Especificidad del concepto subjetividad individual 
De “Revelación Axiológica y Formación Humana” 
Autor: Dr. Jorge Valmaseda Valmaseda
Profesor Titular de la Universidad de La Habana, Cuba.

Al abordar este artículo, no podemos sustraernos del análisis transdisciplinar que exigen los nuevos paradigmas para abordar la realidad social no como la pensemos, sino tal y como es. Es hora ya de romper con los cánones esencialistas y excluyentes heredados del paradigma que nos impuso la Modernidad. Hay que dejar atrás la simplicidad y el gnoseologismo puro por ineficaces y abstractos. La complejidad de la realidad en sus varias mediaciones nos obliga a reformar el pensamiento y las mentalidades, para abrir nuevos cauces a la subjetividad humana, sin subjetivismos enajenantes.[1] Por consiguiente, tenemos que abocarnos a un análisis holístico, cultural y complejo, característico de los saberes emergentes que exigen un pensamiento crítico.

 

La subjetividad humana no es excluyente en la asimilación de la realidad. Conocimiento, valor, praxis y comunicación son sus atributos cualificadores por antonomasia. Entonces, ¿por qué separarlos? Ciertamente, existe filosofía poética y poesía filosófica. Pero por ello no dejan de ser filosofía ni poesía. Sencillamente son modos distintos de aprehender la realidad en relación con el hombre.  Modos que se complementan, amplían y completan para asumir la realidad con más profundidad y concreción.[2] Del mismo modo en lo sucesivo se acude, frecuentemente, a los enfoques psicológicos y sociológicos para hacer mejor entendible la caracterización de este concepto no solamente en el plano filosófico, sino también en el educativo y formativo.

 

Todo hombre posee una vida social y toda sociedad tiene un sistema de valores que las personas incorporan de una manera u otra, sin embargo, cabe preguntarse: ¿Dónde radica la especificidad de la subjetividad individual en la formación de este sistema de valores que se revela consustancialmente a cada acto de conducta o situación particular? Cuando hablamos de subjetividad individual estamos haciendo referencia al sistema de sentidos psicológicos que la integran, que resultan de la imbricación de informaciones relevantes para el sujeto cognitivamente, pero que a la vez generan afectos emocionales que hacen que dichos contenidos posean un significado personal, es decir, un sentido psicológico para el sujeto y que se expresen de modo integrado.

 

La personalidad como categoría psicológica nos permite dar cuenta de esta especificidad de la subjetividad individual y en tal caso nos estamos refiriendo a la configuración de sentidos psicológicos que posibilitan la expresión más compleja en la regulación psicológica del comportamiento humano. La misma es relativamente estable, a la vez que dinámica y contradictoria a su interior. Su expresión individual es única e irrepetible y se origina y desarrolla en un incesante proceso de interacción  del sujeto  con su entorno en condiciones socio culturales e históricas específicas. Así, cuando hablamos de la subjetividad individual del valor, estamos hablando de la  integración a la personalidad del sujeto, de cierto contenido valorado socialmente. Un contenido que se convierte en sentido personal y actúa en el sistema personolólgico de regulación comportamental en forma de auténticas configuraciones motivacionales.

 

La concepción del mundo, cuyo núcleo teórico es el saber filosófico, constituye la estructura personológica en la cual se integra subjetivamente el valor, entendida ésta como una configuración motivacional de elevada integración y complejidad, capaz de permear las restantes configuraciones motivacionales (ideales, auto-valoración, intenciones, etc.). La cosmovisión no solamente es conocimiento, sino también una posición interna del hombre y, al mismo tiempo, una actitud o valor. Es precisamente por eso que los conocimientos asimilados desempeñan dos funciones: Una de reflejo, la otra de actitud o valor. La primera función ofrece la imagen del mundo que lo representa; la segunda, indica a su vez, cuál es la actitud interna, esto es, subjetiva del hombre frente al mundo y a los procesos que se desarrollan en él.

 

Esta realidad interior, previa a cada acto cotidiano, llámese meritorio o insignificante, es lo que construye la subjetividad del valor desde el ángulo individual. Se trata, por tanto, de un sustrato, vale decir, de un sistema de nociones sobre el bien y el mal y otros contenidos morales y sociales que se han venido formando desde los primeros años de la infancia, de la educación recibida en la familia y la que recibimos de nuestros profesores y que nos predispone a pensar, sentir actuar y comportarnos de forma previsible, coherente y estable, así como comprender y estimar a los demás. Por eso dan sentido a nuestra vida y facilitan la relación madura y equilibrada con el entorno, con las personas, acontecimientos y cosas, proporcionándonos un poderoso sentimiento de armonía personal.

 

Téngase en cuenta que detrás de cada decisión del hombre, de cada una de sus conductas, se halla presente, en el interior de cada persona, la convicción de que algo importa o no importa, vale o no vale. Este elemental discernimiento se convierte en algo de vital importancia para los tiempos que corren. Sin embargo, la carencia de un sistema de valores bien definido, sentido y aceptado, instalará al sujeto en la indefinición y en el vacío existencial, dejándole a merced de criterios y pautas ajenos. Por otra parte, en la medida que determinados valores brindan resultados y efectos satisfactorios se van afianzando en un individuo, y por el contrario serían rechazados cuando al seguirlos se deriven consecuencias negativas, o sin valor ni significación para él mismo. Por eso, al hombre hay que entenderlo como un ente en desarrollo vivo, en acción, en su totalidad y en los contextos concretos de lugar y tiempo. Sólo así se podrán entender sus valores individuales y de otra índole.

 

Los valores no pueden oponerse a la realidad pues precisamente constituyen un fragmento de ella que el hombre revela, producto de sus motivaciones y necesidades. Por eso, son cualidades potenciales e imprescindibles de la persona humana de incuestionable sentido formativo. El individuo precisa, por tanto, de un sistema de valores, ya que carecer de ellos puede traerle, entre otras consecuencias sociales, que la persona en cuestión se desarrolle como un ser humano egoísta, nihilista, impulsivo, escéptico y que asuma en definitiva, una vida sin sentido.

 

El valor no se incorpora mecánicamente a la subjetividad individual, sino activamente en un largo proceso de construcción activa del sentido personal que el sujeto es capaz de darle a dicho contenido en función de su historia, de sus recursos psicológicos y del contexto sociocultural que está viviendo. Los valores poseen una raíz social, son de una profunda naturaleza social, sin embargo, estos valores a la hora de ser revelados en la regulación subjetiva se diferencian de acuerdo a los sujetos que los asumen; aunque vale la pena significar, que en este proceso, en esta diferenciación, hay dos niveles actuantes:

 

Uno es precisamente la personalidad, pues el valor se incorpora en una personalidad   concreta y adquiere las características funcionales de esa persona para regular su comportamiento. El otro es   la intencionalidad con que se asumen los valores por parte del sujeto, pues precisamente, cuando un valor moral o de otra índole se incorpora en la personalidad se va a expresar de una manera muy diferenciada. En este sentido la imposición de un código, o un determinado valor puede conducir al sujeto a la práctica de la doble moralidad, porque el valor en cuestión no tiene sentido en el sistema de sus relaciones personales. Para entender mejor esta situación se hace necesario comprender la interrelación necesaria  entre las categorías regulación y autorregulación.

 

Cuando el hombre condiciona su comportamiento a criterios externos, es decir, cuando asume un determinado proceder moral por la incidencia que ejercen sobre él y su conciencia  los mecanismos y factores externos como la sanción del colectivo y la valoración ajena, que se traducen en el ¿qué dirán?, ¿qué juicio se formarán sobre mi conducta?, etc., estamos en presencia de la regulación moral. No quiere decir que el individuo deba olvidar los valores de la sociedad y los modos de regulación social que se establecen en la misma. Sin embargo, en esta esfera de la actividad humana vale hablar de la interioridad de la vida moral, ya que la persona  concreta tiene que hacer suyas o interiorizar las normas que debe cumplir.

 

Si las normas morales se cumplen por razones formales o externas, sin que el sujeto esté íntimamente  convencido de que debe actuar conforme a ellas, el acto moral no será moralmente bueno. En este sentido, la regulación moral no se reduce a la interiorización de las normas, valores, prescripciones socialmente elaboradas, pasando a un plano interno con carácter prescriptivo o censor, sino que es asumida por el individuo en un plano consciente, formando parte de todas sus elaboraciones  superiores: políticas, interno-personales, profesionales, etc. De ello se infiere que la actuación genuinamente moral se caracteriza por la libre elección en detrimento de la coerción o presión externa ya que  la libertad es condición esencial de la conducta moral. Esta forma de comprender la especificidad de la regulación moral, supone interiorizar que el sistema de normas, principios, valores e ideales de una moral determinada deben ser acatados libre y conscientemente, vale decir, por una convicción íntima y nunca de un modo externo, mecánico e impersonal.

 

Este modo de concebir todo el devenir humano en su expresión ético-moral, adquiere determinaciones concretas en una teoría sociofilosófica que, en general, se encarne en la cultura y se ponga de manifiesto en la revelación del ser esencial del hombre. Por eso el enfoque cultural es rico en condicionamientos, mediaciones y determinaciones, y asume al hombre en relación  con la naturaleza y la sociedad como un proceso dialéctico-unitario, donde la naturaleza se humaniza y el hombre se naturaliza; es decir, no hay lugar para las dicotomías estériles ni las antítesis absolutas, heredadas de la racionalidad moderna y el paradigma en que se expresa.

 

Sencillamente, como decía Marx, es necesario “asumir la realidad subjetivamente. La conciencia no es otra cosa que el ser consciente y el ser de los hombres, un producto de su vida real”.[3]  Y la vida real del hombre, resultado de su actividad práctico-espiritual, toma cuerpo en la cultura, y ésta al mismo tiempo, orienta todo su devenir, y norma de una forma u otra, toda su conducta y actuación. Por eso, pensar la realidad investigada con “mirada” cultural, posee un valor extraordinario, desde el punto de vista teórico-metodológico y práctico. Garantiza su asunción  holístico-compleja, libre de reduccionismos epistemológicos y de abstracciones vacías. En síntesis, es pensar la realidad subjetivamente como alertaba Marx en las Tesis sobre Feuerbach, en un proceso dialéctico mediado por la praxis, donde lo ideal y lo material se convierten recíprocamente en la construcción del conocimiento y la revelación de valores, en un proceso intersubjetivo, fundado en la realidad, cuyos resultados se  incorporan a la cultura.

 

Una reforma del pensamiento, capaz de cambiar las mentalidades que dividen y abstraen las infinitas mediaciones y vínculos en que deviene el todo complejo y contradictorio. Reforma, que asumida culturalmente exige transformar el saber educativo. La educación como formación humana, como “instrucción del pensamiento… y dirección de los sentimientos”, según la concepción martiana, deviene cauce central ante la necesidad de dar respuesta a los desafíos del siglo XXI. Crear hombres con  alta sensibilidad,  que no den la espalda al drama humano, comprometidos con los destinos de nuestro planeta Tierra,  desarrollar una cultura del ser, de resistencia y de lucha, capaz de enfrentar la globalización neoliberal, desde su posición de sujeto, es una tarea que la educación no puede soslayar.

 

No se trata en modo alguno de asumir la modernidad desde posiciones nihilistas y hacer de ella y sus conquistas una tábula rasa. Ella misma con todos sus paradigmas y utopías, históricamente fue conciencia crítica que dio respuestas a su tiempo histórico, en correspondencia con el estado de las ciencias y la práctica social. Pero históricamente las nuevas realidades han exigido rupturas, cambios y transformaciones como expresión de la quiebra de principios que se consideraban invariables. El modelo paradigmático de la modernidad, caracterizado por la simplificación y concretado en los principios de disyunción, reducción, abstracción y el determinismo mecánico tiene que ceder paso a nuevas perspectivas epistemológicas para aprehender la complejidad de lo real.

 

Precisamente, la toma de conciencia del condicionamiento cultural del saber en todas sus expresiones, mediaciones y determinaciones, constituye, en mi criterio, el fundamento primario para la solución del problema que encara nuestro siglo y los por venir. Y es el reto epistemológico más importante a resolver. La emergencia de nuevos saberes integrados e integrativos (bioético, ambientalista, complejo, ecosófico), ya constituidos por el consenso, dan cuenta de ello.[4] En esta dirección, el enfoque cultural, resulta de urgente humanidad. Su revelación y aplicación racional, tal y como lo comprenden Martí, Marinello, Carpentier, Medardo Vitier, Hart y otros, exige concebir el hombre como totalidad trascendente y posibilidad latente de excelencia y creación, en unión con la naturaleza y la sociedad.

 

Al mismo tiempo, la cultura como ser esencial del hombre y medida de ascensión humana no sólo concreta la actividad del hombre en sus momentos cualificadores (conocimiento, praxis, valores, comunicación), sino que da cuenta del proceso mismo en que tiene lugar  el devenir del hombre como sistema complejo: la necesidad, los intereses, los objetivos y fines, los medios y condiciones, en  tanto mediaciones del   proceso y el resultado mismo. He ahí el porqué de la necesidad de pensar al hombre y a la subjetividad humana con sentido cultural y complejo, que es al mismo tiempo, pensarlo desde una perspectiva ecosófica, desde un saber ecologizado, integrador y cósmico.

 

A su vez, si no existe un sentido personal del contenido de esta exigencia para el sujeto, no hay autorregulación, sino más bien la expresión de un formalismo moral. De este modo, los valores nos ayudan a despejar las principales interrogantes de la existencia, es decir; ¿quiénes somos? y ¿qué medios nos pueden conducir al logro de ese objetivo fundamental al que todos aspiramos y que es, precisamente, la búsqueda de la felicidad humana?

 

Bibliografía  

 

López Bombino, Luis R. et alt. (1986): “La Moral como modo peculiar de asimilar el mundo”. En: Ética. Apuntes para un Libro de texto. Editorial Pueblo y Educación, en II Tomos. T.I., p. 45-50,   La Habana.

------- (1986): Ética marxista-leninista. Editorial ENPES, T.I. Ministerio de Educación Superior, La Habana.

Pupo, R. (2007): “El hombre, la actividad humana, la cultura y sus mediaciones fundamentales”. Conferencia ofrecida a Doctorantes y Diplomantes de las Ciencias Sociales (en Soporte Magnético), Universidad de la Habana.

------ (1986) La práctica y la filosofía marxista. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.

------- (1990) La actividad como categoría filosófica. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.

------- (1991) “La comunicación como intercambio de actividad”. En: Revista cubana de Ciencias Sociales, No. 26, La Habana.

Valmaseda  Valmaseda, Jorge (1998): “Educación y Valores”. Conferencia Magistral ofrecida en la apertura

del II Congreso de Educación de Santo Adré. En: Diario del Grande ABC. Sábado 1ro.  De agosto. Año XLI, No. 10.021. Sección Educación, Segunda Columna. São Paulo, Brasil.

------- (1998): “Estrategia Metodológica para la Educación en Valores”. (En proceso editorial) Universidad De Campinas, Brasil.

------- (s/f): “Propuesta de estrategia Metodológica para la Educación en Valores”. Trabajo presentado en varios eventos de carácter nacional e internacional. (Inédito)

 

Notas:

 

[1] Pupo, R. (2007): “El hombre, la actividad humana, la cultura y sus mediaciones fundamentales”. Conferencia ofrecida a Doctorantes y Diplomantes de las Ciencias Sociales (en Soporte Magnético), Universidad de la Habana, Cuba.

[2] Ibídem.

[3] Ver Tesis sobre Feuerbach de Marx,  y La Ideología Alemana (1er. Capítulo).

[4] Op. cit. (1).

Jorge Valmaseda Valmaseda

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