contra el señuelo electoral del cargo público, y del carnet del partido para el ejercicio de las funciones administrativas? Recuérdese lo que dice a Páez: “El modo de hacerse popular y de gobernar bien es el de emplear hombres honrados, aunque sean enemigos”.[88] Una prensa capaz de encarnar una opinión pública alerta, que fiscalice al gobierno y presione para que se erradique la malversación de fondos, sea mayor el gasto reproductivo que el administrativo y haya la mayor eficiencia en todos y cada uno de los servicios, y la mejor gerencia en todas y cada una de las empresas del Estado, es, en síntesis, lo que propone y demanda el pensamiento del Libertador. La artillería del pensamiento Revolucionario integral, Bolívar utilizará todas las formas de la lucha para realizar su proyecto político. Como ha demostrado Acosta Saignes, Bolívar poseía “una concepción de la política, de la cual para él la guerra era sólo una porción, un instrumento (...) pues no dividía la guerra de la política; no parcelaba los factores sociales, ni los separaba de los militares”.[89] Dentro de esta visión global de la política ubicará la acción que les compete realizar a la imprenta y el periodismo en la guerra de la independencia. Les otorga un papel prominente, ya que la opinión pública es “la primera de todas las fuerzas”, y “sin su auxilio la fuerza física apenas produce un efecto muy precario”. Por ello “es tan útil como los pertrechos”. Constituye la artillería del pensamiento. Organiza la conciencia de las masas y las dispara a su objetivo. Simultáneamente con la batalla de las armas, Bolívar desarrollará siempre la guerra de opinión, la gran lucha ideológica. “La gaceta extraordinaria —le escribe a Santander— me parece muy buena y debe producir efectos admirables entre los enemigos”.[90] A Heres: “Usted verá, por algunos impresos, las perfidias del señor Tagle y los combates de papel que se están dando”.[91] En una posdata, al mismo Heres: “No mando los pape1es públicos porque desde aquí pensamos hacer la guerra con ellos; yo hago que trabajen como puedan”.[92] En consecuencia, se pondrá el mayor empeño para que circule con amplitud: “Supongo —de nuevo a Heres— que Ud. mandará impresos en todas direcciones, pues a mí me han venido pocos”.[93] En este esfuerzo por darle al periódico el mayor alcance para acrecentar su eficacia competirán republicanos y realistas. Se penetrarán las líneas enemigas. El 24 de abril de 1824, Heres le plantea a Bolívar: Entretanto que los enemigos inundan el país de papeles, nosotros no les podemos oponer una fuerza de igual naturaleza, porque no hay un pliego de papel. Si esta falta no se remedia, no tendremos gaceta el domingo que viene: cuento con que a fuerza de trabajos saldrá la de mañana”. La posdata señala que ha prohibido “fuertemente la circulación de los papeles enemigos.[94] Advierte Pérez Vila: “Obsérvese cómo aplica Heres a esta guerra psicológica los términos usuales en la estrategia de la lucha armada, nosotros no podemos oponer una fuerza de igual naturaleza”, escribe, exactamente como si los periódicos fuesen batallones o escuadrones alineados para dar la batalla”.[95] Poseer semejantes papeles es peligrosísimo. Se arriesga la vida. Boves, desde su cuartel general de Calabozo, le escribe al gobernador político de Caracas, el 7 de agosto de 1814, pidiéndole “tomar cuantas providencias conceptúe necesarias, imponiendo la pena de muerte al que dentro del plazo que V.S. señale, no entregue todos los impresos que se hayan publicado desde la entrada de Bolívar”.[96] Había que liquidar cualquier idea de libertad, que para José Domingo Díaz equivale a libertinaje, cuyas “pestilentes máximas, poco a poco, deslumbran, sorprenden y triunfan de la sencillez e ignorancia del vulgo”.[97] Nada en estas campañas de propaganda se desaprovecha. Es preciso convencer a todos, aún a los más remisos, de la necesidad de luchar por la independencia. El 18 de septiembre de 1821, el Libertador viaja de Maracaibo a San Carlos del Zulia para seguir a Cúcuta. En la goleta se entretiene leyendo la Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela, de Oviedo y Baños. De pronto interrumpe su silencio, y lee en voz alta la carta de Lope de Aguirre a Felipe II: Avísote, Rey y Señor, lo que cumple a toda justicia y rectitud para tan buenos vasallos como en estas tierras tienes, aunque yo, por no sufrir más las crueldades que usan estos tus oidores, virreyes y gobernadores, he salido de hecho con mis compañeros (cuyos nombres después diré) de tu obediencia, y desnaturalizados de nuestras tierras, que es España, y hacerte en estas partes la más cruel guerra que nuestra gente pudiera sustentar. (...) Mira, mira, Rey Español, no seas ingrato a tus vasallos, pues estando tu padre, el Emperador en los reinos de Castilla sin ninguna zozobra, te han dado a costa de su sangre tantos reinos y señorías en estas partes; y mira, Señor, que no puedes llevar, con título de Rey Justo, ningún interés en estas partes, donde no aventuraste nada sin que primero los que en ellas han trabajado sean gratificados… Como en este documento “estaba claramente expresada una de las bases teóricas —no la única, por supuesto, ni siquiera la más trascendental— sobre las cuales se afincaba la ideología del movimiento emancipador”, Bolívar ordena copiar íntegramente la carta y dirige una nota al gobernador de Maracaibo, “pidiéndole que hiciera insertar en el periódico de aquella ciudad la citada carta, que el Libertador calificaba de ‘Acta Primera de la Independencia de América el año de 1560’ ”.[98] En otra ocasión le envía a Santander un artículo de una gaceta de Londres, que he traducido literalmente, y le he hecho un comentario para que lo pongan en la Gaceta. El hecho no parece imposible y sin duda es tan benéfico, aunque de invención, que debemos aprovecharnos de él y hacerlo circular entre los párrocos y los predicadores… nos dará un gran crédito en la opinión religiosa de nuestros pueblos y pastores.[99] La situación de España en 1820 —levantamiento de riego, triunfo de las ideas liberales, órdenes a Morillo para entablar conversaciones con los patriotas— hay que explorarla al máximo. Se producen deserciones: Un tal Barrera se ha pasado siendo muy godo, y dice que después de mi respuesta a La Torre varios oficiales le dijeron que yo pedía el reconocimiento de la República y que la respuesta del general Morillo, quien sabe cuál sería, dando a entender que no sería contraria.[100] En carta interceptada, una moza le dice a un oficial realista “que es constitucional” y le manda “una cucarda (...). Añada Ud. que ya en Caracas las llevan públicamente”.[101] Con dos cartas de Saint Thomas y una de París debe hacerse un compuesto (…) para entretener a los ociosos de Bogotá. Añada Ud. que un oficial principal de Morillo, en su ausencia, ha brindado por mí, comparándome con Bonaparte y añadiendo que aquél había hecho la guerra con recursos y yo sin ningunos: esto indica paz, pues si no, no hablarían así los jefes.[102] Bolívar no cesa nunca. Hay que exprimir el ambiente psicológico. Le mando un extracto de la comunicación de nuestro agente en los Estados Unidos, para que lo haga publicar en la Gaceta como copia de una carta recibida del norte: de ningún modo debe parecer cosa nuestra. El presidente de América ha dicho a nuestro agente que nos dará todo y lo ha tratado divinamente.[103] Otro día: “Fernando VII quiso escaparse de España (...) y fue sorprendido por el general Ballesteros, que, a nombre del pueblo, 1o llevó a Madrid (...). Esto es cierto, y hágalo Ud. publicar en la Gaceta”.[104] Hay tantos hechos importantes, y favorables para la causa libertadora, que el 19 de julio de 1820 le escribe a Santander: Haga Ud. publicar un extracto de esta carta mía que son noticias y observaciones útiles para la Gaceta. Es necesario alegrar al pueblo con brillantes noticias y observaciones aún más brillantes, con esperanzas fundadas y aún más lisonjeras.[105] La prensa patriota no vibra, sin embargo, como debiera. Y Bolívar reprocha: Que se llenen las gacetas de cosas útiles, que hay muchas; le aseguro a Ud. que están muy insípidas; no parece que se trata de la ruina de España y de la salvación de América, en estos momentos. Parece que un hielo dirige su redacción. Poco y malo son dos defectos.[106] Son muy diversos los procedimientos que emplea Bolívar en la guerra psicológica. En su primer número el Correo del Orinoco informa, por medio de un boletín del ejército, sobre las operaciones en el país. Allí el general Páez penetró hasta Guayabal, atacó y obtuvo el mayor suceso: “Más de 300 muertos, multitud de prisioneros, sus armas y caballos, todo quedó en nuestro poder; y Morales, con los pocos que se pudieron salvar, fue obligado a retirarse hasta El Sombrero, por no poder detenerse en Calabozo”. Lo cierto es que jamás se produjo esta acción. Según Vicente Lecuna, el combate en el Guayabal fue inventado por el Libertador para cerrar el Boletín de las campañas desastrosas de 1818 con una nota menos trágica, (y) para animar a los partidarios existentes en las Antillas”.[107] El 12 de julio de 1820 le manda a Santander una proclama de Morillo, “para que se ponga en la Gaceta, con notas entre paréntesis y en letras bastardillas intercaladas en el texto, porque así hacen mejor efecto y no con llamadas”.[108] Usaba en esas notas “la pungente arma del ridículo”.[109] Tres días después le remite una proclama de Fernando VII, también con sus notas para bastardillas, pero con otra intención: “Se supone que es Fernando VII quien interpreta su proclama, y cuanto más sencillo sea el comento tendrá mayor naturalidad”.[110] En 1822 va hacia el Sur. Es el vencedor de Boyacá y Carabobo. España va de mal en peor. Mi mayor esperanza —le explica a Santander— la fundo en la política que voy a emplear en ganar el país enemigo y aún los jefes y tropas, si es posible; para lograr esto se necesita emplear cuanto voy a proponer. Su edecán Medina le lleva cuatro pliegos, y él debe volver trayendo consigo, con mucho cuidado y con mucho alboroto, los que Ud. le entregue para mí, a fin de que me vaya a alcanzar en Patía a fines de febrero o principios de marzo. El primer pliego contendrá una relación del secretario de Estado, en que me participe (...) una cosa muy positiva, pero muy secreta, comunicada por un agente extranjero, de un tratado entre Portugal, Francia e Inglaterra (para) una mediación armada entre la América y la España, (con el objeto de) obligar a la América a que pague todos los gastos de la guerra y a la España a que reconozca la independencia de los nuevos gobiernos, concediendo a los españoles regalías y privilegios por diez años, para que se indemnicen de la pérdida que ahora hacen. El segundo pliego será un memorándum dirigido, desde París, por el señor Zea a mí (...). Debe contener la sesión que el señor Zea supone haber tenido con el ministro francés sobre el proyecto de mediación armada, a fin de hacer el bien a todas las naciones, impidiendo el curso del espíritu revolucionario que agita a todos los pueblos europeos. Debe terminar la sesión por recomendar el ministro francés la adopción de principios constitucionales en América a imitación de México, protestando, sin embargo, que la mediación no entrará a modo alguno en nuestras interioridades, ni en el mecanismo de nuestros gobiernos, porque su objeto no es más que dar paz a las naciones. El tercero lo constituirá un oficio del general La Torre al general Páez. Le pide un salvoconducto para mandar diputados cerca de mí, con una comisión de la mayor importancia que acaba de llegar de España con el objeto de entablar y concluir un tratado de paz con el gobierno de Colombia. Tengo además la satisfacción de añadir a V.E., debe decir La Torre, que he recibido órdenes expresas de suspender las hostilidades por mi parte y de hacerlo entender así al gobierno de Colombia. Los pasaportes los debe pedir La Torre para tal y tal, cuyos nombres y empleos debe indicar. El cuarto pliego debe contener cuatro o seis ejemplares de la Gaceta de Bogotá, en que se inserten dos o tres artículos de la Miscelánea, diario gaditano y universal, en los cuales se anuncia la caída del antiguo ministerio, el levantamiento de dos o tres ejércitos y tumultos sanguinarios en Madrid, con la muerte de Morillo y otras bagatelas de esta especie, pedradas al palacio del Rey, y La Fontana proponiendo una asamblea nacional para erigir la España en república. Bolívar advierte, en respeto de la verdad, que el número (ordinario) de la Gaceta debe salir, sin embargo, sin ninguna mentira ni cosa semejante a los artículos que acabo de indicar. Solamente los cuatro a seis ejemplares que Ud. me envíe deben estar impresos con todos estos enredos. Yo tendré buen cuidado de no hacer más que mostrar todos estos documentos a los parlamentarios que convidare con este motivo. Señala el Libertador: “El objeto de toda esta baraúnda es persuadir al enemigo de que todo está hecho: que deben tratar conmigo, que debemos ahorrar nuevos sacrificios de sangre en circunstancias tan propicias”. Le recomienda a Santander: Al entregar a Medina estos pliegos debe Ud. encargarle la celeridad y persuadirlo de todas estas mentiras, para que ellas venga diciendo desde Bogotá hasta mi cuartel general. Este ruido se propagará, correrá, se acabará y Medina quedará como embustero. Usted debe responder a todo que así se dice, pero que no sabe nada. Sin embargo, esta respuesta no debe darse en los primeros días, para que los que escriben de allá para acá escriban estas mismas mentiras.[111] Sin descuidar detalle alguno que beneficie la causa republicana, orienta los periódicos el Libertador. A Salias —era redactor de la Gaceta de Caracas— le da una reprimenda en 1814, por la incorrecta apreciación de un hecho de política internacional, ofende injustamente al gobernador de Curazao (…). La imparcialidad le obligaba del mismo modo a desmentir otras calumnias (contra el Gobernador) cuya impostura se descubre a primera vista (…). Estando además reducidos sólo a este periódico, que nos hace conocer en el mundo, es menester que nos represente fielmente, no que nos desfigure con perjuicio de nuestra opinión.[112] Con motivo de la firma de los tratados de Trujillo, le dice a Santander: Después de esta entrevista no parece regular que hablemos más en nuestros papeles públicos contra estos señores. Yo se los he ofrecido así porque conviene a nuestra política manifestar que no hemos sido nosotros los encarnizados enemigos de los españoles, sino cuando ellos lo han sido nuestros y que, cuando se entrevé la paz, los recibimos como amigos.[113] En otra oportunidad, también a Santander: Se puede ahorrar libertad o muerte: todo eso huele a Robespierre y a Cristóbal, que son dos extremados demonios de la oposición a las ideas de moderación culta. La fortuna nos ahorra la horrible necesidad de ser terroristas”.[114] Destaca en el Libertador un gran dominio de los aspectos técnicos del periodismo. En su criterio, el periódico es un espacio ordenado, que jerarquiza y organiza sus materiales, en el que nada sobra ni falta. Escapa a la monotonía y lo insustancial. Todo debe cuidarse: tipografía, diseño, impresión, títulos, redacción... todo: para que llame la atención y capte la admiración del lector. Ha de ganar y promover su interés con “cosas útiles” y un estilo sencillo y elegante, de una gran dignidad. Le escribe a Heres: “El observador en un pequeño cuaderno no está bien; mejor aparecería en un pliego entero. El número 2 no tiene variedades ni noticias, que son las que interesan. Los negocios legislativos deben ser comunicados, las columnas deben ser divididas en este orden: “Noticias extranjeras”, “Noticias del país”, “Asuntos políticos o legislativos”, “Variedades”, etc., y lo que sea literario o negocios de un interés mayor, que no pertenezcan a dichos artículos. Después se pueden poner estos otros artículos: Curioso, Estupendo, Notable, Gracioso, Escandaloso y otros títulos como estos que llamen la atención del público y correspondan a esos títulos. Todo el papel debe estar dividido en sus diferentes departamentos, digámoslo así. Se trata de hacienda, hacienda, se trata de rentas, hacienda. Se trata de Fernando VII, tiranía o fanatismo, según sea el negocio. Se trata de un hecho raro o desconocido se pone: anécdota estupenda, curiosa o escandalosa, según sea. Los artículos deben ser cortos, picantes, agradables y fuertes. Cuando se hable del gobierno, con respeto, y cuando se trate de legislación, con sabiduría y gravedad”.[115] Se dirige a Santander: “La Gaceta es muy chiquita, no contiene nada; sobran materiales y sobra buena imprenta. Hágale Ud. quitar el jeroglífico; póngale Ud., por título Gaceta de Bogotá, y que se llenen sus columnas con los caracteres más pequeños que haya; pues si es preciso, que se compre la imprenta, o se emplee la de Lora por contrata. Este es un lujo de los gobiernos y es una indecencia lo contrario. Nuestra gaceta no se puede presentar en ninguna parte por su tipografía”.[116] Un día dirá: El Correo de Bogotá tiene cosas admirables, me divierte infinito, no tiene más defectos que su monotonía de cartas; parece una correspondencia interceptada. Dígale Ud. al redactor que anuncie al público que no dará más artículos remitidos en forma de cartas, sino que los encabezará con un título de su contenido. No hay diario en el mundo que tenga la forma del Correo de Bogotá. A todas las cosas se les debe dar la forma que corresponde a su propia estructura, y estas formas deben ser las más agradables para que capten la admiración y el encanto. Mucho importa que ese diario que tiene buenos redactores, trate las materias de modo regular y periodístico”.[117] ¡Noticias!, ¡noticias! “que son las que interesan”, reclama continuamente el Libertador. En 1820 a Santander: “no se apure Ud. sino en que se comunique al público en gran cantidad todas las noticias ocurrentes”.[118] Cuatro años después le envía un periódico: “Para que Ud. vea que en Huamachuco se saben mejor las cosas que en Bogotá, le mando a Ud. ese periódico del ejército. Muy mal impreso está, pero las noticias son exactas y nuevas”.[119] ¡Ah, cómo hacen falta los buenos periodistas! “Las gacetas le dirán una parte de lo que ha sucedido, porque no se dice siempre todo a causa de la imperfección de nuestros gaceteros”.[120] Los periódicos deben informar. Y hacerlo bien. Se angustia Bolívar cuando falta esta obligación. Yo he recibido del mismo correo —le confiesa a Santander— una parte de su correspondencia y las gacetas de Bogotá que tampoco dicen nada. El hecho es que yo estoy en una situación muy crítica y obrando a locas, sin saber el verdadero estado de las cosas ni en el Perú ni en Colombia.[121] Si el Libertador demandaba exactitud y novedad en la noticia, pedía asimismo que se las encabezara “con un título de su contenido”, para que “llamen la atención del público”. En opinión de Francisco J. Ávila, “eso no se había visto en ninguna parte” hasta esa época de 1823-1825. Sostiene que así se lo demostró una investigación que hiciera sobre el particular. Bolívar, afirma, es “el primero que se ocupa en el mundo de cómo deben ser los titulares”.[122] Igualmente habrá de preocuparse por el diagramado de los periódicos. Aconseja a Santander: “A todas las cosas se les debe dar la forma que corresponde a su estructura, y estas formas deben ser las más agradables para que capten la admiración y el encanto”. Se lo insinúa a Heres: “Yo quiero que se proteja un periódico... pero que se organice con elegancia, gusto o propiedad”.[123] Escritor de deslumbrante frase breve —directa, clara, precisa— con gran rigor examinará siempre el texto periodístico. “Remito a Ud. El Centinela, que está indignamente redactado —amonesta a José Gabriel Pérez—, para que Ud. mismo lo corrija y lo mande a reimprimir, a fin de que corra de un modo decente y correcto. Despedace Ud. esta infame gaceta para que quede mejor(...). La puntuación corregida, todo rehecho”. — Y en la posdata—: “La adjunta del Correo de Londres, que es muy interesante, hágala insertar en la gaceta del gobierno, pero antes se corrijan el estilo y la puntuación, que son detestables”.[124] En opinión del Libertador, los artículos deben ser interesantes, cortos, agradables, fuertes. O con “estilo picante, digno, gracioso. Cuanto más sencillo sea el comento tendrá mayor naturalidad”.[125] Su crítica trasluce gusto y conocimientos literarios: “La refutación a Brandsen —le manifiesta a Heres— me ha parecido muy bien; está bien escrita en general y tiene rasgos magníficos, picantes, crueles. No me parece que tiene otro defecto sino el de la falta de dignidad en algunas expresiones, como ‘tapaboca’ y otras vulgaridades semejantes, que no son elegantes ni brillantes. Para la sátira más cruel se necesita nobleza y propiedad como para el elogio más subido. Vea Ud.: “el aire de agresor de Dios le ha dado” tiene toda la nobleza y la acrimonía que se necesita para este estilo; otros pasajes son igualmente hermosos. El papel está brillantemente escrito, y con muy pocas correcciones quedaría perfecto.”[126] Sí, los periódicos necesitan “brillantes noticias y observaciones aún más brillantes”, títulos que digan y comentarios picantes. Y ese espacio que escapa y equilibra lo ordinario ofreciendo el entretenimiento, que Bolívar llama “Variedades”. Desvelado interés por el periódico domina al Libertador. Lo había estudiado en sus detalles. Lo medía en toda su importancia. Sabía que cuanto mejor elaborado estuviera, cuanta mayor desaprensión por el encanto de fondo y forma, provocará en el lector —díscolo como es éste—, una mayor posibilidad de persuasión, de romper sus barreras psicológicas. Un instrumento dotado de gracia y sutileza, poblado de “cosas útiles” para la causa de la libertad es, en el pensamiento de Bolívar, el periódico. Nada en éste es gratuito. Todo calza un propósito. El Correo del Orinoco, su obra máxima en el campo del periodismo, es un clarín llamando a la batalla, que desde el centro de las inmensas soledades del Orinoco cobra las fuerzas de sus aguas, y es un río de encendidas conciencias el que marcha. A su frente se hallan Simón Bolívar, Francisco Antonio Zea, Juan Germán Roscio, José Rafael Revenga, Manuel Palacio Fajardo y José Luis Ramos. Todos hombres de cultura y de compromiso. Su significación la destacara un periódico de la época: El Constitucional Caraqueño, del 13 de septiembre de 1824: “Ganó más batallas, hizo más prosélitos que las memorables jornadas de nuestra Guerra de Independencia”.[127] Fue un soldado más... Su artillería: el pensamiento. |
Simón Rodríguez: Maestro de la redención de América |
Ningún hombre en América con una visión tan amplia y profunda de la educación, y tan por sobre tu tiempo, como don Simón Rodríguez. Maestro que se ha propuesto transformar a América, su ojo de sociólogo descubre, desde que pone el pie en Cartagena en 1823, que la derrota del imperio español no ha socavado a fondo la estructura social que se tramó en la Colonia... Como en el régimen monárquico —para decirlo con sus palabras—, todo depende aún de “los señores del suelo y dueños del trabajo”. Lo siente, lo palpa —“debemos considerar la cuestión social, que el siglo somete a la decisión de los americanos”— y lo irá comprobando por los caminos que conducen de Colombia hasta Chile en su largo e indeclinable peregrinaje. Una y otra vez habrá de pregonar: “La guerra de la independencia no ha tocado a su fin.” “Una revolución política pide una revolución económica.” Y es que en don Simón Rodríguez —“En Europa concurrí a juntas secretas de carácter socialista: vi de cerca al padre Enfantin, a Olindo Rodríguez, a Pedro Leroux y a otros muchos que funcionaban como apóstoles de la secta”[128]— el reformador social y el educador son inseparables. Su concepción de la educación apareja, como ruedas de un mismo eje, un cambio de conciencia y de estructura social. De ahí aquel su famoso programa de “Educación popular, destinación a ejercicios útiles y aspiración fundada a la propiedad”, que proponía como divisa del sistema republicano. “Estas ideas eran (y serán siempre)” Hombre que ve en la enseñanza y en la “aspiración fundada a la propiedad”, la erradicación de todos los males sociales —“Al que no sabe, cualquiera lo engaña; al que no tiene, cualquiera lo compra”— ha de hacer de la educación popular el motivo fundamental de su vida. Desde sus reveladoras lecturas clandestinas del Emilio de Rousseau, en su Caracas natal de fines del siglo XVIII, esa será su causa, su bandera, alta siempre, de lucha: la gran pasión que no le abandonará nunca. Ya en 1794, a los veintitrés años, escribía al Cabildo de Caracas: “Los artesanos y los labradores es una clase de hombres que debe ser atendida como lo son sus ocupaciones. El interés que tiene en ello el Estado es bien conocido; y por lo mismo excusa de pruebas. (…) Las artes mecánicas están en la ciudad, y en la provincia, coma vinculadas en los pardos y morenos. Ellos no tienen quien los instruya; a las escuelas de los niños blancos no pueden concurrir; la pobreza los hace aplicar desde sus tiernos años al trabajo (…) ¿Qué progreso han de hacer estos hombres, qué emulación han de tener para adelantarse, si advierten el total olvido en que se tiene su instrucción? Yo no creo que sean menos acreedores a ellas que los niños blancos.[129] Sólo quien tuviese profundas convicciones sociales y se hallase en rumbo de misión revolucionaria podía escribir así en una Caracas que dos años más tarde, ratificando viejos conceptos, asentaba en el acta de su Ayuntamiento —según transcribe José Gil Fortoul en su Historia Constitucional de Venezuela— “la inmensa distancia que separa a los blancos y pardos, y la ventaja y superioridad de aquellos, y la bajeza y subordinación de estos”. Aterrorizados por las gracias al sacar, y en resguardo de privilegios en la representación acordada por el Ayuntamiento y dirigida al rey en 1796, los mantuanos de Caracas sostendrán que no debe permitirse a los pardos “la instrucción de que hasta ahora han carecido y deben carecer en adelante”. Desde entonces aparece el reformador social y el apóstol de la educación popular que habrá de ser don Simón Rodríguez. Profundo amor y dolor de pueblo rezuman sus palabras. Protesta y acusación, que se le volverán permanentes. Todavía, treinta y cuatro años más tarde, en Sociedades americanas, escribirá: “Entre tantos hombres de juicio, de talento, de algún caudal, como cuenta la América; entre tantos bienintencionados, entre tantos patriotas (tómese esta palabra en su sentido recto), no hay uno que ponga los ojos en los niños pobres”.[130] La hora del ensayo Cuando triunfa la Independencia, siente Rodríguez que ha llegado la hora de realizar su bien meditado proyecto de educación popular, y de aplicar, a la vez —“Bueno es que el hombre tenga; pero, primero pan que otra cosa”— las enseñanzas socialistas aprendidas en Europa. Uno y otras se complementan. “Amigo: Yo no he venido a la América porque nací en ella, sino porque tratan sus habitantes ahora de una cosa que me agrada, y me agrada porque es buena; porque el lugar es propicio para la conferencia y los ensayos, y porque es usted quien ha suscitado y sostiene la idea”.[131] Viene —se lo confiesa en 1832 al general Francisco de Paula Otero— para que Bolívar “hiciese valer mis ideas a favor de la causa. Estas ideas eran, y serán siempre, emprender una educación popular, para dar ser a la República imaginaria que rueda en los libros y en los Congresos”.[132] Porque ha arribado la hora de la conferencia y los ensayos, trae en sus maletas “muchas cosas escritas para nuestro país, y sería lástima grande que se perdiesen”. Había pasado más de un cuarto de siglo de aquella fecha en que se vio obligado a escapar de Venezuela, y a cobijarse bajo el nombre de Samuel Robinson, por haberse comprometido en la tentativa de independencia de Gual y España. Ha sido una larga y permanente vigilia ante el destino de América. Y un continuo prepararse para servirla. Un destino que lo convirtió en el maestro de Bolívar: “Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que usted me señaló”.[133] Y un destino que lo vinculó al Juramento del Monte Sacro, como lo recordara el Libertador en 1824: ¿Se acuerda usted cuando fuimos juntos al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la Patria? Ciertamente no habrá usted olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros: un día que anticipó, por decirlo así, un juramento profético a la misma esperanza que no debíamos tener. Regresa para construirle bases firmes, de progreso y desarrollo a la gran esperanza realizada. Sabe —se lo expresa a Bolívar— que en “el asunto de la Independencia (...) falta mucho para darlo por concluido”.[134] Su plan no es otro que el de establecer un programa de educación popular, en enlazamiento feliz de escuela y taller, instrucción y trabajo, que constituya —como lo advierte en Sociedades Americanas en 1828— el fundamento “de una reforma que nunca se había intentado: la de la sociedad”. En síntesis, una “educación republicana” destinada a colonizar a América con sus propios habitantes —“asignarles tierras y auxiliarlos en sus establecimientos”—, a desarrollar la industria, y —se lo dice a Manuel Uribe Ángel— a “rehabilitar la raza indígena y evitar su extinción completa”. Si los americanos —escribe en su Defensa de Bolívar— quieren que la revolución política, que el peso de las cosas ha hecho y que las circunstancias han protegido, les traiga bienes duraderos, hagan una revolución económica, y empiécenla por los campos: de ellos pasará a los talleres, y diariamente notarán mejoras que nunca conseguirán empezando por las ciudades.[135] Su programa apunta y avanza hacia las metas de una nueva sociedad: proyecta la educación en función de cambio de estructuras —de reforma agraria y revolución industrial—, “porque la política, aunque vulgarmente se tome por ciencia encumbrada y recóndita, en substancia no es otra cosa que una teoría general, compuesta de las teorías que reglan los procederes de la economía”. Sí, con cuánta claridad lo había entendido: La política es (...) la teórica de la economía; porque los hombres no se dejan gobernar sino por sus intereses, y entre estos el principal es el de su subsistencia, según las necesidades verdaderas que sienten, según las facticias que se imponen por conveniencia, y según las ficticias que suponen deben satisfacer. Denuncia que “la enfermedad del siglo es una sed insaciable de riqueza”, y anticipa, en extraordinario atisbo, la necesidad de la planificación económica. En sus observaciones sobre La desviación del río Vincocaya califica de “antieconómico” el sistema de “concurrencia o de oposición”, y señala: “Los secretos, y la libertad mal entendida de hacer cada uno lo que quiera en su taller o en su campo dan a la casualidad lo que se debería esperar del cálculo”. Para Simón Rodríguez, la reforma agraria supone el desarrollo de una agricultura basada en la ciencia y la tecnología; y la revolución industrial, un amplio dominio de la metalurgia. Una concepción de esta naturaleza requiere de “agricultores instruidos, con conocimientos de historia natural, apoyados en los de física y química”, formados en escuelas de agricultura. Por otra parte, demanda el conocimiento de metales “más útiles que el oro y que la plata, como hierro, plomo, estaño, cobre, zinc, platina, manganesa y otros”, pues, “de la industria, a la haz de la tierra, vienen las riquezas durables”. La educación, en consecuencia, debe abarcar y dar, en primera y segunda edad, cuatro especies de instrucción: “Instrucción social, para hacer una nación prudente; corporal, para hacerla fuerte; técnica, para hacerla experta; y científica, para hacerla pensadora”. Muy bien comprendía el maestro de Bolívar el papel de la educación. “En las repúblicas —escribe— la escuela debe ser política”. Y la política, “en punto a instrucción, es formar hombres para la sociedad”. El cabestro en la conciencia No, no se trata simplemente de preparar mano de obra especializada; o en estadios más altos, ingenieros, físicos, químicos, médicos, economistas, agrónomos. No. Sino de preparar al hombre, de modo integral, “al goce de la ciudadanía”, para que participe en el perfeccionamiento de las instituciones. “Formar hombres para la sociedad implica conocer la sociedad para saber vivir en ella”. Entre los conocimientos que el hombre puede adquirir —expresa en Luces y virtudes sociales—, hay uno que es de estricta obligación... el de sus semejantes: por consiguiente, que la sociedad debe ocupar el primer lugar, en el orden de sus atenciones, y por cierto tiempo ser el único sujeto de su estudio. ¡Ah, y cuidado con la moda!... “Han de entender bien lo que es civilización”. Si no se le determina, puede ser un fetiche “para apoderarse de los hombres haciendo de la conciencia un cabestro”. Es el momento —el comercio desenvuelve el signo de la fascinación— en que las grandes potencias, sacudidas por el ascenso de la revolución industrial, despliegan el espejismo de la civilización y el progreso en busca de mercados y fuentes de materias primas. La esclarecida conciencia de Simón Rodríguez —“He aquí el fondo del problema: las grandes naciones (se dice) no pueden subsistir sin colonias”— alzará su ironía y jugará con la palabra globo, como grito que interrumpe un discurso, para denunciar la locura de la civilización de las mercancías, y el propósito de dominio económico y penetración cultural que en este intercambio se esconde. Oigámoslo: El fin es que todos propendan a propagar el comercio: ¡el comercio!... ¡el comercio! (gritan) y ya les parece ver, con esta sola palabra, alborotados los pueblos como se alborotan los avisperos, haciendo en cada ensenada un astillero, saliendo sin saber a dónde van, cruzándose los barcos en los mares, y saludándose los capitanes como en las calles de los puertos... ¡Qué hermosura —exclama enternecido el orador la empresa— cuando se vea ¡la ilustración!, ¡la virtud!, ¡las buenas costumbres!, ¡la moral!, ¡la filosofía!, ¡la civilización! y... ¿quién sabe qué más? porque le faltan las palabras. Encajado en esta presión por el comercio internacional despuntaba el moderno imperialismo, comenzaba a perfilarse la producción en masa... en la voz del mercader de turno: de artefactos que adornando la suntuosa morada del rico, y cubriendo la desnudez del proletario, establezcan un perpetuo equilibrio entre las fuerzas productoras y consumidoras, hasta los últimos rincones del globo — ¡GLOCO!—, que exhalando por cada poro torrentes de prosperidad, virtud y civilización, llegue un día a verse cubierto de almacenes... ¡Almacenes! Con la agudeza con que habitualmente examina los problemas sociales, el maestro del Libertador advierte que el comercio importa y exporta cosas y... “opiniones”. Por tanto, para países que apenas asoman a la independencia, después de tres siglos de dominación, y que no han realizado la reforma agraria y la revolución industrial, “el comercio de las opiniones será siempre pasivo”. Alerta y protesta airadamente: “Traer ideas coloniales a las Colonias”… “¡Qué comercio! —válganos Dios”. Con esa misma lucidez desmonta el mito —siempre justificará la ineficacia y la opresión— de la conveniencia y el orden públicos. Y llega a la moderna conclusión de que “los publicistas deben hacer el político”... y echar mano del diccionario, “empezando por la C y por la primera palabra: “Conveniencia. Sust. Fem. Tener pueblos ignorantes que no sepan quién los manda ni por qué, ni lo que se hace con ellos”. Otros, en cambio, sí lo saben: “—¿Qué dice usted de este gobierno?— preguntan a un mercader. —Que todo marcha en buen orden... la venta no puede ir mejor”. Con qué sagacidad iba a la raíz de las cosas. De igual modo percibió la magnitud y trascendencia de su obra, y los requerimientos para darle solidez y continuidad. Sólo usted sabe porque lo ve como yo —dice a Bolívar en carta del 30 de octubre de 1827— que para hacer república es menester gente nueva; y que de la que se llama decente lo más que se puede conseguir es el que no ofenda. Enseñanza Obligatoria Simón Rodríguez, para quien el fin de la instrucción es la sociabilidad, y el de la sociabilidad “hacer menos penosa la vida”, tratará de implantar un sistema democrático de educación popular. Interesa multiplicar el número de las escuelas y organizarlas con criterio moderno; formar al maestro, con doctrina y métodos pedagógicos; y sobre todo, establecer la obligatoriedad de la enseñanza. Escuchémoslo: Es verdad que los derechos del hombre, en cuanto a regir la sociedad, no son los de su persona, sino los de sus aptitudes: pero naturales, que consisten en sus facultades mentales. La sociedad, para aprovechar de estas facultades, debe no sólo poner a disposición de todos la instrucción, sino dar medios de adquirirla, tiempo para adquirirla y obligar a adquirirla. Allí estaba golpeando contra los muros de su tiempo. Exigiendo un derecho que tardará más de medio siglo para que se consagre en América. Por otra parte, y con gran escándalo de ignorantes y de hipócritas, en Chuquisaca, como antes en Bogotá, introduce la escuela mixta. Consideraba la educación de la mujer tan importante como la del hombre. Cuando hace el recuento de lo realizado, escribe: “Se daba instrucción y oficio a las mujeres para que no se prostituyesen por necesidad, ni hiciesen del matrimonio una especulación para asegurar su subsistencia”. Siente y proclama que “ha llegado el tiempo de enseñar a las gentes a vivir”. Esta es precisamente la misión de la escuela. Sin embargo, en países donde la sociedad política no se compadece con la sociedad civil —todavía muy marcada, y por zafarse de tres siglos de opresión, de Santo Oficio y pureza de sangre, de castas y privilegios, de esclavitud y de mita—, “enseñar a las gentes a vivir”, como exigir la instrucción general y obligatoria, equivale a levantar la consigna de la igualdad social. De “la terrible igualdad”, según la frase mantuana. Implica romper con el pasado, con los que dicen: “El mundo ha sido siempre el mismo y lo será mientras dure”; con el tipo de educación que propone el maestro del Libertador, “no se crea que así será, porque no debe ser así”. Si uno de los hechos fundamentales de la Independencia fue el “haber debilitado la fe con que se creía que el heredero del Trono era Sacra Real Majestad” —frase con que ataca la idea de que ese mundo de injusticia y privilegio había sido creado por Dios, y para siempre—, a la escuela le toca operar el profundo cambio de conciencia, que no sólo sustente la transformación política que se ha producido, sino que empuje hacia la revolución económica que aquella está pidiendo. En términos de hoy —y don Simón lo dijo para su momento—, la misión de la educación consiste en formar un hombre nuevo. En su tiempo, capaz de “hacer república”. Diferencia, por ello, instrucción y educación: “Instruir no es educar; ni la instrucción puede ser un equivalente de la educación, aunque instruyendo se eduque”. La meta era crear un estado de conciencia tal que hiciese posible “pensar cada uno en todos, para que todos piensen en él”, Porque “los hombres no están en el mundo para entredestruirse, sino para entreayudarse”. Por eso el maestro de escuela debía estar “insistiendo siempre en la confraternidad”. Había llegado, sí, la hora de la conferencia y los ensayos. De “enseñar a los niños a ser preguntones, para que, pidiendo el por qué de lo que se les manda a hacer, se acostumbren a obedecer a la razón”. “Con hombres que hacen esta pregunta se puede emprender lo que se quiera, con tal de que el porqué sea bueno”. Allí está la clave: “Educar es crear voluntades”. Permitir el desarrollo de la personalidad en todas sus potencialidades, de modo que integre, y desenvuelva en unidad, sensibilidad, pensamiento y acción. Enseñar a aprender Era preciso erradicar —“el maestro no es verdugo ni alcalde”— la escuda del azote y del arresto; esa escuela donde “pierden los niños el tiempo leyendo sin boca y sin sentido”, y en la cual “la enseñanza se reduce a fastidiarlos, a decirles a cada instante y por años enteros: así, así, y siempre así, sin hacerles comprender por qué ni con qué fin; no ejercitando las facultades de pensar”. La enseñanza debe “disponer el ánimo de los niños para recibir las mejores impresiones, y hacerlos capaces de todas las empresas”. De acuerdo con sus principios, “el conocer a los discípulos es circunstancia espacialísima sin la cual no se puede acertar en su dirección; y para adquirir este conocimiento es necesario estudiarlos bajándose a observar la más mínima de sus acciones”. La suya era la escuela de la motivación, del interés, de la alegría. Bolívar lo recuerda en carta a Santander como “el maestro que enseña divirtiendo”. La basaba en el método que invita a aprender: No hay interés donde no se entrevé el fin de la acción. Lo que no se hace sentir no se entiende, y lo que no se entiende no interesa. Llamar, captar y fijar la atención son las tres partes del arte de enseñar. Y no todos los maestros sobresalen en las tres. Para lograr este propósito: Con cosas se enseñará a pensar, se nombrarán cosas y movimientos que se vean, oigan, huelan y toquen, haciéndolos mirar, escuchar, olfatear, saborear y palpar (…). Se enseñará a ver el número en las cosas, y estas se harán conocer por su calor, figura, forma, extensión y propiedades. Le preocupaba qué se enseña, quién lo enseña y cómo lo enseña. Decía: Hay que formar maestros, antes de abrir escuelas. Estas debían estar adecuadamente equipadas y disponer de fondos para subvenir a sus gastos: y aquellos, bien pagados, para que pudieran llevar una vida decente, atender a sus enfermedades y ahorrar para su vejez. Cuando el maestro de escuela primaria cumple con su misión —de allí su empeño por darle la mejor formación—. “sigue enseñando virtualmente todo lo que se aprende después, porque enseñó a aprender”. La escuela, por otra parte, debía consustanciarse con su medio, responder a sus particularidades. Sostenía: “Más cuenta nos tiene entender a un indio que a Ovidio”. Preguntaba: “¿Es posible que vivamos con los indios sin entenderlos? Ellos hablan bien su lengua, y nosotros ni la de ellos ni la nuestra”. Por esta razón aconseja al Colegio de Latacunga poner “una cátedra de castellano y otra de quechua, en lugar de latín”. Advertía que “la codicia de los europeos destinó, hace tiempo, la América a ser el lugar en que se han de reunir las tres razas de hombres conocidas, cruzarse y producir una sola”. Por su formación histórica, su vasto y variado territorio, sus costumbres, su idiosincrasia y su cultura, América presentaba para Simón Rodríguez un conjunto de características propias que le otorgaban un modo original de ser, el cual, necesariamente, debía condicionar y moldear sus instituciones. Rechaza, por consiguiente, la dependencia mental: La sabiduría de Europa y la prosperidad de los Estados Unidos son dos enemigos de la libertad de pensar en América. Nada quieren las nuevas repúblicas admitir que no traiga el pase del oriente o del norte. ¡Imiten la originalidad, ya que tratan de imitar todo! Y a manera de lección: Los estadistas de estas naciones no consultaron para sus instituciones sino la razón, y ésta la hallaron en su suelo, en la índole de sus gentes, en el estado de las costumbres y en el de los conocimientos con que debían contar. El suyo es un reclamo continuo, cuando la acepta, por la adaptación adecuada —“imiten con juicio”—, pero sobre todo por la creación original: “Piensen los americanos en su Revolución, y recojan los materiales de sus pensamientos”. En una palabra: “En su genio”. El infinito moral Cuánta convicción y seguridad tenía Simón Rodríguez en los alcances y beneficios de la educación popular. En la comunión de la inteligencia y el trabajo. En la escuela social. Su fin es formar para la sociedad republicana: “que se compone de hombres íntimamente unidos por un común sentir de lo que conviene a todos, viendo cada uno en lo que hace por conveniencia propia, parte de la conveniencia general”. No se cansará de expresar: “Enseñen, enseñen, repítaseles mil veces: ¡enseñen!, y obtendrán los americanos mucho más de lo que desean los filósofos y publicistas europeos”. Grande, indeclinable esfuerzo por educar al hombre, para que desde niño “sepa aproximarse al infinito moral”. Pretendía provocar un cambio radical en las costumbres, “que son efectos necesarios de la educación”, para fundamentar “en la opinión del pueblo” la autoridad del sistema republicano. En esa, y para esa transformación, puesto que el mejoramiento de las costumbres ”vuelve a la educación” en un constante proceso de superación, el problema no era “crear academias en tales o cuales ciudades, sino hacer una sola academia de todo el país”. Coloca así el esfuerzo y la responsabilidad de la educación en el conjunto de la sociedad. Combina y armoniza la educación sistemática, que proviene de la escuela, con la educación informal, que transmite el contacto diario con el medio social. Claro, agónico intento por reformar la sociedad: Si todos saben sus obligaciones, y conocen el interés que tienen en cumplir con ellas, todos vivirán de acuerdo, porque obrarán por principios... No es sueño ni delirio, sino Filosofía… Ni el lugar donde esto se haga será imaginario, como el que se figuró el canciller Tomás Moro: su Utopía será, en realidad, América. Si todos pensaran como él La ausencia de la revolución económica, el mantenimiento de la esclavitud, el despojo y la opresión del indio creaban un clima propicio para la inestabilidad política y las convulsiones sociales. Percibía Simón Rodríguez la frustración de las grandes masas americanas, insatisfechas por la sola conquista de la Independencia: “Los indios y los negros no trabajarán siempre para satisfacer escasamente sus propias necesidades, y con exceso, las muchas de sus amos”. Y El interés general está clamando por una reforma, y la América está llamada por las circunstancias a emprenderla. América no debe imitar servilmente, sino ser original... ¿Dónde iremos a buscar modelos? La América española es original: originales han de ser sus instituciones y su gobierno, y originales los medios de fundar uno y otro. O inventamos o erramos. Sabía, además, que las ideas que estaba proponiendo constituían un programa capaz de crear una auténtica y firme democracia social que fundamentase, protegiera y consolidara el sistema republicano. Era darle raigambre, sentido y contenido popular. Lo dice en la Advertencia de sus Sociedades americanas en 1828. Pide allí a sus contemporáneos una declaración, que me recomiende a la posteridad, como al primero que propuso, en su tiempo, medios seguros de reformar las costumbres, para evitar revoluciones, empezando por la economía social, con una educación popular, reduciendo la disciplina propia de la economía a 2 principios: destinación a ejercicios útiles y aspiración fundada a la propiedad. En síntesis, reforma agraria y revolución industrial, pero vistas y planteadas con un profundo espíritu humanístico, dentro de ese saber “aproximarse al infinito moral”, basadas en el sublime precepto de “ver en los intereses del prójimo los suyos propios”, en “hacer conocer a los niños el valor del trabajo para que sepan apreciar el valor de las obras”, en hallar en el hombre su razón esencial. “Si por tener tijeras superfinas y baratas hemos de reducir al estado de máquinas a los que las hacen, más valdría cortarnos las uñas con los dientes”. Hacia allí apuntan la Escuela Social, la educación republicana, sus ideas socialistas. ¿Cómo no repetirlo entonces en 1845 en sus Consejos de amigo dados al Colegio de Latacunga? En esta ocasión vuelve a hablar de sí mismo. Escribe: que a nadie ofende, hace el bien que puede, que sólo él se desvela, hablando y escribiendo, para hacer ver la importancia de la Primera Escuela, y que si todos pensaran como él, no habría amos, porque no habría esclavos; ni títeres, porque no habría quien los hiciese bailar; ni guerras, porque no habría a quien arrear al matadero. Desde Oruro, en 1827, le escribe a Bolívar: En usted tengo un amigo físico, porque ambos somos inquietos, activos e infatigables. Mental, porque nos gobiernan las mismas ideas. Moral, porque nuestros humores, sentidos e ideas dirigen nuestras acciones al mismo fin... Que usted haya abrazado una profesión y yo otra hace una diferencia de ejercicio... no de obra. Efectivamente, maestro y discípulo se conjugan en el destino común de la liberación política. “Alfarero de repúblicas”, Bolívar. Y para consolidarlas, maestro de la reforma social y la redención de América, Simón Rodríguez, “el hombre más extraordinario del mundo”, en el concepto del Libertador. BIBLIOGRAFÍA RODRÍGUEZ, Simón. Obras Completas. Dos tomos. Caracas: Universidad Simón Rodríguez, 1975. Colección “Dinámica y siembra”. |
Notas: [30]. Miguel Acosta Saignes. “Algunas concepciones políticas de Bolívar”. Bolívar: Filósofo, político y legislador. Maracaibo: Corpozulia-Instituto de Filosofía del Derecho de la Universidad del Zulia, 1982. p. 285. [31]. Simón Bolívar. Obras Completas. Tomo I. Caracas: Ministerio de Educación, s/f. p. 258. [32]. Simón Bolívar (Manuel Pérez Vila, compilador). Doctrina del Libertador. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1979. p. 104. [33]. Manuel Pérez Vila. Campañas periodísticas del Libertador. Maracaibo: Universidad del Zulia, 1968. p. 25. [34]. José Gil Fortoul. Historia constitucional de Venezuela. Caracas: Ministerio de Educación, 1953. p. 406. [35]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo I. p. 258. [36]. Alfonso Rumazo González. “¿Bolívar, Periodista?” Caracas: El Universal, 20/06/1965. p. 4. [37]. Jesús Sanoja Hernández. “Bolívar tenía un gran sentido utilitario del periodismo”. Vigencia de Bolívar en el periodismo venezolano. Caracas: Colegio Nacional de Periodistas, 1982. pp. 42-43. [38]. Citado por José Ratto Ciarlo en Libertad de Prensa en Venezuela, durante la Guerra de Emancipación hasta Carabobo. Caracas: Biblioteca de Historia del Ejército, 1972. p. 110. [39]. Varios. Historia del mundo contemporáneo. Tomo IX. Barcelona: Cambrigde University Press - Editorial Ramón Sopena, S.A., 1980 pp. 122-125 [40]. Citado por José Ratto Ciarlo. Op. Cit. pp. 18-20. [41]. Arturo Uslar Pietri. “Discurso pronunciado con motivo del Bicentenario de Andrés Bello”. Caracas: El Nacional. 27/11/1981. pp. C-1. [42]. Humberto Cuenca. lmagen literaria del periodismo. México: Librería Madero, S.A., 1961. p. 76. [43]. Lucien Goldmann. La Ilustración y la Sociedad Actual. Caracas: Monte Ávila Editores, 1968. p. 13. [44]. Luis Perú de Lacroix. Diario de Bucaramanga. Caracas: Ediciones Centauro. 1976. pp. 93-94. [45]. Símón Bolívar. Discurso de Angostura. [46]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo II. p. 310. [47]. Luis Perú de Lacroix. Op. Cit. p. 188. [48]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo I. p. 447. [49]. Lucien Goldmann. Loc. Cit. [50]. Fred S. Siebert y Theodore Peterson. Tres teorías sobre la prensa en el mundo capitalista. Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 1967. p. 52. [51]. K. Yoling, et al. La opinión pública y la propaganda. Buenos Aires: Paidós, 1967. p. 101. [52]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo II. p. 312. [53]. Ibídem. p. 459. [54]. Loc. Cit. [55]. Ibídem. p. 453. [56]. Citada a su vez por Siebert y Peterson. Op. Cit. pp. 58-59. [57]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo II. p. 458. [58]. Ibídem. pp. 448 y 449 [59]. Simón Bolívar. (Pérez Vila, compilador). Op. Cit. pp. 85-86. [60]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo III. pp. 85-86. [61]. Ibídem. Tomo II. pp. 184-185. [62]. Ibídem. Tomo I. p. 693. [63]. Ibídem. p. 454. [64]. En carta a Patricio Campbell, en Op. Cit. Tomo III. p. 279. [65]. Loc. Cit. [66]. Loc. Cit. [67]. Op. Cit. Tomo II, p. 88. [68]. Julio Febres Cordero. Establecimiento de la imprenta en Angostura: Correo del Orinoco. Caracas: U.C.V., 1964. p. 17. [69]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo I. p. 714. [70]. José Luis Salcedo Bastardo. Bolívar: Un continente y un destino. Caracas: U.C.V., 1982. p.232. [71]. Op. Cit. Tomo III. p. 21. [72]. Op. Cit. Tomo I. p. 152. [73]. Correo del Orinoco. Nº 67. C-3. p. 2. [74]. Eleazar Díaz Rangel. “III Congreso Latinoamericano de Periodistas en Homenaje a Bolívar en 1983”. Vigencia de Bolívar en el periodismo venezolano. p. 47. [75]. Correo del Orinoco. Prólogo de la Edición Facsimilar. Caracas: Corporación Venezolana de Guayana, 1968. [76]. Citado por Ramón J. Velásquez. En su concepción del Periodismo Bolívar es la revolución. En: Vigencia de Bolívar en el periodismo venezolano. p. 20. [77]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo II. p. 262. [78]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo I. p. 429. [79]. José Consuegra Higgins. Las ideas económicas de Simón Bolívar. Bogotá: Plaza & Janés, 1982. p. 13. [80]. Manuel Pérez Vila. Loc. Cit. [81]. José Luis Salcedo Bastardo. Visión y revisión de Bolívar. Caracas: Monte Ávila Editores, 1982. p. 220. [82]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo II. p. 180. [83]. José Ratto Ciarlo. Op. Cit. p. 89. [84]. Loc. Cit. [85]. Elio Gómez Grillo. “Las ideas penales y criminológicas del Libertador”. El Nacional. Caracas: 3/06/1983. [86]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo II. p. 374. [87]. En José Luis Salcedo Bastardo. Op. Cit. p.282. [88]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo III. p. 807. [89]. Miguel Acosta Saignes. Op. Cit. pp. 277 y ss. [90]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo I. p. 443. [91]. Ibídem. p. 940. [92]. Ibídem. p. 956. [93]. Ibídem. p. 952. [94]. Manuel Pérez Vila. Op. Cit. p. 33. [95]. Loc. Cit. [96]. Pedro Grases. Historia de la imprenta en Venezuela hasta el fin de la Primera República (1812). Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, 1967. p. 6. [97]. José Ratto Ciarlo. Op. Cit. 62. [98]. Manuel Pérez Vila. Los libros de la Colonia y la Independencia. Caracas: Oficina Central de Información-Imprenta Nacional, 1970. p. 236. [99]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo I. p. 458. [100]. Ibídem. p. 475. [101]. Loc. Cit. [102]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo I. p. 500. [103]. Ibídem. p. 440. [104]. Ibídem. p. 541. [105]. Ibídem. p. 457. [106]. Ibídem. p. 475. [107]. Citado por José Ratto Ciarlo. Op. Cit. p. 120. [108]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo I. p. 470. [109]. Manuel Pérez Vila. Op. Cit. p. 43. [110]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo I. p. 472. [111]. Ibídem. p. 620-622. [112]. Ibídem. pp. 92- 92. [113]. Ibídem. p. 516. [114]. Ibídem. p. 462. [115]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo I. p. 200. [116]. Ibídem. p. 462. [117]. Ibídem. p. 714. [118]. Ibídem. p. 491. [119]. Ibídem. p. 962. [120]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo II. p. 87. [121]. Ibídem. Tomo I. p. 727. [122]. Francisco J. Ávila. Vigencia de Bolívar en el periodismo venezolano. p. 30. [123]. Simón Bolívar. Op. Cit. Tomo II. p. 200. [124]. Ibídem. Tomo I. p. 961. [125]. Ibídem. Tomo II. p. 200. [126]. Ibídem. p. 199. [127]. Julio Febres Cordero. Op. Cit. p. 56. [128].
Alfonso Rumazo González. Simón Rodríguez, maestro de América. Caracas:
Biblioteca Ayacucho, 2005. p. 85. [130]. Simón Rodríguez. Sociedades americanas. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1990. p. 36. [131]. Carta a Simón Bolívar del 7 de enero de 1825. En Alfonso Rumazo González. Op. Cit. p. 117. [132]. Ibídem. p. 99. [133]. Ibídem. p. 103. [134]. Loc. Cit. [135]. Simón Rodríguez. Op. Cit. pp. 292-293. |
Parte III: Interpretación: un nuevo concepto de la objetividad |
De "Bolívar y su concepción del periodismo"
Libro de Ignacio de la Cruz
Ministerio del Poder Poder Popular para la Comunicación y la Información;
Julio, 2009. Impreso en la República Bolivariana de Venezuela.
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