La formación humana como expresión del hombre en su plenitud |
Reflexionar
acerca del hombre, de su lugar en el enigmático universo, con el fin de
hacer tangible su propia naturaleza y captarla en el movimiento histórico–
dialéctico, como condición necesaria para comprender el escenario
obligado en el cual se desarrolla, no resulta una tarea fácil; pero si
tenemos en cuenta cómo surge ese hombre, cuál es su esencia, cuál es su
relación con la sociedad, qué sentido tiene la vida, cómo y por qué se
mueve de forma pendular entre virtudes morales y comportamientos
negativos; entonces nos será más fácil comprender que hacia esas conexiones, relaciones profundas y leyes internas que
determinan los rasgos y tendencias principales del desarrollo de un
sistema material, deben estar orientadas todas las demás características
humanas. Por
otra parte, el tratamiento del hombre como objetivo específico de reflexión
teórica ha incluido varias terminologías que van desde el antropologismo
hasta el humanismo; siendo este último el más utilizado, pero
requiriendo de muchas especificaciones en dependencia de la situación del
teórico o cientista social de que se trate y de la complejidad del propio
objeto. En efecto, bajo la denominación se concentra el interés en el
hombre, como valor supremo, el desarrollo de sus cualidades, así como sus
fuerzas creadoras capaces de transformar todo cuanto le rodea a través de
la actividad práctica y racional. Ahora
bien, para comprender mejor cómo se produce el entronque entre una
concepción humanista progresista condicionada por la problemática de un
período histórico determinado, con lo más avanzado del pensamiento
revolucionario en relación con el hombre, es necesario conocer los
aspectos esenciales de esa concepción, expuestos por la teoría marxista
acerca de la esencia humana y su realidad histórica. Desde
el punto de vista teórico, las concepciones anteriores a Marx, en relación
con el hombre, tenían un marcado carácter especulativo, en el sentido de
ser un humanismo abstracto, una antropología que consideraba la esencia
humana como algo dado de una vez y para siempre. Esta esencia genérica
conducía a una individualidad abstracta y por tanto fuera de la historia.
Al romper con su conciencia filosófica anterior, Marx sustituye al hombre
abstracto por el real al plantear que la esencia humana es el conjunto de
sus relaciones sociales y que por supuesto la historia de los hombres es
la historia de su propia actividad en la interacción con el mundo
natural-social. La
concepción expuesta por Marx, en la sexta tesis sobre Feuerbach, contra
una esencia humana determinada por la naturaleza biofísica del hombre
(según el antropologismo tradicional o fuerzas sobrenaturales) destruye
toda valoración que tome como punto de partida a un ser genérico, al
hombre en general. La tesis señala que la esencia humana no es algo
abstracto inherente a cada individuo sino es el conjunto de las relaciones
sociales que se establecen en el proceso de su actividad, en primer lugar,
en el proceso de producción de bienes materiales. A
partir de esta concepción fijamos la idea de que la esencia humana
sintetiza una actitud objetiva y dinámica hacia los valores, hacia el
humanismo; entendiendo por tal, el conjunto de criterios que expresan el
respeto a la dignidad, la preocupación por el bien de las personas, su
desarrollo multifacético y la creación de condiciones sociales
favorables para el hombre. Es lo universal o común a toda moral, lo que
identifica parcialmente entre sí a elementos y sectores dentro de la
población del planeta. El
humanismo es el valor que postula la consideración del ser humano como
supremo fin, por lo tanto, merecedor de un desarrollo multilateral, y
constituye el punto de partida del sistema que conforman los valores
humanos, al expresar la actitud de los hombres ante los problemas de sus
semejantes, capacidad de concienciar toda la obra humana con la finalidad
de contribuir a la solución y al mejoramiento humano. Implica
solidaridad, colectivismo, justicia, equidad, libertad, patriotismo,
internacionalismo, deber, dignidad, honor, sentido de la vida, felicidad,
independencia, laboriosidad, honestidad, honradez, responsabilidad,
organización y antimperialismo. Estas peculiaridades que les son
inherentes al humanismo, como valor moral, nos invocan a demostrar su
validez en la organización sistémica que conforman estos valores
humanos, lo cual evidenciaremos en el tratamiento que paulatinamente les
daremos a los demás. La
moralidad histórica se ha inclinado a exigir que el sujeto moral tenga
como motivación fundamental la preocupación por el ser humano en el
sentido de posibilitar su desarrollo, logrando la satisfacción de sus
necesidades fundamentales. El humanismo, como valor, comporta la convicción
ilimitada en las posibilidades del ser humano y en su capacidad de
perfeccionamiento; presupone la defensa de la dignidad personal; proclama
la concepción de que el individuo tiene derecho a la felicidad y exige
validar el criterio acerca de que la satisfacción de las necesidades e
intereses del ser humano debe constituir el objetivo esencial de la
solidaridad, en la búsqueda de un mundo más cooperativo. La
solidaridad es el valor moral que expresa la necesidad de vincular la
existencia individual al objetivo de potenciar la diversidad de relaciones
que une a los miembros de la sociedad. Relaciones que se establecen
afectuosamente entre los individuos, en función de objetivos comunes de
la clase, sector, grupo, países, etc., en aras del
beneficio común; por eso adquiere también connotaciones
internacionales, significando, en ese sentido, la manifestación
colectivista de todas las fuerzas progresistas de la humanidad. La
solidaridad demanda la adopción de la causa del humanismo como fundamento
primordial de la vida personal; admite el reconocimiento de nuestros
semejantes a fin de lograr el necesario entendimiento y comprensión entre
todos los miembros de la sociedad; implica la comprensión del humanismo
como actitud del sujeto moral encaminada a potenciar a los más débiles;
sustenta la igualación de oportunidades como condición del libre
desarrollo de cada uno de los seres humanos. El valor moral de la
solidaridad constituye un verdadero corolario de la lucha del ser humano,
por hacer realidad el valor del humanismo. El
humanismo, que sólo puede plasmarse como realidad a través del ejercicio
de la solidaridad, se expresa en las relaciones interpersonales en forma
de colectivismo. El colectivismo, negación del individualismo fomentado
por la desigualdad social, promueve la dedicación de la vida personal a
ideales y objetivos que comportan la satisfacción de intereses humanos. En
su condición de valor humano, el colectivismo fomenta el desarrollo de
capacidades para la ejecución de acciones conjuntas y se caracteriza por
la entrega de la existencia individual a fines que tienen una significación
colectiva. Si bien es verdad que el colectivismo supone la primacía de
los intereses sociales por encima de los intereses personales, esto no
significa que el sujeto moral no pueda concretar sus aspiraciones
individuales, pues hay que tener presente que todo interés personal
racionalmente entendido, tendrá siempre un carácter social. El
colectivismo cumple el rol de aglutinador de todos los demás componentes
del sistema de valores humanos, ya que expresa la esencia social del
hombre, quien ha vivido, vive y continuará viviendo en colectividades
sociales; expresa la esencia de los medios fundamentales de producción,
basados en la propiedad colectiva sobre los mismos y aglutina en su seno
el resto de los valores morales de la sociedad. Esta
última tesis se fundamenta en que los hombres realizan su actividad vital
no de una manera aislada, sino en colectividades sociales y los vínculos
que se establecen son de diferentes tipos: consanguinidad y en este caso
nos encontramos ante la célula básica de cualquier sociedad: la familia,
en la cual se sientan las bases de las relaciones colectivistas. Pero el vínculo
también es de tipo social, político y cultural, y en este sentido se
forman agrupaciones que se denominan Patria, la cual tiene un significado
extraordinariamente importante en la existencia social de los hombres; ya
que la conciencia social moral ha fijado, desde hace mucho tiempo la
unidad del hombre y la Patria como el valor moral del patriotismo, expresión
de las relaciones colectivas en este tipo de colectividad. Pero
el verdadero patriotismo es incompatible con la estrechez nacional. El
bien de un pueblo es inseparable al bien de toda la humanidad, que en su
sentido amplio también constituye un gran colectivo. Por tanto, el
internacionalismo, continuación del patriotismo es la manifestación
colectivista de todas las fuerzas progresistas de la humanidad. Visto de
esta manera, el colectivismo genera, fomenta, propicia y multiplica el
amor al hombre, a su prosperidad y desarrollo; el respeto al prójimo; la
cooperación; la solidaridad y todos los demás valores humanos que
garantizan la armonía en las relaciones sociales. La
solidaridad es una virtud estrechamente vinculada a la justicia. Esta última
es básicamente una categoría política que no sólo depende de la buena
voluntad, sino además, de un conjunto de condiciones de orden material e
institucional que garanticen su viabilidad. Los sentimientos altruistas
favorecen a la justicia, pero no pueden constituirla. Alcanzar la justicia
total es una quimera, de ahí la necesidad de brindar atención al valor
de la solidaridad para compensar, de alguna manera, el alcance de esa
virtud fundamental que es la justicia. Se dice que la solidaridad es una
virtud de los pobres y oprimidos, pues parece que el bienestar material
produce individuos egoístas y no solidarios, ajenos a las necesidades y
sufrimientos de los demás.[1]
La
lucha por la solidaridad humana, expresión de partida de la fidelidad al
humanismo no puede concretarse sin un esfuerzo colectivo de singular
envergadura. La generación de hombres de buena voluntad que con sus
esfuerzos han hecho factible el mejoramiento humano en diversas partes del
mundo, brindaron a sus semejantes muestras concluyentes de colectivismo,
al sacrificarse en aras de los intereses sociales. El desarrollo humano
que constituye una necesidad a escala planetaria, sería inconcebible sin
derroches cotidianos de actitudes colectivistas, propiciadoras de un
entorno social verdaderamente justo. La
justicia, como valor, se refiere a lo que es exigible en el fenómeno
moral; exigible a cualquier ser humano que quiera pensar moralmente. Será
moralmente justo lo que satisface intereses universalizables en
determinada situación histórico-concreta. Cuando consideramos algo
justo, podemos exigir que cualquier ser humano lo tenga en esa misma
condición, porque estamos ante una alternativa que tiene un referente
objetivo. Desde
la perspectiva moral, los criterios de justicia son universalmente
intersubjetivos. La controvertida universalidad del fenómeno moral
pertenece a la dimensión de justicia, porque no se trata de una invitación
a observarla, sino de una exigencia en cuanto a su cumplimiento. La
estructuración de una moral universal que establezca un valladar a los
subjetivismos, no será posible desde aquellas exigencias de justicia que
son inapelables, entre las que sobresale el deber de validar el humanismo
en la diversidad de sus expresiones grupales y culturales en términos de
equidad. El
valor moral de la equidad consiste en dar a cada uno lo que le corresponde
por sus méritos o condiciones. La equidad supone no favorecer en el trato
a uno, perjudicando a otro. La inequidad es inherente a las sociedades en
que impera una polarización entre la riqueza y la pobreza. En esas
sociedades, los patrones distributivos y las oportunidades están en función
de la estructura de dominación y de la propiedad sobre los medios de
producción. Se trata de un mundo lleno de desigualdades, donde impera la
dominación de unos por otros. Desde
el punto de vista moral, la equidad está muy vinculada al concepto de
integración social. El objetivo supremo de la integración social es la
creación de una sociedad para todos, basada en el respeto a todos los
derechos humanos y libertades fundamentales, la diversidad cultural y
religiosa, la justicia social y las necesidades especiales de las personas
que se encuentran en desventaja, la participación democrática y el
respeto a la ley. La equidad, se entiende como búsqueda de la integración
social, se expresa como actitud moral dirigida a potenciar a los más débiles,
ya que es preciso lograr una igualación, si queremos que todos puedan
tener acceso a un desarrollo humano en que puedan ejercer su libertad. La
libertad es un valor consustancial a la especificidad de la moral. Se
encuentra implicada en la esencia misma de la moralidad como fenómeno
social. Si el ser humano carece de libertad para elegir entre alternativas
u opciones diferentes no puede elevarse a la categoría de sujeto moral.
La persona accederá a esa condición cuando su poder decisorio, con
respecto a la conducta a seguir, no sea fruto de la coerción externa,
sino resultado de la libre elección. En
el ámbito moral, la libertad no puede entenderse como libre albedrío que
permitiría a la voluntad humana proyectarse en términos de un
subjetivismo extremo. Hay que comprenderla como una complementación de
sus referentes individuales y sociales. Desde el ángulo individual, la
libertad se configura como el derecho a gozar de un ámbito privado, sin
interferencias ajenas, en el que cada quien puede ser feliz a su manera
(libertad negativa). Desde la perspectiva social, la libertad comporta el
derecho a participar como sujeto en las decisiones que le afectan y
conciernen como miembro de la colectividad (libertad positiva). Así
entendida, la libertad vendría a ser una conjugación de dos expresiones
inseparables de un valor moral que fomenta el humanismo, al dar cauce a
las aspiraciones individuales por derroteros de carácter social. Cuando
ese humanismo que propulsa las ansias libertarias, se proyecta como lucha
y sacrificio por los intereses comunitarios, estamos en presencia del
patriotismo, expresión de las relaciones colectivas en la comunidad
patria, ya que se manifiesta como la unidad del hombre con la Patria, su
amor hasta morir por ella. El patriotismo es el valor humano que impele al
individuo a identificarse con su pueblo. Presupone la preocupación por la
historia del país y las tradiciones patrias, el amor al pueblo, la lucha
intransigente contra los enemigos de la patria y el sano orgullo por los
avances sociales en los ámbitos local y nacional. El verdadero
patriotismo se contrapone al patrioterismo que utilizando los sentimientos
del pueblo apuntala los intereses de los privilegiados y fomenta el
exclusivismo nacional. Los
tiempos que corren exigen rebasar el humanismo comunitario llegando a
adoptar una perspectiva de humanismo universalista, desde una conciencia
moral que es capaz de ponerse en lugar de cualquier persona en cuanto tal,
en cualquier parte del mundo. El internacionalismo es el valor moral que
postula la vinculación del individuo con los intereses colectivos en términos
de humanidad, como expresión más elevada del humanismo real. Este valor
que constituye el escalón más alto del humanismo se caracteriza por
propulsar la igualdad y libertad de todos los pueblos, la intransigencia
con el racismo y la xenofobia, la solidaridad mundial en la lucha por
objetivos comunes en bien de la humanidad, el interés y respeto por las
culturas nacionales. El
valor moral del patriotismo no se contrapone al internacionalismo. Entre
ambos existe una estrecha interrelación; no obstante, esta inquebrantable
ligazón entre el patriotismo y el internacionalismo ha sido puesta en
tela de juicio por quienes piensan que no es posible ser internacionalista
y patriota al mismo tiempo. El patriotismo y el internacionalismo tienen
un mismo fundamento moral. Ambos valores constituyen la expresión, a
distintos niveles, de la defensa de los intereses humanos. Sin este
sentido, el patriotismo que se fundamenta en el amor al pueblo, en los
marcos comunitarios, se proyecta a nivel de la humanidad en forma de
internacionalismo. Por eso, los internacionalistas más auténticos son
los patriotas más consecuentes y los verdaderos patriotas son genuinos
internacionalistas. La
realización del humanismo mediante la concreción de la solidaridad, el
colectivismo, justicia, equidad,
libertad, patriotismo e internacionalismo; nos expresa el contenido del
bien como valor moral. Tradicionalmente el bien y su contrapartida, el
mal, han sido comprendidos como sinónimos de lo moral y lo inmoral; no
obstante, la comprensión de lo bueno y lo malo ha variado de época en época
y de pueblo a pueblo, determinando que los hombres caractericen a un mismo
acontecimiento como moral o inmoral, según las circunstancias históricas. Con
los presupuestos conceptuales, anteriormente expresados, aclararemos que
el bien moral es aquella cualidad positiva de las relaciones sociales cuya
esencia consiste en que el ser humano trata a sus semejantes como fin y no
como medio, concibiendo la entrega a sus semejantes como el objetivo
supremo de su conducta. Es la carga del humanismo, contenida en el
quehacer cotidiano de los sujetos, lo que identifica objetivamente su
proceder como expresión concreta del bien moral. Estrechamente
vinculado al bien y el mal se encuentra el deber, valor humano de
innegable trascendencia. El deber se configura por la relación existente
entre la práctica moral individual y la orientación normativo-valorativa
que impele a su cumplimiento. Como puede apreciarse, el código moral
prevaleciente deviene fundamento o base del deber. Es necesario tener
presente que cuando el individuo nace no es aún sujeto moral. Sólo a
partir de su inserción en el conjunto de las relaciones sociales, la
individualidad se desarrolla y se conforma la conciencia moral personal.
El punto de referencia para la formación del mundo moral individual es la
conciencia moral social. La moral como forma de la conciencia social con
sus normas, principios e ideales sirve de fundamento objetivo para la
estructuración del deber como valor de la moralidad personal. El
deber puede concatenarse con el bien o con el mal. Cuando el deber
individual responde al interés humano, la conducta personal está
motivada por el bien moral. Por el contrario, en aquellos casos en que el
cumplimiento de lo debido comporta actitudes que denigran al ser humano o
impiden su realización multilateral, el deber tiene sus raíces afincadas
en el mal moral. Esto quiere decir que la postura del sujeto moral,
consciente o inconsciente, de aceptación o rechazo del interés humano
determina la vinculación del deber al bien o al mal. Cuando
en las relaciones morales prima lo humano-universal, el deber aparece
vinculado al bien y la conciencia individual prescribe al sujeto el
respeto a la dignidad del ser humano. La dignidad, como valor, consiste en
la apreciación que establece el individuo en relación consigo mismo y
con sus semejantes por su condición de seres humanos. Al desentrañar el
contenido de este valor, es necesario tener presente su desdoblamiento en
la dignidad propia y la dignidad ajena. La dignidad propia presupone la
conciencia por parte de la persona de que es parte integrante de la
especie humana y como tal merece las consideraciones correspondientes. El
reconocimiento de la dignidad ajena sigue esta misma línea de
pensamiento, pero en este caso específico, el sujeto moral se vuelve
hacia sus semejantes, considerando que toda persona por su condición
humana, debe ser objeto del respeto de los demás. En
estrecha relación con la dignidad, como valor humano, tenemos el honor,
que es la valoración que alcanza el individuo ante los demás por su
ejecutoria en la vida. Debido a su cercanía conceptual, en ocasiones, se
confunden los valores de la dignidad y el honor. Muchas veces, en el
lenguaje convencional, se utilizan como sinónimos y así se habla de la
dignidad o del honor mancillados, en términos de equivalencias. No
obstante, entre ambos valores existe una diferencia sustancial: la
dignidad se otorga, mientras que el honor se gana. Decimos que la dignidad
se otorga por cuanto la moral humanista extiende la consideración que
ella implica a todas las personas por igual; expresamos que el honor se
gana, pues sólo serán acreedores a los reconocimientos que comporta,
aquellos individuos que se lo merezcan por su proceder en la vida social,
en consonancia con la normatividad moral comunitaria. Sobre
la base de sus concepciones acerca del humanismo, la justicia, el bien, el
deber y demás valores que tienen relación con la consideración que le
merecen sus semejantes, el ser humano conforma su ideal moral, que está
representado por el programa valorativo que el individuo lucha por plasmar
en su vida y cuyo objetivo fundamental consiste en conjugar los intereses
sociales y los personales. En correspondencia con el ideal moral de las
personas, la vida humana adquiere sentido. El sentido de la vida es el
valor moral que refleja la caracterización esencial que adquiere la
existencia individual en el complejo batallar cotidiano por hacer realidad
los presupuestos programáticos del ideal moral. Establecemos esta
correlación entre los contenidos de ambos valores, porque consideramos
que sin un ideal moral humanista resulta imposible que el proceso vital de
las personas adquiera un verdadero sentido. La
posibilidad de darle sentido a la vida sienta las bases de la felicidad.
Tal vez no exista un valor moral que tenga un contenido más controvertido
que el de felicidad. En torno a la felicidad existen las interpretaciones
más diversas. Algunos criterios la identifican con la satisfacción de
determinadas necesidades materiales, otros puntos de vista la
circunscriben a la concreción de aspiraciones de carácter espiritual. Así
mismo, en el contexto de determinadas interpretaciones se establece una
equivalencia entre alegría y felicidad. A partir de este panorama
interpretativo tan complejo, pudiera colegirse que cada cual es feliz a su
manera, en consonancia con los puntos de vista individuales en torno a la
felicidad. La
felicidad como valor implica una opción de carácter subjetivo. Por
tanto, podemos proponer un criterio de felicidad que puede ser compartido
de manera intersubjetiva, partiendo de concebirla en estrecha interrelación
con el humanismo, la solidaridad, la justicia y la libertad. Vemos la
felicidad como un ámbito específico de la subjetividad humana, en ligazón
estrecha con los componentes esenciales de la vida social. Argumentamos la
existencia de una felicidad que consiste en la satisfacción experimentada
por el individuo como resultado de la entrega cotidiana a los intereses
sociales, lo que daría un elevado sentido a su vida. Desde esta
perspectiva se alcanza la felicidad cuando nuestras fuerzas personales están
en función del desarrollo multilateral de los seres humanos. No
todas las cualidades y valores morales tributan
de igual manera a lograr una verdadera formación humana, pues hay
que tener en cuenta que sólo aquellas cualidades positivas que
cristalizan en valores, pueden ser consideradas esenciales en el proceso
completo de dicha formación, al pretender dar dirección y sentido al ser
humano como un todo. En el proceso de construcción de una sociedad más
justa, el humanismo por su grado de generalidad y condicionamiento histórico
se ha puesto de manifiesto a lo largo de todo el desarrollo del proyecto
social socialista del pueblo cubano en la conquista de la independencia
nacional; la cual, como valor humano, nos ha dotado de seguridad en la
actuación y nos ha permitido mantener la necesaria autonomía en las
realizaciones, todo lo cual ha conllevado a saber tomar decisiones
certeras, tener criterio propio y actuar sin la ayuda constante de otros. Independencia
y colectivismo, son dos valores humanos complementarios, ya que los
colectivos deben estar integrados por personas independientes, sin que
esto signifique, en modo alguno, sinónimo de no acatamiento de las normas
establecidas, sino por el contrario, saber defender los criterios hasta
que el convencimiento de lo contrario conlleve a reelaborar la actuación.
El colectivismo es la manifestación de la acción del colectivo y si se
comprende esto, entonces se estará en condiciones de aceptar que la
independencia no necesariamente esté vinculada a la falta de respeto,
individualismo, anarquía, etc., por tanto la persona independiente
necesita de una orientación general y el grado de independencia que
demuestre en su conducta, dependerá de los conocimientos, hábitos y
habilidades que posea, así como de la seguridad en sí mismo, todo lo
cual se logra con una correcta motivación profesional y su adecuada
inserción laboral. La
laboriosidad, como valor humano, significa dedicación sistemática al
trabajo físico o intelectual con el objetivo de obtener un resultado
provechoso y el deber de trabajar por enmendar lo que no anda como debe
ser; pues en la Constitución de la República de Cuba, se consagra que:
“El trabajo en la sociedad socialista es un derecho, un deber y un
motivo de honor para cada ciudadano”.[2]
Este precepto constitucional confirma la integración sistémica y teórico-práctica
de los valores humanos, pues el honor que se le ha otorgado al trabajo,
como condición básica y fundamental de la existencia humana, está
presente en cada acto de conducta cotidiana, al conjugarse armónicamente
los derechos y los deberes. La
actitud de los hombres ante los problemas
de sus semejantes implica concienciar toda la obra humana con la
finalidad de contribuir al mejoramiento humano. Para ello se requiere
honestidad, cuyo sentido nos invoca a ser consecuentes con nuestros
propios sentimientos y con los de los demás, puestos a prueba tanto en
las palabras como en los actos, lo cual sólo es posible de perfección
aplicando la cualidad moral positiva que nos obliga al cumplimiento de
nuestros deberes, poseyendo una conducta íntegra y recta; es decir,
siendo honrados. Una
condición indispensable para lograr la formación humana, cuyo elemento
clave ha quedado claro, es la educación moral; la constituye la plena
integración sistémica de las cualidades mencionadas anteriormente, pues
su núcleo es la colectividad donde se desenvuelve el individuo. Además,
se requiere el establecimiento de una adecuada comunicación y relaciones
grupales e intergrupales, basadas en la necesidad del trabajo colectivo.
Dicha integración se manifiesta en su dedicación personal y su
responsabilidad individual y se concreta en los resultados de la tarea que
en particular le corresponde. En este sentido, la responsabilidad como
valor humano, recaba el cumplimiento cabal (en tiempo y con calidad) de
las misiones, tareas o compromisos, asumiendo las consecuencias de los
actos y esto sólo es posible haciendo en cada momento lo que se debe, con
la secuencia apropiada y en el lugar adecuado; es decir, siendo
organizados. La
independencia, cualquiera que sean sus manifestaciones, constituye una
necesidad para la realización del verdadero humanismo, pues la ausencia
de libertades lastra la conquista de las reivindicaciones sociales y por
muy laboriosa que sea la población
de un país, no se logrará equidad en la distribución del producto de su
trabajo, al no estar organizada la sociedad bajo el principio socialista
“de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”,
pues aunque se inculque el esfuerzo colectivo; las manifestaciones egoístas,
deshonestas, la falta de honradez y otras cualidades negativas o
contravalores no contribuirían a fomentar la responsabilidad.
Por
tanto, en las actuales condiciones, donde el mundo se perfila cada vez más,
unipolar y globalizado, bajo la égida de los Estados Unidos de Norteamérica,
se hace más imprescindible que nunca la defensa de la independencia
nacional y la lucha contra el imperialismo. El antimperialismo, como valor
humano, comporta la actitud de rechazo de un pueblo ante la acción hegemónica
de un régimen y doctrina que son partidarios de extender su dominio y
poderío sobre otros estados y pueblos. Por eso, la única alternativa
para el desarrollo de Cuba es mantener la Patria, la Revolución y el
Socialismo, misiones extremadamente difíciles pero no imposibles, ya que
para conseguir esos fines nos hemos organizado en múltiples organismos,
organizaciones e instituciones que constituyen la garantía y el futuro de
la Patria.
En
el campo teórico, las formas, funciones y principios humanistas dan
criterios de valor sobre las posiciones políticas, jurídicas, teológicas,
étnicas, sectoriales y clasistas en el mundo que nos rodea. Por eso, se
considera un deshonor violar la palabra empeñada, desconocer regulaciones
jurídicas, sanitarias o comerciales aceptadas por todos y practicar políticas
terroristas o genocidas; sin embargo, en un sentido práctico, la
existencia de problemas globales, la interdependencia y la globalización
exigen la participación de todos y dejan sin lugar un supuesto humanismo
individual o contemplativo.
Tratándose
de un análisis de carácter sociocultural antropológico, capaz de
orientar la formación del hombre y cuyas finalidades esenciales se
dirigen a cultivar la bondad genuina en el individuo y el pensamiento crítico
frente a hechos y doctrinas, la denominación que mejor
puede caracterizar a este capítulo es la de “formación
humana”, ya que el propio Medardo Vitier –maestro y representante de
la cultura cubana- nos advertía “(...), si el término “formación”
satisface, no nos dejan tranquilos los adjetivos. ¿Intelectual?, ¿cultura?
He preferido decir humana”.[3]
Lo humano, en nuestro criterio, cualifica la esencia verdadera del hombre
bueno, digno, solidario y honesto que queremos para orientar la formación
de las generaciones cubanas, y en opinión del autor mencionado
anteriormente, es síntesis de múltiples aprehensiones éticas, estéticas,
políticas y culturales. Es el hombre en su plenitud humana, cuyas
acciones y comportamientos no hacen más que perfeccionar una sólida
cultura de los sentimientos y la razón. En
esta propuesta, el maestro también dejó previsto el inconveniente de que
si bien existía un cultivo humano integral, bastante desatendido, por
supuesto, prevalecían las direcciones parciales de la cultura literaria,
la científica, la jurídica, la filosófica, etc., señalando la
necesidad de engrosar los programas de lecturas con aquellos asuntos que
formen el ideario básico del espíritu humano y preguntaba ¿no ha notado
el lector que el término cultura, por una especie de consenso general,
apunta siempre a lo intelectual?, ¿no hecha de menos al empleo y la
circulación de la frase cultura moral? Y no es que falten tratados de Ética,
ya normativa, ya especulativa, acotaba, y concluía, la falla está en que
apenas incorporamos las instancias de la conducta a la noción de cultura.
Los
lineamientos de la formación humana, según los concibe este autor, a
tenor de su propia experiencia, no deben ser patrimonio de una carrera
sino conquista humana de sentido universal. Esta sentencia paradigmática
se constituye, en adelante, en brújula orientadora de nuestro trabajo,
pues nos remite a sus elementos claves. ¿Qué
queremos decir cuando hablamos del aspecto de la formación humana al que
llamamos “Educación Moral”?. De cierto modo, esto nos es presentado
como un tipo especial de educación: la educación de la moral o de la
moralidad. En este sentido, sería un elemento más de la idea de educación
integral o de la formación de una cultura general e integral; aspecto
este que debería incluirse a las demás dimensiones de la formación,[4]
entiéndase la formación intelectual; la formación social; la formación
profesional; la formación ciudadana, por sólo mencionar algunas. La
formación humana encaminada a
la consideración del estudiante como individuo, como ser humano que ha de
desarrollar actitudes y valores como la honestidad, la honradez, la
responsabilidad, la laboriosidad, la solidaridad, la independencia, la
organización, el colectivismo, el patriotismo y el antimperialismo, entre
otros. La
formación intelectual dirigida
a la adquisición de métodos, habilidades, actitudes o valores de tipo
intelectual que redunden en que el estudiante aprenda a pensar, a razonar,
a leer y comprender lo que lee, a resumir, expresar sus ideas de forma
oral o escrita, a investigar, estudiar, fundamentar y aceptar lo que otros
fundamentan, a desarrollar la actitud científica y el espíritu crítico. La
formación social que recoge el
desarrollo de actitudes, habilidades y valores que sustentan la
consideración del estudiante como parte de un grupo en relación con
otros, buscando que aprenda a convivir, trabajar en equipos, desarrollar
su espíritu colectivista y solidario, aprender a conocer y respetar las
normas, identificarse con su país y con el proyecto social que construye,
asumir una posición social comprometida. La
formación profesional que
incluye el desarrollo de actitudes, habilidades y valores a partir de
considerar al estudiante como el futuro profesional, para lo que resulta
imprescindible ir conformando el sentido de ética de la profesión, su
compromiso con el ejercicio de ésta, su disposición a dar el máximo
posible por el beneficio de la sociedad, a partir de su profesión, el
desarrollo de su iniciativa y su creatividad, el análisis de problemas
profesionales y la toma de decisiones, entre otros. La
formación ciudadana que está
constituida por la idea que se tiene de nación, al manifestar los
objetivos históricos logrados y futuros, la identificación con las
tradiciones y las aristas significativas de la vida social, tales como
personalidades, símbolos e instituciones; el sentido de la familia,
mediante la visión que se ha formado de las funciones y jerarquización
de sus miembros, objetivos afectivos, económicos, educacionales y
sociales que dependen de ella; significación que atribuye a la vida
social a través de valores como justicia, obligaciones, oportunidades,
seguridad, sociabilidad y coexistencia; aparición de la naturaleza, en el
sentido ecológico, en relación con las formas de desarrollo y como
referencia valorativa en la educación de sus sentimientos.
A
pesar de ser una modalidad educativa dentro de otras, la educación moral
es esencial en el proceso completo de la formación humana, ya que más
que un espacio educativo contiguo a otros, ella es una dimensión
formativa que atraviesa todos los ámbitos de la educación y de la
personalidad. De ese modo la educación moral se convierte en el punto
central de la educación porque pretende
dar dirección y sentido al ser humano como un todo. Antes
de entrar en la exposición del concepto de educación moral, haremos un
esbozo sobre lo que entendemos por educación, señalando, principalmente,
las circunstancias que provocaron la aparición de la moralidad en los
seres humanos. Estamos
acostumbrados a entender la educación como un proceso de adquisición de
información que da forma humana a hombres y mujeres. Esta forma humana es
el resultado de los dinamismos adaptativos que regulan la vida, además
que permite la adaptación de cada sujeto a la complejidad del medio en
que se encuentra. Por tanto, la educación construye la forma humana que
permite adaptarse al medio. El
origen de la moral se sitúa precisamente en la indeterminación o
abertura antropológica que se detecta al conceptuar la educación. La
indeterminación antropológica se define no por la posibilidad de
aprender, sino por la capacidad de dirigir conscientemente los procesos de
aprendizaje. En otras palabras, la indeterminación se refiere, primero, a
la no programación de los humanos y, segundo, a la necesidad de que ellos
mismos determinen cómo tienen que concluir los procesos de su formación;
quiere esto decir, que los seres humanos están obligados a decidir qué
van a aprender, por qué hacerlo y, finalmente, qué sentido darán a lo
que aprenden. Esta es la misión que se ha encomendado a la universidad,
con el nuevo modelo pedagógico de continuidad de estudios, en cuya base
se han situado las disciplinas filosóficas, modelando propedéuticamente
a los estudiantes que eligen esta opción. Cuando
aparece la necesidad de decidir cómo tiene que ser la adaptación al
medio, cómo se quiere vivir, cómo se quieren resolver los conflictos
vitales de existencia, estamos delante del germen de la moralidad, delante
de un hecho que obliga a construir el modo de cómo se quiere ser o cómo
se quiere vivir. En esto consiste la génesis de la moralidad y de esta
manera, la educación moral aportará la construcción de una forma
personal que permita una vida consciente, libre y responsable. La
moral aparece como un atributo de las múltiples relaciones que
caracterizan la existencia humana, ya que a pesar de no constituir esfera
o área aparte ni rígidamente delimitada de tal existencia, se extiende,
penetra toda la pluralidad de manifestaciones y acciones de los hombres.
Por lo tanto, su naturaleza es específicamente humana-social, en tanto la
particularidad o connotación propiamente moral de un acto adquiere
sentido en relación con el significado que el mismo asume al expresar los
vínculos entre los hombres. Se
comprende entonces a la moral como una forma fundamental de actividad del
hombre en la que éste se desenvuelve de manera más o menos consciente en
correspondencia con un sistema de reglas, normas, apreciaciones e ideales
que regulan su conducta, tanto en la vida personal como social, con
respecto a otros individuos, colectivos, clases y a la sociedad en su
conjunto. El
surgimiento y desarrollo de las normas y principios morales posee como
fundamento objetivo la propia necesidad social de adecuar y regular las
relaciones sociales, haciendo corresponder la conducta de cada individuo
con los intereses de los demás, así como, con los de las clases y la
sociedad en general. Esta correspondencia se mueve en los límites de las
coordenadas marcadas por la tensión que se establece al interior de la
actividad humana entre la conducta real y la que se aspira o prescribe, es
decir, entre el ser y el deber ser. En
las tendencias de orientación marxista, la educación moral se ha
definido como un proceso orientado a la formación de la dirección moral
de la personalidad, que tiene como base la actividad dirigida a ese fin y
organizada de tal forma que conlleve la aparición de la orientación
moral de la conciencia y la conducta del individuo. La educación moral se
pone en función de la educación de la conciencia, como la formación y
consolidación de la adecuada relación entre significados y sentidos[5],
surgidos en las relaciones sociales específicas. En ella, se
concibe el desarrollo moral como un proceso de interiorización de
las normas y reglas morales, a partir de lo cual ocurre la formación de
determinadas “instancias morales internas” que regulan la conducta del
sujeto.[6] La
educación moral se entiende de forma óptima a partir de una adecuada
organización de la vida escolar, de todo el sistema de influencias específicas
que se ejercen sobre los educandos, de sus actividades y relaciones
comunicativas. Asimismo, se requiere de los estudiantes que adopten una
actitud activa de sujetos ante su propia formación y no meramente de
objetos de influencias externas. Ser sujeto implica que el hombre sea
formador de sí mismo y de los demás. Al
educando convertirse en sujeto de la actividad educativa se estimula su
autoperfeccionamiento, la educación se convierte en autoeducación a
partir de necesidades y objetivos consecuentes. En fin, la educación
moral de la persona representa la conciencia de la responsabilidad por la
conducta hacia los demás. Contribuir a dicha educación no significa
tanto ilustrar y trasmitir conocimientos, como asimilar e incorporar esas
normas y principios a la conducta, convirtiéndolas en convicción. Así
concebida, la educación moral, permitirá al docente ir mostrando la
perspectiva axiológica del contenido que lo conducirá a adoptar una
determinada actitud en su práctica educativa. Esto no genera que la
dimensión axiológica pierda su especificidad, al ser considerada como un
contenido no específico, sino que, por el contrario, a partir de
actividades o situaciones únicas se aprovechen las potencialidades
formativas (tanto en el orden cognoscitivo, como motivacional-afectivo) de
la actividad docente. Sobre
el concepto de formación, en el sistema de educación cubano, han
prevalecido dos tendencias. Una que absolutiza en la formación del
profesional el aspecto técnico y otra que favorece al aspecto humanista,
casi siempre presentes esas tendencias según el tipo de carrera en cuestión.
Independientemente de ello, el llamado a la formación de valores en el
plano curricular exige de un enfoque integral en la labor educativa; de ahí
la importancia de dotar a los futuros profesionales, tanto de las fuerzas
naturales que le brinda la formación técnica, como de las fuerzas
sociales que le imprime la formación humanista, y en ello, el hecho de
colocar a la formación de valores como un eje transversal nuclear y a
otras disciplinas filosóficas, insertadas o impregnadas en torno a temas
generadores de aprendizaje ético-axiológicos, así lo confirma.
Entendida
como uno de los aspectos particulares de la educación o como un eje
transversal de todo el proceso educativo, la educación moral es un
aspecto clave de la formación humana. Negar la existencia de la
naturaleza humana, es negar la existencia de valores humanos y con ello,
dar pasos firmes hacia el nihilismo axiológico, que envilece y
deshumaniza. Bibliografía Camps,
Victoria (1993): Virtudes Públicas. Editorial Espasa Calpe, Madrid.
Pág.33. Constitución
de la República de Cuba. Impreso por Divulgación e Imprenta de las
Oficinas Auxiliares de la Asamblea Nacional del Poder Popular, p.22, Artículo
45. M.Vitier
(1948): “Notas sobre la formación humana”. Revista cubana.
Ene.-Dic., pág. 56. Pupo
Pupo,
Rigoberto (s/f): Filosofía e Identidad en el Pensamiento de Medardo
Vitier. En proceso editorial. --------
(s/f): Medardo Vitier y la Cultura cubana. Ídem. --------
(s/f): Humanismo y Valores en el Programa Filosófico de José Martí. Ídem.
--------
(s/f): Platón y su Visión del Filosofar. Ídem. Vigotsky,
L. S. (1982): Pensamiento y lenguaje, Ed. Pueblo y Educación, La Habana. Zarzar, Carlos (s/f): ¿Cómo incorporar los valores al currículo?, no.23, Primavera 94, Órgano del centro de didáctica de la Universidad Iberoamericana, pp. 22-26.
Notas:
[1] Camps, Victoria (1993): Virtudes Públicas. Editorial Espasa Calpe, Madrid. Pág.33. [2] Constitución de la República de Cuba. Impreso por Divulgación e Imprenta de las Oficinas Auxiliares de la Asamblea Nacional del Poder Popular, p.22, Artículo 45. [3] M.Vitier (1948): “Notas sobre la formación humana”. Revista cubana. Ene.-Dic., pág. 56. [4] El autor comparte el criterio de Carlos Zarzar acerca de las cuatro dimensiones que abarca el concepto formación, pero además incluye la formación ciudadana. Ver: Zarzar, Carlos (s/f): ¿Cómo incorporar los valores al currículo?, no.23, Primavera 94, Órgano del centro de didáctica de la Universidad Iberoamericana, pp. 22-26. [5] L. S. Vigotsky, un clásico en este tipo de estudios, define el significado como el reflejo generalizado de los rasgos del objeto, el sistema estable de generalizaciones que representa una abstracción de las características esenciales del objeto; mientras que el sentido tiene en cuenta la situación comunicativa concreta y el aspecto subjetivo de los signos. Es la suma de los procesos psicológicos que la palabra provoca en la conciencia. [6] Para profundizar remitirse a Vigotsky, L. S. (1982): Pensamiento y lenguaje, Ed. Pueblo y Educación, La Habana. |
Jorge Valmaseda Valmaseda
De “Revelación Axiológica y Formación Humana”
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