La subjetividad individual en la formación de los valores 
De “Revelación Axiológica y Formación Humana” 
Autor: Dr. Jorge Valmaseda Valmaseda
Profesor Titular de la Universidad de La Habana, Cuba.

En este capítulo tratamos de analizar más detalladamente cómo asume el hombre la regulación moral y, lo que es más importante aún, cómo se produce el desarrollo moral individual, partiendo de la subjetividad humana y su concreción en la estructura de la actividad.

 

La subjetividad humana, en su expresión teórico-conceptual, fundada en la práctica social, incluye conocimiento, valoración e intercambio de actividad; conducta y relaciones sociales (comunicación). Es un proceso de producción, reproducción y creación humana que deviene condición primaria en la realización del ser esencial del hombre y proyección al deber-ser. Por eso, el problema de la subjetividad humana es tema central en la filosofía marxista.

 

Tanto Marx, en las “Tesis sobre Feuerbach”, cuando elige abordar la práctica subjetivamente, como en “El Capital”, cuando le atribuye al fin humano el status de ley de la conducta humana, y Lenin, en los “Cuadernos Filosóficos”, al señalar que la “conciencia no sólo refleja el mundo, sino que lo crea [...]”[1], fundan una concepción nueva de la subjetividad humana[2].

                       

En esta dirección tiene razón R. Pupo, cuando cita a V. Mezhniev, quien atribuye al marxismo el gran descubrimiento de [...] haber comprendido e interpretado la subjetividad no sólo como condición de la actividad cognoscitiva o espiritual de toda índole, sino también como condición de la propia realidad (histórica), sujeto a registro y análisis [...] Por lo mismo, en el marxismo la realidad está representada no en forma de objeto naturalista, independiente del hombre y de la actividad humana, dado en la forma de “contemplación”, sino como actividad sensorial humana, práctica, es decir, “subjetivamente”.[3]

 

La subjetividad humana implica reproducción práctico-teórica de la realidad. Pero reproducción no como imitación o copia del objeto, sino y sobre todo, como creación de nuevos universos de la realidad. Es un proceso, cuya estructura compleja incluye, además, experiencia acumulada del sujeto inserto en la cultura y dirigido al objeto. Sujeto social, portador de vivencias, imaginación creadora, sentimientos y razón. La subjetividad humana, imprime integridad sintética a la experiencia práctica, cognoscitiva y valorativa en relación con el entorno social en que el hombre se desenvuelve y actúa. No es un acto inmediato, dado, es un proceso encarnado en la cultura y en proyección constante hacia nuevas creaciones.  

 

La práctica social, como núcleo integrador y estructurado de la subjetividad humana, media el devenir real de las necesidades, los intereses y los fines, - incluidos los medios y condiciones de realización efectiva hasta objetivarse en la cultura -, y sus códigos y formas simbólicas en que tiene lugar la acumulación, transmisión y comunicación de los resultados dimanantes del proceso.[4]

 

Subjetividad humana es presencia del hombre en el mundo, enraizada en la cultura. Es actividad humana dirigida a fines y, al mismo tiempo, búsqueda de medios y creación de condiciones para realizar su ser esencial. Es el ser consciente, práctico, haciendo historia, superando el pasado, el presente y proyectando el futuro como deber-ser a encarnar en la cultura. Es función de la práctica, del trabajo humano, expresado en términos de conciencia de lo que falta, de lo que está por hacer. Es en fin, fuente inagotable de acción social, imaginación creadora en pos del progreso, en tránsito ininterrumpido del reino de la necesidad al reino de la libertad.[5]

 

 Por eso la subjetividad humana es, al mismo tiempo, independencia intelectual, fuerza animadora de realización humana, deseo constante de subvertir el presente, fuente catalizadora de energía creadora y apropiación esencial de la realidad, en tanto, resultado de la acción práctica del sujeto, en relación con el objeto, resulta abstracta y unilateral si se soslaya la intersubjetividad como proceso, es decir, cuando se trata no ya de la relación sujeto-objeto, sino de la relación sujeto-sujeto.  

 

La subjetividad humana, nucleada en la práctica y considerada en sus múltiples dimensiones estructurales, es decir, como conocimiento, valoración y comunicación; objetiva y tematiza resultados que insertos en la cultura adquieren validez intersubjetiva, así como logra legitimación consensual colectiva. El saber, los valores y otros resultados de dicho proceso, encarnados en expresiones lingüísticas y otras determinaciones simbólicas, adquieren independencia, autonomía ante la actividad del sujeto como cultura acumulada, saber aprehendido, valores legitimados y asumidos por la sociedad, en tanto comunidad intersubjetiva.

 

No es posible concebir la subjetividad humana en toda su complejidad estructural y sus resultados, al margen de su validación práctica y su legitimación. Las múltiples formas y modos en que se despliega y objetiva el saber (cotidiano, científico, filosófico y otras formas valorativas de la conciencia social) como reflejo objetivo de la realidad, adquieren verdadera significación en los procesos intersubjetivos en la comunidad social que imprime título de legitimidad, de lo contrario no hay comunicación, ni cuajan como hecho cultural, los propios resultados de la actividad humana.       

 

El fin supremo de toda la subjetividad humana, consciente o inconscientemente, se dirige a la objetividad. Sin la objetividad corroborada en la práctica, resulta estéril toda acción y productos humanos. Esto se realiza en los procesos intersubjetivos, sociales, como intercambio de actividad, conducta y relaciones sociales, tanto en sus dimensiones psicológica como ideoteóricas. Por eso la objetividad humana, en sus diversas definiciones, determinaciones y condicionantes, es social en su esencia y está mediada por lo social, tanto en su proceso, como en sus mismos resultados.[6]

 

En la subjetividad humana el momento psicosocial resulta insoslayable. Es un componente esencial, tanto en el sujeto individual, como en el sujeto-grupo y la sociedad en general. La Psicología Social, La Conciencia Cotidiana, reflejada por las grandes masas resulta un factor capital en la concreción de los ideales sociales. Es un eslabón fundamental en el devenir idéntico de lo individual y lo social y en la realización efectiva de los programas y proyectos de la sociedad.

 

Crear conciencia sobre la base de una cultura de los sentimientos y la razón que exalta el bien, la verdad, la belleza, la justicia y la dignidad plena del hombre, es llenar de contenido y sustanciar la subjetividad humana sobre bases nuevas. En esta dirección centró su mayor esfuerzo la tradición filosófico-humanista revolucionaria cubana, de la cual Martí devino su síntesis, y su obra creadora en programa cultural, fundado sobre nuevos pivotes, para la revelación de Nuestra América.[7]

 

Su concepción filosófica-general permea la comprensión de la subjetividad humana y el hombre en especial. Esto resulta lógico, pues este es un momento particular de la totalidad cosmovisiva con que piensa la realidad y explica, además, por qué las categorías verdad, bien y belleza expresan en Martí un todo indisoluble, así como otros conceptos que derivan de dicha unidad orgánica.

 

En la comprensión de la subjetividad humana, al incluir la actividad práctica como su núcleo central, Martí no niega el determinismo (regularidades y leyes de la naturaleza), sobre cuya base actúa el hombre en correspondencia con sus intereses y objetivos. Sin embargo, su concepción deviene más profunda en la medida que no reduce la práctica al experimento, ni a su carácter pragmático-utilitarista, sino como acción transformadora, “trabajo de ajuste”; asume que son combates entre la naturaleza y el hombre “[...] las influencias extrahumanas, los motivos generales de agencia humana [...]”.[8] Es decir, la interacción recíproca sujeto-objeto, presente en todo “acto histórico” concreto.

 

No sucede lo que en Hegel, donde el sujeto-sustancia es todo, el devenir como tal, y la naturaleza su ser otro. En Martí, independientemente de las posibles influencias -espiritualistas, trascendentalistas, entre otras, propias de todo idealismo objetivo-, su discurso trasciende y transita por universos concretos en su peregrinaje agónico. Esto determina una búsqueda constante del hombre real, haciendo historia, política, cultura.

 

Con ello, la concepción de la espiritualidad, de la subjetividad humana refiere siempre a actos históricos concretos, cuyos portadores (sujeto individual, grupos, pueblo, sociedad) devienen agentes terrenales históricos. Subjetividad humana que en su intelectualización presupone sentimiento y razón, imaginación y creación. Cualidades y atributos del hombre que privilegia y exalta.   

 

Esta concepción filosófica-general permea la comprensión de la subjetividad humana, y el hombre en especial. Esto resulta lógico, pues es un momento particular de la totalidad cosmovisiva con que se piensa la realidad. Al mismo tiempo explica por qué las categorías verdad, bien y belleza expresan un todo indisoluble, y otros conceptos que derivan de dicha unidad orgánica. Por eso el objeto de la vida, en José Martí, es la satisfacción del anhelo de perfecta hermosura; “(…) porque como la virtud hace hermoso los lugares en que obra, así los lugares hermosos obran sobre la virtud (…), son una verdad, que es la hermosura en los afectos; y la mera belleza que es la hermosura en el arte”.[9]

 

En la subjetividad humana se despliega todo un sistema de conceptos inherentes a la conducta, tales como: amor, decoro, valor, sentido del deber y de la justicia, igualdad, libertad, honor, bondad y virtud, entre otros. Estos atributos cualificadores se refieren a múltiples facetas del obrar del hombre, pero con el problema central alrededor del cual se despliegan estructuras con status categoriales en calidad de principios. Es momento de exaltar valores constructivos, de realizar sueños, materializar utopías y marchar juntos en pos del ideal supremo, pues el sentido ético penetra todo el pensamiento y la acción, y al llenarse de contenido nuevo se hace más concreto.

 

“En la intelección martiana de la subjetividad humana, el sentido ético deviene hilo conductor que atraviesa y media todo su contenido, su humanismo y busca y encuentra al hombre, no a partir de sus cualidades negativas y defectos, sino penetrando en el ser esencial humano para develar y cultivar todos los atributos cualificadores de la bondad humana en función del amor, la libertad, la justicia y la felicidad, en la conducta y las relaciones humanas. Sentido ético que en Martí comporta sentimiento y razón. Es el bien, en primera instancia, como realización verdadera de lo humano del hombre y mediación primaria de la intersubjetividad, en tanto proceso social, intercambio y trato humano”.[10]

 

En la cosmovisión martiana de la subjetividad, el sentido ético está vinculado estrechamente con el sentimiento de futuridad, su orientación a lo por venir, al deber-ser, en tanto, perspectiva y camino que busca y cree en la perfección humana, se funda en la confianza, en la bondad del hombre y en la necesidad de despertar sus potencialidades latentes en la sociedad.

 

El carácter cultural, fundador y proyectador de su pensamiento y acción, se basa, en gran medida, en su sentido ético.[11] Hay una intensión constante de aprehensión e identificación de la conducta humana, incluyendo ideales y paradigmas que orienten la convivencia social y regulen la actividad humana en sus múltiples dimensiones. Esto determina que en su pensamiento y acción se imbriquen indisolublemente la política, la estética, la economía y el derecho, con la ética. Pero una ética que si bien se proyecta al futuro, está enraizada en la realidad, emerge de las relaciones sociales y tiene carácter normativo. Ante el egoísmo, el interés, o la gloria personal, Martí opone el sentido del deber, la virtud y la dignidad en toda su plenitud y comportamiento.

 

El deber, como componente de la subjetividad humana, cumple una función normativa y en su comprensión, como en la de los múltiples elementos que la integran, debe haber una intención social que dimensione y le imprima eficacia a la acción humana. Este valor moral no debe reducirse, como en Kant, a la máxima que lo determina sino al fin que cumple en sí mismo, ya que el momento subjetivo individual está integrado al tejido social, y sólo en él se realiza. Al mismo tiempo que lo social encuentra concreción y despliegue en lo individual.

 

El concepto de dignidad humana adquiere un nivel de síntesis tal, de los atributos cualificadores de la subjetividad humana, que constituye núcleo estructurador de la identidad, de la bondad, la libertad, el carácter; asegurando su propia existencia y, al mismo tiempo, su expresión concreta. También presupone y hace posible la realización del decoro, el respeto, el honor, la justicia, la felicidad, la honestidad, la igualdad; en fin, “[…] el ejercicio íntegro de sí […]  el ejercicio íntegro de los demás […] es dignificar la condición humana”.[12] Por eso en la cosmovisión martiana de la subjetividad humana, la dignidad deviene categoría central, en torno a la cual interactúan las restantes categorías operativas con que piensa el hombre y la realidad en que se proyecta y realiza. Al margen del sentido de la dignidad humana resultan ficticias y estériles el bien, la belleza, la verdad. El amor, que tanta fuerza telúrica le atribuye Martí, también resulta quimérico, cuando no se funda en la dignidad, porque no hay obra humana fecunda, ni verdadera cultura nacional fuera de actitudes y conductas dignas.

 

La concepción martiana de la dignidad humana sigue la tradición ético-filosófica cubana que viene del racionalismo clásico, pero revela esencias y comportamientos en condiciones concretas y reales. En Kant, el principio de la dignidad humana, constituye la segunda fórmula del imperativo categórico, según la cual se debe obrar de tal modo que el trato humano se funda con un fin y nunca sólo como un medio (Grundlegung zur met, der sitten II), es decir, refiere a que todo hombre o ser racional, en tanto fin en sí mismo, no posee un valor relativo, sino intrínseco, superior a todo precio. Esto determina su autonomía legislativa; concepción que continúa F. Schiller, en su obra “De la gracia y la dignidad (1793)”, para quien la libertad del espíritu en el fenómeno se llama dignidad.[13]

 

La dignidad en su expresión conceptual es base y fundamento del devenir humano. En la subjetividad humana es esencia, cuyos comportamientos fenoménicos se despliegan en la conducta práctica. Por eso, es integridad en sí y para sí, en su dimensión humana que norma la conducta y la convivencia social, en un grado tal de racionalidad humana que encarna su ser esencial, su identidad como tal.

 

La subjetividad humana, en su expresión teórico-metodológica y práctica resulta un problema complejo. Su complejidad dimana de las propias relaciones sociales que se les engendran y en las cuales ella se inserta y cualifica. Su aprehensión como totalidad orgánica, en todas sus mediaciones, determinaciones y condicionamientos no constituye una empresa fácil. Revelar su esencia implica penetrar en la estructura de la actividad humana, que integra momentos de naturaleza gnoseológico-cognoscitiva, axiológico-valorativa, práctico-transformadora y la comunicación comprensiva como intercambio de actividad, conducta y relaciones sociales. Al mismo tiempo, la develación de los mecanismos socioculturales de la subjetividad, tanto en su génesis como en su desarrollo, resulta vital, pues constituyen una premisa insoslayable como vía de acceso.

 

Es necesaria la acción práctica que subvierta la realidad en correspondencia con los objetivos propuestos, para develar esencias en la medida en que se penetre en los fundamentos de la subjetividad humana: necesidad-interés-fines-medios y condiciones generales de realización. Necesidades que se convierten en fundamento de la acción humana, en tanto, su satisfacción implica actividad, práctica, trabajo. Al mismo tiempo, de las necesidades se derivan los intereses del hombre, y con ello, la proyección de lo que se quiere, a través del fin. Los fines proyectan idealmente las necesidades e intereses que realiza, con ayuda de determinados medios y en dependencia de condiciones y situaciones específicas.  

 

Bibliografía  

Abbagnano, N. (1972): Diccionario de filosofía, Instituto Cubano del Libro, La Habana, pp. 324-325.

Lenin, V.I. (1964): Cuadernos Filosóficos, Instituto Cubano del Libro, La Habana.

Martí, J. (1963): “Juicios de filosofía”. En: Obras Completas, t. 19, pp. 359 – 368.

Martí, J. (1963): “Discurso en el Liceo Cubano, Tampa, 26 de noviembre de 1891”. En: Op. cit., (24) t. 4,  p. 270.

Marx, Carlos (1974): “Tesis sobre Feuerbach”. En: Obras Escogidas de Carlos Marx y Federico Engels, T. I, Editorial Progreso, Moscú.

------- y Engels, F. (1979): La Ideología Alemana. Editora Política, La Habana.

Mezhniev, V.I. (1980): La cultura y la historia. Editorial  Progreso, Moscú, P.97; citado por R. Pupo (2004) en: Identidad y Subjetividad Humana en José Martí. Editado por la Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco,  México.

Pupo Pupo, Rigoberto (2004): Identidad y Subjetividad Humana en José Martí. Editado por la Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco,  México.

Pupo, R. (1991): “La comunicación como intercambio de actividad”. En: Revista cubana de Ciencias Sociales (26), pp. 58-70. La Habana.

 

Notas:

 

[1] Lenin, V.I. (1964): Cuadernos Filosóficos, Instituto Cubano del Libro, La Habana.

[2]  Ver de Pupo, R. (2004): Identidad y Subjetividad Humana en José Martí. Editado por la Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco,  México, p. 151.

[3] Mezhniev, V.I. (1980): La cultura y la historia. Editorial  Progreso, Moscú, P.97; citado por R. Pupo en Ibídem.

[4] En relación al aspecto citado, véase de Pupo, R. (1991): “La comunicación como intercambio de actividad”.

Revista cubana de Ciencias Sociales (26), pp. 58-70. La Habana.

[5] Op. Cit., (4) P. 152.

[6] Este proceso contradictorio y complejo de la actividad humana, encuentra racionalidad y sólidos fundamentos, en cuanto a comprensión, en la concepción materialista de la historia; en especial en las “Tesis sobre Feuerbach”  y en la “Ideología Alemana”, de Carlos Marx y Federico Engels.

[7] Op. cit., (4) pp. 154-155.

[8] Martí, J. (1963): “Juicios de filosofía”. En: Obras Completas t. 19, pp. 359 – 368.

[9] Martí, J. (1964): “Emerson”. En: Obras Completas t. 13. p. 25.

[10] Pupo Pupo, Rigoberto. Identidad y Subjetividad Humana en José Martí. Editado por la Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco,  México, 2004. P.164. 

[11] Sobre la especificidad de la eticidad martiana incluidas sus raíces e influencias, se ha hablado y escrito mucho. En ella incide grandemente la tradición ético-filosófica cubana, su formación cristiana, la tradición neoplatónica que toma fuerza en la mística española, el misticismo indostánico, etc. Hay influencia, pero no adhesión, pues en su pupila crítica lo otro se integra a su propio molde, en un proceso de asunción, negación y creación.

[12] Martí, J. (1963): “Discurso en el Liceo Cubano, Tampa, 26 de noviembre de 1891”. En: Obras Completas

t. 4,  p. 270.    

[13] Sobre estos autores y las concepciones contemporáneas de dicho concepto, puede verse de Abbagnano, N. (1972): Diccionario de filosofía, Instituto Cubano del Libro, La Habana, pp. 324-325.

Jorge Valmaseda Valmaseda

De “Revelación Axiológica y Formación Humana”

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