El ideal unitario: bondad, verdad, belleza y sus mediaciones esenciales |
No
podemos olvidar que el ideal unitario: bondad, verdad y belleza, es un
ideal y como tal no se logra de una vez y para siempre. Se participa en él,
y en este sentido, se realiza en nosotros. Todo ideal está permeado de
razón utópica y la utopía es inagotable, en tanto suprema meta que no
siempre resulta irrealizable. Por eso no sólo centramos la atención en
estos valores, sino que a lo largo de la exposición desarrollamos otros
como virtud, amor, valentía, pues aunque no son los únicos, pueden
comprenderse a través de sus propias mediaciones. En este sentido nos
apoyamos en el ideal de racionalidad martiano, donde las determinaciones
culturales –y los valores también lo son- no constituyen un acto
individual de aprehensión, sino un proceso social que sin soslayar la
experiencia individual propia, dan primacía al movimiento social. Desde
tiempos remotos la medida, el orden, la armonía, se deducían de la
observación de los cuerpos celestes, pues del aparente caos podía
notarse un eterno proceso repetido, cíclico e inmutable e idéntico.
“Debía de transferirse la belleza y la precisión de esta disposición
espontánea (cuya encantadora visión produce incesante maravilla) a la
tierra, a la sociedad de los hombres, para enseñarles a separar en su
mundo lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo y lo bello de lo feo.
Se conseguiría así, al final del proceso, alcanzar la obra maestra
suprema: la reproducción, mediante la ardua ciencia de la política, de
un cosmos humano a imagen del celeste, o sea, de una ciudad regida por las
mismas leyes rigurosas que mueven a los astros”.[1]
El
pensamiento de Pitágoras, constituye la cuna del racionalismo occidental.
De aquí se deduce el ideal unitario: belleza, bondad, verdad. ¿Por qué?
Sencillamente, porque, “si el mundo está gobernado por leyes que la
inteligencia y los sentidos son capaces de comprender y traducir recíprocamente,
tales leyes son a un mismo tiempo bellas y verdaderas”, y también
buenas. ¿En qué se basan? En medidas calculables, armónicas y simétricas.
“Lo que es verdadero es, por ello, bello y, al mismo tiempo justo y
bueno.[2]
El
desarrollo humano, junto a la riqueza espiritual del hombre, crea las
condiciones necesarias para acceder al ideal unitario: bondad, verdad,
belleza. “Sólo a través de la objetivamente no desarrollada riqueza
del ser esencial del hombre -dice Marx con razón suficiente- la riqueza
de la sensibilidad subjetiva humana (el oído musical, el ojo que descubre
la belleza de la forma, en resumen, los sentidos capaces de goces humanos,
sentidos que se confirman como potencias esenciales del hombre) se cultiva
o nace. Porque no solamente los cinco sentidos, sino también los llamados
sentidos mentales –los
sentidos prácticos (voluntad, amor, etc.)– . En una palabra, el sentido
humano –la humanidad de los sentidos- se constituye en virtud de su
objetivo, en virtud de la naturaleza humanizada”.[3]
Al mismo tiempo, la realización cultural humana del hombre, Marx la ubica
en cuanto a posibilidad se refiere, en el comunismo. “El comunismo (...)
es la fase de hecho necesaria para la próxima etapa del desarrollo histórico
en el proceso de emancipación y recuperación humanas”
.[4] Una
rica espiritualidad humana, plena de cauces culturales, fundada en
condiciones sociales reales, realiza el ser esencial humano y con ello se
superan y suprimen dialécticamente las antítesis de lo objetivo y lo
subjetivo, de la teoría y la praxis. Los contrarios se convierten recíprocamente,
devienen idénticos, en los marcos de la complejidad totalizadora del
devenir del hombre y la sociedad en la naturaleza. Esta concepción es
congruente con el pensamiento de José Martí, ya que al respecto escribía: “El
objeto de la vida es la satisfacción del anhelo de perfecta hermosura;
porque como la virtud hace hermosos los lugares en que obra, así los
lugares hermosos obran sobre la virtud. Hay carácter moral en todos los
elementos de la naturaleza; puesto que todos avivan este carácter en el
hombre, puesto que todos lo producen, todos lo tienen. Así, son una la
verdad, que es la hermosura en el juicio, la bondad, que es la hermosura
en los afectos y la mera belleza, que es la hermosura en el arte (...) Los
astros son mensajeros de hermosura y lo sublime perpetuo. El bosque vuelve
al hombre a la razón y a la fe, y es la juventud perpetua. El bosque
alegra, como una buena acción. La naturaleza inspira, cura, consuela,
fortalece y prepara para la virtud al hombre. Y el hombre no se halla
completo, ni se revela a sí mismo, ni ve lo invisible, sino en su íntima
relación con la naturaleza”.[5]
Esto
evidencia que la cultura del hombre es una prolongación de la naturaleza,
la naturaleza creada con su actividad, para realizar su ser esencial. La
naturaleza humanizada y la humanidad de la naturaleza es el campus propio
del hombre en su devenir teórico-práctico, en los marcos de la relación
sociedad-naturaleza. Y el ideal unitario: bondad, verdad, belleza, se
resuelve en estos contextos; pues constituyen tres valores esenciales del
hombre. En su devenir histórico (el hombre) siempre ha ido tras ellos. Su
búsqueda como ideal supremo ha constituido una meta perenne. Pero, en
tanto valores, sólo se realizan en la cultura. Sólo en ella alcanzan
vigencia social,[6]
se convierten en valencias sociales. Aquí se desprende la necesidad
insoslayable de la riqueza espiritual del hombre, pues nadie puede
encontrar y revelar lo que no lleva en sí. El
desarrollo de una cultura del ser, resulta impostergable para garantizar
la creación humana. Una cultura que permita el libre desenvolvimiento y
revelación de la rica espiritualidad del hombre culto, sensible, es capaz
de aprehender la verdad, la bondad y la belleza en su expresión unitaria.
No importa la profesión que ejerza. Está en condiciones de mirar su
entorno con ojos humanos, ya sea, ante un teorema matemático, una fórmula
química, una bella flor, una pieza musical, la salida y puesta del Sol,
contemplar la Luna y el cielo estrellado y asumir el drama del hombre con
compromiso social y ansias de humanidad. En fin, puede crear con arreglo a
la belleza, a la bondad y a la verdad. Es tolerante, comunicativo,
sencillo y soñador. Puede revelar la realidad compleja en sus matices
varios y “dar a mares”, siguiendo la ética martiana, porque
espiritualmente está lleno. Sencillamente, está preparado
para el trabajo creador y la vida con sentido.[7]
La
vinculación estrecha, interacción, interpretación e implicación recíproca
de los valores en la axiología martiana, en los marcos de una concepción
unitaria de la cultura, en tanto resultado de la actividad humana y medida
del desarrollo del hombre y la sociedad, abre perspectivas nuevas para
acceder a la realidad humana y conformar un ideal de racionalidad, como
proyecto emancipador, que integra y sustancia en un sistema orgánico, la
bondad, la verdad, la belleza y junto con ello, la virtud, el amor y la
valentía, como atributos cualificadores de la sociedad que preludia y se
esfuerza en realizar.
LA
BONDAD Al
comprender la bondad como categoría axiológica, ella no se encuentra
ajena a otras cualidades morales, sino que a través del devenir de sus múltiples
determinaciones en sus mediaciones es que llega a la esencialidad de su
condicionamiento histórico-social. El
bien, la bondad, en Martí, sirven de fundamento a la dicha, a la
felicidad. “Ser bueno es el único modo de ser dichoso”[8],
al igual que “ser culto es el único modo de ser libre”[9],
pero, incluso, la instrucción y la libertad, en su pensamiento, se
subordinan a la bondad; tanto por sus fines como en sus medios, advienen y
devienen del bien común y se
ponen en función de él, como realización humana. Bondad
es la virtud de estar, de manera fundamentalmente razonable, emotiva y
volitiva, plenamente inclinado a la ejecución del bien. Maldad
es el vicio de estar, de manera irrazonable, emotiva y volitiva, inclinado
a la ejecución del mal. Bien es
todo aquello que contribuye a beneficiar o favorecer la mejor condición
de la existencia. Mal es todo
aquello que contribuye a dañar
o rebajar la mejor condición de la existencia. Beneficiar
es la acción de mantener y acrecentar la condición debida o deseable de
una persona. Favorecer es la
acción de beneficiar o hacer un servicio a alguien. Ser
bondadoso implica ser razonable para apreciar la esencia de la bondad, su
importancia; así como para reconocer todo lo que es un auténtico bien.
También implica razonabilidad, que es la bondad primaria, de la que se
deriva toda la bondad moral resultante, que nos permite percibir el mal lógico
y moral de ejecutar la bondad a medias, cuando en realidad puede
ejecutarse plenamente. Bondadoso,
fundamentalmente, equivale a razonabilidad para reconocer lo conveniente
de generar todo lo que está a nuestro alcance, a pesar de que las
influencias negativas aconsejen lo contrario, pues hay que saber apreciar
que si no obramos así no podremos, siquiera, sentirnos satisfechos de
nosotros mismos. Apreciar
la inteligencia que nos permite no incurrir torpemente en albergar la
ignorancia moral de la maldad, es bondad, ya que el no obrar de esa
manera, es resultado del desamor, de la injusticia, de la cobardía, de la
deshonestidad, de la fealdad moral, de la esclavitud, del vicio, de la
inmoralidad, del egoísmo, de la falta de fe y de la infelicidad. Se
obra bondadosamente cuando se aprecia todo lo que sea auténticamente
riqueza del alma, en tendiendo por tal, la abundancia de bienes o cosas
buenas, ya sean materiales o espirituales, que ennoblezcan el alma. Sin
embargo, pobreza es la escasez de bienes y cosas, sean materiales o
espirituales, que entristezcan el alma. Miseria es la condición de
pobreza extrema, que rebaja la condición humana. Por eso, se es bondadoso
cuando jerarquizamos debidamente la riqueza espiritual y la apreciamos más
que a la material. Si
queremos ser bondadosos debemos apreciar claramente la diferencia que
existe entre buscar bienes y buscar el bien, ya que se llama el bien al
bien en general, mientras que se llaman bienes a los bienes particulares,
y aunque todos luchamos por bienes, porque los bienes se apetecen, sean
amor, belleza, riqueza, poder, seguridad, salud o vida, no todos luchamos
por el bien; lo cual implica que aunque todos luchamos por bienes, no por
ello, todos somos esencialmente buenos o bondadosos. Quienes
luchan por bienes, pero no por el bien, son egoístas, ya que buscar el
bien implica buscar bienes, pero que buscar bienes no implica buscar el
bien. Para luchar por el bien se debe no sólo procurar bienes, sino ver
que la manera y la razón para obtenerlos sean auténticamente buenas y
constituya legítima bondad en nosotros mismos; pues si se busca el bien,
se opera bajo la norma sensata de jerarquizar los bienes, atendiendo a
prioridades, sacrificando bienes menos importantes por bienes más
importantes. Todos
podemos buscar el bien y por lo tanto, podemos ser buenos o bondadosos. No
obstante, quien diga que todos somos buenos, padece de ceguera moral que
no le permite percibir realmente en qué consiste la bondad y la maldad y
cuán aborrecible resulta esta última. Por tanto, buscar el bien o
ejercer bondad no es algo vano o sin provecho, sino que es por el
contrario la actitud verdaderamente inteligente y sabia de la vida. Ser
bondadoso implica apreciar que hay mayor bondad en ser buenos que la que
hay en poseer bienes, así como apreciar el error de quebrantar el ser
buenos por el interés de tener bienes, cuando pueden procurarse ambas
cosas sin contraponerlas, pero privilegiando el ser buenos. Esto implica
promover que quien tenga bondad espiritual, en justicia, le corresponde
también tener riqueza espiritual. Buscar
bienes por medio de la maldad y el pecado implica estar equivocado, así
como percibir que los que han conseguido “bienes”, ejecutando males,
pueden convencerse de su error y no proseguir con estas prácticas, ya que
quien usa el mal para conseguir “bienes” nunca obtendrá bienes
limpios, pues los medios empleados ineludiblemente desmerecerán o
contaminarán éstos y, aunque pueda llegar a poseer riqueza material,
inevitablemente perderá su valor moral y se hará indigno de todo bien.
Los
que obtienen “bienes” actuando mal pueden poseer muchos “bienes”,
pero de ninguna manera son buenos ellos mismos, es decir, inteligentes,
sabios, justos, virtuosos y amorosos, lo cual constituye auténticamente
el mayor de los bienes. Ser bondadoso implica apreciar que quien no es
bueno en sí mismo, no posee los bienes más preciados, los bienes
morales, como la inteligencia, el amor, la virtud y la belleza. Más aún,
quien carece de bondad moral se priva irremediablemente del placer de
poder ser verdaderamente amado, de sentirse y saberse digno del amor, y
del dolor si se tiene inteligencia, de saberse por ello ineludiblemente
errado y réprobo.
Apreciar
la supremacía de los valores espirituales sobre los materiales implica
darse cuenta del error de quien se excusa que apenas tiene tiempo para
procurarse los bienes materiales esenciales para subsistir, despreocupándose
de los bienes espirituales que constituyen de manera más importante la
auténtica bondad, pues quienes piensan que hay cierta maldad en la
riqueza material y que hay bondad en la pobreza material, sin percatarse
que la maldad está sólo en el hecho de pretender poner inmoralmente la
riqueza material por encima de la riqueza espiritual. De esta manera, hay que saber apreciar la falsedad de la idea de que
el poder y la riqueza corrompen, cuando en realidad los hombres
corrompidos son los que se valen de ellas para obrar mal en su provecho. Bondad,
significa estar conscientes de lo absoluto y relativo del bien o los
bienes que manejamos. Por ello, se debe apreciar con sabiduría la relación
entre el bien y el mal, entre los bienes y los males que se dan en la
existencia, ya que para ser bondadoso hay que saber reconocer que somos
sabios en lo que sabemos e ignorantes en lo que desconocemos, por tanto
debemos obrar teniendo clara conciencia de ello, para intentar ser cada día
más sabio y menos ignorante, más razonable y menos irrazonable, más
bueno y menos malo, etc. Hay
que saber reconocer que podemos, si obramos erróneamente, llegar a ser más
malos que buenos, cuando la obligación moral es procurar ser todo lo
bueno que sea posible, pero en el caos y la anarquía social, lo que es
bien y lo que es mal para unos y otros cambia inconvenientemente, lo cual
es reprobable, ya que obrando mal, los bienes suelen fácilmente
transformarse en males particulares. Por ello, hay que saber darse cuenta
que por mucho que parezcan los malvados no serlo, toda maldad implica un
quebrantamiento de la bondad, un relajamiento de la virtud y un
alejamiento del bien, lo cual demuestra que la bondad puede obrarse de
manera plena, pero no la maldad, por cuanto la maldad es deterioro,
destrucción o aniquilación del ser. Para
ser bondadoso hay que saber reconocer que los bienes pueden ser procurados
tanto de manera personal como social y de manera tanto egoísta como
altruista. Cuando se procuran de manera individual suele resultar egoísta
la actuación y procurarlos de manera social, evidencia una conducta
altruista. No se es bondadoso cuando no se observa la maldad que hay en
buscar egoístamente la riqueza, el placer o la felicidad, pervirtiendo la
bondad de nuestro ser. Se es bondadoso cuando se aprecia que si se obra
egoístamente se contraponen con mayor facilidad los intereses personales,
generándose para todos más males que bienes. El
que busca ejecutar bienes de manera altruista, no solamente enriquece a
los demás, sino fundamentalmente se enriquece a sí mismo, ya que quien
ama al prójimo y procura su bien es fundamentalmente más inteligente y
sabio que quien no lo hace, pues quien no es bueno con los demás, no lo
es consecuentemente consigo mismo. Ser bondadoso con los demás implica
otorgarles auténticos bienes, no cosas que los dañen física o
moralmente. Por lo tanto, el egoísmo es la causa fundamental de la maldad
moral, siendo asimismo, la ignorancia la causa fundamental del egoísmo. La
bondad es justicia y la justicia es bondad. Por lo tanto, quebrantar la
justicia no es bondad, ni pasar por alto la maldad y la injusticia. Siendo
así, hay que entender que quien pretende “extremar la bondad” la
quebranta ineludiblemente. Por tanto, es absurdo pensar que ser bondadoso
signifique deponer la razón y la justicia cuando hay razón y causa para
ello, ya que quien rompe con la bondad es quien origina el desamor y el
odio. Odiar
el mal y esforzarse porque no haya motivos justificados para despreciar a
alguien implica apreciar que la justicia, que es un bien para los justos,
es un “mal” para el malvado y que al ejecutar la justicia sobre el
malvado, se antepone evitar la maldad. Por esta misma razón, ser
bondadoso implica apreciar que la justicia implantada demasiado tarde es
una maldad que deja incumplidos para siempre muchos anhelos de bondad. La
valentía es bondad y la bondad es valentía. Esto implica resentir el
hecho de que los malvados y perversos se muestren más activos y osados
obrando el mal, que muchos que se estiman “bondadosos” obrando el
bien; pues la bondad no implica ser blando, pusilánime o cobarde, tampoco
ser pasivo o indolente. Ser
bondadoso implica procurar ser simpático y apreciar la simpatía de
otros. Simpatía es toda atracción
intuitiva o razonada. Simpático
es todo aquello que inspira atracción intuitiva o razonada. Antipatía
es toda repulsión intuitiva o razonada. Antipático
es todo aquello que inspira repulsión intuitiva o razonada. Por la misma
razón, ser bondadoso implica
procurar no inspirar antipatía, ni dejarse torpemente llevar por ella,
implica ejercer dominio sobre los impulsos intuitivos de simpatía y de
antipatía y no sentir injustamente antipatía, ni dejarse llevar por un
torpe sentimiento antipático; sino, por el contrario, cimentar razonable
y moralmente nuestras simpatías. La
bondad, también, implica nobleza, generosidad, benevolencia y benignidad.
Nobleza es la virtud de
desplegar bondad y calidad moral. Generosidad es la virtud de prodigar y repartir bienes. Benevolencia
es la virtud de actuar con una disposición suave y bondadosa. Benignidad
es la virtud en que aun teniendo autoridad y poder no se actúa oprimiendo
ni castigando duramente. Para
ser bondadoso hay que saber desplegar tanto lo que se denomina carácter,
como lo que se denomina buen carácter. Se le llama carácter a la actitud
de firmeza y determinación en las propias convicciones; así como a la
animosidad apacible o irritable predominante en una persona, que recibe el
calificativo de buen o mal carácter. Cuando
se es bondadoso se es servicial, pero de ninguna manera, ser servil. Servicialidad
es la actitud amorosa de procurar servir
o de ser útil a los
demás. Servilismo es la actitud
rastrera, egoísta, cobarde, aduladora e hipócrita, con que se procura la
protección o el beneplácito de los poderosos. Ser
bondadoso implica ser comprensivo, compasivo, piadoso y caritativo. Comprensión
es la disposición moral de apreciar o tomar en cuenta los motivos y
puntos de vista ajenos al actuar. Compasión
es el sentimiento de ternura y lástima por la desgracia o mal que otro
padece. Piedad es la disposición
de compasión hacia los que sufren o reciben castigo. Caridad
es la disposición de amor al prójimo, de compasión y piedad. La bondad
implica debidamente caridad, piedad, suavidad y blandura de ánimo. La
caridad es resultado apropiado de la compasión o la piedad y no querer
inspirar compasión es orgullo y soberbia insensata. Por eso, la verdadera
caridad es la que se busca erradicando la pobreza y la mendicidad, no
aquella que la propicia, la solapa y la fomenta como una justificación
para poder expresar una falsa caridad. Cuando
se es bondadoso, no se puede dejar de ser razonable e inteligentemente
abnegado, “sufrido” y resignado. Abnegación
es la disposición al sacrificio personal en bien o a favor de otra causa
o persona. “Sufrir” es toda
persona que padece el mal con resignación o abnegación. Resignación
es la disposición de admitir y sufrir el mal, sin oposición ni
resistencia. Las personas torpemente abnegadas, “sufridas” o
resignadas, son inmorales, manifestándose claramente como enfermos lógico-éticos,
ya que hay que saber ejercer la abnegación o la resignación con virtud e
inteligencia. El
ser bondadoso, equivale también a apreciar plenamente la magnanimidad y
la grandiosidad. Magnanimidad es la generosidad y grandeza de espíritu o ánimo. Ser
magnánimo implica temple, entereza, fortaleza, coraje, valentía,
determinación, resistencia, firmeza y constancia. La magnanimidad implica
generosidad, liberalidad y entusiasmo. Ser magnánimo implica ser
generoso, grandioso y no rendirse ante la adversidad. Grandiosidad
es la virtud de proyectarse generando toda la bondad posible. La
grandiosidad se opone a la pasividad, al conformismo, a la mediocridad, a
la intolerancia y a la pusilanimidad. Las
virtudes como la razón, el amor, la justicia, la valentía y la belleza
espiritual, son el más preciado tesoro que pueda tener el hombre; por
eso, hay que cultivarlas, junto a otras como la bondad y la verdad para
que prevalezcan sobre el egoísmo, la mentira, la deshonestidad, la
deslealtad, el deshonor y las conductas no virtuosas. LA
VERDAD Puede
afirmarse que el problema de la verdad, como categoría axiológica
central, ha sido una constante a lo largo de todo el devenir del
pensamiento humano, con particular énfasis en el filosófico, y las
distintas soluciones que ha recibido el mismo han estado condicionadas, no
sólo, por el grado de desarrollo del conocimiento humano en su conjunto,
sino también por los conflictos sociales y de clase existente en cada época
histórica. En
la historia del pensamiento filosófico se encuentran diferentes conceptos
de verdad. Nosotros, en el caso que nos ocupa, nos acogimos a algunas
definiciones que abordan este ideal en sus múltiples determinaciones y
condicionamientos. A saber: La verdad como correspondencia y relación,
como revelación, como conformidad a una regla, como
coherencia, como utilidad.[10]
Según Abbagnano, la primera ha sido la más difundida, seguida
de la segunda, e incluso, es posible encontrar “(...) más de una
(…) en un mismo filósofo”[11],
pues son irreductibles. La
verdad como correspondencia y relación del pensamiento con las cosas,
implícitamente está presente en la filosofía presocrática y de modo
determinado y explícito en Platón. “Verdadero- señala el filósofo-
es el discurso que dice las cosas como son, falso el que las dice como no
son”. En esta misma dirección comprensiva aparece en la Metafísica de
Aristóteles: “Negar lo que es y afirmar lo que no es, es lo falso, en
tanto que afirmar lo que es y negar lo que no es, es lo verdadero”. Al
mismo tiempo el estagirita revela dos
teoremas insitos en su concepción de la verdad.
El primero, que la verdad está en el pensamiento o en el lenguaje
y no en la cosa o en el ser; el segundo que la medida de la verdad es el
ser o la cosa y no el pensamiento o el discurso. Esta
concepción de la verdad como correspondencia (o relación) se continúa
en la segunda comprensión (la verdad como revelación), que se expresa en
dos direcciones: 1) como revelación inmediata al hombre, en las
sensaciones, la intuición, en fin, como fenómeno dado
(empirista); 2) como revelación de conocimientos excepcionales de esencias de las cosas, su
ser o su mismo principio (forma metafísica teológica). La
verdad, como conformidad a una regla está
presente en Platón, quien consideraba verdadero todo lo que
concordaba con el concepto. Para San Agustín, también
existe una ley, en torno a la cual se pueden juzgar todas las cosas
de conformidad con ella. En la filosofía de Kant se continúa esta
línea de pensamiento, pero
la conformidad respecto a la ley se reduce
sólo al momento formal de la verdad, es decir, del pensamiento
en general, en conformidad con las leyes generales necesarias del
entendimiento. Los neokantianos, particularmente, la escuela de Baden,
exageran la tesis de Kant,
pues la conformidad a la
regla, como criterio
formal de la verdad,
se hace extensivo hasta determinarse
como su única definición. La
verdad como coherencia, es asumida y desarrollada por el movimiento
idealista inglés de la segunda mitad del siglo XIX, así como en los
Estados Unidos de Norteamérica. Sencillamente, en “Apariencia y
realidad” (1893) de F.H.Bradley, al criticar
el mundo de la experiencia humana, niega lo contradictorio, en
tanto irreal, pues la verdad o realidad es coherencia perfecta (conciencia
infinita absoluta). Sus antecedentes más que en Hegel, como decían los
seguidores de esta concepción de la verdad, están en Spinoza, en
su “tercer género de conocimiento o amor intelectual de Dios”.[12] La
verdad como utilidad, en tanto utilidad, está presente en algunas formas
de la filosofía de la acción, particularmente en el Pragmatismo. Pero el
primero que lo esbozó fue Nietzche, al identificar lo verdadero con lo
apto para la conservación de la humanidad. Todo el pragmatismo, especialmente W. James, identifican la
verdad con la utilidad. Una concepción semejante desarrolla también
Unamuno en su Vida de Don
Quijote. Sin embargo, el instrumentalismo de Dewey, no define la verdad
como utilidad, sino sólo la convicción del carácter instrumental (válido),
pero no verdadero de las proposiciones. El
devenir histórico de la verdad ha estado permeado de vicisitudes,
acercamientos, distorsiones, etc., pero
ha recorrido un camino
que no podemos desechar, en su eterna búsqueda. Por supuesto, no podemos
estar de acuerdo con algunos
postmodernos que han hecho de la verdad y su búsqueda una quimera de la
razón. La verdad y los problemas de enfoques, históricamente
han sido recurrentes[13]
y no dejan de serlo en la actualidad. Sin embargo, como en muchos
problemas filosóficos complejos ha primado la unilateralidad en su
tratamiento. Lo más común ha sido la reducción del saber al
conocimiento y con ello, las interpretaciones logicistas y gnoseologistas
abstractas. Se ha pensado la verdad como forma de adecuación o
identidad del pensamiento con la realidad que el sujeto convierte
en objeto. A
pesar de los múltiples intentos valiosos de acercamiento al problema, aún
no se ha logrado un enfoque integrador de la verdad, donde conocimiento,
valor, praxis y comunicación sean considerados, como mediaciones
centrales en su construcción y despliegue. Las relaciones sujeto-objeto,
y sujeto-sujeto y su eslabón primario en la conversión recíproca de lo
ideal y lo material: la actividad humana, prácticamente han sido
inadvertidas.[14]
Igualmente ha prevalecido el reduccionismo en el reconocimiento lingüístico
de la verdad. En algunos casos absolutizando en grado extremo el papel del
lenguaje en general y en otros, reduciéndolo sólo al lenguaje científico,
sea de nivel empírico o de nivel teórico. Las otras formas del lenguaje,
incluyendo por supuesto, el tropológico ha quedado marginado del proceso
aprehensivo de la realidad por el hombre en la búsqueda de la verdad. No
ha faltado tampoco la tendencia acuciante de identificar la verdad sólo
con la verdad científica. ¿Y las otras verdades que el hombre
afanosamente busca apremiado por las necesidades, los intereses y los
objetivos y fines propuestos? En los paradigmas de la verdad y sus
respectivos diseños ha predominado el sentido de exclusión, tanto en su
interior como al exterior de él. Se hace necesario los enfoques
integradores de inclusión, que sin agotar la riqueza de mediaciones de la
realidad -imposible históricamente- abarque la mayor cantidad posible, en
tanto proceso subjetivo-objetivo, mediado por la praxis
de asimilación constructiva de la verdad. Con
razón Marx, en sus Tesis sobre Feuerbach, al criticar la especulación
filosófica, en la consideración de la verdad, exige concreción en los
análisis y aconseja abordar la realidad subjetivamente. En su
concepción de la verdad, la teoría de la verdad adquiere terrenalidad
sustantiva, si se funda en la
praxis, como su criterio valorativo. Entendida la praxis como esencial
relación sujeto-objeto y sujeto-sujeto, donde lo ideal y lo material se
convierten recíprocamente. La
verdad es proceso y resultado del devenir humano. Un producto de la
actividad del hombre (sujeto) en relación con la realidad que convierte
en objeto de conocimiento, de la praxis y de valores que intercambia con
otros sujetos. En tanto proceso histórico es absoluto y relativo. Cada
generación construye verdades limitadas por la historia y la cultura y al
mismo tiempo participa de lo absoluto. Lo absoluto y lo relativo son
momentos inseparables constitutivos de la verdad, en su unidad y
diferencia. La
verdad se construye en la actividad humana, y ésta representa el modo de
ser del hombre, a través de la praxis, el conocimiento, los valores y la
comunicación, fundados en las necesidades, los intereses y los fines del
hombre, su revelación (de la verdad) no es sólo un producto
cognoscitivo, desentrañador de esencias, sino además de la actuación práctica
transformadora del hombre, en correspondencia con el significado que
adquiere la realidad y los deseos de satisfacción humana. Al hombre no sólo
le interesa qué son las cosas, cuál es su esencia, sino ante todo, para
qué le sirven, qué necesidades satisfacen o qué intereses resuelven.
Por eso, praxis, conocimiento y valor, son inmanentes al proceso mismo de
develación de la verdad. Son momentos de su propio proceso. Al igual que
los resultados de su actividad resultan estériles al margen de la
comunicación[15], en tanto intercambio de
actividad y de sus
resultados. La
verdad se revela y descubre en las relaciones intersubjetivas, en espacios
comunicativos, donde por supuesto, el consenso desempeña un lugar
especial. Una verdad, fuera de la práctica del consenso, no encuentra
legitimación y por tanto resulta estéril. Lo mismo que si no se
enriquece espiritualmente no hay acceso posible a ella. La creación
subjetiva, humana, plena de sensibilidad, abre camino a la verdad. Las vías
poéticas del lenguaje, sustantivan las potencias del pensamiento.
El hombre con riqueza espiritual e imaginativa en estrecha comunión con
la naturaleza y la sociedad, se aproxima con más facilidad al
conocimiento, a la verdad. En
opinión de R. Pupo, criterio que compartimos, el acceso a la verdad,
requiere de una concepción compleja y flexible que priorice un enfoque de
integralidad incluyente en la
aprehensión de la realidad asumida. El concepto de saber, con un nuevo
sentido hermenéutico, al margen de su significado histórico tradicional
-como conocimiento en general, de algún modo garantizado en su verdad,
por su objetividad lógico-cognoscitiva, la identidad y la adecuación-
resulta una alternativa posible. La intelección del saber con
un nuevo sentido hermenéutico, cuya interpretación se dirija no sólo
al conocimiento, sino que incluya el valor, la praxis y la comunicación,
abre perspectivas heurísticas inagotables. Propicia ante todo que no se
absolutice la razón, entendida como único juez legitimador, y se
incluyan los sentimientos y otras formas aprehensivas humanas en la
construcción de la verdad. Lo
anterior posibilita que el logicismo abstracto, ceda paso a otras formas
discursivas lingüísticas de
carácter tropológico, es decir, otros modos, también discursivos que no
operan sólo con las clásicas estructuras categóricas, que por su
objetivismo impersonal, devienen unilaterales y abstractas. Un enfoque
subjetivo -no subjetivista, porque no rechaza la objetividad- puede asumir
la realidad con sentido histórico-cultural y garantizar la integralidad
sin a priori absolutos y al margen de la actividad práctica, que en última
instancia condiciona el proceso mismo de la verdad.[16] La
asunción del concepto de saber -y no el de conocimiento como ha sido
tradicionalmente comprendido (el saber)- como forma integral humana que
incluye todos los medios que emplea el lenguaje para designar y penetrar
en la realidad, permite vincular estrechamente conocimiento y valor, sobre
la base de las necesidades, los intereses, y los fines humanos. Al mismo
tiempo, ayuda a comprender que la verdad no se descubre espontáneamente,
a través de una relación abstracta sujeto-objeto, sino que se revela en
procesos intersubjetivos, en espacios comunicativos, que integran en su síntesis:
conocimiento, valor y praxis. Todo en los marcos de la subjetividad
humana, donde el hombre piensa, siente, desea, actúa e intercambia los
productos de su actividad en una relación dialéctica sujeto-objeto,
mediada por infinitos atributos cualificadores de su ser esencial, de la
cultura, la historia y por el consenso legitimador. Si
el saber del hombre se propone acceder a la verdad, en su concreción, no
puede soslayar el papel importante de la actividad humana y su estructura
compleja, así como la cultura y como parte de ella, los caminos del
lenguaje, en toda su diversidad y sentidos, incluyendo la vía poética
que tanto influye en la creación del hombre. También desechar por
ineficaces y estériles las imposiciones “teóricas” y los
autoritarismos intolerantes y excluyentes, expresados como convenciones
gnoseologistas. Simplemente “(...) urge devolver los hombres a sí
mismos; urge sacarlos del mal gobierno de la convención que sofoca o
envenena sus sentimientos (…) y recarga su inteligencia con un caudal
pernicioso, ajeno, frío y falso. Sólo lo genuino es fructífero”.[17]
La
verdad y una nueva concepción del saber, implica que busquemos
la verdad con sentido histórico-cultural humano, imaginación, razón utópica
y vocación ecuménica incluyente. Una concepción del saber, como
integralidad abierta al diálogo, a la crítica y a la comunicación puede
ser una alternativa posible de construcción de la verdad, incluyendo, por
supuesto, la propiamente de las ciencias naturales. En la apropiación de
la realidad por el hombre, su pensamiento sigue el cauce de la ascensión
de lo abstracto a lo concreto y este proceso es en sí mismo incluyente. Para
descubrir la realidad en su mayor concreción, la verdad, tiene que
asumirse en sus varias mediaciones. En caso contrario, el saber resulta
unilateral y abstracto, por seguir un cauce excluyente que absolutiza
algunos momentos y pierde el sentido de totalidad y de unidad en lo
diverso y complejo. Con ello, se incapacita para apropiarse de lo concreto
en sus diversas mediaciones y condicionamientos. Verdad
y sentido cósmico-cultural son un hecho, pues nadie
con sentido común, puede obviar los resultados de la tecno-ciencia en la
época de la globalización contemporánea. Pero sin sentido cultural,
devienen estériles para el hombre, pues enajenan y deshumanizan. Resulta
perjudicial, porque la verdad es vacía de contenido, cuando se separa de
la belleza y la bondad, cuya armonía la funda e introduce Pitágoras[18],
a partir del sentido de medida, y es continuada por muchos filósofos y
pensadores, incluyendo a José
Martí. No
es posible hacer del conocimiento científico el núcleo arquetípico del
pensamiento y convertir a éste en un modelo impersonal que condiciona de
modo a priori y teleológico la realidad existente para hacer una unidad o
identidad con ella, llamada verdad. La verdad, sea de cualquier
naturaleza, es proceso y resultado aprehensivo humano, como saber
profundo, construido por la actividad del hombre en relación con el mundo
o la parte de él hacia la cual dirige su acción. Se trata de un proceso
humanizador de la realidad y del hombre mismo en espacios intersubjetivos.[19] La
educación, como gran metáfora
de la vida tiene mucho que hacer en el logro de un saber integral
incluyente en la búsqueda de la verdad. Una educación que renuncie a los
métodos transmisionistas y al discurso teorizante y abstracto, y asuma la
intersubjetividad como modo
idóneo de formación humana, que desarrolle sensibilidad, actitudes
cognoscitivas creadoras, razón utópica y propicie que el lenguaje genere
acciones creativas. Al mismo tiempo estará en mejores condiciones de
vincular estrechamente los mundos de la vida, de la escuela y del trabajo,
sin autoritarismos, intolerancias y cientificismos excluyentes, ya que una
verdad que separe la esencia humana de la existencia y los espacios histórico-culturales
en que realmente se aprehende, resulta ficticia y no resiste la prueba de
la praxis social[20].
En
la axiología martiana, la bondad, la verdad y la belleza, como atributos
cualificadores de la esencia humana en la sociedad, están
indisolublemente vinculados. Constituyen, en su escala de valores, categorías
centrales, rectoras, en torno a las cuales aparece todo un sistema
operativo, jerárquicamente estructurado, tales como la virtud, el amor,
la valentía, entre otros. Martí
revela belleza en la realidad que asume porque es sensible y posee
humanidad, pues devela esencias, interioridades del hombre y la sociedad
trasuntadas en la cultura. En este concepto resulta posible comprender por
qué se preocupa tanto por exaltar y dar vigencia a los valores humanos
encarnados en obras y hombres paradigmáticos, el sentido de su tesis de:
honrar honra, la cultura en tanto condición de la libertad, la pasión y
la ternura como premisas de todo proyecto humano y social, la virtud, el
decoro y la dignidad.
LA
BELLEZA Nos
interesa develar que sólo en la interrelación de las determinaciones
cualitativas de sus opuestos puede el hombre acceder a aprehender la
esencialidad de la belleza como categoría axiológica. En este sentido
los valores que complementan la elevación de este ideal moral encuentran
causes formativos en el ideario martiano que asumimos como síntesis de la
tradición humanista cubana. Se
considera que fue Pitágoras quien asume la belleza en una dimensión
global, en su expresión cósmica. De ahí el término Kosmos para
designar el mundo. Concepto que significaba anteriormente ornamentación o
maquillaje de las mujeres, la “cosmética”.[21]
Según Diógenes Laercio, lo bueno es bello en la medida en que está
regido por la justa medida, por el equilibrio total, por el término medio
establecido por las leyes exactas de la virtud, que es armonía. Conceptos
fundamentales: Belleza es la perfección y la armonía consustancial a las personas
o cosas, que infunde admiración, deleite y amor. La belleza es la
cualidad que tienen los objetos y fenómenos de la realidad objetiva, de
agradar o deleitar profundamente al espíritu y la conciencia por su
bondad, virtud, perfección, armonía, etc. Perfecto
es aquello que tiene el mayor grado de bondad. Perfección
es la acción y efecto de poseer el mayor grado de bondad. Armonía es la debida combinación, estructuración e integración
en las cosas. Estética es la
ciencia que trata sobre las regularidades de la asimilación estética del
mundo por el hombre, sobre la esencia y las formas de creación, con
arreglo a las leyes de la belleza, y de los sentimientos que hacen nacer
lo bello en nosotros mismos y en los demás. La
belleza, fundamentalmente, depende de la razón que nos asista para
reconocerla y apreciarla e implica descubrirla donde quiera que se halle,
propiciando fomentarla y desarrollarla. La belleza implica hermosura,
gracia y atracción. Hermosura
es la perfección o belleza externa de la realidad. Gracia es toda cualidad buena, fundamentalmente bella y atractiva. Gracioso
es todo aquello dotado de bellas y atractivas cualidades. Atracción
es todo aquello que llama la atención de manera agradable. Atrayente es todo aquello que inspira seguimiento amoroso. La
diferencia fundamental entre belleza y hermosura es que con hermosura se
alude más a la forma externa, mientras que con belleza se refleja lo más
profundo de la esencia de un ser. Promover
y desarrollar el arte implica reconocer la habilidad o destreza que se
necesita para hacer una cosa, así como toda cosa hecha con habilidad o
destreza. Todo arte implica belleza o hermosura, o sea, lo ajeno y opuesto
a la fealdad, la cursilería y la ramplonería. Cursi
es todo aquello que pretende expresar belleza o arte sin conseguirlo. Ramplón
es todo aquello sin arte, cursi, vacío, insustancial, de mal gusto o
grosero. Por lo tanto, debemos estar bien esclarecidos que belleza y arte
es lo opuesto a cursi y ramplón y que por lo mismo ello implica propiciar
las bellas artes como la música, la danza, la poesía, la pintura, la
escultura, la literatura, etc. La
belleza implica erradicar o superar lo feo, grotesco, ordinario, vulgar,
grosero, majadero, burdo, tosco, áspero, rudo y procaz o soez. Feo
es todo aquello contrario a la belleza, que causa desagrado o repulsión. Grotesco es todo aquello que padece deformidad y fealdad. Ordinario
es todo aquello común y corriente, sin ingenio, gracia o belleza. Vulgar
es todo aquello ordinario, propio de personas incultas. Grosero es todo aquello vulgar, descortés, irrespetuoso, ofensivo.
Majadero es todo aquello molesto, necio, porfiado y, por supuesto,
ofensivo. Burdo, Tosco, Áspero o
Rudo es todo aquello mal terminado, sin pulimento, descortés y
grosero, de trato difícil, inculto, sin delicadeza o lastimante. Procaz
o Soez es todo aquello atrevidamente impúdico, desvergonzado. La
belleza generalmente implica Orden, Limpieza, Cuidado, Arreglo. Orden es la buena disposición de las cosas entre sí
o su colocación en el lugar apropiado o conveniente. Limpieza es la acción y efecto de quitar o quitarse la suciedad. Cuidado
es la atención o esmero que se pone en el bienestar personal y colectivo.
Arreglo es el orden y limpieza,
compostura o reparación de una cosa. Buscar la belleza implica apreciar lo Fino,
Elegante, Exquisito, Primoroso. Fino
es todo aquello bien hecho, delicado, que tiene calidad. Calidad
es la manera de presentarse los sujetos y presentar los objetos, para que
satisfagan, con superioridad en su clase, su nobleza o importancia. Elegante
es todo aquello dotado con simplicidad o sencillez, sin inútiles
complicaciones de gracia y belleza. Exquisito
es todo aquello dotado de buen gusto por su extraordinaria belleza y
finura. Primoroso es todo
aquello hecho con delicadeza y excelencia. Procurar la Belleza implica poner al servicio
de ella la riqueza espiritual que produce lujo, suntuosidad y fastuosidad.
Lujo es todo aquello que manifiesta riqueza en su confección.
Suntuoso es todo aquello que posee riqueza, con arreglo a las leyes de la
belleza. Pomposo es todo aquello
ostentosamente suntuoso. Fastuoso
es lo espléndido y superlativamente suntuoso y pomposo. Gala es todo vestido, arreglo o aderezo asignado para las ocasiones
sobresalientes. Toda belleza profunda implica Magnificencia,
Esplendidez, Excelencia, Excelsitud, Sublimidad. Magnífico
es aquello que revela grandeza, riqueza, suntuosidad, esplendidez,
excelencia. Espléndido es
aquello muy generoso, magnífico y resplandeciente. Excelente
es aquello que sobresale en bondad, mérito o estimación. Excelso es aquello muy elevado, eminente, excelente o ilustre, digno
del mayor elogio. Sublime es
aquello excelso, eminente, que alcanza un grado de bondad y belleza
insuperable. La belleza implica procurar desarrollar en uno
mismo y en los demás las cualidades estético-morales propias del
ciudadano, como son: Amabilidad,
que es la actitud o disposición amorosa, afable y complaciente; Afabilidad,
la disposición de agradabilidad y suavidad en el trato; Cordialidad, la actitud afectuosa, franca y sincera “de corazón”
que fortalece el ánimo tanto de aquel que la muestra como del que la
recibe; Cortesía, actitud
respetuosa, atenta, servicial y comedida; Gentileza,
actitud amable, educada, servicial y cortés; Delicadeza, actitud de ternura, suavidad, comedimiento o miramiento
exquisito para tratar a los objetos y personas; Galantería, actitud obsequiosa, caballerosa y liberal
que destaca a una persona en una actuación o escena de la vida; Galanura
es la elegancia, la gracia y la gentileza en las acciones; Gallardía es la actitud de bizarría, elegancia, apostura y
donaire; Bizarría es la actitud
moral de valentía, osadía, arrojo y atrevimiento; Apostura
es la gracia y belleza en el porte; Porte
es la apariencia dada por los ademanes y la forma de vestir; Donaire
es la gracia, espontaneidad, desenvoltura y soltura en el actuar; Airoso
es lo suelto, desenvuelto, desenfadado o desembarazado. Se debe procurar encontrar la belleza en todo,
tanto en nosotros mismos, como en lo que nos rodea. Luchar por desarrollar
la belleza y la capacidad de apreciación de ella, es nuestro deber y
obligación moral, pues ello implica reconocer que exigir la posible o
asequible es un derecho y un deber moral. Buscar la belleza implica percibir
inteligentemente que esta requiere de educación y cultivo, como condición
para procurar distinguir lo que es verdaderamente bello y hermoso de
aquello que no lo es. También implica estar conscientes de la necesidad
de cultivarla y percibirla auténticamente, para poder reconocer que la
mayor parte de la sociedad está mal educada respecto a su captación,
pervertida en sus gustos, así como en la noción de lo que es
verdaderamente bello. Por eso, al juzgar la belleza hay que saber
percatarse de que aun quienes pretenden crearla artificialmente, pueden
producir cursilería, ramplonería y fealdad, por carecer de la cultura y
la educación conveniente y necesaria, ya que lo cursi y ramplón puede
parecer bello a las personas torpemente ignorantes. Tratar de desarrollar tanto la belleza física
como la moral, en nosotros mismos y en los demás, implica cultivarse físicamente
manteniendo la mejor conformación de nuestro cuerpo, sin descuidar el
cultivo del alma; también implica evitar los malos hábitos en el comer,
beber, dormir, trabajar y divertirse, que pueden redundar en males físicos
o morales, ya que la belleza equivale a procurar la máxima pulcritud,
siempre que sea posible. Pulcro
es aquello encarecido o escrupulosamente limpio y esto se consigue en el
modo de vestir, de calzar, de peinarse, de cortarse el cabello, de
maquillarse, etc., sin omitir ¡claro está!, la limpieza y el arreglo en
nuestra casa y vecindario. Todo lo anterior hay que verlo como manifestación
de la belleza moral, pero no como una expresión inequívoca de ella,
exacerbando lo físico por encima de lo espiritual. Buscar la belleza equivale a tener conciencia
de que ella es la razón fundamental de nuestra existencia, ya que implica
una necesidad y un fin, tanto inmediato como último, pues debemos
apreciar que, ya sea física o espiritual, genera y fundamenta nuestra
felicidad. La belleza podemos encontrarla, fundamentalmente, en la
concepción profunda de la existencia y de todas las cosas referidas a
ella, que conlleven promover los modos de vida más altos y nobles que
hagan poética la conducta misma, sublimando el lenguaje y las formas de
expresión. Por eso significa combatir lo “corriente” y lo
“vulgar”, en el claro sentido de inculto, bajo o procaz. También la
cursilería, la ramplonería, la patanería, la grosería, lo burdo, lo
grotesco. En tal sentido, nuestra misión se encaminará a
erradicar lo hiriente, lo mendaz, el “albureo”, la falta de
respeto; así como a combatir la agresividad y cualquier forma de
violencia, la lujuria, el sadismo y las obras que enlazan tales cosas. La belleza, en la propia persona y en todo lo
que nos rodea, es una expresión de amor para nosotros mismos y para los
demás, ya que implica apreciar la justicia, porque sólo en la justa
medida de todas las cosas podremos encontrarla. Al buscar la belleza es
necesario percibir que en todo acto bello está presente la mayor de todas
las cualidades, la virtud. LA
VIRTUD ¿Qué
es la virtud? Sencillamente, adecuarse a la forma racional del mundo en
que se vive. “En sentido lato -escribe Bodei- bello es, pues –y ello
vale para toda la civilización clásica, que llega tal convicción a las
épocas sucesivas, hasta casi la nuestra– cualquier actitud moral que se
inspire en el criterio de la medida. Así, por ejemplo, para Platón, en
el Hipias Mayor, bello es el carácter o bellas son las leyes, porque,
como se sigue también del Gorgias, la virtud misma procede del orden. Más
clara es la cosa en Aristóteles, para quien cada una de las virtudes en
particular depende de la equidistancia de los vicios opuestos, por exceso
y por defecto, que ella, la virtud, desde su altura descalifica sin
mediar...”.[22] Virtud es la disposición constante del alma
que nos incita a obrar bien y evitar el mal. También es todo aquello que
tiene integridad de ánimo y de vida, así como bondad, valor, poder para
lograr el equilibrio o el justo medio entre las demás cualidades humanas.
Virtuoso es todo aquel que ama y procura la virtud, ya que esta cualidad
beneficia o favorece las cosas más elevadas de la existencia, en su justa
medida. La virtud es todo aquello que tiene un buen efecto sobre todos las
cosas buenas de la existencia, como son: la razón, el amor y la justicia.
Dichas cosas más elevadas de la existencia son a la vez virtudes que se
favorecen mutuamente. Así, todas las virtudes se refuerzan entre si, de
tal manera que en el fondo son una sola, la auténtica virtud. La virtud depende de la razón, que es la que
nos permite reconocerla y apreciarla, ya que no puede comprendérsele sino
se tiene plena conciencia de ella. Ser virtuoso implica apreciar la
oposición a todo defecto, vicio, pecado. Defecto
es toda imperfección física o moral, ya sea por déficit o exceso. Vicio
es todo defecto reiterado o persistente, que engendra mala costumbre,
apetito que conduce al exceso y al hábito de obrar mal. Pecado es todo acto en que se transgrede flagrantemente la virtud.
Teniendo en cuenta estos vocablos, resulta significativo apreciar que si
se promueve la virtud aislada de las demás cualidades, se convierte en
vicio o pecado. La virtuosidad implica determinar que si no se
puede reconocer la razón no podrá establecerse la justicia y si no se
puede establecer la justicia, carecerán de sentido derechos y libertades,
que son condición indispensable para que reine el orden y la paz. Así,
se deberá reconocer que la paz ineludiblemente es el fruto de la
justicia. De lo anterior se desprende el razonamiento de que las acciones
morales también son bellas y viceversa. Muchas personas suelen, erradamente,
considerar que se oponen unas virtudes o valores a otros. Por tanto,
rectificarle a los que consideran que se opone el amor a la razón, la
justicia al amor, la libertad a la moral, etc., que están equivocados,
constituye un acto virtuoso, ya que hay que saber percibir que cuando se
consideran opuestos los valores o virtudes, se desconocen tales virtudes.
Igualmente, se debe descartar la idea de oposición de unos valores con
otros, pues esto únicamente es producto del desconocimiento y la
irrazonabilidad. No se debe perder de vista el rechazo a la práctica
inconsciente de mezclar valores y contravalores, es decir, virtudes y
defectos. Por eso hay que estar atentos, para poder percatarse, de que erróneamente
se mezclan la inteligencia y el desamor, el ingenio y la maldad, el amor y
la insensatez, la valentía y la crueldad, la justicia y el autoritarismo,
la fe y el fanatismo, etc. Esta situación, de cualquier manera, siempre
resulta contradictoria, ya que si el ingenio y la creatividad están al
servicio del bien, ¡qué bendición!, pero si están a favor del mal ¡qué
maldición!, pues la “inteligencia” al servicio del mal es, en el
fondo, la más recalcitrante insensatez. La idea de “amor” a lo malo,
también resulta necia y contradictoria. En fin, hay que tener presente
que cuando se mezclan las virtudes, la contradicción que encierran en sí
mismas, provoca su anulación. La virtud es insustituible, pues nada puede
suplir su carencia, sino es esa misma virtud. Por tanto, apreciar que si
se requiere amor, nada puede satisfacer esa carencia, sino es el amor
mismo, por añadidura, implicaría apreciar
que nada puede satisfacer la falta de justicia, sino la justicia misma y
así sucesivamente, no importando la virtud de que se trate. La Virtud es integradora y
si la aplicamos, dará inevitablemente sus frutos. No obstante, el
que lucha por la virtud podrá atraer sobre sí mismo los ataques de
personas malvadas o de quienes inconscientemente están presos del mal,
con el interés de destruirle o de hacerle desistir, pero eso no lo
acarrea tal cualidad, sino la maldad que se opone a ella. Esto implica
percibir que nada se logrará, a pesar de todo, con claudicar, desistir o
deponer la lucha, ni permitiendo que el mal se enquiste, se endurezca y
cobre, cada día, mayor fuerza, destruyendo la posibilidad de alcanzar, al
fin, el ideal de perfección al que todos debemos aspirar. Todas las virtudes están interconectadas,
pues son bondades y todas las bondades son virtudes. Esto implica que la
razonabilidad es bondad y la bondad es razonabilidad; el amor es bondad y
la bondad es amor; la justicia es bondad y la bondad es justicia; la
valentía es bondad y la bondad es valentía; la belleza es bondad y la
bondad es belleza; la libertad es bondad y la bondad es libertad; la
virtud es bondad y la bondad es virtud; la moral es bondad y la bondad es
moral; la solidaridad es bondad y la bondad es solidaridad; la felicidad
es bondad y la bondad es felicidad; la razonabilidad es bondad y la bondad
es razonabilidad; la justicia es bondad y la bondad es justicia; el amor
es belleza y la belleza es amor; en fin, todas las virtudes se relacionan
e interaccionan dialécticamente, al grado de identificarse, constituyendo
todas juntas la verdadera y auténtica virtud. Existen en la realidad espiritual y en la
idealidad que esta refleja, las virtudes o valores absolutos y relativos,
lo cual no significa entender que
hallan cristalizados en la conciencia. Esto significa entender que existe
gradualidad y diferencia entre las formas en que se da o manifiesta una
misma virtud, ya que los valores absolutos se manifiestan como auténticos
valores o virtudes, mientras que los mermados o restringidos sólo llegan
a la categoría de pseudovalores o cuasivirtudes. Por tanto, mientras que
los bienes particulares pueden ser relativos, la virtud, la bondad, la
belleza, son valores absolutos y esto nos exhorta a entender que según se
denominen, confundiendo o diferenciando debidamente cada una de las formas
aparentemente similares en que se presente a veces un mismo valor o
virtud, defecto o vicio; aplicando los conceptos lógico-éticos, seremos
realmente menor o mayormente virtuosos. La virtud no es un lujo, sino una necesidad
espiritual y vital. Por eso, ningún ser verdaderamente virtuoso debe
relacionarse estrechamente con alguien que no admita regirse por la
virtud; tampoco hay razón para que personas razonables y virtuosas riñan
entre sí. En tal sentido, ser virtuoso implica reconocer que la
responsabilidad, al no estar por encima de la virtud, constituye un auténtico
valor de todas las personas. Desde que adquirimos conciencia, sabemos que
no somos eternos, sin embargo, no vale la pena sobreguardar la vida a
ultranza de quebrantar la virtud, ni admitir jamás que entre dos seres
que honestamente aprecien la virtud, no exista permanentemente el amor y
la armonía, resolviendo los problemas morales en el mismo momento en que
sean puestos de manifiesto y si esto no sucede así, es porque no ha
cristalizado en ambos esta cualidad, es decir, el amor. EL
AMOR Amor es el interés que se tiene por el bien de una persona, que es apreciada
por lo que ella representa en sí misma, es decir, por su valor o virtud. Interés
es la atención consciente reforzada por una inclinación sentimental o anímica
que se deposita en una persona o cosa. En el interés, tanto la atención
consciente como la inclinación anímica pueden ser voluntarias o no,
existiendo por lo tanto diferentes formas de “interés”. El amor de
manera natural e impensada se dirige siempre hacia la virtud, sea esta
belleza, valentía, nobleza, gracia o cualquiera otra cualidad o virtud.
El amor implica siempre la virtud, de tal manera que el único y auténtico
amor, sin excepción, es el amor a la virtud. Más aún, el amor, aunque
pocos reconozcan esto, no es auténtico si no se manifiesta como una
disposición de aprecio abierto hacia toda la virtud existente. Se ama así,
a todo ser por sus virtudes, pudiendo amar a un ser a pesar de sus
defectos, pero nunca por sus defectos. Amar la virtud es amar el amor
mismo. El amor es producto, fundamentalmente, de la
razón, que es la única que puede apreciar y estimar a una persona por lo
que ella representa en sí misma. El amor jamás es incondicional, si lo
fuera no sería una virtud, sino un defecto. Si el amor fuera
incondicional se podría amar indistintamente lo más sublime y lo más
ruin y nefando. Se podría amar igualmente sin distinción ninguna a lo
“malo” que a lo “bueno”. El amor manifiestamente es lo menos
incondicional que existe. Quien otorga su amor incondicional e
ilimitadamente, no ama verdaderamente; pues hay quienes piensan que la
virtud del amor está en enceguecerse, en solaparse, en admitirse
incondicionalmente, tal cual se es, sin importar bajeza, pobreza moral o
inmundicia, y esto no es amor. Quien pretende ser amado incondicionalmente,
admitiendo y solapando sus defectos superables, no ostenta virtud, ni ama
esta cualidad y por tanto quebranta el amor y se hace indigno de recibir
éste. Los defectos morales son siempre superables y caminar hacia la
perfección moral es ya una muestra de excelencia moral. El amor es una
fuerza telúrica, perfeccionadora, pues buscar el bien de algo significa
buscar su engrandecimiento y perfección; por tanto, mayor razón para
amarle. Si al ser amado se está consciente del amor que se recibe y se
aprecia dicho amor, entonces se buscará cada día ser más digno de éste.
Amar lo que es redimible es amar lo bueno del ser humano y amar la redención
misma. Redención es la acción
o efecto de liberar, rescatar o recobrar algo, esencialmente de su mala
condición moral, a su condición debida. Esto es lo que implica que
“amemos hasta nuestros enemigos”, no como enemigos, sino como seres
capaces de ser redimidos por medio del amor. El amor se desvía o quebranta siempre que lo
confundamos o lo limitemos. Quien pretende que ama depositando su
“amor” torpe o locamente en un sujeto indigno, no ama verdaderamente.
Se ama verdaderamente cuando se reconocen las cualidades esenciales, no
las secundarias, ya que si se piensa que se ama por las cualidades
secundarias, se aman solamente dichas cualidades. Si se piensa que se ama
a un sujeto, por la idea que tenemos de él, pero esta no se corresponde
con lo que realmente es, se ama la idea, pero no dicho sujeto, aunque éste
reciba el interés bondadoso del amor. Así, para que algo sea
verdaderamente amado, se requiere que sea conocido y debidamente valorado.
El amor se quebranta indefectiblemente si por amar la hermosura externa de
alguien, se admite su maldad y su bajeza. También se quebranta
indefectiblemente si por amar la apostura de alguien se soslaya que este
es insensato y ruin. En cambio, el amor prevalece cuando se reconoce y
aprecia la belleza interna, a pesar de toda fealdad física. Egoamor o “amor propio”, es el amor producto del justiprecio de nosotros
mismos. El amor que se tiene a otros no puede excluir jamás el egoamor,
ya que si no hay amor a la virtud que hay en uno mismo, es imposible amar
la virtud que hay en los demás y viceversa, si no hay amor a la virtud
que hay en los demás, no se puede amar la virtud que hay en uno mismo. Así,
no ama quien indignamente se esclaviza al “amor” que siente por
alguien, omitiendo el amor y el respeto que debe a sí mismo. Ser amoroso
implica amarse a uno mismo, reconociendo que siempre hay razón para
hacerlo, y si esta razón no es suficiente, sólo de nosotros dependerá
que sea la necesaria, pues debemos comprender que la pura intención de
ser digno de amor, ya nos hace superlativamente merecedor de éste. Egoísmo es el interés exclusivo o exagerado que se deposita en uno mismo. El egoísmo
no es amor. El egoamor no es egoísmo. Idolatría es el aprecio exagerado a alguien debido a la
sobrevaloración de éste. Egolatría
es la idolatría de sí mismo. El egoísta es mezquino, carece de nobleza
y virtud para dar algo de sí mismo, y al ser así, lo primero que denigra
es su mismo ser. La idolatría no es amor. La egolatría no es egoamor.
Quien idolatra se denigra. Quien admite ser idolatrado se denigra. Todo lo que se ama se quiere y se desea, no
obstante, querer y desear nace más del egoamor que del amor al sujeto
amado. Querer es la acción de anhelar, desear, apetecer y aún pretender,
intentar, aceptar, admitir, procurar, poseer o ver realizarse una cosa.
Por correlación, es amar o sentir cariño. Desear
es la acción de aspirar a la obtención, posesión o realización de
algo, es decir, poner el sentimiento a favor de que algo sea como se
piensa que pueda ser. Anhelar es la acción de desear con gran fuerza o vehemencia. Amar
implica no confundir el egoamor con el amor a otro ser; así como no
confundir el amor con el querer o con el desear. No se ama lo que
solamente se quiere. Quien ama verdaderamente está siempre dispuesto a
renunciar al ser amado, si esto significa la felicidad de éste.
Envidia
es el dolor y la molestia que causa el saber que otros poseen lo que
nosotros no poseemos. La envidia no es producto del egoamor sino del egoísmo.
Desear el bien ajeno para
nosotros sin que por ello deseemos que los otros carezcan del mismo bien,
no es envidia; tampoco lo es, desear lo que otros posen como auténtico
valor. Celos es la molestia y el
temor de que alguien ponga en otro el amor que queremos para nosotros, de
modo sobresaliente o exclusivo. Los celos son más una expresión del
egoamor que del amor a la persona amada. Y aún, los celos pueden ser
producto tanto del amor como de la envidia. Estos sólo son justos cuando
reclaman la lealtad y la reciprocidad en el amor; cuando reclaman el que
no se ame infundadamente a otros más que a uno mismo. Amistad
es el amor interpersonal recíproco, dado entre cualquier persona, ya sean
parientes o no. La amistad es la expresión más plena del amor; es la
relación auténtica entre novios o esposos, entre padres e hijos y entre
todos los seres conscientes de ese sentimiento. Amar y ser amado son necesidades naturales de
vida para todo ser humano. Quien no ama no merece ser amado, tampoco quien
no retribuye con amor a quien le ama, pues quien no corresponde al amor
con amor es vil e inmoral. Así, se ha expresado correctamente, “amor
con amor se paga”. El que ama siempre es justamente digno de ser amado,
ya que el que ama reafirma su valor y en consecuencia reafirma su egoamor. Odio
es el interés en el mal de un sujeto que es despreciado por lo que
representa en sí mismo. Todo odio, sin embargo, es una expresión de
amor, pues surge como consecuencia de lo que daña o amenaza a aquello que
amamos. Constituye una regla moral odiar lo malo, pues quien no odia
verdaderamente lo malo no ama. Ser amoroso implica procurar que no surja
causa alguna de odio, a no ser todo lo que provoca y causa odio. Si no se tiene bien definido el concepto o la
idea apropiada de lo que es el amor, se le llama “amor” a lo que no lo
es y en nombre de este sentimiento se corrompe y empaña todo lo que hay
de sublime, de sano y de excelso en el amor. En nombre de este falso
“amor” se han cometido y se siguen cometiendo las más viles
traiciones y los más inmundos actos. El amor se nutre de la verdad, se
cimenta en la razón, no quebranta la justicia, exige honestidad, conjuga
armoniosamente todas las virtudes, es un sentimiento cuyo objetivo es la
virtud, la belleza de la virtud, es el más sublime de todos nuestros
sentimientos. El verdadero amor destruye el egoísmo, la envidia, la apatía,
el desinterés, la frialdad, la lujuria, lo indecoroso, la inmundicia, la
indecencia. El amor perenne, como toda virtud, acaba con su extinción en
la conciencia, pero sembrado debidamente florece sublimando y sublimado en
las mismas conciencias. Ser amoroso implica ejercer altruismo y
filantropía. Altruismo es el interés en el bien ajeno, aún a costa del bien
propio. Filantropía es la
actitud de amor al ser humano. El altruismo es el amor trascendente que
iguala o supera el egoamor. Ser filántropo implica amar al ser humano por
las altas virtudes o bondades que lo conforman. Debe reconocerse el amor como un acto en que
intervienen, en amplio equilibrio, el pensamiento, el sentimiento y la
voluntad; no como un acto en que el sentimiento se desborda como una
fuerza alocada. Amar implica reconocer la inteligencia como la base
insustituible del amor, ya que la falta de inteligencia mata siempre el
amor. No ama verdaderamente quien pierde totalmente el control de su
propia voluntad, o quien se deja arrastrar por el sentimiento como hoja
seca, sin dirección, ni control. Tampoco ama verdaderamente quien razona,
especula y calcula fríamente sobre el sujeto amado, sin el calor, ni la
pasión, ni la fuerza del sentimiento.
Amar implica apreciar que la voluntad de amar
está implícita en el verdadero amor; en el ejercer la voluntad de amar
todo lo que sea bueno y virtuoso, y de conminar a que otros hagan lo
mismo. Significa reconocer debidamente todo lo que hay de falso en la
declaración: “en el corazón no se manda”; pues de ninguna manera
podrá amarse lo que no es bueno; ni bajo el ejercicio de la propia
voluntad porque se resiste naturalmente el corazón, como porque se
quebranta el propio amor. Este sentimiento implica apreciar con plena
conciencia, que sí puede y debe inducirse la voluntad de amar lo que es
bueno y virtuoso. No obstante, no basta amar, es necesario ser amoroso. Ser amoroso es expresar el amor que se alberga
en nuestra conciencia; significa más que amar, proyectar nuestro amor;
poner atención y acuciosidad a las necesidades del ser amado y
manifiestamente, implica la necesidad de ser bondadoso, tierno, compasivo,
cariñoso, afectuoso, amable, cordial, gentil; pero sin dejar de ser
valiente. LA
VALENTÍA Valentía es la cualidad moral de superar el temor y el miedo para obrar con
determinación a favor del bien y la virtud. Es sobreponerse al afrontar
los riesgos o peligros que implique la lucha por salvaguardar el auténtico
bien o la justicia. Valiente es
aquel que, aún consciente de los riesgos o peligros que implica, en
cierto momento, la salvaguarda de valores o principios, se sobrepone al
temor. Es decir, quien no pierde de vista la razón de una lucha moral y
obra consecuentemente de la manera más conveniente a ella, superando toda
cobardía o pusilanimidad. Cobardía
es el defecto moral de abstenerse de obrar ante el temor y el miedo de
afrontar riesgos o peligros por encima de la obligación moral que convoca
tal desafío. Pusilánime es todo individuo falto de ánimo o valor para tolerar
la adversidad o para acometer grandes proyectos. Para que la valentía sea una virtud requiere
fundamentalmente de la razón, que es la que permite percibir la bondad,
así como del amor a esas cualidades para desarrollar por medio de ellas
la disposición de obrar a favor de la verdad, superando, por todo ello,
temores y miedos. Ser valiente implica razonar para reconocer el valor de
lo que ha de defenderse, los riesgos que implica dicha defensa, la
inevitable necesidad de afrontar dichos riesgos y, por supuesto, la
necesidad de vencer el temor. La voluntad juega un papel fundamental en la
determinación de obrar la virtud y desarrollar la valentía, por eso
implica comprender que esta se desarrolla en gran parte con el hábito de
ir enfrentando las dificultades sencillas que día a día se presentan en
la vida para ejecutar la virtud y para ponerse más firmemente de su lado,
hasta llegar a atreverse a enfrentar los peligros mayores que pudiera
entrañar respaldar la razón, la virtud y la justicia, ya que esta
cualidad no consiste solamente en vencer el miedo por medio de habituarse
al peligro, y mucho menos por medio de ofuscar la conciencia para no
considerar éste, sino que implica la plena conciencia de la consideración
de los valores y de los riesgos y peligros puestos en juego. Ser valiente implica enfrentar todo lo que
cause miedo, temor, espanto, terror o pavor, para procurar el bien y la
bondad. Miedo es la perturbación angustiosa del ánimo; de recelos o
aprehensión por la idea de sufrir un mal real o imaginario. Temor
es la pasión del ánimo de evitar las cosas que se sospechan
perjudiciales, peligrosas o dolorosas. Espanto
es todo miedo intenso y súbito que produce consternación. Terror
es todo miedo intenso y sobrecogedor. Pavor
es todo temor muy grande, acompañado de espanto o sobresalto. También
implica sobreponerse al temor para enfrentar y combatir todo aquello
terrible, tenebroso o monstruoso. Terrible
es todo aquello indigno y capaz de ser temido. Tenebroso
es todo aquello oscuro o cubierto de tinieblas. Monstruoso es todo aquello que quebranta el orden de la naturaleza,
ya sea en lo físico o en lo moral. Monstruo
es todo aquello, deforme, o excesivamente grande en su especie. Actuar debidamente con arrojo, con determinación,
decidido y resuelto ante las adversidades, son muestras de valentía. Arrojo
significa lanzarse a actuar de manera inmediata y espontánea, sin dar
lugar a consideraciones. Resuelto
es aquel que actúa de manera diligente y decidida, concluyendo en una
sola expectativa o meta los problemas, riesgos o peligros que haya tenido
que enfrentar. Decidido es aquel
que obra por convicción con seguridad y firmeza de ánimo. Determinado es aquel que obra con la expectativa de un fin claro y
específico. Desplegar debidamente aguante, entereza y
firmeza, son otras de las maneras de demostrar valentía. Aguante
es la cualidad de resistir la adversidad sin dejar de luchar y de
persistir en una causa o propósito. Entereza
es la cualidad de mantener la conciencia, la firmeza de ánimo y la
voluntad a favor de un propósito. Firmeza
es la cualidad de no variar los sentimientos, los pensamientos y la
voluntad a favor de un propósito. Para ser verdaderamente valientes se
deben desplegar estas cualidades con la conciencia de lo que es la bondad
y la pureza de los propósitos. Reconocer qué es la audacia, la osadía y la
temeridad implica ser valiente. Audacia
es la actitud de intentar las cosas a pesar de los riesgos o peligros.
Osadía es la actitud de actuar
pasando por alto riesgos o peligros. Temeridad
es la actitud de actuar sin medir riesgos o peligros. Sin embargo, ser
valiente no implica ser imprudente o torpemente audaz, osado o temerario. La valentía no es una virtud fundamental,
sino una virtud subordinada, pues superar el miedo para obrar lo malo no
tiene mérito moral alguno. Ser valiente implica ver que de nada vale la
valentía en una persona que quebranta ignorantemente la razón, la virtud
y la justicia; implica ver que la valentía no se reivindica sola, sino
por la validez de la causa que ella respalda y que la valentía va unida a
la sensatez para no correr riesgos innecesarios, ni eludir los
inevitables. No deja de ser valiente el que busca todo el apoyo y la
ventaja para la causa del bien que promueve, todo lo contrario, resulta
ser inteligente y sabio. Percibir la valentía sin un motivo válido es
privativo de la ignorancia, por eso, hay que saber darse cuenta de que la
valentía no nace de la falta insensata de temor a la pérdida de los
bienes materiales, de la salud, de la integridad física, de la vida o de
los valores morales. Ser valiente implica no arriesgarse torpemente, sino
no claudicar en el empeño de tratar de poner en alto todo lo que es
virtud, razón y justicia, afrontando los riesgos y peligros que nos
depare el destino. El que se considere verdaderamente valiente, no le hará
falta decirlo, sino demostrarlo en los momentos y las ocasiones que las
circunstancias lo sometan a prueba. Tampoco implica buscar erróneamente
condiciones que pongan a prueba nuestra “valentía” y “arrojo”. Para que la valentía sea una virtud ésta
debe estar a su servicio, ya sea por medio de la razón, del amor o de la
justicia. Por eso ser valiente implica no ponerse nunca del lado de la
ignorancia, el egoísmo, el fanatismo y la maldad; así como comprender
que si se está del lado del bien existe un preciado valor, pero del lado
del mal actúa como contravalor. Ser valiente implica comprender que
luchar por la virtud y la justicia, es antes que cuestión de valentía,
cuestión de sensatez e inteligencia; implica ver que por valiente que sea
una persona, con esa condición solamente no puede asegurar el triunfo de
la virtud y la justicia; así como darse cuenta que es más factible
alcanzar virtud, justicia y felicidad con sabiduría e inteligencia que
con arrojo y valentía. En fin, implica ver que generalmente suele ser de
mayor valor la persistencia que el arrojo. Por falta de solidaridad y respaldo moral se
pueden condenar tristemente a muchos valientes a morir inútilmente. La
valentía obviamente no es ningún escudo que haga invulnerable al
valiente, pero sí es una cualidad moral digna de los que la ponen a
prueba. Ser valiente es obligación moral de la sociedad entera para
mantenerse respaldando la virtud, sea la razón, el amor o la justicia;
implica apreciar que se trata de una condición de conciencia, no de
circunstancias, por lo que buscar el respaldo de todos, en solidaridad, no
hace cobarde al valiente. Ser valiente implica analizar honestamente de
manera profunda los más caros sueños, ideales o creencias, a riesgo de
que se desvirtúen, se quebranten o se derrumben, pues sostenerlos a
ultranza significa la pérdida del amor a la verdad y a la virtud misma;
implica preferir padecer el sufrimiento y la injusticia antes que generarlos o
cometerlos; arrostrar la soledad, el vituperio o la contraposición si
nuestro apego a la justicia lo exige u obligarse a hacer lo que debe
hacerse sin que el temor o el propio coraje nos desvíen de ello. Tener firmeza para castigar, reprimir o
destruir al irredento, al perverso y al impío, implica ya ser valiente,
pero si no nos enfrentamos a la calumnia de que se nos llame cobardes por
oponernos a una lucha errónea, inmoral o fratricida, entonces dejamos de
serlo, porque no es valiente quien lo parece porque nada tiene
verdaderamente valioso que perder, pues generalmente quien aprecia más
los auténticos valores y los posee tiene mayor razón para temer
perderlos.
El
espíritu con que abordamos estas tesis está penetrado por un humanismo
sin fronteras que potencia, por sobre todas las cosas, al hombre en búsqueda
perenne del bien, la bondad, la belleza, la virtud, el amor, la valentía
y la verdad. Sin estas cualidades, la moral no existe; sin embargo,
habría que preguntarse ¿cómo se expresa la moral a nivel de la
individualidad, de la personalidad? Para ello resulta imprescindible
comprender cómo la función activa del sujeto se expresa, entre otras
razones, en el valor que se le asigna a lo personal en el proceso de
regulación moral, y cómo la moral se integra en el sistema de regulación
de la propia personalidad del individuo. En realidad, los aspectos esenciales de la regulación moral están dados en la subjetividad individual. Es precisamente el sujeto individualizado el agente de la regulación moral y aunque la moral se encuentra condicionada objetivamente y su contenido posee un sentido histórico-social, no es posible perder de vista que la misma es una esfera de impulso interno subjetivo del hombre. Así, los valores configurados en los marcos de las relaciones sociales, se transforman en estímulos morales generadores de la actividad humana, solamente cuando son percibidos por los individuos como legado individual. Estas ideas, han perseguido la finalidad de expresar la amplitud, los matices y la diversidad de la subjetividad individual del valor.
Bibliografía Arreguí, J.V. (1988) El papel de la Estética
en la Ética. Revista Pensamiento. No 176. Vol. 44. Oct-Dic., Madrid. Bodei,
R. (1998): La forma de lo bello. Visor. Dis, S.A. Madrid, España. Bodei, R. (1998): “La verdad como proceso
y resultado aprehensivo humano”. En: Op. Cit., (37) pp. 25-46. Marx., C. (1975): Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844. edit.
Pueblo y Educación, La Habana, p. 114. Martí,
J. (1964):
“Emerson”. En: Obras Completas
t. 8, p. 289. Editorial Nacional, La Habana. Martí, J. (1963): “Prólogo al
poema del Niágara”. En: Op.cit., t. 7, pp. 230. Pupo, R. (s/f): El Ideal Unitario: Bondad,
Verdad y Belleza. (En Soporte Magnético).. Pupo, R. (1986): La práctica y la filosofía
marxista. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana. Pupo, R. (1990): “La comunicación como
intercambio de actividad”. En: del
propio autor. La actividad como categoría filosófica. Editorial
de Ciencias Sociales, La Habana. Vasconcelos, José (1945): “La sinfonía
como forma literaria”. En: El viento de Bagdad. Cuentos y ensayos. México Notas: [1]
Bodei, R. (1998): La forma de lo bello. Visor. Dis, S.A. Madrid,
España, p. 32. [2] Ibídem, p.35. [3] Marx., C. (1975):
Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844. edit. Pueblo y Educación,
La Habana, p. 114. [4] Ibidem, p. 120. [5] Martí, J. (1963): “Emerson”. En: Obras Completas t. 13. Editorial Nacional, La Habana, Cuba. pp. 25-26. [6] Ver Arreguí, J.V. (1988)
El papel de la Estética en la Ética. Revista Pensamiento. No 176.
Vol. 44. Oct-Dic., Madrid, pp. 439-453. [7] Pupo, R. (s/f): El Ideal Unitario: Bondad, Verdad y Belleza. (En Soporte Magnético). [8] Martí, J. (1963): Op. Cit., (5). [9] Ibídem. [10] Pupo Pupo, Rigoberto (s/f): Op. Cit., (7) en soporte magnético. [11] Sobre la verdad se ha escrito mucho. En la historia de la filosofía existen diversas concepciones y enfoques en torno a dicho problema. Una síntesis valiosa puede encontrarse en Abbagnano, N. (1963): Diccionario de Filosofía. Instituto cubano del libro, La Habana, pp. 1180-1185 y en Pérez Galindo, A. (1992): El devenir de la verdad. Editorial Biblos, Buenos aires Argentina. [12]Una concepción de esta naturaleza o coincidiendo con ella, está presente en la filosofía estética del mexicano José Vasconcelos, particularmente en su a priori especial que opera según ritmo, melodía y armonía. Para profundizar consultar de Vasconcelos, José (1945): “La sinfonía como forma literaria”. En: El viento de Bagdad. Cuentos y ensayos. México. [13] Ibídem. En: Op. cit., (12). [14] Ver de Pupo, R. (1986): La práctica y la filosofía marxista. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, Cuba. [15] Ver de Pupo, R. (1990):
“La comunicación como intercambio de actividad”. En: del
propio autor. La actividad como categoría filosófica.
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, Cuba. [16] Pupo Pupo, Rigoberto (s/f): Op. Cit., (7) en soporte magnético. [17] Martí, J. (1963): “Prólogo al poema del Niágara”. En: Op.cit., (5) t. 7, pp. 230. [18] Ver Bodei, R. (1998): “La verdad como proceso y resultado aprehensivo humano”. En: Op. Cit., (1) pp. 25-46. [19] En la conformación de estas ideas y de otras, presentes en esta tesis, influyeron mucho las conversaciones filosóficas, las sugerencias, ideas y la aportación de algunos trabajos de mi Tutor Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo. [22] Bodei, R. (1998): Op. cit., (1) p. 35. |
Jorge Valmaseda Valmaseda
De “Revelación Axiológica y Formación Humana”
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