Ponencia presentada en el V Congreso Nacional y IV Internacional 

Prof. José Pedro Díaz.  Asociación de Profesores de Literatura del Uruguay.

Lic. Claudia Pérez.

“Perversión o virtud”.

La función del pensamiento comparativo en Entre dos mares y Palabras de rapiña, de Sylvia Riestra.

cuando logro sobrevivir

quedo con la noche pegada como tierra

a la propia lengua (…).[1]

 Eros en verdad me ha sacudido

el alma, como el viento embistió monte abajo la encina. [2] 

Dos libros de poesía de Sylvia Riestra abordaremos en este trabajo, ambos publicados en el año 2002: Entre dos mares y Palabras de rapiña. Señalamos, como breve y necesaria reseña, una producción literaria orientada hacia la crítica (Delmira y su mundo, 1982-1983), hacia la poesía (Ocupación del miedo, 1987; La casa emplumada, 1989); su labor constante como docente de literatura,  su reciente publicación del libro Sincronías, Celebraciones, en el año 2006 y las numerosas premiaciones, una posición construida en un pliegue quizás no hegemónico del campo literario.

La comparación es una figura que abunda en la elocutio de Riestra, y probablemente permita hablar de una tendencia no tan críptica y de condensada sustitución, sino más abierta a la significación transparente, pero de intensidad en la evidencia. Reiteradamente transitada, esta figura funciona como coordinadora entre dos planos semánticos y vitales: la cotidianeidad y el desarraigo, constituyendo un tópico de escisión negociada en el espacio temático escritural de la autora, donde ambos planos permanecen explícita y democratizadoramente  presentes.

Una escritura de “austeridad, despojamiento y fuerza” señala Mercedes Ramírez,[3] para estos textos que discuten las relaciones del creador con la palabra, el “entre”: cotidiano y de ensueño evasivo, centro y pliegue.  Una referencia a “la posibilidad de que a la palabra purificada se le adhiera la presencia negadora de la palabra manchada -rapaz- por la presencia castradora de un lenguaje inhabitable”, que observa Martín Palacio Gamboa.[4]   Una generación de “orfandad, pluralismo, interdisciplinariedad, defensa y búsqueda de una irrestricta libertad en lo formal y en lo ideológico son algunos de sus rasgos de identidad, en franca oposición al amordazamiento bajo el cual naciera”,[5] como señala Luis Bravo y, sigo a Riestra: "yo lucho por reconocer el rumbo/ por hacerme un espacio/ entre tejidos antiguos interminables/ alas como velas/ palabras como remos”.[6] Ese espacio simbólico construido entre interminables mandatos indisociables pero coercitivos se relaciona, en imagen marítima, con el pensamiento poético y el vuelo. 

No profundizaremos aquí  la cuestión de la escritura femenina y tampoco la temática del  espacio de la domus en la obra de Riestra: "en uno pondría/ la preparación inexcusable del plato diario/ la exigencia de ánimo (…)/y en el otro/ la conciencia de este vaivén/ la reinvención del cuarto propio”.[7] Una tópica femenina, con la ritual cita a Virginia Woolf, evidencian la dificultad situacional autobiográfica. Pero la posición del “entre” es la del pliegue, un borde presionado, no marginal, entre dos o más fuerzas, que Riestra enfatiza con : “entre dos mares”:  “cuando llueve/ no sé si es adentro o afuera/-evanescente acuarela/ el centro de mi equilibrio”.[8] Sí cabe pensar que los dos planos se visibilizan concientemente, como se visibiliza claramente la necesidad de contaminar semánticamente los binarismos, así Penélope:  “ella no sólo se ocupaba/ de las labores que le eran propias/ (como le aconsejaba su hijo)/el telar y la rueca/ el ingenio tampoco/ era privativo de Odiseo/ ella inventó la idea del tejido primero/ y el certamen después/- ganaba el tiempo al perderlo (…)/estrategia de esposa”,[9]  o también “pero las mujeres/ cuidan velan, encienden, sostienen:[10] el vaivén de una orilla a la otra se dimensiona como constante, entre el esencialismo de género y la negación de la asignación de roles. Cabe pensar cuál es la participación, entonces, de la alteridad. Sin embargo, como indicio de una actitud oblicua,  el predominio de la comparación parece democratizar la relación de los campos semánticos, sin recurrir a la violencia simbólica de la sustitución, incurriendo en un suave descentramiento. El juego entre metáfora y comparación, sus bordes,  funcionan determinando una economía textual donde lo significado irrumpe en la regla binaria, o lo pretende. Así el texto de Riestra muestra una superficie emocional, de transparencia del signo lingüístico, sin opacidad relevante pero con efecto connotativo potente y complejizador, de riqueza en su significancia.    

Aristóteles advierte en el libro III de la Retórica sobre la frialdad de estilo producida por las metáforas “ridículas” o “inadecuadas”, [11] “poco claras si son rebuscadas”.[12]   Esa falta de verosimilitud la aplica también al símil, indicando que se diferencia poco de la anterior, sólo por la “expresión comparativa”. La metáfora, y el símil,  “produce en nosotros un aprendizaje y el conocimiento a través de una clase”, “a condición de que no sea ni rebuscada, porque sería difícil de comprender, ni banal, porque entonces no produce ningún efecto” (1410b).

La “categoría de comparación”,[13] medio que agrupa los términos de similitudo y comparatio latinos,  pensamiento y argumentación por analogía, otorga a esta última  el establecimiento de nociones de superioridad, inferioridad e igualdad, en apreciación cuantitativa.  Puede producirse dentro de una misma categoría, o entre categorías diversas, cito a Riestra:  “Abandonar esta versión mía/ llevada a rastras/ como a una bolsa de cachorros muertos”.[14]  La relación de semejanza o desemejanza  planteada implica la aceptación de existencia de al menos dos niveles: “esperar por ejemplo/ un día claro/ abierto/ posible/ que desaliente una insistente ala negra/ que se instala – intrusa”,[15] donde el juego de oposiciones aparece signado por lo negativo y positivo, como imposibilidad de anclarse definitivamente en lo cotidiano sin la sombra depresiva, tales los cachorros muertos del primer ejemplo.

En la similitudo  interviene un desarrollo en una expresión gramatical compleja, que pone en juego acciones.  El símil consiste, entonces,  “en comparar entre sí seres animados o inanimados, conductas, acciones, procesos, sucesos, extrayendo de uno de ellos los aspectos o las características semejantes y ‘comparables’ a los del otro.  El símil presenta el desarrollo de un núcleo descriptivo o narrativo, así el ejemplo epigráfico.   O también, siguiendo la cotidianeidad de la presencia canina junto al mito griego: "y mi perro se vino a comer la Odisea (…)/iban apareciendo/ sobre el fondo de mi casa/ como en la costa después de una tormenta/ maderas sueltas (…)/cada letra era un dolor/ que mi perro había destilado /hasta su última gota”;[16] el símil recrea y expande lo que la metáfora condensa, en cooperación de apertura semántica.

Gérard Genette distingue la comparación motivada de la inmotivada. La inmotivada es la comparación propiamente dicha, reversible.: “mientras tanto,/aquellas series de hojas/ anotadas (...)/como higos abiertos antes de tiempo (...) empiezan a soltar algo así como gotas”.[17]  “Cuando la inversión de una comparación de términos intercambiables se aplica a una comparación no reversible, se obtiene una doble carga figural”.[18]  Higos abiertos antes de tiempo como hojas anotadas para el primer ejemplo; gotas como algo, como metáfora de vuelta.   En la segunda parte del ejemplo de Riestra, lo conocido sirve para expresar lo desconocido. Asimismo, la expresión comparativa se resignifica de humildad lingüística, indicando ignorancia, o estrategias de la captatio benevolentiae.

Retomemos la fuente aristótelica. “la metáfora es la transposición de un  nombre a una cosa distinta de la que tal nombre significa”, dice la Poética. Puede ser del género a la especie: mi navío está parado, porque estar anclado es una especie de estar parado; de la especie al género: Ulises realizó mil cosas nobles, porque mil es mucho, pertenecen al género de muchas; de la especie a la especie, sacándole con el bronce la vida; o por analogía, entre cuatro términos,  cuando hay transposición entre ellos. Por ejemplo: la copa es a Dionisos como el escudo a Ares, se llama a la copa, escudo de Dionisos, y al escudo, copa de Sres. Estas metáforas, también llamadas proporcionales, son “las más logradas”, para Aristóteles.[19] Cuando no existe palabra, sigue Aristóteles, “que pueda corresponde a la relación analógica” igualmente se procederá de modo semejante: esparcir el sol sus rayos, sembrar sus rayos, “sembrando el rayo de origen divino”,[20] presentando algo que no existe por lo que existe.     Conviene señalar que para este autor el sentido de la medida, el justo medio adquiere un valor  fundamental a la hora de evaluar el efecto de tal o cual figura, de tal o cual virtud.   Tal la poesía de Riestra, ni lúdicamente críptica, ni forzosamente denotativa, situada en el “entre”, en la no-negación de la evidencia material,  como una fortaleza propia de la maniobra estoica de Epicteto: “estoy pensando en la Odisea (…)/mis hijos tensan el arco(…)/- me quieren de este lado – (…)/y pierdo a Odiseo en el voraginoso archipiélago (…)/retomo el suave contacto/ el perímetro/ de esta costa que es la mía”.[21]

Dentro del ornatus, la metáfora  implica la facultad de percibir relaciones de semejanza, o analogías, entre cosas lejanas, relaciones imprevistas que eliden algunos pasajes. “produce en nosotros un aprendizaje y el conocimiento a través de una clase”.[22]  Pero resalta el valor de la proporción, que “debe siempre poder aplicarse recíprocamente a uno y otro de los elementos que se han emparentado” (1407a), es decir, hacer reversibles las metáforas (si la copa es el escudo de Dionisos, el escudo será la copa de Ares).

La retórica latina  trabajó la relación entre símil y metáfora. Quintiliano acuñó la expresión similitudo brevior para la metáfora.[23] Pero en la teoría de la diferencia, citemos la definición de relaciones de Bertinetto: “la diferencia entre comparación y metáfora (...) no se rige por presupuestos formales, sino pragmáticos- cognitivos (...)La primera figura se funda en la percepción estática de las afinidades (y de las diferencias) que unen dos entidades, mientras que la segunda se basa en un mecanismo de naturaleza eminentemente dinámica, que produce un efecto de fusión, o, mejor, de co-presencia, entre las entidades comparadas”.[24] Ese lugar de la metáfora, “su lugar más mínimo y último”,[25] está colocado en el verbo “ser”.  Ser, que “es”, “no es” y “es como”, que excluye y asimila. La analogía se da entre ideas, como en el ejemplo de presentar a un hombre bajo el aspecto de un león. Pero ¿no se trata de  una especie de atribución?. Presentar un idea bajo el signo de otra más incisiva o más conocida.  La metáfora constituye un tropo o figura del significado que actúa por semejanza pero actuando por dislocación o salto. El valor de su etimología, transportar, y por tanto, translatio, hace que se entienda con un movimiento que permite la sustitución de una palabra por otra, que posee cierta semejanza, o una semejanza a descubrir. La metáfora sería una redescripción, entonces, por emigración de etiquetas.  Esta construcción desestabiliza la tradición logocéntrica de concepción del signo, diríamos, con violencia simbólica.  

Para Ricoeur la metáfora adquiere un valor sintagmático, de relacionamiento con la continuidad del discurso, más que paradigmático, de sustitución, semiótico.  La asociación con el sintagma la introduce en el plano semántico. El efecto de sentido se produce por la influencia que ejercen unas palabras sobre otras. “Las palabras, a causa de sus posibles correlaciones, adquieren nuevos valores que antes no poseían y que son incluso contrarios a los que tenían antes”. [26]  Los términos  no solamente son posibles sustitutos en la cadena paradigmática, sino que se tiñen de sentido en la contigüidad, estableciendo una constelación de significaciones alrededor de la palabra.  En principio la metáfora mantiene dos pensamientos sobre cosas diferentes simultáneamente activos, no del todo conscientes, en una expresión, y la significación resulta de la interacción.   Entre dos mares está estructurada alrededor  de una  semejanza, siempre presente, un paralelismo con Penélope, Odiseo, el tejido, el retorno:Penélope tejía y destejía la misma tela/ yo escribo y corrijo los mismos apuntes (…) la escritura se hace destino/ se anticipa/ como esa tela sutil”.[27] Penélope, el yo lírico, tela, apuntes, se relacionan en contigüidad, de suerte que los atributos de la acción de tejer se superponen a los de corregir. Pero ¿puede considerarse  que están ambos al mismo nivel?   Richards  llama “dato” a la idea subyacente y “transmisión” a aquella bajo cuyo signo se percibe la primera.     Existe incluso una tensión entre ambos campos relacionados, y quizás “la modificación que la transmisión comunica al dato es obra más de su desemejanza que de su semejanza”.[28]    

Derrida,[29] por su parte, cuestiona los presupuestos metafísicos y retóricos, tales como el principio analógico-simbolista .La metáfora implica la oposición entre sentido propio y figurado, una dependencia de un sistema de oposiciones que genera desconfianza.  Si para Aristóteles la metáfora es una epífora, traslado a una cosa del nombre de otra con la que está ligada, bien por proximidad ontológica, bien por semejanza o analogía,  la metáfora abre al conocimiento, pero para Derrida hay siempre un escape, una fuga de sentido, propia del lenguaje, que corre y nunca clausura. Esa errancia deja en suspenso la referencia, desfija el sentido recto. Cuál es entonces el anclaje de verdad, suponiendo que la cotidianeidad para Riestra adquiera ese valor de trampa y retraso frente al plano de la fuga, del escape: “será porque también me aparté del camino/ o porque me cuesta aceptar/ horizontes como mesetas”.[30] Ambas construcciones se equiparan en la noción de “real”, desjerarquizándose una sobre la otra, efectivizándose en la fijación comparativa.

 El traslado, el transporte metafórico habla del movimiento de “desvío en desvío” que Derrida señala, “sin poder frenar o detener el autobús, su automaticidad” (36). El deslizamiento, el dérapage hace que ella no tenga sentido propio, literal, sino que ese sentido es puesto en cuestión, a causa de la presencia de la huella de otros significantes. Existe? La metáfora se retira en el instante en que desborda todo límite. 

En la metáfora sólo alguna palabra se emplea metafóricamente. Puede aislarse la palabra metafórica, esa palabra sería el focus, el frame el resto de la frase. Aquí se establecería una concepción sustitutiva y una concepción comparatista de la metáfora. Operando por condensación, sustitución en el paradigma, según Jakobson, no por deslizamiento. O al decir de Lacan, el lugar donde se dice como sujeto el sentido reprimido de su deseo.   Si la retórica de Fontanier, en la primera mitad del siglo XIX se convierte en una tropología, (Mortara 57), la posterior teoría literaria, a partir de Jakobson, ha restringido y sintetizado la operación a la relación entre el polo metonímico (sinécdoque y metonimia) y el polo metafórico , figuras de analogía. 

En la concepción sustitutiva la idea es que la analogía o semejanza (entre relaciones, entre cosas o ideas) es la razón de la metáfora. Para Ricoeur, demostrar que la metáfora es una comparación abreviada no es tan evidente. La semejanza es una noción vaga, admite grados, “es mejor decir que la metáfora crea la semejanza, y no que la metáfora enuncia una semejanza que ya existía antes” . [31]  Pero puede entenderse la noción de semejanza en el plano de relacionamiento, no de contenido semántico. La metáfora  muestra con  claridad esa relación entre la referencia suspendida y la desplegada.  La metáfora “viva” suscita un objetivo referencial, implicaría una manera de ver, una actitud estética.   Ricoeur sintetiza que la función poética y la función retórica se distinguen según  conceptos como ficción y  descripción. La metáfora es, al servicio de la función poética, la estrategia de discurso para llegar al nivel mítico y liberar su función de descubrimiento, alejándose de la función de descripción directa, u horizontalmente democratizadora de la comparación. Pero ese desvío, entendido como ruptura de un orden, perversión despatologizada,   Riestra lo explicita como fruto de una negociación entre dos polos que al final diluye:  “ser casi dos/ y vivir cada cosa/ queriendo retenerla como el aire que anidaba/ en la nariz/ cuando era niña (…)/- perversión o virtud -/qué más da”,[32]  descentramiento del yo, escindido : “esta lluvia/ se me parece a veces/ me aísla de mí/ demora mi propio retorno”.[33] Negociación de hospitalidad lingüística propia de un discurso desprovisto de la obligación de acceder al “genio masculino” de la originalidad y la invención y que llega a despertar el valor intenso y complejo de la connotación; posición poética y vital que se acerca comparativamente a la ya canónica elección de Mrs. Dalloway: “ningún placer igualaba, pensó, arreglando las sillas (...), a éste de haber terminado con los triunfos de la juventud, de haberse perdido en el proceso de vivir, para encontrar a la vida, con una impresión de deleite, cuando el sol se levanta, cuando cae el día.”[34]


Referencias:

[1] “presunción”. Palabras de rapiña.

[2]  “EroV d’ etinaxe frenaV, wV anemoV kat oroV drusin empetwn”

[3] “Dos libros de Sylvia Riestra: Palabras de rapiña y Entre dos mares. La República. Bitácora. Enero 2003.

http://letras-uruguay.espaciolatino.com/ramirez_mercedes/dos_libros_de_sylvia_riestra.htm

[4] Palacio Gamboa, Martín. Sylvia Riestra. La transición de lo virtual en Palabras de Rapiña y Entre dos mares”. Escáner Cultural. Revista Virtual. Año 6 Número 60 - Abril 2004. Santiago de Chile.

http://letras-uruguay.espaciolatino.com/palacio_martin/la_transicion_de_lo_virtual.htm

[5] Bravo, Luis. (Historia crítica abreviada 1980-2003). La generación poética de los ochenta.

http://www.brecha.com.uy/ShowNews.asp?Topic=53&NewsID=4108&IdEdition=53

[6] “bitácora”.

[7] “La pesadora de perlas”.

[8] “eje”.

[9] "pretendientes”.

[10] “mujeres”.

[11] Aristóteles. Retórica. Madrid: Alianza, 2000.

[12] (III,Cap.III, 406b).

[13] Ayuso de Vicente, Ma. Victoria, et alii. Diccionario de términos literarios. Madrid: Akal, 1997. Pág. 71.

[14] “reverso”. 

[15] “levadura”

[16] “cachorro”

[17] “incubación”.

[18] Mortara Garavelli, Bice. Manual de Retórica. Madrid: Cátedra, 2000. Pág. 288.

[19] Retórica.1411ª.

[20] Aristóteles. Poética. Buenos Aires: Emecé, 1947. Pág. 103.

[21] "entre dos aguas”

[22] Retórica, 1410b.

[23] Institutio oratoria de Quintiliano (c. 95 d. C).

[24] Mortara, op.cit., pág.182.

[25] Ricoeur, Paul. La metáfora viva. Madrid: Europa, 1980. pág.15.

[26] Ricoeur, op.cit., pág. 110.

[27] “tejido”.

[28] Ricoeur, op. cit., pág.119.

[29] Derrida, Jacques. La deconstrucción en las fronteras de la filosofía. Barcelona: Paidós, 1989.

[30] “extravío”.

[31] Ricoeur, op. cit., pág. 124.

[32] "persistencia”.

[33] “semblanza”.

[34] Woolf, Virginia.  Mrs. Dalloway. Pág.290.

Lic. Claudia Pérez. 
Profesora de Literatura de la Escuela Municipal de Arte Dramático "Margarita Xirgú".

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