El ideal unitario: bondad, verdad, belleza y sus mediaciones esenciales 
De “Revelación Axiológica y Formación Humana” 
Autor: Dr. Jorge Valmaseda Valmaseda
Profesor Titular de la Universidad de La Habana, Cuba.

No podemos olvidar que el ideal unitario: bondad, verdad y belleza, es un ideal y como tal no se logra de una vez y para siempre. Se participa en él, y en este sentido, se realiza en nosotros. Todo ideal está permeado de razón utópica y la utopía es inagotable, en tanto suprema meta que no siempre resulta irrealizable. Por eso no sólo centramos la atención en estos valores, sino que a lo largo de la exposición desarrollamos otros como virtud, amor, valentía, pues aunque no son los únicos, pueden comprenderse a través de sus propias mediaciones. En este sentido nos apoyamos en el ideal de racionalidad martiano, donde las determinaciones culturales –y los valores también lo son- no constituyen un acto individual de aprehensión, sino un proceso social que sin soslayar la experiencia individual propia, dan primacía al movimiento social.

 

Desde tiempos remotos la medida, el orden, la armonía, se deducían de la observación de los cuerpos celestes, pues del aparente caos podía notarse un eterno proceso repetido, cíclico e inmutable e idéntico. “Debía de transferirse la belleza y la precisión de esta disposición espontánea (cuya encantadora visión produce incesante maravilla) a la tierra, a la sociedad de los hombres, para enseñarles a separar en su mundo lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo y lo bello de lo feo. Se conseguiría así, al final del proceso, alcanzar la obra maestra suprema: la reproducción, mediante la ardua ciencia de la política, de un cosmos humano a imagen del celeste, o sea, de una ciudad regida por las mismas leyes rigurosas que mueven a los astros”.[1]

 

 El pensamiento de Pitágoras, constituye la cuna del racionalismo occidental. De aquí se deduce el ideal unitario: belleza, bondad, verdad. ¿Por qué? Sencillamente, porque, “si el mundo está gobernado por leyes que la inteligencia y los sentidos son capaces de comprender y traducir recíprocamente, tales leyes son a un mismo tiempo bellas y verdaderas”, y también buenas. ¿En qué se basan? En medidas calculables, armónicas y simétricas. “Lo que es verdadero es, por ello, bello y, al mismo tiempo justo y bueno.[2]   

 

El desarrollo humano, junto a la riqueza espiritual del hombre, crea las condiciones necesarias para acceder al ideal unitario: bondad, verdad, belleza. “Sólo a través de la objetivamente no desarrollada riqueza del ser esencial del hombre -dice Marx con razón suficiente- la riqueza de la sensibilidad subjetiva humana (el oído musical, el ojo que descubre la belleza de la forma, en resumen, los sentidos capaces de goces humanos, sentidos que se confirman como potencias esenciales del hombre) se cultiva o nace. Porque no solamente los cinco sentidos, sino también los llamados sentidos mentales –los sentidos prácticos (voluntad, amor, etc.)– . En una palabra, el sentido humano –la humanidad de los sentidos- se constituye en virtud de su objetivo, en virtud de la naturaleza humanizada”.[3] Al mismo tiempo, la realización cultural humana del hombre, Marx la ubica en cuanto a posibilidad se refiere, en el comunismo. “El comunismo (...) es la fase de hecho necesaria para la próxima etapa del desarrollo histórico en el proceso de emancipación y recuperación humanas” .[4]

 

Una rica espiritualidad humana, plena de cauces culturales, fundada en condiciones sociales reales, realiza el ser esencial humano y con ello se superan y suprimen dialécticamente las antítesis de lo objetivo y lo subjetivo, de la teoría y la praxis. Los contrarios se convierten recíprocamente, devienen idénticos, en los marcos de la complejidad totalizadora del devenir del hombre y la sociedad en la naturaleza. Esta concepción es congruente con el pensamiento de José Martí, ya que al respecto escribía:

 

 “El objeto de la vida es la satisfacción del anhelo de perfecta hermosura; porque como la virtud hace hermosos los lugares en que obra, así los lugares hermosos obran sobre la virtud. Hay carácter moral en todos los elementos de la naturaleza; puesto que todos avivan este carácter en el hombre, puesto que todos lo producen, todos lo tienen. Así, son una la verdad, que es la hermosura en el juicio, la bondad, que es la hermosura en los afectos y la mera belleza, que es la hermosura en el arte (...) Los astros son mensajeros de hermosura y lo sublime perpetuo. El bosque vuelve al hombre a la razón y a la fe, y es la juventud perpetua. El bosque alegra, como una buena acción. La naturaleza inspira, cura, consuela, fortalece y prepara para la virtud al hombre. Y el hombre no se halla completo, ni se revela a sí mismo, ni ve lo invisible, sino en su íntima relación con la naturaleza”.[5]

 

Esto evidencia que la cultura del hombre es una prolongación de la naturaleza, la naturaleza creada con su actividad, para realizar su ser esencial. La naturaleza humanizada y la humanidad de la naturaleza es el campus propio del hombre en su devenir teórico-práctico, en los marcos de la relación sociedad-naturaleza. Y el ideal unitario: bondad, verdad, belleza, se resuelve en estos contextos; pues constituyen tres valores esenciales del hombre. En su devenir histórico (el hombre) siempre ha ido tras ellos. Su búsqueda como ideal supremo ha constituido una meta perenne. Pero, en tanto valores, sólo se realizan en la cultura. Sólo en ella alcanzan vigencia social,[6] se convierten en valencias sociales. Aquí se desprende la necesidad insoslayable de la riqueza espiritual del hombre, pues nadie puede encontrar y revelar lo que no lleva en sí.

 

 El desarrollo de una cultura del ser, resulta impostergable para garantizar la creación humana. Una cultura que permita el libre desenvolvimiento y revelación de la rica espiritualidad del hombre culto, sensible, es capaz de aprehender la verdad, la bondad y la belleza en su expresión unitaria. No importa la profesión que ejerza. Está en condiciones de mirar su entorno con ojos humanos, ya sea, ante un teorema matemático, una fórmula química, una bella flor, una pieza musical, la salida y puesta del Sol, contemplar la Luna y el cielo estrellado y asumir el drama del hombre con compromiso social y ansias de humanidad. En fin, puede crear con arreglo a la belleza, a la bondad y a la verdad. Es tolerante, comunicativo, sencillo y soñador. Puede revelar la realidad compleja en sus matices varios y “dar a mares”, siguiendo la ética martiana, porque espiritualmente está lleno. Sencillamente, está  preparado para el trabajo creador y la vida con sentido.[7]

 

La vinculación estrecha, interacción, interpretación e implicación recíproca de los valores en la axiología martiana, en los marcos de una concepción unitaria de la cultura, en tanto resultado de la actividad humana y medida del desarrollo del hombre y la sociedad, abre perspectivas nuevas para acceder a la realidad humana y conformar un ideal de racionalidad, como proyecto emancipador, que integra y sustancia en un sistema orgánico, la bondad, la verdad, la belleza y junto con ello, la virtud, el amor y la valentía, como atributos cualificadores de la sociedad que preludia y se esfuerza en realizar.

  

LA BONDAD

 

Al comprender la bondad como categoría axiológica, ella no se encuentra ajena a otras cualidades morales, sino que a través del devenir de sus múltiples determinaciones en sus mediaciones es que llega a la esencialidad de su condicionamiento histórico-social.

 

El bien, la bondad, en Martí, sirven de fundamento a la dicha, a la felicidad. “Ser bueno es el único modo de ser dichoso”[8], al igual que “ser culto es el único modo de ser libre”[9], pero, incluso, la instrucción y la libertad, en su pensamiento, se subordinan a la bondad; tanto por sus fines como en sus medios, advienen y devienen  del bien común y se ponen en función de él, como realización humana.

 

Bondad es la virtud de estar, de manera fundamentalmente razonable, emotiva y volitiva, plenamente inclinado a la ejecución del bien. Maldad es el vicio de estar, de manera irrazonable, emotiva y volitiva, inclinado a la ejecución del mal. Bien es todo aquello que contribuye a beneficiar o favorecer la mejor condición de la existencia. Mal es todo aquello que contribuye a  dañar o rebajar la mejor condición de la existencia. Beneficiar es la acción de mantener y acrecentar la condición debida o deseable de una persona. Favorecer es la acción de beneficiar o hacer un servicio a alguien.

 

Ser bondadoso implica ser razonable para apreciar la esencia de la bondad, su importancia; así como para reconocer todo lo que es un auténtico bien. También implica razonabilidad, que es la bondad primaria, de la que se deriva toda la bondad moral resultante, que nos permite percibir el mal lógico y moral de ejecutar la bondad a medias, cuando en realidad puede ejecutarse plenamente.

 

Bondadoso, fundamentalmente, equivale a razonabilidad para reconocer lo conveniente de generar todo lo que está a nuestro alcance, a pesar de que las influencias negativas aconsejen lo contrario, pues hay que saber apreciar que si no obramos así no podremos, siquiera, sentirnos satisfechos de nosotros mismos.  

 

Apreciar la inteligencia que nos permite no incurrir torpemente en albergar la ignorancia moral de la maldad, es bondad, ya que el no obrar de esa manera, es resultado del desamor, de la injusticia, de la cobardía, de la deshonestidad, de la fealdad moral, de la esclavitud, del vicio, de la inmoralidad, del egoísmo, de la falta de fe y de la infelicidad.

 

Se obra bondadosamente cuando se aprecia todo lo que sea auténticamente riqueza del alma, en tendiendo por tal, la abundancia de bienes o cosas buenas, ya sean materiales o espirituales, que ennoblezcan el alma. Sin embargo, pobreza es la escasez de bienes y cosas, sean materiales o espirituales, que entristezcan el alma. Miseria es la condición de pobreza extrema, que rebaja la condición humana. Por eso, se es bondadoso cuando jerarquizamos debidamente la riqueza espiritual y la apreciamos más que a la material.

 

Si queremos ser bondadosos debemos apreciar claramente la diferencia que existe entre buscar bienes y buscar el bien, ya que se llama el bien al bien en general, mientras que se llaman bienes a los bienes particulares, y aunque todos luchamos por bienes, porque los bienes se apetecen, sean amor, belleza, riqueza, poder, seguridad, salud o vida, no todos luchamos por el bien; lo cual implica que aunque todos luchamos por bienes, no por ello, todos somos esencialmente buenos o bondadosos.

 

Quienes luchan por bienes, pero no por el bien, son egoístas, ya que buscar el bien implica buscar bienes, pero que buscar bienes no implica buscar el bien. Para luchar por el bien se debe no sólo procurar bienes, sino ver que la manera y la razón para obtenerlos sean auténticamente buenas y constituya legítima bondad en nosotros mismos; pues si se busca el bien, se opera bajo la norma sensata de jerarquizar los bienes, atendiendo a prioridades, sacrificando bienes menos importantes por bienes más importantes.

 

Todos podemos buscar el bien y por lo tanto, podemos ser buenos o bondadosos. No obstante, quien diga que todos somos buenos, padece de ceguera moral que no le permite percibir realmente en qué consiste la bondad y la maldad y cuán aborrecible resulta esta última. Por tanto, buscar el bien o ejercer bondad no es algo vano o sin provecho, sino que es por el contrario la actitud verdaderamente inteligente y sabia de la vida.

 

Ser bondadoso implica apreciar que hay mayor bondad en ser buenos que la que hay en poseer bienes, así como apreciar el error de quebrantar el ser buenos por el interés de tener bienes, cuando pueden procurarse ambas cosas sin contraponerlas, pero privilegiando el ser buenos. Esto implica promover que quien tenga bondad espiritual, en justicia, le corresponde también tener riqueza espiritual.

 

Buscar bienes por medio de la maldad y el pecado implica estar equivocado, así como percibir que los que han conseguido “bienes”, ejecutando males, pueden convencerse de su error y no proseguir con estas prácticas, ya que quien usa el mal para conseguir “bienes” nunca obtendrá bienes limpios, pues los medios empleados ineludiblemente desmerecerán o contaminarán éstos y, aunque pueda llegar a poseer riqueza material, inevitablemente perderá su valor moral y se hará indigno de todo bien. 

 

Los que obtienen “bienes” actuando mal pueden poseer muchos “bienes”, pero de ninguna manera son buenos ellos mismos, es decir, inteligentes, sabios, justos, virtuosos y amorosos, lo cual constituye auténticamente el mayor de los bienes. Ser bondadoso implica apreciar que quien no es bueno en sí mismo, no posee los bienes más preciados, los bienes morales, como la inteligencia, el amor, la virtud y la belleza. Más aún, quien carece de bondad moral se priva irremediablemente del placer de poder ser verdaderamente amado, de sentirse y saberse digno del amor, y del dolor si se tiene inteligencia, de saberse por ello ineludiblemente errado y réprobo.   

 

Apreciar la supremacía de los valores espirituales sobre los materiales implica darse cuenta del error de quien se excusa que apenas tiene tiempo para procurarse los bienes materiales esenciales para subsistir, despreocupándose de los bienes espirituales que constituyen de manera más importante la auténtica bondad, pues quienes piensan que hay cierta maldad en la riqueza material y que hay bondad en la pobreza material, sin percatarse que la maldad está sólo en el hecho de pretender poner inmoralmente la riqueza material por encima de la riqueza espiritual. De esta  manera, hay que saber apreciar la falsedad de la idea de que el poder y la riqueza corrompen, cuando en realidad los hombres corrompidos son los que se valen de ellas para obrar mal en su provecho.

 

Bondad, significa estar conscientes de lo absoluto y relativo del bien o los bienes que manejamos. Por ello, se debe apreciar con sabiduría la relación entre el bien y el mal, entre los bienes y los males que se dan en la existencia, ya que para ser bondadoso hay que saber reconocer que somos sabios en lo que sabemos e ignorantes en lo que desconocemos, por tanto debemos obrar teniendo clara conciencia de ello, para intentar ser cada día más sabio y menos ignorante, más razonable y menos irrazonable, más bueno y menos malo, etc.

 

Hay que saber reconocer que podemos, si obramos erróneamente, llegar a ser más malos que buenos, cuando la obligación moral es procurar ser todo lo bueno que sea posible, pero en el caos y la anarquía social, lo que es bien y lo que es mal para unos y otros cambia inconvenientemente, lo cual es reprobable, ya que obrando mal, los bienes suelen fácilmente transformarse en males particulares. Por ello, hay que saber darse cuenta que por mucho que parezcan los malvados no serlo, toda maldad implica un quebrantamiento de la bondad, un relajamiento de la virtud y un alejamiento del bien, lo cual demuestra que la bondad puede obrarse de manera plena, pero no la maldad, por cuanto la maldad es deterioro, destrucción o aniquilación del ser.

 

Para ser bondadoso hay que saber reconocer que los bienes pueden ser procurados tanto de manera personal como social y de manera tanto egoísta como altruista. Cuando se procuran de manera individual suele resultar egoísta la actuación y procurarlos de manera social, evidencia una conducta altruista. No se es bondadoso cuando no se observa la maldad que hay en buscar egoístamente la riqueza, el placer o la felicidad, pervirtiendo la bondad de nuestro ser. Se es bondadoso cuando se aprecia que si se obra egoístamente se contraponen con mayor facilidad los intereses personales, generándose para todos más males que bienes.

 

El que busca ejecutar bienes de manera altruista, no solamente enriquece a los demás, sino fundamentalmente se enriquece a sí mismo, ya que quien ama al prójimo y procura su bien es fundamentalmente más inteligente y sabio que quien no lo hace, pues quien no es bueno con los demás, no lo es consecuentemente consigo mismo. Ser bondadoso con los demás implica otorgarles auténticos bienes, no cosas que los dañen física o moralmente. Por lo tanto, el egoísmo es la causa fundamental de la maldad moral, siendo asimismo, la ignorancia la causa fundamental del egoísmo.

 

La bondad es justicia y la justicia es bondad. Por lo tanto, quebrantar la justicia no es bondad, ni pasar por alto la maldad y la injusticia. Siendo así, hay que entender que quien pretende “extremar la bondad” la quebranta ineludiblemente. Por tanto, es absurdo pensar que ser bondadoso signifique deponer la razón y la justicia cuando hay razón y causa para ello, ya que quien rompe con la bondad es quien origina el desamor y el odio.

 

Odiar el mal y esforzarse porque no haya motivos justificados para despreciar a alguien implica apreciar que la justicia, que es un bien para los justos, es un “mal” para el malvado y que al ejecutar la justicia sobre el malvado, se antepone evitar la maldad. Por esta misma razón, ser bondadoso implica apreciar que la justicia implantada demasiado tarde es una maldad que deja incumplidos para siempre muchos anhelos de bondad.

 

La valentía es bondad y la bondad es valentía. Esto implica resentir el hecho de que los malvados y perversos se muestren más activos y osados obrando el mal, que muchos que se estiman “bondadosos” obrando el bien; pues la bondad no implica ser blando, pusilánime o cobarde, tampoco ser pasivo o indolente.

 

Ser bondadoso implica procurar ser simpático y apreciar la simpatía de otros. Simpatía es toda atracción intuitiva o razonada. Simpático es todo aquello que inspira atracción intuitiva o razonada. Antipatía es toda repulsión intuitiva o razonada. Antipático es todo aquello que inspira repulsión intuitiva o razonada. Por la misma razón, ser  bondadoso implica procurar no inspirar antipatía, ni dejarse torpemente llevar por ella, implica ejercer dominio sobre los impulsos intuitivos de simpatía y de antipatía y no sentir injustamente antipatía, ni dejarse llevar por un torpe sentimiento antipático; sino, por el contrario, cimentar razonable y moralmente nuestras simpatías.

 

La bondad, también, implica nobleza, generosidad, benevolencia y benignidad. Nobleza es la virtud de desplegar bondad y calidad moral. Generosidad es la virtud de prodigar y repartir bienes. Benevolencia es la virtud de actuar con una disposición suave y bondadosa. Benignidad es la virtud en que aun teniendo autoridad y poder no se actúa oprimiendo ni castigando duramente.

 

Para ser bondadoso hay que saber desplegar tanto lo que se denomina carácter, como lo que se denomina buen carácter. Se le llama carácter a la actitud de firmeza y determinación en las propias convicciones; así como a la animosidad apacible o irritable predominante en una persona, que recibe el calificativo de buen o mal carácter.

 

Cuando se es bondadoso se es servicial, pero de ninguna manera, ser servil. Servicialidad es la actitud amorosa de procurar servir  o de ser útil  a los demás. Servilismo es la actitud rastrera, egoísta, cobarde, aduladora e hipócrita, con que se procura la protección o el beneplácito de los poderosos.

 

Ser bondadoso implica ser comprensivo, compasivo, piadoso y caritativo. Comprensión es la disposición moral de apreciar o tomar en cuenta los motivos y puntos de vista ajenos al actuar. Compasión es el sentimiento de ternura y lástima por la desgracia o mal que otro padece. Piedad es la disposición de compasión hacia los que sufren o reciben castigo. Caridad es la disposición de amor al prójimo, de compasión y piedad. La bondad implica debidamente caridad, piedad, suavidad y blandura de ánimo. La caridad es resultado apropiado de la compasión o la piedad y no querer inspirar compasión es orgullo y soberbia insensata. Por eso, la verdadera caridad es la que se busca erradicando la pobreza y la mendicidad, no aquella que la propicia, la solapa y la fomenta como una justificación para poder expresar una falsa caridad.

 

 Cuando se es bondadoso, no se puede dejar de ser razonable e inteligentemente abnegado, “sufrido” y resignado. Abnegación es la disposición al sacrificio personal en bien o a favor de otra causa o persona. “Sufrir” es toda persona que padece el mal con resignación o abnegación. Resignación es la disposición de admitir y sufrir el mal, sin oposición ni resistencia. Las personas torpemente abnegadas, “sufridas” o resignadas, son inmorales, manifestándose claramente como enfermos lógico-éticos, ya que hay que saber ejercer la abnegación o la resignación con virtud e inteligencia.

 

El ser bondadoso, equivale también a apreciar plenamente la magnanimidad y la grandiosidad. Magnanimidad es la generosidad y grandeza de espíritu o ánimo. Ser magnánimo implica temple, entereza, fortaleza, coraje, valentía, determinación, resistencia, firmeza y constancia. La magnanimidad implica generosidad, liberalidad y entusiasmo. Ser magnánimo implica ser generoso, grandioso y no rendirse ante la adversidad. Grandiosidad es la virtud de proyectarse generando toda la bondad posible. La grandiosidad se opone a la pasividad, al conformismo, a la mediocridad, a la intolerancia y a la pusilanimidad.

 

Las virtudes como la razón, el amor, la justicia, la valentía y la belleza espiritual, son el más preciado tesoro que pueda tener el hombre; por eso, hay que cultivarlas, junto a otras como la bondad y la verdad para que prevalezcan sobre el egoísmo, la mentira, la deshonestidad, la deslealtad, el deshonor y las conductas no virtuosas.

 

LA VERDAD

 

Puede afirmarse que el problema de la verdad, como categoría axiológica central, ha sido una constante a lo largo de todo el devenir del pensamiento humano, con particular énfasis en el filosófico, y las distintas soluciones que ha recibido el mismo han estado condicionadas, no sólo, por el grado de desarrollo del conocimiento humano en su conjunto, sino también por los conflictos sociales y de clase existente en cada época histórica.

 

En la historia del pensamiento filosófico se encuentran diferentes conceptos de verdad. Nosotros, en el caso que nos ocupa, nos acogimos a algunas definiciones que abordan este ideal en sus múltiples determinaciones y condicionamientos. A saber: La verdad como correspondencia y relación, como revelación, como conformidad a una regla, como  coherencia, como utilidad.[10] Según Abbagnano, la primera ha sido la más difundida, seguida  de la segunda, e incluso, es posible encontrar “(...) más de una (…) en un mismo filósofo”[11], pues son irreductibles.

 

La verdad como correspondencia y relación del pensamiento con las cosas, implícitamente está presente en la filosofía presocrática y de modo determinado y explícito en Platón. “Verdadero- señala el filósofo- es el discurso que dice las cosas como son, falso el que las dice como no son”. En esta misma dirección comprensiva aparece en la Metafísica de Aristóteles: “Negar lo que es y afirmar lo que no es, es lo falso, en tanto que afirmar lo que es y negar lo que no es, es lo verdadero”. Al mismo tiempo el estagirita revela  dos teoremas insitos en su concepción de la verdad.  El primero, que la verdad está en el pensamiento o en el lenguaje y no en la cosa o en el ser; el segundo que la medida de la verdad es el ser o la cosa y no el pensamiento o el discurso.

 

Esta concepción de la verdad como correspondencia (o relación) se continúa en la segunda comprensión (la verdad como revelación), que se expresa en dos direcciones: 1) como revelación inmediata al hombre, en las  sensaciones, la intuición, en fin, como fenómeno dado (empirista); 2) como revelación  de conocimientos excepcionales de esencias de las cosas, su ser o su mismo principio (forma metafísica teológica).

 

La verdad, como conformidad a una regla está  presente en Platón, quien consideraba verdadero todo lo que concordaba con el concepto. Para San Agustín, también  existe una ley, en torno a la cual se pueden juzgar todas las cosas  de conformidad con ella. En la filosofía de Kant se continúa esta línea  de pensamiento, pero  la conformidad respecto a la ley se reduce  sólo  al momento formal de la verdad, es decir, del pensamiento  en general, en conformidad con las leyes generales necesarias del entendimiento. Los neokantianos, particularmente, la escuela de Baden, exageran  la tesis de Kant, pues la conformidad  a la  regla, como  criterio formal  de la verdad,  se hace extensivo hasta determinarse  como su única definición.

 

La verdad como coherencia, es asumida y desarrollada por el movimiento idealista inglés de la segunda mitad del siglo XIX, así como en los Estados Unidos de Norteamérica. Sencillamente, en “Apariencia y realidad” (1893) de F.H.Bradley, al criticar  el mundo de la experiencia humana, niega lo contradictorio, en tanto irreal, pues la verdad o realidad es coherencia perfecta (conciencia infinita absoluta). Sus antecedentes más que en Hegel, como decían los  seguidores de esta concepción de la verdad, están en Spinoza, en su “tercer género de conocimiento o amor intelectual de Dios”.[12]

 

La verdad como utilidad, en tanto utilidad, está presente en algunas formas de la filosofía de la acción, particularmente en el Pragmatismo. Pero el primero que lo esbozó fue Nietzche, al identificar lo verdadero con lo apto para la conservación de la humanidad.  Todo el pragmatismo, especialmente W. James, identifican la verdad con la utilidad. Una concepción semejante desarrolla también Unamuno  en su Vida de Don Quijote. Sin embargo, el instrumentalismo de Dewey, no define la verdad como utilidad, sino sólo la convicción del carácter instrumental (válido), pero no verdadero de las proposiciones.

 

El devenir histórico de la verdad ha estado permeado de vicisitudes, acercamientos, distorsiones, etc., pero  ha  recorrido un camino que no podemos desechar, en su eterna búsqueda. Por supuesto, no podemos estar de acuerdo  con algunos postmodernos que han hecho de la verdad y su búsqueda una quimera de la razón. La verdad y los problemas de enfoques, históricamente han sido recurrentes[13] y no dejan de serlo en la actualidad. Sin embargo, como en muchos problemas filosóficos complejos ha primado la unilateralidad en su tratamiento. Lo más común ha sido la reducción del saber al conocimiento y con ello, las interpretaciones logicistas y gnoseologistas abstractas. Se ha pensado la verdad como forma de adecuación o  identidad del pensamiento con la realidad que el sujeto convierte en objeto.

 

 A pesar de los múltiples intentos valiosos de acercamiento al problema, aún no se ha logrado un enfoque integrador de la verdad, donde conocimiento, valor, praxis y comunicación sean considerados, como mediaciones centrales en su construcción y despliegue. Las relaciones sujeto-objeto, y sujeto-sujeto y su eslabón primario en la conversión recíproca de lo ideal y lo material: la actividad humana, prácticamente han sido inadvertidas.[14] Igualmente ha prevalecido el reduccionismo en el reconocimiento lingüístico de la verdad. En algunos casos absolutizando en grado extremo el papel del lenguaje en general y en otros, reduciéndolo sólo al lenguaje científico, sea de nivel empírico o de nivel teórico. Las otras formas del lenguaje, incluyendo por supuesto, el tropológico ha quedado marginado del proceso aprehensivo de la realidad por el hombre en la búsqueda de la verdad.

 

 No ha faltado tampoco la tendencia acuciante de identificar la verdad sólo con la verdad científica. ¿Y las otras verdades que el hombre afanosamente busca apremiado por las necesidades, los intereses y los  objetivos y fines propuestos? En los paradigmas de la verdad y sus respectivos diseños ha predominado el sentido de exclusión, tanto en su interior como al exterior de él. Se hace necesario los enfoques integradores de inclusión, que sin agotar la riqueza de mediaciones de la realidad -imposible históricamente- abarque la mayor cantidad posible, en tanto proceso subjetivo-objetivo, mediado por la praxis  de asimilación constructiva de la verdad.

 

Con razón Marx, en sus Tesis sobre Feuerbach, al criticar la especulación filosófica, en la consideración de la verdad, exige concreción en los análisis y aconseja abordar la realidad subjetivamente. En su concepción de la verdad, la teoría de la verdad adquiere terrenalidad sustantiva,  si se funda en la praxis, como su criterio valorativo. Entendida la praxis como esencial relación sujeto-objeto y sujeto-sujeto, donde lo ideal y lo material se convierten recíprocamente.

 

La verdad es proceso y resultado del devenir humano. Un producto de la actividad del hombre (sujeto) en relación con la realidad que convierte en objeto de conocimiento, de la praxis y de valores que intercambia con otros sujetos. En tanto proceso histórico es absoluto y relativo. Cada generación construye verdades limitadas por la historia y la cultura y al mismo tiempo participa de lo absoluto. Lo absoluto y lo relativo son momentos inseparables constitutivos de la verdad, en su unidad y diferencia.

 

La verdad se construye en la actividad humana, y ésta representa el modo de ser del hombre, a través de la praxis, el conocimiento, los valores y la comunicación, fundados en las necesidades, los intereses y los fines del hombre, su revelación (de la verdad) no es sólo un producto cognoscitivo, desentrañador de esencias, sino además de la actuación práctica transformadora del hombre, en correspondencia con el significado que adquiere la realidad y los deseos de satisfacción humana. Al hombre no sólo le interesa qué son las cosas, cuál es su esencia, sino ante todo, para qué le sirven, qué necesidades satisfacen o qué intereses resuelven. Por eso, praxis, conocimiento y valor, son inmanentes al proceso mismo de develación de la verdad. Son momentos de su propio proceso. Al igual que los resultados de su actividad resultan estériles al margen de la comunicación[15], en tanto intercambio de actividad  y de sus resultados.

 

La verdad se revela y descubre en las relaciones intersubjetivas, en espacios comunicativos, donde por supuesto, el consenso desempeña un lugar especial. Una verdad, fuera de la práctica del consenso, no encuentra legitimación y por tanto resulta estéril. Lo mismo que si no se enriquece espiritualmente no hay acceso posible a ella. La creación subjetiva, humana, plena de sensibilidad, abre camino a la verdad. Las vías poéticas del lenguaje, sustantivan las potencias del

pensamiento. El hombre con riqueza espiritual e imaginativa en estrecha comunión con la naturaleza y la sociedad, se aproxima con más facilidad al conocimiento, a la verdad.

 

En opinión de R. Pupo, criterio que compartimos, el acceso a la verdad, requiere de una concepción compleja y flexible que priorice un enfoque de integralidad  incluyente en la aprehensión de la realidad asumida. El concepto de saber, con un nuevo sentido hermenéutico, al margen de su significado histórico tradicional -como conocimiento en general, de algún modo garantizado en su verdad, por su objetividad lógico-cognoscitiva, la identidad y la adecuación- resulta una alternativa posible. La intelección del saber con  un nuevo sentido hermenéutico, cuya interpretación se dirija no sólo al conocimiento, sino que incluya el valor, la praxis y la comunicación, abre perspectivas heurísticas inagotables. Propicia ante todo que no se absolutice la razón, entendida como único juez legitimador, y se incluyan los sentimientos y otras formas aprehensivas humanas en la construcción de la verdad.

 

 Lo anterior posibilita que el logicismo abstracto, ceda paso a otras formas discursivas lingüísticas  de carácter tropológico, es decir, otros modos, también discursivos que no operan sólo con las clásicas estructuras categóricas, que por su objetivismo impersonal, devienen unilaterales y abstractas. Un enfoque subjetivo -no subjetivista, porque no rechaza la objetividad- puede asumir la realidad con sentido histórico-cultural y garantizar la integralidad sin a priori absolutos y al margen de la actividad práctica, que en última instancia condiciona el proceso mismo de la verdad.[16]

 

La asunción del concepto de saber -y no el de conocimiento como ha sido tradicionalmente comprendido (el saber)- como forma integral humana que incluye todos los medios que emplea el lenguaje para designar y penetrar en la realidad, permite vincular estrechamente conocimiento y valor, sobre la base de las necesidades, los intereses, y los fines humanos. Al mismo tiempo, ayuda a comprender que la verdad no se descubre espontáneamente, a través de una relación abstracta sujeto-objeto, sino que se revela en procesos intersubjetivos, en espacios comunicativos, que integran en su síntesis: conocimiento, valor y praxis. Todo en los marcos de la subjetividad humana, donde el hombre piensa, siente, desea, actúa e intercambia los productos de su actividad en una relación dialéctica sujeto-objeto, mediada por infinitos atributos cualificadores de su ser esencial, de la cultura, la historia y por el consenso legitimador.

 

Si el saber del hombre se propone acceder a la verdad, en su concreción, no puede soslayar el papel importante de la actividad humana y su estructura compleja, así como la cultura y como parte de ella, los caminos del lenguaje, en toda su diversidad y sentidos, incluyendo la vía poética que tanto influye en la creación del hombre. También desechar por ineficaces y estériles las imposiciones “teóricas” y los autoritarismos intolerantes y excluyentes, expresados como convenciones gnoseologistas. Simplemente “(...) urge devolver los hombres a sí mismos; urge sacarlos del mal gobierno de la convención que sofoca o envenena sus sentimientos (…) y recarga su inteligencia con un caudal pernicioso, ajeno, frío y falso. Sólo lo genuino es fructífero”.[17]

 

La verdad y una nueva concepción del saber, implica que busquemos la verdad con sentido histórico-cultural humano, imaginación, razón utópica y vocación ecuménica incluyente. Una concepción del saber, como integralidad abierta al diálogo, a la crítica y a la comunicación puede ser una alternativa posible de construcción de la verdad, incluyendo, por supuesto, la propiamente de las ciencias naturales. En la apropiación de la realidad por el hombre, su pensamiento sigue el cauce de la ascensión de lo abstracto a lo concreto y este proceso es en sí mismo incluyente.

 

Para descubrir la realidad en su mayor concreción, la verdad, tiene que asumirse en sus varias mediaciones. En caso contrario, el saber resulta unilateral y abstracto, por seguir un cauce excluyente que absolutiza algunos momentos y pierde el sentido de totalidad y de unidad en lo diverso y complejo. Con ello, se incapacita para apropiarse de lo concreto en sus diversas mediaciones y condicionamientos.

 

Verdad y sentido cósmico-cultural son un hecho, pues nadie con sentido común, puede obviar los resultados de la tecno-ciencia en la época de la globalización contemporánea. Pero sin sentido cultural, devienen estériles para el hombre, pues enajenan y deshumanizan. Resulta perjudicial, porque la verdad es vacía de contenido, cuando se separa de la belleza y la bondad, cuya armonía la funda e introduce Pitágoras[18], a partir del sentido de medida, y es continuada por muchos filósofos y pensadores,  incluyendo a José Martí.

 

No es posible hacer del conocimiento científico el núcleo arquetípico del pensamiento y convertir a éste en un modelo impersonal que condiciona de modo a priori y teleológico la realidad existente para hacer una unidad o identidad con ella, llamada verdad. La verdad, sea de cualquier naturaleza, es proceso y resultado aprehensivo humano, como saber profundo, construido por la actividad del hombre en relación con el mundo o la parte de él hacia la cual dirige su acción. Se trata de un proceso humanizador de la realidad y del hombre mismo en espacios intersubjetivos.[19]

 

La educación,  como gran metáfora de la vida tiene mucho que hacer en el logro de un saber integral incluyente en la búsqueda de la verdad. Una educación que renuncie a los métodos transmisionistas y al discurso teorizante y abstracto, y asuma la intersubjetividad  como modo idóneo de formación humana, que desarrolle sensibilidad, actitudes cognoscitivas creadoras, razón utópica y propicie que el lenguaje genere acciones creativas. Al mismo tiempo estará en mejores condiciones de vincular estrechamente los mundos de la vida, de la escuela y del trabajo, sin autoritarismos, intolerancias y cientificismos excluyentes, ya que una verdad que separe la esencia humana de la existencia y los espacios histórico-culturales en que realmente se aprehende, resulta ficticia y no resiste la prueba de la praxis social[20].

 

En la axiología martiana, la bondad, la verdad y la belleza, como atributos cualificadores de la esencia humana en la sociedad, están indisolublemente vinculados. Constituyen, en su escala de valores, categorías centrales, rectoras, en torno a las cuales aparece todo un sistema operativo, jerárquicamente estructurado, tales como la virtud, el amor, la valentía, entre otros.

 

Martí revela belleza en la realidad que asume porque es sensible y posee humanidad, pues devela esencias, interioridades del hombre y la sociedad trasuntadas en la cultura. En este concepto resulta posible comprender por qué se preocupa tanto por exaltar y dar vigencia a los valores humanos encarnados en obras y hombres paradigmáticos, el sentido de su tesis de: honrar honra, la cultura en tanto condición de la libertad, la pasión y la ternura como premisas de todo proyecto humano y social, la virtud, el decoro y la dignidad. 

 

                                                                                                                                  

LA BELLEZA

 

Nos interesa develar que sólo en la interrelación de las determinaciones cualitativas de sus opuestos puede el hombre acceder a aprehender la esencialidad de la belleza como categoría axiológica. En este sentido los valores que complementan la elevación de este ideal moral encuentran causes formativos en el ideario martiano que asumimos como síntesis de la tradición humanista cubana.

 

Se considera que fue Pitágoras quien asume la belleza en una dimensión global, en su expresión cósmica. De ahí el término Kosmos para designar el mundo. Concepto que significaba anteriormente ornamentación o maquillaje de las mujeres, la “cosmética”.[21] Según Diógenes Laercio, lo bueno es bello en la medida en que está regido por la justa medida, por el equilibrio total, por el término medio establecido por las leyes exactas de la virtud, que es armonía.

 

Conceptos fundamentales: Belleza es la perfección y la armonía consustancial a las personas o cosas, que infunde admiración, deleite y amor. La belleza es la cualidad que tienen los objetos y fenómenos de la realidad objetiva, de agradar o deleitar profundamente al espíritu y la conciencia por su bondad, virtud, perfección, armonía, etc. Perfecto es aquello que tiene el mayor grado de bondad. Perfección es la acción y efecto de poseer el mayor grado de bondad. Armonía es la debida combinación, estructuración e integración en las cosas. Estética es la ciencia que trata sobre las regularidades de la asimilación estética del mundo por el hombre, sobre la esencia y las formas de creación, con arreglo a las leyes de la belleza, y de los sentimientos que hacen nacer lo bello en nosotros mismos y en los demás.

 

La belleza, fundamentalmente, depende de la razón que nos asista para reconocerla y apreciarla e implica descubrirla donde quiera que se halle, propiciando fomentarla y desarrollarla. La belleza implica hermosura, gracia y atracción. Hermosura es la perfección o belleza externa de la realidad. Gracia es toda cualidad buena, fundamentalmente bella y atractiva. Gracioso es todo aquello dotado de bellas y atractivas cualidades. Atracción es todo aquello que llama la atención de manera agradable. Atrayente es todo aquello que inspira seguimiento amoroso. La diferencia fundamental entre belleza y hermosura es que con hermosura se alude más a la forma externa, mientras que con belleza se refleja lo más profundo de la esencia de un ser.

 

 Promover y desarrollar el arte implica reconocer la habilidad o destreza que se necesita para hacer una cosa, así como toda cosa hecha con habilidad o destreza. Todo arte implica belleza o hermosura, o sea, lo ajeno y opuesto a la fealdad, la cursilería y la ramplonería. Cursi es todo aquello que pretende expresar belleza o arte sin conseguirlo. Ramplón es todo aquello sin arte, cursi, vacío, insustancial, de mal gusto o grosero. Por lo tanto, debemos estar bien esclarecidos que belleza y arte es lo opuesto a cursi y ramplón y que por lo mismo ello implica propiciar las bellas artes como la música, la danza, la poesía, la pintura, la escultura, la literatura, etc.

 

La belleza implica erradicar o superar lo feo, grotesco, ordinario, vulgar, grosero, majadero, burdo, tosco, áspero, rudo y procaz o soez. Feo es todo aquello contrario a la belleza, que causa desagrado o repulsión. Grotesco es todo aquello que padece deformidad y fealdad. Ordinario es todo aquello común y corriente, sin ingenio, gracia o belleza. Vulgar es todo aquello ordinario, propio de personas incultas. Grosero es todo aquello vulgar, descortés, irrespetuoso, ofensivo. Majadero es todo aquello molesto, necio, porfiado y, por supuesto, ofensivo. Burdo, Tosco, Áspero o Rudo es todo aquello mal terminado, sin pulimento, descortés y grosero, de trato difícil, inculto, sin delicadeza o lastimante. Procaz o Soez es todo aquello atrevidamente impúdico, desvergonzado.

 

La belleza generalmente implica Orden, Limpieza, Cuidado, Arreglo. Orden es la buena disposición de las cosas entre sí o su colocación en el lugar apropiado o conveniente. Limpieza es la acción y efecto de quitar o quitarse la suciedad. Cuidado es la atención o esmero que se pone en el bienestar personal y colectivo. Arreglo es el orden y limpieza, compostura o reparación de una cosa.

 

Buscar la belleza implica apreciar lo Fino, Elegante, Exquisito, Primoroso. Fino es todo aquello bien hecho, delicado, que tiene calidad. Calidad es la manera de presentarse los sujetos y presentar los objetos, para que satisfagan, con superioridad en su clase, su nobleza o importancia. Elegante es todo aquello dotado con simplicidad o sencillez, sin inútiles complicaciones de gracia y belleza. Exquisito es todo aquello dotado de buen gusto por su extraordinaria belleza y finura. Primoroso es todo aquello hecho con delicadeza y excelencia.

 

Procurar la Belleza implica poner al servicio de ella la riqueza espiritual que produce lujo, suntuosidad y fastuosidad. Lujo es todo aquello que manifiesta riqueza en su confección. Suntuoso es todo aquello que posee riqueza, con arreglo a las leyes de la belleza. Pomposo es todo aquello ostentosamente suntuoso. Fastuoso es lo espléndido y superlativamente suntuoso y pomposo. Gala es todo vestido, arreglo o aderezo asignado para las ocasiones sobresalientes.

 

Toda belleza profunda implica Magnificencia, Esplendidez, Excelencia, Excelsitud, Sublimidad. Magnífico es aquello que revela grandeza, riqueza, suntuosidad, esplendidez, excelencia. Espléndido es aquello muy generoso, magnífico y resplandeciente. Excelente es aquello que sobresale en bondad, mérito o estimación. Excelso es aquello muy elevado, eminente, excelente o ilustre, digno del mayor elogio. Sublime es aquello excelso, eminente, que alcanza un grado de bondad y belleza insuperable.

 

La belleza implica procurar desarrollar en uno mismo y en los demás las cualidades estético-morales propias del ciudadano, como son: Amabilidad, que es la actitud o disposición amorosa, afable y complaciente; Afabilidad, la disposición de agradabilidad y suavidad en el trato; Cordialidad, la actitud afectuosa, franca y sincera “de corazón” que fortalece el ánimo tanto de aquel que la muestra como del que la recibe; Cortesía, actitud respetuosa, atenta, servicial y comedida; Gentileza, actitud amable, educada, servicial y cortés; Delicadeza, actitud de ternura, suavidad, comedimiento o miramiento exquisito para tratar a los objetos y personas; Galantería, actitud obsequiosa, caballerosa y liberal  que destaca a una persona en una actuación o escena de la vida; Galanura es la elegancia, la gracia y la gentileza en las acciones; Gallardía es la actitud de bizarría, elegancia, apostura y donaire; Bizarría es la actitud moral de valentía, osadía, arrojo y atrevimiento; Apostura es la gracia y belleza en el porte; Porte es la apariencia dada por los ademanes y la forma de vestir; Donaire es la gracia, espontaneidad, desenvoltura y soltura en el actuar; Airoso es lo suelto, desenvuelto, desenfadado o desembarazado.

 

Se debe procurar encontrar la belleza en todo, tanto en nosotros mismos, como en lo que nos rodea. Luchar por desarrollar la belleza y la capacidad de apreciación de ella, es nuestro deber y obligación moral, pues ello implica reconocer que exigir la posible o asequible es un derecho y un deber moral.

 

Buscar la belleza implica percibir inteligentemente que esta requiere de educación y cultivo, como condición para procurar distinguir lo que es verdaderamente bello y hermoso de aquello que no lo es. También implica estar conscientes de la necesidad de cultivarla y percibirla auténticamente, para poder reconocer que la mayor parte de la sociedad está mal educada respecto a su captación, pervertida en sus gustos, así como en la noción de lo que es verdaderamente bello. Por eso, al juzgar la belleza hay que saber percatarse de que aun quienes pretenden crearla artificialmente, pueden producir cursilería, ramplonería y fealdad, por carecer de la cultura y la educación conveniente y necesaria, ya que lo cursi y ramplón puede parecer bello a las personas torpemente ignorantes.

 

Tratar de desarrollar tanto la belleza física como la moral, en nosotros mismos y en los demás, implica cultivarse físicamente manteniendo la mejor conformación de nuestro cuerpo, sin descuidar el cultivo del alma; también implica evitar los malos hábitos en el comer, beber, dormir, trabajar y divertirse, que pueden redundar en males físicos o morales, ya que la belleza equivale a procurar la máxima pulcritud, siempre que sea posible. Pulcro es aquello encarecido o escrupulosamente limpio y esto se consigue en el modo de vestir, de calzar, de peinarse, de cortarse el cabello, de maquillarse, etc., sin omitir ¡claro está!, la limpieza y el arreglo en nuestra casa y vecindario. Todo lo anterior hay que verlo como manifestación de la belleza moral, pero no como una expresión inequívoca de ella, exacerbando lo físico por encima de lo espiritual.

 

Buscar la belleza equivale a tener conciencia de que ella es la razón fundamental de nuestra existencia, ya que implica una necesidad y un fin, tanto inmediato como último, pues debemos apreciar que, ya sea física o espiritual, genera y fundamenta nuestra felicidad. La belleza podemos encontrarla, fundamentalmente, en la concepción profunda de la existencia y de todas las cosas referidas a ella, que conlleven promover los modos de vida más altos y nobles que hagan poética la conducta misma, sublimando el lenguaje y las formas de expresión. Por eso significa combatir lo “corriente” y lo “vulgar”, en el claro sentido de inculto, bajo o procaz. También la cursilería, la ramplonería, la patanería, la grosería, lo burdo, lo grotesco. En tal sentido, nuestra misión se encaminará a  erradicar lo hiriente, lo mendaz, el “albureo”, la falta de respeto; así como a combatir la agresividad y cualquier forma de violencia, la lujuria, el sadismo y las obras que enlazan tales cosas.

 

La belleza, en la propia persona y en todo lo que nos rodea, es una expresión de amor para nosotros mismos y para los demás, ya que implica apreciar la justicia, porque sólo en la justa medida de todas las cosas podremos encontrarla. Al buscar la belleza es necesario percibir que en todo acto bello está presente la mayor de todas las cualidades, la virtud.

 

LA VIRTUD

 

¿Qué es la virtud? Sencillamente, adecuarse a la forma racional del mundo en que se vive. “En sentido lato -escribe Bodei- bello es, pues –y ello vale para toda la civilización clásica, que llega tal convicción a las épocas sucesivas, hasta casi la nuestra– cualquier actitud moral que se inspire en el criterio de la medida. Así, por ejemplo, para Platón, en el Hipias Mayor, bello es el carácter o bellas son las leyes, porque, como se sigue también del Gorgias, la virtud misma procede del orden. Más clara es la cosa en Aristóteles, para quien cada una de las virtudes en particular depende de la equidistancia de los vicios opuestos, por exceso y por defecto, que ella, la virtud, desde su altura descalifica sin mediar...”.[22]

 

Virtud es la disposición constante del alma que nos incita a obrar bien y evitar el mal. También es todo aquello que tiene integridad de ánimo y de vida, así como bondad, valor, poder para lograr el equilibrio o el justo medio entre las demás cualidades humanas. Virtuoso es todo aquel que ama y procura la virtud, ya que esta cualidad beneficia o favorece las cosas más elevadas de la existencia, en su justa medida. La virtud es todo aquello que tiene un buen efecto sobre todos las cosas buenas de la existencia, como son: la razón, el amor y la justicia. Dichas cosas más elevadas de la existencia son a la vez virtudes que se favorecen mutuamente. Así, todas las virtudes se refuerzan entre si, de tal manera que en el fondo son una sola, la auténtica virtud.

 

La virtud depende de la razón, que es la que nos permite reconocerla y apreciarla, ya que no puede comprendérsele sino se tiene plena conciencia de ella. Ser virtuoso implica apreciar la oposición a todo defecto, vicio, pecado. Defecto es toda imperfección física o moral, ya sea por déficit o exceso. Vicio es todo defecto reiterado o persistente, que engendra mala costumbre, apetito que conduce al exceso y al hábito de obrar mal. Pecado es todo acto en que se transgrede flagrantemente la virtud. Teniendo en cuenta estos vocablos, resulta significativo apreciar que si se promueve la virtud aislada de las demás cualidades, se convierte en vicio o pecado.

 

La virtuosidad implica determinar que si no se puede reconocer la razón no podrá establecerse la justicia y si no se puede establecer la justicia, carecerán de sentido derechos y libertades, que son condición indispensable para que reine el orden y la paz. Así, se deberá reconocer que la paz ineludiblemente es el fruto de la justicia. De lo anterior se desprende el razonamiento de que las acciones morales también son bellas y viceversa.

 

Muchas personas suelen, erradamente, considerar que se oponen unas virtudes o valores a otros. Por tanto, rectificarle a los que consideran que se opone el amor a la razón, la justicia al amor, la libertad a la moral, etc., que están equivocados, constituye un acto virtuoso, ya que hay que saber percibir que cuando se consideran opuestos los valores o virtudes, se desconocen tales virtudes. Igualmente, se debe descartar la idea de oposición de unos valores con otros, pues esto únicamente es producto del desconocimiento y la irrazonabilidad.

 

No se debe perder de vista el rechazo a la práctica inconsciente de mezclar valores y contravalores, es decir, virtudes y defectos. Por eso hay que estar atentos, para poder percatarse, de que erróneamente se mezclan la inteligencia y el desamor, el ingenio y la maldad, el amor y la insensatez, la valentía y la crueldad, la justicia y el autoritarismo, la fe y el fanatismo, etc. Esta situación, de cualquier manera, siempre resulta contradictoria, ya que si el ingenio y la creatividad están al servicio del bien, ¡qué bendición!, pero si están a favor del mal ¡qué maldición!, pues la “inteligencia” al servicio del mal es, en el fondo, la más recalcitrante insensatez. La idea de “amor” a lo malo, también resulta necia y contradictoria. En fin, hay que tener presente que cuando se mezclan las virtudes, la contradicción que encierran en sí mismas, provoca su anulación.

 

La virtud es insustituible, pues nada puede suplir su carencia, sino es esa misma virtud. Por tanto, apreciar que si se requiere amor, nada puede satisfacer esa carencia, sino es el amor mismo, por añadidura, implicaría  apreciar que nada puede satisfacer la falta de justicia, sino la justicia misma y así sucesivamente, no importando la virtud de que se trate.

 

La Virtud es integradora y  si la aplicamos, dará inevitablemente sus frutos. No obstante, el que lucha por la virtud podrá atraer sobre sí mismo los ataques de personas malvadas o de quienes inconscientemente están presos del mal, con el interés de destruirle o de hacerle desistir, pero eso no lo acarrea tal cualidad, sino la maldad que se opone a ella. Esto implica percibir que nada se logrará, a pesar de todo, con claudicar, desistir o deponer la lucha, ni permitiendo que el mal se enquiste, se endurezca y cobre, cada día, mayor fuerza, destruyendo la posibilidad de alcanzar, al fin, el ideal de perfección al que todos debemos aspirar.

 

Todas las virtudes están interconectadas, pues son bondades y todas las bondades son virtudes. Esto implica que la razonabilidad es bondad y la bondad es razonabilidad; el amor es bondad y la bondad es amor; la justicia es bondad y la bondad es justicia; la valentía es bondad y la bondad es valentía; la belleza es bondad y la bondad es belleza; la libertad es bondad y la bondad es libertad; la virtud es bondad y la bondad es virtud; la moral es bondad y la bondad es moral; la solidaridad es bondad y la bondad es solidaridad; la felicidad es bondad y la bondad es felicidad; la razonabilidad es bondad y la bondad es razonabilidad; la justicia es bondad y la bondad es justicia; el amor es belleza y la belleza es amor; en fin, todas las virtudes se relacionan e interaccionan dialécticamente, al grado de identificarse, constituyendo todas juntas la verdadera y auténtica virtud.

 

Existen en la realidad espiritual y en la idealidad que esta refleja, las virtudes o valores absolutos y relativos, lo cual no significa entender que hallan cristalizados en la conciencia. Esto significa entender que existe gradualidad y diferencia entre las formas en que se da o manifiesta una misma virtud, ya que los valores absolutos se manifiestan como auténticos valores o virtudes, mientras que los mermados o restringidos sólo llegan a la categoría de pseudovalores o cuasivirtudes. Por tanto, mientras que los bienes particulares pueden ser relativos, la virtud, la bondad, la belleza, son valores absolutos y esto nos exhorta a entender que según se denominen, confundiendo o diferenciando debidamente cada una de las formas aparentemente similares en que se presente a veces un mismo valor o virtud, defecto o vicio; aplicando los conceptos lógico-éticos, seremos realmente menor o mayormente virtuosos.

 

La virtud no es un lujo, sino una necesidad espiritual y vital. Por eso, ningún ser verdaderamente virtuoso debe relacionarse estrechamente con alguien que no admita regirse por la virtud; tampoco hay razón para que personas razonables y virtuosas riñan entre sí. En tal sentido, ser virtuoso implica reconocer que la responsabilidad, al no estar por encima de la virtud, constituye un auténtico valor de todas las personas.

 

Desde que adquirimos conciencia, sabemos que no somos eternos, sin embargo, no vale la pena sobreguardar la vida a ultranza de quebrantar la virtud, ni admitir jamás que entre dos seres que honestamente aprecien la virtud, no exista permanentemente el amor y la armonía, resolviendo los problemas morales en el mismo momento en que sean puestos de manifiesto y si esto no sucede así, es porque no ha cristalizado en ambos esta cualidad, es decir, el amor.

 

EL AMOR

 

Amor es el interés que se tiene por el bien de una persona, que es apreciada por lo que ella representa en sí misma, es decir, por su valor o virtud. Interés es la atención consciente reforzada por una inclinación sentimental o anímica que se deposita en una persona o cosa. En el interés, tanto la atención consciente como la inclinación anímica pueden ser voluntarias o no, existiendo por lo tanto diferentes formas de “interés”. El amor de manera natural e impensada se dirige siempre hacia la virtud, sea esta belleza, valentía, nobleza, gracia o cualquiera otra cualidad o virtud. El amor implica siempre la virtud, de tal manera que el único y auténtico amor, sin excepción, es el amor a la virtud. Más aún, el amor, aunque pocos reconozcan esto, no es auténtico si no se manifiesta como una disposición de aprecio abierto hacia toda la virtud existente. Se ama así, a todo ser por sus virtudes, pudiendo amar a un ser a pesar de sus defectos, pero nunca por sus defectos. Amar la virtud es amar el amor mismo.

 

El amor es producto, fundamentalmente, de la razón, que es la única que puede apreciar y estimar a una persona por lo que ella representa en sí misma. El amor jamás es incondicional, si lo fuera no sería una virtud, sino un defecto. Si el amor fuera incondicional se podría amar indistintamente lo más sublime y lo más ruin y nefando. Se podría amar igualmente sin distinción ninguna a lo “malo” que a lo “bueno”. El amor manifiestamente es lo menos incondicional que existe. Quien otorga su amor incondicional e ilimitadamente, no ama verdaderamente; pues hay quienes piensan que la virtud del amor está en enceguecerse, en solaparse, en admitirse incondicionalmente, tal cual se es, sin importar bajeza, pobreza moral o inmundicia, y esto no es amor.

 

Quien pretende ser amado incondicionalmente, admitiendo y solapando sus defectos superables, no ostenta virtud, ni ama esta cualidad y por tanto quebranta el amor y se hace indigno de recibir éste. Los defectos morales son siempre superables y caminar hacia la perfección moral es ya una muestra de excelencia moral. El amor es una fuerza telúrica, perfeccionadora, pues buscar el bien de algo significa buscar su engrandecimiento y perfección; por tanto, mayor razón para amarle. Si al ser amado se está consciente del amor que se recibe y se aprecia dicho amor, entonces se buscará cada día ser más digno de éste. Amar lo que es redimible es amar lo bueno del ser humano y amar la redención misma. Redención es la acción o efecto de liberar, rescatar o recobrar algo, esencialmente de su mala condición moral, a su condición debida. Esto es lo que implica que “amemos hasta nuestros enemigos”, no como enemigos, sino como seres capaces de ser redimidos por medio del amor.

 

El amor se desvía o quebranta siempre que lo confundamos o lo limitemos. Quien pretende que ama depositando su “amor” torpe o locamente en un sujeto indigno, no ama verdaderamente. Se ama verdaderamente cuando se reconocen las cualidades esenciales, no las secundarias, ya que si se piensa que se ama por las cualidades secundarias, se aman solamente dichas cualidades. Si se piensa que se ama a un sujeto, por la idea que tenemos de él, pero esta no se corresponde con lo que realmente es, se ama la idea, pero no dicho sujeto, aunque éste reciba el interés bondadoso del amor. Así, para que algo sea verdaderamente amado, se requiere que sea conocido y debidamente valorado. El amor se quebranta indefectiblemente si por amar la hermosura externa de alguien, se admite su maldad y su bajeza. También se quebranta indefectiblemente si por amar la apostura de alguien se soslaya que este es insensato y ruin. En cambio, el amor prevalece cuando se reconoce y aprecia la belleza interna, a pesar de toda fealdad física.

 

Egoamor o “amor propio”, es el amor producto del justiprecio de nosotros mismos. El amor que se tiene a otros no puede excluir jamás el egoamor, ya que si no hay amor a la virtud que hay en uno mismo, es imposible amar la virtud que hay en los demás y viceversa, si no hay amor a la virtud que hay en los demás, no se puede amar la virtud que hay en uno mismo. Así, no ama quien indignamente se esclaviza al “amor” que siente por alguien, omitiendo el amor y el respeto que debe a sí mismo. Ser amoroso implica amarse a uno mismo, reconociendo que siempre hay razón para hacerlo, y si esta razón no es suficiente, sólo de nosotros dependerá que sea la necesaria, pues debemos comprender que la pura intención de ser digno de amor, ya nos hace superlativamente merecedor de éste.

 

Egoísmo es el interés exclusivo o exagerado que se deposita en uno mismo. El egoísmo no es amor. El egoamor no es egoísmo. Idolatría es el aprecio exagerado a alguien debido a la sobrevaloración de éste. Egolatría es la idolatría de sí mismo. El egoísta es mezquino, carece de nobleza y virtud para dar algo de sí mismo, y al ser así, lo primero que denigra es su mismo ser. La idolatría no es amor. La egolatría no es egoamor. Quien idolatra se denigra. Quien admite ser idolatrado se denigra.

 

Todo lo que se ama se quiere y se desea, no obstante, querer y desear nace más del egoamor que del amor al sujeto amado. Querer es la acción de anhelar, desear, apetecer y aún pretender, intentar, aceptar, admitir, procurar, poseer o ver realizarse una cosa. Por correlación, es amar o sentir cariño. Desear es la acción de aspirar a la obtención, posesión o realización de algo, es decir, poner el sentimiento a favor de que algo sea como se piensa que pueda ser. Anhelar es la acción de desear con gran fuerza o vehemencia. Amar implica no confundir el egoamor con el amor a otro ser; así como no confundir el amor con el querer o con el desear. No se ama lo que solamente se quiere. Quien ama verdaderamente está siempre dispuesto a renunciar al ser amado, si esto significa la felicidad de éste. 

 

Envidia es el dolor y la molestia que causa el saber que otros poseen lo que nosotros no poseemos. La envidia no es producto del egoamor sino del egoísmo. Desear el bien ajeno para nosotros sin que por ello deseemos que los otros carezcan del mismo bien, no es envidia; tampoco lo es, desear lo que otros posen como auténtico valor. Celos es la molestia y el temor de que alguien ponga en otro el amor que queremos para nosotros, de modo sobresaliente o exclusivo. Los celos son más una expresión del egoamor que del amor a la persona amada. Y aún, los celos pueden ser producto tanto del amor como de la envidia. Estos sólo son justos cuando reclaman la lealtad y la reciprocidad en el amor; cuando reclaman el que no se ame infundadamente a otros más que a uno mismo.

 

Amistad es el amor interpersonal recíproco, dado entre cualquier persona, ya sean parientes o no. La amistad es la expresión más plena del amor; es la relación auténtica entre novios o esposos, entre padres e hijos y entre todos los seres conscientes de ese sentimiento.

 

Amar y ser amado son necesidades naturales de vida para todo ser humano. Quien no ama no merece ser amado, tampoco quien no retribuye con amor a quien le ama, pues quien no corresponde al amor con amor es vil e inmoral. Así, se ha expresado correctamente, “amor con amor se paga”. El que ama siempre es justamente digno de ser amado, ya que el que ama reafirma su valor y en consecuencia reafirma su egoamor.

 

Odio es el interés en el mal de un sujeto que es despreciado por lo que representa en sí mismo. Todo odio, sin embargo, es una expresión de amor, pues surge como consecuencia de lo que daña o amenaza a aquello que amamos. Constituye una regla moral odiar lo malo, pues quien no odia verdaderamente lo malo no ama. Ser amoroso implica procurar que no surja causa alguna de odio, a no ser todo lo que provoca y causa odio.

 

Si no se tiene bien definido el concepto o la idea apropiada de lo que es el amor, se le llama “amor” a lo que no lo es y en nombre de este sentimiento se corrompe y empaña todo lo que hay de sublime, de sano y de excelso en el amor. En nombre de este falso “amor” se han cometido y se siguen cometiendo las más viles traiciones y los más inmundos actos. El amor se nutre de la verdad, se cimenta en la razón, no quebranta la justicia, exige honestidad, conjuga armoniosamente todas las virtudes, es un sentimiento cuyo objetivo es la virtud, la belleza de la virtud, es el más sublime de todos nuestros sentimientos. El verdadero amor destruye el egoísmo, la envidia, la apatía, el desinterés, la frialdad, la lujuria, lo indecoroso, la inmundicia, la indecencia. El amor perenne, como toda virtud, acaba con su extinción en la conciencia, pero sembrado debidamente florece sublimando y sublimado en las mismas conciencias.

 

Ser amoroso implica ejercer altruismo y filantropía. Altruismo es el interés en el bien ajeno, aún a costa del bien propio. Filantropía es la actitud de amor al ser humano. El altruismo es el amor trascendente que iguala o supera el egoamor. Ser filántropo implica amar al ser humano por las altas virtudes o bondades que lo conforman.

 

Debe reconocerse el amor como un acto en que intervienen, en amplio equilibrio, el pensamiento, el sentimiento y la voluntad; no como un acto en que el sentimiento se desborda como una fuerza alocada. Amar implica reconocer la inteligencia como la base insustituible del amor, ya que la falta de inteligencia mata siempre el amor. No ama verdaderamente quien pierde totalmente el control de su propia voluntad, o quien se deja arrastrar por el sentimiento como hoja seca, sin dirección, ni control. Tampoco ama verdaderamente quien razona, especula y calcula fríamente sobre el sujeto amado, sin el calor, ni la pasión, ni la fuerza del sentimiento. 

 

Amar implica apreciar que la voluntad de amar está implícita en el verdadero amor; en el ejercer la voluntad de amar todo lo que sea bueno y virtuoso, y de conminar a que otros hagan lo mismo. Significa reconocer debidamente todo lo que hay de falso en la declaración: “en el corazón no se manda”; pues de ninguna manera podrá amarse lo que no es bueno; ni bajo el ejercicio de la propia voluntad porque se resiste naturalmente el corazón, como porque se quebranta el propio amor. Este sentimiento implica apreciar con plena conciencia, que sí puede y debe inducirse la voluntad de amar lo que es bueno y virtuoso. No obstante, no basta amar, es necesario ser amoroso.

 

Ser amoroso es expresar el amor que se alberga en nuestra conciencia; significa más que amar, proyectar nuestro amor; poner atención y acuciosidad a las necesidades del ser amado y manifiestamente, implica la necesidad de ser bondadoso, tierno, compasivo, cariñoso, afectuoso, amable, cordial, gentil; pero sin dejar de ser valiente.

 

LA VALENTÍA

 

Valentía es la cualidad moral de superar el temor y el miedo para obrar con determinación a favor del bien y la virtud. Es sobreponerse al afrontar los riesgos o peligros que implique la lucha por salvaguardar el auténtico bien o la justicia. Valiente es aquel que, aún consciente de los riesgos o peligros que implica, en cierto momento, la salvaguarda de valores o principios, se sobrepone al temor. Es decir, quien no pierde de vista la razón de una lucha moral y obra consecuentemente de la manera más conveniente a ella, superando toda cobardía o pusilanimidad. Cobardía es el defecto moral de abstenerse de obrar ante el temor y el miedo de afrontar riesgos o peligros por encima de la obligación moral que convoca tal desafío. Pusilánime es todo individuo falto de ánimo o valor para tolerar la adversidad o para acometer grandes proyectos.

 

Para que la valentía sea una virtud requiere fundamentalmente de la razón, que es la que permite percibir la bondad, así como del amor a esas cualidades para desarrollar por medio de ellas la disposición de obrar a favor de la verdad, superando, por todo ello, temores y miedos. Ser valiente implica razonar para reconocer el valor de lo que ha de defenderse, los riesgos que implica dicha defensa, la inevitable necesidad de afrontar dichos riesgos y, por supuesto, la necesidad de vencer el temor.

 

La voluntad juega un papel fundamental en la determinación de obrar la virtud y desarrollar la valentía, por eso implica comprender que esta se desarrolla en gran parte con el hábito de ir enfrentando las dificultades sencillas que día a día se presentan en la vida para ejecutar la virtud y para ponerse más firmemente de su lado, hasta llegar a atreverse a enfrentar los peligros mayores que pudiera entrañar respaldar la razón, la virtud y la justicia, ya que esta cualidad no consiste solamente en vencer el miedo por medio de habituarse al peligro, y mucho menos por medio de ofuscar la conciencia para no considerar éste, sino que implica la plena conciencia de la consideración de los valores y de los riesgos y peligros puestos en juego.

 

Ser valiente implica enfrentar todo lo que cause miedo, temor, espanto, terror o pavor, para procurar el bien y la bondad. Miedo es la perturbación angustiosa del ánimo; de recelos o aprehensión por la idea de sufrir un mal real o imaginario. Temor es la pasión del ánimo de evitar las cosas que se sospechan perjudiciales, peligrosas o dolorosas. Espanto es todo miedo intenso y súbito que produce consternación. Terror es todo miedo intenso y sobrecogedor. Pavor es todo temor muy grande, acompañado de espanto o sobresalto. También implica sobreponerse al temor para enfrentar y combatir todo aquello terrible, tenebroso o monstruoso. Terrible es todo aquello indigno y capaz de ser temido. Tenebroso es todo aquello oscuro o cubierto de tinieblas. Monstruoso es todo aquello que quebranta el orden de la naturaleza, ya sea en lo físico o en lo moral. Monstruo es todo aquello, deforme, o excesivamente grande en su especie.

 

Actuar debidamente con arrojo, con determinación, decidido y resuelto ante las adversidades, son muestras de valentía. Arrojo significa lanzarse a actuar de manera inmediata y espontánea, sin dar lugar a consideraciones. Resuelto es aquel que actúa de manera diligente y decidida, concluyendo en una sola expectativa o meta los problemas, riesgos o peligros que haya tenido que enfrentar. Decidido es aquel que obra por convicción con seguridad y firmeza de ánimo. Determinado es aquel que obra con la expectativa de un fin claro y específico.

 

Desplegar debidamente aguante, entereza y firmeza, son otras de las maneras de demostrar valentía. Aguante es la cualidad de resistir la adversidad sin dejar de luchar y de persistir en una causa o propósito. Entereza es la cualidad de mantener la conciencia, la firmeza de ánimo y la voluntad a favor de un propósito. Firmeza es la cualidad de no variar los sentimientos, los pensamientos y la voluntad a favor de un propósito. Para ser verdaderamente valientes se deben desplegar estas cualidades con la conciencia de lo que es la bondad y la pureza de los propósitos.

 

Reconocer qué es la audacia, la osadía y la temeridad implica ser valiente. Audacia es la actitud de intentar las cosas a pesar de los riesgos o peligros. Osadía es la actitud de actuar pasando por alto riesgos o peligros. Temeridad es la actitud de actuar sin medir riesgos o peligros. Sin embargo, ser valiente no implica ser imprudente o torpemente audaz, osado o temerario.

 

La valentía no es una virtud fundamental, sino una virtud subordinada, pues superar el miedo para obrar lo malo no tiene mérito moral alguno. Ser valiente implica ver que de nada vale la valentía en una persona que quebranta ignorantemente la razón, la virtud y la justicia; implica ver que la valentía no se reivindica sola, sino por la validez de la causa que ella respalda y que la valentía va unida a la sensatez para no correr riesgos innecesarios, ni eludir los inevitables. No deja de ser valiente el que busca todo el apoyo y la ventaja para la causa del bien que promueve, todo lo contrario, resulta ser inteligente y sabio.

 

Percibir la valentía sin un motivo válido es privativo de la ignorancia, por eso, hay que saber darse cuenta de que la valentía no nace de la falta insensata de temor a la pérdida de los bienes materiales, de la salud, de la integridad física, de la vida o de los valores morales. Ser valiente implica no arriesgarse torpemente, sino no claudicar en el empeño de tratar de poner en alto todo lo que es virtud, razón y justicia, afrontando los riesgos y peligros que nos depare el destino. El que se considere verdaderamente valiente, no le hará falta decirlo, sino demostrarlo en los momentos y las ocasiones que las circunstancias lo sometan a prueba. Tampoco implica buscar erróneamente condiciones que pongan a prueba nuestra “valentía” y “arrojo”.

 

Para que la valentía sea una virtud ésta debe estar a su servicio, ya sea por medio de la razón, del amor o de la justicia. Por eso ser valiente implica no ponerse nunca del lado de la ignorancia, el egoísmo, el fanatismo y la maldad; así como comprender que si se está del lado del bien existe un preciado valor, pero del lado del mal actúa como contravalor. Ser valiente implica comprender que luchar por la virtud y la justicia, es antes que cuestión de valentía, cuestión de sensatez e inteligencia; implica ver que por valiente que sea una persona, con esa condición solamente no puede asegurar el triunfo de la virtud y la justicia; así como darse cuenta que es más factible alcanzar virtud, justicia y felicidad con sabiduría e inteligencia que con arrojo y valentía. En fin, implica ver que generalmente suele ser de mayor valor la persistencia que el arrojo.

 

Por falta de solidaridad y respaldo moral se pueden condenar tristemente a muchos valientes a morir inútilmente. La valentía obviamente no es ningún escudo que haga invulnerable al valiente, pero sí es una cualidad moral digna de los que la ponen a prueba. Ser valiente es obligación moral de la sociedad entera para mantenerse respaldando la virtud, sea la razón, el amor o la justicia; implica apreciar que se trata de una condición de conciencia, no de circunstancias, por lo que buscar el respaldo de todos, en solidaridad, no hace cobarde al valiente.

 

Ser valiente implica analizar honestamente de manera profunda los más caros sueños, ideales o creencias, a riesgo de que se desvirtúen, se quebranten o se derrumben, pues sostenerlos a ultranza significa la pérdida del amor a la verdad y a la virtud misma; implica preferir padecer  el sufrimiento y la injusticia antes que generarlos o cometerlos; arrostrar la soledad, el vituperio o la contraposición si nuestro apego a la justicia lo exige u obligarse a hacer lo que debe hacerse sin que el temor o el propio coraje nos desvíen de ello.

 

Tener firmeza para castigar, reprimir o destruir al irredento, al perverso y al impío, implica ya ser valiente, pero si no nos enfrentamos a la calumnia de que se nos llame cobardes por oponernos a una lucha errónea, inmoral o fratricida, entonces dejamos de serlo, porque no es valiente quien lo parece porque nada tiene verdaderamente valioso que perder, pues generalmente quien aprecia más los auténticos valores y los posee tiene mayor razón para temer perderlos.

     

El espíritu con que abordamos estas tesis está penetrado por un humanismo sin fronteras que potencia, por sobre todas las cosas, al hombre en búsqueda perenne del bien, la bondad, la belleza, la virtud, el amor, la valentía  y la verdad. Sin estas cualidades, la moral no existe; sin embargo, habría que preguntarse ¿cómo se expresa la moral a nivel de la individualidad, de la personalidad? Para ello resulta imprescindible comprender cómo la función activa del sujeto se expresa, entre otras razones, en el valor que se le asigna a lo personal en el proceso de regulación moral, y cómo la moral se integra en el sistema de regulación de la propia personalidad del individuo.

 

En realidad, los aspectos esenciales de la regulación moral están dados en la subjetividad individual. Es precisamente el sujeto individualizado el agente de la regulación moral y aunque la moral se encuentra condicionada objetivamente y su contenido posee un sentido histórico-social, no es posible perder de vista que la misma es una esfera de impulso interno subjetivo del hombre. Así, los valores configurados en los marcos de las relaciones sociales, se transforman en estímulos morales generadores de la actividad humana, solamente cuando son percibidos por los individuos como legado individual. Estas ideas, han perseguido la finalidad de expresar la amplitud, los matices y la diversidad de la subjetividad individual del valor.

 

 

Bibliografía

 

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Martí, J. (1964): “Emerson”. En: Obras Completas t. 8, p. 289. Editorial Nacional, La Habana.

Martí, J. (1963): “Prólogo al  poema del Niágara”. En: Op.cit., t. 7, pp. 230.

Pupo, R. (s/f): El Ideal Unitario: Bondad, Verdad y Belleza. (En Soporte Magnético)..

Pupo, R. (1986): La práctica y la filosofía marxista. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.

Pupo, R. (1990): “La comunicación como intercambio de actividad”. En: del  propio autor. La actividad como categoría filosófica. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.

Vasconcelos, José (1945): “La sinfonía como forma literaria”. En: El viento de Bagdad. Cuentos y ensayos. México

 

Notas:  

 

[1] Bodei, R. (1998): La forma de lo bello. Visor. Dis, S.A. Madrid, España,  p. 32.

[2] Ibídem, p.35.

[3] Marx., C. (1975): Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844. edit. Pueblo y Educación, La Habana, p. 114.

[4] Ibidem, p. 120.

[5] Martí, J. (1963): “Emerson”. En: Obras Completas t. 13. Editorial Nacional, La Habana, Cuba.

pp. 25-26.

[6] Ver Arreguí, J.V. (1988) El papel de la Estética en la Ética. Revista Pensamiento. No 176. Vol. 44. Oct-Dic., Madrid, pp. 439-453.

[7] Pupo, R. (s/f): El Ideal Unitario: Bondad, Verdad y Belleza. (En Soporte Magnético).

[8] Martí, J. (1963): Op. Cit., (5).

[9] Ibídem.

[10] Pupo Pupo, Rigoberto (s/f): Op. Cit., (7) en soporte magnético.

[11] Sobre la verdad se ha escrito mucho. En la historia de la filosofía existen diversas concepciones y enfoques en torno a dicho problema. Una síntesis valiosa puede encontrarse en Abbagnano, N. (1963): Diccionario de Filosofía. Instituto cubano del libro, La Habana, pp. 1180-1185  y en Pérez Galindo, A. (1992): El devenir de la verdad. Editorial Biblos, Buenos aires Argentina. 

[12]Una concepción de esta naturaleza o coincidiendo con ella, está presente en la filosofía estética del mexicano José Vasconcelos, particularmente en su a priori especial que opera según ritmo, melodía y armonía. Para profundizar consultar de Vasconcelos, José (1945): “La sinfonía como forma literaria”. En: El viento de Bagdad. Cuentos y ensayos. México.

[13] Ibídem. En: Op. cit., (12).

[14] Ver de Pupo, R. (1986): La práctica y la filosofía marxista. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, Cuba.

[15] Ver de Pupo, R. (1990): “La comunicación como intercambio de actividad”. En: del  propio autor. La actividad como categoría filosófica. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, Cuba.

[16] Pupo Pupo, Rigoberto (s/f): Op. Cit., (7) en soporte magnético.

[17] Martí, J. (1963): “Prólogo al  poema del Niágara”. En: Op.cit., (5) t. 7, pp. 230.

[18] Ver Bodei, R. (1998): “La verdad como proceso y resultado aprehensivo humano”. En: Op. Cit., (1) pp. 25-46.

[19] En la conformación de estas ideas y de otras, presentes en esta tesis, influyeron mucho las conversaciones filosóficas, las sugerencias, ideas y la aportación de algunos trabajos de mi Tutor Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo.

[20] Ibídem.

[21] Bodei, R. (1998): Op. Cit., (1) p.28.

[22] Bodei, R. (1998): Op. cit., (1) p. 35.

Jorge Valmaseda Valmaseda

De “Revelación Axiológica y Formación Humana”

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