La filosofía en su historia y mediaciones 7. El humanismo en la filosofía del Renacimiento |
Desde
finales del siglo XII y principios del siglo XIII, en Europa Occidental
comienzan a manifestarse los primeros indicios del dilatado proceso de
descomposición del sistema feudal, cuyo punto de partida será la
reanimación de la vida urbana, a partir del desarrollo del comercio en
las nuevas ciudades o burgos y el desarrollo de la actividad crematística
desde el siglo XII. Muchos factores confluyentes aceleraron dicho proceso,
pero sobre todo un elemento determinante sería el desarrollo vertiginoso
de la economía dineraria en algunas ciudades de Occidente, a partir de
las cruzadas. En este contexto se destacan particularmente dos zonas de
intensa actividad económica: el norte de Italia (donde florecen repúblicas
como Venecia, Génova, Florencia y Pisa, que fungen como intermediarias en
el comercio entre Oriente y Occidente) y
por otra parte, Holanda y Flandes
(esta última con las famosas ciudades de Brujas y Lieja) que actúan
como intermediarias en el comercio entre el norte de Europa y la cuenca
mediterránea. Las
cruzadas o “guerras santas”, contribuyeron definitivamente como
catalizador de este proceso de desarrollo del comercio entre Europa y el
Oriente. Es por eso que los primeros brotes del capitalismo aparecen en
Italia y en los Países Bajos, ya que las fortunas de la naciente burguesía
en estos centros comerciales se formaron como fruto de la actividad del
comercio mercantil y no sobre el producto de la propiedad territorial ,
tal y como había acontecido en la sociedad feudal. A
finales de la Edad Media se establecieron grandes industrias textiles y
mineras en Flandes, Italia, Inglaterra y otras regiones, lo que generó
una progresiva acumulación de riqueza dineraria.
Grandes extensiones de tierras de cultivo fueron expropiadas para
dedicarlas a la cría de ganado lanar y finalmente, tras la conquista y
colonización de América, comenzó la explotación a gran escala de los
yacimientos de oro y plata en el “nuevo mundo”. Se
recrudece el antagonismo entre la nobleza territorial y la clase
mercantil. La naciente burguesía de las ciudades recababa de la nobleza
un régimen de franquicias en que se limitara su derecho a imponer
tributos y multas a capricho. Florencia lo obtuvo en 1294 y otras le
seguirían. El burgo se convierte en mercado. Se compran y se venden los
productos de la tierra y las manufacturas. Se efectúan transacciones, se
extienden y cobran letras de cambio. Se presta dinero a interés. La
moneda sustituye el servicio personal y hasta el señor y la Iglesia se
ven compelidos a usarla. Después
de haber avanzado en el terreno económico, la burguesía necesitaba
entonces fomentar un ambiente intelectual que le permitiera combatir y
derrocar el feudalismo y la escolástica. El latín se sustituiría por la
lengua nacional. El trivium y el cuadrivium, por nociones de ciencia
natural, de historia, de geografía y de cálculo.
Como
consecuencia de esta creciente rivalidad económica entre la burguesía y
la nobleza, el nuevo espíritu capitalista pugnaba en lucha abierta por el
control de la cultura, poderoso instrumento de dominación de la
conciencia social. Florencia sería el centro de ese duelo feroz y la cuna
del Renacimiento. El
destacado intelectual cubano y profesor universitario, Raúl Roa García,
en su interesante y didáctica obra Historia de las doctrinas sociales
expuso cómo ese nuevo espíritu capitalista, que tuvo su más clara
manifestación en el espíritu italiano renacentista, estuvo marcado por
los siguientes elementos: 1)
Instinto adquisitivo. 2)
Voluntad de poderío. 3)
Afán de ascender a planos sociales de mando material y espiritual,
por la acción creadora. 4)
Fe del hombre en sus propias potencias. 5)
Comienzo del largo proceso de racionalización en las formas económicas. 6)
Se inicia la penetración de la inteligencia en la dirección de
los negocios. 7)
Espíritu personalista: El Estado, la economía, el negocio
moderno, la empresa capitalista, etc.,
comienzan a valorarse como producciones del espíritu humano, como
obras de arte. 8)
La razón y la ciencia imponen sus normas, abatiendo la escolástica
y el sentido señorial de vida. [1] Este
proceso de radicales transformaciones en la estructura de la sociedad
europea, alcanza en Italia su mayor esplendor y capacidad creadora,
originando una fermentación espiritual acelerada de la burguesía
italiana. Cosme de Médicis, Miguel Ángel y Maquiavelo expresan ese nuevo
estilo de vida en el plano de la cultura italiana. Este
complejo y rico proceso, que abarca poco más de dos siglos, suele
denominarse Renacimiento en la historia de la humanidad. No
debe considerarse el Renacimiento como un vuelco de la conciencia europea
hacia la antigüedad grecolatina. Según Raúl Roa, esta valoración
presenta una falsa perspectiva y su falsedad radica en 3 factores: 1)
El equívoco que conlleva la palabra Renacimiento. 2)
La deshistorización del fenómeno, por aquéllos que quisieron o
pudieron ver en él un espléndido rebrote erudito del espíritu clásico. 3)
La preferencia que mostró el humanismo por los textos antiguos. El
término RENACIMIENTO ha sido y es, aún
en nuestros días muy discutido. De igual modo, muchas y variadas
definiciones se han dado sobre esta importante etapa. Entre ellas, resulta
en extremo interesante la siguiente: “
El Renacimiento constituyó, sin duda, en su forma de expresión, una
vuelta a la antigüedad; pero esta vuelta, lejos de haber sido una rémora,
fue <<un acicate hacia el mañana porque complicó la visión histórica
del pasado y cooperó, de esta suerte, a hacer más ricas y heterogéneas
las anticipaciones ideales del futuro>>. El significado profundo de
esta actitud puede vislumbrarse en
estas palabras de Pablo de Tarso: <<Y a renovarnos en el espíritu
de nuestra mente; así también nosotros andemos en novedad de
vida>>. Es en este sentido que el vocablo Renacimiento aparece , por
primera vez en las Vidas de los pintores , de Vasari. Y es en este
sentido también que profirieron expresiones análogas
- renovatio, regenerari – los grandes reformadores
espirituales del siglo XIII, Francisco de Asís y Joaquín de Fiore,
videntes geniales de las soterradas corrientes de la historia. La nova
vita, de que hablaría Dante en el siglo siguiente, simboliza el nuevo
cambio de constelaciones que se está operando y el anhelo de una vida
nueva ya en marcha. La
actitud contemplativa fue la actitud típica del mundo antiguo. El
Renacimiento es acción, dinamismo, actividad creadora, afán de gloria y
de poder, culto a la individualidad que en el hacer se hace y hace el
hacer, fe en la razón, en la naturaleza y, sobre todo, en el hombre, a
quien, conforme el apotegma de Pico de la Mirandola en su De hominis
Dignitare <<le es dado tener lo que desea y ser lo que
quiere>>”.[2] Una
importante definición, la brinda Jacobo Burckhardt, en su obra Cultura
del Renacimiento en Italia, texto que ha devenido clásico, entre los
estudios especializados sobre este período: “El
gran aporte del Renacimiento fue el descubrimiento de la personalidad
humana... En la Edad Media, las dos caras de la conciencia humana, la
interna y la externa, yacían soñando o semidespiertas bajo un velo común.
A través de ese velo, tejido con fe, ilusión y preocupación infantil,
el mundo y la historia aparecían teñidos con unos colores de matices
maravillosos. El hombre tenía conciencia de sí, únicamente en cuanto
miembro de una raza, pueblo, partido, familia, o corporación, sólo a
través de una categoría general.. Fue en Italia donde ese velo se evaporó
por primera vez, con ello se hicieron posible un estudio y una consideración
objetiva del Estado de todas las cosas de este mundo. Con la misma fuerza
se afirmó el lado subjetivo correspondiente. El hombre se convirtió en
un individuo espiritual (uomo singolare y uomo único) y se reconoció a
si mismo como tal”.[3]
Por
su parte, Emile Bréhier en su Historia de la Filosofía, ofrece la
siguiente definición: “En
los ambientes humanistas del siglo XV, tan diferentes de las
universidades, se reunían, laicos y eclesiásticos, bajo la protección
de los príncipes y los papas, tanto en la Academia Platónica de la
Florencia de Lorenzo el Magnifico, como en la Academia aldina de Venecia.
En aquellos medios nuevos no había ninguna consideración práctica que
pudiese prevalecer sobre el deseo de saber por sí; el espíritu, liberado
por completo, no estaba sometido, como en las universidades, a las
necesidades de una enseñanza
formadora de clérigos. En el siglo siguiente se fundaría el Colegio de
Francia, separado de la universidad y creado, no para clasificar el saber
adquirido y tradicional, sino para promover nuevos conocimientos.
Aquella
libertad produjo una floración de doctrinas y pensamientos que apuntaban
durante toda la edad media pero que hasta entonces habían podido ser
rechazados. Era una mezcla confusa a la que se puede dar el nombre de
naturalismo porque, de manera general, no sometía al universo ni a la
conducta a ninguna norma trascendente, sino que buscaba sólo las leyes
inmanentes y daba cabida, junto a las ideas más viables y fecundas, a las
peores monstruosidades. (Lorenzo Valla, humanista y epicúreo, condena la
física de Aristóteles, considera bárbaro el latín de Boecio, destruye
la religión, profesa ideas heréticas y desprecia la Biblia – escribía
Poggio, amigo suyo, humanista y epicúreo como él -)...Este intenso deseo
de una vida distinta, nueva y peligrosa, venia provocado o, al menos,
acentuado por el enorme crecimiento de la experiencia y de las técnicas
que, en un siglo, modificó las condiciones de vida intelectual y material
de Europa. Crecimiento de la experiencia del pasado, gracias a los
humanistas que leían los textos griegos y que, en el siglo XVI, se
iniciaron en las lenguas orientales; lo importante no era tanto el
descubrimiento de nuevos textos cuanto el modo de leerlos (...) No se
trataba ya de adaptar aquellos textos a la explicación de la Escritura,
sino de entenderlos en sí mismos. Crecimiento también de la experiencia
en el espacio, cuando, desbordando los límites de la <tierra
habitada> trazados por la cristiandad de acuerdo a los datos de la antigüedad, se descubrieron no sólo nuevas tierras que
desviaban las miradas de la cuenca del Mediterráneo, sino también nuevos
tipos de humanidad cuya religión y costumbres se desconocían.
Crecimiento de las técnicas, no sólo gracias a la brújula, la pólvora,
la imprenta, sino también a unos inventos industriales o mecánicos,
muchos de los cuales se debieron a artistas italianos que eran al mismo
tiempo artesanos. Los hombres de aquella época, aunque apegados a la
tradición, tenían la impresión de que la vida, detenida durante mucho
tiempo, volvía a empezar y que el destino de la humanidad se abría de
nuevo.”[4]
Como se puede apreciar, las anteriores definiciones apuntan hacia una de las características fundamentales del Renacimiento, que es el humanismo. Este término, encierra el sentido nuevo de la vida humana y el papel de primer orden, que está llamado a cumplir, en los marcos de la realidad que le circunda.
De
tal modo, el humanismo señala cómo el
hombre se descubre a sí mismo – mediante la reafirmación de su aspecto
subjetivo - y se convierte en individuo espiritual. Este
autodescubrimiento del hombre – señala Roa en su obra citada - le
produjo un deslumbramiento, que fue como si despertara de una catalepsia
de siglos y todo amaneciera de nuevo para él. El viejo mundo medieval, en
que la vida venía hecha y el hombre estaba sujeto a perpetua servidumbre,
quedó atrás. Florencia fue el centro inicial. Regida por los Médicis a
partir de 1434, príncipes afanosos de saber y de riquezas, se convertiría,
a la caída del Imperio Romano de Oriente en 1453, en la cuna del
Renacimiento y del Humanismo. Los más descomunales entendimientos y
artistas de todas las épocas – DONATELLO, BOTICCELLI, FICINO,
MAQUIAVELO, PICO DE LA MIRANDOLA, LORENZO EL MAGNÍFICO, LEONARDO DA VINCI
– pintaron, esculpieron, pensaron y soñaron.
Otras ciudades italianas le siguieron rápidamente. Roma fue la síntesis
luminosa de esta primavera de prodigios. Hasta la Iglesia sucumbió a sus
aromas. RAFAEL Y MIGUEL ANGEL constelaron de frescos y estatuas de la más
pura estirpe clásica el sacro recinto de los sucesores de San Pedro. De
Italia, el Renacimiento se extiende por todos los países de Europa
Occidental. En Alemania dos
figuras colosales dominan el Renacimiento: el cardenal NICOLAS DE CUSA Y
ALBERTO DURERO. La protesta de LUTERO sentará nuevas pautas a la Iglesia.
Francia logró imprimirle personalidad propia al Renacimiento, en la poesía
de RONSARD, la sátira de RABELAIS y en el ensayo de MONTAIGNE.
Más tardíamente entraron al Renacimiento los Países Bajos, España
e Inglaterra. No fue empero, menos valiosa su contribución. En los Países
Bajos nos encontramos con ERASMO DE RÓTTERDAM, quizás la figura más
destacada e influyente de la época. Su impronta estará presente en todas
las minorías cultas de Europa y principalmente en la élite intelectual
española, ya que el humanismo se introduce y prende a través de sus
libros, sobre todo del Elogio de la Locura. Sobre el Renacimiento
en España, M. Bataillon escribió el libro Erasmo Y España
(Paris, 1937) que resultaría un clásico y que ilustra sobre la
introducción del erasmismo en territorio español. Por su parte, Joaquín
Xirau en Humanismo Español (Cuadernos Americanos, vol. I, México,
1942) destaca que el erasmismo español se diferencia de sus congéneres
europeos, en que se constituye como un intento de salvación integral de
la personalidad humana y de la cultura occidental (caso único en la
historia del humanismo). Es decir, que el humanismo español no se constriñe
a la letra de las doctrinas de Erasmo, sino que lo trasciende y forma un
cuerpo de doctrinas de la más amplia y fecunda resonancia. En
la actitud generosa y tolerante de Juan Luis Vives, Fray Bartolomé de las
Casas y Vasco de Quiroga se manifiesta una filosofía integradora de todos
los elementos configurantes de la época, desde Galileo hasta Lutero. En
ella se expresa el ímpetu epopéyico que anima a los conquistadores españoles,
sin excluir sus codicias y crueldades. Por su parte, Inglaterra seria el
último país que se incorpora a la gran faena histórica que plantea el
Renacimiento, pero seria el primero en llevarla hasta sus últimas
consecuencias. El nuevo mundo que alborea será obra, en gran medida, del
método experimental de Francis Bacon, de las doctrinas contractuales de
la sociedad y del Estado de Thomas Hobbes y de John Locke y del empuje
concertado de la clase mercantil y de los campesinos y trabajadores
ingleses.[5] Es
necesario señalar, que muchos fueron los factores confluyentes, que
contribuyeron a la formación de la cultura humanista en el
Renacimiento. Entre ellos, podemos citar como los más importantes: -
El debilitamiento de las posiciones ideológicas de la iglesia católica
romana, como resultado de los movimientos religiosos reformistas
protestantes, de naturaleza social y confesionaria – especialmente
el luteranismo y el calvinismo –que culminaron con el fin de la
subordinación ideológico-religiosa, de importantes territorios de Europa
Occidental al poder de la curia eclesiástica. -
La labor filológica de rescate, amplio y profundo, del legado
espiritual de la antigüedad y su utilización como instrumento teórico-filosófico,
en la lucha contra la vieja cultura teológico-feudal del medioevo, lo que
contribuyó al desarrollo acelerado de la nueva cultura burguesa. -
El papel desempeñado por las ciencias particulares, que en su
sentido moderno, surgen en esta importante etapa. Debido a su estrecho vínculo
con la producción, la
ciencia en el Renacimiento se concentrará en dar respuesta a las
necesidades prácticas de la producción capitalista, lo que generó la
apertura de una época plagada de invenciones técnicas y descubrimientos
científicos (la imprenta, la pólvora, la brújula, etc.) y de
hecho, la primera revolución científica global en la historia de la
humanidad. Por su especial relación con la práctica productiva, la astronomía
fue la abanderada de esta revolución, a partir de la especial significación
que tuvo el gran descubrimiento del sabio polaco Nicolás Copérnico
(1473-1543) que lo condujo a la formulación de la concepción heliocéntrica
sobre el universo, la cual destruiría definitivamente la vieja
concepción creacionista sobre el mundo, al entrar en aguda contradicción
con los dogmas teológicos y escolásticos que, apoyados en la Biblia y
otros “textos sagrados”, habían sustentado durante siglos la concepción
geocéntrica aristotélico-ptolomeica, tronco ideológico de la dogmática
cristiana. -
Los importantes descubrimientos geográficos de finales del
siglo XV – el descubrimiento de América por Cristóbal Colón en
1492 y el descubrimiento de la ruta marítima de la India por los
portugueses en 1498 – los cuales significaron nuevos retos para
Europa, por cuanto la aparición de nuevas tierras abrió nuevos mercados
y propició la afluencia de metales preciosos provenientes de las culturas
precolombinas americanas, todo lo cual aceleró el proceso de tránsito
del feudalismo al capitalismo, provocando un gran viraje económico, político-social
e ideológico en el “viejo continente”. Estos descubrimientos
ofrecían además un vasto y rico material de estudio para las nuevas teorías
que se elaboraban sobre el universo. -
La
diferenciación de las ciencias particulares, condujo en los marcos del
Renacimiento a su definitiva independización de la teología y marcó el
inicio de la investigación, explicación y clasificación de los fenómenos
de la naturaleza, asumida ahora como única realidad objeto de estudio de
las ciencias. La
naturaleza comenzó a comprenderse desde nuevas perspectivas, ya no como
el producto imperfecto de la “creación divina”, sino como conjunto de
fenómenos, cuyo funcionamiento se explica a partir de leyes propias y
universales que la rigen; como colección de seres y objetos
cuantitativamente mensurables; en fin, como unidad orgánica. Fueron
todos estos factores, entre otros, los que condicionaron el surgimiento de
esa cultura burguesa incipiente, definida como humanismo, que como
expresión del espíritu capitalista naciente, proyectaba sus inquietudes
hacia las más diversas manifestaciones de las formas de la conciencia
social. Las nuevas concepciones filosóficas, políticas, religiosas,
científicas, éticas, sociales, artísticas, culturales, etc. respondían
al reconocimiento de las infinitas posibilidades que tenía el hombre, de
conocer la realidad. Además
del humanismo, otra de las características esenciales del
Renacimiento es el naturalismo, que define a la
naturaleza, como único objeto de estudio de las ciencias particulares y
de la filosofía. Al mismo tiempo, éste sugiere la necesidad de
experimentación y entiende a la naturaleza como realidad física, como
mundo cognoscible por el hombre y hasta cierto punto, dominable por él. En
líneas generales se pudieran plantear como rasgos del naturalismo,
los siguientes:
-
Búsqueda de las leyes inmanentes que rigen la naturaleza. -
Rechazo al estancamiento que habían tenido la filosofía y las
ciencias naturales en el medioevo. -
Desarrollo de la experimentación y de nuevas técnicas que
aceleren el proceso productivo. -
No sometimiento del universo y la conducta humana a una norma
trascendente. -
Sustitución del teocentrismo, propio del mundo medieval, por
nuevas concepciones, primero panteístas
y más tarde deístas sobre la
naturaleza, que ofrecían una nueva perspectiva sobre la relación entre
Dios y el mundo, pues en el caso del panteísmo, ambos eran concebidos
como coeternos en el tiempo, quedando finalmente Dios, como presente y
diluido en la realidad natural y, en el caso del deísmo, si bien se
aceptaba la creación del mundo por Dios, se argumentaba que una vez
creado, el universo seguía el decursar de sus leyes propias. Ambas
características esenciales del Renacimiento, HUMANISMO y NATURALISMO,
estarán respectivamente relacionadas con el HOMBRE
y la NATURALEZA y definirán la
problemática filosófica de esta etapa, a partir del problema de la
relación entre el microcosmos
(hombre)-y el macrocosmos (naturaleza).[6] Renacimiento. (del
italiano rinàscita, procedente del francés renaissance, renacimiento, término
que ya Giorgio Vasari aplica, en el s. XVI, al «renacimiento» del arte y
las letras antiguas) Período histórico y cultural, comprendido entre
1350 y 1600, que se caracteriza, en un principio, por ser una «regeneración»,
«renovación» o «restauración» del gusto artístico de acuerdo con
los ideales de la antigüedad clásica y que, posteriormente, se distingue
como una renovación de la sociedad en general por el «renacimiento» de
la cultura clásica concebido, principalmente, por los autores humanistas;
fenómeno propio inicialmente de Italia, se difunde por toda Europa y
acaba siendo uno de los pilares sobre los que se asienta la civilización
occidental. El término se acuña en el s. XIX, por obra sobre todo de los
historiadores Michelet y Burckhardt, quienes también han determinado su
significado general. Se
discute acerca de su periodización: tanto para las fechas de su comienzo
(Petrarca, poeta laureado, en 1341; Cola di Rienzo, que intenta restaurar
la república antigua de Roma, en 1347; las conferencias del bizantino
Manuel Chrysoloras en Florencia, en 1397) como para las de su finalización
(el «saco» de Roma, en 1527; el concilio de Trento, en 1545; la muerte
de Bruno, en 1600), así como acerca de si supone en verdad una ruptura de
mentalidad con la época inmediata anterior, que los mismos autores
renacentistas llaman peyorativamente Edad «Media», y que habría de ser
considerada como una época de ignorancia y oscuridad en oposición a la
nueva época de conocimiento y luminosidad. La
formulación clásica de lo que es el Renacimiento se debe, en principio y
sobre todo, a la obra del historiador suizo Jacob Burckhardt, La cultura
del renacimiento en Italia (1860). Sus tesis -un nuevo espíritu italiano
que se caracteriza por la exaltación del individuo, como hombre y como
ciudadano, y de la dignidad del hombre, el interés por leer y comentar
los textos literarios antiguos, griegos y romanos, el «descubrimiento del
mundo y del hombre» a través de los viajes, la exploración y la
observación de la naturaleza, la ruptura con las ideas medievales sobre
la sociedad, la naturaleza y la filosofía- han sido, no obstante,
parcialmente discutidas por la crítica historiográfica, sobre todo en lo
que se refiere al supuesto de ruptura con la Edad Media y a la definición
de ésta como época de oscuridades. Se levantó así una controversia
sobre el sentido fundamental del Renacimiento y del humanismo
renacentista: si uno y otro suponen una ruptura real con la cultura de la
Edad Media, uno de cuyos efectos principales sería la revolución científica,
o si en realidad los humanistas, principales protagonistas del
Renacimiento, han de considerarse sólo un paréntesis -por ser sólo
studia humanitatis- en la evolución natural de la filosofía aristotélica
medieval hacia la aparición de la ciencia moderna. Pierre Duhem y
Marshall Clagett, junto con Gilson, Kristeller, Crombie y otros defienden
el segundo punto de vista. La originalidad de la revolución cultural del
Renacimiento, en cambio, tal como supone la primera postura, es defendida
autorizadamente, entre otros, por Alexandre Koyré
y Eugenio Garin . El
humanismo es el principal agente del Renacimiento; Garin identifica
totalmente ambos conceptos. Francesco Petrarca (1304-1374), amigo de
Bocaccio (Sobre la propia ignorancia y la de otros muchos, 1367) es
considerado justamente el primer humanista; le siguen Coluccio Salutati,
Leonardo Bruni (1370/74-1444), Poggio Bracciolini (1380-1459), todos ellos
cancilleres de la ciudad de Florencia; Leon Battista Alberti (1404-1472),
matemático, arquitecto, filósofo y teórico de la belleza en el arte;
Gianozzo Manetti (1396-1459), autor de De dignitate et excellentia hominis
(1452), el primero de los elogios renacentistas de la dignidad del hombre,
escrito contra la concepción medieval de la miseria de la vida humana;
Ermolao Barbaro (1453-1493), comentador y traductor de Aristóteles, e
impulsor asimismo de sus doctrinas; Lorenzo Valla (1407-1457), filósofo y
filólogo en la corte de Alfonso de Aragón, en Nápoles, uno de los más
célebres humanistas (Sobre el placer, 1431; Sobre el libre albedrío,
1435-1439; Discurso sobre la falsa y engañosa donación de Constantino,
1440; tres libros de Historia de Fernando, rey de Aragón, 1445-1446 ). La
filosofía del Renacimiento se compone de diversos elementos: La
tradición mágico-hermética. Los
escritos atribuidos a Hermes Trismegistos, el llamado corpus hermeticum,
considerados auténticos por la antigüedad y por el cristianismo de los
primeros siglos, lo son también para los humanistas, una vez traducidos
por Marsilio Ficino, hacia 1460. Ayudan a romper la imagen religiosa
medieval del mundo y a construir una nueva, que armoniza la naturaleza, la
alquimia, la magia y la religión. Los humanistas aceptan de buen grado
estos escritos del «tres veces grande» -en realidad compuestos por filósofos
paganos hacia los siglos II y III d.C., que combinan el platonismo, con la
simbología cristiana, la gnosis griega y el pensamiento mágico- que, por
un lado, hablan de la salvación del hombre a través del propio
conocimiento y, con mayor precisión que los libros de la Biblia, de la
encarnación del Logos, y, por el otro, de una simpatía por afinidad de
todo, del cielo y la tierra, del hombre y la naturaleza, que unifica el
cosmos y lo hace comprensible y dominable por el hombre por el poder del
conocimiento, según el adagio renacentista «el hombre sabio domina el
mundo»; por eso, algunos de ellos son conocidos también como «magos».Se
añaden a estos escritos herméticos, los Oráculos Caldeos, escritos en
el s. II d.C., que mezclan el culto a los astros, con la magia, el
platonismo y las religiones orientales. Compuestos en realidad por Juliano
el Teúrgo, pero atribuidos a Zoroastro, a quien se considera también
profeta -como a Hermes-, divulgan la «teurgia», o arte de la magia con
fines religiosos. Los humanistas consideraron también auténticos los
Himnos Órficos -elogios a divinidades-, escritos que contienen una mezcla
de doctrinas órficas, estoicas y cristianas antiguas. Además
de estos escritos ocultistas, que ponen en comunicación el macrocosmos
con el microcosmos, destaca la afición a la astrología, específicamente
cultivada en el Renacimiento, basada principalmente en el tratado de
Ptolomeo sobre astrología, el Tetrabiblon, y otras obras antiguas recién
editadas en aquella época. Destacan
como magos italianos Girolamo Fracastoro (1478-1553), médico, filósofo,
poeta y astrólogo, considerado el fundador de la moderna epidemiología,
y que escribe Sobre la simpatía y la antipatía de las cosas, Girolamo
Cardano (1501/06-1575), filosofo, médico y matemático, quien en De
subtilitate (1547) y en De rerum varietate (1557) escribe acerca de la «magia
natural», y Giambattista Della Porta (1535-1615), filósofo y científico,
que cultiva la óptica (De refractione, 1593), la fisiognomía
-investigación del carácter de la persona a través del examen de los
rasgos del rostro- (Sobre la fisiognomía humana, 1580) y la magia (Magia
naturalis sive de miraculis rerum naturalium,1558). Paracelso
(1493-1541), nombre que se da a sí mismo el médico suizo Theofrast
Bombast von Hohenheim, se interesa también por la magia natural y la
iatroquímica, o quimiatría -curación por medios químicos-, y aunque de
sus investigaciones, mezcla sincretista de doctrinas teológicas, filosóficas,
astrológicas, cabalísticas y alquímicas, surge un cierto interés por
la observación y el experimento y la idea de la constitución química
del hombre, permanece alejado de los caminos de la verdadera ciencia y será
criticado por Bacon. Neoplatonismo
renacentista. El
Platón que conocen los humanistas está constituido fundamentalmente por
los diálogos platónicos que se editan en el s. XV y el neoplatonismo que
recoge todas las interpretaciones y tradiciones antiguas añadidas a las
doctrinas platónicas: el escepticismo, el eclecticismo de la época helenística,
Plotino, el Pseudo-Dionisio y la tradición mágico-hermética. Al
platonismo conocido de la Edad Media, se añade toda la tradición platónica
de las bizantinos, que llega a Italia en tres ocasiones distintas: a
comienzos del s. XIV, con los primeros sabios griegos que llegan a
Florencia a enseñar griego a los humanistas; en 1439, con ocasión del
concilio de Ferrara-Florencia; en 1453, a causa de la caída de
Constantinopla. Con ellos llegan también sus disputas internas acerca de
la primacía entre Platón y Aristóteles, sostenidas sobre todo por Jorge
Gemisto Plethon (1355-1452), Jorge Scholarios Gennadio (1405-1492) y
Bessarión (1400-1472), que intenta la conciliación. Existe
también la tradición occidental platónica, de origen medieval (Pseudo-Dionisio
y Escoto Eriúgena), cuyo mayor exponente es Nicolás de Cusa, continuada
luego por la Academia Florentina. Aparte
de Nicolás de Cusa, que no es considerado ni exclusivamente medieval ni
propiamente humanista, y que sigue la línea medieval platónica marcada
sobre todo por los escritos del Pseudo-Dionisio, los humanistas
propiamente platónicos son Marsilio Ficino (1433-1499), iniciador de la
Academia Florentina, traductor del Corpus Hermeticum, de los Himnos Órficos
y, sobre todo, de las obras de Platón (de 1463 a 1477), y Pico de la
Mirandola (1463-1494), cultivador además de la cábala, y armonizador de
Platón y Aristóteles. Renacentistas
aristotélicos. Entre
los humanistas se renuevan las tradicionales discusiones en torno a las
tres interpretaciones típicas del pensamiento de Aristóteles: la de
Alejandro de Afrodisia, la de Averroes y la de Tomás de Aquino. Frente a
la interpretación escolástica, difieren en que, puestos a elegir entre
la autoridad de Aristóteles y lo que enseña la experiencia, prefieren ésta.
Pietro Pomponazzi, el más importante de los humanistas aristotélicos,
sigue la interpretación alejandrista en su Tratado sobre la inmortalidad
del alma (1516). Otras
filosofías helenistas reviven con el Renacimiento: el escepticismo,
procedente sobre todo de las traducciones de los textos de Sexto Empírico,
es cultivado de un modo peculiar por Michel de Montaigne, en Francia, y el
estoicismo de Séneca por Justo Lipsio, que lo divulga por Alemania y Bélgica.
Lorenzo Valla (1407-1457), en su Del verdadero y del falso bien,
reelaboración de Sobre el placer (1431), sigue la pauta marcada por el
epicureismo. Filosofías
de la naturaleza renacentistas. El
Renacimiento, mediado ya el s. XV, desarrolla sus propios sistemas filosóficos,
que representan la culminación del naturalismo humanista: Telesio, Bruno
y Campanella, a los que puede unirse el pensamiento ya casi moderno de
Leonardo da Vinci. Bernardino
Telesio (1509-1588), en su De rerum natura iuxta propia principia [Sobre
la naturaleza según sus propios principios] (1565), elimina de la
naturaleza todo elemento mágico, critica el enfoque racionalista y teórico
que Aristóteles hace de ella, y sostiene que ha de ser entendida a través
de la «sensibilidad» en sus propios principios (calor, frío). Giordano
Bruno (1548-1600), al contrario que su predecesor, aprovecha todos los
elementos mágico-herméticos y cabalísticos, suministrados por Ficino y
Pico, y amplía la visión naturalista a un universo infinito en extensión
y número que identifica con la divinidad (Del infinito: el universo y los
mundos, 1584). Tommaso Campanella (1568-1639), autor de Filosofía
demostrada por los sentidos (1591), Del sentido de las cosas y de la magia
(1604) y de una Metafísica en 18 libros, intenta una síntesis de metafísica
naturalista, teología, magia, astrología y política utópica, y difunde
la idea de un conocimiento obtenido por experiencia interior: por
sapientia, en su sentido original de «sabor». La sensación es, por
tanto, una interiorización que pone en contacto al hombre con la
naturaleza; para algunos, se trata de un antecedente del cogito
cartesiano. La
filosofía política. Los
humanistas, literatos y políticos a la vez -algunos de ellos fueron
cancilleres de Florencia- muestran un evidente interés por la cosa pública.
Por lo demás, el humanismo unió desde el principio el cultivo de las
artes (retórica, lógica, filología) con el de la moral y la política.
Nicolás Maquiavelo (1469-1527) es considerado el iniciador de la teoría
política moderna, porque identifica su objeto propio e independiente de
los principios de la metafísica y la moral. Su naturalismo humanista se
manifiesta en el Príncipe (1531) como realismo político: la política
trata del hombre tal como es y no del hombre tal como debe ser. De esta
actitud realista se aparta la Utopía (1516) de Thomas More (1480-1535);
es una defensa en el terreno de lo que no es, pero debería ser, de la
comunidad de bienes y de la igualdad humana. A estas aportaciones básicas,
hay que añadir la tesis de la soberanía del estado del teórico político
Jean Bodin, expuesta en Seis libros sobre la república (1576), en los que
defiende el absolutismo de los estados modernos. La
revolución científica. El
fruto más fecundo del movimiento cultural del Renacimiento es la
denominada revolución científica, a saber, el proceso histórico
mediante el cual hace su aparición la ciencia moderna, que se inicia con
la revolución copernicana, se desarrolla a lo largo del s. XVII con
Galileo y Descartes, y culmina con el sistema del mundo y la mecánica clásica
de Newton, ya iniciado el s. XVIII.
A
esta tesis se opone la llamada «rebelión de los medievalistas», que
sostienen que la revolución científica no es un producto atribuible a
ninguna ruptura intelectual sucedida durante el Renacimiento, sino que es
más bien una continuación evolucionada de la ciencia medieval (tesis de
P. Duhem, M.Claget, A.C. Crombie y otros ). El
surgimiento de la ciencia moderna, en el s. XVI, está marcado por la
aparición de dos obras: De humani corporis fabrica, de Andrea Vesalio
(1514-1564) y De revolutionibus orbium coelestium, de Nicolás Copérnico
(1473-1543), ambas del año 1543. La relación que pueda tejerse entre la
aparición de la ciencia moderna y las condiciones socioculturales del
Renacimiento es una cuestión siempre debatida. A. Rupert Hall, tras
distinguir dos posibles tipos de causa (lo referible a un cambio de
sociedad, que exige un cambio en la orientación de la ciencia, y lo
referible a un cambio en la orientación de la misma ciencia) y enumerar,
criticando por insuficientes, toda una serie de posibles causas -el cambio
de la visión del mundo; el desarrollo de la tecnología (arquitectos,
agrimensores, ingenieros, constructores de buques, artilleros); el aumento
del comercio y la industria; la vinculación de la ciencia con la cultura
técnica y con el protestantismo, en concreto; el florecimiento de ciertas
tradiciones medievales, entre ellas la mecánica o el empirismo del s.
XIV; el predominio de Platón sobre Aristóteles, por obra sobre todo de
los neoplatónicos florentinos, con el aumento del interés por las matemáticas;
el posible influjo de la magia sobre la ciencia, que adopta como objetivo
el dominio sobre el mundo, y, por último, el cultivo de la ciencia en ámbitos
no universitarios-, rechaza la hipótesis de un factor único y dramático
-interno o externo- responsable de la evolución científica a comienzos
de la Edad Moderna, lo cual equivale a conceder peso e influjo a todos los
mencionados, y destaca como factor explicativo de la irrupción de una
nueva manera de hacer ciencia el «deseo de proposiciones demostrables
acerca del mundo real», las ganas de explicar cómo es realmente el
mundo. Humanismo.
(del
latín, humanitas, humanidad, naturaleza humana [en Cicerón, cultura del
espíritu, en un sentido semejante al de paideia en griego], o bien de
humanus, lo que concierne al hombre) En general, toda doctrina que se
interesa básicamente por el sentido y el valor del hombre y de lo humano,
tomándolo como punto de partida de sus planteamientos. El término, no
obstante, se aplica a tres momentos históricos distintos: al fenómeno
sociocultural de los siglos XIV y XV, conocido como «humanismo del
Renacimiento», al «nuevo humanismo» del período del clasicismo y del
romanticismo alemán de los siglos XVIII y XIX y a los «humanismos
contemporáneos», basados en sistemas filosóficos más generales y de
orientación fundamentalmente ética. El
primer humanismo se caracteriza no sólo por el renacimiento y el cultivo
de los studia humanitatis o de los studia humaniora, a saber, los estudios
de gramática, dialéctica, retórica, historia, poética y ciencias
morales, basados en el cultivo de la filología y el aprecio del texto clásico,
en latín y griego -alejándose así de la tradición Escolástica y la
filosofía árabe-, sino también por un nuevo concepto de «hombre», más
acorde con los nuevos ideales cívico-humanos de la aristocracia comercial
en cuyo ambiente nace, alejado de los modelos eclesiásticos y nobles o
caballerescos de «hombre» y del modelo medieval de mundo, y que pretende
inspirarse en la antigüedad clásica. Este humanismo renacentista
recuerda y renueva los antiguos ideales clásicos de cultura de la antigua
humanitas romana o de la paideia griega. Como
humanistas destacan, en Italia, cuna del humanismo, Francesco Petrarca
(1304-1374), considerado el primero de los humanistas, Coluccio Salutati
(1331-1406), Leonardo Bruni (1370/74-1444), Poggio Bracciolini
(1380-1459), Leon Battista Alberti (1404-1472), Lorenzo Valla (1407-1457)
y, sobre todo, Marsilio Ficino (1433-1499) y Pico de la Mirandola
(1463-1494). Fuera de Italia, son humanistas notables Nicolás de Cusa
(1401-1464), John Colet (ca. 1467 -1519), Thomas More (1486-1535), Erasmo
de Rotterdam (1467-1537), Luis Vives (1492-1540) y Pierre de la Ramée (Ramus,
1515-1572). Marsilio
Ficino (1433-1499).
Filósofo
platónico y humanista italiano, nacido en Figline Valdarno, cerca de
Florencia. Tras estudiar en Pisa y Florencia filosofía aristotélica y
medicina, entra en contacto en 1462 con Cosme de Médicis, quien le dona
una villa en Carreggi para que pueda dedicarse al estudio del platonismo.
Esta fecha marca el comienzo de la denominada Academia Florentina,
promovida por Cosme de Médicis e impulsada por Ficino. De esta Academia
surgieron las traducciones y las obras filosóficas de Ficino. De entre
las primeras, destacan las del Corpus Hermeticum, los Comentarios a
Zoroastro, los Diálogos de Platón (de 1463 a 1477), las Enéadas de
Plotino y los escritos del Pseudo-Dionisio. De entre las segundas, De la
religión cristiana (1476) y Teología platónica sobre la inmortalidad de
las almas (1482) -su obra principal- y su Comentario al Banquete, en las
que expone su neoplatonismo y sus doctrinas sobre una «pía filosofía»
o una «docta religión», que es la fusión de platonismo y cristianismo;
sus argumentos sobre la inmortalidad del alma -que llama «cópula del
mundo», o punto de unión entre lo divino y lo humano-, que son un
alegato a favor de la inmortalidad individual frente a la postura averroísta
del entendimiento colectivo, doctrina que, por lo demás, poco después la
Iglesia católica declaró dogma de fe en el concilio de Letrán IV, de
1512; y su teoría del «amor platónico», o «amor socrático», términos
que él acuña para expresar la ascensión del alma desde la belleza
terrena hasta el amor a Dios, identificando Eros platónico con amor
cristiano. A esta actividad intelectual deben añadirse sus doctrinas mágicas
y astrológicas: él mismo se declaró mago, convencido de la unidad de
todas las cosas de la naturaleza y de la simpatía entre todas ellas
debido a la presencia en todo de una sustancia pneumática, el espíritu.
Expone estas ideas en su De vita (1489).Su influencia en toda Europa fue
quizás la más notable de los humanistas renacentistas. Pico
della Mirandola (1463-1494).
Filósofo
platónico y humanista italiano, nacido en Mirándola, Módena. Estudió
en Bolonia (derecho), Ferrara y Padua (filosofía), donde conoció el
aristotelismo y el averroísmo. Durante su primera estancia en Florencia,
en 1484 y 1485, escribió una célebre carta dirigida a Ermolao Bárbaro,
influyente humanista amigo de Salutati, Sobre la manera de hablar de los
filósofos, en la que critica lo que considera degeneración humanista de
preferir la literatura y la retórica clásica a la filosofía antigua: de
preferir Pericles a Sócrates. Marcha a París a profundizar su filosofía
y, hacia 1486, compone 900 tesis, Tesis inspiradas en la filosofía, la cábala
y la teología (1486), que pretende defender públicamente en Roma y en
las que funde doctrinas aristotélicas, platónicas, escolásticas, cabalísticas
y herméticas. El papa Inocencio VIII halla siete de ellas condenables y
otras dudosas, y prohíbe su exposición pública; la Apología que de
ellas hace Pico obliga al papa a prohibirlas todas; Pico es arrestado en
Lyon y encarcelado en Vincennes como hereje en 1488 pero, perdonado y
liberado por Carlos VIII, por intercesión de Lorenzo de Médicis, vuelve
a Florencia y colabora en la Academia Florentina con Ficino. El papa
Alejandro VI le concede el perdón en 1493. Sus
principales obras filosóficas son Heptaplus (1489), comentario sobre los
primeros versículos del Génesis, Sobre el ser y el uno (1491),
Disputaciones contra la astrología adivinatoria (1496), en la que critica
la astrología, pero no la magia, desde presupuestos aristotélicos y
desde el supuesto de la libertad humana, y Discurso sobre la dignidad del
hombre (1496), obra central del humanismo renacentista. Esta última,
escrita como introducción a las 900 tesis, y con el título simplemente
de Oratio, ensalza el lugar que el hombre ocupa en el universo: tomando
pie del puesto en que Ficino había situado al hombre, en un lugar central
de la escala de los seres, equidistante de Dios y de la materia, comenta
Pico el «milagro del hombre» que, puesto en medio del mundo, libre por
naturaleza y hacedor de sí mismo, adopta la forma que decide ser. Pese
a su sincretismo y a no haber desarrollado de forma sistemática sus
ideas, ejerció una profunda influencia en todo el Renacimiento. Desiderio
Erasmo de Rotterdam
(1467-1536). Nombre
con el que es conocido el humanista holandés, cuyo nombre de pila era
Geert Geertsz, «Gerardo hijo de Gerardo», nacido en Rotterdam, llamado
«príncipe de los humanistas». Estudió en Deventer con los Hermanos de
la Vida Común y luego en París. Tras realizar viajes por toda Europa,
sobre todo por Inglaterra, Italia y los Países Bajos, entablando amistad
con los humanistas y, particularmente con Tomás Moro, se estableció
definitivamente -sin contar los seis años que enseñó en Friburgo de
Brisgovia- en Basilea (1519), donde inicia una polémica con los
protestantes sobre su manera de entender cómo había de plantearse la
reforma de la Iglesia y, muy en especial, con Lutero -que le pide, sin éxito,
que se adhiera a la reforma protestante- por sus teorías contrarias a la
libertad del hombre; contra Lutero escribe su Diatriba sobre el libre
albedrío, publicada en 1524. Hombre
del Renacimiento, perfecto conocedor del latín y el griego, publica obras
de los clásicos, valiéndose de su amistad con dos grandes editores: Aldo
Manucio, de Venecia, y Froben, de Basilea, así como una edición crítica,
bilingüe, del Nuevo Testamento, Novum Instrumentum, de enorme difusión,
una crítica contra los que se oponen a la cultura clásica,
Antibarbarorum liber (1494) y una colección de proverbios clásicos,
Adagiorum collectanea (1500). La sabiduría que encuentra en la antigüedad
no es sólo una fuente constante de inspiración en sus obras de concepción
humanista, sino también modelo de renovación: en 1532 revisa los
Coloquios familiares, ejercicios de latín aparecidos en 1496, De
civilitate morum puerilium (1526), un tratado de urbanidad, y Declamatio
de pueris statim ac liberaliter instituendis (1529), sobre la educación
de los niños. Su
humanismo filosófico pertenece a lo que se conoce como humanismo
cristiano del Renacimiento: el humanismo más propio de los países nórdicos,
en que el centro de atención es el hombre, que de la cultura
grecorromana, enraizado en las corrientes místicas de aquellos países.
Erasmo conoce la denominada devotio moderna, cuyos propagadores más
significados eran los Hermanos de la vida común (con los que también
estudió Lutero) y cuya obra estandarte era Imitación de Cristo,
vulgarmente conocida como «el Kempis», por su autor Tomás de Kempis;
punto central de esa devoción moderna era la insistencia en una
religiosidad intimista vivida en el propio interior, sobre todo mediante
la lectura de la Biblia. Erasmo centra su filosofía humanista, a la que
llama «filosofía de Cristo», en un conocimiento de sí mismo,
conseguido por el hombre que vive la fe evangélica original, con escaso
aprecio por las ceremonias exteriores, las instituciones eclesiásticas y
las filosofías escolásticas, tan interesada, dice, en universales,
quididades y ecceidades; para ello se impone una necesaria vuelta a las
fuentes literarias y a los textos críticos. Las
obras más célebres del erasmismo cristiano son Institutio Principis
Christiani (1516), Institutio Christiani Matrimonii (1526), Vidua
Christiana (1529) y, sobre todo, Enchyridion Militis Christiani (1503).La
obra más divulgada de Erasmo es, no obstante, Elogio de la locura (o
Encomio de la Moría), que escribe en el espacio de una semana durante su
segunda estancia en Inglaterra, en casa de Tomás Moro, a quien le dedica
esta sátira sobre la locura humana (ver cita). El pensamiento y las obras
de Erasmo han sido motivo de discusión durante mucho tiempo -en España
fueron llevadas al Índice- entre «erasmistas», partidarios, y «antierasmistas»,
detractores. Tomás
Moro, santo (1478-1535). Humanista
inglés, nacido en Londres, discípulo y amigo de Erasmo; jurista y
magistrado, ocupó el cargo de canciller de Inglaterra y se opuso al
divorcio de Enrique VIII con Catalina de Aragón, negándose a reconocer
al rey como jefe de la iglesia anglicana, por lo que fue condenado a
muerte. Es conocido sobre todo por ser autor de Utopía (1516), obra que
da nombre al género literario del que es uno de sus mejores ejemplos, y
cuyo título entero es Sobre la mejor condición del estado y sobre la
nueva isla Utopía (ver resumen). Con el nombre de «utopía», del griego
«ningún lugar», o «no hay tal lugar», según la traducción de
Quevedo, se han designado todas las descripciones de ciudades o estados
ideales que se realizan con finalidades éticas y críticas, o también
todo diseño, hecho desde una ideología político-social determinada, de
una forma de vida social futura, que se presenta como un modelo. Juan
Luis Vives (1492-1540). Filósofo y humanista español, nacido en Valencia. Estudió en París, enseñó en Lovaina y obtuvo en 1523, en Oxford, el doctorado en leyes. Fue amigo de Erasmo de Rotterdam y de Thomas More. Antiaristotélico, es además uno de los más acerados críticos del método y del lenguaje de la Escolástica; desconfiando de la perennidad de la metafísica, valora la práctica, la experiencia y la peculiaridad de las cosas concretas -criterio que extiende a la psicología y a la pedagogía, que en la educación del niño ha de tener en cuenta su individualidad- y el carácter histórico del derecho. Ecléctico en su filosofía, hay en ella elementos de la tradición platónico-agustiniana y de la filosofía estoica[7].
[1]
Raúl Roa: Historia de las Doctrinas Sociales. Ediciones
Memoria. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. La Habana, 2001,
p.124-125. [2]
Raúl Roa – Historia de
las Doctrinas Sociales. Ediciones
Memoria. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2001.
Cap. VII: El alba de la modernidad. p.p. 125 – 126. [3]
Jacobo Burckhardt – Cultura
del Renacimiento en Italia. Buenos Aires, 1942.
Citado por Raúl Roa en Historia de las Doctrinas Sociales.
Ed. Cit. p.126. [4]
Emile Bréhier - Historia de
la Filosofia. Tomo I Edit. Tecnos S.A. 1988. Cap. VII El Renacimiento,
p.p. 596 – 597. [5]
Raúl Roa – Historia de
las Doctrinas Sociales. Ediciones
Memoria. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2001.
Cap. VII: El alba de la modernidad. [6]
Por encontrarse en proceso de redacción final el texto de la autora
sobre este tema, a continuación se ofrecen, las definiciones de
Renacimiento y Humanismo, así como datos acerca de sus exponentes más
representativos, que brinda el Diccionario Herder de Filosofía, con
el objetivo de ampliar la información básica sobre el tema. [7] Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu. |
Rigoberto
Pupo Pupo ©2008 Rita M. Buch Sánchez
La filosofía en su
historia y mediaciones
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