Quien canta, se confiesa por símbolos. Cada narciso cada creador tiene su
moira
única. Pero -frontera del drama y la lírica- los tres destinos personales definidos en otros tantos soliloquios, o en otras tantas soledades, pueden alternarse o vivirse en el curso de una sola existencia.
A esas palabras, en el plano simbólico, reduciré la glosa que se me pide, para no ahogar del todo el derecho del lector a descubrir o rehacer el poema.
Añadiré solamente que los tres Narcisos, dentro del plano mágico, aparecen en la plenitud de su poder y de su gracia: el primero, con trágica impotencia, no halla reflejo en la fuente a que se asoma; el segundo logra reflejo decisivo, sin verse; el último crea su imagen -que el cristal retiene- y parte para que no la nuble en el tiempo su propia decadencia.
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