Especificidad del concepto subjetividad individual |
Al
abordar este artículo, no podemos sustraernos del análisis
transdisciplinar que exigen los nuevos paradigmas para abordar la realidad
social no como la pensemos, sino tal y como es. Es hora ya de romper con
los cánones esencialistas y excluyentes heredados del paradigma que nos
impuso la Modernidad. Hay que dejar atrás la simplicidad y el
gnoseologismo puro por ineficaces y abstractos. La complejidad de la
realidad en sus varias mediaciones nos obliga a reformar el pensamiento y
las mentalidades, para abrir nuevos cauces a la subjetividad humana, sin
subjetivismos enajenantes.[1]
Por consiguiente, tenemos que abocarnos a un análisis holístico,
cultural y complejo, característico de los saberes emergentes que exigen
un pensamiento crítico. La
subjetividad humana no es excluyente en la asimilación de la realidad.
Conocimiento, valor, praxis y comunicación son sus atributos
cualificadores por antonomasia. Entonces, ¿por qué separarlos?
Ciertamente, existe filosofía poética y poesía filosófica. Pero por
ello no dejan de ser filosofía ni poesía. Sencillamente son modos
distintos de aprehender la realidad en relación con el hombre. Modos que se complementan, amplían y completan para asumir
la realidad con más profundidad y concreción.[2]
Del mismo modo en lo sucesivo se acude, frecuentemente, a los enfoques
psicológicos y sociológicos para hacer mejor entendible la caracterización
de este concepto no solamente en el plano filosófico, sino también en el
educativo y formativo. Todo
hombre posee una vida social y toda sociedad tiene un sistema de valores
que las personas incorporan de una manera u otra, sin embargo, cabe
preguntarse: ¿Dónde radica la especificidad de la subjetividad
individual en la formación de este sistema de valores que se revela
consustancialmente a cada acto de conducta o situación particular? Cuando
hablamos de subjetividad individual estamos haciendo referencia al sistema
de sentidos psicológicos que la integran, que resultan de la imbricación
de informaciones relevantes para el sujeto cognitivamente, pero que a la
vez generan afectos emocionales que hacen que dichos contenidos posean un
significado personal, es decir, un sentido psicológico para el sujeto y
que se expresen de modo integrado. La
personalidad como categoría psicológica nos permite dar cuenta de esta
especificidad de la subjetividad individual y en tal caso nos estamos
refiriendo a la configuración de sentidos psicológicos que posibilitan
la expresión más compleja en la regulación psicológica del
comportamiento humano. La misma es relativamente estable, a la vez que dinámica
y contradictoria a su interior. Su expresión individual es única e
irrepetible y se origina y desarrolla en un incesante proceso de interacción
del sujeto con su
entorno en condiciones socio culturales e históricas específicas. Así,
cuando hablamos de la subjetividad individual del valor, estamos hablando
de la integración a la
personalidad del sujeto, de cierto contenido valorado socialmente. Un
contenido que se convierte en sentido personal y actúa en el sistema
personolólgico de regulación comportamental en forma de auténticas
configuraciones motivacionales. La
concepción del mundo, cuyo núcleo teórico es el saber filosófico,
constituye la estructura personológica en la cual se integra
subjetivamente el valor, entendida ésta como una configuración
motivacional de elevada integración y complejidad, capaz de permear las
restantes configuraciones motivacionales (ideales, auto-valoración,
intenciones, etc.). La cosmovisión no solamente es conocimiento, sino
también una posición interna del hombre y, al mismo tiempo, una actitud
o valor. Es precisamente por eso que los conocimientos asimilados desempeñan
dos funciones: Una de reflejo, la otra de actitud o valor. La primera
función ofrece la imagen del mundo que lo representa; la segunda, indica
a su vez, cuál es la actitud interna, esto es, subjetiva del hombre
frente al mundo y a los procesos que se desarrollan en él. Esta
realidad interior, previa a cada acto cotidiano, llámese meritorio o
insignificante, es lo que construye la subjetividad del valor desde el ángulo
individual. Se trata, por tanto, de un sustrato, vale decir, de un sistema
de nociones sobre el bien y el mal y otros contenidos morales y sociales
que se han venido formando desde los primeros años de la infancia, de la
educación recibida en la familia y la que recibimos de nuestros
profesores y que nos predispone a pensar, sentir actuar y comportarnos de
forma previsible, coherente y estable, así como comprender y estimar a
los demás. Por eso dan sentido a nuestra vida y facilitan la relación
madura y equilibrada con el entorno, con las personas, acontecimientos y
cosas, proporcionándonos un poderoso sentimiento de armonía personal. Téngase
en cuenta que detrás de cada decisión del hombre, de cada una de sus
conductas, se halla presente, en el interior de cada persona, la convicción
de que algo importa o no importa, vale o no vale. Este elemental
discernimiento se convierte en algo de vital importancia para los tiempos
que corren. Sin embargo, la carencia de un sistema de valores bien
definido, sentido y aceptado, instalará al sujeto en la indefinición y
en el vacío existencial, dejándole a merced de criterios y pautas
ajenos. Por otra parte, en la medida que determinados valores brindan
resultados y efectos satisfactorios se van afianzando en un individuo, y
por el contrario serían rechazados cuando al seguirlos se deriven
consecuencias negativas, o sin valor ni significación para él mismo. Por
eso, al hombre hay que entenderlo como un ente en desarrollo vivo, en acción,
en su totalidad y en los contextos concretos de lugar y tiempo. Sólo así
se podrán entender sus valores individuales y de otra índole. Los
valores no pueden oponerse a la realidad pues precisamente constituyen un
fragmento de ella que el hombre revela, producto de sus motivaciones y
necesidades. Por eso, son cualidades potenciales e imprescindibles de la
persona humana de incuestionable sentido formativo. El individuo precisa,
por tanto, de un sistema de valores, ya que carecer de ellos puede
traerle, entre otras consecuencias sociales, que la persona en cuestión
se desarrolle como un ser humano egoísta, nihilista, impulsivo, escéptico
y que asuma en definitiva, una vida sin sentido. El
valor no se incorpora mecánicamente a la subjetividad individual, sino
activamente en un largo proceso de construcción activa del sentido
personal que el sujeto es capaz de darle a dicho contenido en función de
su historia, de sus recursos psicológicos y del contexto sociocultural
que está viviendo. Los valores poseen una raíz social, son de una
profunda naturaleza social, sin embargo, estos valores a la hora de ser
revelados en la regulación subjetiva se diferencian de acuerdo a los
sujetos que los asumen; aunque vale la pena significar, que en este
proceso, en esta diferenciación, hay dos niveles actuantes: Uno
es precisamente la personalidad, pues el valor se incorpora en una
personalidad concreta y
adquiere las características funcionales de esa persona para regular su
comportamiento. El otro es la
intencionalidad con que se asumen los valores por parte del sujeto, pues
precisamente, cuando un valor moral o de otra índole se incorpora en la
personalidad se va a expresar de una manera muy diferenciada. En este
sentido la imposición de un código, o un determinado valor puede
conducir al sujeto a la práctica de la doble moralidad, porque el valor
en cuestión no tiene sentido en el sistema de sus relaciones personales.
Para entender mejor esta situación se hace necesario comprender la
interrelación necesaria entre las categorías regulación y autorregulación. Cuando
el hombre condiciona su comportamiento a criterios externos, es decir,
cuando asume un determinado proceder moral por la incidencia que ejercen
sobre él y su conciencia los mecanismos y factores externos como la sanción del
colectivo y la valoración ajena, que se traducen en el ¿qué dirán?, ¿qué
juicio se formarán sobre mi conducta?, etc., estamos en presencia de la
regulación moral. No quiere decir que el individuo deba olvidar los
valores de la sociedad y los modos de regulación social que se establecen
en la misma. Sin embargo, en esta esfera de la actividad humana vale
hablar de la interioridad de la vida moral, ya que la persona
concreta tiene que hacer suyas o interiorizar las normas que debe
cumplir. Si
las normas morales se cumplen por razones formales o externas, sin que el
sujeto esté íntimamente convencido
de que debe actuar conforme a ellas, el acto moral no será moralmente
bueno. En este sentido, la regulación moral no se reduce a la
interiorización de las normas, valores, prescripciones socialmente
elaboradas, pasando a un plano interno con carácter prescriptivo o
censor, sino que es asumida por el individuo en un plano consciente,
formando parte de todas sus elaboraciones
superiores: políticas, interno-personales, profesionales, etc. De
ello se infiere que la actuación genuinamente moral se caracteriza por la
libre elección en detrimento de la coerción o presión externa ya que
la libertad es condición esencial de la conducta moral. Esta forma
de comprender la especificidad de la regulación moral, supone
interiorizar que el sistema de normas, principios, valores e ideales de
una moral determinada deben ser acatados libre y conscientemente, vale
decir, por una convicción íntima y nunca de un modo externo, mecánico e
impersonal. Este
modo de concebir todo el devenir humano en su expresión ético-moral,
adquiere determinaciones concretas en una teoría sociofilosófica que, en
general, se encarne en la cultura y se ponga de manifiesto en la revelación
del ser esencial del hombre. Por eso el enfoque cultural es rico en
condicionamientos, mediaciones y determinaciones, y asume al hombre en
relación con la naturaleza y
la sociedad como un proceso dialéctico-unitario, donde la naturaleza se
humaniza y el hombre se naturaliza; es decir, no hay lugar para las
dicotomías estériles ni las antítesis absolutas, heredadas de la
racionalidad moderna y el paradigma en que se expresa. Sencillamente,
como decía Marx, es necesario “asumir la realidad subjetivamente. La
conciencia no es otra cosa que el ser consciente y el ser de los hombres,
un producto de su vida real”.[3]
Y la vida real del hombre, resultado de su actividad práctico-espiritual,
toma cuerpo en la cultura, y ésta al mismo tiempo, orienta todo su
devenir, y norma de una forma u otra, toda su conducta y actuación. Por
eso, pensar la realidad investigada con “mirada” cultural, posee un
valor extraordinario, desde el punto de vista teórico-metodológico y práctico.
Garantiza su asunción holístico-compleja,
libre de reduccionismos epistemológicos y de abstracciones vacías. En síntesis,
es pensar la realidad subjetivamente como alertaba Marx en las Tesis sobre
Feuerbach, en un proceso dialéctico mediado por la praxis, donde lo ideal
y lo material se convierten recíprocamente en la construcción del
conocimiento y la revelación de valores, en un proceso intersubjetivo,
fundado en la realidad, cuyos resultados se
incorporan a la cultura. Una
reforma del pensamiento, capaz de cambiar las mentalidades que dividen y
abstraen las infinitas mediaciones y vínculos en que deviene el todo
complejo y contradictorio. Reforma, que asumida culturalmente exige
transformar el saber educativo. La educación como formación humana, como
“instrucción del pensamiento… y dirección de los sentimientos”,
según la concepción martiana, deviene cauce central ante la necesidad de
dar respuesta a los desafíos del siglo XXI. Crear
hombres con alta
sensibilidad, que no den la
espalda al drama humano, comprometidos con los destinos de nuestro planeta
Tierra, desarrollar una
cultura del ser, de resistencia y de lucha, capaz de enfrentar la
globalización neoliberal, desde su posición de sujeto, es una tarea que
la educación no puede soslayar. No
se trata en modo alguno de asumir la modernidad desde posiciones
nihilistas y hacer de ella y sus conquistas una tábula rasa. Ella misma
con todos sus paradigmas y utopías, históricamente fue conciencia crítica
que dio respuestas a su tiempo histórico, en correspondencia con el
estado de las ciencias y la práctica social. Pero históricamente las
nuevas realidades han exigido rupturas, cambios y transformaciones como
expresión de la quiebra de principios que se consideraban invariables. El
modelo paradigmático de la modernidad, caracterizado por la simplificación
y concretado en los principios de disyunción, reducción, abstracción y
el determinismo mecánico tiene que ceder paso a nuevas perspectivas
epistemológicas para aprehender la complejidad de lo real. Precisamente,
la toma de conciencia del condicionamiento cultural del saber en todas sus
expresiones, mediaciones y determinaciones, constituye, en mi criterio, el
fundamento primario para la solución del problema que encara nuestro
siglo y los por venir. Y es el reto epistemológico más importante a
resolver. La emergencia de nuevos saberes integrados e integrativos (bioético,
ambientalista, complejo, ecosófico), ya constituidos por el consenso, dan
cuenta de ello.[4]
En esta dirección, el enfoque cultural, resulta de urgente humanidad. Su
revelación y aplicación racional, tal y como lo comprenden Martí,
Marinello, Carpentier, Medardo Vitier, Hart y otros, exige concebir el
hombre como totalidad trascendente y posibilidad latente de excelencia y
creación, en unión con la naturaleza y la sociedad. Al
mismo tiempo, la cultura como ser esencial del hombre y medida de ascensión
humana no sólo concreta la actividad del hombre en sus momentos
cualificadores (conocimiento, praxis, valores, comunicación), sino que da
cuenta del proceso mismo en que tiene lugar
el devenir del hombre como sistema complejo: la necesidad, los
intereses, los objetivos y fines, los medios y condiciones, en
tanto mediaciones del proceso
y el resultado mismo. He ahí el porqué de la necesidad de pensar al
hombre y a la subjetividad humana con sentido cultural y complejo, que es
al mismo tiempo, pensarlo desde una perspectiva ecosófica, desde un saber
ecologizado, integrador y cósmico. A
su vez, si no existe un sentido personal del contenido de esta exigencia
para el sujeto, no hay autorregulación, sino más bien la expresión de
un formalismo moral. De este modo, los valores nos ayudan a despejar las
principales interrogantes de la existencia, es decir; ¿quiénes somos? y
¿qué medios nos pueden conducir al logro de ese objetivo fundamental al
que todos aspiramos y que es, precisamente, la búsqueda de la felicidad
humana? Bibliografía López
Bombino, Luis R. et alt. (1986):
“La Moral como modo peculiar de asimilar el mundo”. En: Ética.
Apuntes para un Libro de texto. Editorial Pueblo y Educación, en II
Tomos. T.I., p. 45-50, La
Habana. -------
(1986): Ética marxista-leninista. Editorial ENPES, T.I. Ministerio de
Educación Superior, La Habana. Pupo,
R. (2007): “El hombre, la actividad humana, la cultura y sus mediaciones
fundamentales”. Conferencia ofrecida a Doctorantes y Diplomantes de las
Ciencias Sociales (en Soporte Magnético), Universidad de la Habana. ------
(1986) La práctica y la filosofía marxista. Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana. -------
(1990) La actividad como categoría filosófica. Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana. -------
(1991) “La comunicación como intercambio de actividad”. En: Revista
cubana de Ciencias Sociales, No. 26, La Habana. Valmaseda
Valmaseda, Jorge (1998):
“Educación y Valores”. Conferencia Magistral ofrecida en la apertura del
II Congreso de Educación de Santo Adré. En: Diario del Grande ABC.
Sábado
1ro. De agosto. Año XLI, No.
10.021. Sección
Educación, Segunda Columna. São
Paulo, Brasil. -------
(1998): “Estrategia Metodológica para la Educación en Valores”. (En
proceso editorial) Universidad De Campinas, Brasil. -------
(s/f): “Propuesta de estrategia Metodológica para la Educación en
Valores”. Trabajo presentado en varios eventos de carácter nacional e
internacional. (Inédito)
Notas: [1] Pupo, R. (2007): “El hombre, la actividad humana, la cultura y sus mediaciones fundamentales”. Conferencia ofrecida a Doctorantes y Diplomantes de las Ciencias Sociales (en Soporte Magnético), Universidad de la Habana, Cuba. [2] Ibídem. [3] Ver Tesis sobre Feuerbach de Marx, y La Ideología Alemana (1er. Capítulo). [4] Op. cit. (1). |
Jorge Valmaseda Valmaseda
De “Revelación Axiológica y Formación Humana”
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