Reencuentro con Eduardo Fabini

Crónica de Roberto Lagarmilla

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXV Nº 1723 (Montevideo, 23 de enero de 1966) pdf

Inédito, en formato htm., al día 15 de nov de 2024, conste.

Eduardo Fabini, foto de Roberto Lagarmilla

Hay varios factores que contribuyen a que el recuerdo de Eduardo Fabini —músico nacional uruguayo — se nos presente ahora en forma mas vivida y frecuente que en otras ocasiones. En este reflorecer de las imágenes, creemos reconocer de inmediato dos causas fundamentales: la primera, constituida por la primera aparición en discos comerciales modernos, de una de las obras más hermosas (y sin embargo, menos conocidas) del músico de “Campo": su Fantasía pan Violín y Orquesta, que integra el material de un disco larga duración producido por la Asociación de Relaciones Culturales Americanas (ARCA) de nuestra Facultad de Humanidades y Ciencias.

Este hecho, tan auspicioso, ha servido de punto de arranque, o mejor dicho de catalizador para que otros recuerdos mas lejanos e imprecisos llegasen a la plena luz de la conciencia. En efecto: la edición de tal registro coincide con el 40º aniversario de la creación de La Isla de los Ceibos — tercera obra sinfónica de Fabini — cuya partitura fue terminada durante el caluroso verano 1925 -26, en Solís de Mataojo, Departamento de Lavalleja, pueblo natal del gran compositor. Aunque considerablemente distanciados en el tiempo, ambos acontecimientos adquieren, en estos días, una significativa simultaneidad psicológica. Creemos oportuno, pues, examinarlos con algún detalle.

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En aquel riguroso estío uruguayo, Eduardo Fabini estaba escribiendo la obra que habría de compartir con su predecesora Campo (1922) los justos honores de una rápida difusión internacional. Lo hacia en una casa ubicada en la esquina de dos calles silenciosas y rústicas: “25 de Mayo" y "Gral. Artigas” del pueblo Solís. En esa misma esquina se levantaba con lentitud — como en un vegetal crecimiento — la casa blanca y azul que poco después seria residencia y lugar de trabajo de Fabini. Mientras tanto, noche tras noche, la partitura iba avanzando. Notas aisladas y acordes, casi siempre truncados en forma abrupta, surgían de la sombra, como estrellas fugaces. Las notas herían el silencio de aquel pueblo donde las noches apacibles conocían sólo la breve pausa del canto de los grillos, o bien de esos ladridos lejanos que parecen sucederse en imitaciones canónicas. Jirones de melodía arrancados nerviosamente al violín, o esbozos de "tutti" orquestales ensayados en el viejo armonio, se disolvían lentamente en una atmósfera que parecía cargada de presagios. Era una nueva música que nacía: y aún a través de tan menudos fragmentos, se mostraba extraña y bella, con marcado sabor a terruño.

Lo que hoy conocemos como poema sinfónico "Isla de los Ceibos” constituía, en principio, una Obertura; y así se la designó durante mucho tiempo. Fabini siempre había soñado con escribir una ópera de ambiente nacional, cuyo marco de acción seria aquel islote de añosos ceibos — por él bautizado “cajita de música" — que visitaba todos los veranos. En cierto mes predestinado, la floración es tan copiosa que llega a cubrir, con su ígneo color, el verde del follaje. Estaban, pues, parte de la música (obertura y algunos temas centrales) y el escenario. Lo que faltó fue el libro, el argumento. Ninguno de los que entonces le fueron ofrecidos, pudo satisfacer al músico. ¿Temió, quizás, influir en un fácil lirismo, apoyado en un interés solamente regional? Lo cierto es qua la Isla de los Ceibos hubo de quedar limitada a su preludio orquestal, que fue concluido en las postrimerías de febrero de 1926. Lo demás es historia bien conocida. Clamoroso éxito en su estreno absoluto (octubre 1926) de Montevideo; y posteriormente, su triunfal ascensión al repertorio sinfónico mundial, al que mucho contribuyó el director ruso Vladimir Shavitch (1889- 1947); el mismo que en 1922 condujera, en el desaparecido Teatro Albéniz de nuestra capital, la primera audición de "Campo”. Durante los catorce meses de su permanencia en los Estados Unidos de América. Fabini pudo ver, personalmente, nuevas etapas del seguro triunfo de sus dos obras sinfónicas más conocidas por el público. Y tuvo la inesperada satisfacción de que una poderosa compañía fonográfica norteamericana lanzase al mercado mundial los primeros discos ortofónicos (de registro eléctrico) con música de un autor latinoamericano.

“Campo" y “La Isla de los Ceibos" fueron grabados por la Sinfónica de Nueva York, dirigida por Shavicht, el 22 de noviembre de 1927. Durante muchísimo tiempo — casi hasta nuestros días — esos registros fueron los únicos con que esas obras contaron.

Pero su gravitación en el destino de la popularidad de dichas obras fue decisiva; como invariablemente lo es todo registro fonográfico llevado “a nivel comercial'': es decir, directamente accesible a todos los públicos.

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Sólo una ínfima parte de la obra total de Fabini, pudo compartir esa suerte. De "Campo" y "La Isla" eviten otros registros algo más modernos (ediciones ARCA y SODRE), aunque técnicamente muy objetable. De las obras vocales e instrumentales, entre las que se cuentan La Güeya, Remedio, Luz Mala y Flores del Monte, sólo poseemos la regrabación de viejos troqueles obtenidos en 1943, en Buenos Aires. Tienen, a pesar de sus naturales deficiencias de sonido, el gran mérito de su valor documental, ya que contienen la voz de la soprano uruguayo María Luisa Fabini y el acompañamiento pianístico del propio autor. Además, los famosos Tristes (Nos. 1 y 2) fueron interpretados también por Fabini, en ejecución pulcra y sensible.

Lamentablemente, aquella oportunidad no fue aprovechada para grabar también otras dos piezas siempre solicitadas por los pianistas: Intermezzo N° 1 y Estudio Arpegiado. Estas figuran en otro disco comercial de 1952, grabado por el pianista uruguayo Hugo Balzo, artista indiscutiblemente autorizado para cumplir esa tarea que repara parcialmente la omisión en que incurriera Fabini, cuando visitó la compañía fonográfica argentina. Por desdicha, este importante registro deja muchísimo que desear en cuanto a perfección técnica de toma y prensado.

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Esta “historia discográfica” de Fabini nos lleva directamente a examinar el segundo de los factores que — a nuestro entender — han hecho, en estos días, tan propicio el recuerdo del gran compositor nacional: la exhumación tardía de una pieza de singulares caracteres. Fantasía para Violín y Orquesta, interpretada por el violinista Miguel Pritsch ("concertino" de la Sinfónica del SODRE), con la Orquesta de “ ARCA", bajo la dirección de Oscar Borda Cortinas, distinguido instrumentista y director orquestal uruguayo.

La pieza fabiniana ocupa — con humildad y altivez raramente enlazadas — diez de los treinta minutos de música que contiene el último disco editado por la Facultad de Humanidades. Aparece, con su extraña, pálida y nostálgica fisonomía, entre los "Tres Esbozos Sinfónicos" y dos “Canciones para Soprano y Orquesta" de Alberto Soriano; obras también muy singulares en toda la literatura musical sudamericana. Evoquemos rápidamente la historia de esa "Fantasía".

Cronológicamente, resulta contemporánea del tercer poema sinfónico de Fabini; La Melga. Ambas fueron bosquejadas en junio de 1927, en la residencia veraniega que en Patchogue (Long Island), frente a Nueva York, tenía otro destacado músico uruguayo Enrique Caroselli Widmar; entonces activo integrante de la vida cultural norteamericana, en la que actuaba como pedagogo, violinista y director orquestal. La cash campestre de Patchogue era un vivero de inquietudes artísticas, ya que hasta allí llegaban compositores, instrumentistas y cantantes, atraídos por la señoril y espiritual personalidad de Caroselli. Ante el imperativo de la emulación, Fabini había retomado — sin quererlo — el instrumento de sus gloriosos días de concertista: el violín. Y a su frente desfilaban, a diario. Shavitch, Edgar Varese y otros artistas; entre ellos, aquel gitano español, el violinista y pintor Manuel Quiroga.

A solicitud de este (“.. ¿cuándo escribirás algo para mí?”, le repetía), nació lo que hoy conocemos como Fantasía; en principio, concebida como un trozo de concierto con acompañamiento de piano. Y mientras que “La Melga" avanzaba con excesiva lentitud (fue terminada en 1930, y estrenada en Montevideo, en octubre de 1931), Fabini escribió casi de un solo trazo, la espléndida melodía para violín, que parece arrancada de lo más profundo de su alma. Fabini y Quiroga se separaron en febrero de 1928: pero la promesa formal había sido hecha (. . .“¡cuento con tu pieza!''). El músico uruguayo volvió a Montevideo, y el español, a Europa, donde cumplió una nueva gira de recitales. Mucha agua pasó entonces bajo los puentes Pero en 1929, los dos músicos se reencontraron en la Semana Santa y Feria de Sevilla; y la ocasión fue buena para que el gitano reactualizase, imperiosamente su pedido. "Voy a Sudamérica en julio”, le anunció. Y espero contar con “mi pieza”; pero, para ser tocada con orquesta”. Este inesperado aspecto de su compromiso conmovió a Eduardo Fabini: pero como “Quiroga merece algo más que un poco más de trabajo” (como contaba el compositor), se abocó de lleno a orquestar el acompañamiento. Y el 22 de agosto de 1929, en el Solís, Manolo Quiroga estrenaba, con clamoroso éxito, la Fantasía, cuya parte orquestal cumplió la así llamada 'Orquesta Nacional" dirigida por Vicente Pablo. La obra fue repuesta el 20 de diciembre de 1930, teniendo por solista a Oscar Chiolo, otro de los brillantes alumnos de César Thomson.

Desde aquella fecha tan lejana, la obra cayo en un inexplicable olvido. De él la redime, ahora, el nuevo y bien inspirado esfuerzo de ARCA.

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Si en "La Isla de los Ceibos” Fabini había logrado escribir música de fuerte acento nacional con prescindencia de todo documento folklórico, es en esta Fantasía (y en algunas piezas breves para voz o piano) donde ese milagro se opera en el más depurado plano emocional y economía de recursos. De carácter fundamentalmente nostálgico, tensa melodía sin desmayos y con el número exacto de sostenes armónicos, logra una extraña fuerza evocadora de nuestro espíritu nacional uruguayo. Hay toda una teoría de calidades, toques de color timbrico y modulaciones inesperadas, que parecen configurar una visión de la Patria, desde la lejanía extranjera. Como en el campo de un tele objetivo, los planos parecen estrecharse. Por eso percibimos a la vez tantos elementos de nuestra idiosincrasia; en una suerte de síntesis apretada como el compositor no lograba, acaso, desde las primeras notas de Campo” (otro prodigio de autenticidad y concisión). Aún para quienes conocen y aprecian mejor el arte de Fabini, esta curiosa página suena como algo transfigurado; presente y lejano al mismo tiempo. Es una imagen inesperada, completa y bella, de todo lo que constituía la razón de ser de la vida del hombre y del artista: la ternura hacia sus semejantes, y el amor a la Patria. El rescate de la Fantasía, desde la niebla del olvido, constituye un hecho digno de ser especialmente señalado. Y es nuestro más ferviente deseo que se extienda el número de las obras que deban ser devueltas a una actualidad que sabrá juzgarlas, ahora, con la perspectiva exacta que el tiempo confiere a las cosas.

 

Crónica de Roberto Lagarmilla

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXV Nº 1723 (Montevideo, 23 de enero de 1966) pdf

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

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