"Espectros”, obra de Henrik Ibsen Lucha de clases en Rosenvoldn por Jorge Arias
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“Espectros” fue rechazada por varias compañías; escrita en danés fue estrenada, en ese idioma, en Chicago, en 1881. Diversos malentendidos la afligen. Se ha entendido que es una obra sobre la sífilis congénita, o sobre el incesto, o sobre la eutanasia; nada de eso es, aunque de todo eso hay. Es un enigma, y de ese fondo vario extrae su carácter desafiante. F. L. Lucas, que admira a Ibsen, se muestra perplejo al comentar “Espectros”: “¿Melodramático? Sí. ¿Un tema infeliz? Quizás. ¿Tal vez no sea de las grandes piezas de Ibsen? Muy probablemente. Al mismo tiempo, un drama que uno tiene que leer.” ¿Por qué tenemos que leerlo? Percibe Lucas que “el tema va más hondo y es más amargo que “Casa de muñecas”, pero se pregunta, con honestidad: “¿Qué intentó realmente Ibsen?” Concluye, sin demasiada convicción, que la moraleja de “Espectros” es: “…Para los hombres del rebaño debe haber convenciones de rebaño. Pero los buenos y sabios verán, detrás de las leyes ordinarias, unas leyes propias, más sanas. Tendrán el coraje de su individualismo” (“Ibsen and Strindberg”, p.163). Existe en “Espectros” este llamado a la autenticidad, en el personaje de Elena; pero no es suficiente explicación. El espectador o lector admira a Elena y su voluntad de independencia; Ibsen se ocupa de demostrar que ella fracasa en todo, hasta el final, cuando su hijo le enrostra su misma ética de autenticidad y le dice que no la quiere, que sólo la conoce. Encontramos una clave de “Espectros” a través del título. El original noruego no dice exactamente “espectros” o “fantasmas”, En inglés fue “ghosts” traducción reprobada por Ibsen; es más bien “aparecidos” en el sentido de la palabra francesa “revenants” o más modernamente “zombis”. No son como el padre de Hamlet, son muertos vivos, que interfieren en este mundo. La definición más clara del título la da Elena Alving cuando pregunta a Manders, refiriéndose a usos, costumbres y normas morales: “¿Y quién ha instituido esas cosas, pastor?”, cosas que describe como una ”…aglomeración de aparecidos, alguno de los cuales siento dentro de mí…en nosotros no sólo corre la sangre de nuestro padre y de nuestra madre sino también una especie de idea destruida, una especie de ciencia muerta …somos aparecidos todos...“ Esos son los espectros: instituciones, leyes, usos, costumbres, la organización de la sociedad, en suma; pero ¿de dónde proviene? Es artificial, una creación humana y no divina, según comprende Elena, que ve sus costuras. Aquí Ibsen nos remite a la historia de la humanidad; y en este anclaje en la historia se apoya la sólida armazón de “Espectros”. Tal vez las percepciones de Elena tuvieron su preludio en estas frases de 1852: “…Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen arbitrariamente, en las condiciones elegidas por ellos, sino en condiciones directamente dadas y heredadas del pasado. La tradición de todas las generaciones muertas grava muy pesadamente el cerebro de los vivos…Estas pesadas cargas perviven, aunque se olviden circunstancialmente por una burguesía completamente absorta en la producción de riqueza y en la lucha pacífica de la concurrencia, (que) había olvidado que los espectros de la época romana habían velado sobre su cuna” (Karl Marx, “Le 18 Brumaire de Louis Bonaparte”, pags. 14/15, Ed. Sociales, Paris 1976). Basada en parte en las ideas de Marx, se ha desarrollado la idea de las “construcciones sociales”. Una construcción social es una entidad que no existe y ha sido o construida por prácticas de gobiernos, ideas de dirigentes, convenciones, costumbres y tradiciones que se perpetúan y trasmiten, en general acriticamente, de generación en generación. Por un matrimonio de conveniencias, arreglado por la madre y dos tías. Elena se convierte en la mujer del teniente, luego capitán, luego chambelán Alving, un hombre rico y de familia noble, aunque su máxima jerarquía, chambelán, es servicio doméstico del rey; en los hechos tan servil como el de su hija Regina o el de su amante Joanna. Ya tenemos, en su más cruda expresión la validez o conveniencia de un matrimonio concertado por terceros. Alving es un niño feliz que encarna, solitario en esta pieza tétrica, la alegría de vivir. Sofocado por la atmósfera pueblerina de Rosenvold, donde sólo podría hace “negocios”, actos indignos de su alcurnia, lee almanaques viejos tendido en un sillón y se entrega al libertinaje, donde involucra a su esposa, que al año lo abandona; pero el primer amor de Elena, el pastor Manders, la convence de volver a su hogar... siempre el clero aliado con el orden establecido y la nobleza. Elena, a diferencia de Nora, vuelve al hogar; Alving, luego de una fugaz enmienda, vuelve a su vida de disipación, muere. En este punto, hay un episodio, mencionado al pasar, que parece una metáfora de la revolución francesa de 1789: la práctica Elena (la burguesia o el Tercer Estado), ante la inoperancia parasitaria de Alving (la nobleza) toma el poder doméstico y regentea con eficacia empresarial los haberes del matrimonio; logra, además, mediante la fundación de un orfanato, desviar la fortuna de Alving de modo que nada de su patrimonio llegue a su hijo Osvaldo; se diría que lo guillotina en efigie… El feliz y respetable Alving, había contraído sífilis y engendrado dos hijos, uno dentro del matrimonio, a quien trasmite su enfermedad y una hija extramatrimonial, Regina, habida con Joanna, la doméstica de los Alving. La familia, aparentemente reconstituida, no tarda en volar en pedazos: Elena ha enviado a su hijo Osvaldo a París, a una vida de artista, despreocupada, al estilo infantil de Alving…pero esta vida de artista, simétrica al libertinaje de Alving, es la verdadera sífilis. Hay en “Espectros” el choque de dos clases sociales a través de los conflictos de sus éticas. La nobleza tiene su elegancia, que no tolera sino el ocio, su entusiasmo caballeresco, el coraje intrépido, el culto de los sentimientos, el vivir regiamente al día; y el pastor Manders llega casi a justificar la vida libertina y parasitaria de Alving. “Abstenerse de trabajar”, escribirá en 1899 Thorstein Veblen, “no es sólo un acto honorífico o meritorio, sino, hoy, hasta un requisito de la decencia” (“The theory of the leisure class”, p.26, Dover, 1994). La democrática burguesía, cuyo portaestandarte es Elena, no tiene ese encanto: ha “ahogado en las aguas heladas del cálculo egoísta” la hermosa vida. Elena es autocrítica, ducha en los negocios, librepensadora; la nobleza, por boca de su aliado el pastor Manders, predica el respeto al orden establecido, aunque esté edificado sobre infamias, y mentiras, como el orfanato que honrará la memoria del chambelán Alving. Toda la sociedad, y aún la díscola Elena, ha adoptado la moral de la clase dominante, sus ideas, sus instituciones…sus espectros, que se les han inculcado tan en lo hondo que ya forman parte de sus personas. Es interesante observar cómo Ibsen se esfuerza, quizás demasiado a la vista, de equilibrar, en cada personaje, virtudes y defectos, con lo que probará que nadie tiene razón y que ninguno puede acertar; que todos, no sólo Osvaldo, son víctimas y que no se sabe bien de qué o de quiénes. Esta intervención de fuerzas, creadas por el hombre, pero superiores a los humanos, da a “Espectros” ese tinte fatídico que la hace singular; pero esos zombies son superiores a los humanos sólo porque se lo hemos permitido. La inercia es el camino más corto hacia la esclavitud. Ver: "Espectros", de Henrik Ibsen, versión de Gabriela Iribarren, en Espacio Palermo - Lucha de clases en Rosenvold, crítica de Jorge Arias |
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