La filosofía en su historia y mediaciones
5. El sistema
filosófico de Aristóteles por Dra. Rita María Buch Sánchez
Gentileza, para Letras-Uruguay, del Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo |
Aristóteles
de Estagira (384-322 a.n.e.) ha sido reconocido como la mente más
universal en el contexto de la filosofía griega antigua. Hijo
de Nicómaco (médico de Amintas, rey de Macedonia) en el 367 a.n.e.
ingresa en la Academia de Platón, en la cual permanecerá por espacio de
20 años. Tras la muerte de Platón, iniciada ya la conquista de Grecia
por Filipo de Macedonia, marcha al Asia Menor y funda en Assos una escuela
filosófica en el 347 a.n.e. Transcurridos dos años se dirige a Mitilene,
en la isla de Lesbos y funda también allí una escuela, dedicada
fundamentalmente a los estudios sobre ciencias naturales. En el 342 a.n.e.
Filipo lo nombra preceptor de su hijo Alejandro. En
el 335 a.n.e. regresa a Atenas y funda su propia escuela, El Liceo
(conocida también como Peripatos o escuela de los filósofos que pasean),
dedicada al estudio de la filosofía y de las ciencias de la naturaleza. En
el 323 a.n.e. muere Alejandro Magno y Aristóteles se ve obligado a
marchar de Atenas, refugiándose en Calcis, donde muere a los 62 años de
edad. En
la obra escrita de Aristóteles se distinguen dos períodos: el de las
obras de juventud, compuesta fundamentalmente por discursos dedicados al
gran público, y el de las obras de madurez, de carácter esotérico,
dirigidas específicamente a los iniciados del Liceo. Entre
las obras de juventud se destacan: Eudemo, Diálogo sobre la
inmortalidad del alma, Protéptico y Sobre la Filosofía o Sobre el
Bien. En esta última obra, quedaría registrada su crítica a la teoría
de las ideas de Platón y a la vez, ella marcará su ruptura definitiva
con el platonismo, al cual había estado adscrito. Pertenecen
a su etapa de madurez: Órganon, Retórica, Poética, Metafísica, Física,
Política, Ética a Eudemo, Ética
a Nicómaco y Constitución de Atenas,
entre otras. El
pensamiento de Aristóteles constituye un compendio del saber alcanzado
por la filosofía y el conocimiento científico-particular en la Grecia
antigua. Este pensador vivirá en los inicios del helenismo, lo cual le
permitirá establecer tempranamente una clasificación de las ciencias, a
partir de las categorías de posibilidad y necesidad. De este modo,
clasificará las ciencias en dos grandes grupos: Ciencias de lo posible
y Ciencias de lo necesario. Dentro
de las Ciencias de lo posible, distingue dos grupos: las Ciencias
Prácticas (aquéllas que se ocupan del mejoramiento de la conducta
humana), tales como la Ética y la Política, y las Ciencias
Productivas (referidas a las producciones humanas), tales como la Retórica,
la Poética, etc. Por
su parte, las Ciencias de lo necesario
serán definidas por Aristóteles como aquéllas que tienen por
objeto lo que necesariamente es y son tres: la Matemática, la Física
y la Filosofía Primera (Metafísica). La
Metafísica se ocupa del estudio del ser en tanto ser y es, por su
propia naturaleza, la ciencia por excelencia, es decir, la forma de saber
más teórica, abstracta y especulativa. “Hay una ciencia que estudia el ser en
cuanto es ser y sus propiedades accidentales. Esta ciencia no se
identifica con ninguna de las que hablan parcialmente del ser, porque
ninguna de las demás ciencias se ocupa del ser como ser, con
universalidad. Estas otras ciencias, por el contrario, amputando una parte
del ser, estudian tan solo sus accidentes, como hacen, por ejemplo, las
ciencias matemáticas (…)”[2]
La
teoría aristotélica de la sustancia estará precedida por la crítica
que hace Aristóteles a la teoría de las ideas de Platón. En esta crítica,
el estagirita argumenta que la única realidad existente, y por ende,
objeto de nuestro conocimiento, es la naturaleza, y que Platón, al
admitir como verdaderamente existente una realidad que trasciende a la
naturaleza (mundo ideal), no ha hecho más que duplicar el número de
objetos que requieren explicación. En
otras palabras, según Aristóteles, no existe realidad alguna, que
trascienda la naturaleza. Antes bien, sólo existen fenómenos
naturales o sínolos, en los cuales está presente la esencia que los
define o determina, por lo que resulta inadmisible la idea platónica de
separar la esencia del fenómeno. “(…) En cuanto a los que consideran
como causas las ideas, primero hay que observar que al querer hallar las
causas de los seres han creado otros tantos seres, iguales en número a
los del mundo sensible (…) Pues el número de las ideas es casi igual o
poco menor que el de los seres de los cuales partieron y cuyas causas
pretenden sistematizar, ya que cada cosa tiene algún homónimo y, fuera
de las esencias, también lo tienen aquellos seres cuya muchedumbre queda
comprendida bajo la unidad de una noción única, tanto en las cosas
sensibles como en las sempiternas.” “Además, de cuantos argumentos se dan
para probar la existencia de las ideas, ni uno solo consigue hacernos esta
realidad evidente”.[3]
En
esta crítica se aprecia el sentido naturalista de la filosofía de Aristóteles
y a partir de ella se explica, cómo a pesar de la inclinación de su
pensamiento hacia el idealismo objetivo, su filosofía ofrece importantes
elementos naturalistas, y por ende, materialistas. Al respecto, Lenin señaló:
“Cuando un idealista critica los cimientos del idealismo de otro
idealista, el materialismo siempre sale ganando” [4]
Esta
afirmación de Lenin se demuestra en los presupuestos de partida de la
ontología aristotélica, en la que el pensador afirma que la sustancia es
una, si bien posee un doble carácter, por cuanto se manifiesta como sustancia
primera o ser de la esencia (acepción ontológica de la sustancia) y
como sustancia segunda o esencia del ser (acepción lógica de la
sustancia). Como
ser de la esencia, la sustancia
es el sujeto que no puede ser predicado de algo, es decir, el fenómeno
o sínolo, resultado de la unión indisoluble entre la forma y la materia,
como elementos constitutivos de todo fenómeno,
donde la forma es lo primario, determinante y condicionante
y la materia es lo secundario, indeterminado y condicionado. En
este caso, estamos en presencia de la acepción ontológica de la
sustancia. Por
su parte, como esencia del ser, la sustancia es el ser que puede
tener carácter propio y es separable de otro sujeto; es decir, la
forma y la especie de cada ser. Se trata de la forma o esencia, separable
del fenómeno sólo en relación con el conocimiento y por tanto ésta se
presenta como la acepción lógica de la sustancia. “ Es, pues, posible aplicar la palabra
sustancia en dos sentidos: o bien designa el último sujeto, el que no es
atributo de ningún otro ser, o bien el ser que puede tener carácter
propio y es separable de otro sujeto, es decir, la forma y la especie de
cada ser”.[5]
En
su visión naturalista de la realidad, Aristóteles concibe la naturaleza
como conjunto de seres sujetos a constante devenir. El movimiento se
define como el paso de la potencia al acto, de la posibilidad a la
realidad. Al mismo tiempo, Aristóteles entiende que en el movimiento,
intervienen 4 causas, a saber: material, formal, eficiente y final. De
tal modo, la naturaleza se manifiesta como una suerte de estructura
piramidal, en la que de manera ascendente se observan los distintos
niveles que la componen: mineral, vegetal, animal, hombres, astros, hasta
llegar a la forma pura, forma de las formas o Dios, como primer
motor inmóvil. Desde
este punto de vista, todo en la naturaleza tiende en su movimiento a
alcanzar un fin, la perfección de la forma de las formas. Así, el
movimiento para Aristóteles tiene un carácter teleológico (finalista) y
antropomórfico. Por
otra parte, es necesario destacar que Aristóteles fue el creador de la Lógica,
entendida como órgano o instrumento para la estructuración adecuada del
pensar puro. De ahí que todos sus tratados sobre Lógica, fueran
agrupados bajo el nombre de Órganon. Merece
especial atención, en el estudio de la lógica aristotélica, su análisis
sobre las “categorías”, en tanto determinaciones reales del ser.
Sobre esto, expresa: “Cada
una de las palabras o expresiones independientes o sin combinar con otras
significan de suyo, una de las siguientes cosas: el qué (la sustancia),
la magnitud (cantidad), qué clase de cosa es (cualidad), con qué se
relaciona (relación), dónde está (lugar), cuándo (tiempo), en qué
actitud está (posición, hábito), cuáles son sus circunstancias
(estado, hábito, condición), su actividad
(acción), su pasividad (pasión)”.[6]
Por
otra parte, resulta significativa (sobre todo por su repercusión ulterior
en el contexto de la filosofía medieval) su doctrina sobre el silogismo,
como forma de razonamiento deductivo, que parte de dos proposiciones o
premisas, de las cuales se deriva una tercera proposición conclusiva, la
cual aporta un nuevo nexo de predicación. Según palabras de Aristóteles: “Un
silogismo es un conjunto de palabras o locuciones en el que, al hacerse
determinadas asumpciones, se sigue necesariamente, del hecho de haberse
verificado de tal manera determinada las asumpciones, una cosa distinta de
la que se había tomado. Por la expresión del
hecho de haberse verificado de
tal manera determinada las asumpciones, quiero decir que es por causa
de ello que se sigue la conclusión, y con esto significo que no hay
necesidad de ningún otro término para hacer que la conclusión sea
necesaria”[7].
Respecto
a la teoría del alma aristotélica, es necesario señalar que para el
pensador estagirita, conocer es privativo del hombre, de su alma, la cual
se manifiesta como la forma del cuerpo, poseedora de automovimiento. Esto,
en cuanto al alma humana. Pero es que el alma no resulta privativa del
hombre, sino que ella se manifiesta como principio vital que proporciona
automovimiento a todo ser vivo en la naturaleza: plantas, animales y
hombres. Desde
esta perspectiva, el alma asume tres funciones, cada una de las cuales
tiene su propia especificidad: 1)nutritiva o vegetativa, la cual se
relaciona con la nutrición, crecimiento y reproducción de los seres
vivos; 2)sensitiva, que incluye las facultades de la función vegetativa y
aporta las percepciones sensibles, las facultades inferiores y el
movimiento local; y por último, 3)la facultad racional, que integra las
anteriores, es propia del hombre y es lo que hace de éste un ser racional
por excelencia. La especificidad del hombre es, por tanto, su
racionalidad. En el alma humana se combinan las tres funciones y por medio
de ellas, el hombre vive, siente y piensa. Esta
orientación naturalista de Aristóteles en relación con el alma, va a
determinar, en gran medida, las especificidades de su gnoseología, bien
distante de la platónica. Así, Aristóteles abordará el problema del
conocimiento, desde las perspectivas del sensualismo materialista. Parte
de que el conocimiento humano encuentra su objeto, no en una realidad
trascendente, sino en la propia naturaleza como conjunto de fenómenos
cualitativamente diversos. El conocimiento no implica una búsqueda
introspectiva a la manera socrática, ni un proceso de anámnesis o
reminiscencia al estilo platónico, sino todo lo contrario, ha de
dirigirse al mundo natural que rodea al hombre. El
alma humana, al nacer el hombre es como una tabula rasa o
tabla lisa que, paulatinamente se va llenando de imágenes de la realidad,
que quedan registradas o grabadas en nuestra mente. Estas imágenes, según
Aristóteles, se asemejan a la huella que deja un anillo de oro al
ser presionado contra un trozo de cera; queda la huella del anillo, más
no el oro mismo. De
este modo, la experiencia sensible es la fuente primaria y el origen del
conocimiento humano y gracias a ella, llegan a nuestra mente las imágenes
de los objetos que existen independientemente de nuestra conciencia. Todos
los seres humanos están dotados de órganos sensoriales. Si falta un
sentido, faltarán también las correspondientes percepciones.
Los órganos sensoriales nos proporcionan conocimiento seguro y válido,
en su propio campo de acción. Mediante
las sensaciones, el alma percibe las formas sensibles sin la materia. El
conocimiento sensible abarca cinco sentidos, potencias o facultades:
vista, olfato, oído, gusto y tacto.
Los datos sensoriales son reunidos y ofrecidos a la razón mediante
el sentido o sensibilidad común. Dichos contenidos no desaparecen al
cesar la excitación sensorial, sino que
perduran en la memoria.
Cuando se sucede un cierto número de representaciones similares en
nuestra memoria, se forman representaciones de mayor universalidad.
Por
cuanto sólo puede haber ciencia de lo universal, es necesario un nivel de
conocimiento superior que complemente al conocimiento sensible y es éste
el conocimiento racional, mediante el cual, por un proceso de abstracción
propio del entendimiento humano, se llega al conocimiento de las especies
o formas inteligibles, universales. Es aquí donde el concepto aflora,
brota, en virtud de la intuición racional, que supone una cierta
creatividad o actividad del entendimiento humano. El
conocimiento científico trabaja sobre la base de conceptos, juicios y
razonamientos, pilares de la lógica aristotélica. El concepto tiene una
connotación lógica; es un término que encierra una significación
universal, pues comprende lo permanente y necesario, lo esencial. Sobre la
base del concepto se forma el juicio, el cual diferencia lo verdadero de
lo falso. Según Aristóteles el concepto muestra solamente lo que algo
es, pero el juicio científico nos dice qué notas de realidad se hallan
en un objeto. Es así que el juicio encuentra su valor, su fundamento,
a partir de la realidad. Para Aristóteles el ser se organiza y regula a
partir de nexos internos; descubrirlos es tarea del juicio científico, el
cual nos conduce a la verdad, por medio de la cual se evidencia la
objetividad de lo real. Para
Aristóteles, la verdad tiene un carácter objetivo, en tanto reproduce la
realidad objetiva; pero esta verdad no es captada por el filósofo en toda
su multilateralidad, debido a que ella de manera absoluta es o no es; es
decir, no admite contradicción. La realidad es tomada, de este modo, de
manera estática en su reproducción conceptual. Respecto
a la Ética de Aristóteles, existen cuatro tratados que abordan esta
ciencia práctica, clasificada dentro de las ciencias de lo posible.
Ellos son: Ética a Nicómaco; Ética a Eudemo; Gran Ética
y De las virtudes y los vicios. A pesar de sus diferencias, ellos
en su conjunto representan la concepción aristotélica sobre la ciencia
que regula la conducta humana y parten, en lo esencial de presupuestos teóricos
comunes. En
primer lugar, encontramos que para Aristóteles la moral es, una técnica,
un arte, un quehacer práctico. Y de hecho, constituye una parte
integrante de la política, por cuanto es base y principio de la política.
Como ciencia de las acciones humanas del individuo, la ética estará
orientada a la felicidad, como el bien supremo de la vida humana y
se presenta en tres niveles: 1) ciencia que orienta las acciones humanas
individuales al bien (Ética); 2)
ciencia que orienta la organización familiar al bien (Economía) y 3)
ciencia que orienta la organización estatal al bien (Política). Estos
tres niveles se complementan como un todo orgánico, por cuanto para Aristóteles
el hombre es un animal político, con una tendencia natural a vivir
en colectividad. El
fin supremo al que aspira el hombre es la felicidad, entendida como el
recto ejercicio de las funciones propias de la naturaleza moral e
intelectual del hombre. Por tal razón, al decir de Aristóteles: La
verdadera felicidad consiste en hacer el bien.
Si
la actividad racional es lo que distingue al hombre del resto de los
animales, en ella radica el bien supremo del hombre y en ella encontrará
éste la felicidad. El mayor bien del hombre es la sabiduría; el mayor
mal, la ignorancia. De tal
modo, para Aristóteles: Hay la misma diferencia entre un sabio y un
ignorante que entre un hombre vivo y un cadáver. Por
otra parte, define la virtud como “(…)una
disposición voluntaria adquirida, que consiste en un término medio en
relación con nosotros mismos, definida por la razón y de conformidad con
la conducta de un hombre consciente. Y ocupa el término medio entre dos
extremos malos, el uno por exceso y el otro por defecto”.[8]
Se trata de la prudencia-sabiduría, que implica y abarca las demás
virtudes. Ninguna de las virtudes éticas se encuentra en los hombres de
modo natural. Antes bien, la virtud nace de un hábito o costumbre: La
excelencia moral es el resultado del hábito. Nos volvemos justos
realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza;
valientes, realizando actos de valentía. En
cuanto al Estado, éste es definido por Aristóteles como una asociación
política, cuya aspiración es el bien común: “Toda ciudad o estado es, como podemos ver, una especie de comunidad, y
toda comunidad se ha formado teniendo como fin un determinado bien (…).
Es, por tanto, evidente que, mientras que todas las comunidades tienden a
algún bien, la comunidad superior a todas y que incluye en sí todas las
demás debe hacer esto en un grado supremo por encima de todas, y aspira
al más alto de todos los bienes; y esa es la comunidad llamada el Estado,
la asociación política”.[9]
Asimismo,
Aristóteles aborda el problema del surgimiento del Estado: “En este tema, como en los demás, el mejor método de investigación es
estudiar las cosas en el proceso de su desarrollo desde el comienzo. Así,
pues, la primera unión de personas a que da origen la necesidad es la que
se da entre aquellos seres que son incapaces de vivir el uno sin el otro,
es decir, es la unión entre el varón y la hembra para la continuidad de
la especie (…)” “Por
otra parte, la comunidad primaria, constituida por varias familias para
satisfacción de las necesidades meramente cotidianas es el pueblo
(…)” “Finalmente, la
comunidad compuesta de varios pueblos o aldeas es la ciudad-estado. Esa ha
conseguido al fin el límite de una autosuficiencia virtualmente completa,
y así, habiendo comenzado a existir simplemente para proveer la vida,
existe actualmente para atender a una vida buena. De aquí que toda
ciudad-estado existe por naturaleza en la misma medida en que existe
naturalmente la primera de las comunidades (…)” [10]
La
problemática ética. La filosofía helenística y el ocaso del
pensamiento antiguo. Si
el siglo V a.n.e. fue testigo de importantes cambios histórico-sociales
que condicionaron un nuevo enfoque del filosofar, un reforzamiento del
papel del maestro de filosofía, propuesto por Sócrates, y una nueva
orientación en la problemática filosófica, que determinaría su carácter
ético-político-antropológico, el siglo IV a.n.e., tras la formulación
de los grandes sistemas filosóficos idealistas de Platón y Aristóteles
y el surgimiento de las escuelas filosóficas fundadas por ellos, en su
ocaso será testigo de importantes cambios en la sociedad griega, que
determinarían una nueva orientación del filosofar hacia una problemática
ética, dirigida hacia la búsqueda de la felicidad, desde nuevas
perspectivas. Hacia
el último tercio del siglo IV a.n.e. la sociedad griega experimenta un
recrudecimiento de las contradicciones entre las relaciones de producción
esclavistas y el desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas de la
sociedad, lo que determinó en gran medida la crisis de las
ciudades-estados de la antigua Grecia, entre las que se libraron intensas
luchas. Hacia
el 338 a.n.e. tras la batalla de Queronea y el Congreso de Corinto, la
hegemonía de Grecia quedó en poder de Macedonia. Después de derrotar a
Persia, Alejandro conquista gran parte del Asia Suroccidental, fundando un
gran imperio que reuniría numerosos
pueblos de Europa y Asia. Tras su muerte en el 323 a.n.e. se agudizarían
las luchas intestinas por el poder, que conducirían paulatinamente a la
desintegración del otrora Imperio Macedónico. Se
abre entonces un nuevo período en la historia de la sociedad esclavista,
conocido como el período helenístico, el cual se extendió
aproximadamente desde el año de la muerte de Alejandro Magno hasta el 30
a.n.e., año en que Roma conquista a Egipto, último estado helenístico. El
helenismo en su fase inicial desempeñó un importante papel en la
historia de la sociedad esclavista. En esta época se produjo una ampliación
de las relaciones comerciales entre los pueblos de Oriente y Occidente, lo
que influyó positivamente en el desarrollo de los conocimientos científicos,
al punto de que se revelaron los primeros signos de diferenciación de las
ciencias en la Grecia antigua, lo cual queda constatado en la
clasificación de las ciencias que elabora Aristóteles.
Las
notables transformaciones que tuvieron lugar en la conciencia de la
sociedad griega, originaron importantes cambios en relación con las
tareas y objetivos de la filosofía, en la que se manifiestan nuevos
rasgos en comparación con el pensamiento precedente. Surge la tendencia a
circunscribir los problemas filosóficos a la esfera de la ética; de
hecho, la filosofía centró su quehacer esencialmente en la fundamentación
de una conducta moral capaz de conducir al hombre a la felicidad,
interpretada por los filósofos
como imperturbabilidad, tranquilidad y ausencia de perturbaciones en el
alma humana. La
prolongada crisis económica que posteriormente se desencadenó
en el siglo III a.n.e. condujo en el campo de la filosofía al
surgimiento de escuelas o corrientes filosóficas tales como el Epicureísmo,
el Estoicismo y el Escepticismo, las cuales constituirían
la ultima expresión creativa del pensamiento griego antiguo, de orientación
eminentemente ética. Resulta
destacable el hecho de que tras la indiscutible influencia que ejercieron los grandes sistemas filosóficos idealistas de Platón y
Aristóteles en el subsiguiente desarrollo de la filosofía antigua, hacia
finales del siglo IV a.n.e. el materialismo atomista de Leucipo y Demócrito,
lejos de quedar relegado al olvido, apareciera renovado y enriquecido en
la filosofía de Epicuro, mientras que a su vez, el epicureísmo en la época
de dominación romana, cobra expresión en las concepciones de Lucrecio
Caro, quien expuso en forma poética los fundamentos del atomismo de su
antecesor, incorporando algunos elementos originales. Ello obedece al
hecho de que el materialismo atomista, a lo largo de las diversas etapas
históricas de su desarrollo, desempeñó un papel relevante en la lucha
contra el idealismo y la religión, por lo que puede afirmarse que el
desarrollo de esta corriente (en estrecho nexo con el desarrollo científico
- naturalista de la época) condujo a la radicalización del ateísmo
presente en las concepciones de estos pensadores; a saber, cómo lo que en
Demócrito resultó una conclusión derivada de los postulados
fundamentales de su filosofía, se convierte en Epicuro y Lucrecio en el
objetivo central del quehacer filosófico: la eliminación en el hombre del miedo a lo sobrenatural. Al
respecto, Marx y Engels señalaron la profunda significación de las
concepciones atomistas y el papel que éstas
desempeñaron en la historia del ateísmo del siguiente modo:
"Epicuro era ... el verdadero
racionalista radical de la antigüedad, que atacaba abiertamente a la
religión antigua y de quien arrancó también el ateísmo de los romanos,
en la medida en que llegó a existir entre éstos. De aquí que lo ensalce
también como un héroe Lucrecio, el primero que derrocó a los dioses y
pisoteó la religión, y ello explica por qué Epicuro se ganó entre
todos los Padres de la Iglesia, desde Plutarco hasta Lutero, la fama del
filósofo impío por excelencia ..." [11]
En
general, las corrientes fundamentales del helenismo se vinculan
estrechamente en el plano teórico al naturalismo temprano, y el epicureísmo
en particular, constituye un claro ejemplo de ello, en tanto
desarrolla y profundiza el materialismo atomista elaborado por Leucipo y
Demócrito. Sin embargo, mientras que en el atomismo de Demócrito eran
extraordinariamente importantes los intereses teóricos, la filosofía
epicúrea centrará su atención en la función
de la filosofía como doctrina, que basada en la física atomista,
ayude al hombre a encontrar la "felicidad", entendida por
Epicuro como la ausencia de perturbaciones en el alma, la cual se logra
cuando el hombre se ha liberado del temor a los dioses, a la muerte y a la
vida de ultratumba. Por ello, en la filosofía epicúrea - al igual que en
las restantes corrientes del helenismo, se apreciará una estructura triádica,
compuesta por tres partes bien definidas: la canónica (lógica o teoría
del conocimiento), la física y la ética. De ellas, las dos primeras se
subordinan a la última, mas no por ello resultan menos importantes, en
tanto constituyen su fundamentación. Epicuro
de Samos vivió aproximadamente del 371
al 270 a.n.e. Al igual que su padre, fue maestro de escuela y desde muy
joven se interesó por la filosofía, fundamentalmente a partir de la
lectura de las obras de Demócrito. Se dedicó a la enseñanza de la misma
en ciudades como Colofón, Mitilene y Lámpsaco y hacia el 306 a.n.e. fundó
en Atenas una escuela conocida como el Jardín de Epicuro, la cual
se convertiría en el centro principal del materialismo
antiguo, y en la que además de cuestiones filosóficas, se
abordaban temas políticos de actualidad. Por
cuanto para Epicuro, el objetivo primordial de la filosofía es garantizar
a los hombres una vida feliz, mediante la eliminación en ellos de los
temores a lo sobrenatural, el punto de partida de su filosofía podía ser
sólo el materialismo, en contraposición a la mística religiosa. Anteriormente
se planteó cómo para Epicuro la filosofía
está integrada por tres partes, vinculadas estrechamente entre sí:
la canónica, la física y la ética. De ellas,
la última resulta la más importante, por cuanto contiene la
doctrina de la felicidad; sin embargo, ésta debe sustentarse
necesariamente sobre la física, la cual revela el fundamento material del
mundo, liberando al hombre de los temores a las fuerzas sobrenaturales, a
la inmortalidad del alma y al destino que pesa sobre él. Al
mismo tiempo, existe una condición para la propia física y es la Canónica
como criterio de la verdad y conocimiento de las reglas para llegar a
ella. "Los epicúreos ... llaman canónica la ciencia del criterio, del
principio y de los elementos ... Y Epicuro dice en el Canon que criterio
de lo verdadero son las sensaciones, las prenociones y los efectos ... Las
nociones nacen todas de las sensaciones... Y el subsistir de los efectos
de la sensación testimonia la veracidad de las sensaciones... Ni hay nada
que pueda refutarlas: en efecto, ni la sensación homogénea
refuta a la homogénea, siendo de igual valor, ni la heterogénea a
la heterogénea, no siendo juicios acerca de las
mismas cosas; ni la una rechaza a la otra, porque nos atenemos a
todas; ni la razón, pues toda razón depende de los sentidos". [12]
De
aquí se infiere que la teoría del conocimiento epicúrea tiene un
fundamento sensualista materialista, en tanto las percepciones sensoriales
de los objetos naturales e incluso las imágenes de la fantasía, surgen
en el sujeto como consecuencia de la penetración de las imágenes (eidolas)
que se desprenden de los objetos materiales. Por ende, la percepción
sensorial constituye el fundamento primordial para todo conocimiento sobre
la realidad. "La sensibilidad humana es, pues, el medio donde como en un foco
los procesos de la naturaleza se reflejan y encienden la luz de los fenómenos...
En Demócrito esto es una inconsecuencia porque el fenómeno es sólo
subjetivo; en Epicuro resulta la consecuencia necesaria porque la
sensibilidad es el reflejo del mundo fenoménico en sí..." [13]
Además
de las percepciones, los conceptos o ideas generales constituyen también criterios de la verdad. Ellos surgen sobre la base de las
ideas singulares, las que a su vez han surgido como consecuencia de la
repetición consecutiva de imágenes que penetran por nuestros órganos
sensoriales, procedentes de los objetos. De tal modo, la idea general se
forma manteniendo en la conciencia los rasgos generales de las ideas
singulares. Por ello, tanto las percepciones, como las ideas generales que
se forman sobre la base de éstas, siempre son verdaderas en tanto
reflejan fielmente la realidad. De esta manera, la
gnoseología epicúrea reconoce
la percepción sensorial como criterio
de verdad.
Tal sensualismo, elaborado sobre
la base
del materialismo filosófico, conduce a Epicuro a afirmar que todo
lo que sentimos es verdadero, en tanto las sensaciones no nos engañan. A
diferencia de Demócrito, para Epicuro las propiedades de los objetos,
tales como el color, olor, sabor y otras, constituyen cualidades
objetivas; en este sentido, su sensualismo es más consecuente. En tanto
la percepción sensorial constituye el criterio universal de veracidad,
las conclusiones lógicas entre las imágenes y los objetos de la realidad
son posibles sobre la base de tal criterio, aunque no siempre éstas sean
verdaderas, como es el caso de las imágenes fantásticas. Tales
conclusiones siempre serán verdaderas en tanto no entren en contradicción
lógica con los datos de la percepción, por lo que la percepción
sensorial constituye también criterio de veracidad para las conclusiones
teóricas sobre la cosas que no percibimos directamente, tales como los átomos,
y el vacío en el que ellos se mueven. Con
respecto a sus postulados físicos, Epicuro retoma los postulados
fundamentales del atomismo de Demócrito, incorporando nuevos elementos
que enriquecieron notablemente esta concepción del mundo. Su
teoría sobre la naturaleza parte de reconocer como fundamento de todo
cuanto existe, infinitas partículas materiales indivisibles o átomos,
que se mueven en el vacío. El universo
es todo cuanto existe; éste se compone de cuerpos, de los cuales
"unos son concreciones y otros
son cuerpos simples de que las concreciones se forman. Son éstos
indivisibles e inmutables, puesto que no pueden pasar todos a la no
existencia, antes bien perseveran firmes cuando se disuelven los
compuestos, siendo llenos por
naturaleza, y no tienen en qué ni cómo se disuelvan." [14]
Junto
a los átomos, existe el vacío infinito, como espacio en el que éstos se
mueven eternamente. Todos los objetos y fenómenos que conforman la
naturaleza, constituyen el resultado de la unión de estas partículas
materiales, densas e indivisibles, las cuales existen en número infinito
y se diferencian entre sí, no sólo
por su forma y magnitud, sino también por su peso. Esta última
distinción constituyó un rasgo diferencial entre el atomismo de Epicuro
y el de Demócrito, y al mismo tiempo, una anticipación de la confirmación
experimental del peso atómico por el materialismo atomista contemporáneo. Epicuro
al igual que Demócrito, señaló el movimiento como una característica
esencial de los átomos; sin embargo, aunque al respecto coincidió con
Demócrito en algunas cuestiones, existe una diferencia esencial entre
ambos: "Epicuro admite un
triple movimiento de los átomos en el vacío. El primero es la caída en
línea recta; el segundo se produce porque el átomo se desvía de la línea
recta, y el tercero se debe al rechazo de numerosos átomos. Al admitir el
primero y tercer movimientos Epicuro está de acuerdo con Demócrito; los
diferencia la desviación del átomo de su línea recta..."[15]
Frente
a la física de Demócrito rigurosamente determinista, que niega la
posibilidad de la casualidad, la física epicúrea considera necesario
fundamentar teóricamente la existencia del libre albedrío, lo cual se
proyectaría como uno de los postulados fundamentales de su ética. Según
Epicuro, si los átomos no se desviaran de su trayectoria rectilínea, no
sería posible el choque entre ellos;
esta autodesviación no depende de factor externo alguno, sino que
ella ocurre en los átomos de manera espontánea. Marx
señaló la profunda significación filosófica que tuvo esta teoría epicúrea
de la autodesviación de los átomos, por cuanto ella representó un
intento del materialismo por descubrir la fuente del movimiento de la
materia, en la materia misma, sin recurrir a un "primer motor" o
fuerza externa alguna. La auto desviación de los átomos en Epicuro no es
más que el mínimo de libertad
necesaria en los elementos del micro mundo atómico, para
fundamentar la posibilidad de ésta en los objetos y fenómenos del macro
mundo, y en particular en el hombre. Es necesario señalar que el
reconocimiento de la auto desviación espontánea de los átomos, no
significó en el materialismo de Epicuro la renuncia al reconocimiento de
la sujeción del universo material a leyes; por el contrario, esta teoría
combatió el idealismo filosófico que negaba la existencia de nexos y
regularidades objetivas en los fenómenos naturales, y en particular, las
concepciones fatalistas acerca de las leyes de la naturaleza. El
concepto central que relaciona la física y la ética epicúreas es el
concepto de libertad. Según sus planteamientos, el reconocimiento
de la necesidad causal de los procesos y fenómenos de la naturaleza por
parte de Demócrito, no debe conducirnos a plantear que el hombre está
sometido a la necesidad de un modo fatalista; antes bien, en los marcos de
esta necesidad, debe hallarse la condición para la libertad en la esfera
de la acción del hombre. La
ética epicúrea, íntimamente relacionada con su física, declara como su
objetivo principal el logro de la felicidad humana, del placer,
entendiendo por placer la ausencia de dolor en el cuerpo y de
perturbaciones en el alma. El ideal supremo de la vida es la ataraxia,
como ausencia de turbaciones y tranquilidad del ánimo, estado al que
llega el sabio o filósofo, luego de conocer el fundamento material del
universo, y de esta forma liberarse de los temores a lo sobrenatural. Por
ello, según Epicuro, los principales obstáculos que hay que salvar
necesariamente para lograr una vida feliz son el temor a la intervención
divina en la vida humana, así como el miedo a la muerte y a la vida de
ultratumba. Con
respecto a la opinión de Epicuro sobre los dioses, se expondrá a
continuación un fragmento de su carta a Meneceo, en el que se ilustra
esta cuestión: ... "Así, no es impío el que niega a los dioses de la plebe o vulgo,
sino quien acerca de los dioses tiene las opiniones vulgares; pues las
enunciaciones del vulgo, en orden a los dioses, no son anticipaciones,
sino juicios falsos. De aquí nacen las causas de enviar los dioses daños
gravísimos a los hombres malos y favores a los buenos, pues siéndoles
sumamente gratas las virtudes personales, abrazan a los que las poseen, y
tienen por ajeno de sí todo lo que no es virtuoso." [16]. Al
igual que Demócrito, Epicuro sometió a crítica la religión
tradicional, pronunciándose contra la superstición y el miedo a lo
sobrenatural. Si bien acepta la existencia de los dioses, plantea que por
cuanto éstos habitan los
espacios intermundos, no pueden influir sobre los hombres, ni favorable,
ni desfavorablemente. Al respecto, Marx señaló: "Han sido objeto de burla estos dioses de Epicuro, que semejantes a
los hombres, moran en los intermundos del mundo real, no tienen cuerpo
sino un casi cuerpo, ni sangre sino casi sangre, y hieráticos en su calma
bienaventurada no atienden a
ninguna súplica, no se preocupan ni de nosotros ni del mundo y son
reverenciados no por interés sino por su belleza, su majestad y su
excelsa naturaleza... Y sin embargo, estos dioses no son una ficción de
Epicuro. Han existido. Son las divinidades plásticas del arte
griego." [17]
Una
condición indispensable para la eliminación del temor a la muerte y a la
vida de ultratumba es, según Epicuro, el reconocimiento de la mortalidad
del alma. El filósofo, en tanto ha llegado a la comprensión de que el
alma no es más que una unión transitoria de átomos, logra liberarse de
estos temores. "Así, la muerte
ni es contra los vivos ni contra los muertos; pues en aquéllos todavía
no está, y en éstos ya no está...La muerte, pues, el más horrendo de
los males, nada nos pertenece; pues mientras nosotros vivimos, no ha
venido ella; y cuando ha venido ella; y cuando ha venido ella, ya no
vivimos nosotros."[18]
.
De este modo, el liberar al
alma de los temores que la oprimen, conduce al hombre por el camino de la
felicidad. Como
se ha mostrado, la ética de Epicuro tuvo como limitación fundamental su
carácter individualista y contemplativo, en tanto predicaba como el
objetivo primordial de la vida humana el recogimiento y la
imperturbabilidad del filósofo como condición primordial de la
felicidad. Sin embargo, por otra parte se trata de una ética de implicaciones ateístas, llena de
optimismo en el poder del hombre en su lucha contra la superstición y la
creencia en lo sobrenatural. Ello le valió el ser señalado por Marx como
"el verdadero racionalista radical de la antigüedad, que atacaba abiertamente a la religión antigua
y de quien arrancó también al ateísmo de los romanos, en la medida en
que llegó a existir entre éstos." [19] El
atomismo de Epicuro continuaría su desarrollo y propagación en
territorio romano, hacia el siglo I a.n.e. representado en la figura de
Tito Lucrecio Caro, destacado poeta y filósofo de la antigüedad.
Lucrecio escribió un extenso
poema titulado "De la naturaleza de las cosas", en
el que interpretó de modo peculiar el atomismo epicúreo, defendiéndolo
hasta sus últimas
consecuencias. Dicho poema ha constituido precisamente, una de las fuentes
fundamentales para el estudio del atomismo antiguo. Este
pensador, vivió en una época convulsa de la sociedad romana, plagada de
contradicciones clasistas y
rebeliones de esclavos. En el siglo I a.n.e. proliferan en Roma una
serie de religiones orientales, que propugnaban la inmortalidad del alma y
que fueron aprovechadas por las clases dirigentes para inculcar -
principalmente en las clases desposeídas - el miedo a la muerte, mientras
que en el campo filosófico se difunden principalmente el estoicismo y el
neoplatonismo, corrientes de franco matiz religioso e idealista, a las
cuales se opuso enérgicamente el materialismo de Lucrecio. Si
para Epicuro, el objetivo fundamental de la filosofía consistió en
lograr la felicidad del hombre mediante la liberación del temor a los
dioses, a la muerte y a la vida de ultratumba, lo cual se conseguía
mediante el conocimiento de
la naturaleza, para Lucrecio, la intención es la misma: se trata de
buscar una filosofía que proporcione al hombre una vida feliz y una
existencia imperturbable, difícil de lograr en las condiciones de la sociedad romana. Ésta
filosofía añorada por el pensador romano, no podía ser otra que no
fuera el atomismo de Epicuro, el cual consideraba el temor a la intervención
divina en los sucesos de la vida humana, el temor a la muerte y el temor a
la vida de ultratumba, como los grandes
enemigos de la felicidad. Según Lucrecio, estos temores pueden y deben
ser vencidos por y mediante la filosofía; ella debe ser la encargada de
mostrar la falsedad de estas creencias y supersticiones, por lo que la
doctrina de la felicidad
- al igual que en Epicuro - debe estar precedida de la física como
conocimiento de la naturaleza
de las cosas, que explique al hombre el fundamento del mundo, cómo éste
surgió, cuáles son sus elementos físicos constitutivos y los del propio
hombre, y además, qué les sucede a estos elementos después de la
muerte. El reconocimiento de que todos los fenómenos y procesos que
discurren en la naturaleza pueden ser explicados y analizados sólo a
partir de causas naturales, sin admitir fuerzas externas
o intervención de seres sobrenaturales en los acontecimientos de
la vida humana, debía ser a su juicio, la premisa indispensable de tal ética. Lucrecio
asimiló íntegramente el materialismo atomista de Epicuro, y al igual que
éste, reconocía como fundamento de todo cuanto existe en la naturaleza a
infinitas partículas materiales indivisibles y eternas, y al vacío como
espacio en el que éstas se mueven. Dichos corpúsculos indivisibles, al
unirse entre sí, originan la diversidad cualitativa de fenómenos
naturales, los cuales poseen una naturaleza mortal, por
cuanto están sometidos necesariamente a la destrucción y a
muerte, que no es más que la descomposición de lo complejo en sus partes
simples. Si
bien la obra de Lucrecio fue escrita con un objetivo esencialmente ético,
su teoría sobre la naturaleza fue uno de los aspectos más elaborados en
su poema. Sin embargo, la física es - en opinión de Lucrecio - sólo un
medio para alcanzar el objetivo filosófico primordial: liberar a los
hombres del temor a lo sobrenatural, y para el logro de tal objetivo, es
necesario fundamentar la mortalidad del alma, así como la incapacidad de
los dioses para influir en la vida humana, a partir de una filosofía
atomista. El alma es tan mortal como el cuerpo, en tanto está constituida
por partículas materiales e indivisibles - lisas, redondas y dinámicas -
que se encuentran unidas sólo mientras existe unidad entre las partículas
que conforman el cuerpo. Cuando sobreviene la muerte del hombre, los
elementos constitutivos de su cuerpo y de su alma se diseminan simultáneamente
en el vacío. Si el hombre logra penetrar los secretos de la naturaleza y
descubrir esta verdad, no habrá lugar para el temor a una vida de
ultratumba o a la propia muerte. Este temor de los hombres, según
Lucrecio, proviene de su ignorancia sobre las leyes de la naturaleza. Con
respecto a los dioses, Lucrecio al igual que Epicuro no negó su
existencia, pero sí la posibilidad de éstos de interferir en la
naturaleza o en los acontecimientos de la vida humana. Según él, los
dioses habitan los espacios vacíos entre los infinitos mundos que
existen; ellos son impotentes de actuar sobre la naturaleza o sobre los
hombres, ni para bien, ni para mal. Consideraba
asimismo que la religión había surgido como consecuencia de los temores
del hombre primitivo ante las fuerzas naturales, el desconocimiento de las
causas naturales de todo cuanto acontece en el universo, así como a
partir de una falsa interpretación de los sueños. Según
Lucrecio, las imágenes que sobre los dioses se han formado los hombres,
no son más que el producto de la fantasía humana, en tanto ellos por su
naturaleza, son totalmente inasequibles a nuestros sentidos y a nuestra
razón. Al respecto, expresaba: |
"Tampoco
puedes presumir que tengan los
dioses sus moradas sacrosantas en
una de las partes de este mundo: porque
ellos son sustancias tan
sutiles, que
el sentido no puede percibirlas, ni
el espíritu apenas comprenderlas: si
escapan al contacto de las manos, no
deben tocar ellos ningún cuerpo que
podamos tocar, porque no puede tocar
el que de suyo es intangible: luego
muy diferentes de las nuestras deben
ser sus moradas, tan sutiles como
sus cuerpos: lo que extensamente te
probaré en la serie de mi escrito."[20] |
A
pesar de sus limitaciones e
inconsecuencias, las ideas de Lucrecio sobre
los dioses desempeñaron un importante papel en la lucha contra la
religión romana, caracterizada por su hostilidad hacia el conocimiento
científico y por su rígido dogmatismo. Si
bien es cierto que su ética - orientada hacia la búsqueda de la
felicidad, en un sentido estrecho y negativo, como imperturbabilidad y
ausencia de turbaciones en el individuo
- adoptó una posición individualista, pasiva y contemplativa ante la
realidad, su crítica a la religión, avalada por su concepción del mundo
materialista, representó en los marcos
de la antigua Roma una posición, que impulsó de manera
extraordinaria y casi única el ateísmo, en la etapa de dominación
romana. Es
por esta razón, que Marx y Engels se refirieron a Lucrecio como el "primero
que derrocó a los dioses y pisoteó la religión."
[21]
No
es casual que posteriormente la Iglesia Romana calificara a la filosofía
epicúrea como una doctrina inmoral, y que la obra de Lucrecio fuera
relegada al olvido por la reacción feudal durante largos siglos. Por
su parte, el Estoicismo se presenta como otra de las grandes corrientes
filosóficas del helenismo y la que mayor influencia alcanzaría en la época
de dominación romana. Su
máximo exponente fue Zenón de Citium, en Chipre (334-262 a.n.e.), quien
fundó en Atenas una escuela filosófica, la Stoa hacia el 300
a.n.e. Discípulo del cínico Crates, al igual que su maestro dirigió el
centro del filosofar, no hacia lo estrictamente teorético, sino hacia la
búsqueda de la virtud y la felicidad. Sin embargo, a diferencia de su
maestro entendió que una condición indispensable para alcanzar ambas era
la ciencia. Al
igual que Epicuro, Zenón estructuró la filosofía en tres partes (lógica,
física y ética) y desarrolló particularmente la primera de ellas, la lógica,
centrando su atención en la búsqueda del criterio de verdad, a partir de
una postura sensualista materialista ante el problema del conocimiento, en
la que desempeñaba, a su juicio, un papel fundamental la “percepción
cataléptica”, como aquélla representación conceptual, por la cual el
entendimiento alcanza y aprehende el objeto. Para
los estoicos, la experiencia constituye la fuente primaria de todo nuestro
conocimiento y es a partir de las sensaciones que en nuestra mente,
similar a una tabula rasa, se registran las representaciones de la
realidad externa a nosotros. Dichas representaciones son como huellas de
los objetos, impresas en el alma humana, lo que recuerda la concepción de
Aristóteles sobre la sensación, semejante a la huella que deja un anillo
de oro sobre un trozo de cera; queda impresa la imagen, mas no el oro
mismo. La
física estoica se presenta como una síntesis de elementos tomados en
calidad de presupuestos teóricos de la filosofía de Heráclito y del
pensamiento aristotélico. Según
los estoicos, el universo es corpóreo y en él se manifiestan dos
principios: el principio pasivo (materia) y el principio activo (logos o
soplo cálido, que penetra y vivifica la materia). Este principio activo
funciona como inteligencia universal, que proporciona y garantiza la armonía
en el universo, por lo cual es también denominado Dios. Por
cuanto la materia en sí misma es inerte, es el principio activo el que
produce las determinaciones cualitativas en el universo corpóreo. Esta
razón universal o Dios, no es para los estoicos una realidad que
trasciende la naturaleza, sino antes bien, es la naturaleza misma. Esta es
la razón por la que la física estoica reviste un carácter panteísta. En
correspondencia con esto, el estoicismo propone en el campo de la ética
el logro de la felicidad, lo cual presupone la ausencia de perturbaciones
en el alma y la eliminación de las pasiones, para de este modo alcanzar
la virtud. El ideal del sabio ha de ser “vivir conforme a la
naturaleza”, lo que garantiza una vida virtuosa y feliz. Entre
los seguidores de Zenón se pueden citar a Cleantes y Crisipo, éste último
de gran producción literaria; gracias a sus escritos se ha podido conocer
el pensamiento del fundador de la escuela, de cuya obra escrita nos
llegara muy poco. Tras
la conquista de Macedonia por los romanos en el 168 a.n.e. el estoicismo
cobra gran difusión y se orienta hacia el eclecticismo; por esta vía
adquiere un fuerte matiz moral y religioso, que se evidenciará sobre todo
en las concepciones de Séneca y Marco Aurelio, principales exponentes del
estoicismo romano. La
tercera y última de las grandes corrientes del helenismo es el
Escepticismo, cuyo máximo exponente es Pirrón de Elis (360-272 a.n.e.)
quien no dejó escritos, por lo que se conoce su pensamiento gracias a su
discípulo Timón de Fliunte y a seguidores posteriores como Sexto Empírico,
quien recogió los fundamentos de esta corriente en sus escritos titulados
“Bosquejos Pirrónicos”. Al
igual que las restantes corrientes del helenismo, el escepticismo se
orienta hacia un ideal moral, la búsqueda de la felicidad, y mantiene la
división de la filosofía en tres partes: física, gnoseología y ética.
Pero a diferencia de ellas, no constituye una escuela, sino más bien, una
posición filosófica que le ha valido su denominación. De
este modo, en su física parten del presupuesto según el cual, la
naturaleza, como conjunto de fenómenos cualitativamente diversos, está
sujeta a constantes transformaciones. De ello infieren desde el punto de
vista gnoseológico, que resulta entonces imposible conocer la realidad,
ya que ella está en constante devenir, por lo que la única actitud
posible de asumir debe ser la suspensión o abstinencia de emitir algún
juicio sobre la misma. Esta posición, garantizará entonces el logro de
la felicidad o ataraxia en el plano de la ética, la que se alcanza cuando
el hombre se abstiene de juzgar sobre los objetos y fenómenos de la
realidad, y de este modo logra la ansiada quietud de espíritu. Timón
de Fliunte expresaba de manera sintética el sentido del escepticismo, a
partir de tres interrogantes: 1) ¿cuál es la naturaleza de las cosas?
2) ¿qué postura hay
que adoptar respecto a ellas? 3)
¿qué consecuencias resultarán de esta postura? Como
se ha expresado ya con anterioridad, hacia finales del siglo III a.n.e. y
al calor de la profunda crisis que anuncia la descomposición de la
sociedad esclavista, primero en Grecia y más tarde en Roma, se refuerzan
en el ámbito filosófico las tendencias místicas y religiosas. La
decadencia de esta sociedad cobraría expresión en corrientes filosóficas
tales como el neopitagorismo y el neoplatonismo, las cuales, en su intento
por revitalizar las doctrinas de Pitagóras
y de Platón, respectivamente, no hicieron otra cosa que hiperbolizar los
elementos que en ambos pensadores podían ser retomados como fundamento de
doctrinas religiosas, lo que con el decursar del tiempo, contribuiría de
manera definitiva a crear las bases para la conformación de la filosofía
cristiana. Tras
la conquista de Grecia por Roma - hacia el 146 a.n.e. - la cultura helenística
se convirtió en una de las fuentes fundamentales de la cultura romana.
Las principales corrientes filosóficas del helenismo (Epicureísmo,
Estoicismo y Escepticismo) encontraron sus adeptos en Roma, conformando la
cultura greco-latina, aunque no en todas se mantuvo el sentido que
originalmente había caracterizado sus presupuestos de partida en la
Grecia antigua. Por esa razón, sería pertinente señalar que si bien el
Epicureísmo se mantuvo prácticamente intacto en su principal exponente
romano, Tito Lucrecio Caro, por su parte el Estoicismo griego, que en sus
inicios estuvo sustentado sobre presupuestos teóricos materialistas,
hacia finales del siglo I a.n.e. degenera definitivamente en una doctrina
idealista, de franco carácter religioso y ecléctico,
mientras que el Escepticismo, de menor proyección, proclamaba la
desconfianza en el poder de
la razón humana, contribuyendo a la
propagación de
las doctrinas místico - religiosas que llegarían a prevalecer durante
los últimos siglos del Imperio
Romano. Estas corrientes, en su conjunto, contribuirían a preparar
el camino para el surgimiento de la filosofía cristiana
occidental. En
los comienzos de nuestra era y coincidiendo con la desintegración de la
sociedad esclavista, surgirá la Patrística[22].
Fundada por los primeros padres de la iglesia cristiana, se esforzará
desde sus inicios por encontrar caminos confluyentes entre los clásicos
de la antigüedad y el
cristianismo, con el objetivo explícito de validar los dogmas
fundamentales de esa religión. De este modo, ellos conformarán un
pensamiento apologético, que asumiría la tarea de fundamentar, defender y
sistematizar los dogmas del
cristianismo, apelando particularmente a corrientes como el platonismo y
el neoplatonismo.[23]
Por
su parte, la Escolástica[24]
se esforzaría en continuar dicha labor, pero ahora en los marcos de la
sociedad feudal y enfrentándose a las herejías y a la creciente
influencia del pensamiento árabe, que traducía a Aristóteles,
encontraba en sus obras los fundamentos para sustentar concepciones panteístas,
e intentaba demostrar la independencia de las “verdades de razón”
respecto a las “verdades de fe”. Ya en su etapa de madurez, esta Escolástica
occidental asumiría la tarea de rescatar a Aristóteles, sobre todo para
encontrar en su obra fundamentos que permitieran enfrentar las herejías y
destruirlas. Pero el resultado de dicha labor, lejos de representar un
rescate de sus presupuestos teóricos más auténticos, se convertiría en
la deformación, tergiversación y cristianización de su filosofía,
particularmente en las concepciones de Tomás de Aquino. Si bien ambas bebieron en las fuentes de la filosofía clásica antigua, poco rescataron de su autenticidad. En su afán por brindar respuesta al llamado problema de la relación entre la fe y la razón, establecieron durante un largo período de catorce siglos, una alianza entre filosofía y religión, entre razón y fe (en esencia incompatibles), que lejos de fundamentar la dogmática cristiana sobre “argumentos racionales” que demostraran ciertas “verdades teológicas”, evidenciaría a la postre su carácter superficial, y culminaría en la disolución de la Escolástica, declarando de manera definitiva este problema, como un seudo-problema, falso y estéril por su contenido mismo.
Referencias: [1]
El texto que aparece a continuación ha sido extraído íntegramente
del libro Introducción a la filosofía antigua, de la Dra.
Rita M. Buch Sánchez. (Ed. Cit.) [2]
Aristóteles - Metafísica. Libro IV. Cap. 1. en:
Obras. Editorial Aguilar. Madrid, 1973, p. 943. [3]Aristóteles
- Metafísica. Libro I.Cap. 9. en:
Obras. Editorial Aguilar. Madrid, 1973, p. 924. [4]
Lenin, V.I. Cuadernos
Filosóficos. Editora Política. La Habana, 1964, p. 275. [5]
Aristóteles - Metafísica. Libro V. Cap. 8. en: Obras.
Editorial Aguilar. Madrid, 1973, p. 966. [6]
Aristóteles – Tratados
de Lógica. Categorías. Cap. 1. en: Obras.
Edit. Aguilar. Madrid, 1973, p. 232. [7]
Aristóteles – Tratados
de Lógica. Analítica Primera. Libro Primero. Cap. 1. en:
Obras. Edit. Aguilar. Madrid, 1973, p. 276. [8]
Aristóteles – Ética Nicomaquea. Libro II. Cap. 6. en:
Obras Editorial Aguilar. Madrid, 1973, p. 1190. [9]
Aristóteles – Política.
Libro I. Cap. 1. en: Obras
Editorial Aguilar. Madrid, 1973, p. 1411. [10]
Aristóteles – Política.
Libro I. Cap. 1. en: Obras
Editorial Aguilar. Madrid, 1973, p. 1411-1412. [11]
Marx, C. y Engels, F. La ideología alemana. Edición Revolucionaria. La Habana,
1966, p. 150.
[12]
Diógenes Laercio, X, 31-32. Citado por: Mondolfo, R. El
pensamiento antiguo. Tomo II. Edit. Ciencias Sociales. La Habana,
1971, p. 92. [13]
Marx, C. Diferencia de
la filosofía de la naturaleza en Demócrito y en Epicuro.
Editorial Ayuso. Madrid, 1971, p. 62. [14]
Laercio, Diógenes. Vidas, Opiniones y Sentencias de los filósofos
más ilustres. Edit. El Ateneo, Buenos Aires, 1947, p.633.
[15]
Marx, C. Diferencia entre la filosofía de la naturaleza en Demócrito
y en Epicuro. Edit. Ayuso, Madrid, 1971, p. 33. [16] Laercio, Diógenes. Vidas, Opiniones y Sentencias de los filósofos más ilustres. Edit. El Ateneo, Buenos Aires, 1947, págs. 667-668 [17]Marx,
C. Diferencia entre la filosofía de la naturaleza en Demócrito y
en Epicuro. Edit. Ayuso, Madrid, 1971, págs. 40-41.
[18]
Laercio, Diógenes. Vidas, Opiniones y Sentencias de los filósofos
más ilustres. Edit. El Ateneo, Buenos Aires, 1947, p. 668 [19]
Marx, C. y Engels, F. La ideología alemana. Edición Revolucionaria. La Habana,
1966, p. 150. [20]
Lucrecio Caro,Tito De
la naturaleza de las cosas. Edit.
Ciencia Nueva. Madrid, 1968, p. 231. [21]
Marx, C. y Engels, F. La ideología alemana. Edición Revolucionaria. La Habana,
1966, p. 150. [22]
La Patrística, como primera etapa de la filosofía cristiana, desde
el punto de vista cronológico abarca aproximadamente desde el siglo I
al VIII. [23]
No resulta fortuito, el hecho
de que su máximo exponente, Aurelio Agustín, llegara a ser conocido
como el Platón cristiano. [24]La Escolástica, como segunda etapa de la filosofía cristiana, desde el punto de vista cronológico abarca aproximadamente desde el siglo IX al XIV. |
Dra. Rita María Buch Sánchez
Rigoberto Pupo Pupo
©2008 Rita M. Buch Sánchez
La filosofía en su historia y mediaciones
Instituto de Educación Superior “José Martí” de Monterrey.
Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana.
Todos los derechos reservados Editorial Sintaxis
ISBN: 1405-308XCU
Gentileza, para Letras-Uruguay, de Rigoberto Pupo Pupo
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Dra. Rita María Buch Sánchez en Letras Uruguay
Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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