La subjetividad individual en la formación de los valores |
En
este capítulo tratamos de analizar más detalladamente cómo asume el
hombre la regulación moral y, lo que es más importante aún, cómo se
produce el desarrollo moral individual, partiendo de la subjetividad
humana y su concreción en la estructura de la actividad. La
subjetividad humana, en su expresión teórico-conceptual, fundada en la
práctica social, incluye conocimiento, valoración e intercambio de
actividad; conducta y relaciones sociales (comunicación). Es un proceso
de producción, reproducción y creación humana que deviene condición
primaria en la realización del ser esencial del hombre y proyección al
deber-ser. Por eso, el problema de la subjetividad humana es tema central
en la filosofía marxista.
Tanto
Marx, en las “Tesis sobre Feuerbach”, cuando elige abordar la práctica
subjetivamente, como en “El Capital”, cuando le atribuye al fin humano
el status de ley de la conducta humana, y Lenin, en los “Cuadernos Filosóficos”,
al señalar que la “conciencia no sólo refleja el mundo, sino que lo
crea [...]”[1],
fundan una concepción nueva de la subjetividad humana[2].
En
esta dirección tiene razón R. Pupo, cuando cita a V. Mezhniev, quien
atribuye al marxismo el gran descubrimiento de [...] haber comprendido e
interpretado la subjetividad no sólo como condición de la actividad
cognoscitiva o espiritual de toda índole, sino también como condición
de la propia realidad (histórica), sujeto a registro y análisis [...]
Por lo mismo, en el marxismo la realidad está representada no en forma de
objeto naturalista, independiente del hombre y de la actividad humana,
dado en la forma de “contemplación”, sino como actividad sensorial
humana, práctica, es decir, “subjetivamente”.[3] La
subjetividad humana implica reproducción práctico-teórica de la
realidad. Pero reproducción no como imitación o copia del objeto, sino y
sobre todo, como creación de nuevos universos de la realidad. Es un
proceso, cuya estructura compleja incluye, además, experiencia acumulada
del sujeto inserto en la cultura y dirigido al objeto. Sujeto social,
portador de vivencias, imaginación creadora, sentimientos y razón. La
subjetividad humana, imprime integridad sintética a la experiencia práctica,
cognoscitiva y valorativa en relación con el entorno social en que el
hombre se desenvuelve y actúa. No es un acto inmediato, dado, es un
proceso encarnado en la cultura y en proyección constante hacia nuevas
creaciones. La
práctica social, como núcleo integrador y estructurado de la
subjetividad humana, media el devenir real de las necesidades, los
intereses y los fines, - incluidos los medios y condiciones de realización
efectiva hasta objetivarse en la cultura -, y sus códigos y formas simbólicas
en que tiene lugar la acumulación, transmisión y comunicación de los
resultados dimanantes del proceso.[4] Subjetividad
humana es presencia del hombre en el mundo, enraizada en la cultura. Es
actividad humana dirigida a fines y, al mismo tiempo, búsqueda de medios
y creación de condiciones para realizar su ser esencial. Es el ser
consciente, práctico, haciendo historia, superando el pasado, el presente
y proyectando el futuro como deber-ser a encarnar en la cultura. Es función
de la práctica, del trabajo humano, expresado en términos de conciencia
de lo que falta, de lo que está por hacer. Es en fin, fuente inagotable
de acción social, imaginación creadora en pos del progreso, en tránsito
ininterrumpido del reino de la necesidad al reino de la libertad.[5] Por
eso la subjetividad humana es, al mismo tiempo, independencia intelectual,
fuerza animadora de realización humana, deseo constante de subvertir el
presente, fuente catalizadora de energía creadora y apropiación esencial
de la realidad, en tanto, resultado de la acción práctica del sujeto, en
relación con el objeto, resulta abstracta y unilateral si se soslaya la
intersubjetividad como proceso, es decir, cuando se trata no ya de la
relación sujeto-objeto, sino de la relación sujeto-sujeto.
La
subjetividad humana, nucleada en la práctica y considerada en sus múltiples
dimensiones estructurales, es decir, como conocimiento, valoración y
comunicación; objetiva y tematiza resultados que insertos en la cultura
adquieren validez intersubjetiva, así como logra legitimación consensual
colectiva. El saber, los valores y otros resultados de dicho proceso,
encarnados en expresiones lingüísticas y otras determinaciones simbólicas,
adquieren independencia, autonomía ante la actividad del sujeto como
cultura acumulada, saber aprehendido, valores legitimados y asumidos por
la sociedad, en tanto comunidad intersubjetiva. No
es posible concebir la subjetividad humana en toda su complejidad
estructural y sus resultados, al margen de su validación práctica y su
legitimación. Las múltiples formas y modos en que se despliega y
objetiva el saber (cotidiano, científico, filosófico y otras formas
valorativas de la conciencia social) como reflejo objetivo de la realidad,
adquieren verdadera significación en los procesos intersubjetivos en la
comunidad social que imprime título de legitimidad, de lo contrario no
hay comunicación, ni cuajan como hecho cultural, los propios resultados
de la actividad humana.
El
fin supremo de toda la subjetividad humana, consciente o
inconscientemente, se dirige a la objetividad. Sin la objetividad
corroborada en la práctica, resulta estéril toda acción y productos
humanos. Esto se realiza en los procesos intersubjetivos, sociales, como
intercambio de actividad, conducta y relaciones sociales, tanto en sus
dimensiones psicológica como ideoteóricas. Por eso la objetividad
humana, en sus diversas definiciones, determinaciones y condicionantes, es
social en su esencia y está mediada por lo social, tanto en su proceso,
como en sus mismos resultados.[6] En
la subjetividad humana el momento psicosocial resulta insoslayable. Es un
componente esencial, tanto en el sujeto individual, como en el
sujeto-grupo y la sociedad en general. La Psicología Social, La
Conciencia Cotidiana, reflejada por las grandes masas resulta un factor
capital en la concreción de los ideales sociales. Es un eslabón
fundamental en el devenir idéntico de lo individual y lo social y en la
realización efectiva de los programas y proyectos de la sociedad. Crear
conciencia sobre la base de una cultura de los sentimientos y la razón
que exalta el bien, la verdad, la belleza, la justicia y la dignidad plena
del hombre, es llenar de contenido y sustanciar la subjetividad humana
sobre bases nuevas. En esta dirección centró su mayor esfuerzo la
tradición filosófico-humanista revolucionaria cubana, de la cual Martí
devino su síntesis, y su obra creadora en programa cultural, fundado
sobre nuevos pivotes, para la revelación de Nuestra América.[7] Su
concepción filosófica-general permea la comprensión de la subjetividad
humana y el hombre en especial. Esto resulta lógico, pues este es un
momento particular de la totalidad cosmovisiva con que piensa la realidad
y explica, además, por qué las categorías verdad, bien y belleza
expresan en Martí un todo indisoluble, así como otros conceptos que
derivan de dicha unidad orgánica. En
la comprensión de la subjetividad humana, al incluir la actividad práctica
como su núcleo central, Martí no niega el determinismo (regularidades y
leyes de la naturaleza), sobre cuya base actúa el hombre en
correspondencia con sus intereses y objetivos. Sin embargo, su concepción
deviene más profunda en la medida que no reduce la práctica al
experimento, ni a su carácter pragmático-utilitarista, sino como acción
transformadora, “trabajo de ajuste”; asume que son combates entre la
naturaleza y el hombre “[...] las influencias extrahumanas, los motivos
generales de agencia humana [...]”.[8]
Es decir, la interacción recíproca sujeto-objeto, presente en todo
“acto histórico” concreto. No
sucede lo que en Hegel, donde el sujeto-sustancia es todo, el
devenir como tal, y la naturaleza su ser otro. En Martí,
independientemente de las posibles influencias -espiritualistas,
trascendentalistas, entre otras, propias de todo idealismo objetivo-, su
discurso trasciende y transita por universos concretos en su peregrinaje
agónico. Esto determina una búsqueda constante del hombre real, haciendo
historia, política, cultura. Con
ello, la concepción de la espiritualidad, de la subjetividad humana
refiere siempre a actos históricos concretos, cuyos portadores (sujeto
individual, grupos, pueblo, sociedad) devienen agentes terrenales históricos.
Subjetividad humana que en su intelectualización presupone sentimiento y
razón, imaginación y creación. Cualidades y atributos del hombre que
privilegia y exalta. Esta
concepción filosófica-general permea la comprensión de la subjetividad
humana, y el hombre en especial. Esto resulta lógico, pues es un momento
particular de la totalidad cosmovisiva con que se piensa la realidad. Al
mismo tiempo explica por qué las categorías verdad, bien y belleza
expresan un todo indisoluble, y otros conceptos que derivan de dicha
unidad orgánica. Por eso el objeto de la vida, en José Martí, es la
satisfacción del anhelo de perfecta hermosura; “(…) porque como la
virtud hace hermoso los lugares en que obra, así los lugares hermosos
obran sobre la virtud (…), son una verdad, que es la hermosura en los
afectos; y la mera belleza que es la hermosura en el arte”.[9]
En
la subjetividad humana se despliega todo un sistema de conceptos
inherentes a la conducta, tales como: amor, decoro, valor, sentido del
deber y de la justicia, igualdad, libertad, honor, bondad y virtud, entre
otros. Estos atributos cualificadores se refieren a múltiples facetas del
obrar del hombre, pero con el problema central alrededor del cual se
despliegan estructuras con status categoriales en calidad de principios.
Es momento de exaltar valores constructivos, de realizar sueños,
materializar utopías y marchar juntos en pos del ideal supremo, pues el
sentido ético penetra todo el pensamiento y la acción, y al llenarse de
contenido nuevo se hace más concreto. “En
la intelección martiana de la subjetividad humana, el sentido ético
deviene hilo conductor que atraviesa y media todo su contenido, su
humanismo y busca y encuentra al hombre, no a partir de sus cualidades
negativas y defectos, sino penetrando en el ser esencial humano para
develar y cultivar todos los atributos cualificadores de la bondad humana
en función del amor, la libertad, la justicia y la felicidad, en la
conducta y las relaciones humanas. Sentido ético que en Martí comporta
sentimiento y razón. Es el bien, en primera instancia, como realización
verdadera de lo humano del hombre y mediación primaria de la
intersubjetividad, en tanto proceso social, intercambio y trato humano”.[10] En
la cosmovisión martiana de la subjetividad, el sentido ético está
vinculado estrechamente con el sentimiento de futuridad, su orientación a
lo por venir, al deber-ser, en tanto, perspectiva y camino que busca y
cree en la perfección humana, se funda en la confianza, en la bondad del
hombre y en la necesidad de despertar sus potencialidades latentes en la
sociedad. El
carácter cultural, fundador y proyectador de su pensamiento y acción, se
basa, en gran medida, en su sentido ético.[11]
Hay una intensión constante de aprehensión e identificación de la
conducta humana, incluyendo ideales y paradigmas que orienten la
convivencia social y regulen la actividad humana en sus múltiples
dimensiones. Esto determina que en su pensamiento y acción se imbriquen
indisolublemente la política, la estética, la economía y el derecho,
con la ética. Pero una ética que si bien se proyecta al futuro, está
enraizada en la realidad, emerge de las relaciones sociales y tiene carácter
normativo. Ante el egoísmo, el interés, o la gloria personal, Martí
opone el sentido del deber, la virtud y la dignidad en toda su plenitud y
comportamiento. El
deber, como componente de la subjetividad humana, cumple una función
normativa y en su comprensión, como en la de los múltiples elementos que
la integran, debe haber una intención social que dimensione y le imprima
eficacia a la acción humana. Este valor moral no debe reducirse, como en
Kant, a la máxima que lo determina sino al fin que cumple en sí mismo,
ya que el momento subjetivo individual está integrado al tejido social, y
sólo en él se realiza. Al mismo tiempo que lo social encuentra concreción
y despliegue en lo individual. El
concepto de dignidad humana adquiere un nivel de síntesis tal, de los
atributos cualificadores de la subjetividad humana, que constituye núcleo
estructurador de la identidad, de la bondad, la libertad, el carácter;
asegurando su propia existencia y, al mismo tiempo, su expresión
concreta. También presupone y hace posible la realización del decoro, el
respeto, el honor, la justicia, la felicidad, la honestidad, la igualdad;
en fin, “[…] el ejercicio íntegro de sí […]
el ejercicio íntegro de los demás […] es dignificar la condición
humana”.[12]
Por eso en la cosmovisión martiana de la subjetividad humana, la dignidad
deviene categoría central, en torno a la cual interactúan las restantes
categorías operativas con que piensa el hombre y la realidad en que se
proyecta y realiza. Al margen del sentido de la dignidad humana resultan
ficticias y estériles el bien, la belleza, la verdad. El amor, que tanta
fuerza telúrica le atribuye Martí, también resulta quimérico, cuando
no se funda en la dignidad, porque no hay obra humana fecunda, ni
verdadera cultura nacional fuera de actitudes y conductas dignas. La
concepción martiana de la dignidad humana sigue la tradición ético-filosófica
cubana que viene del racionalismo clásico, pero revela esencias y
comportamientos en condiciones concretas y reales. En Kant, el principio
de la dignidad humana, constituye la segunda fórmula del imperativo categórico,
según la cual se debe obrar de tal modo que el trato humano se funda con
un fin y nunca sólo como un medio (Grundlegung zur met, der sitten II),
es decir, refiere a que todo hombre o ser racional, en tanto fin en sí
mismo, no posee un valor relativo, sino intrínseco, superior a todo
precio. Esto determina su autonomía legislativa; concepción que continúa
F. Schiller, en su obra “De la gracia y la dignidad (1793)”, para
quien la libertad del espíritu en el fenómeno se llama dignidad.[13] La
dignidad en su expresión conceptual es base y fundamento del devenir
humano. En la subjetividad humana es esencia, cuyos comportamientos fenoménicos
se despliegan en la conducta práctica. Por eso, es integridad en sí y
para sí, en su dimensión humana que norma la conducta y la convivencia
social, en un grado tal de racionalidad humana que encarna su ser
esencial, su identidad como tal. La
subjetividad humana, en su expresión teórico-metodológica y práctica
resulta un problema complejo. Su complejidad dimana de las propias
relaciones sociales que se les engendran y en las cuales ella se inserta y
cualifica. Su aprehensión como totalidad orgánica, en todas sus
mediaciones, determinaciones y condicionamientos no constituye una empresa
fácil. Revelar su esencia implica penetrar en la estructura de la
actividad humana, que integra momentos de naturaleza gnoseológico-cognoscitiva,
axiológico-valorativa, práctico-transformadora y la comunicación
comprensiva como intercambio de actividad, conducta y relaciones sociales.
Al mismo tiempo, la develación de los mecanismos socioculturales de la
subjetividad, tanto en su génesis como en su desarrollo, resulta vital,
pues constituyen una premisa insoslayable como vía de acceso. Es
necesaria la acción práctica que subvierta la realidad en
correspondencia con los objetivos propuestos, para develar esencias en la
medida en que se penetre en los fundamentos de la subjetividad humana:
necesidad-interés-fines-medios y condiciones generales de realización.
Necesidades que se convierten en fundamento de la acción humana, en
tanto, su satisfacción implica actividad, práctica, trabajo. Al mismo
tiempo, de las necesidades se derivan los intereses del hombre, y con
ello, la proyección de lo que se quiere, a través del fin. Los fines
proyectan idealmente las necesidades e intereses que realiza, con ayuda de
determinados medios y en dependencia de condiciones y situaciones específicas.
Bibliografía Abbagnano,
N. (1972): Diccionario de filosofía, Instituto Cubano del Libro, La
Habana, pp. 324-325. Lenin,
V.I. (1964): Cuadernos Filosóficos, Instituto Cubano del Libro, La
Habana. Martí,
J. (1963): “Juicios de filosofía”. En: Obras Completas, t. 19, pp.
359 – 368. Martí,
J. (1963): “Discurso en el Liceo Cubano, Tampa, 26 de noviembre de
1891”. En: Op. cit., (24) t. 4, p.
270. Marx,
Carlos (1974): “Tesis sobre Feuerbach”. En: Obras Escogidas de
Carlos Marx y Federico Engels, T. I, Editorial Progreso, Moscú. -------
y Engels, F. (1979): La Ideología Alemana. Editora Política, La Habana. Mezhniev,
V.I. (1980): La cultura y la historia. Editorial
Progreso, Moscú, P.97; citado por R. Pupo (2004)
en:
Identidad y Subjetividad Humana en José Martí. Editado
por la Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco,
México. Pupo
Pupo, Rigoberto (2004):
Identidad y Subjetividad Humana en José Martí. Editado
por la Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco,
México. Pupo,
R. (1991): “La comunicación como intercambio de actividad”. En:
Revista cubana de Ciencias Sociales (26), pp. 58-70. La Habana.
Notas:
[1]
Lenin, V.I.
(1964): Cuadernos Filosóficos, Instituto Cubano del Libro, La Habana. [2] Ver de Pupo, R. (2004): Identidad y Subjetividad Humana en José Martí. Editado por la Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco, México, p. 151. [3] Mezhniev, V.I. (1980): La cultura y la historia. Editorial Progreso, Moscú, P.97; citado por R. Pupo en Ibídem. [4] En relación al aspecto
citado, véase de Pupo, R. (1991): “La comunicación como
intercambio de actividad”. Revista cubana de Ciencias Sociales (26), pp. 58-70. La Habana. [5] Op. Cit., (4) P. 152. [6] Este proceso contradictorio y complejo de la actividad humana, encuentra racionalidad y sólidos fundamentos, en cuanto a comprensión, en la concepción materialista de la historia; en especial en las “Tesis sobre Feuerbach” y en la “Ideología Alemana”, de Carlos Marx y Federico Engels. [7]
Op. cit., (4) pp. 154-155. [8] Martí, J. (1963): “Juicios de filosofía”. En: Obras Completas t. 19, pp. 359 – 368. [9]
Martí, J. (1964):
“Emerson”. En: Obras Completas t.
13. p. 25. [10] Pupo Pupo, Rigoberto. Identidad y Subjetividad Humana en José Martí. Editado por la Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco, México, 2004. P.164. [11] Sobre la especificidad de la eticidad martiana incluidas sus raíces e influencias, se ha hablado y escrito mucho. En ella incide grandemente la tradición ético-filosófica cubana, su formación cristiana, la tradición neoplatónica que toma fuerza en la mística española, el misticismo indostánico, etc. Hay influencia, pero no adhesión, pues en su pupila crítica lo otro se integra a su propio molde, en un proceso de asunción, negación y creación. [12] Martí, J. (1963): “Discurso en el Liceo Cubano, Tampa, 26 de noviembre de 1891”. En: Obras Completas t. 4, p. 270. [13] Sobre estos autores y las concepciones contemporáneas de dicho concepto, puede verse de Abbagnano, N. (1972): Diccionario de filosofía, Instituto Cubano del Libro, La Habana, pp. 324-325. |
Jorge Valmaseda Valmaseda
De “Revelación Axiológica y Formación Humana”
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