La filosofía en su historia y mediaciones
6. El nominalismo
y el realismo en la filosofía medieval por Dra. Rita María Buch Sánchez
Gentileza, para Letras-Uruguay, del Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo |
Hacia
el siglo IV a.n.e. Roma comienza a extender sus dominios sobre el Lacio y
otras regiones de Italia y en el 270 a.n.e. ya había llegado a dominar a
toda la Italia peninsular. Durante el siglo II a.n.e.
expande su poderío fuera del ámbito de la península itálica y
tras las guerras púnicas (264 – 201 a.n.e.) la república romana domina
el Mediterráneo. Paralelamente se apodera de importantes territorios del
Oriente (antiguos reinos de Alejandro Magno) y Occidente (galos, hispania,
entre otros). Esta es la época en que se produce el tránsito de la república
al imperio, el cual se extenderá desde el año 30 a.n.e. hasta el 476. Las
conquistas romanas determinaron la paulatina desaparición de los estados
aislados; la implantación de un régimen despótico de violencia; la
esclavización de las provincias y la imposición de un régimen de
injusticia social, todo lo cual fue generando en las provincias romanas la
aparición de un sentimiento de apatía y desmoralización de la población,
no sólo entre los esclavos, sino también entre los hombres libres. Poco
a poco se fue apoderando de las grandes masas un sentimiento de
desorientación y desesperación. Es en este contexto, que surge el
cristianismo, en los primeros años del imperio romano, el cual coincide
con la etapa más crítica y compleja, desde el punto de vista económico,
político y social. Particularmente,
bajo el reinado del emperador Augusto (30 a.n.e. - 14) dentro del judaísmo
y en tiempos de la diáspora en Palestina, surgieron varias sectas
religiosas, algunas de las
cuales representaban religiones basadas en la espera de un Mesías
o salvador. En esta época, según la tradición, nació y vivió Jesús
de Nazaret, quien por su prédica universalista entre el pueblo hebreo –
la cual no era coincidente con el judaísmo - fue perseguido y
finalmente condenado por los judíos a ser crucificado por el poder
romano – tal y como era común en aquella época -.
Para los judíos, que sufrieron más que ningún otro pueblo el
yugo del dominio extranjero (persa, greco-sirio, etc.) la espera del Mesías
se convirtió en la piedra angular de la religión, en particular,
para algunas sectas, como los esenios (también conocidos como
silenciosos, o meditadores de los misterios) y los nazarenos. De
una de estas sectas, probablemente surgió en los primeros años de
nuestra era, el cristianismo original. Si
en la primera etapa de su desarrollo, la religión cristiana no fue más
que una de las tantas sectas judías que proliferaron en ese tiempo en
Palestina, ya a fines del siglo I se había fortalecido, sobre todo
al incorporar elementos de origen no hebreo. En
el marco de la crisis social generada por el imperio romano, el
cristianismo como religión, cumplía determinadas exigencias y reunía
características que en gran medida determinaron su rápida difusión: -
Frente a las religiones tribales y luego nacionales, se presentaba
como una religión mas elástica, no unida a las limitadas
condiciones nacionales de un solo territorio o provincia. -
Podía satisfacer las demandas de las heterogéneas masas que
formaban la desdichada población, desheredada por la fortuna, del imperio
romano, por cuanto se presentaba, a partir de su prédica, como una religión
universal, supranacional. -
Aspirar al papel de religión universal, en ese contexto de crisis
social, podía sólo hacerlo
una religión que renunciara a levantar obstáculos que dividieran a los
hombres por su raza, lengua, tradiciones o posición social y económica. -
Centraba su prédica en dos conceptos fundamentales de su dogmática:
pecado – salvación y ofrecía al creyente una vida mejor
y más justa, después de la muerte, lo que contribuía a brindar consuelo
y esperanza a los sectores más desposeídos de la sociedad.
Es
por esto que Engels planteó que la condición fundamental para el
surgimiento del cristianismo fue la formación del imperio romano.[2]
Los
primeros cristianos sufrieron una gran persecución por parte del imperio.
Pero a comienzos del siglo IV, el cristianismo había logrado un gran número
de adeptos y representaba un verdadero peligro ideológico para el poder
imperial de Roma. Bajo el reinado de Constantino (312 - 361) y mediante el
Edicto de Milán (313) el cristianismo es reconocido como la religión
oficial del imperio romano. Años más tarde, en el 325, en el Concilio de
Nicea se formularán los dogmas fundamentales de la fe cristiana, quedando
así fundada la Iglesia como Institución. Paralelamente a este proceso de aceptación y oficialización de la religión cristiana en el imperio romano, los primeros padres de la Iglesia comenzaron a desarrollar una labor apologética, en defensa de la doctrina cristiana y se dieron a la tarea de crear, sistematizar y unificar su sistema doctrinal, conformando la filosofía Patrística (siglos I – VIII), la cual puede definirse como la especulación filosófico-teológica, llevada a cabo por los primeros padres de la iglesia cristiana en los primeros siglos de nuestra era, en la cual se destacan figuras como Orígenes, Clemente, Tertuliano y Aurelio Agustín, obispo de Hipona, este último reconocido como el máximo exponente de esta filosofía. Si
bien al principio la Iglesia cristiana no había establecido un proyecto
teórico, con el decursar del tiempo y, debido fundamentalmente a los
ataques del poder imperial y de la filosofía pagana contra la religión,
se hizo necesaria una exposición sistemática de la doctrina cristiana,
para defenderse de sus enemigos externos e internos y con el objetivo de
ganar adeptos aceleradamente. Es
por esto que el propósito inicial de la Patrística fue el de discutir,
rechazar y convencer sobre las “verdades reveladas”, en aras de
fundamentar teórica e ideológicamente al cristianismo y para ello se vio
en la necesidad de establecer una alianza con la filosofía grecolatina,
al encontrar en ella los fundamentos teóricos que le permitieran lograr
sus objetivos y supo beber en
las fuentes del idealismo filosófico clásico (fundamentalmente el
platonismo y el neoplatonismo) ahora reinterpretado en un espíritu
religioso. Durante la Patrística, el centro de la problemática filosófica
fue el problema de la relación entre la fe y la razón. Por
su parte, la Escolástica occidental (siglos IX – XIV),
como especulación filosófico-teológica que se desarrolló
durante el feudalismo, abarcará cinco siglos en correspondencia con la
propia integración, auge y disolución de las estructuras de la sociedad
feudal en Europa occidental, pero sus raíces podemos encontrarlas
a partir del siglo V, en
el que se produce el hundimiento del imperio romano de occidente. El
“problema de los universales” tiene sus orígenes en las primeras
traducciones y comentarios que hace Boecio (480 – 524) – conocido como
el “último de los romanos”- a
algunos tratados pertenecientes a la lógica de Aristóteles. En su obra
“Consolación de la filosofía” realiza comentarios a las “categorías”
del estagirita, lo cual dará origen al problema de los universales (o
conceptos generales), al interpretar en éste una posición nominalista
respecto a los conceptos generales. En
el año 529, el emperador
Justiniano ordena el cierre de todas las escuelas filosóficas
de Atenas, que habían mantenido viva la tradición filosófica del
mundo antiguo. Con el tiempo, se irá acentuando el abandono de la
investigación naturalista y el interés se
concentrará cada vez más en Dios, la fe y el alma humana, como
componentes fundamentales del discurso filosófico cristiano. En
correspondencia con su propia especificidad, la Escolástica desde sus orígenes
se definirá como la expresión abstracta y clasista de las relaciones
económico-sociales del feudalismo; de igual modo,
su evolución se comprenderá
como reflejo del propio desarrollo de la sociedad feudal en que ésta
se engendra y desarrolla. En
el contexto de la sociedad feudal, en la que predominan la fragmentación
territorial y el estatismo social, la iglesia representó un poderoso
instrumento de dominación que posibilitó la unificación
espiritual a partir del cristianismo como religión, a la vez que
concentró en sí misma un gran poder económico. El
advenimiento del feudalismo en Europa,
produjo una decadencia temporal de la economía. Estamos ante
una economía sin mercados, eminentemente agraria, destinada al
autoconsumo de los feudos, donde no existe el intercambio y la propiedad
territorial deviene la única fuente de renta y riquezas. La vida urbana
pierde importancia y su decadencia da paso a una vida rural, basada en la
autosuficiencia económica, política, social y cultural de los feudos. Se
trata de una sociedad, en la cual una exigua minoría pudiente impone su
cultura, su visión del mundo, sus intereses sociales y económicos. En
esta estructura social se inserta la iglesia con plenos poderes como clase
dominante, que se impondrá de forma autoritaria y coercitiva, a través
de la fe y las verdades eternas, por cuanto tiene en su poder los
instrumentos de “la salvación del alma humana”. Prácticamente,
toda la vida intelectual de la sociedad (la ciencia, el arte, la moral,
etc.) en fin, todas las formas de la conciencia social se subordinan a la
religión. En particular, la filosofía llegará a convertirse en una sierva
de la teología. En
concordancia con su propia definición, la Escolástica (del latín
scholae; escuela) puede considerarse como la
especulación filosófica que se cultivó en el feudalismo y su
desarrollo se asocia primero a la actividad de los conventos y luego a las
catedrales y universidades. Fue un movimiento doctrinal extenso, en
conformidad con la ampliación de la base social de la iglesia. Así,
el carácter del discurso escolástico, estuvo directamente
asociado a la enseñanza, por cuanto su origen y desarrollo se
relaciona estrechamente con la función social de los “escolásticos”,
como maestros de artes liberales, función
que determinará la forma y el método de la propia actividad literaria,
así como del discurso filosófico. En
sus cinco largos siglos de existencia, el contenido de los conceptos y
categorías con los cuales opera la filosofía escolástica,
sufre toda una evolución, así como los problemas que rigen su
desarrollo teórico-especulativo: 1) el problema de la relación entre la
fe y la razón (presente desde la Patrística) y 2) el problema de los
universales (o conceptos generales) que requería una respuesta desde el
punto de vista gnoseológico, acerca de la existencia de los universales,
o bien como “entes” ideales con existencia propia (Realismo) a la
manera de las ideas platónicas, o bien como simples nombres que sólo
existen en el entendimiento humano como nombres que designan determinados
objetos (Nominalismo). Ambos problemas en conjunto, constituirían el núcleo
de la problemática filosófica de la Escolástica. En
correspondencia con el desarrollo de la Escolástica y los problemas filosóficos
que ocupan su atención, suelen
distinguirse tres etapas: 1)
Escolástica Temprana (siglos IX – XII). En esta etapa, el dominio del clero en la sociedad es prácticamente absoluto. La iglesia concentra un gran poder material y espiritual e intenta establecer un orden único, que justifique el orden social existente. De este modo, crea un estado de ánimo apocalíptico, de huída del mundo y anhelo de muerte; provoca una permanente excitación religiosa, predica el fin del mundo y el juicio final. Organiza peregrinaciones, emprende guerras santas (cruzadas) para reconquistar territorios y excomulga a emperadores y reyes. Proliferan los monasterios, monopolizando la cultura. Se
destacan en la misma, figuras como las de Anselmo de Aosta, Pedro Abelardo
y Bernardo de Claraval. Prevalece el realismo sobre el nominalismo y
predomina la mística y la subordinación de la razón a la fe, con
excepción de Pedro Abelardo que representa la postura del “racionalismo
teológico”, a partir de su máxima: “Entender para creer” y abraza
la postura nominalista. 2)
Escolástica Madura (siglo XIII). En esta etapa, nos encontramos ante una iglesia como institución ya consolidada, que ha emprendido campañas (cruzadas) de las cuales ha salido victoriosa. Se intensifican las luchas entre el poder imperial y el poder eclesiástico (entre el pontificado y el imperio). Se caracteriza por una reanimación paulatina del comercio y de la vida urbana. Surgen nuevamente las ciudades, en las cuales las catedrales y universidades ocuparán un lugar importante en la transmisión del conocimiento y de la fe, como reflejo de la nueva mentalidad que se va formando. Se observa un incipiente desarrollo de la ciencia (aritmética, álgebra, astronomía) y la técnica (navegación, óptica, ingeniería) por una parte, y por otra, del comercio, la artesanía y la navegación, en gran medida gracias al intercambio con el Oriente y la cultura árabe, producto de las cruzadas. El siglo XII se caracterizó por un sensible aumento de los movimientos sociales de carácter herético, lo que generó un amplio movimiento social de emancipación contra la iglesia, que se manifestará a través de herejías populares (cátaros, albigenses, valdenses, etc.), cuyo telón de fondo era la predicación de un ideal de vida religiosa y santa, volviendo a la simplicidad evangélica del cristianismo original. Como
respuesta a este hecho, el papa Inocencio III ordenó una cruzada (1207
– 1214) de gran crueldad, que en gran medida acabó con los herejes, mas
no con las herejías. La
entrada masiva de las obras greco-árabes por medio de las escuelas de
traducción y recuperación filológica (Toledo, Nápoles, Roma, Oxford,
etc.) trajeron al Occidente europeo una fuerte influencia del pensamiento
escolástico árabe y judío, mucho más tolerante que el cristiano, con
relación a la ciencia y a la relación entre filosofía y teología. Penetran
en Europa las obras de Avicena (980 - 1037) médico y filósofo árabe,
conocido por su “Cánon sobre Medicina” y sus “Textos sobre Metafísica”,
en los cuales expresa importantes ideas emanacionistas y manifiesta la
coeternidad de Dios y el Mundo. Por su parte, otro destacado pensador árabe, Averroes (1126 – 1198) más tarde será conocido a través de su importante obra “Compendio de Metafísica”, en la cual, imbuido del espíritu aristotélico, expresará importantes ideas, tales como la eternidad del mundo y su infinitud en espacio y tiempo; la coeternidad de Dios y la naturaleza; el carácter continuo y eterno del movimiento natural; el reconocimiento de la materia como sustrato universal de todo movimiento y la teoría de la doble verdad, según la cual, las verdades de razón no tienen por qué coincidir con las verdades de fe. Penetran
también las ideas de importantes pensadores judíos, como Avicebrón
(1021 – 1070), portador de una concepción sobre el mundo panteísta
– emanacionista y Maimónides
(1135 – 1204) quien desarrolla especialmente el racionalismo aristotélico,
en su famosa “Guía de los descarriados”.
La
obra de Aristóteles, imbuida de su auténtico espíritu naturalista
desemboca como caudal indetenible que incita a su lectura directa mediante
traducción o por la vía de los comentarios sobre el estagirita, hecho
por árabes y judíos. La
influencia del averroísmo es indetenible en el mundo latino, logrando
adeptos hasta entre los más ilustres doctores en teología de la
Universidad de París, centro de la cultura escolástica europea. En
1215 se celebra el Concilio de Letrán (1215) que confirmó la doctrina sobre el poder de los papas, instituyó
los tribunales inquisitoriales y autorizó la creación de las órdenes
mendicantes. Surgen las primeras, entre las que se destacan franciscanos y
dominicos, por su labor proselitista, aunque desde perspectivas
divergentes. Dichas órdenes agrupaban a hombres
que, apartados de cualquier interés temporal y del menor apego a su
tierra, se ponían al servicio exclusivo del pensamiento cristiano. Por
su parte, el papa Inocencio III desempeñó
un importante papel en la fortificación de la unidad cristiana y en la
lucha contra las herejías. Desde el punto de vista intelectual, alentó a
la Universidad de París, que reunía, bajo los nombres de la facultad de
artes, derecho y teología, a escuelas ya florecientes, pero dispersas y
que ahora aunaban sus esfuerzos intelectuales en torno a la enseñanza de
la teología cristiana. Por
cuanto en esta época, sólo el papa tenía poder de decisión sobre la
enseñanza de la teología en la universidad, Inocencio III pretendió
organizar esta enseñanza, de manera que contrarrestase por todas las vías
posibles, el peligro que suponía para la teología el desarrollo
desmesurado de la dialéctica y la irrupción desmedida del aristotelismo. En
1219 llegaría a expresar: “la inteligencia teológica... debe ejercer
su poder sobre cada facultad, de la misma manera que lo ejerce el espíritu
sobre la carne, y dirigirla hacia el camino recto para que no se extravíe”.
Más tarde, Gregorio IX en 1231 lanzaría la
consigna: “que los maestros de teología no hagan ostentación de
filosofía”. Como
resultado de esta política del papado, la filosofía quedaría reducida
al arte de discutir y extraer consecuencias, partiendo de premisas
sentadas por la autoridad divina. Se trataba de lograr la unidad del
cristianismo a toda costa, por motivos sociales y políticos más que
intelectuales. Durante el siglo XIII se traducen todas las obras de Aristóteles al latín (ya fuera del griego o del árabe), proporcionando la revelación directa de un pensamiento pagano puro, hasta entonces desconocido casi en su totalidad. Ya
desde mediados del siglo XII se había desarrollado en Toledo una escuela
de traductores bajo el auspicio del arzobispo Raimundo (1086 – 1151),
que había empezado a traducir del árabe los Analíticos Posteriores, los
Tópicos y las Refutaciones de los sofistas. Por su parte, Gerardo de
Cremona (muerto en 1187) tradujo importantes tratados, como los Meteoros,
la Física, Del cielo, De la generación y corrupción, etc. Posteriormente,
el conocimiento del griego se extendió y se hicieron traducciones al latín
de la Metafísica. Guillaume
de Moerbeke (1215 – 1286) - gran amigo de santo Tomás -, Enrique de
Brabante, Roberto Grosseteste y Bartolomé de Mesina, fueron grandes
helenistas que en el siglo XIII tradujeron gran parte de las obras de
Aristóteles, especialmente la Política, ignorada por los filósofos àrabes.
También se traducen las obras de los comentaristas árabes y judíos (Al
Kindi, Al Farabi, Avicena, Averroes y Avicebrón. Tales
traducciones tuvieron un efecto fulminante sobre el mundo intelectual
cristiano. Fueron develadas las ideas de Aristóteles sobre un mundo
eterno e increado, sobre un dios que era sólo concebido como primer motor
inmóvil, un alma que era la simple forma del cuerpo y que debía nacer y
desaparecer con él, sin que tuviera algún destino sobrenatural, todo lo
cual suprimía de golpe el drama cristiano de la salvación, la creación,
la caída, la redención y la vida eterna. Ya
en 1211, el Concilio de París prohíbe enseñar la física de Aristóteles
y en 1215, en la Universidad de París, sólo se admitían los libros del
estagirita sobre lógica y ética; se prohíbe la metafísica y la filosofía
natural. El
papa Gregorio IX ordena la difusión del aristotelismo, expurgado de
cualquier afirmación contraria al dogma y hacia 1255 Aristóteles llegaría
a convertirse en una autoridad indiscutible, por cuanto fue cristianizado. Hacia 1285 existe todo un enfrentamiento entre franciscanos y dominicos. Los primeros, inspirados en el ejemplo de San Francisco de Assís y partidarios de la doctrina de San Agustín (también conocido como el “Platón cristiano”, estuvieron representados en el siglo XIII por Juan Fidanza de Toscana (1221 – 1274), más conocido como San Buenaventura en el ámbito intelectual. Por su parte, los dominicos, inspirados en Aristóteles, tendrían como máximo exponente a San Alberto Magno y a Santo Tomás de Aquino. Mientras los franciscanos defendían la idea, según la cual, la filosofía, escasamente diferenciada de la teología, se esfuerza en alcanzar a Dios, siguiendo el modelo del neoplatonismo, por su parte los dominicos reclamaban una separación completa entre la teología revelada y una filosofía que asumiera como punto de partida la experiencia sensible y el método racional, afirmando su autonomía e independencia respecto a la teología. En
su obra In Hexamerón, San Buenaventura en relación a la contraposición
entre las dos òrdenes, expresaba: “Los predicadores (dominicos) se
entregan principalmente a la especulación, de la que han recibido su
nombre, y después a la devoción; los menores, (franciscanos) se entregan
principalmente a la devoción y después a la especulación”. Respecto
a los franciscanos, hay que decir que San Francisco de Assís, fundador de
la orden, ya habìa dado un gran impulso a la vida espiritual. Entre sus
seguidores, se destacan Juan de Parma; Alejandro de Hales (1170 – 1245);
Juan de la Rochelle (1200 – 1245) y el ya citado San Buenaventura,
conocido también como el doctor seráfico, quien con sólo 36 años,
llegó a ser general de la orden y enseñó en París entre 1248 y 1255. Entre
los dominicos se destacan particularmente, dos pensadores. El primero fue
San Alberto Magno (1206 –1280) - doctor
universal -. Iniciador del movimiento intelectual de los peripatéticos
cristianos, fue profesor de Teología en la Universidad de París, de 1245
a 1248 y lector en Colonia, de 1258 a 1260 y desde 1270 hasta su muerte. El
segundo Santo Tomás de Aquino (1225 – 1274) - también conocido como el
doctor angélico -. Discípulo
de Alberto Magno, fue Santo Tomás quien en su pensamiento expresa el
esplendor y madurez de la Escolástica, por cuanto su sistema se presenta
como la síntesis intelectual más completa de la dogmática del medioevo. Su
sistema constituye una síntesis filosófico-teológica que parte del
aristotelismo, adaptándolo a los dogmas de la fe cristiana, mediante su
conciente adulteración o tergiversación. De tal manera, emprende la
defensa, justificación y fundamentación de la fe cristiana, desde una
nueva perspectiva que establece a partir de la distinción entre filosofía
y teología. Como
se ha expresado anteriormente, ante la irrupción del aristotelismo, ya el
papa Gregorio IX había exigido un estudio sistemático del estagirita,
para ver la posibilidad de adecuar sus teorías a la ciencia de la fe. El
primer intento en esta tarea se debió a Alberto Magno, pero es Aquino,
quien la lleva hasta sus últimas consecuencias. Esta
tarea implicaría para Aquino: -
Examinar cuidadosamente a Aristóteles, con el fin de extraer su
ciencia racional y fundirla con las verdades que Dios ha revelado a los
hombres. -
Separar y distinguir claramente filosofía (razón) y teología
(fe), señalando sus diferencias y complementación. La filosofía, como
ciencia natural, se orienta a través de la razón hacia la realidad que
circunda al hombre, al ser de lo creado y eleva al hombre, de lo sensible
hasta el principio creador: Dios. Por su parte, la teología, en tanto
ciencia divina, se orienta a través de la fe, al ser de Dios. Esta
distinción entre filosofía y teología será el punto de partida metodológico,
para dar respuesta al problema de la relación entre la fe y la razón. Al
respecto, Aquino planteará: 1)
La fe no anula la razón. 2)
La ciencia divina no destruye la ciencia humana, antes bien, la
perfecciona, la dignifica, la libra de errores. 3)
La razón es auxiliar de la fe, así como la filosofía es auxiliar
de la teología. 4)
La razón debe argumentar, demostrar, aclarar las verdades de la fe
y debe rebatir opiniones contrarias a la fe por medio de la argumentación
teórica. 5)
Las verdades de razón deben
coincidir con las verdades de fe. 6)
Existe una relación doble de concordancia y subordinación entre
la razón y la fe, entre filosofía y teología. 7)
No existe contraposición entre la fe y la razón. Respecto
a la respuesta que ofrece Tomás de Aquino ante el problema de los
universales, puede plantearse que éste asume la postura del Realismo
moderado, por cuanto el universal existe de 3 modos: 1)
Ante rem (en la mente
de Dios), como idea perfecta de las cosas creadas. 2)
In re (en las cosas creadas), como forma o especie de las cosas. 3)
Post rem (en el entendimiento humano), como conceptos, nombres, que
existen en la mente del hombre. Así, según él, la idea preconcebida por Dios, la encontramos posteriormente en las cosas naturales y por último, el entendimiento humano las elabora mediante un proceso de abstracción. 3)
Escolástica Decadente (fines siglo XIII – XIV).
Esta
tercera y última etapa, culminará con la disolución de la Escolástica.
En la misma, desempeñarán un papel fundamental los llamados “maestros
de Oxford”, pertenecientes a la orden de los franciscanos. Ellos
constituyeron una corriente de pensamiento, que mostró un especial interés
por las ciencias matemáticas y experimentales. Como precursor de esta
corriente, despunta particularmente Roberto Grosseteste, quien falleció
en 1253. Escribió 29 tratados sobre óptica, astronomía, acústica,
meteorología, etc. y desde el punto de vista filosófico, sostuvo una
concepción del mundo emanacionista, resumida en el siguiente fragmento:
“Todo es uno, surgido de la perfección de una luz única, y las cosas múltiples
sólo son tales, gracias a la multiplicación de la luz misma”.
El
fundador de esta corriente fue Roger
Bacon (1214 – 1294),
conocido como “doctor admirable”.
De espíritu ardiente, fogoso e indomable, fue discípulo de Roberto
Grosseteste. En 1278 fue condenado por el general de la orden a la pena de
cárcel y estuvo recluido durante 14 años en las prisiones de la iglesia,
debido fundamentalmente a sus concepciones astrológicas, sus ideas en
favor de la ciencia experimental y por su denuncia ante la corrupción y
falsedad del clero.
Como datos interesantes sobre la personalidad de Bacon, están su interés por la técnica y la ingeniería (imaginó máquinas voladoras con forma de pájaros, que no requerían de la tracción animal; realizó estudios sobre la pólvora y sus aplicaciones en la guerra. Puede considerarse un precursor de la filosofía moderna por su crítica al método escolástico.
Entre sus planteamientos fundamentales, pueden citarse, que veía en Clemente IV al papa anunciado por los astros para convertir la tierra entera al catolicismo; señaló que el experimentalista es el experto que sabe extraer y utilizar fuerzas ocultas de la naturaleza, desconocidas para el resto de los hombres; declaró la ciencia experimental como ciencia secreta y tradicional que consiste en la investigación de las ciencias ocultas y en el dominio que su conocimiento proporciona al experto; planteó la existencia de dos tipos de experiencia: externa (dirigida a la naturaleza y al conocimiento de sus fenómenos) e interna (iluminación secreta, sólo recibida por patriarcas y profetas). Otro
de los maestros de Oxford es el franciscano Duns Escoto (1265 – 1308) “doctor
sutil”. De vida breve, nació
en Escocia. Estudió Artes y Teología en las universidades de Oxford y
París, donde fue doctor en 1306. Fue excomulgado y expulsado de la
iglesia. Murió en Colonia en 1308.
Carlos
Marx y Federico Engels expresaron sobre él:
“…el materialismo es un hijo innato de la Gran Bretaña… Ya el escolástico Duns Escoto se preguntaba si la materia no podría pensar. Para obrar este milagro, iba a refugiarse a la omnipotencia divina...Duns Escoto era, además, nominalista. Entre los materialistas ingleses encontramos como elemento fundamental el nominalismo, que es, en general, la primera expresión del materialismo”[3]. Entre
sus principales ideas pueden citarse: su concepción nominalista; su
denuncia sobre el carácter nocivo de las riquezas eclesiásticas; su idea
acerca de las ventajas de la pobreza para la iglesia; su lucha contra el
poder papal; la diferencia radical que establece entre verdades de razón
(propias de la metafísica y válidas para todos los hombres) y verdades
de fe (a las cuales la razón sólo puede someterse y tienen validez sólo
para los creyentes); la distinción que establece entre “filosofía”,
en tanto metafísica, conocimiento teorético, ciencia necesaria en el
más alto grado, fundada en principios evidentes y en demostraciones
racionales, y “teología”, como conocimiento práctico que condiciona
y determina la voluntad y la recta acción del hombre, la cual
no puede llamarse ciencia en sentido propio, en tanto sus
principios no dependen de la evidencia de su objeto, no estando
subordinada a ninguna ciencia, ni ninguna otra ciencia a ella.
Por
último, entre los “maestros de Oxford”, se debe destacar la
personalidad de Guillermo de Occam
(1290 – 1348). De origen inglés, constituye el más ilustre de
los nominalistas franciscanos. Sus partidarios fueron llamados,
terministas o conceptistas. Se conoce que en 1324 fue citado a comparecer
en la corte de Avignon para responder por algunas tesis sospechosas
contenidas en su “Comentario a las sentencias”. En 1326 fueron
censurados 51 artículos de esa obra y en 1328 tuvo que huir de Avignon,
refugiándose en Pisa y luego en Munich, donde permaneció hasta su
muerte.
Entre
sus principales ideas se destacan las siguientes:
1)
Los universales son signos o significaciones, imágenes que
representan a las cosas singulares. El universal es siempre un predicado
que puede decirse de muchas cosas. Su universalidad consiste sólo en su
función significante, por la cual el concepto es un símbolo natural
predicable de muchas cosas. Los universales existen sólo subjetivamente,
en el entendimiento humano y sólo en éste poseen realidad mental. 2)
La naturaleza constituye la única realidad cognoscible por el
hombre a partir de la experiencia y es ésta la fuente de todo
nuestro conocimiento (externa e interna). 3)
Las verdades de la teología (unidad de Dios, su infinitud, su
trinidad...) son puros artículos de fe. No son evidentes por sí mismas.
La teología constituye un acervo de nociones prácticas, desprovistas de
evidencia racional y validez empírica. 4)
Declara insoluble y estéril, el problema de la relación entre la
fe y la razón. La filosofía tiene por objeto la naturaleza, mientras que
la teología constituye un conjunto de verdades prácticas sólo válidas
para el creyente. Teología y ciencia se oponen, así como la fe se opone
a la razón. 5)
Se pronunció contra el absolutismo y la supremacía papal, idea a
la cual opuso la propuesta de libertad de conciencia religiosa y de
investigación filosófica. 6)
Apelando a la tesis de la pobreza de Cristo y sus apóstoles,
combatió al papado, en particular al de Avignon, rico, despótico y
autoritario. En tal sentido, planteó
que el poder absoluto del papa representa la negación del ideal cristiano
de la iglesia como comunidad libre, en la que el poder del papa sólo debe
representar la libre fe de sus miembros. 7) Planteó que al papado no le pertenece el poder absoluto, ni en materia espiritual ni en materia política, por cuanto el poder papal fue instituido históricamente en provecho de los súbditos y no para que les fuese quitada a ellos la libertad que la ley de Cristo vino más bien a perfeccionar. |
Como se ha podido apreciar, el nacimiento y desarrollo de las tendencias nominalistas; la aparición del interés por el conocimiento experimental de la naturaleza; el comienzo de la emancipación de las ciencias naturales del dominio de la teología y la difusión de los conocimientos científicos incipientes, conducirían paulatinamente a la disolución de la escolástica y proporcionarían el terreno fértil para el surgimiento de las múltiples corrientes de pensamiento que aparecerán en el Renacimiento.[4] Disputa
de los Universales. Recibe
este nombre el problema, clásico en filosofía, de determinar qué tipo
de entidad, o realidad, les compete a los términos universales. ¿Qué
es, en realidad, «humanidad»? ¿Qué es verdaderamente «hombre»? Tras
estos interrogantes, se halla como telón de fondo, la pregunta sobre qué
clases de cosas existen. Como de ciertas cosas es obvio afirmar que
existen, el problema se centró, teóricamente, en aquellas cuya
existencia o inexistencia era problemático afirmar. W.V.O. Quine formula
una cuestión similar preguntándose, en un conocido trabajo, «acerca de
lo que hay». La respuesta de Platón era: «las Ideas existen»; la de
Aristóteles, que «existen sustancias compuestas de materia y forma». Históricamente,
la polémica surge en el s. XI, en el seno de la filosofía escolástica
medieval, pero sus antecedentes históricos se hallan en los comentarios
de Porfirio (Isagoge) a Aristóteles, y en los comentarios de Boecio a
Porfirio. El primero plantea inicialmente el problema: si los universales
existen; si existen, existen separados de las cosas o no; si existen
separados de las cosas, qué son. Boecio -«último de los romanos»-considerado
el punto de enclave entre el mundo antiguo y el medieval, transmite las
preguntas que suscitaron, en la mente de los medievales, la existencia
separada de las formas platónicas. Las posturas adoptadas ante la cuestión,
en tiempos medievales y en la actualidad, son las tres siguientes: a)
Realismo extremo o platonismo: la afirmación de que los universales
existen realmente, como las ideas platónicas. b)
Realismo moderado o conceptualismo: la afirmación de que sólo existen
como entidades mentales o conceptos, a los que en la realidad corresponden
propiedades de las cosas. c)
Nominalismo: la afirmación de que los universales no son más que
nombres; sólo existen individuos (y, si acaso, para la filosofía
moderna, algunas entidades abstractas -las menos posibles-, como las
clases). El
primer autor medieval que opinó sobre la cuestión fue Roscelino, que
sostuvo la tesis de que los universales son sólo una «emisión de voz»,
acentuando que los predicables no son sino sonidos, (flatus vocis),
nombres (fonemas). Abelardo, discípulo primero de Roscelino y luego de
Guillermo de Champeaux, se opuso tenazmente a la postura de realismo
exagerado sostenida por este último. Para Abelardo, sólo existe lo
individual, y sólo las palabras pueden ser universales; es el significado
lo que les da universalidad. El
realismo moderado, inspirado en Aristóteles y Avicena, y cuyo
representante más notable es Tomás de Aquino, sostiene que los
universales existen como formas -esencia, naturaleza- de las cosas
individuales. Esta postura supone una elaborada teoría de la abstracción
y de la constitución de las cosas por materia y forma, de inspiración
aristotélica. El resultado es que lo universal no existe separado de las
cosas, pero existe como esencia o naturaleza de cada cosa de la que se
afirma: la «humanidad» no existe separada; sólo existe en la naturaleza
de Pedro, Juan y Ana. Por lo mismo, el universal es también un concepto
abstracto, porque por su medio conocemos lo que son (quo est) los
individuos, los únicos que son (quod est). A esto se une la afirmación
de que los universales existen también en la mente divina, a modo de
arquetipos, o ideas ejemplares, (tesis ya defendida por san Agustín),
ordenados a la creación. Al
realismo se opone la nueva lógica de Guillermo de Occam. Igual como
sostenían los nominalistas anteriores, no existe nada fuera de la mente
que sea universal; todo lo que existe es individual. Para explicar, no
obstante, el conocimiento, además de crear un nueva teoría del
conocimiento intuitivo del singular, crea una teoría lingüística de los
términos lógicos. Un término, un nombre, es una vox (voz), en el
sentido de producto fonético, o un sermo, o vocabulum, emisión de voz
con significado; éste convierte una vox en un sermo. El significado le
llega a un término por la suppositio simplex [sobre esta teoría véase
Occam]: capacidad de un término para significar a muchos individuos
concretos. La mente posee la capacidad natural de convertir en signo de
muchos lo que ha sido conocido intuitivamente como un objeto particular.
Así, lo universal es sólo mental y, en los individuos, nada hay de
universal o común, de la misma manera que no hay «esencias». A un
universal de la mente sólo le corresponde, por una parte un nombre y, por
otra, una colección de individuos. Realismo. (del
latín realis, de res, cosa, objeto, realidad) Creencia en que existe un
mundo externo (realismo ontológico) y que puede ser conocido (realismo
epistemológico). Estas tesis pueden son una simple afirmación ingenua y
acrítica, si no se fundamentan
más que en la aparente evidencia de los sentidos (realismo ingenuo) o
bien incluyen una fundamentación más o menos crítica. El realismo filosófico
sostiene con argumentos la existencia de un mundo real independiente del
pensamiento y de la experiencia, pero no afirma que percibamos el mundo
tal como es en realidad. Es, pues, ante todo, una afirmación de tipo
ontológico (acerca de que las cosas son), que implica una determinada
teoría del conocimiento, así como una teoría sobre la percepción
(acerca de que las cosas no son tal como aparecen). Históricamente,
el realismo es una de las soluciones que en la Edad Media se dio a la
llamada cuestión de los universales, centrada en decidir qué grado de
realidad hay que atribuir a los universales, o ideas abstractas. La
primera de las tres soluciones dadas al problema, el llamado realismo
exagerado, -mantenido, entre otros, por Agustín de Hipona y la escuela de
Chartres- debe su origen a la
consideración, por parte de Platón, de las ideas o formas como
entidades subsistentes y separadas de los individuos particulares.
El realismo moderado -mantenido, entre otros, por Alberto Magno y Tomás
de Aquino-, en cambio, se remonta a la postura de Aristóteles que sitúa
el universal, como forma que puede ser abstraída por la mente, en los
individuos y cosas. Frente a esos realismos, el nominalismo sostuvo que
los universales o eran meros
nombres o simples conceptos. Nominalismo. (del
latín nomen, nombre, término) En la cuestión de los universales, la
postura, iniciada por Roscelino, que sostiene que los universales no son
ni conceptos (conceptualismo) ni objetos (realismo), sino sólo «nombres»,
que se aplican a grupos de cosas semejantes; la única realidad que
corresponde al nombre es la emisión de sonido al pronunciarlo (flatus
vocis) y la del individuo singular al que se aplica. Los
principales nominalistas medievales son Juan Roscelino, Pedro Abelardo y
Guillermo de Occam. Abelardo,
Pedro (Pierre Abailard)
(1079-1142). Gran
figura de la escolástica incipiente, nacido en Le Pallet, cerca de Nantes
(se le llamó Peripateticus palatinus), fue discípulo de Guillermo de
Champeaux, Roscelino y Anselmo de Laón, grandes maestros de su tiempo. En
la colina de santa Genoveva, en París, fundó su propia escuela que rápidamente
se vio frecuentada por estudiantes de todas partes. Maestro famoso en esta
época, pero «ligero de corazón», como él mismo dice, tuvo una
turbulenta historia de amor con Eloísa, discípula suya. Dotado de
penetrante ingenio lógico y dialéctico, mantuvo en la cuestión de los
universales una postura más bien nominalista, por cuanto no daba al
universal otra existencia real que la de los individuos de los que se
predicaba y de los que era signo o nombre. Según
él, los universales no son ni cosas (res) ni simples fonemas (voces),
sino nombres (nomen, sermo) con significado, teoría que puede
considerarse precursora de las teorías de Guillermo de Occam, en cuanto
trata los universales como entidades lingüísticas y lógicas. Su
afirmación, ambigua en realidad, de que en ética lo que más cuenta es
la intención o la conciencia le acerca también en cierto modo a Kant.
Bernardo de Claraval, reformador del Císter, se opuso decididamente al
enfoque dialéctico y racionalista de la filosofía de Abelardo, y los sínodos
de Soissons (1121) y de Sens (1140) condenaron algunas de sus tesis teológicas. Tomás
de Aquino (santo) (1225-1274). Considerado
el filósofo y el teólogo de mayor relieve dentro de la filosofía escolástica.
Nació en el castillo de Roccasecca, Frosinone, hijo de Landolfo, conde de
Aquino. Se educó en el monasterio de Monte Cassino y luego en la
universidad de Nápoles (1239-1244), donde a los catorce años emprende el
estudio de las «artes». En 1244 ingresa en la orden de los dominicos. La
madre, que se oponía a tal decisión, encarga a otro de sus hijos que le
secuestre y encierre en el castillo. Libre, al fin, de la oposición de su
familia, al cabo de un año marcha a París, donde es discípulo
predilecto de Alberto Magno, a quien sigue luego a Colonia; vuelto a París,
redacta el Comentario a las sentencias (1254-1256), inicia su labor como
profesor y enseña en distintos lugares de Italia y Francia: Anagni,
Orvieto, Roma, Viterbo, París y Nápoles. En esta época escribe sus
obras, entre la que destacan Summa contra gentiles, escrito con finalidad
misionera, y sobre todo la Summa theologiae, considerada la obra de mayor
relevancia de toda la escolástica. Muere mientras se dirigía al concilio
de Lyón, convocado por Gregorio X, en la abadía de Fossanova. Fue
canonizado por Juan XXII, en 1323, y proclamado doctor de la Iglesia en
1567. Tras la Contrarreforma, fue considerado como el paradigma de la enseñanza
católica, pero sus doctrinas no siempre habían sido comúnmente
aceptadas. En 1277, el obispo de París, Tempier, instigado por el papa
Juan XXI, antes Pedro Hispano, y cuyos manuales se utilizaban en muchas
universidades europeas, condena un determinado número de tesis entre las
cuales una veintena son tomistas; el mismo año, Roberto Kilwardby,
dominico y arzobispo de Canterbury, prohíbe una treintena de tesis en la
universidad de Oxford, la mayoría de las cuales son tomistas. Desde 1280,
los franciscanos recurrían, con fines polémicos, a un Correctorio sobre
el fraile Tomás, redactado por Guillermo de la Mare, en el que se pasaba
revista a los errores tomistas. El
gran mérito que se atribuye a Tomás de Aquino es el de haber logrado la
mejor síntesis medieval entre razón y fe o entre filosofía y teología.
Sus obras son eminentemente teológicas, pero, a diferencia de otros escolásticos,
concede, en principio, a la razón su propia autonomía en todas aquellas
cosas que no se deban a la revelación. Para expresar esta autonomía y
naturalidad de la razón recurre a la filosofía aristotélica como
instrumento adecuado y, así, para combatir el averroísmo latino, utiliza
sus propias armas: los textos mismos de Aristóteles. En la labor de
armonización del aristotelismo con el cristianismo, algunas de las
cuestiones que Tomás de Aquino ha de tratar de diferente manera son: Dios
primer motor de un mundo eterno, el alma mera forma del cuerpo, la
preexistencia de las esencias. Concibe
a Dios no meramente, a la manera de Aristóteles, como el primer motor
que, desde siempre, mueve un mundo eterno, ni tan sólo a la manera de
Averroes y Avicena, como causa primera de un mundo eterno, sino como el
ser subsistente, o simplemente el ser mismo, noción que se constituye en
la idea central de todo su sistema. «Ser», que en Aristóteles es la
idea de «ser en cuanto ser», se convierte en «existir», y explica esta
noción desde la idea de creación, como un recibir el ser de otro o un
comenzar a existir por otro; el que crea, por tanto, ha de ser la perfección
del existir, y en él se halla la plenitud o el acto puro de ser: actus
essendi. Sólo en el ser subsistente, Dios, cuya esencia es existir, se
identifica realmente la esencia y la existencia; en lo creado, esencia y
existencia se distinguen y toda esencia, la del hombre, por ejemplo, llega
a existir sólo cuando recibe el ser por la creación, siendo entonces un
compuesto de esencia y existencia. La creación es un acto libre de Dios,
que da origen al tiempo. La tesis del «ser como acto», central en la
metafísica de Tomás de Aquino, exige el complemento de la analogía del
ser: el ser que, según Aristóteles, «se dice de muchas maneras»,
permite entender a Dios a partir de lo creado afirmando a la vez que es
muy distinto de todo lo creado. La analogía permite construir los
argumentos de la existencia de Dios, o las conocidas cinco vías o maneras
de llegar a saber que Dios existe a partir de las cosas.
Las
ideas de Tomás de Aquino sobre el hombre son igualmente innovadoras,
respecto de las de Aristóteles: el hombre es un compuesto de alma y
cuerpo, pero el alma no es la mera forma del cuerpo, que perece con él;
es su forma, pero le da además el ser y la individualidad: el hombre
existe y es individuo por el alma, principio de vida vegetativa, sensitiva
e intelectual; cada alma posee, a diferencia de lo que sostenían Averroes
y Avicena, su propio entendimiento agente y su entendimiento posible; cada
alma es por lo mismo depositaria de su propia inmortalidad. La autonomía
que atribuye a la razón humana, aun siendo limitada, plantea en principio
la posibilidad de una auténtica actividad filosófica independiente de la
fe que, no obstante, Tomás de Aquino no llega a desarrollar. Escribió
comentarios sobre diversas obras de Aristóteles y practicó todos los géneros
literarios escolásticos de cuestiones disputadas, cuestiones
cuodlibetales, tratados, etc.; destacan, además de las mencionadas, De
veritate y De regimine principum. Es
destacable la aportación de Tomás de Aquino a la noción de estado
moderno y al surgimiento de la ciencia política. Aplica el naturalismo
aristotélico también a la sociedad, que llama civitas o civilitas, y
distingue en el hombre la doble condición de ser «humano» y «ciudadano»:
el ciudadano es el hombre político, no el mero hombre. Siguiendo a Aristóteles,
para quien la naturaleza no hace nada en vano, tanto la civitas como la
condición de ciudadano han de poder llegar a su plenitud; por lo que el
Estado es un producto de la naturaleza del mismo modo que la iglesia es un
producto de lo sobrenatural. La «congregación de hombres», que es el
Estado, ha de poder alcanzar su plenitud lo mismo que la Iglesia. Si el Estado es un producto de la naturaleza, también lo es la ley del Estado, o sea, la ley positiva, la cual, no obstante, deriva de la ley natural, por lo que ha de estar de acuerdo con ella. Toda ley se justifica únicamente por el bien común, y sólo éste justifica el poder.[5]
Referencias: [1]
A continuación, la autora ofrecerá al lector una introducción
general al tema, que aporta elementos metodológicos esenciales para
el estudio de la filosofía cristiana en sus dos grandes etapas: Patrística
y Escolástica. Para profundizar en el estudio de la filosofía
medieval se recomienda consultar la Historia de la Filosofía
(Tomo I) de Emile Bréhier. [2]
Marx
C. y Engels F. - Sobre la religión. Editora Política.
La Habana, 1963, pág. 288. [3] Carlos Marx y Federico Engels - “La Sagrada Familia”. Edit. Grijalbo. México, 1958, p. 194. [4]
Por encontrarse en proceso de redacción final el texto de la autora
sobre este tema, en aras de ampliar la información, a continuación
se brindarán varias definiciones tomadas del Diccionario Herder de
Filosofía, así como datos sobre algunos autores representativos de
las posturas fundamentales adoptadas por los filósofos escolásticos
medievales, respecto al llamado “Problema de los Universales”::1)
Realismo ( Extremo y Moderado)
y 2)Nominalismo. [5] Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu. |
Sigue, el libro, en:
7 |
El humanismo en la filosofía del Renacimiento - Dra. Rita María Buch Sánchez |
Viene de:
5 |
El sistema filosófico de Aristóteles - Dra. Rita María Buch Sánchez |
Dra. Rita María Buch Sánchez
Rigoberto Pupo Pupo
©2008 Rita M. Buch Sánchez
La filosofía en su historia y mediaciones
Instituto de Educación Superior “José Martí” de Monterrey.
Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana.
Todos los derechos reservados Editorial Sintaxis
ISBN: 1405-308XCU
Gentileza, para Letras-Uruguay, de Rigoberto Pupo Pupo
Ver, además:
Dra. Rita María Buch Sánchez en Letras Uruguay
Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo en Letras Uruguay
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