La lección de Carlos Federico Sáez

por Eduardo Vernazza

Diario El Día (Montevideo, 24 de marzo de 1973)

Carlos Federico en su estudio de Via Margutta 32 (Roma)
Foto de "Sáez - Un mirar habitado" del Museo Nacional de Artes Visuales

El texto publicado en el diario carece de imágenes

Blanes, como lo señalamos en pasada nota, fue el pintor que dejó claramente establecidas las bases fundamentales de las que se valió para realizar su gran obra. Adelantando una evolución moderna, se situaba en el “manchismo", un uruguayo con aristas geniales: Carlos Federico Sáez.

Si Blanes era razonamiento y estudio, documentación y cuidado en la elaboración del color y del dibujo, Sáez, que por la recomendación de aquél va a estudiar a Europa siendo un niño, deja prontamente los estudios de la Academia.

No se siente cómodo en ella. Su temperamento vivaz y nervioso, su anhelo de una pintura creativa y ligada a los grandes “manchistas” de entonces le llevó a desprenderse de influencias y maestros, para crear en su estudio de Roma. Solamente pintar lo que deseaba, con la manera y la técnica que con un instinto casi milagroso desarrolló merced a una seguridad y condición tales, que le llevaron a ser uno de nuestros más importantes pintores.

Distintamente a lo que sucediera con Blanes, la lección de Sáez radica en la característica estudiosa sí, pero con una fuerza espiritual y sensible totalmente libre. Su innata condición de pintor, hace que desde muy temprana edad dibujara verdaderas obras de maravillosa vivencia plástica.

Se dejó llevar por el arrebatado don que manchaba en trazos sueltos, y que veían el color distintamente de los académicos.

La factura cambiante y tonal seguía al dibujo con fidelidad absoluta. La intención del pincel traducía cabalmente el ritmo que en el dibujo tenia la línea. Es decir, el artista pintaba como dibujaba. Con la misma facilidad. Con ese principio enteramente suyo, recostado al talento instintivo de alguien que como él, nació pintor.

La clave de tal soltura, de tan ágil toma, de la inventiva y del talante que expresan sus retratos, componen una muy expresiva realidad de su época.

Aquí la documentación nace del modelo. De lo que son sus vestidos y de lo que invocan sus características. Sáez no va a buscar documentación para tal o cual tipo. No pinta escenas históricas, sino que se limita a dar esa emoción que palpita en sus cuadros. La vibración que sensibiliza con una sensación cromática espontánea.

De allí la diferencia entre una pintura detenida en el razonamiento; y ésta, fresca y decidida, obedeciendo a la visión incisiva y rápida, a la captación expresiva de los perfiles de luz, a la eclosión de la armonía sujeta al misterioso e imperativo don de crear.

Muchas obras con abocetados fondos, recalcan la rica esencia de su hacer. Incluso, en alguno deja correr el color y lo mezcla en la misma tela, anticipándose a lo que mucho después seria una teoría abstracta: el informalismo.

Fallecido muy joven, no tuvo tiempo quizás de producir. según algunos, más maduramente. Nos parece que su pintura ya es madura. por cuanto revela una maestría de extraordinarios recursos, y una soltura de rara concreción.

Su lección radica, pues, en que la más libre ejecución y concepto, fundamenta los importantes resultados de dibujo y color.

Pero por otro camino.

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