La dimensión axiológica del hombre. Los valores |
En
este artículo, se devela la axiología en relación con la formación
humana, en los marcos de una estructura lógico-filosófica, cuya
manifestación se expresa, en una relación e interrelación armónica en
la esfera de la actividad humana y su concreción e inserción en la
cultura. Para conseguir este objetivo nos apoyamos en la obra filosófica
martiana, en la cual, aunque no existe una axiología sistematizada, es
posible revelar, en su ideario humanista, un conjunto unitario de valores
coherentemente estructurados en torno a la persona, su razón de ser y los
modos de conducirla. La
Axiología es
la ciencia que estudia los valores, ya que en griego, axios, significa
lo que es valioso o estimable, y logos, ciencia, teoría del valor
o de lo que se considera
valioso. La axiología no sólo trata de los valores positivos, sino también
de los contravalores, analizando los principios que permiten considerar
que algo es o no valioso, y considerando los fundamentos de tal juicio. La
investigación de una teoría de los valores ha encontrado una aplicación
especial en la ética y en la estética, ámbitos donde el concepto de
valor posee una relevancia específica. Algunos filósofos como los
alemanes Heinrich Rickert o Max Scheler han realizado diferentes
propuestas para elaborar una jerarquía adecuada de los valores. En este
sentido, puede hablarse de una “ética axiológica”, que fue
desarrollada, principalmente, por el propio Scheler y Nicolai Hartmann. Debemos
a Francisco Brentano (1917-1938) que la axiología se considere en
nuestros días disciplina filosófica. Su pensamiento sirvió de base a
los más diversos exponentes de esta rama de la Filosofía como Husserl,
fundador de la Fenomenología inspirada en la teoría de las
intencionalidades del mismo Brentano; Nicolai Hartmann; Alexius Meinong;
Crhistian Von Enfrenfles. Paradójicamente le debemos a Nietzsche
(1884-1900) el gran interés que tomó este tema, porque al proclamar en
su filosofía la transmutación de los valores causó alarma, escándalo y
llamó la atención de su época convirtiéndose así, sin quererlo, en el
principal instigador para que el mundo de los valores fuera tratado de una
manera ordenada y se constituyera en una rama de la Filosofía. La
axiología, en tanto ciencia de los valores, se integra orgánicamente al
saber filosófico y expresa una de sus determinaciones esenciales. El
saber filosófico, en su expresión sintética, integra momentos de carácter
gnoseológico (cognoscitivo), axiológico (valorativo), práctico y
comunicativo. Esto se fundamenta en el hecho de que la filosofía como
autoconciencia de la cultura sociohistóricamente determinada, y núcleo
teórico de la concepción del mundo, resulta al mismo tiempo aprehensión
práctico-espiritual de la realidad, en su esencialidad y concreción.[1]
Se trata de un proceso complejo que reproduce creadoramente la realidad y
la aprehende en su síntesis por sujetos reales y actuantes. Este
proceso de asunción y aprehensión de la realidad se funda en la
actividad humana. De ahí que la actividad en su dimensión filosófica se
determine y exprese como relación sujeto-objeto y como relación
sujeto-sujeto. En la primera relación, los momentos gnoseológicos y
axiológicos encarnan la propia práctica social, es decir, en la asunción
práctica de la realidad (objeto) al hombre (sujeto) no le interesa sólo
qué son las cosas, cómo revela su esencia y devela la verdad, sino, además,
para qué le sirven, qué necesidad satisfacen, qué interés realizan. El
sujeto no sólo busca conocimiento, en tanto, modo de existencia, sino
también valores, en tanto ser de las cosas para el hombre, y modo en que
existen sus necesidades e intereses. En la segunda relación
(sujeto-sujeto), tiene lugar el proceso de comunicación como intercambio
de actividad y sus resultados, conductas y relaciones sociales. En esta
relación, que solo es aislable por medio de la abstracción, los aspectos
gnoseológicos, valorativos y prácticos aparecen en síntesis, como trato
humano, actividad intersubjetiva e interacción humana, social en esencia. El
componente valorativo de la actividad y de todo el proceso del devenir
humano, comprendido en sus diversas expresiones y niveles, como valor y
valoración; y en la relación dialéctica de lo objetivo-subjetivo, lo
absoluto-relativo y lo general-particular, posee una
gran importancia teórico-metodológica y práctica para la
comprensión del hombre y la sociedad.[2]
Si bien el momento valorativo de la actividad humana resulta imposible que
exista al margen de los momentos práctico, gnoseológico y comunicativo,
pues constituyen una totalidad orgánica indisoluble y posee, como los
restantes momentos estructurales, una relativa autonomía. Esto determina
que en algunos discursos filosóficos prime o tenga más fuerza la axiología,
o en otros, la gnoseología, la ontología, etc. Esto, por supuesto, no
niega en modo alguno la presencia de los restantes momentos que les son
inherentes y, más aún, inmanentes a todo quehacer humano, incluida la
filosofía como autoconciencia teórica. Los
valores, en tanto determinación primaria de las necesidades e intereses
del hombre, sirven de mediación esencial entre los momentos gnoseológico
y práctico, entre conocimiento y práctica. El hombre conoce la realidad
impelido por las necesidades y aplica los conocimientos en la técnica y
la práctica para realizar su ser esencial, que es, al mismo
tiempo, proyectar su ser hacia el deber-ser, es decir, realizar lo por
venir, completando lo que le falta: satisfacer sus necesidades. De ahí
que el fenómeno designado con la palabra valor, constituya una compleja
formación que está contenida no sólo en las estructuras cognoscitivas,
sino, fundamentalmente, en los profundos procesos de la vida social y la
cultura, en la concepción del mundo del hombre. De aquí que la categoría
que designa o expresa este fenómeno, puede ser tratada, por lo menos, en
tres significados fundamentales: como concepto sociocultural, como
concepto psicológico y como concepto lógico-gnoseológico. Esta amplia
dimensión de la categoría valor evidencia que ella concentra en sí una
serie de problemas heterogéneos por su contenido y, al propio tiempo, en
algo idéntico.[3]
La
dimensión valorativa de la actividad humana, en todas sus mediaciones,
condicionamientos y determinaciones, deviene fuerza propulsora y motivación
esencial del despliegue constante del hombre que se sabe sujeto del
acontecer histórico. Ciertamente, conocimiento y práctica en su
interacción recíproca están mediados por los valores, la propia
comunicación intersubjetiva, en tanto intercambio de actividad y trato
humano, discurre como proceso, también internamente mediado por los
valores. Todo el desenvolvimiento del proceso humano, que de una forma u
otra, encarna las necesidades e intereses del hombre, los valores como ser
de la realidad para éste y forma de existencia de sus aspiraciones,
deseos, anhelos; tiene un carácter proyectador, en el sentido en que
impulsan los fines con sus respectivos medios de realización. En este
contexto los valores, incluida la valoración, los juicios de valor, se
integran como el eslabón que media el tránsito del devenir ser al
deber-ser, del presente al futuro. Como
al hombre no sólo le preocupa qué son las cosas, cuál es su esencia
(conocimiento), sino ante todo, para qué le sirven, qué necesidades
satisfacen o qué le falta para realizarlas (valor, valoración, juicios
valorativos) en la aprehensión práctico-espiritual de la realidad, la
dimensión valorativa de su actividad cumple una función
orientadora-reguladora en la realización de su ser esencial. Los valores
y la valoración humana, al ser desprendimiento de la praxis misma, le
imprimen vialidad, (vitalidad) energía creadora, imaginación para
superarse a sí mismo y transitar a nuevos peldaños de realización. No
es lo mismo conocer una necesidad, la carencia de algo, que esforzarse por
darle realidad efectiva, por convertir el en sí, en para sí, e
integrarlo al devenir humano en formas nuevas y superiores de realización.
Por eso el componente cognoscitivo de la actividad humana se completa y
hace realidad efectiva, en estrecha interacción con el componente
valorativo. Conocer
la realidad, hacerla objeto y valorarla, que es al mismo tiempo,
evaluarla, superarla e integrarla en función de las necesidades e
intereses del hombre y la sociedad, comporta realizar el ser esencial del
hombre, en tanto sujeto. Es identificar su naturaleza humana, en esencia
social, e integrarla al cuerpo de la cultura como contenido y medida de su
desarrollo. En esta misma dirección de análisis, elucidación y
discernimiento del valor, como concepto sociocultural, como concepto
psicológico y como concepto lógico-gnoseológico, se integra en su
expresión sintética a la concepción del mundo y, por consiguiente, como
una totalidad sistémica inserta en la subjetividad humana. La dimensión
axiológica de la actividad humana concedida como valor y valoración, y
como proceso y resultado, en tanto momento esencial del devenir humano,
deviene atributo cualificador de la subjetividad humana, como lo son también
los momentos gnoseológicos, prácticos y comunicativos de la actividad
humana. Sin
embargo, en el discurso filosófico en torno a la subjetividad humana
existen diversos estilos y modos de expresión del problema, en
correspondencia con la concepción del mundo, el sentido de
la vida, misión y oficio del hombre que reflexiona sobre la
realidad, las circunstancias sociales en que desarrolla su pensamiento y
acción y otras mediaciones y condicionantes; pues como se dijo
anteriormente, existen múltiples discursos que privilegian o enfatizan más
el aspecto gnoseológico, otros el axiológico-valorativo, etc. Esto no
significa que se soslayen de modo absoluto los otros momentos, pero se da
primacía a uno específico. En
el caso del pensamiento sociofilosófico de José Martí, la subjetividad
humana ocupa un significativo lugar, y la axiología, su núcleo
cualificador central; en torno al cual despliega gran parte de su
pensamiento y su obra. Pero no se trata de una axiología del libre albedrío
y al margen de condicionamientos y determinaciones, pues como bien señala
J. Marinello,[4]
“está en Martí un concepto capital […] Para él ser es antes que el
crear y por ello dijo más de una vez que la América Latina, su América,
debía ser, existir en plenitud, para crear plenamente y la existencia de
su mundo –madre de la posibilidad creadora-, sólo se alcanza con el
ejercicio de una voluntad sin coerciones ni acechanzas”. La primacía
del existir sobre el crear, la realidad como fundamento de la
imaginación, fundado en el sentido de lo real e histórico en
tanto proceso, imprime un sello especial a su axiología en los marcos de
la subjetividad humana. En
Martí, la bondad, la belleza, la verdad, -valores que concibe en estrecha
conexión y condicionamiento- no constituyen esencias a priori, sino que
“los encuentra” en la naturaleza humana, y los proyecta como modelos a
seguir, y no como arquetipos a los cuales tiene que adecuarse la conducta
humana. Valores que encuentra porque están en él y porque cree en el
hombre. La tesis, según la cual, los valores humanos son camino y no
llegada[5]
constituye, más que una premisa, una clave interpretativa para aprehender
la esencia de su axiología. Es una vía de acceso y penetración en sus
atributos cualificadores y fundamentalmente hermenéutico para
discernimiento, elucidación y comprensión de nuevas aristas del objeto
de análisis que, por supuesto, rebasan los límites de este trabajo. La
asunción de esta tesis en calidad de principio lógico estructurador de
la axiología martiana y premisa insoslayable para su comprensión, en
tanto sistema, posee fundamentos de naturaleza cosmovisiva, sociocultural
y antropológica. Por eso, no es posible olvidar la concepción filosófica
general de Martí, sobre el carácter del ser, compuesto universal y su
dinamismo y evolución constante. Esto lo conduce a ver el carácter del
mundo y la sociedad, en tanto proceso, y al hombre y su subjetividad como
proyecto en constante avance y perfeccionamiento. La
axiología martiana es un culto al devenir humano, en estado perpetuo de
superación y perfeccionamiento. Es una fuente inagotable de utopías,
pero no en la acepción de irrealización, sino en el sentido de proyección
humana, trascendencia y esfuerzo y trabajo para su realización efectiva.
Una evidencia clara la palpamos cuando destacando el papel del maestro en
la formación de valores, sentencia: “La cruzada se ha de emprender
ahora para revelar a los hombres su propia naturaleza, y para darles, con
el conocimiento de la ciencia llana y práctica, la independencia personal
que fortalece la bondad y fomenta el decoro y el orgullo de ser criatura
amable y cosa viviente en el magno universo. He ahí, pues, lo que han de
llevar los maestros por los campos. No sólo explicaciones agrícolas e
instrumentos mecánicos, sino la ternura, que hace tanta falta y tanto
bien a los hombres”.[6] La
proyección axiológica de Martí, núcleo central de su cosmovisión
filosófica, dignifica al hombre, como sujeto que piensa, razona y siente.
En su intelección, revelar la propia naturaleza humana es una premisa
para cultivar la independencia personal y fomentar valores que cualifican
lo humano. Bondad, decoro y orgullo de ser como se es, exigen
conocimiento, ciencia y práctica, pero no se reduce a ello, pues sin
cultura de los sentimientos, tal y como enseñaron Varela, Luz y Mendive,
entre otros, no es posible realizar proyecto humano alguno. De ahí la
necesidad de “la ternura que hace tanta falta y tanto bien a los
hombres”.[7] Es
una axiología que sin reducirse al psicologismo, ni al intelectualismo,
ni al pragmatismo utilitarista, integra, en los valores, razón y
sentimiento, ciencia y conciencia, teoría y práctica. Esto en gran
medida explica el porqué los valores en Martí más que llegada son
camino, proceso, devenir humano, realización y proyección de fines, en
resumen, dignificación de la condición humana.
No
sólo Martí anuncia valores y atributos cualificadores de su existir y
desenvolvimiento, sino además establece normas y principios reguladores
de su devenir. En esta empresa, los valores ético-morales adquieren un
lugar jerárquico especial, prioritario, en relación con los restantes
valores humanos. Hay en la axiología martiana un fuerte acento ético, lo
que no significa, en modo alguno, una total reducción. Es
indudable la organicidad y coherencia presente en la axiología martiana.
Es cierto que junto al proceso ininterrumpido de evolución de su
pensamiento, su concepción de los valores ascendió en concreción y
definiciones. Sin embargo, desde su juventud, bajo la influencia de la
tradición cubana se va a gestar un enfoque nuevo sociocultural, de corte
antropológico, de los valores que culmina con la concepción del quehacer
humano como hecho cultural de las grandes masas. Esto le posibilita
concebir los valores como valencias sociales insertas en la cultura y la
historia, así como privilegiar y determinar la dimensión ético-moral
como núcleo integrador de la axiología en toda su plenitud y despliegue. Para
Martí, si los valores en su generalidad conceptual refieren al ser de las
cosas para el hombre, en tanto modo de existencia de sus necesidades e
intereses, los valores ético-morales, no sólo expresan el ser, sino el
ser en su esencialidad humana, y por ello poseen mayores posibilidades
para transitar al deber-ser, para realizar lo verdaderamente humano del
hombre y la sociedad. Él está consciente, porque lo vive, lo piensa, lo
razona y lo siente, que sin una fuerte carga de eticidad, los restantes
valores con sus respectivos atributos cualificadores, no realizan el
proyecto humano, resultan estériles.
Como
la axiología martiana emana de una concepción integradora, fundada en la
cultura, los valores en que deviene, le son consustanciales y resultan
expresiones suyas, en tanto resultado de la actividad humana y medida de
su desarrollo. Esto le posibilita revelar lo social y lo individual, en su
interacción recíproca, incluidos los eslabones mediadores en que
transcurre el proceso. En este sentido, atribuye un papel esencial a la
acción humana y a la educación, la cual Martí no reduce sólo a la
escuela, sino que la extiende al trabajo, la familia y, en fin, a la
sociedad. Si bien destaca y exalta la naturaleza social del hombre y sus
valores, también reconoce lo individual del hombre pero siempre visto
como proyecto y proceso que de una forma u otra, refleja las
circunstancias sociales en que se desarrolla. “El
Martí que conocemos, axiólogo por antonomasia, no surge por generación
espontánea. Su discurso que integra, en unidad inseparable, misión y
oficio, aunque como problema central la ley del progreso humano, la
ascensión del hombre, su trascendencia, encuentra en los valores vías de
acceso y cauces culturales de revelación y cultivos humanos. Tanto su
oficio de artista, creador y maestro, como su misión, encarnada en un
ideal de redención humana, determinan en gran medida el fundamento axiológico
de su pensamiento”.[8]
Retomando
el concepto concepción del mundo, es preciso aclarar que los criterios y
nociones de la axiología ética siempre forman parte de la concepción
del mundo, incluso puede afirmarse que son uno de sus componentes más
importantes. Eso se ha evidenciado en la misma medida que han ido
desprendiéndose del saber propiamente filosófico ámbitos más concretos
de la ciencia y que dentro de la propia conciencia social y filosófica se
han operado una serie de diferenciaciones de sus distintas formas. Así
van apareciendo distintas esferas o regiones de especialización y el
propio concepto de concepción del mundo va adquiriendo cada vez más una
diversidad de planos y matices distintivos. Aún
manteniéndose como núcleo teórico de la concepción del mundo, la
filosofía comenzó a compartir estas funciones cosmovisivas con otros
modos de reflejar la realidad como la conciencia política, jurídica,
moral, estética, científica, religiosa y con otras disciplinas afines al
pensamiento filosófico, precisamente, por la amplitud con que abordaban
la realidad y por el papel que cumplían en la vida del hombre y de la
sociedad. De modo que la ética alcanza su propio sentido específico en
el ámbito de la concepción del mundo, pues su base se configura
precisamente a partir de ideas generales sobre la naturaleza, la sociedad
y también sobre el hombre, su conciencia y su conducta moral. En
el quehacer actual este sistema incluye ideas y valores morales y también
las concepciones éticas que la explican y fundamentan. Por eso, el propio
aspecto valorativo de la ética es reflejo y producto del carácter
valorativo de la conciencia moral y, tanto uno como otro aspecto,
aproximan la ética a la axiología, es decir; al quehacer filosófico que
estudia específicamente los valores, su origen, estructura, clasificación,
esencia y funcionamiento en distintos ámbitos de la vida social. Esta
dialéctica se expresa en el hecho de
que los seres humanos establecen relaciones con el medio natural y social
en que ellos se desenvuelven y, a través de su actividad productiva,
intelectual, artística, deportiva y otras, se ponen en contacto con
objetos materiales e ideales (un producto tangible, una cualidad de la
personalidad, una concepción, un sentimiento, etc.). En
este proceso de la actividad humana, en permanente comunicación social,
surgen en el ser humano necesidades materiales y espirituales, que al
concretarse en objetos materiales y espirituales que las satisfacen, se
convierten en valores. Los
valores se forman en el proceso de socialización bajo la influencia de
diversos factores (familia, escuela, medios masivos de comunicación,
organizaciones políticas, sociales, religiosas, etc.) No son inmutables
ni absolutos, ya que se tornan vulnerables porque su contenido puede
modificarse por circunstancias cambiantes y pueden expresarse de manera
diferente en condiciones concretas también diferentes. En la medida en
que los seres humanos se socializan y la personalidad se regula de modo
consciente, se va estructurando una jerarquía de valores que se va
haciendo estable, aunque puede variar en las distintas etapas de
desarrollo. Los
valores son significaciones sociales positivas que poseen las cosas, las
personas, etc. Dicha significación se refiere al grado en que se expresa
el progreso y el redimensionamiento humano en cada momento histórico o
circunstancia particular. Son cualidades reales externas e internas al
sujeto. Al decir de Xavier Zubiru:”No
es un objeto, ni una persona, sino que está en ellas”.[9] Como
importantes formaciones motivacionales, los valores no se enseñan, no se
insertan, ni se trasmiten de una personalidad a otra; aunque
indiscutiblemente es innegable la influencia de un modelo digno de imitar.
Los valores, por el contrario, se educan, se forman, hasta llegar a
convertirse en convicciones y luego revelarse en conductas en el proceso
de su vida personal y profesional. Más
que teorizar sobre los valores, nos preocupa encontrarlos, cultivarlos en
la conducta del hombre como medio de ascensión humana, para revelar un
conjunto unitario de cualidades humanistas, coherentemente estructuradas
en torno a la persona, su razón de ser y los modos de conducir la creación
de condiciones sociales favorables, ya que los valores son también modos
esenciales del devenir del hombre en su naturaleza social, integrados en
la cultura, a manera de formas de existencia del ser humano y sus
necesidades materiales y espirituales. Si
pretendemos formar valores, partiendo de la intuición hipotética de que
estos se revelan en la actuación del sujeto en su vida personal y
profesional, debemos sustentarnos de las cualidades morales positivas[10]
porque son las que devienen en valor. Esta idea es muy importante, ya que
compartimos la opinión de que no es posible la construcción de nuevos
valores si no tomamos en cuenta el desarrollo de cualidades morales
positivas, pues el hecho mismo de que el individuo en todo el proceso de
su formación, juzgue la importancia de poseer cualidades como humanismo,
patriotismo, lealtad, honradez, solidaridad, etc., por encima de las de
egoísmo, traición, deslealtad, deshonestidad; así lo confirma, al
constatarse en la práctica la inclinación a desarrollar más las
primeras que las segundas, en las que se pone de manifiesto el desprecio y
el rechazo, por los integrantes del grupo o el colectivo, según sea el
caso que nos ocupe. Así,
los valores, encarnados en la cultura, constituyen el contenido esencial
del ideal de racionalidad humana puesto de manifiesto en el conjunto
de ideas o de creencias de alguien que siempre luchó por alcanzarlos.
Se trata de una axiología de la acción, en el decir de Cintio
Vitier, que va a la raíz del hombre porque sabe de su grandeza interior;
de una eticidad concreta que busca el hombre futuro en el hombre actual,
con sorprendente consagración, animada por una tarea fundada en el
pueblo, cuyo resultado identifica la belleza con la humanidad y la virtud
con el único bien, que solamente reside en la felicidad. En
el paradigma[11]
que sustentamos, los valores éticos y políticos se integran en un nivel
tal de concreción que prácticamente
se identifican. Por eso, más que encarnación individual, son conciencia
de su necesidad y eficacia. Esto impregna optimismo, fuerza y vitalidad al
proyecto que emprendemos, como expresión de nuestro pueblo que lo siente.
La existencia de un sistema de valores conformados en la cultura, hechos
conciencia, como valencias sociales expresados en términos ideopolíticos,
matizan una idea, configuran un ideal, que impulsa, orienta y regula el
hacer práctico-espiritual en la realidad que nos embarga. Este paradigma,
marcado por su visión del mundo, del hombre, por la experiencia cubana y,
sobre todo, por su sabiduría política, traza caminos, crea confianza,
cultiva razón, sentimiento y prepara a las nuevas generaciones para
realizar el ideal de nuestra nación. Los
valores ético-morales penetran lo político, hasta concebirlo como
empresa cultural humana de las grandes masas. Lo ético y lo estético,
encarnando racionalidad conceptual propia, imprimen una determinada
especificidad a la axiología, ya que su vinculación estrecha en los
marcos de una concepción unitaria de la cultura, en tanto resultado de la
actividad humana y medida del desarrollo del hombre y la sociedad, abren
perspectivas nuevas para acceder a la realidad humana y conformar un ideal
de racionalidad, como proyecto formador que integra y sustancia el sistema
orgánico de la bondad, la verdad, la belleza y, junto con ello, la
virtud, el amor, la valentía; así como, la felicidad, la justicia, la
razón, la libertad; en fin, la dignidad plena del hombre. La
inserción de los valores en la cultura, hecho que (en opinión de mi
tutor), ya casi nadie niega;[12]
así como la concepción de esta última como resultado social del pueblo,
funda una idea nueva que determina una connotación especial que se pone
de manifiesto no sólo en la relación ética-política, sino además, en
la relación ética-estética y sus mediaciones. Nuestra
concepción de los valores, penetrada de un sentido de lo real e histórico,
la expresamos como un proceso que evita que los pensemos y abordemos como
arquetipos o a priori, sino como hacer humano. Por eso la bondad no es
tal, porque es algo presupuesto como verdadero, sino porque es buena en la
praxis social. La belleza no es tal en tanto establecida externamente,
sino en tanto acción bella dimanante del comportamiento humano. Al igual
que la verdad no es tal, como esencia válida en sí misma, sino como
expresión de la realidad para el hombre. Esto no es practicismo, ni
negación de lo universalmente dado, sino sentido práctico-valorativo,
que busca, encuentra y proyecta los valores en el hombre, haciendo
historia, en su acción y en la cultura, en que toma cuerpo. Este
concepto de buscar los valores en la realidad, en su despliegue, como
devenir cultural, en y por el hombre, como sujeto social; explica el
sustrato ético-moral de la estética y política encarnada en la tradición
humanista cubana, ya que los motivos de carácter artístico siempre
aparecen vinculados a la conducta cívica del hombre, en próceres como
José Martí, en quien subyace un mensaje de carácter moral, al abordar
la esencia y las formas de creación humana con arreglo a las leyes de la belleza, porque su motivo
central es el hombre en toda su integridad. Él sabe que la belleza en sí,
aislada del verdadero ser existencial del hombre, resulta superflua, estéril.
En Martí la “belleza” externa, desvinculada de una cultura de los
sentimientos, fundada en el amor y la bondad, no constituye un valor
definidor de la naturaleza humana. Una persona, aunque “bella
externamente” si no es portadora de sentimientos nobles, de solidaridad
humana, desinterés, justicia y dignidad personal, no se realiza como
hombre, genéricamente hablando y su conducta resulta rechazada por la
propia sociedad en que vive. Al
maestro, sin soslayar otros problemas, le interesa el hombre, su
subjetividad en relación con la naturaleza y la sociedad. Esto confiere a
su filosofía un sello especial. Los valores, los ideales, se reiteran en
toda su obra, pero no al margen de su conocimiento y la práctica social.
Cree en el hombre, en los valores. La verdad, el bien y la belleza,
adquieren en él una sustanciación tal que devienen entes,
en unidad indisoluble y relación recíproca. Ama la verdad por sobre
toda las cosas y cree en los valores universales y en la forma de
afianzarlos a través del amor. Esto imprime optimismo a su concepción
del hombre y del mundo, así como medios para analizarlos y cambiarlo.
En
la Edad de Oro, obra martiana dedicada a formar hombres creadores, con
ciencia y con conciencia, la intención del maestro se hace patente. “El
niño -escribe Martí- ha de trabajar, de andar, de estudiar, de ser
fuerte, de ser hermoso: el niño puede hacerse
hermoso aunque sea feo; un niño bueno, inteligente y aseado es
siempre hermoso. Pero nunca es un niño más bello que cuando trae en sus
manecillas de hombre fuerte una flor para su amiga o cuando lleva del
brazo a su hermana para que nadie se la ofenda…”.[13] Es
perfectamente comprensible que en este lenguaje simple, sencillo, para niños,
el mensaje ético-humanista no falta. ¿Cómo formar al hombre como
sujeto, con ciencia, creatividad y con conciencia, si no se cultiva lo
esencialmente humano: el sentido del deber, la bondad, el amor al trabajo,
en fin la sensibilidad humana, capaz de transformar lo feo en bello? Más
que un simple mensaje es una clave cultural paradigmática, que con visión
preclara y de meridiana lucidez, deviene obra fundadora. “Las cosas
buenas -dice Martí a los niños en el último número de la Edad de Oro-
se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es
bueno porque sí; y porque allá adentro se siente como un gusto –continúa
Martí, identificando lo moral con lo estético– cuando se ha hecho un
bien, o se ha dicho algo útil a los demás. Eso es mejor que ser príncipe;
ser útil. Los niños debían echarse a llorar, cuando ha pasado el día
sin que aprendan algo nuevo, sin que sirvan de algo”.[14] Con
esto, Martí, no sólo evoca y predica la necesidad de sembrar y cultivar
humanidad en el hombre para que nazca, eche raíces y se multiplique, sino
además, funda una cultura de los valores, imprescindible para la
convivencia social y para el propio despliegue de las energías creadoras
que el hombre lleva en sí y desarrolla en función de la sociedad. Así,
refiriendo a Buda, enseña a los niños que, “(…) no se ha de reposar
hasta que el alma sea como una luz de aurora, que llene de claridad y
hermosura al mundo, y llore y padezca por todo lo triste que hay en él, y
se vea como médico y padre de todos los que tienen razón de dolor: es
como vivir en un azul que no se acaba,
con un gusto tan puro que debe ser lo que se llama gloria y con los brazos
siempre abiertos”.[15] Es
que en Martí se capta el bien y la esfera humana en general como medio y
fin que supone e impulsa la voluntad, y toda la subjetividad humana en el
devenir social. Los valores morales devienen motivos catalizadores de
creación, originalidad y proyección. Es como si los valores éticos y
también estéticos se fundieran en un todo único, ínterconexionado, al
igual que los restantes valores como componentes de la cultura.
La
plasmación de la axiología como conducta, inserta en la cultura en todos
sus componentes estructurales (valores) y sus expresiones jerárquicas, no
resulta una tarea fácil. Nosotros
estamos conscientes de ello, y por eso damos razones de la necesidad de
que los valores morales se conciban como medios, y fines intrínsecos al
devenir humano, como móviles de perfección del hombre. Con
esto, el bien, el deber, no aparecen sólo como mandatos de la razón,
como a priori, sino que su realización y proyección deben asumirse con
satisfacción, con gusto, deseo, pasión, amor y con espíritu de
consagración. Por eso deben mover y despertar sensibilidad, que es al
mismo tiempo encontrar belleza, placer por la acción o el deber cumplido;
de lo contrario no deviene cultura diaria, ni norma de actuación, ni se
encarnan en convicción. De
ahí la necesidad de comprender la dimensión del devenir humano como
hecho cultural, como empresa eminentemente moral, porque incluso, las
expresiones políticas, jurídicas, etc., si se fundan en la cultura y son
expresión auténtica del pueblo, resultan bellas, despiertan sensibilidad
y gusto estético. Se debe tratar de develar en la realidad, sobre
todas las cosas, humanidad, que es al mismo tiempo encontrar el lado bueno
a las cosas; es decir, descubrir
bondad y belleza en los actos humanos y asumir lo bueno, lo justo,
lo heroico, como manifestaciones bellas a plenitud, en tanto realizan la
naturaleza social humana.
En
este sentido, la acción esencialmente humana es heurística[16]
y adquiere una dimensión estética, porque “sólo lo que del alma
brota..., en elocuencia, en poesía, llega al alma”.[17]
No son renglones que se suceden, sino valores que penetran la razón y los
sentimientos porque nacen del hombre y su entorno social y son apropiación
humana; encontrando recepción porque despiertan sabiduría, conceptos e
ideas humanistas. Con ello se convierten en resortes para la acción y
nuevos modos creadores y originales de aprehensión. Esta
concepción de integrar los valores en la cultura, asumida del quehacer
martiano como producción del hombre, en función de la sociedad, sienta
premisas teórico-metodológicas para establecer jerarquías y niveles en
cuanto a determinaciones del quehacer humano se refiere. La unidad
indisoluble entre lo ético y lo estético y el lugar que ocupan en los
marcos de la axiología, responden en gran medida a la necesidad de formar
hombres de pensamiento y acción, capaces de unir en su diario hacer misión
y oficio. Hay
que comprender los valores, hacerlos concretos en el instante mismo en que
se traen al quehacer humano-social, y se le trasmiten sentido práctico,
razón, inspiración y sensibilidad. Por eso, al revelarlos y cultivarlos
no podemos convertirlos en entes abstractos, sino integrarlos a una
cultura de la razón y los sentimientos, consustancial al despliegue
humano. Esta
proyección implica no sólo invocar y buscar valores humanos, sino
descubrirlos; pero en un “encontrar”, que es más que todo un
ininterrumpido tránsito del ser al deber-ser, como proyección humana,
como remisión a la imaginación y a la creatividad cultural del hombre.
En esta dirección no interesa tanto qué es el hombre y cuáles son sus
valores, sino más que todo cómo deviene el hombre y su naturaleza humana
constituida en un sistema de valores dinámicos, fluidos, en tanto expresión
social. Sólo a partir de esta concepción, los valores adquieren
trascendencia y vigencia. Trascienden porque son valencias sociales y
formas aprehensivas de conductas sociales hechas cultura. Esto
no significa la existencia de una actitud nihilista hacia los valores
universales, ni una concepción, pragmático-utilitarista de los mismos.
Todo lo contrario, en la axiología hay optimismo y como humanistas que
confiamos en el hombre, en sus posibilidades de perfeccionamiento, lo
percibimos; pero no con un optimismo exacerbado que soslaya los atributos
negativos de las acciones y conductas humanas. Estos atributos son
asumidos de modo crítico y estigmatizados, al mismo tiempo, como no
inherentes a lo verdaderamente humano y como males que no se integran a la
cultura. Sin
embargo, no basta con criticar el mal, sino además y sobre todo,
proclamar el bien y cultivarlo para que prevalezca, así como actuar con
respeto y humanidad para no herir sensibilidades. Cuando se le ofende al
hombre su decoro y dignidad que es al mismo tiempo vejar su integridad, más
que cultivar en él el bien, lo bello, lo verdadero; valores permanentes
de su existencia, se mata su naturaleza. Se trata entonces de obrar con
humanidad para que crezcan y se impongan sobre la maldad, el egoísmo y
todo lo que lo deshumanice. La
bondad, la verdad, la belleza, la virtud, el amor y la valentía, no
resultan cualidades positivas abstractas o separadas de la realidad y la
época en la cual vivimos; por eso, evocamos el bien y buscamos las causas
y los medios para transformar el mal en pos de la libertad y la dignidad
del hombre, demostrando la validez de estas cualidades, al regir la
integración de la conducta axiológica en la sociedad humana. Bibliografía Fabelo,
J.R. (1989): Práctica, Conocimiento y Valoración. Ed. Ciencias Sociales,
La Habana Marinello,
J. (1973): Creación y Revolución. Instituto Cubano del Libro, La habana,
p. 28. Martí,
J. (1963): “Maestros ambulantes”. En: Obras Completas t. 8, p. 289.
Editorial Nacional, La Habana. Martí,
J. (1964): “La Edad de Oro.” En: Obras Completas T.18, p. 301.
Editorial Nacional, La Habana. Martí,
J. (1964): “Un paseo por la tierra de los Anamitas”. En: Obras
Completas T.18, “La Edad de Oro.” Editorial Nacional, La Habana.p.
466. Martí,
J. (1963): “carta a José Joaquín Palma”. En: Obras Completas, T. 5,
p. 94. Editorial Nacional, La Habana. Rodríguez,
Z. (1985): Filosofía, Ciencia y Valor, Ed. Ciencias Sociales, La Habana. Citada
por Pupo Pupo, Rigoberto (2004): Identidad
y Subjetividad Humana en José Martí. Editado
por la Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco,
México. Sorshankov,
V.F. y V.V. Grechanii (1985): “Significado Filosófico-Metodológico de
la problemática de los valores”. En: Sorshankov, V.S. y V.V. Grechanii
El hombre como objeto del conocimiento filosófico, Ed. Pueblo y Educación,
La Habana, pp. 48-67. Tortoló
Fernández, Sonia y Felicia Ibáñez Matienzo: “Identidad y Cualidades
Morales. Reflexiones para su reconceptualización”. En: Op. cit., (2)
pp. 57-72. Zubiru
Xavier (1986): “Sobre el hombre”. Editorial Alianza, Madrid, p. 37. Notas:
[1] En esa misma dirección puede verse de Rodríguez, Z. (1985): Filosofía, Ciencia y Valor, Ed. Ciencias Sociales, La Habana. Esta obra constituye una contribución en la profundización de la especificidad del saber filosófico y su relación con la ciencia y las restantes formas valorativas de la conciencia social. Citada por Pupo Pupo, Rigoberto (2004): 2004): Identidad y Subjetividad Humana en José Martí. Editado por la Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco, México, Págs. 178-179. [2] Al respecto, recomendamos la lectura de: Fabelo, J.R. (1989): Práctica, Conocimiento y Valoración. Ed. Ciencias Sociales, La Habana; y de Sorshankov, V.F. y V.V. Grechanii, su trabajo “Significado Filosófico-Metodológico de la problemática de los valores”. En: Sorshankov, V.S. y V.V. Grechanii (1985): El hombre como objeto del conocimiento filosófico, Ed. Pueblo y Educación, La Habana, pp. 48-67. [3]Pupo Pupo, Rigoberto (2004): 2004): Identidad y Subjetividad Humana en José Martí. Editado por la Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco, México, P.181. [4] Marinello, J. (1973): Creación y Revolución. Instituto Cubano del Libro, La habana, p. 28. [5] Tesis con la que Juan Marinello alude a lo amoroso, y Rigoberto Pupo hace extensiva a todos los valores en la comprensión martiana. Este criterio, que según el mismo Pupo, dimana de las investigaciones realizadas sobre la obra martiana en su totalidad, no significa que lo considere una verdad absoluta. [6] Martí, J. (1963): “Maestros ambulantes”. En: Obras Completas t. 8, p. 289. Editorial Nacional, La Habana. [7] Ibídem. [8] Pupo Pupo, Rigoberto (2004): 2004): Identidad y Subjetividad Humana en José Martí. Editado por la Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco, México, p. 230. [9] Zubiru Xavier (1986): “Sobre el hombre”. Editorial Alianza, Madrid, p. 37. [10] Para profundizar, véase a Tortoló Fernández, Sonia y Felicia Ibáñez Matienzo: “Identidad y Cualidades Morales. Reflexiones para su reconceptualización”. En: López Bombino, Luis R. (2002): Ética y Sociedad, Tomo I, pp. 57-72. [11] No concebimos el paradigma solamente en la acepción teórico-científica, como conjunto de ideas, teorías, creencias y opiniones que comparten los miembros de una comunidad científica, según nos refiere Thomas S. Kuhn; sino además incluimos en él las esferas de las restantes formas valorativas de la conciencia social, pues el hombre no aprehende la realidad sólo a través del conocimiento. Por tanto, es posible referirse a un paradigma científico, ético, estético o humanista que integra varias facetas de la condición humana. [12] Existen criterios disímiles en la jerarquía y determinaciones dentro del todo cultura. Algunos dan primacía a uno respecto del otro, en función de su concepción del mundo y otras condicionantes. [13] Martí, J. (1964): “La Edad de Oro.” Op. Cit., (6) T.18, p. 301. Editorial Nacional, La Habana. [14]Ibídem. P. 455. [15]
Martí, J. (1964): “Un paseo por la tierra de los Anamitas”. Op.
Cit., (6) p. 466. [16] En el sentido de la búsqueda perenne de potencialidad humana, y despliegue creador de su ser esencial en los marcos de la cultura en que se afirma y adquieren existencia real los valores. [17] Martí, J. (1963): “carta a José Joaquín Palma”. En: Obras Completas, T. 5, p. 94. Editorial Nacional, La Habana. |
Jorge Valmaseda Valmaseda
De “Revelación Axiológica y Formación Humana”
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