El intento de materializar audiovisualmente el punto de
vista de un psicópata que está convencido de que su
compulsión feminicida-infanticida es una búsqueda artística,
parte de una fuente literaria que le da fundamento: La
Divina Comedia. Los parlamentos de Jack y Verge (o de
Dante y Virgilio) parecen representar la búsqueda de hitos
que, como en el referente literario, resulten ejemplares
para comprender su noción de arte. Aquí reside lo que parece
el tema profundo del filme: descubrir qué es el arte y,
sobre todo, sugerir que la genialidad artística, en muchas
ocasiones, proviene de la necesidad de sobrepasar una
carencia. En una escena, los dialogantes descubren una
grabación del afamado pianista Glenn Gould. Jack no duda en
compararse con él pues se distingue del resto de los
creadores no sólo por las conocidas limitaciones de su
cuerpo, sino por la trascendencia de su expresión.
En la mente retorcida del protagonista cuya fisonomía
coherente y verosímil es un aporte entero de Matt Dillon, su
costumbre de fotografiar los cadáveres de las víctimas está
justificada por los negativos. Jack busca representaciones
que momifiquen el rictus de la muerte. Su arte no radica en
asesinar. El momento clave de su método artístico está en
las consecuencias: el cadáver, la gestualidad y la postura
corporal momificadas. El máximo logro, de hecho, no es la
foto, sino el negativo que es más próximo al proceso de la
muerte y a su fisonomía. Como sugieren algunas voces, La
casa de Jack no es una exploración de la conciencia del
director (si es que semejante tarea es posible), ni tampoco
es un ejercicio completamente autobiográfico (a pesar de su
problema público con el alcohol y de su afinidad por la
provocación) o una justificación de los temas recurrentes de
su cine (la violencia explícita, el maltrato de la mujer o
el rebuscamiento intelectual). Se trata de la exploración de
una idea que, como advirtió Giorgio Colli, es siempre
discutible y carece de consenso: la respuesta a la pregunta
de cómo es el proceso que da lugar a una obra de arte.
A pesar de la relativa
eficacia narrativa que consigue el montaje de Molly Malene
Stensgaard, La casa de Jack colinda temáticamente
con el más reciente trabajo de Tom Ford, pues ambas
producciones ofrecen una arquitectura global que relaciona
el asesinato con el arte. En Animales nocturnos
(2016) vemos una edición que asocia manifestaciones
hipotéticas del arte contemporáneo con un crimen múltiple en
una carretera. Al igual que en filme de Trier, el núcleo de
la película es una imagen abarcadora que sintetiza la
totalidad de la narración y que, en el caso de la película
protagonizada por Amy Adams (cuyo personaje es una
conciencia lectora que sirve de punto de vista al
espectador), sugiere el vacío de cierta porción del arte
contemporáneo y lo relaciona con la amputaciones cívicas y
espirituales de las sociedades del presente. El resultado
del homicidio múltiple es similar al de una pieza artística
de la era actual: dos mujeres desnudas (madre e hija),
rictus congelado (como la víctima también congelada de Jack),
recostadas sobre un sillón rojo en medio de un basurero al
aire libre. La diferencia sustancial entre una y otra
película es la representación de la violencia y, sobre todo,
su engranaje con la totalidad de los incidentes.
Más allá de la permanente polémica sobre la manera con que
Trier suele mostrar la violencia, La casa de Jack
no logra cohesionar sus distintas maneras de representar el
agravio. La mezcla de tonos graves, cómicos y patéticos con
que construye cada uno de los crímenes vacía de contenido su
elemento de mayor significación. Como en Psicosis (Alfred
Hitchcock, 1960) parecería que la película fue diseñada para
desembocar en una escena que revelara la obra máxima del
psicópata tal y como sucede con la emblemática secuencia de
la bañera. Toda la violencia preliminar, explícita,
repetitiva como bucle del primer Quentin Tarantino (antes de
Bastardos sin gloria y de Django) hace el
papel de una especie de montaje de atracciones (el que busca
un shock emocional según Eisenstein) prolongado. El
resultado es la negación del efecto decisivo que debería
tener la imagen de la casa que construyó Jack (el título
original del filme). Y es que las únicas pausas para el
espectador son los insertos de imagen fija que envían los
crímenes fuera del campo visual y que explican
innecesariamente mucho de lo que estamos viendo.
En una entrevista con El País (Gregorio Belinchón,
17 de mayo de 2018), además de confesar que le
sorprendía el modo en que la gente y los medios se
enamoraban de los psicópatas, el director de Rompiendo
las olas afirmó que son personas potencialmente
agresivas, que sólo sienten culpa cuando infringen sus
propias reglas y que suelen arruinar sus propias
habilidades. La casa de Jack ofrece una puesta en
escena que logra adaptar estas cualidades a los espacios
interiores o exteriores hasta imbricar al protagonista con
el entorno y con el contexto. Así sucede cuando Jack vuelve
a una escena del crimen a limpiar machas de sangre que
imagina. También sucede con la secuencia de la cacería donde
la gestión de la distancia y la composición final nos hacen
pensar en una violencia significativa, aquí sí como viñeta
fenomenológica de los trastornos de la mente humana. El eje
narrativo de la película avanza justamente sobre la premisa
de que un psycho killer pierde gradualmente el
control de sus actos hasta el punto de la autoincriminación.
Aunque esta clase de secuencias son propias de un realizador
con experiencia y con una trayectoria ya marcada por aportes
indudables a la cultura del cine, su más reciente trabajo
podría examinarse con un criterio que él mismo ha difundido
en la prensa (Rodrigo González, 18 de noviembre, diario La
Tercera): muchos directores llegan a un momento
culminante donde encuentran un público fiel que se
transforma en el objetivo de sus nuevas películas y, por
ello, comienzan a decaer. Después de
Melancolía, pareciera que Lars von Trier
ha comenzado a dirigir para su público y, quizás, para sus
detractores en la institución del cine. Si bien ninguna de
sus películas es ajena a una búsqueda constante de nuevas
soluciones expresivas, hay elementos autorreferenciales que
parecen forzados. Es el caso del apartado final de La
casa de Jack; la “Catábasis” que muestra la alusión
explícita a Dante con una ralentización propia de su estilo
que plasma el paso por el purgatorio. Lo que en películas
previas haría el papel de una obertura ahora funge como un
epílogo, explicativo y redundante, que incluye la irrupción
de Verge en el campo visual y que no consigue la sensación
culminante, ya distintiva, de sus trabajos mejor
cohesionados.
Con todo y los momentos donde el material y el tono del
largometraje parecen mensajes directos para los adversarios
que el realizador ha sumado por sus declaraciones en
conferencias de prensa —antes que para darle una solución
formal a su película—, La casa de Jack logró un
personaje contundente en el que el material que aporta la
fisonomía de Matt Dillon, así como el cuidado de la textura
sonora de su voz en off, encajan con el tipo de
personalidad que requería la época del relato: un Estados
Unidos de 1970 donde la presencia de los asesinos psicópatas
causaba una fascinación que sobrepasaba la memoria de las
víctimas, especialmente de las mujeres.
En una secuencia que podría parece una pausa narrativa, una
jovencita, desesperada por la amenaza creciente de su
pareja, corre a una calle y encuentra a un oficial que
simplemente pregunta a los muchachos si han estado bebiendo.
El policía solicita a la muchacha que ayude al joven a
volver al departamento. Síntoma del contexto, este diálogo
anticipa uno de los “incidentes” más realistas y más
preocupantes (sobre todo para las audiencias
latinoamericanas) de la película: un auténtico crimen de
odio de género y sadismo propiciado, en gran medida, por el
descrédito de la autoridad a la voz de una mujer. Una
evidencia de que la representación de la violencia de género
en el cine de Lars von Trier proviene de un afán por
comprender un proceso presente en la realidad social que se
acentúa en ciertas épocas; ya sea en la era medieval y su
conexión moderna sugerida por
Anticristo, o en los Estados Unidos de la
época en que comenzaba el crepúsculo de la tercera ola
feminista que vio grandes marchas en Washington. Para
sobrepasar esta violencia a ratos convertida en una
expresión en sí misma, es necesario recordar que la mirada
de la cámara trata de corresponderse con la perspectiva de
un criminal que se ve a sí mismo como un Dante que busca en
otros la ejemplaridad moral con la cual se percibe a sí
mismo en el presunto universo del arte.
Ficha
técnica:
La casa de Jack -
Título original: The House That Jack Built - Año 2018 -
Duración 150 min. - País: Dinamarca - Dirección: Lars von
Trier - Guion: Lars von Trier - Fotografía: Manuel Alberto
Claro - Reparto: Matt Dillon, Bruno Ganz, Uma Thurman, Riley
Keough, Sofie Gråbøl, Siobhan Fallon, Ed Speleers, Osy
Ikhile, David Bailie, Yoo Ji-tae, Marijana - Jankovic,
Robert G. Slade - Productora: Coproducción
Dinamarca-Francia-Alemania-Suecia; Zentropa Productions /
Radio (DR) / Film I Väst - Género: Thriller. Drama | Crimen.
Asesinos en serie. Años 70. Comedia negra |