Bocetos de Rodin

Conferencia del Arquitecto Carlos A. Herrera Mac Clean

Conferencia pronunciada el 11 de Junio de 1938 por el Arquitecto don Carlos A. Herrera Mac Clean en el Salón de Belfas Artes del Museo Municipal de Mercedes ante unos bocetos del escultor AUGUSTO RODIN, que allí se exhiben.

Breve noticia

Habiendo recibido de París el Museo de Bellas Artes de Mercedes, por intermedio del Ministro de Instrucción Pública don Eduardo Víctor Haedo, una colección de bocetos del insigne escultor francés Augusto Rodin, la Dirección del instituto invitó al Arquitecto don Carlos A. Herrera Mac Clean a disertar en público sobre ellos.

Esta conferencia se realizó el 11 de Junio de 1938, con asistencia del Sr. Ministro, altas autoridades locales y selecto público invitado.

Auspició y propició esta conferencia AMIGOS DEL ARTE, de Mercedes, que la manda imprimir en el Cuaderno N°. 1 de las publicaciones que se propone realizar.

Comisión Directiva    '

Presidente: Ingeniero Carlos Molinari - Vice Presidente: Arquitecto Carlos Elena Secretarios; Ing. Agrón. J. Eduardo Correa y Julio Alberto Lista.

Vocales: Dr. Luis M. Baumgartner, Profesores Luis Scolpini, Martín Fonseca, Romualdo Lettieri, Dr. Alfonso Ferrería, Rosa Cassou de Vásquez Ledesma, Agrim. Edmundo Montautti.

Local: Paysandú N.° 661 Mercedes

Ante un tesoro inapreciable—leve y palpitante—habéis situado mi pobre palabra. Un tesoro que llega de lejanas orillas, pleno de verdad y de belleza, para entregarse en perfecto don, a vuestros ojos. No intentaré el vano esfuerzo de buscar una comprensión, que solo el contacto amoroso puede darla. No cometeré la injuria de enseñaros a ver y a amar lo que miráis. Como ante la flor abierta, o ante la nube c el pájaro en la rama, dejaré que el comercio de belleza se produzca cuando deba producirse, quizás no hoy, ni mañana, sino en el instante propicio, en silencio, en humildad, con los ojos limpies y el alma postrada. Que así debe llegar el mensaje de belleza, quedamente, sin que lo forcéis por sabiduría o por vanidad; ni menos que lo busquéis de la mano de otro.

Pero debo justificar mi humilde presencia en este Museo, enriquecido hoy con la obra de más alta alcurnia de uno de los cerebros más grandes que haya dado la Humanidad. Y en eso sí, quizás, pueda ser útil, porque todo lo vano que sería el esfuerzo de llevaros al misterio del arte, al cual debéis ir vosotros solos, se trueca en esfuerzo útil, si tienta, aunque con menguado éxito, el evocar un instante esa figura, todo ardor y pasión, que fué Augusto Rodin.

* * m

Hay dos clases de belleza : una que nace a nuestra vera; que amamos y comprendemos, pero que quizás olvide el mañana; otra que nace fiera y fuerte para vencer el fácil hastío de los hombres y palpitar con todas las generaciones. La obra de Ro-din es de esta fuerza. El, dijo en un instante de exaltación, delante de la maravillosa catedral de Char-tres: «Ella espera orgullosamente lanzada, de la certidumbre a la certidumbre, enseñándonos, que en ciertas grandes horas, el espirita humano se reanima, vuelve al orden sereno, tranquilo, y crea entonces la Belleza para siempre». Rodin nos ha dado, como los grandes, esa belleza para siempre. Belleza que es vano encastillar en fórmulas de clásicos o de románticos; o buscarle parentesco con épocas o Con maestros. Belleza que irradia tanta verdad, que a su amparo, todas las escuelas transitorias encuentran que allí está la comprobación de la deleznable conquista que encierran en el hueco de la mano.

Es esta afirmación, ante todo, la que quiero dejar grabada: si es cierto que Rodin—que fue como todo creador un revolucionario— se emparenta con los grandes de su patria, Carpeaux, Rude, Houdon, Puget, y va más allá y se liga al Renacimiento, atando hilos con la Italia de Donatello y de Cellini y sobre todo de Miguel Angel; y se encadena al final con la Helade de mármol, Rodin no es un escultor más en ese desfile; Rodin es el escultor que califica una época.

* * *

Ya que habéis recibido una colección palpitante de desnudos de mujer, sigamos al maestro en el

período de su ardorosa y juvenil creación.

Es el Rodin que con palabra clara definiera Jean Dolent como «l’esprit en rute», el espíritu en celo. Más entendamos bien el alcance de ese celo nervioso y tenso. Fué el que lo llevó a cantar el himno más vehemente hacia la belleza del desnudo humano, florecido en juventud.

Místico y tembloroso ante el misterio del casto desnudo femenino, lo interpretó en todas formas, haciendo temblar el mármol con tal verdad, que la carne tibia que copiaba parecía contagiar de una vida nueva a la pálida carne de la piedra.

Vedle como envuelve de una unción flosófica su espíritu, ya al iniciar la copia del modelo desnudo; modelo de cansada carne que se alquila, que para el maestro, en trance estético, adquiere contornos de deidad. El mismo nos lo dice: «¡ Qué deslumbramiento, ,una modelo que se desnuda. Es el efecto del sol atravesando las nubes. A la primera mirada, mirada de conjunto de este cuerpo, choque, conmoción. Como una flecha el ojo, un instante sorprendido, vuelve a partir. En todo modelo está la naturaleza entera. Y el ojo que sabe ver, la descubre y la sigue tan lejos! Hay sobre todo, lo que la mayor parte no sabe ver: las sombras desconocidas, los fondos de la vida. Por encima de la elegancia, la gracia; por encima de la gracia el modelado. Se dice que el modelado es dulce; pero es fuertemente dulce. Las palabras faltan» ...

* * *

Rodin fue así, viviendo en pasión, el escultor de la pasión humana; de la pasión fecunda, causa y origen de la eternidad de la vida; de la pasión que mueve la flor en la espera del polen de oro que le trae la brisa. Y que hace vibrar en suaves espasmos la sonrosada carne de la amante.

El instinto, fuerza divina, ley de continuidad de la especie, mordió su espíritu. Y al instinto sordo y apagado de la piedra le obligó a expresar el instinto fogoso y primero déla especie: el instinto del amor.

Intuyó la gran verdad de que hay una fuerza suprema, instinto, atracción, que une los astros en sus inmensos giros por el espacio y que acerca al macho y a la hembra en sus tristes marchas sobre la tierra.

Expresó muchas veces esa fuerza en el abrazo ancestral y frenético. Abrazo de perpetuación que nos hace uno a todos, y que iguala en su origen y en su fin la escala natural. Abrazo amplio que lleva un fuego rítmico y una línea decorativa. Abrazo que enciende a todos los seres e ilumina todos los perfiles. Abrazo que hace bellos a los hombres vigorosos y a las mujeres febricientes. Abrazo de todas las euritmias, primer jeroglífico de la pareja humana, primer signo de la Vida. Abrazo misterioso que tiene toda la hermética geometría del enlazamiento amoroso; curvas de ignorada ley unidas a las curvas; estrechamiento supremo de líneas con suavidades de danza y de líneas con angulosidades de lucha.

El hombre y la mujer palpitan en la materia inerte, bronce o mármol. A la mujer la interpretó mística, plena de éxtasis, ante el misterio del Amor. La expresó tierna, dulce en el arranque amoroso, suave en su mirar languidecente y húmedo; suave como la quería el poeta aquel que cantara por tres veces: ^De la douceur, de la douceur, de la douceur»... A veces la representó frenética, dominada por un gesto de pecadora antigua. A veces la representó vencida... Al hombre lo sintió triste, abrumado de una carga extraña, dolorido ante un dolor que no se sabe dónde se halla. Un mirar incierto de sorpresa ante la vida, nubla sus ojos. Y aunque Rodin hablara de su optimismo sereno, sus héroes son vagamente tristes, de una tristeza vaporosa y sutil que no tiene causa ni origen determinado. Sufren del «extraño malestar del alma ligada al cuerpo», como dijera Paul Gsell, aquélla tejida con mucho azul, éste amasado con mucho barro.

A pesar de haber expresado todo el vocabulario del amor, Rodin no descendió nunca, en su arte, a lo innoble o lo insano. La pasión pasa sobre los cuerpos como la caricia de un ala divina, como algo elevado y ritual. Es una liturgia amorosa, que necesita de la salud del cuerpo y del espíritu.

Las voluptuosidades, el sensualismo que recorre las venas frías del mármol, es el mismo que nos domina en una serena tarde estival, ante un ocaso de misterio lila. Lo extraño, lo desconocido, el secreto del más allá del amor y de la muerte, el velo ignoto de la Isis de Pasión que cubre sus mármoles, hace seria, profunda, reveladora su escultura.

De esta faz de Rodin, la más sincera y la más honda a nuestro juicio, está «Le Printemps», primavera de sangre, eclosión de vida que se trasmuta de un cuerpo a otro y de labio a labio.

«T´Veternelle idole», oficio de amor en el que la amante resignada y trémula como un ala caída, de-ia venir a sí, sobrecogido de pesadas dudas, al hombre que trae su miel para el primer vaso de amor y de amargura. Está «Sphynx», la lucha desesperada, abrazo imposible, para descubrir el fondo del sublime filtro de todos los éxtasis y de todas las agonías. La «Eva», cuerpo adorable de mujer, primera pecadora, arrojada del paraíso de inocencia, ardiendo en su pecho la flagelación del arcángel guardián, y sintiendo en sus carnes, tibias aún de las caricias del hombre, un nuevo deseo de pecar. La «Danaide», retorcido cuerpo de penitente mitológica, desflorado en una tarde 'oja de pasión y condenado a un eterno suplicio. «Le lys brisé», ilusión temprana, primera sonrisa amorosa, candor perfumado y pálido, que el soplo de la vida ha agotado cruelmente. «Les ne-reides», «Faune et nymphe», «La centauresse», son fases distintas de un amor sanguíneo y salvaje. Y al terminar del cuadro pasional, la estatua de la «Viei-lle Heaulmiére» es una triste visión del fin de las glorias y de los placeres humanos. Este es un cuerpo destruido, otrora cálido y lujurioso, donde posaron todas las pasiones y todos vicios; carroña del amor, carne que se vendía y se quemaba en su propio fuego de lascivia. ..

Y por último, su discutida «Mano de Dios», extraña expresión del Destino, expresado por una inmensa mano guiadora y sabia, justa y serena, llevando en su palma la pareja amorosa; instinto que cuida de sí mismo; Dios que palpita en cada célula y que vive en el polen y en el seno de la virgen; mano del Infinito, causa primera; el Todo que vela por la parte, y la parte que encierra y justifica el Todo.

Detengámosnos aquí en esta «Mano de Dios» que condensa el símbolo con que quiero terminar es te elogio. El escultor, insaciado de creaciones, copió su propia mano. Su mano, también mano de un Dios, porque pudo despertar del barro dormido, un cortejo inmortal de mujeres y hombres, quietos y mudos, que si no dan hijos en el dolor ni ganan sudorosos el pan de cada día, vivirán más que los otros seres, de barro perecedero, que pasan a su lado, empequeñecidos.

* * *

Ahora, a manera de envío y dirigiéndome al Ministro amigo de los artistas y animador de este pequeño Museo; y a la Comisión Directiva de la Sociedad Amigos del Arte, que me ha honrado con su invitación, voy a hablar unos instantes de algo que arranca mi viva, mi honda, mi sentida simpatía. Quiero glosar la presencia de Rodin en un pequeño Museo de pueblo. Quiero decir,—yo que amo los pueblos por haber vivido en uno de ellos, como el vuestro, mecido por las aguas dulces de un río—lo que tiene de nuevo y de trascendental esta llegada del arte, al foco sencillo y escondido de este recinto. Hasta ahora erais vosotros, los mansos pueblos, quienes dejabais huir,-^—así como huye el trigo dorado, o el blanco vellón—vuestros artistas, a la ciudad tenta-cular: Florencio Sánchez, Blanes Viale, Eduardo Saenz, Horacio Quiroga. Mas, ahora presiento que vendrán nuevos días. Y bajo la paz de vuestro cielo—que aun guarda sus lunas y sus estrellas—madurará un arte vuestro. Y lo cuidaréis con más amor que a vuestras cosechas y vuestros rebaños. Y lo penetraréis de vuestra blanda comprensión. Y sin herirlo con el desprecio o la intriga que dan las ciudades grandes, lo dejaréis que arranque el secreto de vuestros valles ondulados, de vuestros crepúsculos mojados de río, de vuestros árboles y animales en dulce consorcio, de vuestros hombres en la labor asoleada. Y que fije su emoción en piedra, tela, libro o partitura. Y que después de estar hecha enteramente de substancia vuestra, la entregue a la voracidad de la Metrópoli.

Y habréis dado entonces, además de los dones de la tierra, los inútiles y divinos dones del arte, que son los que un día venturoso pueden exaltar un pueblo a la inmortalidad.

Conferencia del Arquitecto Carlos A. Herrera Mac Clean

Mercedes, Soriano, 1938
Publicado, originalmente, en: Cuaderno de Amigos del Arte Nº 1

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/48985

 

Ver, además:

 

La lección de Rodin, por Eduardo Vernazza - Diario El Día (Montevideo) enero de 1962 c/videos

 

Rodin A 50 años de su muerte - por Eduardo Vernazza - Suplemento Huecograbado del diario "El Día" -

Montevideo noviembre de 1967 c/video

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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