La felicidad humana en el hombre: determinaciones y condicionamientos |
En
este epígrafe del capítulo nos proponemos abordar la felicidad desde el
punto de vista cultural y también sintetizar los elementos
consustanciales al mismo, expresados en las determinaciones de los
conceptos justicia, cuyo condicionamiento encuentra expresión en el
derecho, la razón y la libertad, y a partir de aquí, determinar los aspectos esenciales en que
toma cuerpo la conducta axiológica en la sociedad. Cuando hablamos del valor
felicidad no es posible ignorar el contexto histórico, ni las condiciones
sociales que se diferencian de un país a otro y, mucho menos, las
tradiciones identitarias, ya que ante todo hay que analizar su
condicionamiento cultural y social, incluyendo los problemas de la
subjetividad humana. ¿No se plantea que cada uno debe o puede construir
su mundo? En ese mundo es posible encontrar la felicidad, sin caer en el
hedonismo. La riqueza espiritual hace feliz, aunque materialmente tengamos
necesidades; un misionero es feliz realizando su tarea vital; y toda
persona que encuentra sentido a la vida, a las cosas, en los otros, es
feliz. No obstante, en las actuales condiciones donde el mundo se torna
cada vez más unipolar, la globalización cultural neoliberal impone
grandes desafíos a la identidad de los pueblos y, por tanto, estos
elementos se presuponen en su propia comprensión, pudiendo responder
acertadadamente a la pregunta anterior solamente si se determina cuál es
el deber propio del hombre, ya que cada quien es feliz cumpliendo bien su
misión. Por
otra parte, cada arte, cada búsqueda, así como cada acción y cada
selección, están hechas con vistas a un fin que nos parece bueno y
deseable: el fin y el bien coinciden. Las finalidades de las actitudes
humanas son múltiples y algunas de ellas son deseadas solamente en vista
de finalidades superiores; por ejemplo, deseamos la riqueza, la buena
salud para la satisfacción y los placeres que nos pueden proporcionar,
pero debe existir un fin supremo, que es deseado por sí mismo, y no
solamente como condición o medio para una finalidad ulterior. Si las
otras finalidades son bienes, esta es el bien supremo, del cual dependen
todos los otros. Y Aristóteles no duda que este fin sea la felicidad.
“La búsqueda y la determinación de este fin es el objeto primero y
fundamental de la ciencia política, porque solamente por él se puede
determinar lo que deben aprender o hacer los hombres en su vida asociada y
personal”.[1]
Para
Aristóteles, las virtudes intelectuales y morales son sólo medios
destinados a la consecución de la felicidad, que es el resultado de la
plena realización del potencial humano. Consideraba la felicidad como la
meta de la vida. En su principal obra sobre esta materia: “Ética a Nicómaco”
(finales del siglo IV a. C.), la definió como una actividad que concuerda
con la naturaleza específica de la humanidad; el placer acompaña a esta
actividad pero no es su fin primordial. La felicidad resulta del único
atributo humano de la razón, y funciona en armonía con las facultades
humanas. Él mantenía que las virtudes son en esencia un conjunto de
buenos hábitos y que para alcanzar la felicidad una persona ha de
desarrollar dos tipos de hábitos: los de la actividad mental, como el del
conocimiento, que conduce a la más alta actividad humana, la contemplación;
y aquellos de la emoción práctica y la emoción, como el valor. Las
virtudes morales son hábitos de acción que se ajustan al término medio,
el principio de moderación, y han de ser flexibles debido a las
diferencias entre la gente y a otros factores condicionantes. Otro
autor, el británico Jeremy Bentham, en su “Introducción a los
principios de la moral y la legislación” (1789), explicó el
principio de utilidad como el medio para contribuir al aumento de la
felicidad de la comunidad. Creía que todas las acciones humanas están
motivadas por un deseo de obtener placer y evitar el sufrimiento. Al ser
el utilitarismo un hedonismo universal, y no un hedonismo egoísta como
podría interpretarse el epicureísmo, su bien más elevado consiste en
alcanzar la mayor felicidad para el mayor número de personas.
Kant
nunca negó o puso en duda un hecho evidente:
“a los seres humanos les es propio querer la felicidad y aspirar a
obtenerla a través de medios concretos en situaciones determinadas. No se
puede negar que cada hombre quiera alcanzar su propia felicidad, pero es
una desdicha que el concepto de felicidad sea un concepto tan
indeterminado que, aun cuando todo hombre desea alcanzarla, nunca puede
decir por modo fijo y acorde consigo mismo lo que propiamente quiere y
desea (...) Nadie es capaz de determinar por un principio, con plena
certeza, qué sea lo que le haría verdaderamente feliz (...) Así el
problema: determinar con seguridad y universalidad qué acción fomenta la
felicidad de un ser racional, es totalmente insoluble. Por eso no es
posible con respecto a ella un imperativo que mande en sentido estricto
realizar lo que nos haga feliz”.[2]
De
esta afirmación se deriva que la idea de felicidad es un reflejo de la
variabilidad y diversidad del hombre como un ser dinámico e inacabado y
que cada cual llega a comprender sus verdaderos deseos sólo como
resultado de una larga experiencia vital. Siguiendo esta línea de
pensamiento, es imposible elaborar una fórmula general para ser feliz,
puesto que la felicidad de cada uno de nosotros depende de un sentimiento
particular de placer y dolor. Además, en el mismo sujeto, el criterio de
felicidad y los preceptos prácticos para alcanzarla varían en cada etapa
de su existencia. Hoy,
sin embargo, la felicidad no es pensada en los términos de la moral
antigua, sino en términos de
eficacia técnica, de consumo; ya que ella depende cada vez más de la
rueda de fortuna, de las fuerzas externas que todo lo controlan y dominan,
demostrándose por sí solo que entre las dos concepciones existe mucho más
que simples diferencias. Hay una verdadera ruptura, una contradicción,
siendo éste el punto más crítico de la moral moderna; es decir, es como
si hubiese un lento atrofiamiento de la noción de ética y de las
conquistas del espíritu con el avance de la técnica, o mejor dicho, es
como si la moral pasara a tener una importancia casi convencional.
La
felicidad humana sólo está en los valores y ningún paraíso artificial,
con exquisitas fiestas, viajes, excelentes trajes, finos automóviles y
grandes mansiones, puede compararse con el verdadero edén interno que
lleva consigo quien se ha dado tiempo de pensar y ha descubierto que él
es mucho más que un animal, que solo desea tener, comer, gozar fácilmente
y protegerse de la intemperie, ya que no vale la pena una vida dedicada
exclusivamente, prioritariamente a tan rústicos objetivos o ¿hay algún
manjar que pueda quitar el amargo sabor de la boca del propio poco valer?
o ¿a qué lugar del mundo se puede ir para olvidarlo? ¿Hay algún
casimir que oculte la miseria humana? o ¿algún automóvil que sea lo
suficientemente caro para añadir valor a quien viaja en él o que nos
lleve a donde valgamos más? Es
innegable también e infinitamente lamentable que el hombre promedio de
nuestros días, que dispone de una vista panorámica de varios miles de años
de pasado, entre los que hay protagonistas como Alberto Schwaitzer, el
gran sabio que fue capaz de renunciar a los honores y a las riquezas que
la Europa de sus tiempos le ofreció, para dedicarse a curar las llagas
del África enferma, o como Harry Truman, que fue capaz de quemar vivos a
los habitantes de Hiroshima y Nagashaki con las bombas atómicas de agosto
de 1945, o como Tomás Alba Edison, quien patentó 1092 eventos para
servir a la humanidad, o como Adolfo Hitler, que cometió la atrocidad de
casi exterminar una raza humana, o como Sócrates, cuyo consejo “hombre
conócete a ti mismo“, sigue siendo de dramática actualidad, o como
Kissinger, que fue capaz de mandar a asesinar a mujeres niños y ancianos
en Viet-Nam en función de intereses mezquinos; y a quien para vergüenza
de todos los contemporáneos se le otorgó el Premio Nobel de la Paz.
Parece increíble que con ejemplos tan representativos de lo que es
el valor y el contravalor, de lo que es humano y de lo que no lo
es, no seamos capaces de diferenciar y captar con claridad los rumbos
hacia donde se encuentra el verdadero camino. El
deber ser, o camino natural (Telos), hunde sus raíces en la naturaleza
eminentemente dinámica del ser, no se inventa, se descubre; le da la luz
cuando el hombre conoce la verdad sobre sí mismo. Conociéndose a sí
mismo, el hombre descubrirá el camino, porque en lo más íntimo de su
ser están sus fines naturales. Esta es la esencia de la persona humana,
realizar los fines para los que fue dispuesta. En cuanto nos demos cuenta
de nuestra naturaleza nos liberaremos de los lastres de los falsos
valores. El
hombre está diseñado para alcanzar la felicidad únicamente realizando
su tarea vital; es decir, siendo acorde con su naturaleza. Está hecho
para ser feliz exclusivamente en los valores y rumbo a ellos. Erich Fromm,
con su autoridad de Doctor en Psicología, lo explica de esta manera:
“Hay discrepancia entre lo que los individuos sabemos o intuimos que son
los valores y los falsos valores que en realidad dirigen nuestra conducta:
propiedad, consumo, posición social, diversión, excitamiento”.[3] Esta
discrepancia entre valores conscientes e inefectivos y valores
inconscientes pero efectivos causa daño a la personalidad, hace que el
hombre se sienta culpable y desconfíe de sí mismo y de los demás, hace
que sea infeliz. Decía San Germain, que es por desconocimiento de nuestra
propia naturaleza por lo que el hombre puede ser infeliz, puesto que
estamos hechos para la armonía, la abundancia, la paz y la felicidad. La
conducta de la propia minusvalía es un suplicio insoportable y al
sentirla el hombrecillo animalesco, desagradado de sí mismo busca
consciente o inconscientemente su destrucción: fracasos, accidentes,
enfermedad, drogas, alcohol, extenuación sexual, suicidio. Sin valer, sin
estimarse. ¿Quién puede aguantar su propia compañía? ¿Quién puede
ser feliz en esta situación? El hombre está hecho de tal manera que si
no tiende hacia los valores se autodestruye. El
contraste con el hombre moderno se establece de inmediato cuando hablamos
de un Mahatma,[4]
“Alma Grande”, que reverenciaba tanto la vida y amaba tanto la
libertad, que se dio a la tarea de liberar a su pueblo del imperio más
poderoso de su tiempo, sin siquiera usar un arma y que en una fotografía
histórica aparece en las escalinatas del “University College of
Londres” con su túnica blanca y su inseparable cabra, junto a
caballeros de sombreros de copas leotina y casimir de lana, que si
actualmente son recordados es por el hecho de haber estado ahí junto a él;
o cuando hablamos de Jesús Benpandira, como dice el talmud que se
llamaba, que nunca hizo cosa alguna que la sociedad moderna relacione con
la grandeza: nunca ocupó un cargo público, nunca tuvo bienes de fortuna,
nunca viajó a más de trescientos kilómetros del pueblo sombrío donde
nació, que fue perseguido y crucificado y después de muerto negado por
sus amigos y que sin embargo, logró que la humanidad creyera en él;
hombres como ellos tuvieron que ser inmensamente felices, poseían ese
estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien superior. Eran
felices realizando su esencia, cumpliendo con su vocación en la
conciencia de estar realizando su tarea vital. ¿Quién en la
autorrealización no es feliz? Dicen
que los hombres valen en la medida en que se preocupan por los demás. Así,
tenemos al que no se preocupa ni por sí mismo, luego al que se preocupa
por él mismo y luego al que se preocupa sólo por su familia y así
sucesivamente hasta llegar al que se preocupa por todos. Jalil Gilbran,
decía que la sociedad era como un telar, en donde si se reventaba un
hilo, se aflojaban y se afeaban todos los demás y si se seguían
reventando hilos, acababa por echarse a perder todo el lienzo. Sabemos que
hay muchos hilos rotos, en este mundo, propiciados por la injusta
distribución de la riqueza y por la mala formación en las escuelas. Cada
niño sin hogar, cada anciano sin amparo, cada niño sin un guía, es un
hilo que se rompe y la tela somos todos y tenemos que vivir con todos
ellos. Cada injusticia, cada desposeído, cada desinformado, nos incumbe y
nos atañe, nos constriñe y nos afecta directamente. Por eso,
parafraciando a Jhon Dek, cabe decir, cuando doblen las campanas no
preguntes por quién doblan, están doblando por tí. En
este artículo se ha evidenciado la manifestación de la más alta calidad
humana en el hombre, condición necesaria pero no suficiente para nuestros
propósitos, por cuanto para alcanzar la meta hace falta ayudarnos unos a
otros para alcanzar la máxima felicidad posible en la vida y una solución
posible la podremos encontrar operacionalizando, desde el punto de vista
axiológico, este concepto. La
razón nos dice lógicamente que la meta, el fin o el propósito de
nuestra vida o existencia no puede ser otra cosa que la felicidad. La
felicidad implica la razón, pues ésta se da en la conciencia, siendo la
razón la que puede percibirla e intentar promoverla y cimentarla. De esta
manera, ser feliz implica, de algún modo, agrado, placer, delicia, gozo o
goce, disfrute, regocijo, satisfacción, contento y alegría constante o
frecuente. Agrado es el
sentimiento de aceptación de todo aquello deseable o apetecible. Placer es todo sentimiento profundo de agrado que produce alguna
cosa. Delicia es todo placer
sensual intenso, así como lo que lo causa. Gozo
o Goce es la condición de placer que produce el disfrute de una cosa. Disfrute
es la acción o efecto de recibir y gozar los beneficios de una cosa. Regocijo
es una exaltación del ánimo que puede producir todo gozo o placer. Satisfacción
es todo sentimiento producto del goce o disfrute completo. Contento
es el goce o la satisfacción que anima el espíritu. Alegría es un estado generalmente momentáneo o pasajero de
exaltación del ánimo por una causa o suceso ocasional favorable. La
felicidad requiere que estas cosas sean profundas y adolezcan de
superficialidades. Un motivo profundo de alegría puede producir
justamente un estado de felicidad continuado o permanente. Por eso, ser
feliz requiere relativamente de distracción, entretenimiento,
esparcimiento, diversión y recreación. Distracción
es la acción o efecto de quitar de la mente problemas tediosos,
rutinarios, mortificantes o dolorosos y concentrarse en cosas menos
pesadas y agradables. Entretenimiento
es la acción o efecto de ocuparse con cosas agradables que alejen de
preocupaciones tediosas o desagradables. Esparcimiento
es la acción o efecto de ocuparse en cosas agradables, que alejen de la
concentración de labores tediosas o rutinarias. Diversión
es la acción o efecto de ocuparse en actividades agradables alternas que
requieren muy poca o escasa concentración. Recreación
es la acción o efecto de divertirse, alegrarse o deleitarse. Las
actividades que impliquen nuestras distracciones, entretenimiento,
esparcimiento, diversiones y recreaciones pueden derivarnos felicidad o
infelicidad, porque los hombres torpes, insensatos, tontos y vanos buscan
distracción, entretenimiento, esparcimiento y diversión con cosas inútiles,
superfluas, vanas y aun peligrosas y dañinas; mientras que los hombres
verdaderamente sensatos e inteligentes cultivan y encuentran “distracción”
entretenimiento, esparcimiento y diversión en cosas culturizantes y
edificantes; en el propio trabajo o en las labores selectas. Ser
feliz implica, un medio favorable y un fin inmediato para hacer las cosas
con optimismo y entusiasmo; pues en el optimismo
se encuentra la actitud de considerar las cosas en su aspecto más
completo y en el entusiasmo
la exaltación del ánimo a favor de una causa o fin. El entusiasmo y el
optimismo razonables y justificados son el motor indispensable para la
realización de grandes proyectos; no obstante, querer imponerse a
ultranza el optimismo, puede resultar nefasto en nuestra actuación. El
optimismo y el entusiasmo pueden ser tanto estimuladores de la felicidad
como resultado y manifestación de la misma.
Pensar en la felicidad como una meta o un fin
que debemos alcanzar, es una torpeza, en vez de pensar en la felicidad
como un estado permanente que debemos sostener y mantener como medio y fin
en sí mismo; porque ésta no es una meta o un fin mediato, futuro, sino
un estado de conciencia dado por la propia bondad, por la bondad de la
existencia y por los goces y placeres que hay en ella. Por tanto, debe
constituir un estado permanente de “alma, corazón y vida”,
cimentado en mantenerse en el camino de la virtud, de la razón,
del amor y la justicia, cosechando y disfrutando sus frutos, o esperando
llegar a disfrutarlos, o lo que es lo mismo revelando los valores que
implican apreciar la virtud como un estado permanente en todos los
instantes de vida. Superar
las ideas necias, de que para ser feliz es necesario divertirse, pasear o
destacarse; por las ideas más sabias de ser feliz al trabajar, estudiar y
luchar por uno mismo y por los demás, ya que en estas actividades, la
felicidad se deriva, primero, de mantener la dignidad plena y,
secundariamente, de acrecentarla con la amistad de personas semejantes,
compartiendo con ellas deseos, diversión y esparcimiento. Si en este
intercambio mutuo la virtud no da frutos, es decir; la razón el amor y la
justicia, no hay felicidad posible. El
ser más inteligente no puede ser feliz por el sólo hecho de querer
serlo, sin bases o fundamento para conseguirlo o lograrlo, pues difícilmente
se obtenga amparándose en la fantasía y la ensoñación, negando la
realidad, ya que ésta no tarda en salirle a uno al paso. No se anula la
realidad con la fantasía, ni con el embotamiento de la conciencia, pues
ésta tarde o temprano se impone. Si tratamos de ser felices por encima de
las circunstancias omitiendo éstas, ineludiblemente perderemos contacto
con la realidad y no podremos ejercer comprometidamente el amor, la
justicia, la valentía, ni la virtud en ella. Pretender
ser feliz bajo la sola fuerza de la voluntad, sin motivos cabalmente
reales, quebranta la razón de ser, deja el alma hueca, el espíritu vago,
ajeno a toda virtud y la propia voluntad esclava de la necedad. La
pretendida sustitución de la realidad con ensoñaciones o mentiras halagüeñas,
implica falta de valentía y de amor, no sólo a uno mismo, sino a los demás,
lo cual, percibido consciente o inconscientemente, quebranta
irremisiblemente nuestra conciencia de propia valía y dignidad, lo que
redunda sin falta en un sentimiento de infelicidad. Sentir
cabalmente que hemos sido capaces de reconocer sabiamente en qué consiste
el verdadero éxito del ser humano y lograr alcanzarlo, implica llegar a
ver que el éxito moral radica en ser merecedor del más alto premio, la máxima
perspectiva, salud y felicidad; implica apreciar que el éxito moral está
al alcance de todos y es verdaderamente
alcanzable. No implica riqueza, sino el bienestar. No obstante, ser feliz
requiere obviamente de la riqueza, pero no de la riqueza material sino de
la espiritual; ya que si generalmente nadie puede ser feliz en la miseria
material, mucho menos podrá lograrlo en la miseria espiritual. Por tanto,
se requiere de suficiente riqueza espiritual. Interesarse
en la felicidad ajena tanto como en la propia y hallar en ella gran parte
de nuestra propia felicidad como una manifestación regocijante de virtud,
de amor, altruismo y generosidad, es sentir una manifestación de sabiduría
humana. Esta condición no la alcanza quien no le importa que haya quienes
padezcan injusticia, opresión y sufrimiento, pues no es digno llamarlo
humano, ya que la felicidad no puede ser nunca producto de la
inconciencia, la indolencia o la insensibilidad ante el dolor ajeno, sino
producto de la satisfacción de vencer o aminorar el mal y la injusticia.
Ser feliz implica gozar, al procurar para todos, la condición permanente
de sentirse felices y contentos; implica sentirse cabalmente digno del
aprecio, de la estimación y del amor.
No
sentir que se ha claudicado ante la injusticia, por miedo de enfrentar
riesgos o problemas; implica sentirse feliz;
apreciar que claudicar ante el mal produce degradación e
infelicidad; implica no sentir que uno se ha justificado diciendo que ha
sido prudente en no exponerse hasta no obtener más fuerza social,
sabiendo que es la fuerza moral la que no se ha conseguido por no ser más
valiente y decidido; implica apreciar que pelear y luchar por lo justo es
uno de los mayores motivos de felicidad. Vivir
con un alto grado de libertad o en absoluta libertad, implica sentirse uno
dueño de sus actos y voluntad, capaz de obrar por sí mismo el bien con
plenitud; implica ser feliz, al saberse libre del pecado, del vicio y aún
de las torpes pasiones o deseos que puedan, en algún momento, reconocerse
como insensatos y erróneos; Implica estar libres de la insensatez, del
desamor, de la injusticia, de la deshonestidad, de la cobardía, de la
maldad o si se sufren éstos, actuar con la convicción de erradicarlos
ipso facto. Procurar
la felicidad o tratar de ser felices es nuestra obligación moral,
reconociendo luchar por la propia y de los demás, ya que si otros no son
debidamente felices quebrantarán nuestra felicidad y si nosotros tampoco
la conseguimos, se producirá el mismo efecto. Por esta misma razón, ser
feliz implica aprender a derivar enorme satisfacción al ejecutar la
virtud, pues del goce que se desprende de ella y de obtener sus frutos, ya
se obtiene la felicidad; al igual que de mirarnos participando en combatir
la maldad de las personas; promoviendo, salvaguardando y respaldando la
misma virtud. La
conciencia del valor propio, como un sentimiento básico para alcanzar o
sentir felicidad, se logra o incrementa con inteligencia y virtud. Por
tanto, nadie puede ser feliz no valiendo nada, a menos que, por alguna
valoración torpe, como suele pasar con muchos delincuentes, que creen
valer más que las personas a quienes roban, asaltan o asesinan, sólo por
el hecho de atreverse a hacerlo. Nadie puede ser feliz, aunque trate de
disimularlo, cuando se ha degradado moralmente. Vivir
la vida lo mejor posible, asegurando la máxima dignidad y el merecimiento
de toda la felicidad posible, significa tener conciencia de un presente
satisfactorio, así como de un futuro promisorio; significa la capacidad o
posibilidad de ajustarse a expectativas relativas o trascendentes
satisfacientes, que en gran medida alcanzan, en conciencia, el mérito de
merecer el mayor o mejor premio. Moralmente significa sostener sólo la
expectativa de trascendencia que no dañe nuestra capacidad de razonar con
justicia, ya que el producto de nuestro esfuerzo más sincero y genuino va
encaminado a establecer los valores fundamentales que puedan enriquecer
ampliamente el mundo espiritual del hombre, lo cual perdería eficacia y
acción reguladora sino expresamos los aspectos esenciales en que toma
cuerpo la conducta axiológica en la sociedad y que en este caso específico
se concreta en el análisis de esta cualidad. LA
JUSTICIA Justicia
es la virtud de dar a cada quien lo que merece o le corresponde de acuerdo
a su bondad o su maldad moral. No puede excederse ni limitarse, porque
deja de ser justicia, pues al suavizarla la quebranta y al
endurecerla también la quebranta. Es decir, la justicia se puede
quebrantar tanto dando menos como dando más, ya sea castigo o recompensa. Ser
justo implica buscar corregir, reprender, castigar o recompensar
debidamente los actos humanos, ya que: Corregir
es la acción de mejorar o enmendar lo errado o imperfecto. Reprender
es la acción de amonestar o castigar cierta conducta, con el propósito
de corregir ésta. Castigar es
la acción de infligir aflicción, mortificación, dolor, pena o daño,
generalmente como pago a una falta moral. Desde
un punto de vista moral, a la luz de la razón, lo que es lógicamente
justo para uno, lo es ineludiblemente para todos. Por tanto, ser justo
implica poder razonablemente determinar la justicia y ejercer la voluntad
de aplicarla debidamente, al todos
tener la obligación moral de participar en la elaboración de las leyes;
así como en la verificación de su validez y aplicación, como
deber moral de intentar constituirnos en autoridad moral. La
sociedad debe participar en el respaldo y la ejecución clara de la
justicia, para que ningún individuo tenga que cumplir con el deber moral
de tratar de ejecutarla por su propia mano, ya que ésta es deber de todos
los ciudadanos, como miembros de un estado plenamente responsable, donde
no sólo se debe ser gobernado, sino también gobernante-gobernado, al
amparo del ejercicio que nos convoca una justa democracia. Para
ejercer justicia es necesario establecer amplia conciencia de ella a fin
de exigirla y procurarla. No establecer conciencia de lo que es justicia
es ya empezar a quebrantarla. Por lo tanto, es obligación moral de todos
desarrollar plena conciencia de la justicia, primordialmente de los que
constituyen la auténtica autoridad. La conciencia de la justicia no es
otra cosa que el conocimiento de la auténtica verdad moral. Por ello, la
verdad moral es el fundamento de la justicia moral. La
verdad es el fundamento insoslayable de la justicia. Los malvados se
amparan en el engaño y la mentira para tratar de burlarla, por eso ella
requiere de la inteligencia que descubra y ponga de manifiesto la verdad,
de lo contrario es un deber posponerla hasta lograr determinarla y
proceder ineludiblemente al enjuiciamiento; pues la ejecución de la
justicia implica ejercer el debido juicio si no, lo que es verdaderamente
justo se puede convertir en injusto. Para que haya justicia debe ser
considerado lo que hay de particular y de general en cada caso y esto
requiere que se verifique la aplicación de las leyes establecidas por la
voluntad soberana del pueblo. Por
tal motivo, la ejecución de la justicia implica equidad, que es la
estabilidad de ánimo para juzgar debidamente las cosas a la luz de la razón
y la conciencia, resolviéndolas de forma equitativa; es decir,
repartiendo de manera debidamente imparcial, igualitaria o justa, ya que
esto implica cabal y absoluta imparcialidad, al considerarse como la
disposición de no favorecer anticipadamente a ninguna de las partes
contrapuestas en un problema de razón o de justicia; pues su antónima:
la parcialidad es la preferencia infundada a favor o en contra de personas
o cosas. Entendida así, todo “juicio parcial” no es un verdadero y
auténtico juicio. Para
ejecutar la justicia es necesario el valor moral que debe caracterizar a
toda persona justa, y no intentar ejecutarla es ya indefectiblemente
quebrantarla. El hombre justo debe ser valiente para no ejecutar la
justicia y contenerse si la evidencia de culpa no es plena, ya que para él
es preferible sufrir la injusticia que cometerla.
Ejecutar
la justicia implica hacerlo en tiempo oportuno o apropiado, ya que no se
podrá considerar como tal la que se ejecute fuera de esos términos. Sin
embargo, es menor la injusticia que se realiza tardíamente, que la que no
se ejecuta nunca. Evadir la justicia, dejando correr el tiempo, no da base
para suprimir la condena o perdonar la falta cometida, sino por el
contrario, deber ser, y de hecho lo es, un agravante en contra del
delincuente y una base para resarcir al juicio. Es
insensato considerar justicia y venganza como cosas opuestas y esta última
como algo siempre injusto, ya que se define como la satisfacción de
cobrar un agravio o daño recibido con la ejecución de otro agravio o daño.
La venganza, como toda retribución, puede ser tanto justa como injusta,
por eso, ella sólo tiene base cuando el daño recibido es intencional e
injusto. No obstante, cuando se ejecuta sin base es un acto injustificado
y criminal. Una persona que busca venganza, sin considerar esto, obra erróneamente;
como el que se venga por recibir un daño justo o no intencional, incurre
en un crimen. La auténtica venganza, generalmente, pretende castigar la
mala intención de los malhechores, o sea, su inmoralidad; por eso
conlleva a un profundo deseo y afán de justicia. No es el afán de justa
venganza, sino el afán insensato de injusta venganza lo que es
repudiable, pues la satisfacción en la venganza puede ser moralmente
morbosa si es injusta, o cabalmente sana si es justa. Es
la ejecución de la justicia lo que debe producir hondo placer, no el mal
sin motivo ni justicia. Aún hay quienes inmoralmente estiman la propia
justicia como “venganza injusta” y la repudian pretendiendo erróneamente
perdonar sin condición toda falta. Repudiar toda venganza es una
manifestación de mojigatería inmoral, pues no aman la justicia ni la
virtud. Es, por lo tanto, la autoridad la que debe ejecutar la justicia o
la venganza para que no exista la injusticia de omitir el debido juicio
previo, que justamente corresponda. Toda
ley moral debe ser una expresión de razón y de justicia, cuya aplicación
asegure la ejecución de la justicia, al ser considerada como “toda
norma natural invariable o todo mandato o conjunto de mandatos emitidos
por una autoridad”. Es justicia la que fundamenta la ley moral y no la
“ley moral” la que fundamenta la justicia, ya que de tal manera está
siempre por encima de la ley, o dicho mejor, la verdadera y auténtica ley
es la justicia. Por tal motivo, es nuestro deber moral asegurarnos de que
toda ley moral sea una auténtica expresión de justicia.
Nadie
debe desconocer la ley moral para que nadie tenga justificación para
omitirla o quebrantarla. La sociedad tiene la obligación moral de
instruir y educar en la ley, así como los individuos de conocer ésta.
Ante dicha obligación moral nadie puede excusarse al quebrantarla. Es
injusto exigir el cumplimiento de la ley si la misma no ha sido cabal y
debidamente publicada. Se
dice errónea e injustificadamente que el desconocimiento o ignorancia de
la ley no exonera de la obligación de cumplirla, como si no fuera
responsabilidad moral de la autoridad aleccionar en ella. Si
un individuo no está al tanto de los principios generales de la ley moral
la autoridad es ineludiblemente partícipe y culpable. Sus principios
elementales son dos: 1) Existe una buena y una mala conducta. 2) La ley
debe unificar la conciencia sobre cuál es esa buena conducta. Esto se
contraviene o imposibilita con el erróneo y cacareado “pluralismo”;
ya que muchas veces las leyes excesivas y obscuras obstaculizan tanto la
enseñanza como la ejecución de la justicia y la primordial función de
la autoridad no es castigar a los culpables, sino es educar e instruir a
las personas para que sean justas y libres de culpa. Nada
fundamenta ni justifica que si la “ley escrita” no prevé un delito el
delincuente quede impune, ya que la lógica moral constituye una ley que
está por encima de toda ley escrita. En dicho caso, con conciencia moral
se debe determinar y castigar la falta; pues si es obvio a la razón lo
injusto, malvado o perverso de una conducta, no se requiere ley escrita
que la sancione, ésta lógicamente debe ser sancionada, basta que dicho
acto haya podido manifestarse fácilmente a la conciencia como un acto
injusto e inmoral. La obviedad debe ser establecida por una autoridad
moral, sin que el perverso pueda justificar inocencia alguna.
Nadie
tiene el derecho para imponer ninguna ley sin demostrar que ésta es
justa, ni para dictar a otro cómo debiera ser su conducta si no es capaz
de demostrar por la propia fuerza de la razón que esto es lo justo. Si no
se puede demostrar que la razón le asiste, nadie tiene derecho para
imponer nada a los demás omitiendo el deber de satisfacer todo
requerimiento de conciencia. Ni siquiera habría justicia en imponer a
alguien el cumplimiento de una ley al margen de su conciencia si ella se
negara a considerar la validez o invalidez de dicha ley, puesto que toda
persona debe estar obligada por ley a considerar ésta. Para
que haya auténtica justicia no debe quedar autoridad alguna que no pueda
ser enjuiciada por una autoridad superior para que dé cuenta de sus
actos. Ni siquiera la propia ley debe ser considerada como autoridad
incontrovertible, sino que ella misma debe remitirse en caso necesario al
juicio renovado de la razón. Es por lo tanto la razón la máxima
autoridad sólo sujeta a la revisión y a la modificación que la propia
razón pueda hacer ante la evidencia de las verdades que ella misma pueda
ir precisando. Razón que puede ser usada, puesta de manifiesto y
respaldada por la sociedad entera, pero no por una sociedad cualquiera,
sino por una sociedad educada y nutrida de amor a la razón y a la
justicia, que garantice amplia y verdaderamente el apoyo a estas
cualidades.
La
verdadera autoridad debe fundamentarse sobre la razón que le asiste, no
sobre la exigencia de un respeto que no se fundamenta sobre esa, así como
por mantener en alto la justicia y no por quebrantarla. Debe exigir el
respeto y ejercer su fuerza basándose en la virtud, ya sea ésta razón,
justicia o amor. Así, la autoridad no debe exigir apriorísticamente el
respeto, debe ganarlo. La autoridad que auténticamente lo es permite ser
cuestionada e impugnada. No es autoridad quien se niega a responder sobre
cualquier impugnación de la validez de lo que hace y al respecto se
siente ofendida. La disposición virtuosa y moral de la verdadera
autoridad debe ser esclarecer toda sospecha de mal en su contra. Justamente,
“el que ve cometer un crimen en silencio, lo comete” (José Martí).
Así, obra justicia quien no encubre a los malhechores, sino que los acusa
o delata valiente y abiertamente ante la autoridad. Por eso, el que no
acusa o delata a un malhechor se hace partícipe de sus delitos, pues es
sabido que los delincuentes dan un alto sentido ofensivo a los motes de
“delator”, como si señalaran faltas; las peores faltas, sólo por
cuanto es algo que a ellos les afecta o lastima. Quienes quieran evitar
dichos motes se harán acreedores a los motes realmente ofensivos de
solapador, alcahuete o cómplice. El
verdadero arrepentimiento implica hondo dolor, pena y vergüenza,
pues significa el reconocimiento de un error moral y la actitud
ardiente y vehemente de tratar de resarcir la falta cometida siempre que
sea posible; por eso, Arrepentirse implica, si se da el caso, tratar de
recompensar ilimitadamente una falta ya no susceptible de resarcirse. No
es arrepentimiento la expresión de temor al castigo, sino la repugnancia
hacia el mal de la falta y el auténtico arrepentimiento temprano o tardío.
Sin embargo, perdonar es cancelar el castigo o resentimiento que amerita
una culpa y por tanto todo perdón debe ser en justicia, una auténtica
expresión de justicia. No es justo ejercer perdón alguno si no hay
arrepentimiento en el culpable. Quien perdona injustificadamente a los
malvados quebranta la justicia y causa un daño irreparable a los justos.
La razón nos dicta que toda reincidencia en una falta, después de
otorgado un perdón, anula el perdón e incrementa la falta. Si la
justicia o la venganza alcanzan al malhechor antes de su arrepentimiento y
remisión o redención no hay injusticia. Claramente,
todo asesinato conceptuado como homicidio intencional y claramente
injustificado, constituye un crimen, pues esta falta moral es muy grande,
“desproporcionada”, pero lógicamente no todo homicida es asesino o
criminal, ya que aunque en la acción le priva la vida a un ser humano,
ocurre de manera casual, involuntaria. No obstante, la conciencia que
sustenta la vida es más valiosa que la vida y quien lastima dicha
conciencia comete un crimen semejante o peor que un homicidio. Moralmente,
quien procura no hacer daño injusto e intencional a nadie, no debe
admitir en justicia sufrirlo impunemente. Es
obligación de la autoridad mantener la paz y el orden social por medio de
la ejecución de la justicia. El arreglo que la autoridad establezca para
enjuiciar y ejecutar la justicia debe garantizar ampliamente ésta y debe
ser auténticamente práctico y funcional, pues si injustamente no
funciona, es obligación moral luchar porque funcione antes que tratar de
ejecutar la justicia por propia mano. No es justo intentar hacer justicia
por propia mano cuando hay un sistema que hace auténticamente justicia.
Debe considerarse que lo justo no es tomar la justicia por propia mano,
sino instaurar o restaurar la autoridad para que ella se encargue de
ejecutar la justicia. La
justicia requiere de autoridad y poder. Poder
es la facultad de fuerza o vigor para hacer algo con o sin oposición. La
plenitud de poder debe ponerse plenamente del lado de la justicia, pues
para ejecutarla es necesario respaldar con poder a la autoridad. Por
tanto, es obligación moral de todos dar poder a la autoridad encargada de
la justicia, pero para que nadie abuse del poder, quebrantando la
justicia, es obligación moral también, extender y compartir al máximo
la autoridad y el poder. En
este estilo de pensamiento, el humanismo como valor supremo en su interés
por el hombre, pondrá la atención en su personalidad y
consustancialmente al derecho a la felicidad, la libertad y el libre uso
de sus capacidades. Es innegable que libertad y justicia sean dos términos
que, en la problemática del hombre actual, deban comprenderse vinculados
e interdependientes uno del otro, pero para ello fue necesario cambiar el
orden social, las relaciones de producción, la base económica, condición
que permitió transitar, mediante la lucha de clases, a una sociedad que
se basa en la propiedad social sobre los medios fundamentales de producción.
Condición, aunque no suficiente, necesaria para proyectos sociales que se
propongan hacer justicia realmente. A
partir de una óptica marxista queremos reflexionar en torno a que las
contradicciones económicas tienen su reflejo en la política, la
justicia, la ética y la moral. Estas concepciones, como sistema de ideas,
reflejan relaciones materiales concretas, objetivas a las cuales están
sometidos los hombres en su actuación, por lo que son portadores de los
valores que en ellos van formándose a partir del proceso cognoscitivo. En
correspondencia con ese condicionamiento objetivo, de clase social, se
forman valores diferentes, ya que la conciencia jurídica de las clases
propietarias de los medios de producción no puede ser igual que la de las
clases desposeídas; lo justo, para unos; no lo es para otros. Un
sistema de ideas jurídicas prevalece, se conforma como derecho, como ley,
es la que sanciona el Estado, la que lo institucionaliza todo, la que
aplasta las ideas y acciones discrepantes. Hasta hoy el mundo capitalista
no ha querido reconocer que los tratados de derecho de cada acción hayan
sido esencialmente expresión de la conciencia jurídica de las clases
desposeídas, trabajadoras, porque para ellos sólo existe un derecho, una
justicia; la de las clases dominantes económicamente. Al respecto
sentenció Carlos Marx: “Vuestro derecho no es más que la voluntad de
vuestra clase erigida en ley, una voluntad cuyo contenido está
determinado por las condiciones materiales de existencia de vuestra
clase”.[5] Esta
última afirmación de Marx y Engels, contenida en el “Manifiesto
Comunista”, con una lectura más refinada y dialéctica, nos remite a la
voluntad política, precisamente porque su contenido o esencia económica
es indiscutible, pero que es algo diferente de la simple voluntad económica
que supone una evidente reducción del derecho, al encerrarlo en un
esquematismo. Se trata, en efecto, de una doble limitación: de un lado no
advertir que no siempre el derecho es la voluntad de la clase dominante en
absoluto, sino que el mismo, en muchos de sus contenidos, sólo se explica
precisamente, por la lucha de clases, por los enfrentamientos entre la
clase dominante y las clases dominadas; que muchas veces el derecho
expresa y contiene soluciones que son arrancadas a la clase dominante por
las clases oprimidas. De otro lado, que la clase dominante no es un objeto
simple con voluntad individualizada, sino que por el contrario es un ente
social complejísimo, en el cual los intereses económicos ni son
uniformes, ni se traducen, en todos los sectores de la clase, mediante un
discurso político. En
este mismo sentido del análisis que permea la concepción de la
subjetividad humana, se despliega todo un sistema de conceptos inherentes
a ella, en calidad de atributos cualificadores de la conducta humana,
tales como: sentido de la justicia, de la razón y de la libertad, que se
refieren a múltiples facetas del obrar del hombre. Tal es así, que éste
para ir hacia sus fines existenciales, para autorealizarse,
requiere de un clima propicio en el seno de su grupo social, un ambiente
de justicia y de bien común, o lo que es lo mismo de moralidad. El
derecho es el medio creado por el hombre para lograr dicho ambiente; pues
el mismo tiene trascendente e inmanentemente como fundamento la esencia
humana. Es su elemento constitutivo y al mismo tiempo regulativo,
expresado en su actitud hacia los valores humanos prevalecientes. En esta
tesis, precisamente, se fundamenta el contenido que condiciona moralmente
el sentido de la justicia. El
DERECHO Si
pretendemos estudiar al derecho, parte del cuerpo unitario de la cultura,
a la luz de la filosofía jurídica; ciencia que estudia los últimos
fines y los primeros principios de esta disciplina, tendremos que iniciar
y terminar nuestro análisis en el hombre, pues es él la causa primaria y
último fin del derecho. Ahora bien, si nuestro objetivo es entender el
derecho como parte del acervo cultural de ese hombre y esclarecer que
constituye una clara muestra de sus intencionalidades sobre la tierra,
tenemos que iniciar nuestro análisis en la esencia misma de su
naturaleza, pues en la realidad, al asaltarnos cualquier duda relacionada
con alguno de los campos de la cultura, todas las respuestas tendrán que
partir de la interpretación de lo que es la naturaleza humana. Una
de las características del hombre es la socialidad. El hombre por
instinto primero y luego por conveniencia tiende a vivir en grupo.[6] Esta forma de vida le
brinda la posibilidad de satisfacer, más fácilmente, sus necesidades;
tanto las meramente orgánicas como las específicamente
humanas. El hombre al nacer es un individuo orgánica y
espiritualmente y sólo mediante la vida en grupo puede desarrollarse en
ambos sentidos, deviniendo personalidad. También mencionaremos como
característica humana la unicidad. Cada persona humana es única,
distinta a las demás; es una individualidad concreta -dice Séller- y
tiene una muy particular inclinación hacia algunos de los infinitos
caminos que ofrecen los valores y una capacidad también muy propia para
captarlos. Estos dos elementos que se conjugan en la individualidad
humana, traen como resultado la necesidad de una normatividad que
garantiza el objetivo social. No
es necesario imaginar, aun experimentamos diariamente los conflictos que
acarrea la unicidad humana al darse la interacción de individuos, al
darse el fenómeno social. La convivencia social trae consigo problemas
muy complejos, porque la interacción de seres humanos diferentes
inevitablemente ocasiona conflictos de voluntades. Es lógico que de la
confluencia de distintos egos en un mismo espacio y en un mismo tiempo,
surjan desavenencias, fricciones, disputas, desórdenes, divergencias,
violencias, intranquilidad y caos social y como el fin de la sociedad es
crear una atmósfera propicia para el desarrollo espiritual humano, un
clima propicio para que el hombre logre sus fines existenciales, se hace
urgente e indispensable una normatividad que garantice dicho objetivo. El
origen del derecho sólo puede estar en los fines existenciales humanos. "(…)
son los fines supremos los que marcan el rumbo al derecho. Las cosas
materiales no son en sí mismas fines, sino medios para la conservación y
fomento de la vida física; la vida, (como forma especial de
manifestación de la materia[7])
a su vez, es meramente un medio para lograr aquellos fines que permiten al
hombre desarrollar plenamente su esencia; el grupo familiar y la vida
social son solamente un medio más al servicio de la naturaleza humana a
efecto de que el hombre pueda alcanzar su fin supremo”.[8]
El derecho es el medio creado por la sociedad para cumplir su fin. Hemos
de subrayar que la sociedad no tiene como objetivo directo el cumplimiento
del bien absoluto del hombre, pues la consecución de los fines supremos
humanos está fuera de su alcance, aunque de ninguna manera se desentiende
de ellos. La sociedad es necesaria para lograr el “bien temporal” que
es instrumental y preparatorio del “bien absoluto”. De esta forma la
sociedad humana y el derecho responden a los requerimientos finales del
hombre, a los que ya hemos dicho, deben estar sin duda ordenando todas sus
demás actividades. Podemos
concluir que el derecho tiene como fundamento la esencia humana, porque es
el medio que la sociedad creó para conseguir un ambiente propicio en el
que se den las circunstancias favorables para la realización de la
persona, para regular los resultados de la conjunción de la unicidad y
la socialidad humanas.
El derecho tiene como fin inmediato la justicia y el bien común y como
fin mediato, la realización humana. La justicia y el bien común son la
moral misma aplicada a la vida social, con los matices diferenciales
propios de esta variación, ambos participan, desde luego, de las
características comunes del género a que pertenecen: los valores. La
diferencia específica de la justicia es que supone a un valorador y a
alguien más y, en segundo
lugar, parte del hecho de que hay algo que repartir, es decir, un bien jurídico
de carácter material o espiritual. Hay una coincidencia inusitada entre
los tratadistas en cuanto a la definición de justicia: Ulpiano nos dice
que “justitia est constant et perpetuam voluntas juss quique tribuendi”,
es decir, justicia es la voluntad constante y perpetua de darle a cada
quien lo suyo. A partir de ahí, de manera parecida, esbozan el mismo
concepto Cicerón, San Agustín, Santo Tomás, Puffendorf, Del Veccio,
Grocio, Rosseau, Francisco Suárez, Brumer, el Código de las Siete
Partidas, etc. Esta
definición aunque nos aporta dos elementos importantes para entender la
justicia: “el de igualdad”, que plantea que los casos iguales deben
ser tratados de igual forma y los desiguales de manera desigual, y el de
“proporcionalidad“, que dice que la disparidad en el trato debe ser
proporcional a la disparidad de los méritos; es una definición formal
que deja vivo el problema de fondo que consiste en saber, ¿qué es lo de
cada quien? En eso consiste la tarea del ser humano, en ir adquiriendo
capacidad para descubrir y apreciar cada vez más los valores, esa es su
tarea infinita. Por lo pronto, podemos decir, junto con Emmanuel Kant y
con Santo Tomás que: “(…)
lo mío de derecho, es todo aquello con lo cual estoy tan unido que su uso
por otro y sin mi consentimiento podría dañarme”.[9]
"La justicia garantiza en su vigencia la afirmación y el
reconocimiento de la dignidad de la persona humana".[10] Sobre
la justicia está fundado el derecho. Aristóteles distingue el derecho
privado del derecho público, que atañe a la vida asociada de los hombres
en el Estado, y distingue el derecho público en derecho legítimo (o
positivo), que es el establecido en diferentes Estados, y el derecho
natural, que conserva su valor en cualquier lugar, incluso si no está
sancionado por leyes. Distingue del derecho la equidad, que es una
corrección de la ley mediante el derecho natural, necesaria por el hecho
de que no siempre en la determinación de las leyes ha sido posible
determinar todos los casos, por lo cual su aplicación resultaría a veces
injusta.[11]
En
cuanto al bien común. “El bien de la comunidad” J.T. Delos, nos dice
que es un bien material y moral de una colectividad considerada como un
todo intercomunicable y solidario que facilita a la persona humana el
cumplimiento de su destino natural o espiritual, integrada jerárquicamente
a la ciudad como parte de un todo. Coinciden en esta definición, Domingo
de Scoto, Juan XXIII, que lo expresa bellamente al decir que el bien común
es el conjunto de las condiciones sociales que permiten favorecer en los
seres humanos el desarrollo integral de su persona, la existencia de un
clima propicio para que el hombre pueda vivir y progrese dentro de un
ambiente de riqueza cultural y de seguridad que se comparta por todos los
miembros de la sociedad, de acuerdo a la justicia como medio para que los
ciudadanos alcancen sus fines humanos propiamente. Efectivamente,
aquí se conjugan lo formal y lo material, pues la experiencia indica que
casi todo lo que se postule materialmente debe ser discutido (para ser
aceptado o, por lo menos, clarificado) y esto se hace formal o
procedimentalmente. El solo factor formal o procedimental, sin el material
o axiológico, no basta para arreglar la convivencia entre los individuos.
Al
hablar del bien común no estamos hablando directamente de bien total -sinónimo
de acercamiento de la existencia a la esencia- sino de bien moral, que es
contenido del primero y en este último, estamos ubicándolo en el terreno
de lo societario. Por tanto, el bien común es también una especial
proyección de la moral en la sociedad. En cuanto a la seguridad jurídica
no considero que forme parte de la axiología jurídica, sino que está
para garantizarla. Tradicionalmente
se ha querido separar a la moral y al derecho arguyendo que la moral es
interna -que pertenece únicamente al fuero de la conciencia-; autónoma
-que no nos es impuesta, que cada quien se da su normatividad al
respecto-; incoercible -sin posibilidad
de hacerse cumplir por la fuerza- y unilateral -que sólo impone
obligaciones y no derechos o viceversa-. Del derecho se ha dicho que por
el contrario, es heterónomo, coercible y bilateral. La distinción entre
moral y derecho según estas ideas es tajante y definitiva, pero en
nuestra opinión no resiste un análisis ontológico. Estas
consideraciones expuestas por Emmanuel
Kant, con las que se pretende aparentar que la moral y el derecho
son entes distintos totalmente, tienen un vicio de origen: no se apegan a
lo que el derecho y la moral son. Ni el derecho es totalmente externo, ni
de la moral se puede decir que sea autónoma y unilateral; y si el derecho
es coactivo, es precisamente para asegurar el cumplimiento de preceptos
morales en la sociedad. Es cierto que un acto moral para serlo debe nacer
de lo “interno”, pero no se puede sostener que el derecho se ocupe sólo
de la conducta externa del individuo -toma muy en cuenta los mecanismos
psicológicos del sujeto-. Al aplicar una pena, por ejemplo, o al considerar la buena fe
en el caso de la prescripción adquisitiva, los hechos internos humanos no
escapan al imperio del derecho. En
cuanto a la autonomía de la moral, es falso que el hombre sea autor o
generador de los propios preceptos morales. Si la moral fuera autónoma,
concepto que significa ya no solamente el personalísimo e íntimo
cumplimiento de un precepto, sino también su nacimiento o autoría, el
derecho carecería de cualquier contenido por inmoral que éste fuera. También
es mendaz afirmar que es nota distintiva de la moral la unilateralidad,
porque quien es beneficiado por una acción moral contrae una obligación
moral también. El hecho de que esta última no pueda ser exigida por el
benefactor, no libera al beneficiario de la obligación; tampoco la hace
desaparecer el hecho de que dicho beneficiario haya actuado sin el interés
de provocarla. En lo que se refiere a la coacción, encontramos la nota
distintiva más clara entre Moral y Derecho. Considero que la sanción, al
igual que el contenido moral, son elementos esenciales del derecho y el
derecho sin sanción, sería simplemente un código de moral social. Las
normas éticas buscan el cumplimiento del destino integral del hombre, su
realización plena y personal, rigen, en suma, la conducta entera del ser
humano; mientras que la finalidad propia del orden jurídico es el bien de
la comunidad a través de la
justicia. La diferencia entre moral y derecho no es tan nítida como se
pretende y las similitudes entre ellos son inmensas, el derecho es una
zona particular de la moral, su terreno es la conducta social del hombre,
ahí estriba la principal diferencia, de donde se desprende la coacción
como elemento esencial del derecho; pero aun esta última se instituye
para asegurar el cumplimiento del orden moral en la sociedad. Siendo la
moral un campo específico del bien total, “una especie del concepto
general de bien”, nos dice Mauro González Luna citando a Santo Tomás,
podemos afirmar desde éste momento que el orden jurídico es una proyección
de la esencia humana. Sabemos
hasta aquí cuáles son los fines del derecho, es decir, sabemos en función
de qué necesidad, y con qué objeto fue creado; y como la lógica nos
dice que la esencia de todo medio está en la orientación a la consecución
de un fin, deducimos que la esencia de lo jurídico es estar dirigida
hacia la moral social. En base a estas ideas calificamos de extraviadas
las teorías de quienes retorciendo a la lógica pretenden hacer del
derecho un recipiente formal en donde cabe cualquier contenido y lo
prostituye haciéndolo un comodín para cualquier fin; como por ejemplo,
la Teoría Pura del Derecho de Hans Kelsen que sacrifica el objeto mismo
del derecho en aras del método; que se funda en la premisa de que hay un
abismo infinito entre el ser y el deber ser, y que dice que la justicia y
el bien común son materias de otras disciplinas, porque los fines del
derecho son meta jurídicos. También
está el caso de la Escuela Histórica o Empírica
que sostiene que el derecho es sólo un producto de las realidades
y las fuerzas materiales, niega un papel activo al entendimiento y
sostiene que la costumbre es la fuente primordial del derecho, puesto que
es la manifestación del querer de cada pueblo. La Escuela Histórica enseñó
y trató de sostener que la ley positiva aunque se oponga a los valores,
es obligatoria. La inercia social, en la Escuela Histórica, es la que
hace el derecho. Otro
caso de doctrina errática acerca de la esencia del derecho es la
corriente positivista o voluntarista que finca la validez del derecho en
el hecho de que fue debidamente emitido por la autoridad: la voluntad
estatal es omnipotente. Niegan sistemáticamente el derecho natural, sólo
existe el derecho positivo, cuya fuente es la voluntad estatal. Esta teoría
comete el imperdonable error, al igual que las dos corrientes antes
mencionadas, de dar normas para humanos. Este tipo de manifestaciones
dicen mucho de quien las engendró, de sus creencias acerca del hombre y
de los valores. Traicionar
la esencia humana institucionalmente, aceptar la posibilidad de la
arbitrariedad como derecho, son heraldos evidentes de decadencia y de
holocausto. El caso de Gustav Radbruch es ejemplificativo al respecto.
Alrededor de 1930 escribía este importante autor en su libro Filosofía
del Derecho: “El juez tiene la
obligación profesional de hacer valer la voluntad de validez de la ley,
sacrificar el propio sentimiento jurídico ante la orden autoritaria del
derecho, preguntar únicamente qué es lo que es derecho y nunca si es
justo. Despreciamos al párroco que predica en contra de sus convicciones
pero honramos al Juez que no se deja engañar en su fidelidad a la ley por
una sensibilidad jurídica contraria a aquella”.[12]
Después
de la experiencia traumática de la Alemania Nazi en 1945, en una muestra
de virilidad y frescura intelectual, flexible y abierta a las nuevas enseñanzas,
rectificó su postura y más adelante escribió: “Cuando
las leyes niegan conscientemente la voluntad de ser justas, cuando
desconocen arbitrariamente los derechos de los hombres en tales hipótesis,
falta a la ley toda
justificación (…); en este caso, los juristas deben tener el valor de
negarle el carácter de normas jurídicas. Ahí donde no se aspira a la
justicia, ahí donde la igualdad que constituye el corazón de lo justo es
desconocida conscientemente en
la creación del derecho positivo, la ley así impuesta no solamente es un
derecho injusto sino que más bien carece de la esencia de lo jurídico".[13] Podríamos
suponer que los extravíos del Derecho son cosas del pasado; sin embargo,
el hombre de nuestros tiempos se ha caracterizado por el abandono en que
tiene a las tareas del espíritu humano; muy pocas personas buscan
conocerse a sí mimas, igualmente escasos son los hombres libres
espiritualmente. "El que quiere nacer tiene que destruir un mundo”,
nos dice dramáticamente Herman Hesse, refiriéndose a las calamidades que
tiene que afrontar un individuo en una sociedad equivocada. Precisamente
en estas circunstancias es cuando se hace más urgente señalar a la
esencia humana como fundamento del derecho. La
justicia ineludiblemente se fundamenta en la razón, pues si esta no puede
ser establecida, no se podrá diferenciar lo que es justo de lo que es
injusto, ya que implica, fundamentalmente, inteligencia, agudeza,
perspicacia, sabiduría y conciencia moral. La justicia, como valor moral,
no es un invento del hombre, este sólo la percibe y expone; los que
dicen: “lo que puede ser justo para ti, puede no ser justo para mí”
generan desconocimiento e injusticia, pues lo que es verdaderamente justo
lo es ante toda auténtica conciencia. Desde un punto de vista moral, a la
luz de la razón, lo que es lógicamente justo para uno, lo es
ineludiblemente para todos. Ser justo implica poder razonablemente
determinar la justicia y ejercer la voluntad de aplicarla debidamente. LA
RAZÓN ¿Qué
debemos entender por razón? Cada filósofo dará una respuesta distinta
a esta interrogante, sin embargo, para todos, ella será el
fundamento del conocimiento científico y se expresará en el modo de
comprender la naturaleza. Servirá como principio organizador y garante
del orden natural que se espera descubrir y se devela por las ciencias. Desde
el punto de vista estrictamente científico, corresponde a Kleper, Galileo
y Newton el haber expresado una comprensión científica de razón, o una
razón científica soberana e independiente, en un cuadro científico del
mundo que abrió el camino a lo que hoy conocemos como racionalidad clásica.
Sin embargo, corresponde a Renato Descartes el haber expresado filosóficamente
con mayor claridad, junto con Leibniz, la esencia de la racionalidad clásica:
la idea de un orden natural comprensible en términos deterministas y la
exclusión de los fenómenos que no se ajustaran a él, en primer lugar,
los fenómenos de conciencia, del horizonte de la investigación científica. Recorriendo
este camino la ciencia clásica llegó a una situación, en cierto
sentido, absurda: la racionalidad científica, que se había basado en sus
inicios en la razón, devino racionalidad científica fría, calculadora,
envuelta en raciocinio o entendimiento y desprovista de razón. Al
eliminar el principio de finalidad en las ciencias de la naturaleza, ésta
comenzó a ser comprendida como una sucesión incompleta, sin fin ni
sentido, de modo que imperceptiblemente, la idea de la razón como
generadora de principios -y la ciencia clásica partía de una razón
generadora de principios capaces de ser comprendidos por todos y en todo
momento por igual- se suprime.[14] Este
fenómeno tiene lugar como consecuencia de los propios supuestos de
racionalidad enraizados en la ciencia moderna desde su origen. La exclusión
de los fenómenos de conciencia, de la vida y la variabilidad real,
quedaron fuera del horizonte de la ciencia y provocaron a largo plazo la
exclusión de la razón. En el siglo XIX el proceso de exclusión de la
razón concluye con el establecimiento de una racionalidad científica sin
razón; una racionalidad científica empobrecida hasta la consideración,
casi exclusiva, sólo de las relaciones causa-efecto. Así,
la racionalidad clásica que surge con la razón como estandarte, dotada
de un instrumento mediador, deja a la razón por el camino y se transforma
en una visión instrumental de la naturaleza, que tiene orden, pero al
carecer de fines, está también desprovista de sentido espiritual y
cultural. La ciencia clásica pretende conocer un mundo que está ahí,
siempre ha estado y estará, que es. Este mundo seco y estable puede ser
comprendido en la medida que contemos con instrumentos para llegar a él y
develar sus secretos. Desde
el punto de vista valorativo, que es en el sentido que nos interesa
abordar este tema, se llama “razón” a la facultad de pensar y discurrir de manera ordenada,
congruente, armoniosa y lógica. Se llama “razones”
a los argumentos válidos, congruentes y fundamentados. Pensar es la acción de generar ideas, en un proceso lógico. Discurrir
es la acción de pasar relacionadamente de unas ideas a otras. Razonar
es la acción de discurrir, de manera ordenada, congruente, armoniosa
y lógica. Lógico es todo
aquello razonable, coherente, congruente y fundamentalmente consecuente. Ser
razonable implica percibir cabalmente la congruencia, coherencia, orden,
armonía, fundamentación, consecuencia y validez de las cosas. Congruente
es aquello concordante, debidamente relacionado en que hay conformidad y
correspondencia. Coherente es
aquello debidamente integrado, unido o relacionado. Integrado
es aquello unido y conjuntado en todas sus partes. Ordenado es aquello en que hay la debida colocación de las cosas
entre sí. Armonioso es aquello
debidamente estructurado, combinado o integrado. Fundamentado es aquello establecido con claridad, seguridad y
firmeza sobre bases reales, confiables y válidas. Consecuente es aquello que se sigue forzosa, ineludible o
inevitablemente. Válido es
aquello que tiene aceptación cabal por su congruencia lógica o ética. Para
ser razonable se requiere distinguir entre ser racional y ser razonable;
así como entre racionalizar y razonabilidad. Ser racional significa
poseer la capacidad o facultad de pensar y razonar las cosas. Ser
razonable significa usar debidamente y con eficacia la facultad racional. Queramos
o no, somos seres racionales, pero no siempre somos seres razonables. De
tal manera, del hombre la racionalidad es su esencia y la razonabilidad su
excelencia. Racionalizar es la acción de dar de manera no cabalmente
razonada o consciente, congruencia aparentemente lógica a las cosas; es
decir, la acción de percibir y precisar de manera cabalmente consciente
la propia congruencia de las cosas. Razonar es fundamental para lograr
razonabilizar la congruencia real de las cosas. Ser
razonable es la virtud fundamental de la que devienen todas las demás.
Todo lo reconocemos y desarrollamos exclusivamente por medio de la razón.
No se puede ser bueno, ni amoroso, ni justo si no se es, fundamentalmente,
razonable. Ser razonable implica reconocer que podemos equivocarnos, pero
que con la misma razón, podemos reconocer y rectificar los propios
errores de ésta. Por tal motivo, la razonabilidad debe reconocerse como
el fundamento de toda virtud. Es falso que haya virtudes por encima de la
razón o al margen de ella. Admitir esto de manera irrazonable y
prejuiciada es erróneo y
entorpecedor. El sentimiento, la voluntad, la intuición y la fe
son expresiones resultantes de la razón. Sentimiento[15]
es toda afectación anímica, ya sea agradable o desagradable, producida
por el mismo pensamiento y concordante con éste. Todo sentimiento tiene,
por lo tanto, un pensamiento de base que lo fundamenta u origina, que lo
incrementa o lo destruye. El sentimiento es sólo la respuesta a lo que
dentro del pensamiento ha dejado las sensaciones de agrado o desagrado que
las cosas producen, así como a la noción de beneficio o daño que estima
nuestra razón. En función del criterio asumido, los sentimientos morales
pueden ser comprendidos como el aspecto emocional de la actividad
espiritual del individuo que caracteriza, conjuntamente con las
convicciones, su posición moral subjetiva. Voluntad
es la facultad del ser racional de determinar por el pensamiento el hacer
o no hacer una cosa, en armonía o contraposición con los mismos
sentimientos, y constituye de manera relativa la misma directriz del
propio pensamiento, ya que se expresa en: La voluntad de pensar al tiempo
que se piensa; La voluntad de pensar sobre aquello que se piensa; La
voluntad de razonar o no razonar y, finalmente, por la razón misma, la
voluntad de obrar de acuerdo o no a lo que se ha pensado o razonado. Intuición
es la idea que surge sobre algo,
antes del juicio razonado y reflexivo, con fundamento en la conciencia o
idea general de las cosas, producto de la racionalización o del
razonamiento previo. Suele denominársele también “presentimiento” o
“corazonada”. La intuición, por lo tanto, se deriva de la razón,
siendo una captación espontánea de ésta. Nuestra facultad de intuir
presenta evidentemente el beneficio de un punto de partida en la
consideración de todo nuevo conocimiento y una idea elemental cuando no
hay tiempo de razonar y hay necesidad de decisiones rápidas. La intuición
pudiera considerarse que supera al razonamiento, no a la razón en sí,
puesto que es parte de ésta, sólo en este respecto; como una percepción
rápida y aguda de ella misma. Fe
es el sentimiento de confianza y seguridad lógicamente fundamentado con
que esperamos o creemos en el cumplimiento de una expectativa deseable o
anhelada. La fe es toda creencia y esperanza optimista lógicamente
fundamentada y se deriva de la razón, que es la única que nos puede
hacer ver si dicho sentimiento de confianza y seguridad tiene bases o está
lógicamente fundamentado. Sólo por la razón es posible considerar y
reconocer qué es la fe, así como la auténtica validez de ella. Ser
razonable implica fundamentar y acrecentar nuestra conciencia, nuestra
mente y nuestro intelecto. “La Conciencia –plantea
Carlos Marx-, nunca podrá ser otra
cosa que el ser conscientizado, y el ser de los hombres es el proceso real
de sus vidas”.[16] En este planteamiento,
Marx resalta que la característica esencial de la conciencia es ser un
reflejo de la vida real de los hombres, lo cual presupone, a su vez, la
reproducción y diferenciación consciente, por éste, del contorno en que
se desenvuelve, de la relación con ese contorno y de sí mismo. Mente
es el conjunto de ideas, sentimientos e intenciones propios de cada
individuo, por los cuales éste se reconoce o es reconocido. Intelecto es
la faceta de la mente que se ocupa del entendimiento o comprensión. También
significa ser altamente entendido y comprensivo. Se llama entendimiento o
comprensión a la capacidad o facultad de percibir la debida consistencia
de las cosas, al buen juicio y al acuerdo que deviene de éste. Comprender
o entender es la acción de relacionar debidamente las partes de un todo y
percibir la debida estructura de las cosas. Además,
equivale a estimar y amar la verdad, el conocimiento y la ciencia. A la Verdad
hay que percibirla en la generalidad de los enfoques y sus mediaciones
históricamente condicionadas para no reducirla exclusivamente a
conocimientos, al margen de los valores y otros medios de que dispone el
sujeto en relación con el objeto.[17] Conocimiento
es el reflejo activo, creador y orientado a un fin; la posesión
consciente de la verdad, que parte de la contemplación viva del objeto o
fenómeno, al pensamiento abstracto y de ahí a la práctica o verificación
del propio conocimiento. Ciencia es, ante todo, sistema de conocimientos debidamente
estructurados y fundamentados; forma específica de la conciencia social e
instituto social. Además, en las condiciones de la Revolución Científico-Técnica,
deviene fuerza productiva directa. Cuando
se distingue plenamente entre lo que se cree y lo que se sabe, se es
razonable. Creer es la acción
de dar por verdadero algo todavía no demostrado, así como dar por hecho
la realización de algo aún no realizado. Saber es conocer con cierta amplitud o profundidad la verdad de una
cosa. Ser razonable implica reconocer la importancia de distinguir
plenamente entre lo que es y lo que no es una demostración y comprobación.
Demostrar, probar o comprobar es la acción de hacer ver de manera
irrefutable la verdad sobre algo, es decir, dar razones necesarias y
suficientes que hagan que una cosa sea esa y no otra. Mostrar
es la acción de hacer ver algo directamente o de poner en contacto
directo con la realidad. Toda mostración manifiestamente constituye una
auténtica demostración, en tanto que evidencia
es toda manifestación de la verdad o de la realidad.
Asimismo,
cuando se aprecia la importancia de estudiar, discutir, analizar,
sintetizar, meditar y reflexionar, se es razonable. Estudiar
es la acción de apropiarse de la herencia cultural que le ha antecedido
al sujeto en su interacción con el objeto del conocimiento, para conocer
la verdad de las cosas. Discutir
es la acción de analizar y sintetizar las alternativas, disyuntivas y
contraposiciones para alcanzar la verdad. La discusión no forzosamente
tiene que darse entre dos o más personas, sino que puede darse en el
fuero interno de quien razona o analiza las cosas. Analizar
es un proceso lógico del pensamiento, mediante el cual se realiza la acción
de separar y distinguir, ya sea de manera real o ideal, las partes de un
todo. Sintetizar es el proceso lógico
del pensamiento que complementa el análisis, mediante la acción de
reestructurar, ya sea de manera real o ideal, las partes de un todo. Meditar es la acción de razonar sobre algo con profundidad, atención
y cuidado; en tanto que Reflexionar
es la acción de considerar o reconsiderar detenidamente una cosa. Ser
razonable implica combatir ardientemente el error, la falsedad, la
ignorancia, la insensatez y la necedad. Error
es todo concepto o hecho desacertado o falso, pero que no se contrapone a
la verdad, puesto que de todo error se deduce el camino para encontrar la
verdad. Falsedad es la falta de verdad. Ignorancia
es la condición en que se carece de conocimiento. Insensatez es la inhabilidad para ser razonable, ya sea por
ignorancia, falta de desarrollo lógico o por ofuscaciones emotivas. Necedad
es la actitud de insistir o persistir irrazonablemente sobre algo por
aberraciones emotivas. Ser razonable significa ser sensato, prudente, lúcido
e inteligente. Sensatez es la virtud de actuar con razonabilidad y buen juicio. Prudencia
es la virtud de pensar y actuar con atención y cuidado. Lucidez
es la virtud de percibir con claridad, agudeza y prontitud las
cosas. Inteligencia es la
capacidad de relacionar, comprender y concluir acertada y prontamente la
solución de problemas. Ser
inteligente implica ser imaginativo, creativo, eficiente, productivo,
prudente, precavido, cauteloso o cauto, avisado o avisor, previsor, sagaz
y astuto. Imaginativo es todo
sujeto capaz de generar ideas o imágenes claras, novedosas, creativas y
reales. Creativo o inventivo es
todo sujeto capaz de producir cosas útiles nuevas. Eficiente es todo sujeto capaz de lograr con seguridad y facilidad
sus trabajos, metas o propósitos. Productivo
es todo sujeto capaz de realizar cabal o abundantemente las cosas útiles
que se propone. Prudente, precavido,
cauteloso o cauto es todo sujeto que actúa con sensatez y cuidado
para evitar lo inconveniente o dañino de un acto ante la vida. Avisor o avisado es todo sujeto que percibe a tiempo los mínimos
avisos, señales o indicios desfavorables o favorables para obrar
convenientemente. Previsor es
todo sujeto que actúa inteligentemente anticipándose a los hechos,
proveyendo lo necesario para atender a problemas o necesidades futuras. Sagaz es todo sujeto avizor, mentalmente despierto, ágil e
inteligente, escurridizo a las trampas, penetrante en la causa y solución
de problemas. Astuto es todo
sujeto inteligente y habilidoso para lograr sus fines, cosa que puede
implicar circunstancialmente evitar el engaño o perpetrarlo. No obstante,
ser verdaderamente astuto implica no caer erróneamente en la propia
trampa de creérselo para poder engañar sin razón a los demás y
percibir que la verdadera astucia o inteligencia más que perpetrar engaños
sobre otros o evitar particularmente que otros nos engañen consiste en
erradicar de nuestro medio a la trampa o el engaño ventajoso, malvado e
inmoral. No
es razonable quien no se esfuerza ardientemente por alcanzar sabiduría. Sabiduría
es el logro de relacionar y comprender las cosas más importantes de la
vida y la existencia. La sabiduría depende tanto de la inteligencia
individual, como de la posibilidad de que la realidad nos revele su
estructura, naturaleza o razón de ser. Ser sabio implica haber logrado la
mayor comprensión y entendimiento posible con respecto a la vida y la
existencia. La
sabiduría presupone amar, practicar, desarrollar y generalizar la Filosofía,
considerada históricamente como la “primera ciencia”, de la que se
derivaron consecuentemente las ciencias particulares, constituyéndose a
la postre en la ciencia de los principios y las leyes generales y
fundamentales. Es la autoconciencia de la cultura de una época
determinada, cuyos contenidos se plasman en las estructuras teóricas a
través de los cuales la época se precisa a sí misma. La filosofía de
una época no es la filosofía de tal o cual filósofo, de tal o cual
grupo de intelectuales, de tal o cual sector de las masas populares: es la
combinación de todos estos momentos, que culmina en una determinada
dirección y en la cual, esa culminación se torna norma de acción
colectiva”.[18] Existen dos posibles
enfoques para su estudio: filosófico-sociológico,
que aborda el estudio como forma específica de la conciencia social
(determinar la especificidad cualitativa de la generalización filosófica)
y el lógico-gnoseológico,
donde se cuestiona, ¿cuál es la región de estudios del saber filosófico?
y ¿cómo abordar los objetos
de la investigación filosófica? Ser razonable implica apreciar,
estudiar, desarrollar y fundamentarse en la Lógica
definida como la ciencia que trata de la razón, de la verdad y de la
relación que se da entre ambas. Es decir, la ciencia que sirve de
fundamento y método a la filosofía y a todas las demás ciencias. Se
reconoce que es por medio de la razón que podemos percibir y comprender
la importancia lógica y moral de ejercer en todo caso juicio o
enjuiciamiento sobre las cosas, asignando el tiempo apropiado para ello. Juicio
o enjuiciamiento es la operación de la “razón” para determinar
la “razón” de las cosas, su valor o su justicia. También se llama Juicio,
al estado de sensatez o cordura, a la sana facultad de la razón que
permite distinguir la verdad de la mentira, el bien del mal, así como la
opinión o conclusión misma producto del mismo enjuiciamiento. Todo
juicio o enjuiciamiento constituye el medio por el cual, tanto de manera
individual como colectiva se intenta establecer o se establece la distinción
entre la verdad y la mentira, el bien y el mal, la justicia y la
injusticia y la belleza y la fealdad de las cosas. Ser
razonable implica desarrollar y ejercer de manera particular el criterio
personal. Criterio es la capacidad o habilidad de enjuiciamiento o
discernimiento sobre un determinado tema o asunto. Implica, además,
ejercer juicios categóricos para determinar o para reconocer de manera
definitiva los fundamentos o los principios de la razón, de valor o de
justicia sobre los que pueda cimentarse el desenvolvimiento ulterior
general del ser humano. También implica ejercer juicios para determinar cómo
se aplican en los casos particulares los principios generales de la razón
y la justicia; reconociendo que todo juicio superficial o mal hecho
equivale a no hacer juicio alguno, ya que para que sea válido requiere
agotar los datos o elementos de juicio realmente disponibles, aunque sólo
bajo condiciones apremiantes puede admitirse precipitar éstos. Educar,
en este sentido, es promover que todas las personas, desde su más
incipiente niñez, a pesar de las limitaciones propias de esa edad,
tiendan a no aceptar nada sin razonar. Implica reconocer como una
ignorancia admitir alguna cosa sin razonar debidamente, ya que nada debe
ser considerado o respetado apriorísticamente como verdadero; pues el
respeto a la verdad y el respeto a las mismas personas nos imponen la
obligación moral de no aceptar sus ideas si éstas no son lógicas y válidas,
ya que el que busca sólo las “razones” que apoyan su idea no razona.
LA
LIBERTAD Libertad
es la virtud de obrar por voluntad propia con agrado y placer, sin
restricción ni limitación alguna, todo lo que es bueno y justo. Filosóficamente
hablando es la necesidad conocida, la necesidad hecha conciencia, es
decir, el conocimiento y aplicación por el hombre de las leyes objetivas en beneficio propio.
Dicha libertad depende de la razón, que es la única que puede reconocer
y apreciar todo lo que es bueno y justo, y voluntariamente obrar con amor
y por lo tanto con placer. Ser
libre moralmente implica no padecer dependencia, subordinación, restricción
o sujeción moral alguna. Existen deberes u obligaciones morales y por lo
tanto existen restricciones morales y deben existir, consecuentemente,
sanciones morales para los que no acatan dichas obligaciones morales; sin
embargo, los que dicen, por este hecho, que la libertad moral no existe se
engañan, pues es libre moralmente quien obra por su propio deseo, cuando
ese deseo es acorde con la virtud y con la justicia. Así,
por un lado, no puede estimarse que sea libre el que por voluntad propia
quebranta la virtud y la justicia, pues obrar placenteramente lo malo;
aunque pudiera parecer “libertad” a algunos, es esclavitud a la
ignorancia y al pecado, ya que quien obra el mal es esclavo del mal, sea
consciente o inconscientemente, pues en todo caso el mal esclaviza y el
bien libera. Por otro lado, tampoco quien cumple con la justicia en contra
de su voluntad cumple con la virtud y es libre, pues queda esclavizado a
la frustración de su propio deseo. Por ello, sólo es libre quien obra la
justicia y la virtud por voluntad propia, no quebrantando ni la virtud ni
su voluntad. No
es esclavo del bien o la virtud quien la ejecuta con placer y por propia
voluntad, pues para la persona que obra con agrado y placer, por voluntad
propia la virtud y la justicia, no existe restricción alguna; esa persona
es total y verdaderamente
libre. Así, ser libre implica, por un lado, obrar bajo el impulso de la
propia voluntad y, por otro lado, no ser merecedor de castigo, sanción,
reprobación o censura moral alguna. La
libertad es el pleno ejercicio de la voluntad individual y,
consecuentemente, la plena subordinación a la propia ley interna y no al
impulso de una voluntad caprichosa, pues es absurdo e irrazonable
pretender emancipar la propia voluntad individual de la directriz del
propio pensamiento, como si la voluntad fuera una fuerza voluble,
caprichosa y no la fuerza que emana de éste. Por otro lado, no es posible
considerar la ley interna ajena a la ley externa, como si no existiera una
relación entre las leyes de la naturaleza y las leyes del pensamiento que
se derivan del conocimiento y la conciencia de aquéllas. La
libertad moral implica el ejercicio de la voluntad individual, en armonía
con los deberes u obligaciones morales que dicta la propia conciencia de
lo que es la ley moral. En tal caso, nadie es libre para actuar o dejar de
actuar, si existen deberes morales que obliguen en uno u otro caso
respectivamente. Por eso, no existe libertad para desatender ninguna
promoción de justicia, sólo existiendo el derecho y la libertad de
descalificar lo que no es virtuoso ni justo. Sólo en ciertos casos la
libertad implica escoger entre alternativas igualmente válidas. La
libertad de conciencia no consiste en pensar lo que a uno se le antoje,
sino en el derecho de pensar y analizar por cuenta propia las cosas, sin
aceptar claudicar omitiendo o cancelando ese derecho, ni admitir que nos
impidan ejercerlo. Nadie es libre para creer lo que desee, sino para creer
lo que se manifieste lógico y plausible, lo que se manifieste capaz de
explicar la realidad, lo que tenga mayores apoyos y señalamientos en su
favor. Debemos
luchar por la libertad como se lucha por toda virtud, pero reconociendo
primero en qué consiste ésta. En nombre de la libertad se han cometido y
se siguen cometiendo injustificables crímenes por los que no tienen
conciencia de lo que es auténticamente la libertad. Quienes pugnan erróneamente
por lo que no es libertad corrompen y esclavizan. La libertad implica la
ausencia de coerción y de libertinaje. Coerción es la represión o impedimento de la justa y auténtica
libertad. Libertinaje es el
exceso o abuso de la pretendida ejecución de la libertad y, por lo tanto,
el quebrantamiento de ella. La
libertad es por lo tanto como un camino estrecho del que podemos salirnos
de uno u otro lado. Por un lado, impidiéndonos hacer lo que tenemos el
derecho de hacer, y por otro lado, permitiéndonos hacer lo que no tenemos
el derecho de hacer. Por eso, debe razonablemente reconocerse para qué se
tiene libertad y para qué no; qué cosa se tiene el derecho de reprimir y
cuál no, si tomamos en consideración que la mayoría de los conflictos
humanos han surgido de no reconocer estas dos cosas. Cuando
se quebrantan deberes morales no se ejerce libertad sino libertinaje,
siendo un crimen alegar que somos libres cuando lo que somos es
libertinos. La libertad y el derecho de un individuo no son independientes
de la libertad y el derecho de los demás individuos. Para ser
verdaderamente libres, debemos admitir sólo la sujeción a leyes justas,
y cumplir con ellas al impulso anuente y satisfactorio de la propia
voluntad. Nadie es libre si de manera individual se le niega el derecho de
participar en validar o invalidar toda ley. La
libertad es condición para que aparezca la justicia social y esta también
tiene una dimensión eticomoral, pero a diferencia de ésta, no se erige
como ley. La conducta eticomoral y las relaciones morales tienen un
regulador esencialmente valorativo, determinado por la opinión pública,
lo socialmente aceptable, con una marcada influencia en la conducta
individual. Estos valores se forman bajo la influencia de un orden social
determinado, en correspondencia con las condiciones concretas de vida.
Cada clase social tiene su moral, su ética, su sistema de valores en
correspondencia con lo socialmente aceptado por sus iguales, es decir, los
demás integrantes de su clase. Hoy
se habla con frecuencia de crisis de valores, aunque no siempre de crisis
económica, política, del orden social; causas directas de la primera. La
crisis de paradigmas que vive el mundo en los dominios de la teoría y la
praxis de los valores, aunque sería más exacto decir de para-dogmas, se
analiza como depresión total sin posibilidades de reanimación o auge.
Crisis significa cambio y el cambio comporta el hundimiento y la muerte
del organismo social enfermo o la recuperación de la salud, extirpando
las células enfermas. Muchas
veces se ignora esto último y se declara la crisis como error absoluto.
Esto demuestra que a las normas y valores sociales y morales no se les
comprende como proceso de génesis, desarrollo y caducidad y, mucho menos,
que estos contenidos sociales no desaparecen de modo absoluto, pues se
pueden convertir en universales e integrase al progreso moral y social de
la humanidad. Esta crisis sólo será comprensible como una ruptura en la
continuidad y una continuidad en la apertura sobre la base del error y la
verdad. El valor heurístico de esta noción epistémica nos ha permitido
explicar su contenido como alternativa de crecimiento axiológico. Bibliografía Abbagnano,
Nicolás (1994): Historia de la filosofía en II Tomos, tomo I, P. 127. Fromm,
Erich (1977): La revolución de la esperanza. Fondo de cultura económica,
México, DF, pp. 92 – 93. Galdenko,
P. (1991): “El problema de la racionalidad a fines del siglo xx”. En: Cuestiones
de Filosofía, no.6, pp. 3 -14. Gonzálz,
Uribe (s/f): Teoría Política. S/E.,
p.26. González
Luna, Mauro (1978): “El Hombre y la lucha por el derecho”. Ediciones
Olimpia, S.A. México, p. 53. Gramsci,
A. (1966): El materialismo Histórico y la filosofía de Benedetto Croce.
Edición Revolucionaria. T.I. La Habana, p.30. Kant,
Inmanuel (1963): Fundamentos de la metafísica de las costumbres.
Editorial Espasa Calpe, España. pp.37-38. Martí,
J. (1963): “Tres héroes”, p.1209,
t. I, p. 17. En: Op. cit. (32), Editora Lex, La Habana. Marx,
Carlos y Engels, Federico (1971): “Manifiesto del partido Comunista”,
en: Obras Escogidas en dos Tomos, tomo I. Editorial Progreso, Moscú,
p. 34-35. Marx,
C. Engels, F. (1973): Obras escogidas en tres tomos, tomo3, p. 25.
Editorial Progeso, Moscú. Radbruch,
Gustav (s/f): Filosofía del Derecho. S/E., p. 57. Radbruch,
Gustav (s/f): Algunos Problemas Principales de la Filosofía del Derecho. S/E.,
p.14.
Notas: [1] Abbagnano, Nicolás (1994): Historia de la filosofía en II Tomos, tomo I, P. 127. [2] Kant, Inmanuel (1963): Fundamentos de la metafísica de las costumbres. Editorial Espasa Calpe, España. pp.37-38. [3] Fromm, Erich (1977): La revolución de la esperanza. Fondo de cultura económica, México, DF, pp. 92 – 93. [4]
El Dr. Arun Gandhi, nieto de Mahatma Gandhi y el fundador del
instituto M.K. Gandhi para la Vida sin violencia, en su lectura del 9
de junio del 2006, en la Universidad de Puerto Rico, compartió la
siguiente historia como un ejemplo de la vida sin violencia en el arte
de ser padres: "Yo tenía 16 años y estaba viviendo con mis
padres en el instituto que mi abuelo había fundado a 18 millas en las
afueras de la ciudad de Durban, en Sudáfrica, en medio de
plantaciones de azúcar. Estábamos bien adentro del país y no teníamos
vecinos, así que a mis dos hermanas y a mí siempre nos entusiasmaba
el poder ir a la ciudad a visitar amigos o ir al cine. Un día mi
padre me pidió que lo llevara a la ciudad para atender una
conferencia que duraba el día entero y yo salté a la oportunidad.
Como iba a la ciudad mi madre me dio una lista de cosas del
supermercado que necesitaba y como iba a pasar todo el día allá, mi
padre me pidió que me hiciera cargo de algunas cosas pendientes como
llevar el auto al taller. Cuando despedí a mi padre él me dijo: Nos
vemos aquí a las 5 p.m. y volvemos a la casa juntos. Después de muy
rápidamente completar todos los encargos, me fui hasta el cine más
cercano. Me enfoqué tanto con la película, una película doble de
John Wayne que me olvidé del tiempo. Eran las 5:30 p. m. cuando me
acordé. Corrí al taller, conseguí el auto y me apuré hasta donde
mi padre me estaba esperando. Eran casi las 6 p. m. Él me preguntó
con ansiedad: ¿Por qué llegas tarde? Me sentía mal por eso y no le
podía decir que estaba viendo una película de John Wayne entonces le
dije que el auto no estaba listo y tuve que esperar... esto lo dije
sin saber que mi padre ya había llamado al taller. Cuando se dio
cuenta que había mentido, me dijo: "Algo no anda bien en la
manera que te he criado que no te ha dado la confianza de decirme la
verdad. Voy a reflexionar que es lo que hice mal contigo. Voy a
caminar las 18 millas a la casa y pensar sobre esto". Así que
vestido con su traje y sus zapatos elegantes, empezó a caminar hasta
la casa por caminos que ni estaban cementados ni iluminados. No lo podía
dejar solo... así que yo manejé 5 horas y media detrás de él...
viendo a mi padre sufrir la agonía de una mentira estúpida que yo
había dicho. Decidí desde ahí que nunca más iba a mentir. [5] Marx, Carlos y Engels, Federico (1971): “Manifiesto del partido Comunista”, en: Obras Escogidas en dos Tomos, tomo I. Editorial Progreso, Moscú, p. 34-35. [6] Es decir sólo en grupo puede sobrevivir y realizarse. [9] González Luna, Mauro (1978): “El Hombre y la lucha por el derecho”. Ediciones Olimpia, S.A. México, p. 53. [10] Ibídem, p. 54. [11] Op. Cit., (2) p. 128. [12] Radbruch, Gustav (s/f): Filosofía del Derecho. S/E., p. 57. [13] Radbruch, Gustav (s/f): Algunos Problemas Principales de la Filosofía del Derecho. S/E., p.14. [14]
Galdenko, P. (1991): “El problema de la racionalidad a fines del
siglo xx”. En: Cuestiones de Filosofía, no.6, pp. 3 -14. [15] En su interesante trabajo Responder del otro, Joan C. Melich y Juli Palou, afirman que existen autores que defienden que todo valor viene dado en un sentimiento y validado por un juicio. Sin sentimiento, el valor más preciado carece de eficacia reguladora. Además, cuando son asumidos, tienen la fuerza suficiente para mover nuestros sentimientos y para exigir nuestros esfuerzos. Los valores pueden expresarse polarmente, son ajenos al número y a la medida y como lo sostiene Scheler, se dan a través del sentimiento y de la emoción; en tanto Meinong considera que el juicio establece el enlace entre el sentimiento de valor y el objeto axiológico. Los valores cuando son asimilados por el sujeto suscitan la estima y el deseo, el interés para actuar de una manera determinada. El valor comprendido en este sentido, rompe nuestra indiferencia, nos atrae, responde a nuestros sentimientos más íntimos y a nuestras vivencias más profundas. [16] Marx, C. Engels, F. (1973): Obras escogidas en tres tomos, tomo3, p. 25. Editorial Progeso, Moscú. [17] Para profundizar, en este aspecto, consultar en el epígrafe: El ideal unitario, el acápite correspondiente a la verdad, pág. 62-68. [18]Gramsci, A. (1966): El materialismo Histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Edición Revolucionaria. T.I. La Habana, p.30. [19]Martí, J. (1963): “Maestros ambulantes”. En: Obras Completas t. 8, p. 289. Editorial Nacional, La Habana. [20]Martí, J. (1963): “Tres héroes”, p.1209, t. I, p. 17. En: Op. cit. (19), Editora Lex, La Habana. |
Jorge Valmaseda Valmaseda
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