La formación humana como expresión del hombre en su plenitud 
De “Revelación Axiológica y Formación Humana” 
Autor: Dr. Jorge Valmaseda Valmaseda
Profesor Titular de la Universidad de La Habana, Cuba.

Reflexionar acerca del hombre, de su lugar en el enigmático universo, con el fin de hacer tangible su propia naturaleza y captarla en el movimiento histórico– dialéctico, como condición necesaria para comprender el escenario obligado en el cual se desarrolla, no resulta una tarea fácil; pero si tenemos en cuenta cómo surge ese hombre, cuál es su esencia, cuál es su relación con la sociedad, qué sentido tiene la vida, cómo y por qué se mueve de forma pendular entre virtudes morales y comportamientos negativos; entonces nos será más fácil comprender que hacia  esas conexiones, relaciones profundas y leyes internas que determinan los rasgos y tendencias principales del desarrollo de un sistema material, deben estar orientadas todas las demás características humanas.

 

Por otra parte, el tratamiento del hombre como objetivo específico de reflexión teórica ha incluido varias terminologías que van desde el antropologismo hasta el humanismo; siendo este último el más utilizado, pero requiriendo de muchas especificaciones en dependencia de la situación del teórico o cientista social de que se trate y de la complejidad del propio objeto. En efecto, bajo la denominación se concentra el interés en el hombre, como valor supremo, el desarrollo de sus cualidades, así como sus fuerzas creadoras capaces de transformar todo cuanto le rodea a través de la actividad práctica y racional.

 

Ahora bien, para comprender mejor cómo se produce el entronque entre una concepción humanista progresista condicionada por la problemática de un período histórico determinado, con lo más avanzado del pensamiento revolucionario en relación con el hombre, es necesario conocer los aspectos esenciales de esa concepción, expuestos por la teoría marxista acerca de la esencia humana y su realidad histórica.

 

Desde el punto de vista teórico, las concepciones anteriores a Marx, en relación con el hombre, tenían un marcado carácter especulativo, en el sentido de ser un humanismo abstracto, una antropología que consideraba la esencia humana como algo dado de una vez y para siempre. Esta esencia genérica conducía a una individualidad abstracta y por tanto fuera de la historia. Al romper con su conciencia filosófica anterior, Marx sustituye al hombre abstracto por el real al plantear que la esencia humana es el conjunto de sus relaciones sociales y que por supuesto la historia de los hombres es la historia de su propia actividad en la interacción con el mundo natural-social.

 

La concepción expuesta por Marx, en la sexta tesis sobre Feuerbach, contra una esencia humana determinada por la naturaleza biofísica del hombre (según el antropologismo tradicional o fuerzas sobrenaturales) destruye toda valoración que tome como punto de partida a un ser genérico, al hombre en general. La tesis señala que la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo sino es el conjunto de las relaciones sociales que se establecen en el proceso de su actividad, en primer lugar, en el proceso de producción de bienes materiales.

 

A partir de esta concepción fijamos la idea de que la esencia humana sintetiza una actitud objetiva y dinámica hacia los valores, hacia el humanismo; entendiendo por tal, el conjunto de criterios que expresan el respeto a la dignidad, la preocupación por el bien de las personas, su desarrollo multifacético y la creación de condiciones sociales favorables para el hombre. Es lo universal o común a toda moral, lo que identifica parcialmente entre sí a elementos y sectores dentro de la población del planeta.

 

El humanismo es el valor que postula la consideración del ser humano como supremo fin, por lo tanto, merecedor de un desarrollo multilateral, y constituye el punto de partida del sistema que conforman los valores humanos, al expresar la actitud de los hombres ante los problemas de sus semejantes, capacidad de concienciar toda la obra humana con la finalidad de contribuir a la solución y al mejoramiento humano. Implica solidaridad, colectivismo, justicia, equidad, libertad, patriotismo, internacionalismo, deber, dignidad, honor, sentido de la vida, felicidad, independencia, laboriosidad, honestidad, honradez, responsabilidad, organización y antimperialismo. Estas peculiaridades que les son inherentes al humanismo, como valor moral, nos invocan a demostrar su validez en la organización sistémica que conforman estos valores humanos, lo cual evidenciaremos en el tratamiento que paulatinamente les daremos a los demás.

 

La moralidad histórica se ha inclinado a exigir que el sujeto moral tenga como motivación fundamental la preocupación por el ser humano en el sentido de posibilitar su desarrollo, logrando la satisfacción de sus necesidades fundamentales. El humanismo, como valor, comporta la convicción ilimitada en las posibilidades del ser humano y en su capacidad de perfeccionamiento; presupone la defensa de la dignidad personal; proclama la concepción de que el individuo tiene derecho a la felicidad y exige validar el criterio acerca de que la satisfacción de las necesidades e intereses del ser humano debe constituir el objetivo esencial de la solidaridad, en la búsqueda de un mundo más cooperativo.

 

La solidaridad es el valor moral que expresa la necesidad de vincular la existencia individual al objetivo de potenciar la diversidad de relaciones que une a los miembros de la sociedad. Relaciones que se establecen afectuosamente entre los individuos, en función de objetivos comunes de la clase, sector, grupo, países, etc., en aras del  beneficio común; por eso adquiere también connotaciones internacionales, significando, en ese sentido, la manifestación colectivista de todas las fuerzas progresistas de la humanidad.

 

La solidaridad demanda la adopción de la causa del humanismo como fundamento primordial de la vida personal; admite el reconocimiento de nuestros semejantes a fin de lograr el necesario entendimiento y comprensión entre todos los miembros de la sociedad; implica la comprensión del humanismo como actitud del sujeto moral encaminada a potenciar a los más débiles; sustenta la igualación de oportunidades como condición del libre desarrollo de cada uno de los seres humanos. El valor moral de la solidaridad constituye un verdadero corolario de la lucha del ser humano, por hacer realidad el valor del humanismo.

 

El humanismo, que sólo puede plasmarse como realidad a través del ejercicio de la solidaridad, se expresa en las relaciones interpersonales en forma de colectivismo. El colectivismo, negación del individualismo fomentado por la desigualdad social, promueve la dedicación de la vida personal a ideales y objetivos que comportan la satisfacción de intereses humanos.

 

En su condición de valor humano, el colectivismo fomenta el desarrollo de capacidades para la ejecución de acciones conjuntas y se caracteriza por la entrega de la existencia individual a fines que tienen una significación colectiva. Si bien es verdad que el colectivismo supone la primacía de los intereses sociales por encima de los intereses personales, esto no significa que el sujeto moral no pueda concretar sus aspiraciones individuales, pues hay que tener presente que todo interés personal racionalmente entendido, tendrá siempre un carácter social.

 

El colectivismo cumple el rol de aglutinador de todos los demás componentes del sistema de valores humanos, ya que expresa la esencia social del hombre, quien ha vivido, vive y continuará viviendo en colectividades sociales; expresa la esencia de los medios fundamentales de producción, basados en la propiedad colectiva sobre los mismos y aglutina en su seno el resto de los valores morales de la sociedad.

 

Esta última tesis se fundamenta en que los hombres realizan su actividad vital no de una manera aislada, sino en colectividades sociales y los vínculos que se establecen son de diferentes tipos: consanguinidad y en este caso nos encontramos ante la célula básica de cualquier sociedad: la familia, en la cual se sientan las bases de las relaciones colectivistas. Pero el vínculo también es de tipo social, político y cultural, y en este sentido se forman agrupaciones que se denominan Patria, la cual tiene un significado extraordinariamente importante en la existencia social de los hombres; ya que la conciencia social moral ha fijado, desde hace mucho tiempo la unidad del hombre y la Patria como el valor moral del patriotismo, expresión de las relaciones colectivas en este tipo de colectividad.

 

Pero el verdadero patriotismo es incompatible con la estrechez nacional. El bien de un pueblo es inseparable al bien de toda la humanidad, que en su sentido amplio también constituye un gran colectivo. Por tanto, el internacionalismo, continuación del patriotismo es la manifestación colectivista de todas las fuerzas progresistas de la humanidad. Visto de esta manera, el colectivismo genera, fomenta, propicia y multiplica el amor al hombre, a su prosperidad y desarrollo; el respeto al prójimo; la cooperación; la solidaridad y todos los demás valores humanos que garantizan la armonía en las relaciones sociales.

 

La solidaridad es una virtud estrechamente vinculada a la justicia. Esta última es básicamente una categoría política que no sólo depende de la buena voluntad, sino además, de un conjunto de condiciones de orden material e institucional que garanticen su viabilidad. Los sentimientos altruistas favorecen a la justicia, pero no pueden constituirla. Alcanzar la justicia total es una quimera, de ahí la necesidad de brindar atención al valor de la solidaridad para compensar, de alguna manera, el alcance de esa virtud fundamental que es la justicia. Se dice que la solidaridad es una virtud de los pobres y oprimidos, pues parece que el bienestar material produce individuos egoístas y no solidarios, ajenos a las necesidades y sufrimientos de los demás.[1]

 

La lucha por la solidaridad humana, expresión de partida de la fidelidad al humanismo no puede concretarse sin un esfuerzo colectivo de singular envergadura. La generación de hombres de buena voluntad que con sus esfuerzos han hecho factible el mejoramiento humano en diversas partes del mundo, brindaron a sus semejantes muestras concluyentes de colectivismo, al sacrificarse en aras de los intereses sociales. El desarrollo humano que constituye una necesidad a escala planetaria, sería inconcebible sin derroches cotidianos de actitudes colectivistas, propiciadoras de un entorno social verdaderamente justo.

 

La justicia, como valor, se refiere a lo que es exigible en el fenómeno moral; exigible a cualquier ser humano que quiera pensar moralmente. Será moralmente justo lo que satisface intereses universalizables en determinada situación histórico-concreta. Cuando consideramos algo justo, podemos exigir que cualquier ser humano lo tenga en esa misma condición, porque estamos ante una alternativa que tiene un referente objetivo.

 

Desde la perspectiva moral, los criterios de justicia son universalmente intersubjetivos. La controvertida universalidad del fenómeno moral pertenece a la dimensión de justicia, porque no se trata de una invitación a observarla, sino de una exigencia en cuanto a su cumplimiento. La estructuración de una moral universal que establezca un valladar a los subjetivismos, no será posible desde aquellas exigencias de justicia que son inapelables, entre las que sobresale el deber de validar el humanismo en la diversidad de sus expresiones grupales y culturales en términos de equidad.

 

El valor moral de la equidad consiste en dar a cada uno lo que le corresponde por sus méritos o condiciones. La equidad supone no favorecer en el trato a uno, perjudicando a otro. La inequidad es inherente a las sociedades en que impera una polarización entre la riqueza y la pobreza. En esas sociedades, los patrones distributivos y las oportunidades están en función de la estructura de dominación y de la propiedad sobre los medios de producción. Se trata de un mundo lleno de desigualdades, donde impera la dominación de unos por otros.

 

Desde el punto de vista moral, la equidad está muy vinculada al concepto de integración social. El objetivo supremo de la integración social es la creación de una sociedad para todos, basada en el respeto a todos los derechos humanos y libertades fundamentales, la diversidad cultural y religiosa, la justicia social y las necesidades especiales de las personas que se encuentran en desventaja, la participación democrática y el respeto a la ley. La equidad, se entiende como búsqueda de la integración social, se expresa como actitud moral dirigida a potenciar a los más débiles, ya que es preciso lograr una igualación, si queremos que todos puedan tener acceso a un desarrollo humano en que puedan ejercer su libertad.

 

La libertad es un valor consustancial a la especificidad de la moral. Se encuentra implicada en la esencia misma de la moralidad como fenómeno social. Si el ser humano carece de libertad para elegir entre alternativas u opciones diferentes no puede elevarse a la categoría de sujeto moral. La persona accederá a esa condición cuando su poder decisorio, con respecto a la conducta a seguir, no sea fruto de la coerción externa, sino resultado de la libre elección.

 

En el ámbito moral, la libertad no puede entenderse como libre albedrío que permitiría a la voluntad humana proyectarse en términos de un subjetivismo extremo. Hay que comprenderla como una complementación de sus referentes individuales y sociales. Desde el ángulo individual, la libertad se configura como el derecho a gozar de un ámbito privado, sin interferencias ajenas, en el que cada quien puede ser feliz a su manera (libertad negativa). Desde la perspectiva social, la libertad comporta el derecho a participar como sujeto en las decisiones que le afectan y conciernen como miembro de la colectividad (libertad positiva). Así entendida, la libertad vendría a ser una conjugación de dos expresiones inseparables de un valor moral que fomenta el humanismo, al dar cauce a las aspiraciones individuales por derroteros de carácter social.

 

Cuando ese humanismo que propulsa las ansias libertarias, se proyecta como lucha y sacrificio por los intereses comunitarios, estamos en presencia del patriotismo, expresión de las relaciones colectivas en la comunidad patria, ya que se manifiesta como la unidad del hombre con la Patria, su amor hasta morir por ella. El patriotismo es el valor humano que impele al individuo a identificarse con su pueblo. Presupone la preocupación por la historia del país y las tradiciones patrias, el amor al pueblo, la lucha intransigente contra los enemigos de la patria y el sano orgullo por los avances sociales en los ámbitos local y nacional. El verdadero patriotismo se contrapone al patrioterismo que utilizando los sentimientos del pueblo apuntala los intereses de los privilegiados y fomenta el exclusivismo nacional.

 

Los tiempos que corren exigen rebasar el humanismo comunitario llegando a adoptar una perspectiva de humanismo universalista, desde una conciencia moral que es capaz de ponerse en lugar de cualquier persona en cuanto tal, en cualquier parte del mundo. El internacionalismo es el valor moral que postula la vinculación del individuo con los intereses colectivos en términos de humanidad, como expresión más elevada del humanismo real. Este valor que constituye el escalón más alto del humanismo se caracteriza por propulsar la igualdad y libertad de todos los pueblos, la intransigencia con el racismo y la xenofobia, la solidaridad mundial en la lucha por objetivos comunes en bien de la humanidad, el interés y respeto por las culturas nacionales.

 

El valor moral del patriotismo no se contrapone al internacionalismo. Entre ambos existe una estrecha interrelación; no obstante, esta inquebrantable ligazón entre el patriotismo y el internacionalismo ha sido puesta en tela de juicio por quienes piensan que no es posible ser internacionalista y patriota al mismo tiempo. El patriotismo y el internacionalismo tienen un mismo fundamento moral. Ambos valores constituyen la expresión, a distintos niveles, de la defensa de los intereses humanos. Sin este sentido, el patriotismo que se fundamenta en el amor al pueblo, en los marcos comunitarios, se proyecta a nivel de la humanidad en forma de internacionalismo. Por eso, los internacionalistas más auténticos son los patriotas más consecuentes y los verdaderos patriotas son genuinos internacionalistas.

 

La realización del humanismo mediante la concreción de la solidaridad, el colectivismo, justicia,  equidad, libertad, patriotismo e internacionalismo; nos expresa el contenido del bien como valor moral. Tradicionalmente el bien y su contrapartida, el mal, han sido comprendidos como sinónimos de lo moral y lo inmoral; no obstante, la comprensión de lo bueno y lo malo ha variado de época en época y de pueblo a pueblo, determinando que los hombres caractericen a un mismo acontecimiento como moral o inmoral, según las circunstancias históricas.

 

Con los presupuestos conceptuales, anteriormente expresados, aclararemos que el bien moral es aquella cualidad positiva de las relaciones sociales cuya esencia consiste en que el ser humano trata a sus semejantes como fin y no como medio, concibiendo la entrega a sus semejantes como el objetivo supremo de su conducta. Es la carga del humanismo, contenida en el quehacer cotidiano de los sujetos, lo que identifica objetivamente su proceder como expresión concreta del bien moral.

 

Estrechamente vinculado al bien y el mal se encuentra el deber, valor humano de innegable trascendencia. El deber se configura por la relación existente entre la práctica moral individual y la orientación normativo-valorativa que impele a su cumplimiento. Como puede apreciarse, el código moral prevaleciente deviene fundamento o base del deber. Es necesario tener presente que cuando el individuo nace no es aún sujeto moral. Sólo a partir de su inserción en el conjunto de las relaciones sociales, la individualidad se desarrolla y se conforma la conciencia moral personal. El punto de referencia para la formación del mundo moral individual es la conciencia moral social. La moral como forma de la conciencia social con sus normas, principios e ideales sirve de fundamento objetivo para la estructuración del deber como valor de la moralidad personal.

 

El deber puede concatenarse con el bien o con el mal. Cuando el deber individual responde al interés humano, la conducta personal está motivada por el bien moral. Por el contrario, en aquellos casos en que el cumplimiento de lo debido comporta actitudes que denigran al ser humano o impiden su realización multilateral, el deber tiene sus raíces afincadas en el mal moral. Esto quiere decir que la postura del sujeto moral, consciente o inconsciente, de aceptación o rechazo del interés humano determina la vinculación del deber al bien o al mal.

 

Cuando en las relaciones morales prima lo humano-universal, el deber aparece vinculado al bien y la conciencia individual prescribe al sujeto el respeto a la dignidad del ser humano. La dignidad, como valor, consiste en la apreciación que establece el individuo en relación consigo mismo y con sus semejantes por su condición de seres humanos. Al desentrañar el contenido de este valor, es necesario tener presente su desdoblamiento en la dignidad propia y la dignidad ajena. La dignidad propia presupone la conciencia por parte de la persona de que es parte integrante de la especie humana y como tal merece las consideraciones correspondientes. El reconocimiento de la dignidad ajena sigue esta misma línea de pensamiento, pero en este caso específico, el sujeto moral se vuelve hacia sus semejantes, considerando que toda persona por su condición humana, debe ser objeto del respeto de los demás.

 

En estrecha relación con la dignidad, como valor humano, tenemos el honor, que es la valoración que alcanza el individuo ante los demás por su ejecutoria en la vida. Debido a su cercanía conceptual, en ocasiones, se confunden los valores de la dignidad y el honor. Muchas veces, en el lenguaje convencional, se utilizan como sinónimos y así se habla de la dignidad o del honor mancillados, en términos de equivalencias. No obstante, entre ambos valores existe una diferencia sustancial: la dignidad se otorga, mientras que el honor se gana. Decimos que la dignidad se otorga por cuanto la moral humanista extiende la consideración que ella implica a todas las personas por igual; expresamos que el honor se gana, pues sólo serán acreedores a los reconocimientos que comporta, aquellos individuos que se lo merezcan por su proceder en la vida social, en consonancia con la normatividad moral comunitaria.

 

Sobre la base de sus concepciones acerca del humanismo, la justicia, el bien, el deber y demás valores que tienen relación con la consideración que le merecen sus semejantes, el ser humano conforma su ideal moral, que está representado por el programa valorativo que el individuo lucha por plasmar en su vida y cuyo objetivo fundamental consiste en conjugar los intereses sociales y los personales. En correspondencia con el ideal moral de las personas, la vida humana adquiere sentido. El sentido de la vida es el valor moral que refleja la caracterización esencial que adquiere la existencia individual en el complejo batallar cotidiano por hacer realidad los presupuestos programáticos del ideal moral. Establecemos esta correlación entre los contenidos de ambos valores, porque consideramos que sin un ideal moral humanista resulta imposible que el proceso vital de las personas adquiera un verdadero sentido.

 

La posibilidad de darle sentido a la vida sienta las bases de la felicidad. Tal vez no exista un valor moral que tenga un contenido más controvertido que el de felicidad. En torno a la felicidad existen las interpretaciones más diversas. Algunos criterios la identifican con la satisfacción de determinadas necesidades materiales, otros puntos de vista la circunscriben a la concreción de aspiraciones de carácter espiritual. Así mismo, en el contexto de determinadas interpretaciones se establece una equivalencia entre alegría y felicidad. A partir de este panorama interpretativo tan complejo, pudiera colegirse que cada cual es feliz a su manera, en consonancia con los puntos de vista individuales en torno a la felicidad.

 

La felicidad como valor implica una opción de carácter subjetivo. Por tanto, podemos proponer un criterio de felicidad que puede ser compartido de manera intersubjetiva, partiendo de concebirla en estrecha interrelación con el humanismo, la solidaridad, la justicia y la libertad. Vemos la felicidad como un ámbito específico de la subjetividad humana, en ligazón estrecha con los componentes esenciales de la vida social. Argumentamos la existencia de una felicidad que consiste en la satisfacción experimentada por el individuo como resultado de la entrega cotidiana a los intereses sociales, lo que daría un elevado sentido a su vida. Desde esta perspectiva se alcanza la felicidad cuando nuestras fuerzas personales están en función del desarrollo multilateral de los seres humanos.

 

No todas las cualidades y valores morales tributan  de igual manera a lograr una verdadera formación humana, pues hay que tener en cuenta que sólo aquellas cualidades positivas que cristalizan en valores, pueden ser consideradas esenciales en el proceso completo de dicha formación, al pretender dar dirección y sentido al ser humano como un todo. En el proceso de construcción de una sociedad más justa, el humanismo por su grado de generalidad y condicionamiento histórico se ha puesto de manifiesto a lo largo de todo el desarrollo del proyecto social socialista del pueblo cubano en la conquista de la independencia nacional; la cual, como valor humano, nos ha dotado de seguridad en la actuación y nos ha permitido mantener la necesaria autonomía en las realizaciones, todo lo cual ha conllevado a saber tomar decisiones certeras, tener criterio propio y actuar sin la ayuda constante de otros.

 

Independencia y colectivismo, son dos valores humanos complementarios, ya que los colectivos deben estar integrados por personas independientes, sin que esto signifique, en modo alguno, sinónimo de no acatamiento de las normas establecidas, sino por el contrario, saber defender los criterios hasta que el convencimiento de lo contrario conlleve a reelaborar la actuación. El colectivismo es la manifestación de la acción del colectivo y si se comprende esto, entonces se estará en condiciones de aceptar que la independencia no necesariamente esté vinculada a la falta de respeto, individualismo, anarquía, etc., por tanto la persona independiente necesita de una orientación general y el grado de independencia que demuestre en su conducta, dependerá de los conocimientos, hábitos y habilidades que posea, así como de la seguridad en sí mismo, todo lo cual se logra con una correcta motivación profesional y su adecuada inserción laboral.

 

La laboriosidad, como valor humano, significa dedicación sistemática al trabajo físico o intelectual con el objetivo de obtener un resultado provechoso y el deber de trabajar por enmendar lo que no anda como debe ser; pues en la Constitución de la República de Cuba, se consagra que: “El trabajo en la sociedad socialista es un derecho, un deber y un motivo de honor para cada ciudadano”.[2] Este precepto constitucional confirma la integración sistémica y teórico-práctica de los valores humanos, pues el honor que se le ha otorgado al trabajo, como condición básica y fundamental de la existencia humana, está presente en cada acto de conducta cotidiana, al conjugarse armónicamente los derechos y los deberes.

 

La actitud de los hombres ante los problemas  de sus semejantes implica concienciar toda la obra humana con la finalidad de contribuir al mejoramiento humano. Para ello se requiere honestidad, cuyo sentido nos invoca a ser consecuentes con nuestros propios sentimientos y con los de los demás, puestos a prueba tanto en las palabras como en los actos, lo cual sólo es posible de perfección aplicando la cualidad moral positiva que nos obliga al cumplimiento de nuestros deberes, poseyendo una conducta íntegra y recta; es decir, siendo honrados.

 

Una condición indispensable para lograr la formación humana, cuyo elemento clave ha quedado claro, es la educación moral; la constituye la plena integración sistémica de las cualidades mencionadas anteriormente, pues su núcleo es la colectividad donde se desenvuelve el individuo. Además, se requiere el establecimiento de una adecuada comunicación y relaciones grupales e intergrupales, basadas en la necesidad del trabajo colectivo. Dicha integración se manifiesta en su dedicación personal y su responsabilidad individual y se concreta en los resultados de la tarea que en particular le corresponde. En este sentido, la responsabilidad como valor humano, recaba el cumplimiento cabal (en tiempo y con calidad) de las misiones, tareas o compromisos, asumiendo las consecuencias de los actos y esto sólo es posible haciendo en cada momento lo que se debe, con la secuencia apropiada y en el lugar adecuado; es decir, siendo organizados.

 

La independencia, cualquiera que sean sus manifestaciones, constituye una necesidad para la realización del verdadero humanismo, pues la ausencia de libertades lastra la conquista de las reivindicaciones sociales y por muy laboriosa que sea la  población de un país, no se logrará equidad en la distribución del producto de su trabajo, al no estar organizada la sociedad bajo el principio socialista “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”, pues aunque se inculque el esfuerzo colectivo; las manifestaciones egoístas, deshonestas, la falta de honradez y otras cualidades negativas o contravalores no contribuirían a fomentar la responsabilidad.  

 

Por tanto, en las actuales condiciones, donde el mundo se perfila cada vez más, unipolar y globalizado, bajo la égida de los Estados Unidos de Norteamérica, se hace más imprescindible que nunca la defensa de la independencia nacional y la lucha contra el imperialismo. El antimperialismo, como valor humano, comporta la actitud de rechazo de un pueblo ante la acción hegemónica de un régimen y doctrina que son partidarios de extender su dominio y poderío sobre otros estados y pueblos. Por eso, la única alternativa para el desarrollo de Cuba es mantener la Patria, la Revolución y el Socialismo, misiones extremadamente difíciles pero no imposibles, ya que para conseguir esos fines nos hemos organizado en múltiples organismos, organizaciones e instituciones que constituyen la garantía y el futuro de la Patria. 

        

En el campo teórico, las formas, funciones y principios humanistas dan criterios de valor sobre las posiciones políticas, jurídicas, teológicas, étnicas, sectoriales y clasistas en el mundo que nos rodea. Por eso, se considera un deshonor violar la palabra empeñada, desconocer regulaciones jurídicas, sanitarias o comerciales aceptadas por todos y practicar políticas terroristas o genocidas; sin embargo, en un sentido práctico, la existencia de problemas globales, la interdependencia y la globalización exigen la participación de todos y dejan sin lugar un supuesto humanismo individual o contemplativo.   

 

Tratándose de un análisis de carácter sociocultural antropológico, capaz de orientar la formación del hombre y cuyas finalidades esenciales se dirigen a cultivar la bondad genuina en el individuo y el pensamiento crítico frente a hechos y doctrinas, la denominación que mejor  puede caracterizar a este capítulo es la de “formación humana”, ya que el propio Medardo Vitier –maestro y representante de la cultura cubana- nos advertía “(...), si el término “formación” satisface, no nos dejan tranquilos los adjetivos. ¿Intelectual?, ¿cultura? He preferido decir humana”.[3] Lo humano, en nuestro criterio, cualifica la esencia verdadera del hombre bueno, digno, solidario y honesto que queremos para orientar la formación de las generaciones cubanas, y en opinión del autor mencionado anteriormente, es síntesis de múltiples aprehensiones éticas, estéticas, políticas y culturales. Es el hombre en su plenitud humana, cuyas acciones y comportamientos no hacen más que perfeccionar una sólida cultura de los sentimientos y la razón.

 

En esta propuesta, el maestro también dejó previsto el inconveniente de que si bien existía un cultivo humano integral, bastante desatendido, por supuesto, prevalecían las direcciones parciales de la cultura literaria, la científica, la jurídica, la filosófica, etc., señalando la necesidad de engrosar los programas de lecturas con aquellos asuntos que formen el ideario básico del espíritu humano y preguntaba ¿no ha notado el lector que el término cultura, por una especie de consenso general, apunta siempre a lo intelectual?, ¿no hecha de menos al empleo y la circulación de la frase cultura moral? Y no es que falten tratados de Ética, ya normativa, ya especulativa, acotaba, y concluía, la falla está en que apenas incorporamos las instancias de la conducta a la noción de cultura.  

 

Los lineamientos de la formación humana, según los concibe este autor, a tenor de su propia experiencia, no deben ser patrimonio de una carrera sino conquista humana de sentido universal. Esta sentencia paradigmática se constituye, en adelante, en brújula orientadora de nuestro trabajo, pues nos remite a sus elementos claves.

 

¿Qué queremos decir cuando hablamos del aspecto de la formación humana al que llamamos “Educación Moral”?. De cierto modo, esto nos es presentado como un tipo especial de educación: la educación de la moral o de la moralidad. En este sentido, sería un elemento más de la idea de educación integral o de la formación de una cultura general e integral; aspecto este que debería incluirse a las demás dimensiones de la formación,[4] entiéndase la formación intelectual; la formación social; la formación profesional; la formación ciudadana, por sólo mencionar algunas.

 

La formación humana encaminada a la consideración del estudiante como individuo, como ser humano que ha de desarrollar actitudes y valores como la honestidad, la honradez, la responsabilidad, la laboriosidad, la solidaridad, la independencia, la organización, el colectivismo, el patriotismo y el antimperialismo, entre otros.

 

La formación intelectual dirigida a la adquisición de métodos, habilidades, actitudes o valores de tipo intelectual que redunden en que el estudiante aprenda a pensar, a razonar, a leer y comprender lo que lee, a resumir, expresar sus ideas de forma oral o escrita, a investigar, estudiar, fundamentar y aceptar lo que otros fundamentan, a desarrollar la actitud científica y el espíritu crítico.

 

La formación social que recoge el desarrollo de actitudes, habilidades y valores que sustentan la consideración del estudiante como parte de un grupo en relación con otros, buscando que aprenda a convivir, trabajar en equipos, desarrollar su espíritu colectivista y solidario, aprender a conocer y respetar las normas, identificarse con su país y con el proyecto social que construye, asumir una posición social comprometida.

 

La formación profesional que incluye el desarrollo de actitudes, habilidades y valores a partir de considerar al estudiante como el futuro profesional, para lo que resulta imprescindible ir conformando el sentido de ética de la profesión, su compromiso con el ejercicio de ésta, su disposición a dar el máximo posible por el beneficio de la sociedad, a partir de su profesión, el desarrollo de su iniciativa y su creatividad, el análisis de problemas profesionales y la toma de decisiones, entre otros.

 

La formación ciudadana que está constituida por la idea que se tiene de nación, al manifestar los objetivos históricos logrados y futuros, la identificación con las tradiciones y las aristas significativas de la vida social, tales como personalidades, símbolos e instituciones; el sentido de la familia, mediante la visión que se ha formado de las funciones y jerarquización de sus miembros, objetivos afectivos, económicos, educacionales y sociales que dependen de ella; significación que atribuye a la vida social a través de valores como justicia, obligaciones, oportunidades, seguridad, sociabilidad y coexistencia; aparición de la naturaleza, en el sentido ecológico, en relación con las formas de desarrollo y como referencia valorativa en la educación de sus sentimientos. 

 

A pesar de ser una modalidad educativa dentro de otras, la educación moral es esencial en el proceso completo de la formación humana, ya que más que un espacio educativo contiguo a otros, ella es una dimensión formativa que atraviesa todos los ámbitos de la educación y de la personalidad. De ese modo la educación moral se convierte en el punto central de la educación porque pretende  dar dirección y sentido al ser humano como un todo.

 

Antes de entrar en la exposición del concepto de educación moral, haremos un esbozo sobre lo que entendemos por educación, señalando, principalmente, las circunstancias que provocaron la aparición de la moralidad en los seres humanos.

 

Estamos acostumbrados a entender la educación como un proceso de adquisición de información que da forma humana a hombres y mujeres. Esta forma humana es el resultado de los dinamismos adaptativos que regulan la vida, además que permite la adaptación de cada sujeto a la complejidad del medio en que se encuentra. Por tanto, la educación construye la forma humana que permite adaptarse al medio.

 

El origen de la moral se sitúa precisamente en la indeterminación o abertura antropológica que se detecta al conceptuar la educación. La indeterminación antropológica se define no por la posibilidad de aprender, sino por la capacidad de dirigir conscientemente los procesos de aprendizaje. En otras palabras, la indeterminación se refiere, primero, a la no programación de los humanos y, segundo, a la necesidad de que ellos mismos determinen cómo tienen que concluir los procesos de su formación; quiere esto decir, que los seres humanos están obligados a decidir qué van a aprender, por qué hacerlo y, finalmente, qué sentido darán a lo que aprenden. Esta es la misión que se ha encomendado a la universidad, con el nuevo modelo pedagógico de continuidad de estudios, en cuya base se han situado las disciplinas filosóficas, modelando propedéuticamente a los estudiantes que eligen esta opción.

 

Cuando aparece la necesidad de decidir cómo tiene que ser la adaptación al medio, cómo se quiere vivir, cómo se quieren resolver los conflictos vitales de existencia, estamos delante del germen de la moralidad, delante de un hecho que obliga a construir el modo de cómo se quiere ser o cómo se quiere vivir. En esto consiste la génesis de la moralidad y de esta manera, la educación moral aportará la construcción de una forma personal que permita una vida consciente, libre y responsable.

 

La moral aparece como un atributo de las múltiples relaciones que caracterizan la existencia humana, ya que a pesar de no constituir esfera o área aparte ni rígidamente delimitada de tal existencia, se extiende, penetra toda la pluralidad de manifestaciones y acciones de los hombres. Por lo tanto, su naturaleza es específicamente humana-social, en tanto la particularidad o connotación propiamente moral de un acto adquiere sentido en relación con el significado que el mismo asume al expresar los vínculos entre los hombres.

 

Se comprende entonces a la moral como una forma fundamental de actividad del hombre en la que éste se desenvuelve de manera más o menos consciente en correspondencia con un sistema de reglas, normas, apreciaciones e ideales que regulan su conducta, tanto en la vida personal como social, con respecto a otros individuos, colectivos, clases y a la sociedad en su conjunto.

 

El surgimiento y desarrollo de las normas y principios morales posee como fundamento objetivo la propia necesidad social de adecuar y regular las relaciones sociales, haciendo corresponder la conducta de cada individuo con los intereses de los demás, así como, con los de las clases y la sociedad en general. Esta correspondencia se mueve en los límites de las coordenadas marcadas por la tensión que se establece al interior de la actividad humana entre la conducta real y la que se aspira o prescribe, es decir, entre el ser y el deber ser.

 

En las tendencias de orientación marxista, la educación moral se ha definido como un proceso orientado a la formación de la dirección moral de la personalidad, que tiene como base la actividad dirigida a ese fin y organizada de tal forma que conlleve la aparición de la orientación moral de la conciencia y la conducta del individuo. La educación moral se pone en función de la educación de la conciencia, como la formación y consolidación de la adecuada relación entre significados y sentidos[5], surgidos en las relaciones sociales específicas. En ella, se  concibe el desarrollo moral como un proceso de interiorización de las normas y reglas morales, a partir de lo cual ocurre la formación de determinadas “instancias morales internas” que regulan la conducta del sujeto.[6]

 

La educación moral se entiende de forma óptima a partir de una adecuada organización de la vida escolar, de todo el sistema de influencias específicas que se ejercen sobre los educandos, de sus actividades y relaciones comunicativas. Asimismo, se requiere de los estudiantes que adopten una actitud activa de sujetos ante su propia formación y no meramente de objetos de influencias externas. Ser sujeto implica que el hombre sea formador de sí mismo y de los demás.

 

Al educando convertirse en sujeto de la actividad educativa se estimula su autoperfeccionamiento, la educación se convierte en autoeducación a partir de necesidades y objetivos consecuentes. En fin, la educación moral de la persona representa la conciencia de la responsabilidad por la conducta hacia los demás. Contribuir a dicha educación no significa tanto ilustrar y trasmitir conocimientos, como asimilar e incorporar esas normas y principios a la conducta, convirtiéndolas en convicción.

 

Así concebida, la educación moral, permitirá al docente ir mostrando la perspectiva axiológica del contenido que lo conducirá a adoptar una determinada actitud en su práctica educativa. Esto no genera que la dimensión axiológica pierda su especificidad, al ser considerada como un contenido no específico, sino que, por el contrario, a partir de actividades o situaciones únicas se aprovechen las potencialidades formativas (tanto en el orden cognoscitivo, como motivacional-afectivo) de la actividad docente.

 

Sobre el concepto de formación, en el sistema de educación cubano, han prevalecido dos tendencias. Una que absolutiza en la formación del profesional el aspecto técnico y otra que favorece al aspecto humanista, casi siempre presentes esas tendencias según el tipo de carrera en cuestión. Independientemente de ello, el llamado a la formación de valores en el plano curricular exige de un enfoque integral en la labor educativa; de ahí la importancia de dotar a los futuros profesionales, tanto de las fuerzas naturales que le brinda la formación técnica, como de las fuerzas sociales que le imprime la formación humanista, y en ello, el hecho de colocar a la formación de valores como un eje transversal nuclear y a otras disciplinas filosóficas, insertadas o impregnadas en torno a temas generadores de aprendizaje ético-axiológicos, así lo confirma. 

 

Entendida como uno de los aspectos particulares de la educación o como un eje transversal de todo el proceso educativo, la educación moral es un aspecto clave de la formación humana. Negar la existencia de la naturaleza humana, es negar la existencia de valores humanos y con ello, dar pasos firmes hacia el nihilismo axiológico, que envilece y deshumaniza. 

 

 

Bibliografía

 

Camps, Victoria (1993): Virtudes Públicas. Editorial Espasa Calpe, Madrid. Pág.33.

Constitución de la República de Cuba. Impreso por Divulgación e Imprenta de las Oficinas Auxiliares de la Asamblea Nacional del Poder Popular, p.22, Artículo 45.

M.Vitier (1948): “Notas sobre la formación humana”. Revista cubana. Ene.-Dic., pág. 56.

Pupo  Pupo, Rigoberto (s/f): Filosofía e Identidad en el Pensamiento de Medardo Vitier. En proceso editorial.

-------- (s/f): Medardo Vitier y la Cultura cubana. Ídem.

-------- (s/f): Humanismo y Valores en el Programa Filosófico de José Martí. Ídem. 

-------- (s/f): Platón y su Visión del Filosofar. Ídem.

Vigotsky, L. S. (1982): Pensamiento y lenguaje, Ed. Pueblo y Educación, La Habana.

Zarzar, Carlos (s/f): ¿Cómo incorporar los valores al currículo?, no.23, Primavera 94, Órgano del centro de didáctica de la Universidad Iberoamericana, pp. 22-26.

 

Notas:

 

[1] Camps, Victoria (1993): Virtudes Públicas. Editorial Espasa Calpe, Madrid. Pág.33.

[2] Constitución de la República de Cuba. Impreso por Divulgación e Imprenta de las Oficinas Auxiliares de la Asamblea Nacional del Poder Popular, p.22, Artículo 45.

[3] M.Vitier (1948): “Notas sobre la formación humana”. Revista cubana. Ene.-Dic., pág. 56.

[4] El autor comparte el criterio de Carlos Zarzar acerca de las cuatro dimensiones que abarca el concepto formación, pero además incluye la formación ciudadana. Ver: Zarzar, Carlos (s/f): ¿Cómo incorporar los valores al currículo?, no.23, Primavera 94, Órgano del centro de didáctica de la Universidad Iberoamericana, pp. 22-26.

[5] L. S. Vigotsky, un clásico en este tipo de estudios, define el significado como el reflejo generalizado de los rasgos del objeto, el sistema estable de generalizaciones que representa una abstracción de las características esenciales del objeto; mientras que el sentido tiene en cuenta la situación comunicativa concreta y el aspecto subjetivo de los signos. Es la suma de los procesos psicológicos que la palabra provoca en la conciencia. 

[6] Para profundizar remitirse a Vigotsky, L. S. (1982): Pensamiento y lenguaje, Ed. Pueblo y Educación, La Habana.

Jorge Valmaseda Valmaseda

De “Revelación Axiológica y Formación Humana”

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