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La filosofía en su historia y mediaciones 

12. Tendencias y corrientes fundamentales de la filosofía contemporánea
© 2008 Rigoberto Pupo Pupo 
Rita M. Buch Sánchez

Varios autores

Esta parte está integrada por trabajos de diversos autores, incluyendo ensayos y artículos del diccionario de Filosofía Herder, por las razones explicadas en la introducción del libro.

 

Antecedentes, contextos y fuentes teóricas de la Filosofía Contemporánea.

Reacción ante la Filosofía clásica alemana y su carácter   metafísico - especulativo. Crisis de la filosofía burguesa.

 

Sören Kierkegaard

 

Sören Kierkegaard (1813-1855), filósofo y teólogo danés, cuyo interés por la existencia, la elección y el compromiso individuales tuvo gran influencia en la teología y en la filosofía occidental modernas, sobre todo en el ámbito del existencialismo.

 

Sören Aabye Kierkegaard nació el 15 de mayo de 1813 en Copenhague. Su padre era un rico comerciante y un estricto luterano, cuya tenebrosa piedad, dominada por un sentimiento de culpa y fantasías morbosas, influyó y obsesionó a Kierkegaard durante toda su vida. Estudió teología y filosofía en la Universidad de Copenhague, donde conoció la filosofía de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, contra la que reaccionó con apasionamiento. En la universidad abandonó el protestantismo luterano y, durante un tiempo, llevó una extravagante vida social y se convirtió en una figura muy conocida en los teatros y cafés de su ciudad. Sin embargo, tras fallecer su padre en 1838, decidió retomar sus estudios teológicos. En 1840 se comprometió con Regine Olson, pero muy pronto se dio cuenta de su incapacidad para aceptar ese vínculo a causa de su naturaleza melancólica y de su vocación filosófica. Rompió el compromiso matrimonial en 1841, pero este hecho fue muy significativo para él y aludiría al mismo repetidas veces en sus libros. En esa época se dio cuenta de que no quería ser un pastor luterano. La herencia recibida de su padre le permitió dedicarse por completo al pensamiento filosófico y, durante los 14 años que vivió tras este episodio, redactó más de 20 obras. La tensión producida por sus escritos y las controversias en que participó, minaron poco a poco su salud; en octubre de 1855 se desmayó en la calle y falleció el 11 de noviembre de ese mismo año en Copenhague.  

 

El trabajo de Kierkegaard es, de modo intencionado, poco sistemático. Reúne ensayos, aforismos, parábolas, cartas ficticias, diarios y otras modalidades literarias. Muchos de sus ensayos fueron, al principio, publicados bajo seudónimos. Aplicó el término existencial a su filosofía porque consideraba a ésta como la expresión de la vida individual examinada con intensidad y no como la construcción de un sistema monolítico como el que realizara Hegel, cuyo trabajo criticó en Notas concluyentes no científicas (1846). Mientras que Hegel afirmaba haber conseguido un absoluto entendimiento racional de la vida humana y de la historia, Kierkegaard, por el contrario, resaltó la ambigüedad y la paradójica naturaleza de la situación de los hombres. Afirmaba que los problemas fundamentales de la existencia desafían una explicación racional y objetiva; la mayor verdad es subjetiva.

 

Kierkegaard mantenía que la filosofía sistemática no sólo impone una falsa perspectiva de la existencia humana, sino que también, al explicar la vida en términos de necesidad lógica, se convierte en una manera de evitar la elección y la responsabilidad. Creía que los individuos crean su propia naturaleza a través de su elección, que ha de hacerse sin el peso de normas universales y objetivas. La validez de la elección se puede determinar tan sólo de una forma subjetiva.

 

En su primer gran trabajo, O lo Uno o lo Otro (2 vols., 1843), describió dos esferas o ámbitos de existencia entre las que podía escoger el individuo: la estética y la ética. La vía estética de la vida es un hedonismo refinado que consiste en una búsqueda del placer y el cultivo de la apariencia y las formalidades. El individuo que ha seguido la vía estética busca la variedad y la novedad en un esfuerzo por evitar el aburrimiento pero al fin tiene que enfrentarse a éste y a la desesperación. El camino de la vida ética implica un intenso y apasionado compromiso con el deber y con obligaciones sociales y religiosas incondicionales. En sus últimos trabajos, como Estadios en el camino de la vida (1845), percibe en este sometimiento al deber una pérdida de responsabilidad individual y propone un tercer nivel, el religioso, en el que uno se somete a la voluntad de Dios pero, al hacerlo, encuentra la auténtica libertad. En Temor y temblor (1843) Kierkegaard se centra en el mandamiento de Dios según el cual Abraham ha de sacrificar la vida de su hijo Isaac (Gén. 22,1-19), un acto que viola las convicciones éticas de Abraham. Éste da muestra de su fe al someterse al mandato de Dios, incluso aunque no lo pueda comprender. Esta “suspensión de la ética”, como lo llamaba Kierkegaard, permite a Abraham alcanzar un auténtico compromiso con Dios. Para evitar la desesperación última, el individuo tiene que dar un “salto de fe” similar en una vida religiosa, que es en sí misma paradójica, misteriosa y se halla plagada de riesgos. Uno está llamado a ello por el sentimiento de la angustia (otro de los puntos básicos de su pensamiento, desarrollado principalmente en El concepto de la angustia, 1844) que, en última instancia, es un temor a la nada (Diccionario de filosofía en CD-ROM Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

 

Schopenhauer, Arthur (1788-1860)

 

Filósofo alemán, nacido en Danzig. De familia rica, durante los años 1800 y 1803-1804 y en plena adolescencia, emprende viajes, junto con su familia, por toda Europa. A la vuelta de sus viajes, y tras heredar, a la muerte de su padre en 1805, una fortuna que le permite vivir de rentas toda su vida, ingresa en la universidad de Gotinga para cursar medicina, carrera que cambia al segundo año por la de filosofía. Estudia también en Berlín donde asiste a las clases de Fichte y Schleiermacher; rechaza ya entonces la relación entre filosofía y religión y anota en el cuaderno de clase, frente a la afirmación de Schleiermacher de que nadie puede ser filósofo sin ser religioso, «nadie que sea religioso puede ser filósofo». Se aleja momentáneamente de Berlín para redactar su tesis doctoral, que defiende en 1813 con el título de La cuádruple raíz del principio de razón suficiente.

 

En 1819 aparece su obra más importante, El mundo como voluntad y representación; ninguna de estas dos obras le da fama como filósofo y en 1820 decide trasladarse a Berlín para dar clases. Las da, a propósito, a la misma hora que Hegel, a quien profesaba la más profunda aversión, y no constituyen sino un fracaso de oyentes. Por causa de la peste, abandona Berlín y, en 1833, se instala definitivamente en Francfort. Retirado de la docencia, sigue escribiendo y publica en 1836 Sobre la voluntad en la naturaleza y, en 1841, Los dos problemas fundamentales de la ética. Reedita su obra fundamental, El mundo como voluntad y representación, añadiéndole nuevos capítulos y nuevos improperios contra la filosofía de «los profesores de filosofía», a la que contrapone la suya propia, que considera filosofía de la verdad. En 1851, el cuidado estilo literario de Parerga y Paralipómena -extensa colección de aforismos sobre muy variados temas, de la que los Aforismos sobre la sabiduría de la vida son su libro más leído-, le procura la fama que, hasta el momento, se le había mostrado huidiza.

 

En su primer prólogo a El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer remite los orígenes de su filosofía a Platón, Kant y hasta las Upanishads. El punto de partida es la afirmación kantiana de que «el mundo es una representación mía», que significa que todo cuanto conocemos sucede y existe sólo en el fondo de la conciencia humana, donde el objeto se identifica con el sujeto. Tras esta afirmación de idealismo fundamental, la afirmación de cómo conoce el hombre el mundo en su conciencia: a través de las formas a priori del espacio, el tiempo y la causalidad; propiamente a través de la causalidad, que actúa sobre los conocimientos espacializados y temporalizados. Sobre ellos actúa la causalidad en sus cuatro formas distintas (devenir, conocer, ser y actuar), lo que da origen a las diversas clases de objetos del mundo.

 

El mundo así conocido no es más que fenómeno, apariencia, lo que la filosofía india llama «velo de Maya», no cosa en sí. A la cosa en sí puede llegar el hombre por medio de la voluntad, ésta es lo que el hombre en sí, la esencia del hombre, que se manifiesta en el cuerpo, por el cual el hombre es también mundo. En ella, además, ve la esencia de todas las cosas: por la voluntad, o por la vida, que hay en todo, se llega a la esencia misma de las cosas en sí. Su filosofía es, por lo mismo, una filosofía de la voluntad. A la voluntad podría también darle el nombre de impulso, energía o fuerza original, pero estos nombre remiten más bien al mundo del conocimiento y no al de la misma vida, cuya esencia ve bien simbolizada con el nombre de voluntad.

 

A la pregunta fundamental de la filosofía acerca de « ¿qué es el mundo?» responde Schopenhauer diciendo que es representación, fuerza y voluntad. Fuerza ciega y voluntad insatisfecha, aspiración, deseo, dolor, tragedia; tampoco la historia es racionalidad y progreso, sino ciego y engañoso azar. La liberación de la irracionalidad y la ceguera sólo es posible a través del arte (estado estético). La experiencia estética es, no obstante, sólo una liberación momentánea del dolor, el tedio y la insatisfacción de vivir. Hay otra fase, el estado ético, que se alcanza por la negación de la voluntad de vivir, origen de todo mal: exige primero la anulación de la propia individualidad egoísta y que impide la piedad y la compasión, y luego la ascesis que es negación y extinción de todas las manifestaciones de la voluntad, como en el nirvana budista o la ascética cristiana más rigurosa. Tras la negación de la voluntad, no queda sino la nada, que es lo que es el mundo.

 

El irracionalismo filosófico de Schopenhauer ha influido en filosofía y literatura; Kafka, Thomas Mann o Musil, en literatura, y Eduard von Hartmann, Bergson, Nietzsche y Freud, en filosofía, son deudores suyos (Diccionario de filosofía en CD-ROM Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

 

Nietzsche, Friedrich.(1844-1900)

 

Filósofo alemán, nació el 15 de octubre de 1844 en Röcken, en la Turingia, en el seno de una familia profundamente protestante (tanto sus abuelos como su padre fueron pastores protestantes). Él era el primogénito, pero tuvo una hermana, Elisabeth, que jugó un destacado papel en su vida. En 1849 murió su padre, y la familia se trasladó a Naumburgo, donde realizó sus primeros estudios. A partir de 1859 estudió en la prestigiosa escuela de Pforta (la misma en la que habían estudiado Fichte, Klopstock, Schlegel y Novalis), donde recibió una esmerada educación y comenzó a experimentar la influencia de Schopenhauer. Posteriormente estudió filología clásica y teología en Bonn durante el curso académico de 1864-1865, aunque abandonó la teología para dedicarse solamente a la filología clásica, cuyos estudios prosiguió en Leipzig, donde fue el protegido del eminente y prestigioso filólogo Ritschl, y donde trabó amistad con Erwin Rhode, que llegaría a ser otro eminente filólogo. Durante esta época se acentuó la influencia de Schopenhauer, y en 1868 conoció a Richard Wagner, con quien durante unos años estuvo unido por una estrecha amistad. También parece que fue durante este período que contrajo la sífilis, posible causa de su posterior enfermedad cerebral, aunque al parecer ya antes había experimentado problemas de salud. En 1869 fue nombrado profesor extraordinario en la Universidad de Basilea. Debido a sus méritos y a las alabanzas que Ritschl había hecho de su discípulo, la Universidad de Leipzig le concedió el grado de doctor sin necesidad de examinarse, basándose en sus publicaciones filológicas. En 1870 fue nombrado catedrático en la Universidad de Basilea de la que ya era profesor. Participó brevemente en la guerra franco-prusiana, aunque llevado por su antigermanismo, renunció a la ciudadanía alemana para nacionalizarse suizo. Durante estos años trabó amistad con el famoso historiador Burkhardt y con Overbeck. En 1872 publicó El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música, libro que fue recibido con entusiasmo por Wagner y Rhode, pero que fue duramente criticado por los filólogos más académicos. A partir de este momento, por presiones académicas, las clases de Nietzsche se fueron quedando sin alumnos. Entre 1873 y 1876 publicó sus Consideraciones intempestivas, que constan de cuatro textos críticos con la cultura europea contemporánea. También en 1873 escribió Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral, escrito que solamente fue publicado póstumamente, y en el que ataca el cientifismo y el positivismo. Entre tanto, en 1875, trabó amistad con el compositor Köselitz, a quien Nietzsche llamaba Peter Gast. Aunque Nietzsche había demostrado una gran admiración por Wagner -de quien esperaba el renacimiento del espíritu trágico griego-, y durante los años de Basilea pasaba muchas temporadas con este compositor y su familia en Tribschen (en la ribera del lago de Lucerna), a partir de 1876 empezó su distanciamiento. El enfriamiento de su relación se empezó a hacer patente en 1878 con la publicación de Humano, demasiado humano (que en 1880 se completó con El viajero y su sombra), texto en el que Nietzsche marca también sus diferencias con Schopenhauer. En 1876 obtiene una licencia por enfermedad, pues su salud se fue haciendo cada vez más precaria, y pasó el año en Sorrento. Aunque reanudó sus clases en 1877 tuvo que abandonar la docencia debido a sus problemas de salud y acogerse a una jubilación voluntaria. Por esta época, en la que ya estaba casi ciego, la ayuda de Peter Gast fue decisiva, puesto que le ayudaba a escribir, e incluso escribía directamente al dictado del filósofo. Probablemente el estilo aforístico de Nietzsche no es ajeno a esta enfermedad, ya que le era materialmente imposible escribir durante largos lapsos de tiempo. A partir de este momento su vida fue un constante viajar por diversas ciudades: Génova, Sicilia, Rapallo, Riva, Sils María, Roma, Marienbad, Niza, Naumburgo, Turín, etc. (En general, pasaba los inviernos en Italia y el sur de Francia, y los veranos en las zonas alpinas). En 1881 publicó Aurora, pensamientos sobre los prejuicios morales, y en 1882 publicó La gaya ciencia, obras en las que efectúa una crítica de la religión, la metafísica y la moral. Por esta época conoció en Roma a Lou Andreas von Salomé, de la que se enamoró y, aunque no fue correspondido, siguió manteniendo con ella una larga relación de amistad. Entre 1883 y 1885 publicó su monumental obra: Así habló Zaratustra; en 1886, Más allá del bien y del mal y al año siguiente, La genealogía de la moral. Entre tanto su hermana Elisabeth se casó con un notorio antisemita y racista llamado Förster. En 1888 Nietzsche publicó El caso Wagner, Nietzsche contra Wagner y Ditirambos de Dionisos, y en 1889, El crepúsculo de los ídolos. En este año sufrió un ataque en Turín, del que ya no se repondría. Trasladado a un hospital se le diagnosticó «reblandecimiento cerebral». Permaneció un tiempo ingresado en Basilea, después le trasladaron, primero a Jena junto con su madre y después de la muerte de ésta en 1897, a Naumburgo y Weimar donde estuvo cuidado por su hermana y por Peter Gast. Hasta su muerte, acaecida el veinticinco de agosto de 1900, permaneció completamente mudo y prácticamente inactivo, limitándose a la redacción de unas pocas cartas, escritas en los primeros días después de su ataque, que mostraban signos de una grave enfermedad mental. Nietzsche había dejado algunas obras listas para publicar: El Anticristo: maldición al cristianismo; Ecce Homo -texto autobiográfico- y un conjunto de apuntes manuscritos, todavía sin preparar ni revisar para ser publicados, cuyo título genérico era La Voluntad de poder. La publicación de estos escritos estuvo mediatizada por su hermana, quien los falsificó suprimiendo partes enteras que desvirtuaban su significado, destacando aquellos aspectos que luego serían reivindicados por la barbarie nazi. De hecho, en 1934 se celebró un solemne acto de conmemoración del noventa aniversario del nacimiento de Nietzsche en el que estuvo presente el mismo Hitler, lo que muestra hasta qué punto varias de las tesis nietzscheanas -falsificadas por su hermana- estuvieron apoyadas por el nazismo. Después de la Segunda Guerra Mundial y de la división de Alemania en dos, el archivo Nietzsche (ubicado en Weimar) pasó a depender de la República Democrática Alemana, y solamente pudo empezar a ser consultado a partir de 1954. En base a estos archivos, Karl Schlecta, que examinó la obra completa de Nietzsche, demostró en 1956 las falsificaciones y manipulaciones del pensamiento nietzscheano. A partir de 1964 empezó la edición crítica de sus obras a cargo de los filósofos G. Colli y M. Montinari, que solamente han empezado a ser conocidas íntegramente a partir de 1967.

 

 

La filosofía de Nietzsche.

 

El conjunto de la filosofía de Nietzsche es, por una parte, una crítica radical a los fundamentos de la cultura occidental basada en una metafísica, una religión y una moral que han suplantado e invertido los valores vitales; por otra parte, es un intento de superación de esta cultura a la que califica como producto del resentimiento contra la vida. Por ello debe verse en Nietzsche, no sólo un perspicaz crítico y «psicólogo» (a menudo se refería Nietzsche a sí mismo con este calificativo), sino que su pensamiento también intenta una superación de la decadencia y del resentimiento de la cultura que critica. En este empeño suelen distinguirse tres períodos que caracterizan el desarrollo de su pensamiento: a) El primer período va hasta 1883, pero dentro de él pueden todavía señalarse dos etapas, la primera de las cuales (hasta 1876) se caracteriza por una labor de interpretación crítica de la cultura muy influida por Schopenhauer y por Wagner. De Schopenhauer tomó la noción de fenómeno como representación cuya raíz estaría en la voluntad; de Wagner, al que durante esta primera etapa consideró como un regenerador del pathos trágico clásico, tomó el entusiasmo creador y el proyecto del arte total. La obra más representativa de esta primera etapa es El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música (1872). En dicha obra examina no sólo el origen de la tragedia (lo que sería tema para un filólogo), sino los aspectos generales que han dado lugar al nacimiento de la cultura occidental, que analiza a partir de dos categorías complementarias de análisis estético: lo apolíneo y lo dionisíaco. Lo apolíneo es lo que da lugar a la figura, al orden, a la medida y la razón (y se expresa fundamentalmente en la epopeya y en la escultura); lo dionisíaco expresa la embriaguez, la desmesura, la renovación, la fuerza, la vitalidad, el ímpetu (y se expresa fundamentalmente en la música y en la poesía lírica). Pero la fuerza, la profundidad y la grandeza del arte griego antiguo proceden de la íntima unión de estos dos aspectos. Tal es el caso de la tragedia, que posee un elemento apolíneo (lo escénico, lo figurativo) y un elemento dionisíaco (el coro, la música). No obstante, esta unidad se romperá a partir de Sócrates, cuya filosofía es la artífice del sometimiento de la vida a la razón; de lo dionisíaco a lo apolíneo y, por tanto, de la disolución de los dos aspectos, ya que en la cultura antigua ambos eran correlativos. De ahí surge la base degradada de la cultura occidental y de la metafísica, que pone el mundo real del devenir en función de un falso mundo estático y suprasensible; que pone la vida en función de la razón, en lugar de poner la razón al servicio de la vida y convierte lo real en aquella copia de una pretendida realidad «más verdadera» que, según Nietzsche, ya había denunciado Heráclito. La segunda etapa dentro de este período está más marcada por los intereses científicos de Nietzsche, que se interesa por las ciencias positivas (física, biología, antropología, astronomía y paleontología), y en la que desarrolla finos análisis psicológicos y defiende a los que él llama los espíritus libres, en la tradición de los pensadores ilustrados (como Voltaire, por ejemplo), que se rebelan contra un mundo atenazado por los prejuicios. A pesar de su interés por las ciencias, Nietzsche combate especialmente el cientificismo, aliado de la metafísica y de la inversión de los valores, al sustentar como verdad objetiva un hipotético orden eterno que la ciencia puede descubrir. Este orden eterno es el que se fija en el lenguaje conceptual que se pretende inequívoco y que aprisiona el pensamiento en conceptos acabados, fijos o estáticos, creadores de trasmundos eternos. (Esta será una tesis generalmente compartida por los autores vinculados a la corriente llamada vitalismo, en la que generalmente se encuadra a Nietzsche. También Bergson proclamaba esta misma crítica al cientificismo y al positivismo). En esta etapa Nietzsche se distancia de su primera actitud excesivamente esteticista y comienza a desmarcarse de Schopenhauer y de Wagner, cuyo Parsifal le desagradó profundamente y lo consideró como una recaída en el cristianismo. Las obras de Nietzsche más características de esta época son: Humano, demasiado humano (1878) -en que comienzan a aparecer los temas que desarrollará posteriormente-, Aurora (1881) y La gaya ciencia (1882). En conjunto, este período está marcado por la crítica a la racionalidad socrática, desarrollada por el platonismo y por la tradición judeo-cristiana. La tarea que se propone Nietzsche es la de destruir el edificio de la metafísica, la religión y la moral basadas en la inversión de los valores. Por ello, dice de sí mismo que es dinamita, o que hace filosofía con el martillo, pues ataca los cimientos mismos que surgen del socratismo y el platonismo, corrientes a partir de las cuales la virtud se coloca del lado de la representación, y se declara que la idea es lo auténticamente real, contra el instinto, contra el sentimiento y contra la vida. Es decir, aparece el nihilismo (en un sentido negativo, como negación de lo verdadero que caracteriza a la metafísica y la cultura occidental), que se desarrolla y se amplifica con el cristianismo: la negación de la vida, el desprecio hacia el cuerpo y el concepto de pecado.b) El segundo período está marcado por la aparición de Así habló Zaratustra, la obra más importante, en la que reemprende la crítica de la metafísica, la moral y la cultura de occidente, y formula sus grandes tesis: el nihilismo, la transmutación de los valores, la doctrina de la voluntad de poder, del eterno retorno y la del superhombre, y en el que elabora una visión que pueda conducir a la superación del espíritu de venganza o del resentimiento contra la vida que ha engendrado la metafísica occidental y su gran aliada: la religión (especialmente el cristianismo, al que califica de platonismo popular, moral de esclavos y metafísica de verdugos). El Zaratustra toma este nombre del mítico moralista persa, que en esta obra aparece como el alter ego del mismo Nietzsche que predica el inmoralismo, entendido como la patentización de la inversión de los valores y manifestación de la necesidad de su transmutación. A su vez, todo el libro está escrito como una parodia de los escritos religiosos, especialmente de los evangelios, apareciendo Zaratustra como la figura opuesta a Cristo.

 

La muerte de Dios

 

Ya en La gaya ciencia aparece el tema de la muerte de Dios, que representa el fin de toda concepción idealista y el fin de la metafísica occidental, y que Nietzsche retoma en el Zaratustra. La frase «Dios ha muerto» (que fue Hegel el primero en utilizar), representa para Nietzsche la negación de todos los trasmundos inventados por la religión, gran mentira que convierte la vida en una mera sombra. La idea de Dios, entendida como el fundamento del mundo verdadero, es la gran enemiga. El espíritu libre es aquél que es capaz de perderle el respeto, capaz de asumir que «Dios ha muerto», es decir, capaz de asumir que se debe acabar con el «mundo verdadero» (lo que también significa acabar con la dicotomía entre mundo verdadero y mundo de las apariencias), acabar con la metafísica y aceptar que nada debe ponerse en su lugar (de nada serviría sustituir la idea de Dios por las de humanidad, ciencia, racionalidad, técnica u otros sustitutos. Como más tarde diría Ortega: de nada vale matar al príncipe para entronizar en su lugar al principio).

 

El último hombre, el superhombre y el nihilismo

 

Pero la muerte de Dios, que es un hecho histórico consumado fruto de un largo proceso de laicización, puede engendrar un movimiento ambiguo: por una parte, es la condición del nacimiento del superhombre pero, por otra parte, es también la condición de la aparición del último hombre. Este último, es ese «pulgón inextinguible» que es el más duradero y el más despreciable, aquél que se contenta con un mero pragmatismo, cientificismo o tecnocracia; el que ha sustituido a Dios por su comodidad, el que ya no es capaz de despreciarse a sí mismo y cree que ha inventado la dicha; un hombre cuya vida, sin Dios, carece de sentido, y que representa la ruina de la civilización y es la culminación de la decadencia. Asumir la muerte de Dios implica saber que se está sin brújula, sin valores. Esto es el nihilismo que, en su aspecto negativo, es el movimiento histórico propio de la cultura occidental en cuanto cumplimiento de la esencia de la metafísica, que había puesto lo verdaderamente ente como un más allá y, por tanto, conduce a una aniquilación de los valores vitales. Pero, por otra parte, en la medida en que se muestra que no hay realmente valores fundados fuera de la vida, el nihilismo es positivo, pues sólo en ausencia de todo valor se hace patente la necesidad de distanciarse de los antiguos valores y acometer su transvaloración. El reconocimiento pleno de la ausencia de sentido es la condición para que pueda surgir un sentido, para que pueda surgir la presencia del devenir que no ha de justificarse fuera de sí. Esta es la base que permite la aparición del superhombre: un dios terrenal capaz de recuperar los predicados divinos para el hombre. El superhombre es el que asume con todas sus consecuencias la muerte de Dios y no lo sustituye por otros valores (la ciencia, el Estado, la comunidad, la técnica, etc.), sino que asume plenamente la vida. En este sentido, es propiamente el más fuerte, el más noble, el señor, el legislador, el auténtico filósofo, en cuanto que no precisa de unos falsos valores; es el que supera la prueba del eterno retorno. Es el creador de «otro sentido», no meramente el inversor del sentido de lo decadente, sino creador de nuevos valores, razón por la que aparece como un demente para los últimos hombres. El superhombre es el capaz de superar y transvalorar los valores reactivos y contrarios a la vida que han caracterizado la historia de la cultura de occidente. No se trata, pues, de un hombre biológica o racialmente superior, sino que el superhombre, que es «el sentido de la tierra», es el más real de los hombres, el que se opone al «último hombre», es decir, el que se opone al hombre caracterizado por el resentimiento contra la vida. En la medida en que «el hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el superhombre», este último es solamente anunciado, ya que actualmente vivimos la etapa del último hombre. El proceso de generación del superhombre es el que expone Nietzsche en la metáfora de las tres transformaciones: el camello, que toma sobre sí la pesada carga de la moral invertida, se transforma en león, que critica la moral del deber-ser, para transformarse a su vez en un niño, creador espontáneo de su propio juego. Los nuevos valores no son conmensurables con los establecidos ni con ningún criterio externo a ellos mismos, pues ellos son precisamente la nueva norma.

 

La voluntad de poder

 

La muerte de Dios como reconocimiento de ausencia de sentido es la condición para que pueda surgir la presencia del devenir que no ha de justificarse fuera de sí por ningún sentido trascendente. Esta nueva perspectiva, que es la del superhombre, es la que se expresa como voluntad de poder o esencia de la vida, y como pluralidad de perspectivas. De ahí que, metafóricamente, Nietzsche defienda al politeísmo, ya que es expresión de pluralidad contrapuesta al ideal de unidad del monoteísmo. Pero la voluntad de poder de Nietzsche se opone a la mera voluntad de vivir de Schopenhauer (ver texto ). Para este último autor la voluntad (de vivir) es un ciego impulso cósmico irracional que domina toda la naturaleza y se manifiesta en todos sus dominios, persiguiendo solamente su perpetuación. Por ello, Schopenhauer considera la necesidad de apartarse de este impulso y renunciar a él a la manera del ascetismo budista. Para Nietzsche la posición pesimista de Schopenhauer es todavía expresión de una actitud reactiva y resentida contra la vida. El impulso vital es expresión de la voluntad de poder, que siempre aspira a más. La vida, entonces, es un caso particular de este vasto impulso que es la voluntad de poder, concebido por Nietzsche, a la vez, como biológico, orgánico y -en la medida en que la cultura no sea ya reacción contra la vida- expresión de la consumación y superación del nihilismo. Toda fuerza impulsora es voluntad de poder que, en este sentido, es la esencia misma del ser, y que, como principio afirmador, está situado más allá del bien y del mal. Esta noción, pues, carece de cualquier clase de connotación política. No se trata de un deseo de poder político, o de un afán de dominio social, sino que expresa solamente el dinamismo del cual la vida es su manifestación, no sometido a ningún poderío exterior, a ningún dios, ni a ningún valor superior al de la propia vida. La voluntad de poder no consiste en ningún anhelo ni en ningún afán de apoderarse de nada ni de dominar a nadie, sino que es creación; es el impulso que conduce a hallar la forma superior de todo lo que existe y afirmar el eterno retorno, que separa las formas superiores, afirmativas, de las formas inferiores o reactivas.

 

La verdad y el devenir

 

La realidad aparece como devenir y perspectiva. Contra la ontología estática que veía el devenir como apariencia, y contra la concepción de la verdad de la metafísica, aparece la voluntad de poder: el mundo como cambio, como proceso; la verdad como lo que favorece la vida. La verdad, tal como es entendida por las ideologías y la metafísica, no existe. Toda verdad es interpretación, y la propensión a considerar alguna proposición como verdadera es más bien fruto de una mejor correspondencia, no con el ser de las cosas, sino con las condiciones sociales y psicológicas que nos dominan, pues la misma conciencia a la que se impone esta verdad, ya es fruto de influencias sociales y culturales. Por ello, en contra de la visión religiosa y metafísica del mundo, la verdad es solamente lo que favorece la vida (tesis que, en cierta forma, se asemeja a la sustentada por algunas formas de pragmatismo, corriente no alejada de las tesis vitalistas). El devenir no se puede apresar con los conceptos del entendimiento, sólo se deja entender mediante alusiones, con aforismos y metáforas, ya que los conceptos pretenden explicar una multiplicidad que nunca es igual: son la manifestación de la parálisis del entendimiento que no puede captar el devenir. La capacidad de asumir plenamente el nihilismo es lo que caracteriza al superhombre, y la prueba que éste debe pasar es la del eterno retorno de lo mismo.

 

El eterno retorno.

 

El tema del eterno retorno lo desarrolla Nietzsche en el capítulo del Zaratustra titulado De la visión y el enigma. Según él mismo, se trata de su pensamiento «más profundo», y también del más difícil de captar, ya que el tratamiento que da Nietzsche de este tema es bastante ambiguo. El «eterno retorno de lo mismo» no significa, al modo de las antiguas cosmologías que predicaban la doctrina del gran año, la repetición de las cosas individuales, aunque en los textos conocidos como La voluntad de poder formula su tesis como si se tratase de una doctrina cosmológica (al suponer que el número de átomos y la cantidad de energía que forman el mundo son finitos y, al ser el tiempo infinito, sólo son posibles un número determinado de combinaciones, por lo que el estado actual debe repetirse infinitas veces. Pero más bien debe entenderse (especialmente, en El gay saber (Gaya ciencia) y en el Zaratustra) como doctrina moral: es el sí trágico y dionisíaco a la vida pronunciado por el propio mundo, unido a la noción del amor fati. Esta doctrina moral o, mejor, prueba selectiva moral, supone una importante reflexión sobre el tiempo que Nietzsche expone de forma metafórica. Contra el sentimiento de un tiempo destructor y aniquilador (representado en el Zaratustra por un enano o «espíritu de la pesadez») de las potencialidades de la voluntad de poder, Nietzsche reivindica la destrucción del sentido trascendente del tiempo lineal judeo-cristiano (un tiempo orientado hacia un fin que trasciende cada uno de sus momentos). Esto supone una crítica profunda de la oposición habitual entre pasado y futuro: el instante no es un simple tránsito desde un pasado hacia el futuro, sino que en él mismo se muestra el tiempo eterno. Pero esto tampoco supone afirmar la circularidad del tiempo, como acaba confesando el enano del Zaratustra: «todas las cosas derechas mienten, murmuró con desprecio el enano. Toda verdad es curva, el tiempo mismo es un círculo», ya que dicha circularidad, sin más, implica el hastío y la parálisis, en la medida en que tiende a la plena determinación (ya que todo cuanto sucede debe volver a suceder). Por ello, Zaratustra tampoco acepta la mera concepción cíclica del tiempo, que todavía se basa en categorías de análisis tomadas del transcurso temporal fragmentador. El eterno retorno es el fin de toda finalidad trascendente: tanto de un fin en sentido escatológico -como el predicado por las religiones que hablan de un juicio final-, como del fin de una conflagración universal al final del ciclo del gran año. Este pensamiento Nietzsche lo expone, nuevamente, de manera metafórica, en el capítulo titulado De la visión y el enigma, en el que Zaratustra tiene una visión en la que aparece la figura de un pastor atenazado por una serpiente, y ante cuya situación el mismo Zaratustra le conmina a morder la cabeza de la serpiente. El pastor está aterrorizado y paralizado por el asco, pero cuando finalmente corta la cabeza de la serpiente con sus propios dientes se libra de la opresión. Esta imagen representa la liberación tanto de lo opresivo de un tiempo que está en función de un eschaton, como la de la opresión del tiempo circular que produce hastío; y la decisión de morder la serpiente es la representación de afrontar valientemente lo vital. La repetición de lo mismo, si es realmente de lo mismo es lo equivalente a afirmar que no se repite, pues en la repetición lo mismo no sería lo mismo. Por ello significa que cada instante es único, pero eterno, ya que en él se encuentra todo el sentido de la existencia. Es por esto que la doctrina del eterno retorno no es descriptiva, sino prescriptiva: el eterno retorno debe instituirse por medio de una decisión humana para que realmente cada momento posea todo su sentido. El resentimiento contra la vida nace de la incapacidad de asumirla plenamente, y asumirla plenamente es aceptar que todo lo que fue, fue porque así lo hemos querido, es decir, querer el eterno retorno. Desde esta perspectiva, la concepción nietzscheana del eterno retorno ha sido considerada por Gilles Deleuze como la base para la   plena inversión del platonismo.

 

c) El tercer período de la filosofía nietzscheana es el que corresponde a la etapa posterior al Zaratustra, en el que prosigue las mismas líneas, pero con carácter más amargo, más centrado en la crítica de la moral y la necesidad de la transvaloración de todos los valores. Las obras más representativas de este período son: Más allá del bien y del mal (1886), La genealogía de la moral (1887) y El crepúsculo de los ídolos (1889). En estas obras Nietzsche prosigue la crítica a la tradición emprendida por Sócrates que considera que debe explicar lo verdaderamente ente a partir de «lo verdadero», «lo bello», «lo bueno», es decir, a partir de un hipotético verdadero ser contrapuesto al falso mundo de las apariencias; que pone lo suprasensible como condición de lo sensible, que pone el ser más allá del ser; que pone a lo Uno como condición de lo Múltiple, es decir, que sitúa a Dios como fundamento. Esta metafísica se caracteriza, según Nietzsche, por la venganza o el resentimiento contra la vida, que se manifiesta tanto en el pesimismo, como en la moral, en la ontología o en la epistemología. En la moral, porque ha engendrado unos falsos valores que proceden de la negación radical del valor de lo sensible, y los ha puesto en función de lo suprasensible más allá de la vida, es decir, en función de la muerte; en la ontología, porque sitúa la verdadera realidad más allá de la realidad verdadera del devenir; en la epistemología, porque pretende conocer mediante conceptos del entendimiento que sólo pueden conocer lo inerte, lo inmóvil, lo fragmentario, porque son presas de unas estructuras gramaticales que tienden a convertir en estático todo lo que es dinámico. Especialmente importante es su crítica de la moral, a la que considera profundamente antinatural al alzarse contra los instintos primarios de la vida y promulgar falsos valores (la modestia, la pobreza de espíritu, etc.) que tienen en el cristiano sermón de la montaña su mejor ejemplificación. La base filosófica de este resentimiento contra la vida, aunque fue instaurada por Sócrates, encuentra en el platonismo su mejor formulación, y en el cristianismo (religión de débiles y esclavos que ponen su vida en función de otra vida futura que es negación de la vida auténtica, una religión que es una metafísica de verdugos) a su mejor difusora. En La genealogía de la moral, además de inaugurar el método genealógico en filosofía, Nietzsche rastrea los orígenes de los prejuicios morales fundamentales de nuestra cultura, examinando nociones como las de «bueno», «malo», «mala conciencia», «culpa», etc. Así, por ejemplo, lo «bueno», en su origen significaba lo noble, lo fuerte y espontáneo, se fue transformando, por mediación de la casta sacerdotal -los peores enemigos- llena de resentimiento, en todo lo contrario. De noble y fuerte, «bueno» pasa a significar resignación, debilidad, pobreza de espíritu. Es la base de una moral de esclavos, débiles, enfermos y resentidos contra la vida, culpabilizadores y culpabilizados que ensalzan la autonegación.

 

Nietzsche: uno de los «maestros de la sospecha»

 

A pesar de las grandes diferencias que los separan, se ha señalado una afinidad entre los pensamientos de Marx, Nietzsche y Freud, ya que los tres, desde tres perspectivas distintas, muestran la insuficiencia de la noción fundante de sujeto, que había sido el punto de partida sobre el cual (en base al modelo del cogito cartesiano), se había elaborado la filosofía moderna. Tanto Marx (que opone a la noción clásica de conciencia como ser del hombre, la noción de hombre concreto que trabaja y produce su propia realidad en un determinado modo de producción), como Freud (que recusa la idea de conciencia como determinante de la conducta humana, que está más bien regida por el inconsciente), como Nietzsche, que denuncia la falsedad de los valores que fundan la noción misma de sujeto, coinciden en señalar que, más allá de dicha noción clásica de sujeto se esconden unos elementos condicionantes, lo que permite sospechar (Diccionario de filosofía en CD-ROM Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

 

Positivismo

 

En general, aquella actitud teórica filosófica que sostiene que el único auténtico conocimiento o saber es el saber científico. Le caracteriza una actitud crítica ante la filosofía tradicional, en especial la metafísica, y afirma que también la filosofía ha de ser científica. Para ello, el «espíritu positivo» es fiel a unos principios orientativos o reglas (L. Kolakowski), que se mantienen en todas las filosofías positivas de las diversas épocas: la regla ontológica del fenomenismo, según el cual la realidad se manifiesta en los fenómenos, obliga a rechazar cualquier concepción de una esencia oculta más allá de los fenómenos; la regla del nominalismo, según la cual el saber abstracto no es saber de cosas en sí o universales, sino de meras cosas individuales generalizadas; la regla que obliga a renunciar a juicios de valor y a enunciados normativos, en cuanto carentes de sentido cognoscitivo y, finalmente, la regla de la unidad del método de la ciencia, según la cual cabe pensar en un solo ámbito del saber, reducible a la observación y a la experiencia, en definitiva a una única ciencia, preferentemente la física.

 

La principal aportación de Comte al positivismo es la idea de que la realidad humana es social y también ella debe poder ser conocida científicamente. A la ciencia que estudia esta realidad como síntesis de todos los conocimientos humanos llamó Comte «sociología». Este positivismo sociológico, junto con el positivismo biológico de Claude Bernard, la ética positivista de John Stuart Mill y el positivismo evolucionista de Herbert Spencer son los principales representantes del espíritu positivo europeo del s. XIX. En el último cuarto del siglo pasado, el empiriocriticismo de Mach y Avenarius defiende la necesidad de una filosofía científica y, en el período que transcurre entre los años veinte y los treinta de este siglo, tras la primera guerra mundial, se desarrolla el denominado positivismo lógico, empirismo lógico o neopositivismo. Este neopositivismo, que representa la tradición positivista germánico-austríaca, y que cristaliza en torno al llamado Círculo de Viena, cuyos representantes más destacados son M. Schlick, R. Carnap, C. Hempel y O. Neurath, además de inspirarse en Hume, Comte y Mach, se distingue del positivismo del s. XIX por centrar su estudio, no en los hechos, objeto de las ciencias naturales, sino en el análisis lógico del lenguaje. Su característica más positivista es, sin embargo, el criterio empirista del significado, o principio de verificación, según el cual sólo tienen significado, y producen conocimiento, por tanto, aquellos enunciados que son susceptibles de verificación, esto es, aquellos para los cuales existe un método de comprobar si son verdaderos o falsos. El Círculo de Viena propugna, además, la tesis de la unidad de la ciencia, o de la ciencia unificada y, por lo menos algunos de sus miembros sostienen también la afirmación, propia de Comte, de que la sociología ha de seguir los mismos métodos que las ciencias de la naturaleza; esta afirmación constituye el núcleo del llamado «positivismo sociológico» (Diccionario de filosofía en CD-ROM Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

 

Fenomenología

 

  En sentido general y etimológico, descripción de lo que aparece a la conciencia, el fenómeno. El uso filosófico del término lo inicia J.H. Lambert (Nuevo Organon, 1764), como «doctrina de la apariencia», o del verdadero conocimiento sensible, en oposición a «la doctrina de la verdad». Hegel ahonda el sentido del término y lo aplica al camino vivencial que recorre la conciencia hasta llegar al saber absoluto o ciencia; lo describe como el «devenir de la ciencia en general o del saber» y lo define como «ciencia de la experiencia de la conciencia» (ver cita). Pero, en sentido propio y usual se entiende por fenomenología la teoría filosófica de Edmund Husserl, tal como la presenta sobre todo en Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica (1913), y de las escuelas de fenomenólogos que -con divergencias- le siguen y a las que da origen durante su paso por las universidades de Gotinga y Friburgo: sobresalen, entre ellos, M. Scheler, D. von Hildebrand, H. Conrad-Martius, A. Koyré, E. Fink, L. Landgrewe y Martin Heidegger. Más adelante, tras su viaje a París y las conferencias en la Sorbona, en 1929, sus teorías se difunden por Francia y otros países: se adhieren a la fenomenología, en Francia J.-P. Sartre, M. Merleau-Ponty, P. Ricoeur y E. Levinas, en Italia A. Banfi, que publica «Studi filosofici», revista que publica investigaciones fenomenológicas y, en los EE.UU., G. Gurwitch y M. Farber; este último publica y dirige «Philosophy and Phenomenological Research». En su orientación clásica, tal como la entiende Husserl, que la llama fenomenología trascendental, es el método que permite describir el sentido de las cosas viviéndolas como fenómenos [noemáticos] de conciencia. Lo concibe como una tarea de clarificación para poder llegar «a las cosas mismas» partiendo de la propia subjetividad, en cuanto las cosas se experimentan primariamente como hechos de conciencia, cuya característica fundamental es la intencionalidad. No se trata de una descripción empírica o meramente psicológica, sino trascendental, esto es, constitutiva del conocimiento -de sentido- de lo experimentado, porque se funda en los rasgos esenciales de lo que aparece a la conciencia. El método fenomenológico se lleva a cabo según una sucesión de pasos; los más importantes son los siguientes: 1. Reducción fenomenológica: consiste en «poner entre paréntesis», a modo de una suspensión de juicio (epokhé), lo que Husserl denomina la «actitud natural»: creencia en la realidad del mundo, cuestionamiento de si lo percibido es real, supuestos teóricos que lo justifican, afirmaciones de las ciencias de la naturaleza, etc. El resultado de esta reducción o epokhé es que no queda sino el «residuo fenomenológico», a saber, las vivencias o fenómenos de la conciencia, cuya estructura intencional presenta dos aspectos fundamentales: el contenido de conciencia, nóema, y el acto con que se expresa este contenido, nóesis.2. Reducción eidética: la realidad fenoménica, por una libre consideración de todas las posibilidades que la razón descubre en ella, pierde las características individuales y concretas y revela una esencia constante e invariable. La razón pone entre paréntesis todo lo que no es fenómeno y, del fenómeno, todo lo que no constituye su esencia y su sentido, su forma o su idea (eidos): intuición o reducción eidética. La ciencia de estas esencias, y su descripción, es la tarea fundamental de la fenomenología.3. Reducción trascendental: resultado de la reducción fenomenológica no es sólo la aparición de «lo que se da a conocer a la conciencia» (los nóemas), sino también el que todo «es conciencia» (noesis); esta unidad de nóema y noesis configura la unidad de conciencia, o la subjetividad; esto es, el sujeto trascendental. De esta conciencia trascendental, surge el mundo conocido.4. Mundo e intersubjetividad: en la misma conciencia está ya presente el mundo, porque de la misma manera que no hay conciencia sin sujeto tampoco la hay sin mundo. La fenomenología lleva metódicamente, a través de los nóemas, al descubrimiento y análisis de los objetos del mundo (cosas, animales, psiquismos) y al descubrimiento y análisis de los demás, los otros -inicialmente también puestos entre paréntesis-, como sujetos igualmente conscientes, con los que construimos(intersubjetivamente) el sentido del mundo o un mundo «común» para todos nosotros. La fenomenología no es simplemente un método para llegar a una actitud filosófica desde el abandono de la actitud natural; Husserl la considera la «ciencia de las esencias» y la identifica con un «idealismo trascendental». Por ello es, como sucede con la filosofía trascendental de Kant, no sólo una crítica del conocimiento, sino también una fundamentación del saber: Husserl cree que todos los conceptos fundantes de los diversos ámbitos científicos deben ser hallados y elucidados (esto es, descritos a priori) mediante el análisis fenomenológico. Esta ciencia a priori de todos los conceptos fundamentales puede considerarse, en opinión de Husserl, el fundamento de las demás ciencias y la ciencia universal que buscaba Descartes (Diccionario de filosofía en CD-ROM Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

 

El vitalismo. Bergson, Henri-Louis (1859-1941)

 

Filósofo vitalista y espiritualista francés. Nació en París, de madre inglesa y padre exiliado polaco de origen judío. Cuando era joven demostró aptitudes tanto para las disciplinas humanísticas como para las científicas (ganó varios concursos de matemáticas), pero decidió estudiar filosofía en la École Normale Supérieure, con E. Boutroux y L. Ollé-Laprune. Ejerció como profesor de enseñanza secundaria en varios Liceos: en Angers, en el Liceo Blaise Pascal de Clermont-Ferrand y en París. Los años de estancia en Clermont-Ferrand fueron definitivos para la maduración de sus tesis y para la continuación de la recepción de la influencia tanto del empirismo inglés (especialmente de Hume) y del evolucionismo de H. Spencer, como del espiritualismo francés de Maine de Biran, J. Lachelier y Ravaison (a quien más tarde Bergson sustituyó como miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas con el discurso La vida y la obra de Ravaison). También, durante los años de estancia en Clermont-Ferrand, Bergson empezó a manifestar su interés -aunque siempre muy cauto-por los fenómenos parapsicológicos (posteriormente fue miembro del Instituto General Psicológico de París y Presidente de la British Society for Psychical Research de Londres).

En 1889, año en que abandonó Clermont-Ferrand para instalarse en París (donde fue profesor en los liceos Louis le Grand y Henri IV), obtuvo el doctorado en filosofía con sus dos tesis: Quid Aristoteles de loco senserit, (tesis en latín) y especialmente con el Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia, obra que causó gran impacto, y que se publicó el mismo año 1889. Tras la publicación de su segunda gran obra, Materia y memoria, en 1896, y La risa, en 1900, obtuvo una cátedra en el Collège de France, donde sus conferencias alcanzaron gran fama. En 1907 publica su tercera gran obra: La evolución creadora. En 1914 fue aceptado como miembro de la Academia francesa y en 1928 recibió el premio Nobel de literatura. Durante la primera guerra mundial, y en los años posteriores, obtuvo varios encargos diplomáticos, y viajó por varios países dando conferencias filosóficas ( Londres, Nueva York, Madrid...). Su última obra, Las dos fuentes de la moral y de la religión, apareció en 1932. Murió en París, al año siguiente a la ocupación de los nazis. Pese a haberse acercado muchísimo al catolicismo en los últimos años de su vida, quiso morir como judío, como dijo en su testamento, para participar de la suerte de los que habían de ser perseguidos (Diccionario de filosofía en CD-ROM

 

La filosofía de Henri Bergson.

 

La filosofía bergsoniana se inscribe en el contexto de la crítica al positivismo, a la psicología asociacionista y al neokantismo, y aparece como continuadora de un cierto espiritualismo, pero destaca especialmente su enfoque vitalista y su interés por el evolucionismo. Tuvo también muchas conexiones con el pragmatismo, especialmente con el de su amigo William James (muy influenciado por Bergson, especialmente en su concepción del stream of thought) y con la concepción utilitarista de la ciencia. No obstante, no puede hablarse propiamente de discípulos de Bergson, quizás con la excepción de Edouard Le Roy, que continuó su línea de pensamiento en el Collège de France.  

El bergsonismo, que llegó a ser una moda intelectual, influyó también sobre Maritain, sobre algunas corrientes fenomenológicas (sobre Scheler especialmente), sobre el existencialismo y sobre varias corrientes estéticas (sobre Proust, pariente de Bergson, y sobre Antonio Machado, por ejemplo). La discusión entre Bergson y Einstein a raíz de la publicación de Duración y simultaneidad (1922), ejerció una fuerte influencia sobre A. N. Whitehead y sobre H. Poincaré. Polemizando con el trasfondo filosófico dominante en su época, Bergson elabora su idea fundamental, la de la duración: no solamente el hombre se percibe a sí mismo como duración (durée réelle, idea fundamental que desarrolla en Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia y en Materia y memoria 1896), sino que también la realidad entera es duración y élan vital (idea que desarrolla en La evolución creadora). De esta manera, la noción de duración es el núcleo de la filosofía bergsoniana, y corrobora lo que el mismo Bergson afirmaba sobre todos los grandes filósofos, a saber, que cada uno de ellos sólo ha tenido una gran idea que ha ido desarrollando en su obra. Por una parte, la concepción general acerca de los estados de conciencia que nos proporciona la psicología al uso (Bergson se enfrenta con las concepciones de Weber, Fechner y la psicología de inspiración positivista) está falseada por una errónea concepción del tiempo, según la cual nos percibimos como una conciencia en la que se agrupan percepciones, recuerdos, vivencias, etc., como un espacio íntimo accesible a cada cual. Pero el modelo de explicación de esta psicología, así como del positivismo en general, está basado en el modelo de las ciencias físicas y matemáticas que, a su vez, se basan en una concepción del tiempo que desprovee a este de su auténtica cualidad. El tiempo de las matemáticas, que es el tiempo introducido en las ecuaciones de la mecánica, no es el tiempo real, sino una mera abstracción fruto de una previa espacialización: una mera sucesión de instantes estáticos, indiferentes a las diferencias cualitativas y recíprocamente externos. Dicha concepción espacializada del tiempo (a la que Bergson contrapone la duración real) es la que está en la base de las nociones de intensidad que los psicólogos quieren cuantificar (se puede cuantificar un estímulo, pero no una sensación, según Bergson), y surge de la mera abstracción matemática y de la simplificación efectuada por el entendimiento, que es víctima de la tendencia esclerotizadora de un lenguaje, que sólo es capaz de articularse a partir de unidades discretas que tienden a la espacialización. En las ecuaciones de la física, el parámetro t, que representa al tiempo, es reversible, pero en la vida real de la conciencia domina la irreversibilidad. La realidad, tal como nos la muestra la auténtica experiencia (los datos inmediatos de la conciencia) es, en cambio, que el conocimiento de nuestra conciencia tiene características no espaciales. Los contenidos de nuestra conciencia -sensaciones, sentimientos, pasiones, esfuerzos- se captan de un modo peculiar: aparentemente están como yuxtapuestos y diferenciados, cada uno con su singularidad y, mediante la inteligencia, los pensamos como dispuestos espacialmente; se trata de una penetración de lo exterior en el interior, de lo que es espacio-temporal en lo que es internamente vivido. Pero, en lo profundo de la conciencia, en el yo interior, los estados de conciencia se funden y organizan en una unidad que no es espacial, sino que posee las características de la duración. La aparente yuxtaposición y diferenciación de los estados de conciencia, tal como los describe la psicología asociacionista, por ejemplo, es fruto de una distorsión operada por influjo del lenguaje y de la inteligencia, que están orientados a la acción y deforman la realidad espacializándola y anquilosándola en unidades discretas y estáticas. Esta tesis de la irreductibilidad de lo superior, es decir, la conciencia, a lo inferior, es decir, la sensación corporal; o lo que es lo mismo, la irreductibilidad del espíritu a materia, es la que emparenta a Bergson con las tesis espiritualistas. Desde la perspectiva reduccionista, se tiende a percibir los estados de conciencia como si guardasen entre sí una cierta distinción a semejanza de las cosas que requieren espacio para diferenciarse (aunque en la conciencia no hay espacio). De ahí que dichos estados de conciencia sean considerados desde la perspectiva de la multiplicidad numérica. En cambio, desde la perspectiva de los datos inmediatos de la conciencia, se pierde esta multiplicidad numérica y sólo queda una multiplicidad cualitativa que el hombre percibe en una sucesión continua que enlaza el presente con el pasado, y en la que no se descomponen las vivencias, sino que se armonizan entre sí, como sucede, dice Bergson, con las notas de una melodía: es la duración, que es a la vez el tiempo real de la conciencia, tal como lo experimentamos profundamente por medio de la intuición, y diferente del tiempo espacializado de las ciencias físicas. Esta insistencia bergsoniana en distinguir entre dos tipos de multiplicidad (una multiplicidad cuantitativa y espacializante y una multiplicidad cualitativa), le conduce a efectuar un análisis de la noción de número y es la que está en la base de la concepción de la diferencia en el pensamiento de Gilles Deleuze. La superación del estrecho punto de vista del mecanicismo y del positivismo implica también pensar dos clases distintas de orden para superar los falsos problemas engendrados por la espacialización de la conciencia (ver texto ). Aquella misma tendencia espacializadora del entendimiento inscrita en el lenguaje, y que está en la base de los modelos de explicación de las ciencias, engendra los dualismos materia-espíritu, determinismo-libertad, ser-nada, etc., que desde aquel punto de vista aparecen como irresolubles. Es especialmente conocido el análisis que efectúa Bergson del falso problema (y su disolución) que enfrenta las nociones de ser y nada. Si en La evolución creadora Bergson disuelve el pseudoproblema de la contraposición entre ser y nada, en Los datos inmediatos de la conciencia utiliza la idea de duración para resolver otro de estos problemas: el de la libertad. En esta obra muestra que la negación de la libertad, es decir, el determinismo, es fruto de aquella concepción asociacionista de la conciencia que ha combatido. Desde el punto de vista asociacionista se tiende a pensar que son los odios, simpatías, etc., los que nos impulsan a actuar, como si estos estados de conciencia existiesen en nuestro interior e interactuasen entre sí de forma mecanicista. Pero, según Bergson, el origen de nuestras acciones es el yo profundo, interior, el sujeto de la duración, donde no hay diferenciación de motivos, sentimientos, decisiones, sino que cada uno de ellos, dice, retomando una frase de Platón, representa al alma entera, y decir que el alma se determina por cualquiera de estos sentimientos es, pues, lo mismo que reconocer que se determina por sí misma. En Materia y memoria aborda la relación mente-cuerpo. Bergson sustenta que la memoria recoge y conserva todos los aspectos de la existencia, y que es el cuerpo, y especialmente el cerebro, el medio que permite recobrar los datos numéricos haciendo aflorar recuerdos de forma concomitante a percepciones, o de forma más libre en los sueños. En cualquier caso, la concepción de la memoria en Bergson es radicalmente nueva: según él no vamos del presente al pasado; de la percepción al recuerdo, sino del pasado al presente, del recuerdo a la percepción. El cerebro no es, pues, el órgano del pensamiento y de la memoria o su depositario, sino solamente un instrumento que permite traducir los recuerdos en movimientos, y enlazar lo psíquico con lo corporal. Mientras la dimensión psíquica es propiamente la totalidad de lo vivido, pura espontaneidad y creatividad, el cuerpo se centra en lo presente y está orientado hacia la acción.  

 

La «Evolución Creadora»

 

En la Evolución creadora Bergson extiende la noción de duración que ha elaborado en sus dos grandes obras anteriores. Ahora la duración no constituye solamente el ser de la conciencia; la realidad exterior también es duración, siempre cambiante. Esta extensión y generalización de la duración, surgida del análisis de la propia conciencia, la efectúa Bergson sobre las bases del evolucionismo de Spencer, elaborando un evolucionismo cosmológico. Al igual que la conciencia, que es una creación continua de sí misma (tesis en la que Bergson recibe el influjo del empirismo británico), también la existencia en general consiste en un proceso de autocreación indefinida. Y de la misma manera que la psicología positivista y mecanicista fragmenta la conciencia real en unidades discretas y yuxtapuestas en el espacio, la ciencia también espacializa la realidad y la fragmenta en cosas yuxtapuestas espacialmente distintas para estudiar sus rasgos comunes, dentro de una visión mecanicista.  

El conocimiento de la realidad se obtiene, por consiguiente, con la ciencia y con la filosofía: la ciencia alcanza sólo el aspecto material del mundo, según el cual las cosas se disponen en el espacio, recurriendo a los métodos analíticos y espacializadores de la inteligencia; mientras que la filosofía capta el espíritu, la realidad en cuanto es conciencia, duración, recurriendo a la intuición que define como «la simpatía por la cual nos trasladamos a lo interior de un objeto para coincidir con lo que tiene de único y por consiguiente de inexpresable». El aspecto ontológico de la duración (también la realidad es duración, tiempo verdadero -no espacializado- que se manifiesta como «evolución creadora»), se manifiesta especialmente en los procesos evolutivos de los seres vivos, que son expresión de un élan vital, impulso creador.  

En la realidad no hay cosas, sino acciones, y todo se debe a la acción del impulso vital, que es la actualización de lo virtual (opuesto a lo meramente posible, y que engendra la imprevisible novedad. En este sentido, y en tanto que todo es duración, invención, impulso, energía creadora, todo es conciencia. Todas las características del ser vivo son también características de la conciencia: «continuidad en el cambio, conservación del pasado en el presente, verdadera duración». En contra del evolucionismo de Darwin, al que todavía considera una explicación mecanicista de la vida, y en contra también de las tesis finalistas, Bergson sustenta la «evolución creadora» como explicación de los procesos evolutivos. Para ilustrar esta hipótesis estudia la formación evolutiva de diversos órganos, en especial dedica su atención a los procesos de formación del ojo en los moluscos y en los vertebrados. La semejanza que muestran («complejidad de estructura y simplicidad del funcionamiento»), siendo fruto de líneas evolutivas tan divergentes, no se explica recurriendo a un evolucionismo darwinista, pero en cambio puede explicarla la hipótesis de un impulso vital común. La evolución de las especies es fruto del impulso vital originario, mientras que la materia es el impulso vital degradado, su reflujo o aspecto reactivo ante el impulso creador activo que debe vencer su inercia. Además, en la evolución se manifiestan dos grandes líneas filéticas distintas: la que origina el triunfo del instinto -en los insectos, por ejemplo-, y la que genera el triunfo de la inteligencia, capaz de fabricar instrumentos artificiales y dominar la tierra.

  El hombre ha desarrollado al máximo la inteligencia y nuestra especie se ha constituido como homo faber, pero esta misma inteligencia, orientada a la acción y a la supervivencia, entendida como dominación de la tierra, crea sus propias barreras a otro estadio superior, el de la intuición. La inteligencia permite la formación de conceptos, crea esquemas y categorías vacías, y engendra el lenguaje. Procediendo de una necesidad de adaptación a la vida y de solución de problemas prácticos, la inteligencia está todavía demasiado atada a sus grandes logros: la abstracción, la técnica y la ciencia. Pero la ciencia no es realmente cognoscitiva, sino práctica y utilitaria. Bergson defiende una concepción del conocimiento científico que, por una parte, le acerca a las tesis de los defensores del pragmatismo, como su íntimo amigo William James y, por otra parte, se asemeja a la mantenida por los filósofos vitalistas, como Nietzsche, por ejemplo. La ciencia fracciona lo real en unidades discretas y la convierte en estática. Como el cine, cuya sensación de movimiento es la irreal yuxtaposición de fotogramas estáticos. Esta estatificación de lo real permite su cómodo etiquetado lingüístico en conceptos también estáticos y fácilmente cuantificables. No obstante, si la inteligencia, surgida como superación del instinto en una etapa de la evolución biológica, es capaz de mantener su vinculación con la conciencia pero, a la vez, recuperar lo instintivo, entonces surge la intuición, que permite un conocimiento más profundo que el suministrado por la inteligencia, y que hace posible la superación de las barreras interpuestas por un lenguaje incapaz de fundirse con lo real.  

En Las dos fuentes de la moral y la religión, Bergson aplica también la teoría del impulso vital creador a la esfera de la moral y la religión. La organización social humana es también fruto de la evolución. A diferencia de la organización social de muchos insectos u otros animales sociales, la sociedad humana no está totalmente determinada por el instinto, sino que depende de la libre elección. En esta libre elección surgen la religión y la moral como guías para la acción. En las sociedades primarias, la fuerza dominante es la de una religión dominadora que impone a los individuos férreas constricciones para garantizar la adquisición de hábitos morales fundamentales. Pero el desarrollo del cristianismo y de la ciencia permite la creación de sociedades más abiertas y no violentas, aunque la industrialización también engendra una sociedad orientada hacia la satisfacción de meras necesidades materiales que engendra guerras e injusticias. Todo este proceso mana de dos fuentes: la sociedad y el impulso amoroso. La primera, como hemos dicho, da origen a la «moral cerrada», la que impone el grupo social humano (presión social); es la moral que se manifiesta en las obligaciones y costumbres sociales y en las religiones constrictivas. En cambio, la «moral abierta» es la que se origina en la libertad y el amor, en el impulso amoroso (élan d'amour); es propia de la humanidad en general, no de un determinado grupo humano, y se manifiesta en aquellos valores humanos que han ensalzado los sabios de Grecia, los profetas bíblicos y las grandes figuras de las religiones.  

En el hombre coexisten las dos morales porque el individuo ha de participar de la moral del grupo, pero necesita también la moral superior de la libertad y el amor. De la misma manera, también se dan dos clases de religión: la estática y la dinámica. La primera es una religión inferior, llena de mitos y fábulas, proviene de la función fabuladora que el hombre desarrolla en su evolución con una finalidad de supervivencia y para hallar la tranquilidad ante el miedo y los peligros que la inteligencia, orientada a la supervivencia de la especie, le pone de manifiesto. Es una religión estática, inferior, natural. La segunda es la religión superior, que prescinde de los mitos y los cultos repetitivos y vacíos. Es una religión dinámica que coincide con el impulso vital creador y se manifiesta en el misticismo que asegura la seguridad y la serenidad del hombre de una manera superior: llegando a la unión con Dios. La plena realización de este ideal expresado en el misticismo constituiría un verdadero nuevo salto evolutivo (Diccionario de filosofía en CD-ROM Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

 

Marx, Karl (1818-1883)

 

Revolucionario, filósofo, economista, historiador y periodista alemán. Nació en Tréveris, en el seno de una familia judía conversa de tradición liberal y de posición económica desahogada.   Estudió derecho e historia en las universidades de Bonn y Berlín. Pero, bajo la influencia del pensamiento de Hegel se dedicó de lleno al estudio de la filosofía. Se relacionó con el círculo de los filósofos pertenecientes a la llamada izquierda hegeliana, manteniendo especialmente contacto con Bruno Bauer y con Moses Hess. En 1841 se doctoró en Jena, con una tesis sobre Las diferencias en la filosofía de la naturaleza de Demócrito y Epicuro, obra en la que ya se manifiesta su orientación materialista. Durante esta época Marx y, en general, todo el círculo de los hegelianos de izquierda, estuvieron muy influenciados por Feuerbach, aunque posteriormente Marx, que apreciaba la crítica feuerbachiana de Hegel, criticó lo que él consideró las insuficiencias de este autor. Las dificultades que las autoridades políticas pusieron al desarrollo de la actividad docente de los hegelianos de izquierda, provocaron el abandono de la enseñanza universitaria de varios de ellos, lo que hizo desistir a Marx de dedicarse a la carrera académica, y empezó a dedicarse al periodismo. Formó parte como redactor, y más tarde (1842-1843) como director, de la «Gaceta Renana», periódico radical de Colonia, en el que publicó numerosos artículos defendiendo el sufragio universal, la libertad de expresión frente al Estado, e interesándose por los conflictos sociales. Este periódico fue clausurado en marzo de 1843. Su labor periodística, según él mismo confiesa, le condujo a una comprensión concreta de la realidad social, y preparó el camino hacia la radicalización de sus posiciones políticas.

 

En 1843, ante esta situación política que le impedía desarrollar cualquier labor académica y periodística, marchó de Alemania y se trasladó a París, donde residió hasta 1845. Entre tanto se había casado, aunque con la oposición de la familia de ella, con su amiga de la infancia, Jenny von Westphalen, joven aristócrata de su Tréveris natal. En París, fundó los Anales Franco-Alemanes junto con Arnold Ruge, revista de la que solamente se editó un número. Trabó amistad con el poeta Heine, conoció al que posteriormente sería su gran amigo F. Engels, y profundizó su crítica a la filosofía de Hegel escribiendo la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel (1844). En los Anales también publicó un estudio sobre la situación de los judíos: la cuestión judía. Durante este período parisiense, Marx trabó un conocimiento más profundo de los ideales democráticos de los saint-simonianos y con el socialismo de Proudhon, y fue radicalizando sus posturas políticas, lo que le llevó a romper con su antiguo amigo B. Bauer y, en general, con el resto de los jóvenes hegelianos. Si bien comparte con Hegel y sus discípulos la denuncia de la escisión entre sociedad civil y sociedad política, critica a Hegel su concepción idealista y reaccionaria del Estado, y critica las posiciones de los hegelianos de izquierda, a los que considera como meramente liberales. Considera que no basta con una profundización de la democracia, sino que es preciso un cambio radical emancipatorio: la humanidad, que ha sido dominada por el Estado alienante, debe reapropiarse a sí misma. Ahí es donde incide su análisis de la alienación y la inversión de los planteamientos hegelianos. Marx mantendrá durante toda su vida un profundo respeto por la altura intelectual de Hegel y por su concepción de la dialéctica, aunque le acusa de cometer errores fundamentales, y de invertir la dialéctica. Por otra parte, aunque valora el análisis efectuado por Feuerbach de la alienación religiosa, le critica por creer en una naturaleza humana, o esencia inmutable y ahistórica de la humanidad. Por ello, considera que esta crítica aun no es «radical», es decir, no va a la «raíz». Según Marx la raíz de toda alienación es la alienación económica, originada por las condiciones materiales de existencia de la humanidad. En la etapa parisina Marx también descubre la economía política inglesa (Smith, Ricardo, Mill) y critica a los economistas «vulgares» de la escuela liberal francesa, lo que le lleva a romper con Proudhon y con los socialistas franceses, a los que tacha de utópicos y pequeñoburgueses. De esta época datan sus estudios recogidos en los Manuscritos de política y economía, conocidos también como Manuscritos de París (1844), en los que profundiza el estudio de la alienación y afirma que la propiedad privada es la expresión del trabajo alienado. Formula la necesidad de avanzar hacia una sociedad comunista que, a diferencia de los ideales de los que él califica como comunistas utópicos y groseros, conserva en sí misma los logros civilizatorios y culturales de toda la historia de la humanidad. Con ello retoma la tesis hegeliana de la Aufhebung o superación entendida como proceso dialéctica de la negación de la negación. También escribe las Tesis sobre Feuerbach y, junto con Engels, escribe La sagrada familia, que es un ataque crítico filosófico a los jóvenes hegelianos y un ajuste de cuentas con su propio pasado filosófico. Ambos autores critican los aspectos ideológicos del hegelianismo y de la antropología feuerbachiana y, en lugar de conceptualizar las relaciones humanas a partir de la noción metafísica de esencia humana, adoptan el punto de vista teórico-económico de las relaciones sociales, a la vez que ofrecen un primer esbozo del materialismo histórico. En 1845, después de ser expulsado de París, se instala en Bruselas, de donde también será expulsado en 1848. En esta ciudad Marx desarrolla actividades organizativas de núcleos obreros y emprende una febril actividad revolucionaria. La formulación del esbozo de las tesis básicas del materialismo histórico tal como se halla en La ideología alemana, así como aquella ruptura con su anterior trayectoria filosófica, permiten distinguir entre un «joven Marx», aún excesivamente influido por la filosofía clásica alemana y de carácter humanista, y el Marx maduro, es decir, el Marx que ya ha desarrollado plenamente sus tesis rompiendo con su pasado filosófico idealista y desemboca en un estudio científico de la sociedad. Este paso ha sido calificado por algunos pensadores marxistas estructuralistas, como Althusser, por ejemplo, como una ruptura epistemológica en el pensamiento marxista.  

Por otra parte, si con La Ideología Alemana rompió con su pasado hegeliano, en 1847 también concreta su crítica a Proudhon en su libro Miseria de la filosofía (1847), respuesta a la Filosofía de la miseria de este autor, obra en la que ya aparece la teoría económica marxista del valor-trabajo, y que Marx había ido desarrollando en otros textos menores. En 1848, junto con Engels, escribe el famoso Manifiesto del partido comunista, encargado por la Liga de los comunistas. En este texto famosísimo, Marx y Engels crean las bases de su concepción comunista basada en la lucha de clases, que, según ellos, es un fenómeno social realmente existente y que actúa como motor de la historia. Pero lejos de proponer un modelo utópico o descripción de una hipotética sociedad comunista, Marx y Engels solamente exponen las causas de la explotación de la clase obrera, a la que, en la sociedad capitalista, consideran como el auténtico sujeto de la historia. Para terminar no sólo con la explotación, sino con toda la historia basada en la propiedad privada y fuente de la enajenación, propugnan la necesidad de la toma del poder político por parte del proletariado, a fin de ir extinguiendo progresivamente el Estado. Con ocasión del amplio movimiento revolucionario que se dio en buena parte de Europa, Marx vuelve a Alemania y funda, con Engels, «La Nueva Gaceta Renana» (Neue Rheinische Zeitung), pero el fracaso de la revolución comportará su expulsión de este país. Se refugia en Francia, de donde también será expulsado, y en 1849 se instalará en Londres, donde vivirá el resto de sus días. Su período londinense estará siempre marcado por una situación económica muy precaria, que no será ajena a la muerte de cinco de sus hijos (sólo llegaron a la edad adulta tres hijas de Marx, una de ellas ilegítima). Vetado todo trabajo para él, sólo podrá subsistir gracias a la generosa ayuda de Engels y a los artículos que manda a diversos periódicos de izquierda, especialmente al New York Tribune, y a otros, como el Free Press, Das Volk, o People's Paper. En su estancia en Londres, además de su actividad política revolucionaria, se dedicará a una incansable labor de estudio e investigación. En la biblioteca del British Museum profundizó sus conocimientos de economía, demografía, matemáticas, historia de las civilizaciones, estadística..., y aprendió diversos idiomas para poder trabajar con los textos originales. A través de sus artículos, muchos de los cuales publicó en la Politische-Oeconomie Revue (refundación de la Neue Reinische Zeitug) desarrolla una actividad de análisis social y político de la sociedad de su época, iniciando con ello un camino de investigación del presente que representa una importante novedad en la forma de estudiar la historia y la sociedad. De estos análisis surgirán obras como La lucha de clases en Francia (1850), El 18 brumario de Luis Bonaparte (1852) y, más adelante, La guerra civil en Francia (1871), donde analiza la experiencia de la Comuna de París.  

En 1859 publica la Contribución a la crítica de la economía política, texto en el que ya están las bases principales de la que será su magna obra, El Capital. La Contribución está precedida de un famoso prefacio en el cual Marx mismo hace un breve repaso de su trayectoria intelectual y una especie de resumen de algunas de sus ideas capitales. Mientras tanto, va acumulando materiales teóricos y redactando borradores para la redacción definitiva de su magna obra (los famosos textos preparatorios de El Capital, conocidos como los Grundrisse). En 1864 funda y preside la Asociación Internacional de Trabajadores, conocida como Primera Internacional, que posteriormente se escindirá en dos grandes corrientes: la de inspiración marxista y la de inspiración anarquista, capitaneada por Bakunin. En 1867, publicará el primer volumen de El Capital. Los volúmenes segundo y tercero los publicará póstumamente Engels, y los materiales para la redacción del volumen cuarto los publicará Kautsky posteriormente. En la Crítica al programa de Gotha, escrito en 1875, atacó a Ferdinand Lassalle, y defendió la tesis de la dictadura del proletariado como forma transitoria que debe adoptar el Estado antes de superar plenamente la sociedad capitalista y acceder al comunismo. La misma biografía de Marx nos indica que su actividad política revolucionaria es indisoluble de su pensamiento y viceversa. En este sentido es un autor inclasificable con criterios académicos. No es ni un filósofo, ni un economista, ni un historiador, ni un sociólogo, sino que es todas esas cosas a la vez, que en él se integran para dar lugar a una actividad fundamentalmente dirigida por su ideal de emancipación de la humanidad, por lo cual ninguna de sus teorías puede ser entendida aisladamente y de manera independiente de esta voluntad revolucionaria. Por otra parte, y puesto que su obra ha tenido una inmensa trascendencia, es difícil entender su pensamiento al margen de los resultados a los que posteriormente condujeron determinadas interpretaciones y elaboraciones de sus concepciones. El mismo Marx se defendía de una interpretación «escolástica» de su pensamiento, razón por la cual él mismo decía de sí mismo que no era «marxista», indicando con ello que no podía clasificarse, esquematizarse ni, mucho menos, dogmatizarse su pensamiento, que él siempre entendió como fundamentalmente crítico. Marx ha sido el pensador político que probablemente más ha influido en los últimos cien años en la teoría social, pero también en concepciones filosóficas como el existencialismo, el estructuralismo, en la historiografía contemporánea, en la economía y en la sociología. En cualquier caso, el pensamiento de Marx, junto con el de Nietzsche y el de Freud (los tres maestros de la sospecha, según Ricoeur), es uno de los polos de referencia fundamentales del pensamiento y de los movimientos sociales del siglo XX. (Diccionario de Filosofía. Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

 

Neokantismo

 

En sentido amplio, aquella corriente filosófica del kantismo en la que, a partir de mediados del s. XIX, y en oposición a toda interpretación idealista, positivista y cientificista de las doctrinas de Kant, se propugna una «vuelta a Kant», proclamada en 1865 por Otto Liebmann (1840-1912), en lo que se considera más significativo de los planteamientos kantianos: el estudio de las condiciones de posibilidad del conocimiento. Se prescinde, pues, de todo interés por las teorías metafísicas, sobre todo de la referencia a la cosa en sí, y se inicia una teoría de la ciencia o de la posibilidad del conocimiento, desde una perspectiva kantiana.

 

En un sentido histórico estricto, lo constituyen las llamadas escuela de Marburgo y escuela de Baden. En la primera de ellas, con las figuras principales de Hermann Cohen, Paul Natorp y Ernst Cassirer, predominan las cuestiones gnoseológicas sobre ciencias de la naturaleza y matemática, o conocimiento en general, mientras que, en la segunda, con Wilhelm Windelband, Heinrich Rickert y Max Weber, como autores de mayor relieve, el interés se centra en la fundamentación de las ciencias del espíritu, sentido de la historia, la cultura y la teoría de los valores. Aunque es corriente opuesta a toda metafísica y a toda interpretación espiritualista de la filosofía, destaca el interés de algunos de sus autores por las cuestiones sociales, el compromiso social, en general, y el marxismo en particular: a H. Cohen se debe la constitución de un grupo de autores de inspiración kantiana socialistas no marxistas. Con el tiempo, el neokantismo se diluyó en nuevas corrientes de pensamiento, como la fenomenología, en N. Hartmann, y el existencialismo, en K. Jaspers y M. Heidegger (Diccionario de filosofía en CD-ROM Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

 

El existencialismo

 

Conjunto de tendencias filosóficas modernas, que, pese a sus divergencias, coinciden en entender por existencia, no la mera actualidad de unas cosas o el simple hecho de existir, sino aquello que constituye la esencia misma del hombre. El hombre, en esta perspectiva, no es la especie humana o una noción general, sino el individuo humano considerado en su absoluta singularidad.

 

Los comienzos del existencialismo moderno -prescindiendo de referencias a la singularidad del individuo o de la existencia humana individual en autores como, por ejemplo, Agustín de Hipona, Pascal, Kierkegaard, quizás el único antecedente propiamente existencialista, Dostoievski, Nietzsche, Miguel de Unamuno- se sitúan, a comienzos del s. XX, en el período entre las dos guerras mundiales, pero su momento de mayor influencia se sitúa hacia los años cincuenta. Sus autores fundamentales son: Gabriel Marcel, Karl Jaspers, Martin Heidegger y Jean-Paul Sartre; a éstos acompañan sus discípulos: Simone de Beauvoir, Maurice Merleau-Ponty, Karl Löwith, Hans G. Gadamer, Hannah Arendt, y otros, y aquellos además que, aunque pertenecientes a otros campos de investigación, han sentido la influencia de las ideas existencialistas, como Albert Camus, en literatura, L. Binswanger, en psicología, O. Bollnow, en pedagogía, R. Bultmann, P. Tillich, R. Guardini y K. Rahner, en teología, y E. Mounier en una filosofía cristiana, llamada personalismo.

 

La mayoría de autores se remiten a Søren Kierkegaard (1813-1855), como punto de referencia inicial. Señala éste el momento de la rebelión contra el idealismo de Hegel y su espíritu de sistema, frente al cual esgrime el valor del pensamiento subjetivo y del «singular». No son puntos de referencia existencialista menores su sentido de la angustia y de la soledad humanas.Al hombre singular, al modo de existir el individuo, llama el existencialismo sin más «existencia». Analizar esta existencia es labor de la filosofía existencialista o de la existencia. El hombre -Dasein, «ser ahí», Existenz, «ser para sí»- es el único que propiamente existe, o el único cuya esencia consiste en preguntarse por su existencia. No es ésta algo dado y acabado, sino sólo proyecto, o posibilidad que se cumple a lo largo del tiempo, no sin la angustia que proviene del desamparo en el que se siente el hombre para lograr hacerlo; la temporalidad y la historicidad son esa misma existencia.

 

La concepción de la esencia del hombre como existencia individual se complementa bien con la idea de subjetividad: el hombre, conciencia que se hace a sí misma en total libertad. Y esto explica también el enlace y la referencia con la fenomenología de Husserl. El existencialismo, el de Heidegger y el de Sartre por lo menos, deja claro que no hay más ontología que la fenomenología. Significa esto que a la filosofía de la existencia le interesa el fenómeno, no el ser o las cosas en sí, puesto que aquel que se pregunta por el ser -en palabras de Heidegger, aquel a quien «en su ser le va este su ser»- se sitúa en el terreno, no de lo real, sino de lo posible, deldescubrimiento continuado, de la interpretación. En esto es tributario el existencialismo de la fenomenología: toma de ella sus métodos de análisis aplicados a la existencia humana.

 

Existen, por otra parte, diferencias fundamentales entre las distintas corrientes de existencialismo. Unas se refieren ya a la manera misma de entender la existencia, distinta para cada uno de los autores; otras permiten hablar, quizás superficialmente, de un existencialismo ateo y un existencialismo cristiano: Marcel es teísta, como lo es Kierkegaard; Jáspers, sin serlo, habla de una trascendencia; Sartre sostiene que el existencialismo representa un ateísmo consecuente; Heidegger, aparentemente ateo, no excluye en su sistema, sobre todo en sus últimas obras, oscuras y enigmáticas alusiones a Dios. Las obras fundamentales del existencialismo son El ser y el tiempo (1927), de Heidegger, y El ser y la nada (1943), de Sartre. Sartre escribe esta obra durante el paréntesis en que se halla la filosofía alemana por causa de la guerra, y este existencialismo francés, con la rama cristiana representada por G. Marcel y M. Mounier, muy influido por lo demás por Heidegger y Jaspers, es el que logra ser predominante y extenderse a otros ámbitos culturales, ya no expresamente filosóficos, como son la literatura y el cine. A ello han contribuido determinados elementos conceptuales del existencialismo, particularmente chocantes, procedentes de la situación histórica en que se desarrolla, el período de entre guerras, y el periodo en que se propaga, la posguerra: la angustia, el fracaso, el absurdo, la muerte o la culpa. (Diccionario de Filosofía.   Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

 

Heidegger, Martin (1889-1976)

 

Filósofo alemán. Nació en Messkirch, Baden, Alemania (1889). Inició estudios de teología pero pronto los abandonó para dedicarse a la filosofía, que estudió en Freiburg con, entre otros, Rickert y Husserl. Discípulo destacado de este último lo sustituyó como Catedrático en esa universidad (1929) a raíz de la popularidad adquirida con la publicación de Sein und Zeit (1927), obra que dio pie a su distanciamiento con respecto a su maestro. Tomó posesión del rectorado de dicha universidad (1933) con el discurso La autoafirmación de la Universidad alemana por el que, junto con posteriores actuaciones, se le relaciona con el Nacionalsocialismo. Enfrentado poco después con éste, dimitió del cargo al año siguiente, tras resistirse a destituir a dos profesores «no arios» y rechazar la práctica de actividades antisemitas en la universidad. No obstante, no acaba con esto su compromiso político y los historiadores le atribuyen, por esta misma época, la ambición diversamente interpretada de dominar el mundo intelectual universitario alemán: de «guiar al Guía» (den Führer führen), en expresión de Jaspers. Estas desastrosas circunstancias marcarán no sólo toda su vida, sino que serán también punto de partida de una discusión posterior sobre las implicaciones nacionalsocialistas de la filosofía de Heidegger. Con posterioridad fue cesado también como docente con la ocupación aliada, para reanudar su actividad universitaria (1951) de modo intermitente hasta su muerte (1976), dejando detalladamente planificada la edición de sus obras completas que, incluidos diversos inéditos, todavía no ha concluido.

 

La obra que supone la elevación de Heidegger a la primera línea de la filosofía es Sein und Zeit (El ser y el tiempo). Ésta comienza con el planteamiento de la pregunta por el ser como pregunta fundamental y fundacional de la filosofía. Es la pregunta fundamental porque todo reconocer entes, sea teórico o práctico, presupone un cierto modo de entender qué es ser. Toda consideración de la realidad, de lo que es, exige una previa consideración de cuál es el sentido del ser mismo. Por eso podemos decir que es a la vez pregunta fundacional de todo pensamiento filosófico, que en tanto que pretende llevar a cabo un análisis de la realidad, de la praxis y de la teoría que se desarrollan sobre ella, ha de plantear previamente la mencionada cuestión. Así, Heidegger mostrará cómo en el mismo comienzo griego de la filosofía esta pregunta está presente. Ahora bien: que la pregunta por el sentido del ser se muestre fundamental no significa que toda filosofía históricamente dada funcione con conciencia de esa fundamentalidad. Es lo que Heidegger denomina olvido del ser, entendido como olvido de que su cuestionamiento constituye la pregunta fundamental de la filosofía. Este olvido, sin embargo, no es trivial. Se debe, más bien, al hecho de que la tradición ha considerado respondida la cuestión por quienes dieron comienzo a la filosofía planteándola. Lo que ocurre es que un análisis de esas respuestas pone de manifiesto no sólo su indeterminación, vaguedad y carga de prejuicios, sino también que se ha perdido el sentido mismo de la pregunta. A este análisis de la ontología tradicional, revelador del progresivo olvido de la cuestión del ser, se lo denomina destrucción de la ontología, y muestra las limitaciones de toda ontología elaborada con un lenguaje en principio adecuado sólo a la caracterización de entes. Estas limitaciones implican una esencial diferenciación de nivel entre el ser y lo ente, entre lo ontológico y lo óntico, diferencia a la que Heidegger denomina ontológica, y que implica la necesidad de encontrar un lenguaje específicamente adecuado a la investigación del ser, que recibe ahora, para diferenciarla de la tradicional, el nombre de ontología fundamental (Fundamentalontologie). Pero hemos visto que, contra lo que la filosofía tradicionalmente ha parecido asumir, no hay respuesta concluyente para la cuestión del ser. Por eso, la ontología fundamental consistirá, por lo pronto, en un replanteamiento de la misma. Sein und Zeit intentará llevarlo a cabo, asumiendo las implicaciones que la diferencia ontológica (ontologische Differenz) conlleva, es decir, generando nociones específicas de esta ontología. Puede verse en el mencionado cuestionamiento de los planteamientos ontológicos cómo Heidegger dirige el pensamiento filosófico hacia el preguntar mismo, considerando esta tarea como la piedad del pensamiento. Despertar la necesidad de esta pregunta, así como explicitar el modo en que se pretenderá desarrollarla es, pues, el motivo principal de la introducción a la obra. El desarrollo mismo va a partir de la noción de ser-ahí (Dasein). Este término designa a aquél que somos en cada caso nosotros, pero no al hombre entendido como un género o como un ente cualquiera al que le es ajeno su propio ser, sino como aquel ente al que precisamente le es esencial una comprensión de su ser, lo que hace de él el ente que puede formular la pregunta por el ser en general, así como aquél al que puede dirigirse esa misma pregunta. En definitiva, podemos decir que el ser-ahí se singulariza ónticamente por su carácter ontológico. Esta especificidad del ser-ahí comporta a su vez una especificidad de su análisis, que no se situará al nivel de la psicología o la antropología (que consideran al hombre como un ente más) sino que lo hará a un nivel ontológico, recibiendo el nombre de analítica existenciaria (existenziale Analytik). Que Heidegger no hable de un análisis categorial, típico de la tradición que se inaugura con Aristóteles, pretende ser coherente con la mencionada especificidad del tipo de tratamiento que pretende darse a la cuestión del ser: mientras que, para la ontología tradicional, el sentido del ser se entendía como un sistema de categorías válido para cualquier ente, al que no le era en absoluto inherente una comprensión de ese sentido del ser; en la analítica existenciaria se trata de hallar los caracteres ontológicos inherentes a aquel ente destacado precisamente por su comprensión de ese sentido del ser (existenciarios). Ésta no aspirará, no obstante, a zanjar la cuestión del ser, sino que sencillamente se trata de que, por la manifiesta relación del ser-ahí con la misma, se convierte en una preparación, necesaria pero provisional, de su abordaje, que se producirá, como veremos, al hilo del concepto de temporalidad.

 

En relación a esto, cabe destacar que el que no haya un método previo de análisis de ese ente destacado, sino que sea su misma mostración la que guíe su analítica, da a la investigación un carácter fenomenológico, heredero, a pesar de las importantes diferencias que los separan, del de Husserl.   En efecto, la adopción, por parte de este filósofo, de un punto de vista intencional en la consideración de la conciencia, en rechazo del punto de vista psicologista (por tanto, empírico y positivista) constituye, para Heidegger, un avance filosófico determinante que halla su reflejo en la perspectiva metodológica explícita de la analítica existenciaria. Ello, desde luego, en el marco de la profunda crítica del modo en que su maestro desarrolla este punto de partida, y que podríamos sintetizar en crítica a la noción de una conciencia pura que resulta incoherente con el carácter fenomenológico de la investigación.  

Esta crítica está, a su vez, inspirada por la lectura de Dilthey, sobre todo en su pretensión de una autointerpretación de la vida fáctico-histórica, esto es, en su darse por sí misma, sin acudir a instancias trascendentales. Nuevamente, nos encontramos con que, elogiando la orientación básica, Heidegger rechaza el modo en que ésta se materializa en la obra de Dilthey, que considera oscurecida por lo que denomina indiferencia ontológica (en tanto que no relaciona la pregunta por la vida fáctica con la pregunta por el ser). Ello, por su parte, converge con la influencia en la obra de la tradición hermenéutica. En efecto, si, como decimos, no hay un método previamente establecido en la analítica existenciaria es porque, como hemos visto antes, toda comprensión del ser parte ya de un cierto entendimiento, una precomprensión, del mismo. Por eso toda comprensión del ser es concebida como interpretación, y se la califica de hermenéutica, extendiendo así a un nivel ontológico la discusión que acerca de la comprensión del texto se ha venido sosteniendo durante las últimas décadas. El ser-ahí se interpreta a partir de su existencia (Existenz), cuyo análisis revelará unas estructuras fundamentales que llamaremos existenciarios (Existenzialien). La existencia no es, coherentemente con el carácter fenomenológico de la investigación, un concepto teórico deducible, sino que pretende nombrar su facticidad, es decir, su darse inmediato que, en su análisis heideggeriano, se muestra como un encontrarse siempre ya siendo, como un arrojamiento (Geworfenheit) que va, a su vez, unido a la noción de un poder ser, en el sentido de que está abierto a un ámbito de posibilidades de las que tiene que «hacerse cargo», ámbito que viene delimitado por la comprensión del ser en que el ser-ahí está ya situado, y a las que su existencia se refiere. Este poder ser inserto en una situación fáctica lo denomina Heidegger proyecto (Entwurf), constituyendo, así, uno de los caracteres ontológicos del ser-ahí. A ello apunta también al decir que a éste «le va», «se cuida», «se hace cargo de» su propio ser. Como síntesis de todo ello, se hablará de la facticidad del ser-ahí como proyecto arrojado, constituyendo además la finitud de la existencia, término con el que se pone énfasis en el siempre partir de una determinada comprensión del ser .La existencia así caracterizada se comprende siempre como un ser en algo que denominamos mundo, y cuya comprensión es así inherente a la del ser del ser-ahí. La noción de existencia se concreta, pues, en la de ser-en-el-mundo (In-der-Welt-sein). No se trata, sin embargo, de comprender el mundo como las ciencias comprenden sus objetos, sino precisamente como horizonte en el cual esos objetos, llamados entes intramundanos, se dan. Este darse tampoco es el del objeto de la ciencia tradicional, el ser-ante-los-ojos (Vorhandensein), la substancia caracterizada por propiedades, el objeto opuesto al yo; sino el del ser-a-la-mano (Zuhandensein), disponible para algo. El ocuparse de los entes intramundanos (Besorgen), el comprender (Verstehen), es concebido así como una relación, un trato con las cosas en tanto que útiles (Zeuge), y no como la observación de la ciencia tradicional, lo cual disuelve la escisión entre teoría y praxis, y pretende recuperar un modo de entender el ser que Heidegger cree evidente en los inicios de la Grecia clásica pero que inmediatamente dará paso a la ontología del ser-ante-los-ojos (ontología de la cosa). En su disponibilidad, los útiles se relacionan entre sí formando una red, siendo lo que son sólo en virtud de su posición en ella.   Este trato con las cosas es el modo originario de ser-en-el-mundo, frente al conocimiento tradicional que constituye un modo deficiente y derivado del mismo, en el cual el Yo se toma como contrapuesto al objeto ante los ojos. En la relación originaria que mantiene el ser-ahí con las cosas, en tanto que útiles, es inherente un modo de descubrir esos entes que difiere del conocimiento conceptual y que denominamos ver-entorno (Umsicht) (ver cita). Esta estructura ontológica implica que también el ser-ahí se inserta en esa red, aunque la relación que los otros entes mantienen con él no es la propia del útil, la del ser-para otro útil, sino la de un ser-por (Worumwillen) el ser-ahí mismo. Establecido qué son el mundo y los entes intramundanos, Heidegger pretende a continuación establecer quién es en el mundo. Evidentemente, el ser-ahí que en cada caso somos nosotros, que en cada caso es el mío propio (Gemeinigkeit). Pero ello abre la necesidad de establecer a su vez el carácter de su relación con los otros ser-ahí, su ser-con (Mit-sein), puesto que no va a tratarse,   en este caso, de la relación que se guarda con un útil (el ocuparse de), sino de la relación que se guarda con otro ente igualmente destacado por su carácter óntico-ontológico, con todo lo que hemos visto que ello conlleva. Esta peculiar relación de un ser-ahí con otros, recibe el nombre de preocuparse por (Fürsorge). La existencia así descrita tiene dos modos posibles: el de la autenticidad (Eigentlichkeit) o modo propio o auténtico,   y el de la inautenticidad (Üneigentchlikeit)   o modo impropio o inauténtico. Entendemos por modo impropio aquél en el que el ser-ahí no toma su existencia como un proyecto arrojado ni, por tanto, la estructura ser-en-el-mundo como una estructura unitaria constitutiva de su propio ser, sino que, considerando el mundo como un conjunto de entes a conocer, se asimila él mismo a esos entes. Decimos que se trata de una existencia impropia, caída en la impersonalidad (el uno, man), porque es interpretada como la de un ente cualquiera, y no la que es en cada caso mía. Esta caída (Verfallen) no la toma Heidegger de modo exclusivamente negativo, sino que la ve como una de las caras ontológicas del ser-ahí, que sólo podrá superarse, como veremos, a través de la angustia (Angst).A partir de aquí surgen todavía tres existenciarios más: el encontrarse (Befindlichkeit), el comprender (Verstehen) como interpretar (Auslegung) y el habla (Rede). Se refieren, a tres disposiciones ontológicas del ser-ahí que corresponden, respectivamente: al «estado de ánimo», no psicológica sino ontológicamente entendido, relativo al arrojamiento; a que de este mundo hay una comprensión que implica una entendimiento previo del ser ligado a la proyección de sus posibilidades; y a una organización lingüística de este mundo y de las interrelaciones entre sus entes. Estos existenciarios pueden corresponder tanto a una existencia propia como impropia. Un modo fundamental del primero de ellos es la angustia, que es lo que sobreviene en el darse cuenta de que, a parte del haber de ser mismo, nada sostiene su ser si no es en referencia precisamente a este haber de ser del ser-ahí. Es esta nadificación de lo ente lo que empuja a la superación de la existencia impropia, para asumir la existencia tal como es, en su carácter, como vamos a ver, de cura. Efectivamente, todos los existenciarios se estructuran unitariamente en la noción de cura (Sorge) que expresa, por tanto, el mundo como horizonte de mis posibilidades y el estar arrojados en él teniéndonos que hacer cargo de nuestro propio ser en una situación fáctica de caída (ver cita). Con esta noción termina la primera sección de Ser   y tiempo, esto es, la analítica existenciaria del ser-ahí. La cura no constituye, sin embargo, la conclusión de la ontología fundamental, sino que es la noción que nos va a permitir entender el ser-ahí a partir de la muerte y de la temporalidad, y pasar así del análisis de la existencia al del sentido del ser del ser-ahí, lo que compone la segunda sección de la obra. La muerte es concebida como un «no ser ya más». Implica, por tanto, la no realizabilidad de ninguna de mis posibilidades. Es, sin embargo, la posibilidad más propia de mi existencia, es decir, su fin, en el sentido de que toda mi existencia está referida a la muerte, entendiéndose como un ser-para-la-muerte (Sein zum Tode). Ello muestra el carácter de pura posibilidad de la misma. Pero pone de relevancia también el que la existencia es en cada caso la mía, puesto que su posibilidad más propia, la muerte, es una experiencia intransferible (ver cita).   Ahora bien, entender el ser como posibilidad remite, a su vez, a una noción de temporalidad (Zeitlichkeit) de la existencia que constituye una temporalidad distinta de la tradicional (un marco ya dado en el que los acontecimientos externos se suceden, y que Heidegger califica de comprensión vulgar del tiempo). Por un lado, tenemos que el ser-ahí   es comprendido como referido a lo que hemos visto que constituye su posibilidad más propia, a una posibilidad por venir. Ello recibe el nombre de futuro. Por otro lado, tenemos que el ser-ahí se concibe como arrojado, como siempre ya siendo y, por tanto, ya sido; esto es, como pasado. Su presente consiste precisamente en un hacerse cargo, en el sentido que hemos visto, de su futuro y de su pasado. La temporalidad no constituye, pues, una sucesión de pasado, presente y futuro, como sí ocurriría en la temporalidad tradicional, sino la expresión de la referencialidad del ser-ahí a algo que se sitúa fuera de él, de su carácter extático. Así, el análisis de las estructuras del ser-ahí se revela como un análisis de su temporalidad, la cual, a su vez, deviene el sentido del ser del ser-ahí.

 

Los últimos capítulos se dedican a la noción de una historicidad de la existencia fundada en la de temporalidad, así como al origen de la concepción vulgar del tiempo. Heidegger lo presenta con el título de destrucción de la historia de la ontología. Finalmente, insiste en que la analítica de la existencia es tan sólo un camino hacia el ser, terminando con preguntas relativas a si el tiempo originario conduce al sentido del ser, es decir, si constituye la vía correcta de respuesta a la pregunta que se planteó desde el principio. La tercera sección de la segunda parte de Ser y tiempo tenía que estar consagrada, según el proyecto inicial de la obra, a un estudio de la relación entre tiempo y ser, así como a una crítica de la metafísica tradicional: la doctrina kantiana del esquematismo trascendental, la metafísica cartesiana y su recepción de la medieval, y la concepción aristotélica del tiempo. Algunos de estos temas acabarán tratándose en textos separados. Ello puede interpretarse como la asunción de que la vía elegida por Ser y tiempo para el desarrollo de la pregunta por el ser no resulta la adecuada para llevarnos a su respuesta definitiva, quedando de esta manera valorada sencillamente como aproximación a ella. Ahora bien, esto no tiene por qué significar que Ser y tiempo constituya un error tras el cual podamos emprender el camino definitivamente correcto sino que, como irá mostrando la obra del convencionalmente llamado «segundo Heidegger», sólo diversas aproximaciones desde distintos puntos de partida mediante asimismo distintos modos de desarrollo de la respuesta son posibles. Ello va unido, no obstante, a un cierto cambio de enfoque: de constituir aquel ente destacado por su carácter ontológico (lo que se quería expresar en la denominación ser-ahí), el hombre pasa ahora a «habitar» un ámbito o «apertura» , un «claro» (Lichtung), que constituye la verdad del ser (Wahrheit des Seins), al que se accede en el modo del dejarse hablar, propiciando una mostración, una donación del ser por sí mismo. El hombre no deja por ello de tener un papel esencial, sólo que no al modo de la existencia como autoreferencia, sino al de aquel ente que puede corresponder a esa mostración del ser, papel que Heidegger expresa ahora calificándole de «pastor del ser», y cambiando la existencia de Ser y tiempo por el neologismo ec-sistencia. Este ser, además, no es el ser inmutable de la tradición, sino que se trata de un ser histórico, epocal, en el sentido de que, mostrándose los entes de modo distinto en cada época histórica, el ser se entiende a su vez de modo distinto en cada una de ellas, como instancia fundante de las mismas. Es lo que Heidegger denomina historia del ser. El mismo Heidegger explícita que esta adopción de puntos de partida distintos, con lo que hemos visto que conlleva, significará un giro o reversión (Kehre) respecto a Ser y tiempo. Entre los temas que ocupan la obra del «segundo Heidegger» podemos destacar, además de la mencionada consideración de la metafísica tradicional, el tratamiento de cuestiones relativas al arte y la poesía, a la por Heidegger mismo llamada «cuestión de la técnica», así como al lenguaje y al «final de la filosofía». Estas preocupaciones suelen llevarle a una consideración de los grandes clásicos de la filosofía (especialmente los presocráticos, Platón, Aristóteles, Kant, Hegel y Nietzsche). Dos son las maneras en las que se suele intentar dar coherencia a esta aparente dispersión de temas y autores. La una ve en ella la aplicación del modo de análisis utilizado en Ser y tiempo a distintos ámbitos de la experiencia humana, como la ciencia, la estética, etc. La otra ve en ellas sucesivos intentos de aproximación al mismo objetivo que se marcó Ser y tiempo, y viene avalada por la imagen que el propio Heidegger ofrece de una de sus obras más destacadas: Holzwege (Caminos de bosque), que es la de un bosque penetrado por los diversos caminos sin rumbo concreto que los leñadores abren con el único fin de hacer transitable el bosque que talan. La cuestión de la técnica engloba el análisis de cómo la época moderna se caracteriza por una consideración del ente en la que lo que se prima es la estructura a priori que nuestro entendimiento anticipa (imposición, en él, convirtiéndose, pues, la realidad en algo así como una extensión del Yo y no en algo dado a cuya donación correspondemos, sino como algo que ha de ser dominado por el cognoscente. Esto sucede como consecuencia de ver en el análisis filosófico de la estructura a priori de nuestro conocimiento su respuesta definitiva y no, como mostró Ser y tiempo, un intento de formulación de la cuestión del ser. El tratamiento del tema del arte se apoya sobre todo en la consideración de los textos y obras de arte griegos, así como en los de algún autor moderno como Hölderlin. El hilo conductor de este tratamiento es el de ver una íntima unidad de la cuestión de la belleza y de la cuestión de la verdad, unidad cuya pérdida sería una expresión más del olvido del ser del que nos hablaba Ser y tiempo. Sería en la obra de arte donde acontecería la verdad, en el sentido de que sería ella la capaz de mostrar, dejar hablar, las cosas por sí mismas, sin la imposición de la antes mencionada estructura a priori de un moderno conocimiento desligado de la cuestión de la belleza. De esta concepción de la verdad, así como del papel que con respecto a ella juega el arte, ve Heidegger el modelo en la cultura griega. En ella, la verdad (alétheia), el ser, es concebida como un desocultamiento del ente a partir de lo que, como fondo, permanece oculto Hablar de desocultamiento pretende poner énfasis en el hecho de que el ente, en su manifestarse como tal, no pierde nunca su referencia a lo oculto, sino que de lo que se trata es más bien de un continuo sustraerse a la ocultación, algo que la ontología tradicional ignora cuando considera al ente sólo en tanto que puede fijar su manifestación en conceptos. En este contexto cabe situar la concepción heideggeriana del mundo habitable, contrapuesto al de la técnica, como Cuaternidad (Geviert), formado por: tierra (en referencia a lo oculto) y cielo (en relación al ámbito de lo divino, lo des-oculto),   los divinos (en referencia al carácter divino del ente en tanto que se manifiesta por sí mismo, sin presuponer su reductibilidad a una estructura a priori impuesta por un entendimiento conceptualizador) y los mortales (cuyo papel intermediario entre la tierra y los dioses designa su papel óntico-ontológico).Heidegger concede en la reflexión acerca del arte un lugar preeminente la poesía, lo que podemos relacionar con su preocupación por el lenguaje mismo, en el sentido de que, en la medida en que es el ámbito en el que aparece el ser (siempre que no se trate, como hemos indicado, del lenguaje de la ciencia moderna en tanto que lo convierte en objeto, ni del lenguaje técnico, en tanto que lo que pretende es dominarlo) puede establecérselo como horizonte, en el mismo sentido en que lo fue el tiempo en Ser y tiempo. Este ámbito también resulta de especial relevancia por el hecho de que Heidegger ve en el poeta precisamente aquél que propicia la mostración del ser. La expresión «final de la filosofía» se refiere al hecho de que, hallándonos en el momento de   mayor agudeza del problema del olvido del ser, hallándose la técnica en su grado máximo de desarrollo, hallándose como perdida la capacidad poética del lenguaje, ya no parece posible una filosofía entendida como pensar originario del ser, sino sólo la lectura e interpretación de unos   textos, los de la tradición filosófica que vienen a constituirse en crónica de ese olvido.(Colaboración de Maite Saurí Navarro. (Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

 

Sartre, Jean-Paul (1905-1980)

 

Filósofo, dramaturgo y novelista francés, nacido en París. En 1924 ingresa en la École Normal Supérieure, donde encuentra amigos como R. Aron, G. Canguilhelm, J. Hyppolite, M. Merleau-Ponty y sobre todo Paul Nizan, y obtiene en 1927 la agrégation en filosofía. Ganada la cátedra en 1929, enseña en Le Havre y, poco después, marcha a Berlín (1933-1934) donde se inicia en la fenomenología de Husserl. Sus primeras publicaciones son aplicaciones directas del método fenomenológico: La trascendencia del ego, La imaginación (1936), Bosquejo de una teoría de las emociones (1939) y Lo imaginario. Psicología fenomenológica de la imaginación (1940).

La aparición, en 1938, de su novela La náusea le supone la primera fama. Durante la Segunda Guerra Mundial es hecho prisionero y conducido a Meuther (Lorena). Liberado, comienza a tomar parte en actividades de resistencia y funda con sus amigos, en París, «Socialisme et liberté», grupo que dura hasta que la mayoría se afilia al partido comunista.  

En 1945, profesor del Liceo Condorcet y habitual ya del Café de Flore, en Saint-Germain-des-Prés, publica su obra fundamental, El ser y la nada (1943). Conoce a Camus, elogia su novela El extranjero, y se incorpora a la Resistencia. Acaba la guerra, funda junto con R. Aron, Simone de Beauvoir (Castor), Merleau-Ponty y otros, la revista político-literaria «Les Temps Modernes». Este mismo año da una conferencia sobre El existencialismo es un humanismo, que publica el año siguiente y se convierte, traducida a todos los idiomas, en la obra de divulgación más conocida del existencialismo francés. Sartre se erige en el representante más significativo del existencialismo ateo francés, en árbitro de la discusión intelectual en Francia -atacado por derecha e izquierda- y hasta en personaje central de la moda existencialista (él lanza a la fama a Juliette Gréco, la cantante símbolo del existencialismo francés); apoya la discusión filosófica con obras de literatura: Las moscas (1943), A puerta cerrada (1945). Hacia 1950 se acerca al comunismo con el que simpatiza abiertamente. En 1952 rompe su amistad con Camus, sobre todo a partir de la publicación por este último de El hombre rebelde (1951), y la posterior crítica de Sartre a la obra y la polémica suscitada a través de «Les Temps Modernes», que supone un duro enfrentamiento ideológico entre las ideas políticas de Camus y las de Sartre y el confrontamiento entre el sentido de la «rebeldía» y el de la «revolución».  

Tras abandonar la colaboración marxista en 1956, a raíz de la invasión de Hungría por los tanques rusos, se adhiere políticamente a la causa argelina -llevando una vez más a la práctica su creciente compromiso con la vida política y social, que mantuvo a lo largo de toda su existencia- y combate ideológicamente contra De Gaulle. En 1957 aparece Cuestiones de método, donde expone su frustración y su crítica al marxismo. En 1960 toma tan abiertamente partido en favor de la causa argelina, que la OAS le puso en su punto de mira hasta llegar a atentar contra su vida. En 1960 publica La razón dialéctica, su última obra filosófica, donde busca una síntesis conciliadora entre individuo y sociedad a través del método, ya iniciado en Cuestiones, existencialista y marxista a la vez. Publica también, con gran éxito, Las palabras, obra que se compone sólo de dos capítulos-Leer y Escribir- y en la que narra su infancia, que describe como enteramente dedicada a leer y escribir todos los días.  

Este mismo año se le concede el Premio Nóbel de literatura, que rechaza. En 1967 funda el Tribunal Russell para juzgar los crímenes de guerra de Vietnam, del que es el primer presidente y cuya sede debe trasladar a Estocolmo, y durante el mayo francés de 1968 apoya la causa de los estudiantes y entra en contacto con la izquierda «maoísta», cuyo periódico, «La Cause du Peuple», llega a dirigir y hasta a repartir por la calle, cuando es prohibido. Publica finalmente, tras diez años de trabajo, los tres volúmenes de L´Idiot de la famille (1971-1973), sobre Gustave Flaubert, personaje a quien ve como todo lo contrario de sí mismo, y de quien hace un modelo de interpretación existencialista. En 1973, y casi totalmente ciego, inicia su retiro, durante el cual se limitará a conceder entrevistas y a revisar su obra. Muere el 15 de abril, en París, de un edema pulmonar, dejando muchos textos inéditos. La influencia de Sartre en filosofía y en literatura ha sido enorme; es considerado uno de los pensadores más representativos del s. XX.El pensamiento filosófico de Sartre nace en las fuentes de la fenomenología de Husserl, a las que acude como reacción a su formación idealista y racionalista, y se desarrolla en etapas marcadas por sus obras más representativas: adaptación de la fenomenología husserliana (La trascendencia del Ego), fundamentación ontológica de la libertad (El ser y la nada), humanismo existencialista (El existencialismo es un humanismo), y humanismo marxista (Crítica de la razón dialéctica).  

Su primera etapa es herencia directa de sus estudios de la fenomenología de Husserl y Heidegger durante su estancia en Berlín, en 1934. Las obras de esta época -La trascendencia del ego, La imaginación, Lo imaginario, Bosquejo de una teoría de las emociones- son descripciones fenomenológicas sobre el yo, la imaginación y las emociones, entendidos como conciencia o modos de la conciencia, a partir del principio fundamental de Husserl acerca de que «la conciencia es conciencia de algo», pero criticando toda clase de idealismo y subjetivismo. Critica a Husserl haber hecho del yo una conciencia trascendental igual como critica a Descartes y a Kant haber hecho del yo algo que está más allá de la conciencia: no hay otro yo (trascendental) que la misma conciencia como principio unitario de nuestras acciones, y ella misma no es otra cosa que ser «consciente de»; el yo no es más que el conjunto unitario de la intencionalidad de la conciencia (mundo psíquico), igual como el mundo no es sino el conjunto unitario de las cosas (mundo físico). Un yo trascendental -más allá del psiquismo- es una pura ilusión. De manera parecida, la imaginación (por la que hago presente lo ausente) y las emociones (por las que me represento cómo deseo que sea el mundo) no son actividades «de» la conciencia, sino modos de ser de la misma conciencia, o maneras como ésta se representa el mundo o se relaciona con el mundo. Se sigue que la conciencia no es una cosa del yo ni del mundo, sino el mismo sujeto humano, en cuanto es para sí (en cuanto es reflexivo o consciente de sí mismo). De este modo introduce el análisis fenomenológico y la conciencia en el mundo de la existencia, rechazando cualquier planteamiento idealista (ver cita). Las ideas de esta primera época, sobre todo las expuestas en La trascendencia del ego, constituyen la base de su ontología existencialista, tal como la expone, principalmente, en El ser y la nada, que subtitula Ensayo de ontología fenomenológica, donde a través de la conciencia se descubre el mundo y los otros. Puesto que la conciencia es «conciencia de» algo (del mundo) y se percibe como lanzada hacia el exterior, ha de percibirse también como distinta del mundo. Estas dos percepciones de la realidad, como conciencia y como mundo, o como ser para sí y ser en sí son dos datos inmediatos de la conciencia. La ontología se plantea el sentido del ser escindido en estos dos tipos de ser. La diferencia entre uno y otro es que el segundo simplemente es y es idéntico consigo mismo (es «lo que es»); mientras que el primero es un ser que se cuestiona su ser (es el ser «para el cual en su ser está en cuestión su ser»), es «carencia» de ser -como constantemente expresa el deseo-, por lo que es una mezcla de ser y no-ser, y «ha-de-ser lo que es», es decir, no es simplemente, sino que está obligado a hacerse y en esto consiste su libertad. Lo característico del «para sí», de la conciencia humana, es esta paradójica negación de identidad consigo misma, que supone la capacidad reflexiva, que al no poderse captar es descrita por Sartre como la «nada».   Por eso mismo el hombre es libre: no es una cosa existente del mundo, sino un yo constantemente por hacer, condenado a hacerse y, por lo mismo, a ser libre (ver cita): la libertad no es una cualidad de ningún sujeto, sino el mismo hacerse de la conciencia humana; más que «ser» el hombre es «hacerse» y no se es nada que no se haya elegido. Por eso mismo el hombre es fundamento de todos los valores, cuya existencia decide. Obligado el hombre a decidir lo que es y a decidir el sentido que da a las cosas y al mundo, no puede por menos de experimentar la angustia que nace de esta responsabilidad consustancial a la estructura misma de la conciencia. Por otro lado, ignorar la propia existencia angustiada, enmascararla, rehuírla, es rehuír la propia naturaleza y acomodarse a un modo de existir propio de las cosas, no de las conciencias. Sartre llama a esto mala fe.  

La conciencia se desvela su propio sentido confrontada a lo que es en sí, a los objetos y cosas del mundo, pero además, entre los objetos de su experiencia, halla también al otro. En el conocimiento del otro, como otro para sí u otra conciencia humana, se tiene una nueva experiencia de la nada que somos. No somos «nada», no sólo porque en el ser mismo de la conciencia anida la nada, sino porque experimentamos una nueva aniquilación al sentirnos, nosotros que somos sujetos, objeto de la atenta mirada consciente del otro. A partir de este momento, no sólo somos un ser «para sí», somos también ser «para otro», que nos convierte en un «en sí». Sartre apela a la dialéctica del señor y del esclavo para explicar la necesidad que tiene la conciencia humana de surgir por mediación -por el reconocimiento-del otro, en un proceso en que uno se siente objeto del otro que, a su vez, sentimos como objeto nuestro.  

Metafóricamente expresa Sartre esta relación dialéctica entre sujetos-objetos con la idea de la «mirada»: el «ser-visto-por-otro» es la verdad del «ver-al-otro». La situación de miradas mutuas se convierte en situación de conflicto de solución imposible: o la conciencia convierte al otro en objeto o es convertida por el otro en objeto. No es de extrañar, pues, que Sartre dijera, en A puerta cerrada y aludiendo a esta dialéctica de negación, que «el infierno son los otros».La tercera etapa, la que corresponde a El existencialismo es un humanismo, quiere ser la respuesta a las críticas que, de lado católico y marxista, le llegan a Sartre por el individualismo irreconciliable e insolidario de su existencialismo y por afirmar la primacía y precedencia de la existencia respecto de la esencia y hasta por su pesimismo. En su respuesta Sartre reitera que la angustia es la esencia de la vida humana, que el hombre está condenado a ser libre porque no es otra cosa que lo que él mismo se hace, que no hay valores escritos en el cielo, que sólo el existencialismo hace humana la vida y que éste no es más que la consecuencia razonable de la afirmación de Dostoievski: «Si Dios no existiera, todo estaría permitido». En efecto, afirma, Dios no existe y al hombre sólo le queda su libertad. Amenazando de nuevo el individualismo insolidario y amoral, Sartre coloca como fundamento de la moralidad el compromiso (ver texto ) y la universalidad del proyecto individual: el proyecto de la propia vida que sólo existe al hacerse realidad puede abarcar también a toda la humanidad, no porque haya valores absolutos que deban respetarse, sino porque todo hombre es conciencia abierta a la comprensión del otro: «Construyo lo universal eligiendo; lo construyo al comprender el proyecto de cualquier otro hombre, sea de la época que sea». Que también es posible la moral sin valores absolutos, lo afirma comparando la moral con el arte.  

En la última etapa considerada, la de la Crítica de la razón dialéctica, prosigue la temática iniciada con Cuestiones de método, cuyo título inicial era Existencialismo y marxismo: determinar un método, a la vez existencialista y marxista, que permita conciliar el individuo con la comunidad humana, la libertad individual con el materialismo dialéctico; el planteamiento supone, según algunos, una revisión de los enfoques de su existencialismo adaptándolos al marxismo o una simple evolución de los mismos, según otros. Marxismo y existencialismo parten de puntos de vistas distintos: el grupo o la colectividad sometidos a la necesidad histórica, y el individuo, o la subjetividad, como existencia libre; Sartre busca conciliar ambos puntos de vista. Considera al marxismo como la «filosofía insuperable» de nuestra época y humus natural de todo verdadero pensar, pero el existencialismo, que por un lado ha de enraizar en la filosofía de la época, porque muestra una verdadera preocupación por el hombre concreto, por el otro se siente doctrinalmente rechazado por la teoría marxista. Pero cree, además, que la teoría marxista se ha vuelto «saber totalitario» y que carece del armazón antropológico que puede proporcionarle el existencialismo, así como que a éste le falta la perspectiva dialéctica del método marxista. Sartre admite sin reservas los presupuestos del materialismo histórico y la dialéctica de Engels («los que hacen la historia son los hombres, pero en un medio dado que les condiciona»;    y de Marx («El modo de la producción material domina en general el desarrollo de la vida social, política e intelectual»;   aunque rechaza lo que se considera materialismo dialéctico soviético de su época y su culto como «totalizaciones» ideales. El marxismo ha de abrirse a la libertad del hombre individual, que es quien hace la historia. Ahora bien, la libertad humana está en el corazón mismo de donde arrancan las condiciones materiales de la existencia humana: el hombre es lo que éstas determinan, pero no sólo ellas. La totalización -la comprensión- del saber marxista, esto es, la interpretación de la realidad, ha de integrar, para no ser una integración semivacía y todavía abstracta, lo que otras disciplinas científicas de la actualidad determinan sobre la raíz del comportamiento humano: el psicoanálisis, la sociología y la etnología, pero sobre todo la antropología existencialista. Por esto dice, como si fuera expresión de un deseo: «La comprensión de la existencia se presenta como el fundamento humano de la antropología marxista». La crítica de Sartre a la (razón) dialéctica, que ejerce con el que llama método «regresivo-progresivo», consiste en sustituir la dialéctica dogmática por una dialéctica crítica y realista. Ésta parte de la afirmación existencialista de que no hay más dialéctica totalizadora de la realidad que la praxis humana individual, que la única dialéctica histórica es la acción dialéctica del individuo y que existe dialéctica sólo en cuanto existen hombres dialécticos. La realidad de la dialéctica no es otra que la de la praxis humana, y ésta es la superación de las condiciones materiales dadas de cara a un fin que el hombre individual libremente se propone como un proyecto. Esta praxis, la realización del hombre como individuo, se concreta en una sucesión de enfrentamientos entre libertad y necesidad. Se enfrenta primero el hombre a la necesidad de la naturaleza y de la materia a la que domina, pero en la que se aliena a través del trabajo, y luego a la limitación de la propia libertad y del ejercicio de la praxis individual, frente al ejercicio de la libertad y la praxis del otro, con quien se disputa la escasez -la «rareza» de bienes de la naturaleza, y frente a lo que es propio de otra forma de alteridad social, el «colectivo», o grupo. Siempre, y en cada caso, la propia libertad y, con ella, la propia existencia y la persistencia del proyecto propio, amenazadas y a la vez hechas posibles por «lo otro».La dialéctica histórica, el materialismo histórico, sólo es posible si logra fundarse en la praxis individual de los hombres, libres y al mismo tiempo dependientes de las condiciones materiales; esto es, de los individuos constitutivamente dialécticos. (Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

 

Neotomismo

 

Otro nombre que recibe la filosofía neoescolástica de los siglos XIX y XX, justamente por inspirarse, por recomendación e imposición del magisterio eclesiástico, en la filosofìa de Tomás de Aquino. Ét. Gilson y J. Maritain son los personajes de esta época que más destacan en su fidelidad al pensamiento tomista.

Movimiento filosófico, que aparece en el siglo XIX y perdura hasta mediados del   XX, de renovación de las teorías y métodos propios de la escolástica medieval en la filosofía y en la teología de ambiente o influencia eclesiásticos. La interrupción de la tradición escolástica en los diversos países tuvo lugar durante la época de la Ilustración, por fuerza del naturalismo filosófico y la tendencia general a una secularización del pensamiento. En el s. XIX se producen en diversos países varias tentativas de reanudación de la tradición escolástica (ejemplos de ello en España son Balmes y el cardenal Zeferino González), que reciben el respaldo de la autoridad pontificia con la encíclica Aterni Patris, de León XIII (1879), dedicada a la filosofía y al método filosófico, con especial recomendación de la doctrina de Tomás de Aquino. Esta recomendación pontificia, junto con el canon 1365, § 1, del Código de derecho canónico, que impone la enseñanza de la filosofía a los clérigos católicos «según los principios, el método y la doctrina del doctor Angélico», hace que la neoescolástica sea conocida también como «neotomismo». Más adelante, la encíclica Studiorum ducem (1923), la constitución apostólica Deus scientiarum Dominus (1931), de Pío XI, y la encíclica Humani generis (1950), de Pío XII, y hasta el concilio Vaticano II (1962), reafirman la misma orientación escolástica y tomista (sin excluir expresamente otras posibles orientaciones de la Escolástica, igualmente conciliables con la fe, e igualmente capaces de fundamentarla.

 

El movimiento doctrinal se reforzó con la creación de centros de estudios eclesiásticos de orientación escolástica, como las universidades eclesiásticas de la «Gregoriana» (jesuitas), el «Angelicum» (dominicos), el «Antonianum» (franciscanos), y las universidades católicas de Milán, Friburgo, Lovaina, Washington, Ottawa, etc., o centros de investigación y estudios más especializados, como el Instituto católico de París, el Instituto de filosofía cristiana de Innsbruck, el Instituto de estudios medievales de Toronto, etc., todos ellos con sus revistas especializadas de filosofía y teología.  

El movimiento neoescolástico supuso una labor previa y simultánea de investigación histórica sobre la Edad Media, con estudiosos de tan reconocido prestigio como H. Denifle, D. de Wulf, F. Ehrle, P. Mandonnet, M. Grabmann, Ét. Gilson, F. van Steenberghen, etc.  

Característica fundamental de la neoescolástica -que mantiene, no obstante, la convicción básica de que la filosofía es ancilla theologiae, la sirvienta de la teología- es que busca la renovación de la temática escolástica, pero no por la vía de la mera repetición de conceptos, sino desde la consideración de los mismos temas fundamentales vistos desde una perspectiva actual y la influencia directa de la filosofía y la ciencia contemporáneas. Son de destacar en estas tareas los nombres y la obra del belga Désiré Mercier (1851-1926), fundador, en Lovaina, del Institut Supérieur de Philosophie (1893) y de la revista «Revue néoscholastique» y luego cardenal, que se esfuerza por combatir el materialismo, el positivismo y el idealismo con los principios filosóficos de Tomás de Aquino; Jacques Maritain, el filósofo neotomista de mayor relieve y promotor del «humanismo integral», y Joseph Maréchal, jesuita belga, que reinterpreta el tomismo desde la filosofìa trascendental de Kant (Diccionario de filosofía en CD-ROM Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

 

 

Neopositivismo o   Positivismo lógico

 

Inicialmente, conjunto de doctrinas filosóficas mantenidas por el Círculo de Viena, dominante en Europa entre los años veinte y cuarenta, que recibió también los nombres de empirismo lógico y neopositivismo -y que en parte puede también aplicarse a la filosofía analítica posterior-, en el que cristalizaban influencias del positivismo y el empirismo clásicos, el atomismo lógico de Russell, tal como lo interpretó Wittgenstein, y el positivismo sociológico. Estas doctrinas son en buena parte resultado del modo como los componentes del Círculo de Viena entendieron el Tractatus de Wittgenstein y, como él, parten del supuesto de que un enunciado o es analítico o es sintético, y que en ningún caso puede ser ambas cosas a la vez. Cualquier enunciado analítico determina su verdad por medios lógicos o matemáticos, y la lógica o la matemática se bastan para decidir sobre las reglas que han de cumplir dichos enunciados; pero para el resto de enunciados, de los que se supone que son sintéticos y, por tanto informativos, se precisa de un criterio que determine cuáles de ellos cumplen con la exigencia de decir verdaderamente algo acerca de la realidad o experiencia: tal criterio se denominó principio de verificación, que identificaba verificabilidad de un enunciado y significado del mismo.

Schlick sostuvo que «el significado de una proposición es el método de su verificación», por lo que comprender un enunciado era lo mismo que conocer la manera de verificarlo. Ayer, principal divulgador de las ideas del Círculo de Viena en Inglaterra, dio primero, en Lenguaje, verdad y lógica, una versión radical (en la edición de 1936) que luego revisó (en la edición de 1958), distinguiendo entre un sentido «fuerte» y un sentido «débil» del término «verificable». Según él, un enunciado es verificable o es significativo (de él podemos saber si es verdadero o falso), «en el sentido fuerte del término si, y sólo si, su verdad puede establecerse en forma concluyente mediante la experiencia», mientras que «es verificable en el sentido débil, si es posible que la experiencia lo haga probable». Los enunciados de la filosofía no serían verificables en ninguno de los dos sentidos, por lo que no son empíricos, no producen información y no son significativos: al contrario, son carentes de sentido. En la aplicación de estos criterios, tuvo que distinguirse entre la posibilidad técnica de verificar un enunciado y la posibilidad teórica, afirmándose la necesidad de esta última: la observación de la otra cara de la Luna, en aquella época, carecía de posibilidad técnica, pero no de la teórica, por lo que un enunciado sobre las montañas de la cara oculta de la Luna podía considerarse, en principio, verificable. Los enunciados de la metafísica no se consideraron verificables en ninguno de estos sentidos y, junto con muchas otras expresiones lingüísticas (como, por ejemplo, «lo absoluto es perfecto»), se desecharon como no significativos o carentes de sentido. La filosofía, en consecuencia, carece de sentido como metafísica, y una de las principales tesis del positivismo es la superación de la metafísica por medio del análisis lógico que hace ver su ausencia de sentido; la filosofía no puede ser más que una actividad esclarecedora, o de análisis, mediante el uso de los recursos lógicos aportados por Russell y Whitehead, de los problemas aparentemente filosóficos, para decidir si pertenecen a la lógica, por ser tautológicos, o a alguna ciencia empírica determinada, por ser sintéticos. En el mejor de los casos, a la filosofía compete, según algunos positivistas lógicos, una actividad terapéutica: la de clarificación del sentido de los problemas metafísicos con la finalidad de eliminarlos. Por tanto, no es propio de la filosofía hablar acerca del mundo, sino ser un conjunto de enunciados sintácticamente bien formados con el que se habla acerca de enunciados que hablan (en la ciencia correspondiente) del mundo. Éste es el «formalismo» adoptado, por ejemplo, por Rudolf Carnap, uno de los principales miembros del Círculo de Viena. El formalismo derivó en un fisicalismo: el análisis lógico es una combinación de matemáticas y física, cuyo objetivo es aclarar los términos fundamentales de la ciencia. De ahí también el ideal de una ciencia unificada. Carnap -ante los ataques de Popper contra la verificabilidad y la propuesta de éste a favor de la falsabilidad- sustituyó el criterio de verificabilidad por el de «traducibilidad»: un enunciado tiene significado si, y sólo si, es traducible a un lenguaje empirista, y un lenguaje es empirista si todo enunciado se construye en términos de características observables de objetos físicos, y sus enunciados son susceptibles de confirmación. Esta nueva ampliación del principio de verificación no soslayó la dificultad de traducir todo término teórico a un lenguaje observacional.  

Frente al criterio empirista del significado, Karl R. Popper propuso el criterio de demarcación que distingue los enunciados científicos de los que no lo son, pero no los enunciados con sentido de los que carece de él. Impulsado primero por la labor de filósofos «externos» que asistían a las sesiones del Círculo de Viena y luego por el exilio definitivo de los propios miembros del Círculo, el positivismo lógico pasó de Viena a Estados Unidos e Inglaterra, sobre todo. Ch.W. Morris, en la universidad de Chicago, y W.V.O. Quine, en la de Harvard, junto con Nelson Goodman y Ernest Nagel, fueron sus principales propulsores en los Estados Unidos; en Inglaterra, Susan Stebbing, Gilbert Ryle, R.B. Braithwaite, John Wisdom y Alfred Julius Ayer. Sus trabajos se publicaron principalmente en la International Encyclopedia of Unified Science (Enciclopedia Internacional de la Ciencia Unificada), editada en la universidad de Chicago, que representaba, junto con la revista «The Journal of Unified Science», un ambicioso plan «para poner a la filosofía en la senda segura de una ciencia»

 

Pragmatismo

 

Escuela filosófica surgida en los EE.UU. a finales del s. XIX y comienzos del XX, cuyos propulsores más destacados fueron Charles Sanders Peirce, William James y John Dewey. Peirce fue el iniciador del método que implica este sistema, formulando el principio de que el interés e importancia de un concepto reside únicamente en los efectos directos que consideramos pueda tener en la conducta humana. A este método de otorgar significado a los conceptos, tendente a eliminar lo metafísico, llamó Peirce «pragmatismo» (que luego cambió por «pragmaticismo» para diferenciarlo de lo que él creía que eran desviaciones de su pensamiento), inspirándose en la praxis de la filosofía griega y la «práctica» de Kant. Estas ideas iniciales se difundieron entre los miembros del denominado «Club metafísico» de Cambridge, entre los cuales se contaba W. James. Éste las popularizó sobre todo con su obra Pragmatismo, de 1907. James generalizó la búsqueda del sentido no sólo de los términos, sino también de las grandes cuestiones metafísicas, y la configuró como una teoría sobre la verdad. Según James, más que en un acuerdo o concordancia con la realidad, la verdad consiste en lo que es ventajoso para el pensamiento, o en la consecución de una relación satisfactoria con la realidad; la ventaja y la satisfacción se refieren a lo útil, o a lo práctico; «verdadero» es una clase de «bueno».  

Ese aspecto relativista del pragmatismo fue corregido, o discutido, por J. Dewey que analiza el concepto de lo «verdadero en la práctica» en términos que se acercan a los requisitos de una investigación científica. Dewey llamó instrumentalismo a su manera de enfocar el pragmatismo: el conocimiento es un proceso de investigación, en el cual las ideas son los instrumentos (ver texto ); de ellas no decimos propiamente que sean verdaderas o falsas en sí mismas, sino que los medios de que nos valemos para investigar cuáles de nuestras creencias sirven para resolver nuestros problemas son de índole variada; el término de la investigación no es la verdad o la certeza absoluta, sino una«afirmabilidad garantizada», esto es, un prudente juicio práctico que se apoya en el conjunto de afirmaciones que desarrolla metódicamente la empresa (comunidad) científica. Dewey ha sido considerado como uno de los filósofos americanos más influyentes del presente siglo: muchas de sus ideas han repercutido en diversos aspectos de la educación, la ética, la sociología y la política.

 

Peirce, Charles Sanders (1839-1914)

 

Filósofo norteamericano, nacido en Cambridge, Massachusetts; hijo del matemático de la universidad de Harvard, Benjamin Peirce. Tras graduarse en Harvard, trabajó en el Servicio Geodésico y de Costas de 1860 a 1891; enseñó lógica en la John Hopkins, de Baltimore, y filosofía de la ciencia en Harvard, pero pese a su gran formación en lógica y matemática no consiguió una cátedra de lógica. A lo largo de su vida sólo escribió, como obra completa, La gran lógica, y sólo publicó artículos; los principales, recogidos por la universidad de Harvard, fueron publicados después de su muerte en Collected papers of Charles Sanders Peirce y en Studies in Logic (8 vols., 1931-1958).Sin llegar a construir un sistema filosófico, por la dispersión temática de sus múltiples intereses, su pensamiento posee la suficiente entidad como para dar origen al pragmatismo -la corriente de filosofía de mayor presencia en los EE.UU. hasta la Segunda Guerra Mundial-, término que inventa y noción que fundamenta en su ensayo, How to make our ideas clear [Cómo aclarar nuestras ideas] (1878), donde enuncia la máxima pragmatista: para comprender el significado de una concepción, esto es, de una palabra o de una expresión, hay que tener en cuenta las consecuencias prácticas que se derivan del hecho de considerarla verdadera; su significado no es nada más que la suma de sus efectos prácticos.  

En 1905, disconforme con la orientación dada al pragmatismo por sus divulgadores -entre ellos W. James-, cambia el término por el de pragmaticism, pragmaticismo, insistiendo en que no es más que un método aplicable en la investigación científica y una teoría del significado, y no una concepción del mundo. Pero esta teoría del significado encerraba una intencionalidad antimetafísica clara, destinada a poner de manifiesto la falta de sentido de los enunciados metafísicos. En este sentido el pragmatismo de Peirce es también un positivismo, y sus principales innovaciones lógicas -aparte de sus aportaciones concretas a la lógica simbólica, en especial su desarrollo de la lógica de Boole y de la lógica de relaciones-, dentro de una concepción suya amplia de la lógica, que abarca la epistemología, la lingüística y la cosmología, se orientan a cambiar la manera tradicional de pensar, sobre todo sus teorías sobre el signo, la semiótica, y su teoría sobre las categorías, la faneroscopía.  

La teoría semiótica parte del supuesto de que el pensamiento es de naturaleza lingüística y, en consecuencia, son signos no sólo las palabras sino también los pensamientos. Su noción de signo implica una relación triádica: representamen, interpretante y objeto, donde el interpretante establece una realción causal entre el representamen (signo) y el objeto. Esta triple relación permite estudiar la naturaleza del signo desde tres perspectivas distintas; las que la tradición determina mediante el triángulo lingüístico o semiótico. En Peirce, cada extremo del triángulo referido al signo lingüístico da lugar también a una rama de la semiótica: la gramática pura, la lógica pura y la retórica pura. Su distinción entre icono, índice y símbolo (de la tabla semiótica que relaciona el signo con el objeto), ha sido aceptada por la semiótica posterior. La comprensión de la realidad la lleva a cabo mediante tres categorías lógicas, o formas de pensar, con las que analiza fenomenológicamente la experiencia: la «primeridad» (firstness), o cualidad, la «segundidad» (secondness), o reacción, y la «terceridad» (thirdness), o generalidad. Aplicando estas categorías a lo que aparece, el phanerón (de N"<,D`H, aparente), el fenómeno, se constituye la faneroscopía. Lo primero es la existencia, el concepto de ser, la sola presencia del fenómeno, que en sentido inmediato sólo logra captarse por medios intuitivos relacionados con la estética y el arte. Lo segundo es el hecho, que es su relación con lo otro, y lo tercero su inteligibilidad, o posibilidad de ser comprendido mediante la formulación de leyes. Todo sistema filosófico ha de componer estos tres aspectos de la realidad según estas tres categorías, que se corresponden también con las tres dimensiones del tiempo: el pasado, o la necesidad; el presente, o la realidad, y el futuro, o la posibilidad. El universo en sí mismo es una tendencia hacia la regularidad de fenómenos, que la ciencia expresa en leyes. Sometido a una evolución con finalidad («agapismo», de (VB0, agápe, amor), como si el amor fuera la energía que lo mueve, tiende a estructurarse de forma continuada, desde la materia informe hasta el orden de la ley natural («sinequismo», de FL<,PXH, synekhés, continuo), abandonando el desorden primitivo hacia una regularidad creciente y nueva, en la que, no obstante, siempre tiene cabida el azar («tiquismo», de JbP0, hado), que puede conocerse como probabilidad. El término de esta evolución es el Absoluto segundo, la totalidad de lo real, y el Absoluto primero, esto es, Dios.  

Funda esta concepción unitaria de la ciencia, que abarca desde la semiótica hasta la cosmología y la teología, en una teoría del conocimiento o de la ciencia, que llama falibilismo. El falibilismo pragmatista afirma no sólo que el conocimiento científico es probable, sino que ha de estar expuesto siempre a la refutación de los hechos, de un modo que anticipa el falsacionismo de Popper. Frente a la inducción, a la que critica como simple clasificación de los hechos, desarrolla el concepto de abducción, basada en el avance de hipótesis o conjeturas explicativas.  

Peirce ha sido considerado uno de los filósofos americanos de mayor relieve y uno de los más creativos. Su influjo sobre corrientes de pensamiento posteriores es innegable.(Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

 

James, William (1842-1910)

 

Filósofo y psicólogo norteamericano, nacido en Nueva York, y uno de los fundadores del pragmatismo. Se educó en Europa, lo mismo que su hermano novelista, nacionalizado británico, Henry James (1843-1916), y estudió medicina en Harvard, graduándose en 1869; comenzó enseñando fisiología, pero se inclinó primero hacia la psicología -introdujo la psicología experimental en EE. UU. y su obra Principios de psicología (2 vols., 1890), basada en la psicofísica de Fechner, en Wundt, Darwin y Huxley, fue considerada fundamental-, y luego hacia la filosofía. A su alrededor reunió a un muy notable grupo de filósofos, entre ellos, George Santayana. Otro de los intereses fundamentales de James fue la moral y la religión.  

Mantuvo una estrecha amistad con Henri Bergson, autor que le influyó en varias de sus ideas principales, especialmente en la tesis del stream of thought, de naturaleza semejante al élan vital   bergsoniano)  

Todos sus centros de interés los integra James en su filosofía del pragmatismo. Para él, el pragmatismo, además de representar su frontal oposición de tipo empirista (él denominaba a su pensamiento «empirismo radical») a la filosofía entonces dominante, el idealismo, es ante todo un método de profundizar en las cuestiones que interesan al hombre, y en segundo lugar una teoría de la verdad, o del sentido de los enunciados, que no llega a conocerse más que en términos de consecuencias prácticas; todo otro concepto de verdad -intelectualista, por demás- es estéril.  

El sentido pragmático de verdad obligar a mirar toda cuestión, teórica o práctica, según las consecuencias que trae en el futuro, de modo que el pensamiento verdadero también es útil; lo primero se cumple en el terreno del pensamiento, lo segundo en el de la conducta. Así, hipótesis distintas que no tengan consecuencias relevantes diferentes, son inútiles y vacías de sentido. Por esta misma razón critica el dualismo de Descartes, entre sujeto pensante y naturaleza externa; no hay oposición, sino mutua determinación y fusión, y la conciencia no es sino estados de conciencia y éstos, no otra cosa que los hechos de la «pura experiencia».El criterio de la verdad como utilidad es, en definitiva, el modo pragmático de reconocer la verificabilidad de las ideas: su resultado en nuestro proceso de adaptación al mundo. Cuando en el terreno de las creencias vitales para el hombre -sentido de la vida, Dios, libertad, idea del mundo, etc.-, no es posible decidir directamente cuáles son en concreto sus consecuencias, es conveniente que el hombre se deje llevar por razones de sentimiento: se acepta como verdadera aquella creencia que satisface los deseos personales de quien la acepta, porque se asimila mejor y más armoniosamente con el conjunto de creencias que ya se poseen.En El filósofo moral y la vida moral (1891) y en La voluntad de creer (1897), sobre todo en este último, defiende el derecho a la creencia no solo religiosa, sino moral y aun científica: la voluntad de creer está en el derecho a la imaginación y a la hipótesis atrevida; la práctica, si acaso, habrá de refutarlas. Ideas parecidas sostiene respecto a la idea de Dios y de religión, que desarrolla en Las variedades de la experiencia religiosa (1902), en Un universo pluralista (1909) y en el último capítulo de Pragmatism, donde defiende un naturalismo y un moralismo tolerante, al que da el nombre de «pluralismo». Por lo demás, y en esto sobre todo, «cada uno correrá su propia aventura».(Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

 

Dewey, John (1859-1952)

 

Filósofo, psicólogo y pedagogo americano que a través de sus numerosas obras, en las que desarrolla su particular versión del pragmatismo, conocida como instrumentalismo, ha ejercido una gran influencia. Bertrand Russell lo consideraba como el filósofo americano más importante del siglo XX. Nació en Berlington, Vermont (Nueva Inglaterra). Fue profesor en las universidades de Michigan, Chicago y en la Universidad de Columbia (Nueva York). A partir de la Universidad de Chicago, organizó y dirigió una escuela experimental, en la que llevó a cabo su nuevo programa pedagógico. Como muchos pensadores americanos, inicialmente estuvo influenciado por el neohegelianismo, pero pronto desarrolló su pensamiento en contra del academicismo y de la filosofía tradicional, a la que acusaba de centrarse en una contemplación estática de la realidad. Para él, la tradición metafísica manifiesta su incapacidad de asumir la existencia de la irracionalidad y el desorden -que quedan relegados a meras apariencias- e intenta garantizar un único orden estable y fijo, una estabilidad y perfección del ser, que revela su carácter de filosofía del temor que sustituye el enfrentamiento real a los problemas por programas consoladores. Pensaba que incluso las filosofías evolucionistas del devenir, como las de Spencer o Bergson, por ejemplo, de las que se siente más cercano, seguían situando algo como inmutable, aunque este algo fuese el devenir mismo. Por ello, es necesario acabar con los ideales de consolación de estas filosofías, y radicalizar la concepción de una realidad constantemente cambiante y que se presenta bajo varias facetas distintas, irreductibles a un único sistema, y en la que está excluida cualquier pretensión de verdades o valores absolutos.  

Esta posición es la que, bajo las influencias de Ch. S. Peirce y W. James, le hace aproximarse al pragmatismo. Pero Dewey no es un mero seguidor de esta corriente. Si bien es verdad que se encuentra en la línea del empirismo, del naturalismo y del pragmatismo, él se define más bien como instrumentalista. Respecto del empirismo, en el sentido clásico, Dewey amplía la noción de experiencia. Ésta no se reduce a meros estados de conciencia, sino que la experiencia es, fundamentalmente, historia, e incluye todos los aspectos de la vida. La experiencia no es un hecho puntual de conciencia, sino un proceso que, partiendo de una situación no habitual, o de un problema, inicia una acomodación del ambiente y al ambiente en la que participa el flujo de acontecimientos vitales y culturales, en medio de los cuales el sujeto mismo es también un acontecimiento. La realidad es un fluir dentro del cual la inteligencia del hombre intenta hallar una repuesta, respuesta que, a su vez, forma parte del fluir total al que orienta hacia un desarrollo pleno. Por esta razón, también concibe el conocimiento como una forma de adaptación al ambiente, y la filosofía como un modo de comportamiento humano unida directamente al contexto que la hace surgir y hacia la que debe dirigir sus reflexiones. El pensamiento es una forma de actividad de un organismo biológico humano, que se ejercita cuando se rompen sus pautas habituales de acción. Por ello, la reflexión sólo surge para enfrentarse a problemas, y no tiene sentido preguntarse por la noción de verdad entendida en su sentido clásico: una idea es verdadera si funciona, es decir, si demuestra ser un instrumento útil para la vida. De esta manera, para el instrumentalismo de Dewey, las ideas y las teorías no son más que instrumentos de investigación, acerca de los cuales no tiene sentido preguntar por su verdad o falsedad. Dewey sustituye, pues, el problema de la verdad por el problema del valor, y critica a Russell (al que, no obstante, defendió en 1941 cuando este autor fue apartado de la enseñanza por sus escritos sobre ética sexual) por defender el criterio de verdad como correspondencia. ¿Desde dónde se puede observar la relación de correspondencia? Para Dewey, si la verdad se entiende de esta forma es ininteligible y, por ello, en lugar de preguntarse qué es la verdad, se plantea los criterios de valor de una idea o una teoría entendida como un simple instrumento. (En conjunto, toda la obra de Dewey ha ejercido una gran influencia sobre el pensamiento de Richard Rorty y, especialmente, la crítica a la verdad como correspondencia).Aplicando esta concepción instrumentalista a la ética y a la sociedad, Dewey critica la pretensión de valores absolutos y defiende una posición relativista. La noción de lo que es bueno solamente tiene sentido con relación a un contexto o a una situación problemática. Tampoco el placer o el goce son «buenos» (ni «malos»), ya que esta noción solamente se aplica a una elección ante una situación compleja, y el placer no resuelve ningún problema. En cuanto a la educación, Dewey representa un cambio fundamental del que se han nutrido la mayor parte de las experiencias pedagógicas de nuestro siglo. Concebía la enseñanza tradicional como completamente anquilosada, y pensada para una transmisión de saber «de arriba abajo». Pero, puesto que todo saber nace de una situación problemática real, debe ponerse al niño en una situación en la que tenga que enfrentarse a problemas, para que sea capaz de inventar hipótesis, deducir consecuencias de éstas y llevarlas a la práctica. Debe ser una enseñanza «de abajo arriba», y orientada no sólo a la educación para el saber, sino a la educación para la convivencia democrática. Por otra parte, desde su naturalismo, y en cuanto fustigador de toda metafísica y de toda filosofía de la consolación o del temor, arremetió contra la religión, a la que considera dogmática y creadora de esterilidad y cerrazón intelectual. Para él, el «espíritu es lo que hace el cuerpo», tesis que está en la base del funcionalismo psicológico que también inició Dewey, y que mantiene estrechos puntos de contacto con el conductismo.(Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

 

La teoría crítica. La Escuela de Frankfurt.

 

Expresión introducida por Max Horkheimer hacia 1937 (en una serie de escritos, recogidos luego en Teoría crítica, 2 vols., 1968) que aplica a lo que, tras las aportaciones sucesivas de Th. Adorno, H. Marcuse y J. Habermas, principalmente, será conocido como el núcleo filosófico de la escuela de Francfort, y que se expresa básicamente a través de críticas a autores y corrientes filosóficas.Recurre Horkheimer a la expresión de «teoría crítica» para diferenciar su postura filosófica de la que implica la «teoría tradicional», basada ésta en un modelo de racionalidad meramente lógica que confía a la razón la principal tarea de concordar fines y medios, racionalidad que, a la larga, se ha mostrado destructora de sí misma y que merece el apelativo de «razón instrumental». Frente a ella, la teoría crítica plantea la racionalidad como una crítica a todas las formas de ideología y dominio que aparecen en la sociedad actual, históricamente derivadas de un concepto de razón (como instrumento) que, persiguiendo el dominio de la naturaleza, ha terminado por dominar al mismo hombre. La raíz irracional de esta razón, endiosada durante la etapa de la Ilustración, se ha mostrado de forma ostentosa a través de las diversos fascismos y nazismos del presente. Es una teoría del conocimiento y, a la vez, una teoría de la sociedad, que se basa en una crítica marxista, no dogmática; recurre al método dialéctico de Hegel, entendido no idealísticamente, y atribuye a la razón una esencial dimensión práctica (praxis), por la que no sólo se transforma la sociedad sino que también se constituye el hombre. En el trasfondo de la teoría hay, además, profundas influencias de la filosofía clásica alemana: Kant, Schopenhauer, Dilthey, Nietzsche, Weber y Husserl. Se acusa a los diversos miembros de la escuela de Francfort de haber hecho, simplemente, reflexiones críticas acerca de la sociedad y de no haber desarrollado una concepción sistemática de la teoría crítica; de esta acusación se salva, no obstante, J. Habermas a quien se atribuye un proyecto de filosofía sistemática.  

La «teoría crítica», a diferencia de su opuesto, la filosofía y la teoría tradicionales, que pretenden la legitimación de la ideología dominante, representa una crítica a todas las diversas formas de dominio sobre el hombre y de irracionalidad, propias de la sociedad burguesa, con el objetivo de desvelar las auténticas necesidades del hombre y tomar conciencia de las estructuras sociales que las reprimen. La irracionalidad se ha vuelto un rasgo tan característico de la sociedad como lo es su racionalidad y la historia de ésta muestra el carácter instrumental de la razón. Surge la racionalidad moderna con la constitución, tras el Renacimiento, de los estados modernos, y su historia es la misma que la del individuo: la de una integración, frustrada, de la libertad individual con las necesidades de la sociedad. Con la aparición del capitalismo, la sociedad se vuelve mercado, cuyo principal valor es el de cambio; todo se convierte en un medio -racionalidad y razón incluidas- y lo que ha de ser un medio, el dinero, es el fin. La sociedad de mercado es sólo una apariencia de liberación económica; en realidad se sacrifica al individuo y sus necesidades a las necesidades del mercado. El germen de irracionalidad constante en la sociedad se manifiesta aparentemente en los movimientos totalitarios y fascistas: son el ejemplo claro del dominio sobre el hombre y del sometimiento de éste a los valores del grupo. La vida social es una historia inacabable de una integración imposible de la subjetividad y la universalidad, tal como reflexiona la filosofía de Hegel y de Marx, que no se ha dado en la historia ni es previsible que pueda darse en la historia inmediata: fracaso del socialismo, burocratización creciente del individuo. No hay que hacerse ilusión alguna para esta historia y esta sociedad. Sólo queda defenderse contra todo tipo de instrumentalización. Tras la Segunda Guerra Mundial, y su vuelta a Alemania, y críticamente desencantado de las repuestas hegelianas y marxistas a la historia, procura salvar su pesimismo dirigiendo la mirada hacia la filosofía kantiana. La sociedad racional del futuro es sólo posible a modo de postulado de la razón práctica, como un imperativo moral. Pero no hay sujeto histórico ninguno de este imperativo ni hay garantía histórica alguna a priori de su posible puesta en práctica; hay sólo el individuo que busca liberarse de toda instrumentalización y que, incluso, ha de procurar no desaparecer como sujeto.

 

Horkheimer, Max (1895-1973)

 

Filósofo alemán, nacido en Stuttgart, de familia judía de clase alta. Estudió en Munich, Friburgo y Francfort, y fue discípulo del neokantiano Hans Cornelius, quien le influyó profundamente; en sus teorías hay también influencias de Kant, Schopenhauer, Dielthey, Nietzsche y Freud, por quienes se interesó antes de hacerlo por Hegel y Marx. Entre 1930 y 1958 fue director del Instituto para la Investigación Social («Institut für Sozialforschung»), que durante unos años fue centro de la filosofía social en Alemania, y uno de los iniciadores de la escuela de Francfort.Al subir Hitler al poder, abandona Alemania y en 1934 marcha a EE.UU. En Nueva York refunda el Instituto para la Investigación Social en el exilio, y colaboran con él, entre otros, Herbert Marcuse y Th. W. Adorno. Los ensayos que publica en la primera mitad de los años treinta, para la revista de carácter interdisciplinar del Instituto, la «Zeitschrift für Sozialforschung» [Revista de investigación social], constituyen el núcleo de lo que se llamará «teoría crítica», que, junto con la Dialéctica de la Ilustración (escrita en colaboración con Th. W. Adorno) y las aportaciones psicoanalíticas de H. Marcuse, representan la doctrina fundamental de la escuela de Francfort.  

La «teoría crítica», a diferencia de su opuesto, la filosofía y la teoría tradicionales, que pretenden la legitimación de la ideología dominante, representa una crítica a todas las diversas formas de dominio sobre el hombre y de irracionalidad, propias de la sociedad burguesa, con el objetivo de desvelar las auténticas necesidades del hombre y tomar conciencia de las estructuras sociales que las reprimen (ver texto ). La irracionalidad se ha vuelto un rasgo tan característico de la sociedad como lo es su racionalidad y la historia de ésta muestra el carácter instrumental de la razón. Surge la racionalidad moderna con la constitución, tras el Renacimiento, de los estados modernos, y su historia es la misma que la del individuo: la de una integración, frustrada, de la libertad individual con las necesidades de la sociedad. Con la aparición del capitalismo, la sociedad se vuelve mercado, cuyo principal valor es el de cambio; todo se convierte en un medio -racionalidad y razón incluidas- y lo que ha de ser un medio, el dinero, es el fin. La sociedad de mercado es sólo una apariencia de liberación económica; en realidad se sacrifica al individuo y sus necesidades a las necesidades del mercado. El germen de irracionalidad constante en la sociedad se manifiesta aparentemente en los movimientos totalitarios y fascistas: son el ejemplo claro del dominio sobre el hombre y del sometimiento de éste a los valores del grupo. La vida social es una historia inacabable de una integración imposible de la subjetividad y la universalidad, tal como reflexiona la filosofía de Hegel y de Marx, que no se ha dado en la historia ni es previsible que pueda darse en la historia inmediata: fracaso del socialismo, burocratización creciente del individuo. No hay que hacerse ilusión alguna para esta historia y esta sociedad. Sólo queda defenderse contra todo tipo de instrumentalización. Tras la Segunda Guerra Mundial, y su vuelta a Alemania, y críticamente desencantado de las repuestas hegelianas y marxistas a la historia, procura salvar su pesimismo dirigiendo la mirada hacia la filosofía kantiana. La sociedad racional del futuro es sólo posible a modo de postulado de la razón práctica, como un imperativo moral. Pero no hay sujeto histórico ninguno de este imperativo ni hay garantía histórica alguna a priori de su posible puesta en práctica; hay sólo el individuo que busca liberarse de toda instrumentalización y que, incluso, ha de procurar no desaparecer como sujeto.

 

Adorno, Theodor Wiesengrund (1903-1969)

 

Filósofo alemán postmarxista, sociólogo, crítico literario y musicólogo y hasta compositor, uno de los principales representantes, junto con Horkheimer y Marcuse, de la primera generación de la Escuela de Francfort, o de la teoría crítica. Estudió en la universidad de Francfort y, de 1928 a 1938, se asoció al «Institut für Sozialforschung», del que fue siempre uno de sus miembros más activos, si no el que más. En 1934, huyendo del nazismo, marcha a Oxford y, cuatro años más tarde, a los EE.UU. Tras unas primeras obras de sociología de la música, en las que analiza las contradicciones de la sociedad en cuanto se reflejan ya en el mismo fenómeno musical (aduce la música de Schönberg, vecino suyo en Los Ángeles, como ejemplo de independencia del influjo social y de la industria cultural, que tiende a «cohesionar» a la gente con el sistema vigente), instalado ya en América, publica Fragmentos filosóficos (1944), reeditados como Dialéctica de la Ilustración (1947) y Mínima Moralia (1951), obra hecha de aforismos, para oponerse al espíritu de sistema de Hegel, y toma parte en investigaciones empíricas hechas sobre la personalidad autoritaria (1950). En 1953, regresa a Francfort y al año siguiente se hace cargo de la dirección del Instituto de Investigaciones Sociales, que de nuevo se ha instalado en Alemania. En esta época toma parte en la segunda fase del debate sobre la lógica de las ciencias sociales, o sobre el método de las ciencias sociales, genéricamente denominado Methodenstreit y publica Dialéctica negativa (1966). Muere en Suiza sin terminar la que pudiera haber sido su mejor obra, Teoría estética (1970). En sus obras se muestra crítico respecto de la dialéctica de Hegel, del marxismo y de las filosofías -que denomina ontológicas- de Husserl y Heidegger.  

La primera de sus obras importantes, la mencionada Dialéctica de la Ilustración, escrita en colaboración con Horkheimer, durante la guerra, es una crítica a la razón instrumental, concepto fundamental de este último autor, o, lo que es lo mismo, una crítica, fundada en una interpretación pesimista de la Ilustración, a la civilización técnica y a la cultura del sistema capitalista (que llama «industria cultural»), o de la sociedad de mercado, que no persigue otro fin que el progreso técnico. La actual civilización técnica, surgida del espíritu de la Ilustración y de su concepto de razón, no representa más que un dominio racional sobre la naturaleza, que implica paralelamente un dominio (irracional) sobre el hombre; los diversos fenómenos de barbarie moderna (fascismo y nazismo) no serían sino muestras, y la vez las peores manifestaciones, de esta actitud autoritaria de dominio.  

En Dialéctica negativa intenta mostrar el camino de una reforma de la razón, con el fin de liberarla de ese lastre del dominio autoritario sobre las cosas y los hombres, que arrastra desde que es razón ilustrada. Opone a la filosofía dialéctica inspirada en Hegel -y, por tanto, al marxismo-, que reduce a identidad o a sistema de las cosas a través del pensamiento, superando sus contradicciones (y al mismo positivismo lógico, que cree adueñarse de la naturaleza mediante las teorías científicas), el método dialéctico de la «no identidad», de respetar la negación, las contradicciones, lo diferente, lo disonante, lo que llama también inexpresable: el respeto del objeto, en fin, y el rechazo del pensamiento sistemático. La razón sólo deja de ser dominadora si acepta la dualidad de sujeto y objeto, interrogando e interrogándose siempre el sujeto ante el objeto, sin saber siquiera si puede llegar a comprenderlo. Este aspecto de admisión de lo irracional (dice que lo irracional es justamente pensar según las categorías tradicionales que suponen una reafirmación de las estructuras sociales injustas e irracionales de la sociedad) le lleva a valorar el arte, sobre todo el vanguardista, ya de por sí problemático -la música «atonal» de Schönberg, por ejemplo-, porque supone una independencia total respecto de lo que representa la razón instrumental. En el arte ve un reflejo del mundo real .(Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

 

Habermas, Jürgen.

 

Filósofo y sociólogo alemán, nacido en Düsseldorf, en 1929. «Premio Hegel 1973», otorgado por la ciudad de Stuttgart, profesor de filosofía y sociología de la universidad de Heidelberg y, desde 1982, de la de Francfort, se le considera el miembro más destacado de la segunda generación de filósofos de la escuela de Francfort y la última gran figura de la tradición filosófica que se inspira en Marx y Hegel para una interpretación sociohistórica del mundo actual. Tras una primera etapa en que sigue muy directamente los planteamientos de la teoría crítica según Horkheimer y Adorno, de quien fue discípulo, renueva esta misma teoría, manteniendo la perspectiva de oposición al cientificismo positivista y de intento de transformación de la sociedad mediante la reflexión crítica, apoyándose más que en la tradición idealista en la nueva filosofía del lenguaje. Formula, así, su doctrina de la «situación ideal de diálogo» como núcleo de su teoría.  

Toda ciencia supone una relación con el interés, puesto que los intereses forman parte constitutiva del conocimiento y de la razón. Se distinguen tres formas de interés y, por lo mismo, tres clases de ciencias: 1) las ciencias empíricas (ciencias de la naturaleza) siguen el interés técnico de la razón regulado por la objetividad; 2) las ciencias histórico-hermenéuticas (ciencias del espíritu se corresponden con el interés práctico que se regula por la intersubjetividad, y 3) las ciencias emancipativas se vinculan al interés emancipador, a la reflexión crítica. De estas últimas (y nuevas) ciencias trata la teoría crítica según Habermas. La liberación-emancipación progresiva del hombre se lleva a cabo, ya según la teoría crítica de la primera escuela de Francfort, a través de la crítica a las ideologías -crítica a la ciencia y a la técnica- y del recurso al psicoanálisis; así la teoría deja de ser mera teoría y coincide con la praxis, pues en ambos casos coinciden el conocimiento (teórico) con el interés (práctico): la crítica a la sociedad no consiste en un mero comprender, sino en liberarse de las diversas formas injustas de dominación y, en la labor psicoanalítica, el simple comprender es ya liberación. Nunca ha de separarse la racionalidad del interés; la prueba de ello está en el mismo lenguaje. Éste supone esencialmente comunicación y el diálogo constituye la forma ideal de comunicación. Y no hay posible situación de diálogo si los sujetos no se reconocen mutuamente la plena igualdad de seres libres y responsables. La igualdad humana a que tiende toda la tradición del idealismo hegeliano y del materialismo histórico aparece exigida como situación radical y originaria del diálogo: en el diálogo de los seres libres y autónomos surge la idea. La situación real, sin embargo, el diálogo real en la sociedad, no manifiesta tal situación ideal; pero la comprensión de esta «situación ideal de diálogo» es el a priori del que hay que partir y algo que «todavía no» existe, pero que se percibe como lo único que posibilita la «vida buena» y que los sujetos humanos plenamente libres sean capaces de comprensión: de intersubjetividad. A la ciencia de esta intersubjetividad llama Habermas «pragmática universal» .(Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.)  

 

Jurgen Habermas [128]

Introducción  

Habermas propone un modelo que permite analizar la sociedad como dos formas de racionalidad que están en juego simultáneamente: la racionalidad sustantiva del mundo de la vida y la racionalidad formal del sistema , pero donde el mundo de la vida representa una perspectiva interna como el punto de vista de los sujetos que actúan sobre la sociedad , mientras que el Sistema representa la perspectiva externa, como la estructura sistémica (la racionalidad técnica, burocratizada-weberiana, de las instituciones ).  

Habermas estudia a la sociedad como un conglomerado de sistemas complejos, estructurados, donde el actor desaparece transformado en procesos (sistema-racional-burocrático), y por otro lado, también incluye el análisis sociológico que da primacía al actor, como creador inteligente pero a la vez sumergido en la subjetividad de los significados del mundo vital. Es más, uno no debemos confundir sociedad con mundo de la vida: la sociedad, no es equivalente al mundo de la vida, dado que la sociedad es, a la vez, mundo de la vida y sistema.

 

Habermas en Teoría de la Acción Comunicativa, refiere que al elegir un determinado concepto sociológico de acción, nos comprometemos con determinadas presuposiciones ontológicas. De las relaciones con el mundo, que al elegir tal concepto , suponemos al actor, dependen a su vez los aspectos de la posible racionalidad de su acción.

 

Nuestro autor, denomina acciones sólo a aquellas manifestaciones simbólicas en que el actor de la acción teleológica, la acción regulada por normas y la acción dramatúrgica entra en relación al menos con un mundo, pero siempre con el mundo objetivo .A la esfera del trabajo, contrapone el ámbito de la acción comunicativa, que define como "una interacción mediada por símbolos". Dicha acción tiene como núcleo fundamental las normas o reglas obligatorias de acción que definen formas recíprocas de conducta y han de ser entendidas y reconocidas intersubjetivamente. Este tipo de acción da lugar al marco institucional de la sociedad en contraposición a los sistemas de acción instrumental y estratégica.

 

Significado De La Técnica

 

Habermas enjuicia la ciencia técnica como ideología . A tales efectos nuestro autor trata la cuestión en una doble perspectiva: En la historia de la evolución de la humanidad y en la disputa reciente sobre la técnica en Alemania .

 

Históricamente, el significado actual de la técnica arranca de la transformación social que produjo la burguesía frente a los tipos de sociedades medievales, así como de las nuevas transformaciones que se producen en la transición del Estado liberal al Estado social y del tipo de ciencia que se desarrolla en el ámbito industrial. En todo esto, las categorías básicas para el análisis habermasiano son trabajo e interacción en su autonomía recíproca. Es así como nuestro autor define el trabajo como "una acción medio-fin que para conseguir tal o cual fin, has de utilizar estos y los otros medios ". En la acción medio-fin, distingue dos modalidades: la acción instrumental y la acción estratégica (elección racional). En cuanto a la disputa sobre la técnica en Alemania , las cuales estuvieron focalizadas o centradas en Jacques Ellul, Arnold Gehlen y Hebert Marcuse, Habermas se interesa especialmente por el proceso histórico que acabamos de mencionar. Nuestro autor discute fundamentalmente dos posiciones, a saber: Una, liberal y la otra, conservadora. La interpretación liberal de la técnica descansa en que el hombre tiene aún en sus manos la dirección del progreso técnico y ve en éste, la posibilidad de la libertad subjetiva: exoneración del trabajo físico, eliminación de riesgos , marco más amplios entre medios alternativos, ampliación del ámbito de conducta racional, posibilidad de darle un sentido a la historia , pues de suyo carece de sentido. Sin embargo, Haberlas objeta a esta interpretación un desconocimiento de la situación fáctica, en la que no se permite la formación de una libre voluntad colectiva. En la interpretación conservadora, nuestro autor se refiere a las posiciones asumidas por Geblen y Ellul-Shelsky. El primero manifiesta que el hombre a través de la evolución técnica, el hombre ha objetivado progresivamente sus acciones en las máquinas : pies y manos en los medios de locomoción, vista y oído en los medios audiovisuales y el cerebro en los sistemas cibernéticos. Finalmente, en los sistemas hombres- máquinas se conjugan las acciones mecánicas y las reacciones humanas. Desea reestablecer la interacción en su autonomía frente al trabajo, es decir, la participación de los ciudadanos en las decisiones políticas . Pero deja en el aire un aspecto del asunto: el materialismo , el confort, poder adormecedor de la sociedad de consumo , el cual es consecuencia directa de la declinación de los aspectos espiritualistas o idealistas. Habermas cree que los antiguos ideales han muerto, pero cree también que se mantiene en pie el ideal por la emancipación.

Concepto de acción comunicativa y el mundo de Vida.

 

A la esfera del trabajo, nuestro autor Habermas, contrapone el ámbito de la acción comunicativa, que define como "una interacción mediada por símbolos" (Gabás, 1980, 104). Dicha acción tiene como núcleo fundamental las normas o reglas obligatorias de acción que definen formas recíprocas de conducta y han de ser entendidas y reconocidas intersubjetivamente. Este tipo de acción da lugar al marco institucional de la sociedad en contraposición a los sistemas de acción instrumental y estratégica. Habermas asigna al marco institucional de la sociedad, las siguientes funciones : - Organización colectiva para la conservación de la especie, la cual no está asegurada exclusivamente por el instinto; - institucionalización de los procesos de aprendizaje y acomodación, y especialmente, - la represión y canalización de tendencias libidinosas o agresivas que resultan disfuncionales para la propia conservación colectiva de la sociedad. Esta última función del marco institucional de la sociedad, implica un doble factor: - La organización del poder a fin de reprimir dichas tendencias agresivas y - la articulación y satisfacción de nuestras necesidades. Esta articulación y satisfacción de las necesidades se cumplen mediante la tradición cultural. En este sentido, los valores culturales interpretan las necesidades humanas mucho más ampliamente de lo necesario para la propia conservación (contenidos míticos, religiosos y utópicos, es decir, los consuelos colectivos, así como las fuentes de la filosofía y de la crítica).Una parte de los contenidos culturales se transforma funcionalmente y sirve a la legitimación del sistema de dominio ; sobre este último y sobre el grado de represión, decide el marco institucional, así como sobre el grado de emancipación e individuación, por ejemplo, fijando la oportunidad de satisfacción de necesidades específicas del estrato, así como las necesidades de carácter general. Mediante la distinción mencionada entre trabajo e interacción, Habermas reconstruye la evolución de la sociedad desde la Edad Media hasta nuestros días. Así tenemos, que en la sociedad tradicional (hasta la burguesía moderna), el marco institucional se legitima mediante interpretaciones míticas, religiosas y metafóricas de la realidad en su conjunto. La acción instrumental (técnica, estratégica) se mantiene subordinada a las tradiciones legitimantes. En la sociedad capitalista se amplían cada vez más, los subsistemas de acción instrumental, particularmente, la economía . El tipo tradicional de racionalidad comunicativa se ve confrontada en los tiempos modernos con la nueva racionalidad de tipo científico-técnico (instrumenta). En dicha confrontación, sale derrotada la anterior racionalidad comunicativa, en virtud de que la interpretaciones mítico-religiosas son sustituidas por las interpretaciones científicas. No obstante, la sociedad capitalista se encuentra ante el problema de lograr un nuevo marco institucional es decir, un nuevo conjunto de normas y de legitimarlo. El intercambio de mercancías (la acción económica), en cuanto equivalente, es justo, ya que es una interacción legítima. En efecto: "....de esta manera, la desigualdad de poder económico se enmascara y legitima "desde abajo", ya no utilizando criterios religiosos-culturales ( dominio político de clase), sino por la aparente racionalidad (Habermas, Teoría de la Acción C, tomo I).

 

Nuestro autor, nos dice al respecto:"La sociedad ya no se integra por la libre interacción económica, sino por la dirección del poder estatal; el Estado es ahora árbitro de la interacción justa, de las normas sociales....ahora tiene que legitimar el poder directo que ejerce en la ordenación del mercado y de la sociedad, pues, en términos marxistas, ya no se presenta como simple superestructura, sino que controla la base económica misma" (Gabás, 1980,. 108).

 

Esta necesidad de legitimación directa se satisface ahora, según Habermas, mediante la ideología tecnocrática. El Estado se escuda para su propia legitimación en la nueva mentalidad aceptada, la del progreso técnico. Habermas explica el nacimiento de esta ideología desde el desarrollo del movimiento científico. En efecto:

"Hemos visto, que en su nacimiento, la ciencia moderna estaba afectada por el interés técnico (económico)... se ha llegado a un entrelazamiento cada vez más claro, entre ciencia , técnica y su utilización"...Esto significa que si el Estado dirige la economía y si la ciencia está al servicio de la economía, entonces el Estado pasa a ser también el director del proceso científico...." (Gabás, 1980, 108-109).

 

Habermas plantea la necesidad de una pragmática universal, una ciencia del lenguaje basada en estructuras universales y válidas en cualquier situación y contexto comunicativo. La pragmática universal pone de manifiesto las condiciones lingüísticas que hacen posible la razón comunicativa. Es a través de ella que, la razón deviene en razón comunicativa.

 

El mundo de la vida es el lugar trascendental en que el hablante y el oyente se salen al encuentro planteándose esas pretensiones de validez; es el horizonte de convicciones comunes en el que se da la acción comunicativa.    

MUNDO DE LA VIDA

mundo objetivo

mundo social

mundo subjetivo

Como totalidad de las entidades sobre las que son posibles enunciados verdaderos Como totalidad de las relaciones interpersonales legítimamente reguladas Como totalidad de las propias vivencias a las que cada cual tiene un acceso privilegiado y que el hablante puede manifestar verazmente ante un público

criterios de verdad

verdad

rectitud

veracidad

Pretensiones de validez. En todo agente ( persona ) que actúa lingüísticamente, con vistas a entenderse con otros, se pueden encontrar las siguientes pretensiones de validez: inteligibilidad, verdad, veracidad y rectitud.

En definitiva el entendimiento busca un acuerdo que termine en la comprensión mutua del saber compartido, de la confianza recíproca y de la concordancia de unos con otros. Una persona ha de hacer entender, decir algo, hacerlo con credibilidad y respetando normas comunicativas vigentes.

La socialización es condición de la identidad .

La acción comunicativa, como parte de la acción social, colabora en los tres procesos que conforman la socialización : recepción y reproducción cultural, integración social y desarrollo de la personalidad y de la identidad personal .

Por otra parte el individuo habita en los tres mundos, objetivo , social y subjetivo, los cuales constituyen los presupuestos ontológicos de la acción comunicativa. Pero los tres mundos se hallan recortados y sobre pasados por un ámbito superior más general y básico que abarca el conjunto de situaciones de la realidad de cada uno: el mundo de la vida. Él constituye el horizonte cognitivo y marco fundamental desde el que el individuo accede a los distintos ámbitos de la realidad; es el marco y lugar donde se realiza la acción comunicativa: el subsuelo vital de la realidad personal en el que habitamos.

El resto de mundos, objetivo, social y subjetivo son parte de él, que los cubre y abarca todos, como horizonte último de la vida.
Habermas en Teoría de la Acción Comunicativa, nos dice: "...al elegir un determinado concepto sociológico de acción, nos comprometemos con determinadas presuposiciones ontológicas. De las relaciones con el mundo, que al elegir tal concepto, suponemos al actor, dependen a su vez los aspectos de la posible racionalidad de su acción..." (Habermas, 1987, 122). De la multitud de conceptos de acción, empleados en teoría sociológica, Habermas, las reduce a cuatro.

1.- El concepto de acción teleológica que ocupa el centro de la teoría filosófica de acción desde la época de Aristóteles . El actor realiza un fin o hace que se produzca el estado de cosas deseado, eligiendo en una situación dada los medios más congruentes y aplicándolos de manera adecuada.. El concepto central aquí es el de una decisión entre alternativas de acción, que conlleva a la realización de un propósito, dirigida por máximas y apoyada en una interpretación de la situación.

El concepto de acción teleológica, fue utilizado por los fundadores de la economía política neoclásica para desarrollar una teoría de la decisión económica, y por Neumann y Morgenstern para una teoría de los juegos estratégicos.

La acción teleológica se amplía y convierte en acción estratégica cuando en el éxito que hace el agente interviene la decisión de al menos otro agente que también actúa en relación a la consecución de sus propios propósitos. Este modelo es interpretado en términos utilitaristas, como veremos más abajo. Se supone que el actor elige y calcula medios y fines para obtener la mayor utilidad .

2.- Nuestro autor nos dice "El concepto de acción regulada por normas se refiere no al comportamiento de un actor en principio solitario que se topa en su entorno con otros actores, sino a los miembros de un grupo social que orientan su acción por valores comunes" (Habermas, 1987, 123).

Es así como el actor observa o viola una norma cuando se presenta la ocasión para que la norma se aplique.

Las normas expresan un acuerdo existente en un grupo social; y todos los miembros de un grupo para los que rija determinada norma tienen derecho a esperar, que en determinadas ocasiones o situaciones se ejecuten u omitan, respectivamente, las acciones obligatorias o prohibidas. El concepto central de observancia de una norma significa el cumplimiento de una expectativa generalizada de comportamiento . Este modelo normativo de acción es el que subyace a la teoría del rol social.

El concepto de acción regulado por normas tuvo una significación especial en el desarrollo de la teoría sociológica, a través de Durkheim y Parsons.

3.- Nuestro autor también nos dice "El concepto de acción dramatúrgica, no hace referencia ni a un actor solitario ni al miembro de un grupo social, sino a participantes en una interacción que constituyen los unos para los otros un público ante el cual se ponen a sí mismos en escena" (Habermas, 1987, 123). El actor transmite en su público determinada imagen o impresión de sí mismo al poner de manifiesto lo que desea, es decir, su propia subjetividad. Aquí el concepto central es el de autoescenificación, lo que dignifica no un comportamiento expresivo espontáneo sino una estilización de la expresión de la propias vivencias a fin de influir en los espectadores. Este modelo de acción sirve fundamentalmente a las descripciones de orientación fenomenológica de la acción.

El concepto de acción dramatúrgica se utilizó a través de Goffman.

4.- Finalmente, nuestro autor nos dice "...el concepto de acción comunicativa se refiere a la interacción de a lo menos dos sujetos capaces de lenguaje y de acción que (ya sea con medios verbales o con medios extraverbales) entablan una relación interpersonal" (Habermas, 1987, 124).

Los actores buscan entenderse sobre una situación de acción para poder coordinar de común acuerdo sus planes de acción y con ello sus acciones. El concepto central aquí, es el de interpretación, que se refiere a la negociación de definiciones de la situación susceptibles de consenso. En este modelo de acción, el lenguaje ocupa, un sitio prominente.

El concepto de acción comunicativa tuvo una significación paradigmática a través de Mead y después a través de Garfinkel.

Según Habermas "llamo acciones sólo a aquellas manifestaciones simbólicas en que el actor...de la acción teleológica, la acción regulada por normas y la acción dramatúrgica entra en relación al menos con un mundo (pero siempre con el mundo objetivo)" (Habermas, 1987, 139). Distingo de ella, los movimientos corporales y las operaciones que se co-realizan en las acciones y que sólo secundariamente pueden llegar a adquirir la autonomía que caracteriza a las acciones, a saber, por inclusión en un juego o en un aprendizaje . Esto es fácil de ver en el caso de los movimientos corporales.

Las acciones tienen aspecto de procesos observables en el mundo y así aparecen como movimientos corporales de un organismo. Estos movimientos corporales son gobernados por el sistema nervioso central y constituyen el sustrato en que se ejecutan las acciones; con sus movimientos, el agente o actor cambia algo en el mundo.

Sin embargo, podemos distinguir los movimientos con que un sujeto interviene en el mundo (actúa instrumentalmente) de los movimientos con que un sujeto transmite un significado (es decir, se expresa comunicativamente).

En ambos casos, los movimientos corporales producen un cambio físico en el mundo. En el primer caso, es causalmente relevante; en el segundo, semánticamente relevante. Ejemplos de los primeros, son: erguir el cuerpo, extender la mano, levantar el brazo, cruzar las piernas, etc. Ejemplos de los segundos: los movimientos de la boca, de los labios, de la laringe, en la producción fonética o de fonemas; las inclinaciones de cabeza, los encogimientos de hombros, los movimientos de los dedos al tocar el piano, los movimientos de la mano al escribir, al dibujar, etc.

Danto ha descrito estos movimientos como acciones básicas (basic actions), lo que ha dado lugar a una amplia discusión, que se ha planteado por la idea de que los movimientos corporales no representan el sustrato mediante el cual las acciones entran en el mundo, sino que ellos mismos son acciones primitivas. Por ejemplo, girando el interruptor, levantando el brazo derecho para saludar; dando un puntapié al balón metiendo un gol. Estos son ejemplos que son ejecutadas mediante una acción básica. Una acción básica se caracteriza por no poder ejecutarse mediante otra acción. "Considero falso este concepto" (Habermas, 1987, 141).

Las acciones son realizadas en cierto modo, mediante movimientos corporales, pero esto lo entendemos en el sentido de que el actor co-realiza esos movimientos cuando sigue una regla de acción, técnica o social. El concepto central aquí es que co-realización significa que el fin del agente o actor es la ejecución de un plan de acción, y no de los movimientos corporales con cuya ayuda realiza las acciones. Así que nuestro autor nos dice "Un movimiento corporal es elemento de una acción, pero no una acción" (Habermas, 1987, 141).

Los movimientos corporales son similares a aquellas operaciones que Wittgenstein se vale para desarrollar su concepto de regla y de seguir una regla. En las operaciones de pensamiento y de habla, tienen siempre que co-realizarse con otras acciones. A lo sumo, pueden constituirse en acciones independientes en el marco de un ejercicio, como en el caso de un profesor de inglés que explica a una clase, la transformación a pasiva de un verbo en voz activa.

Sigamos ahora, la línea principal de este trabajo, referida a que en la acción medio-fin,

Habermas distingue dos modalidades:

La primera, la acción instrumental, se rige por normas técnicas que descansan en un saber empírico e implican prognosis observables sobre acontecimientos observables que pueden ser físicos o sociales. Así por ejemplo, para llevar un hombre al espacio, se requieren algunos aparatos con estas y otras condiciones; o si se introducen estos y otros factores en la vida social, como una mejor calidad de vida traducida en menos enfermedades en la población adulta, entonces en el plazo de una década la productividad de la población económicamente activa se habrá elevado entre un 8 a 10%.

La segunda es decir, La acción estratétiga o elección racional, "se orienta por estrategias basadas en un saber analítico" (Gabás, 1980, 104), es decir, a partir de ciertas reglas de preferencia o sistemas de valor y de máximas generales se deducen correcta o falsamente ciertas consecuencias. Por ejemplo, el dinero ha de invertirse de manera tal que conserve su valor y produzca altos beneficios . Esto se da en las autopistas de peaje, por lo que es aconsejable invertir en la construcción de autopistas; la democracia tiene estas ventajas ..y la dictadura estas otras.  

TEORÍA Y PRAXIS

Luego de los fracasos dentro de el pensamiento de la escuela crítica y la falta de homogeneidad en los diferentes aspectos de una teoría analítica de lo social, nació una línea de pensamiento, dentro del seno mismo de la Teoría Critica, que tuvo sus orígenes en la praxis de la interacción intersubjetiva, mediada por el lenguaje .

Su exponente más significativo fue Jürgen Habermas. Este autor, mediante una crítica del marxismo , llega a una conclusión que no es más que la historia ampliada en el sentido de la teoría de la acción: si la forma de vida humana se caracteriza por la consecución del entendimiento en el lenguaje, entonces no es posible reducir la reproducción social a la sola dimensión del trabajo, como proponía Marx . La idea de la intersubjetividad lingüística de la acción social constituye el fundamento de esta concepción. Habermas deduce esto mediante un estudio de la filosofía hermenéutica y el análisis del lenguaje de Wittgenstein (el célebre representante de lo que se ha dado en llamar "la escolástica del siglo XX", el autor del Tractatus logicus matematicus) ; este análisis deriva a la consideración de que los sujetos están ab initio unidos entre sí por medio del entendimiento lingüístico, respaldado en las estructuras lingüísticas; consiguientemente la intersubjetividad, constituye, para que sea posible el entendimiento lingüístico entre individuos, un requerimiento esencial para la reproducción social.

Para Habermas la comunicación lingüística (con sus niveles de intersubjetividad) es el medio que les permite a los individuos garantizar la reciprocidad de la ubicación y noción de sus acciones, reciprocidad necesaria para que la sociedad resuelva los problemas de reproducción material. Así reformula los postulados de la vieja teoría crítica, añadiendo diferentes categorías en los dos conceptos de acción, trabajo e interacción.

A pesar de que existieron muchos proyectos teóricos, todos convergen o bien persiguen el mismo objetivo: la fundamentación teórico-comunicativa de una teoría crítica de la sociedad. Lo que trata de demostrar en definitiva es que la racionalidad de la acción comunicativa es un presupuesto esencial del desarrollo social .

Este autor en su libro Teoría y Praxis nos introduce sus objetivos principales:

a) El aspecto empírico de la relación de ciencia, política y opinión pública en los sistemas sociales.
b) El aspecto epistemológico de la conexión de conocimiento e intereses
c) El aspecto metodológico de una teoría de la sociedad que debe poder tomar sobre sí el papel de la crítica.

a) Opinión pública : Habermas advierte las contradicciones inherentes existentes en los postulados del sistema económico capitalista con los requerimientos de los procesos de formación de la voluntad en la democracia liberal actual. El principio de la publicidad , que sobre el fundamento de un público de personas privadas, educadas, razonantes y que disfrutan del arte y en el medium de la prensa burguesa, había sido obtenido, en primer lugar, con una función inequívocamente crítica contra la praxis secreta del Estado absolutista, y que había sido anclado en las formas procesuales de los órganos del Estado de derecho , tal principio, es reconvertido para fines demostrativos y manipulativos. (Habermas, Teoría y Praxis, p.15)


b) Conocimiento e intereses: Los ámbitos objetuales en que se desarrollan las ciencias empírico-analíticas y las ciencias hermenéuticas se encuentran fundamentados en la realidad, que el individuo trata de descifrar con la ayuda de la técnica y de el entendimiento (intersubjetividad).

Estos dos puntos de vista expresan intereses que guían el conocimiento y que, antropológicamente, están muy profundamente arraigados; intereses que tienen un status cuasitrascendental.(...)Ciertamente, expresión <<intereses>> debe indicar la unidad del contexto vital en el que está encapsulada la cognición: las manifestaciones susceptibles de verdad se refieren a una realidad que es objetivada como realidad en dos contextos diferentes de acción-experiencia, esto es, es dejada al descubierto y constituida al mismo tiempo ; el << interés >> que está en la raíz establece la unidad entre este contexto de constitución , al que el conocimiento está ligado retroactivamente, y la estructura d las posibles utilizaciones que pueden encontrar los conocimientos.

c) Aspecto metodológico: para este autor es necesaria una reformulación de la Teoría Crítica, en cuanto a su contexto de utilización. Lo vemos reflejado en la siguiente cita:
El paradigma ya no es la observación , sino la interrogación, así pues, una comunicación en la que el que comprende debe introducir, como de costumbre, partes susceptibles de control de su subjetividad para sí poder encontrar al otro que está enfrente de él al nivel de la intersubjetividad de un entendimiento posible general.
Por otro lado la ejecución del programa deconstructivista, entendido éste bien como la constatación de la insuficiencia del marco estructuralista (en la manera que fue concebido por su fundador Derrida, en un primer momento) para dar cuenta del significado de etiquetas, signos, o metáforas institucionalizadas, o bien como en su versión mas extrema la representada por filósofos y críticos de la Postmodernidad , tales como Lyotard o Ricoeur que sostienen (o se resignan a admitir) la llamada "infinitud del signo", parece poner en peligro una concepción de los fenómenos sociales, y de las estructuras simbólicas que conforman, basada en el materialismo histórico . Si la interpretación de estas estructuras simbólicas, o incluso su forma, no es el resultado de procesos históricos, sino que es hasta cierto punto libre, o relativa, parece obvio que sobre los fundamentos ideológicos de la Teoría Crítica, se cierne la amenaza de verse descolgados de la Praxis. Este parece ser el gran campo de batalla hoy en día dónde ,en distinto grado, se enfrentan Garantistas, Minimalistas y Abolicionistas.

No obstante, es necesario reconocer que la sociología crítica se guarda de situarse al final de la universalidad de una teoría, poniendo de relieve la reducción de todos los conflictos sociales a los contenidos de la tradición cultural, destacando en ello la potencialidad de la Teoría Crítica. Coincidentemente, en un bello pasaje de su obra Las ciudades invisibles, Italo Calvino describe este mismo proceso, universal para todas las formas de civilización:
De la ciudad de Zirma los viajeros vuelven con recuerdos muy claros: un negro ciego que grita en la multitud, un loco que se asoma en una cornisa de un rascacielos, una muchacha que pasea con un puma sujeto por una traílla. En realidad muchos de los ciegos que golpean con el bastón en el empedrado de Zirma son negros, en todos los rascacielos hay alguien que se vuelve loco, todos los locos se pasan horas en las cornisas, no hay puma que no sea criado para el capricho de una muchacha. La ciudad es redundante: se repite para que algo llegue a fijarse en la mente. ("Las ciudades y los signos.2", p. 27)

Resumen General:

Habermas propone un modelo que permite analizar la sociedad como dos formas de racionalidad: La racionalidad sustantiva del mundo de la vida y La racionalidad formal del sistema.

El mundo de la vida representa una perspectiva interna como el punto de vista de los sujetos que actúan sobre la sociedad

El Sistema representa la perspectiva externa, como la estructura sistémica (la racionalidad técnica, burocratizada-weberiana, de las instituciones ).

Habermas estudia a la sociedad como un conglomerado de sistemas complejos, estructurados, donde el actor desaparece transformado en procesos.

Habermas en Teoría de la Acción Comunicativa, denomina acciones sólo a aquellas manifestaciones simbólicas, la acción regulada por normas y la acción dramatúrgica entra en relación al menos con un mundo, pero siempre con el mundo objetivo.

A la esfera del trabajo, contrapone el ámbito de la acción comunicativa, que define como "una interacción mediada por símbolos". Dicha acción tiene como núcleo fundamental las normas o reglas obligatorias de acción que definen formas recíprocas de conducta y han de ser entendidas y reconocidas intersubjetivamente.

Este tipo de acción da lugar al marco institucional de la sociedad en contraposición a los sistemas de acción instrumental y estratégica.

Nuestro autor define el trabajo como "una acción medio-fin que para conseguir tal o cual fin, has de utilizar estos y los otros medios".

Distingue dos modalidades: la acción instrumental y la acción estratégica (elección racional).

La acción instrumental (técnica, estratégica) se mantiene subordinada a las tradiciones legitimantes. En la sociedad capitalista se amplían cada vez más, los subsistemas de acción instrumental, particularmente, la economía.

El tipo tradicional de racionalidad comunicativa se ve confrontada en los tiempos modernos con la nueva racionalidad de tipo científico-técnico (instrumenta). En dicha confrontación, sale derrotada la anterior racionalidad comunicativa, en virtud de que la interpretaciones mítico-religiosas son sustituidas por las interpretaciones científicas.

Habermas plantea la necesidad de una pragmática universal, una ciencia del lenguaje basada en estructuras universales y válidas en cualquier situación y contexto comunicativo. La pragmática universal pone de manifiesto las condiciones lingüísticas que hacen posible la razón comunicativa. Es a través de ella que, la razón deviene en razón comunicativa.

De la multitud de conceptos de acción, empleados en teoría sociológica, Habermas, las reduce a cuatro:

1.- El concepto de acción teleológica que ocupa el centro de la teoría filosófica de acción desde la época de Aristóteles . El actor realiza un fin o hace que se produzca el estado de cosas deseado, eligiendo en una situación dada los medios más congruentes y aplicándolos de manera adecuada.

2.- Nuestro autor nos dice "El concepto de acción regulada por normas se refiere no al comportamiento de un actor en principio solitario que se topa en su entorno con otros actores, sino a los miembros de un grupo social que orientan su acción por valores comunes"

3.- Nuestro autor también nos dice "El concepto de acción dramatúrgica, no hace referencia ni a un actor solitario ni al miembro de un grupo social. El actor transmite en su público determinada imagen o impresión de sí mismo al poner de manifiesto lo que desea, es decir, su propia subjetividad.

4.- Finalmente, nuestro autor nos dice "...el concepto de acción comunicativa se refiere a la interacción de a lo menos dos sujetos capaces de lenguaje y de acción que (ya sea con medios verbales o con medios extraverbales) entablan una relación interpersonal".

BIBLIOGRAFÍA

Habermas, Jürgen (1999). Teoría y Praxis, Editorial Atalaya, Madrid.

Habermas, Jürgen (1991). La distinción, "Economía de las prácticas", Taurus, España ,   Cap. 3, "El habitus y el espacio de los estilos de vida".

Habermas, Jürgen (1987). La Acción Comunicativa. Tomo I.Editorial Taurus. Madrid. España .

Habermas, Jürgen (1980). Dominio Técnico y Comunidad Lingüística. Editorial ariel. Barcelona, España.

CORRIENTES, TENDENCIAS Y TEMAS MÁS RECURRENTES DE LA FILOSOFÍA ACTUAL.  

Se trata de una aproximación, que puede servir de vía de acceso para penetrar en el pensamiento contemporáneo, en sus diversas manifestaciones y concreciones, sin agotarlo. No se expone toda una gama de temas emergentes, como resultado de la integración de saberes, como la Ecología, la Bioética, la Ecosofía, la Epistemología de segundo orden, el Holismo ambientalista, la Metapolítica y otros saberes que dan cuenta, además, del carácter transdisciplinario que se está imponiendo, como resultado de las necesidades de nuestro Planeta Tierra. 

Estructuralismo  

En el estudio de este tema distinguiremos entre el estructuralismo como corriente metodológica contemporánea, y el estructuralismo lingüístico (que, de hecho, es la base de aquél).En la historia de la filosofía entendemos por estructuralismo aquella corriente metodológica contemporánea que ha marcado profundamente la orientación de las ciencias sociales y otros ámbitos de la cultura, y que ha tenido especial importancia, durante los años sesenta y setenta del siglo XX, en la orientación de la lingüística, la etnología, la filosofía de la historia, la crítica literaria y la sociología, y ha sido un intento de dotar a las ciencias del hombre de un método científico propio, distinto del de las ciencias empíricas. El núcleo teórico de esta corriente de pensamiento está definido por la noción de estructura, y surge como un rechazo de las orientaciones de carácter historicista y subjetivista, a la vez que se enmarca en el contexto del estudio del estatus epistemológico de las ciencias sociales. El concepto mismo de estructura no está exento de una cierta ambigüedad, puesto que no surge de un único ámbito de estudio, y es utilizado en campos diversos. De hecho esta noción es usada en matemáticas, especialmente en álgebra (por ejemplo: estructura de grupo, homomorfismo, etc.), y es un concepto clave para el grupo Bourbaki; en psicología (relacionándose con el concepto de forma en la psicología de la Gestalt); en física, lógica y biología, donde a menudo es entendida como sinónimo de sistema. Además, en el ámbito de las ciencias sociales esta noción fue ya usada en cierto modo por Marx -que en su análisis de la historia y de la sociedad se basa en los conceptos de infraestructura y superestructura- y por Freud -que elabora un modelo estructural de la personalidad y del inconsciente a partir de las estructuras del yo, el superyo y el ello. Pero la noción de estructura sobre la que se basa el estructuralismo en las ciencias sociales parte fundamentalmente de la noción elaborada por la lingüística de F. de Saussure. En ella, la noción de estructura -basada en el estudio del lenguaje como sistema de signos-, es entendida como un todo que sólo puede comprenderse a partir del análisis de sus componentes y de la función que cumplen dentro del todo. Dichas estructuras tienen, pues, el carácter de una totalidad en la cual cualquier modificación de alguna de sus relaciones afecta al conjunto, ya que la estructura misma está definida por sus relaciones, su autorregulación y sus posibles transformaciones.En el estudio del lenguaje, Saussure había establecido la distinción fundamental entre lengua y habla. La lengua sería un sistema de signos independientes del habla, la cual sería la utilización de la lengua efectuada por los hablantes. Partiendo de esta distinción, la semiología (nombre que propone Saussure para la ciencia de los signos) podría concebir el conjunto del lenguaje como una estructura, cuyo estudio debería efectuarse de modo sincrónico, y en el que el lenguaje aparecería como un sistema de relaciones en el cual el conocimiento del sistema permitiría el reconocimiento de los elementos. El método estructural en lingüística tendría como objetivo la construcción de modelos abstractos capaces de dar explicación de todos los fenómenos del lenguaje, constituyéndose como una álgebra del lenguaje. Además de Saussure, lingüistas como Martinet, R. Jakobson, N. Trubetzkoi, y el círculo de Praga, y las escuelas estructuralistas de Copenhague, la de Nueva York, con Bloomfield, entre otros, etc., desarrollaron ampliamente el método estructuralista en la lingüística. La descripción de una estructura puede concebirse como la construcción de un modelo abstracto de relaciones y transformaciones independiente de las realidades concretas de su objeto de estudio y que, por tanto, se asemeja a una realidad inconsciente. De esta manera, puesto que la estructura es abstracta, sus elementos concretos no tienen realmente importancia ni significado (por ello Lévi-Strauss puede estudiar los mitos sin preocuparse de su sentido, centrándose sólo en sus funciones dentro de la estructura social, y también por esta razón los estructuralistas, en general, no consideran importante el sujeto humano como instancia explicativa). De esta manera, en el estructuralismo se trata de descubrir el significado de cada realidad, no diacrónicamente, es decir, a partir de su historia o de causas externas, sino sincrónicamente, a partir de ella misma, de las propias relaciones que mantienen entre sí los elementos que la componen y que, a veces, hay que buscar en su estructura profunda la cual no siempre se refleja en la estructura superficial. Este método consiste, pues, en considerar cualquier realidad humana (una lengua, una institución, una obra literaria, etc.) como una totalidad estructurada y significativa, articulada en relaciones estables y regidas por unas leyes internas que hay que buscar en su estructura profunda. A partir de su aplicación en la lingüística, el estructuralismo empezó a extenderse a otras ciencias sociales. Así, en EE.UU., el antropólogo B. Malinowski y el sociólogo A.R. Radcliffe-Brown iniciaron las bases de las que surgiría la escuela estructural-funcionalista cuyos principales representantes son T. Parsons y R.K. Merton. En Francia, el primero fue el antropólogo C. Lévi-Strauss que lo aplicó al estudio de las relaciones de parentesco. Después R. Barthes lo aplicó a la crítica literaria, y M. Foucault, G. Deleuze y J. Derrida a la filosofía (aunque no acepten plenamente el calificativo de estructuralistas y, especialmente, los dos últimos sean ya pensadores del postestructuralismo); J. Lacan, al psicoanálisis; L. Althusser, al marxismo; Piaget a la psicología genética, etc. A título de ejemplo destacaremos las tesis principales de algunos autores estructuralistas.

Para Lévi-Strauss, los fenómenos sociales tienen carácter de signos (ver cita): los sistemas de parentesco, las reglas del matrimonio, las formas de intercambio, etc. son como una especie de lenguaje que permite la comunicación (inconsciente) entre los individuos y los grupos sociales. Por ello, Lévi-Strauss puede extender el método estructuralista de la lingüística a la antropología cultural. En resumen, dicho método consiste en:1) observación de los hechos desde una perspectiva sincrónica;2) consideración del conjunto de los elementos integrantes en sus relaciones recíprocas;3) formulación de hipótesis capaces de hallar las reglas y transformaciones de esta estructura; 4) construcción de un modelo de la estructura que es, siempre, una estructura profunda e inconsciente para los miembros de la comunidad estudiada.

De esta manera la lingüística actúa como un modelo en un doble sentido: por una parte, ofrece un modelo de tratamiento metodológico riguroso de hechos sociales y culturales y, por otra parte, permite tratar dichos fenómenos como sistemas de comunicación.J. Lacan, inspirándose tanto en Lévi-Strauss como en Jakobson, hace una reinterpretación del psicoanálisis de Freud, y concibe el inconsciente como una estructura lingüística. El lenguaje es la condición del inconsciente y, a la vez, éste tiene estructura de lenguaje.

Foucault aplicó el estructuralismo al estudio del saber. Pero, puesto que se opone a toda forma de historicismo, no lo estudia desde la perspectiva de la historia, sino desde una arqueología. Formula el concepto de episteme, que en él sustituye al concepto de estructura, para desvelar las distintas formas de manifestarse el saber en el conjunto de relaciones que se dan en una época determinada entre las ciencias. De esta manera puede trazar el campo epistemológico en el que se desarrollan las ciencias y las técnicas. Como consecuencia de su posición antihistoricista y de la misma noción de estructura, el estructuralismo es una forma de antihumanismo metodológico que proclama la «muerte del hombre».

De hecho, los estructuralistas sostienen que ni la lingüística, ni la etnología, ni el psicoanálisis hablan ya del hombre mismo, sino de la lengua, las estructuras del parentesco y del inconsciente. El sujeto (particular) ha sido expulsado de la ciencia, que trata de estructuras (universales). Por ello, Lévi-Strauss proclamaba de forma provocadora que «el fin último de las ciencias humanas no es constituir al hombre, sino disolverlo». En la estructura -señala Lévi-Strauss-, las reglas no están en los elementos, sino que éstos dependen de aquellas, que son supraindividuales y no conscientes. Dichas reglas inconscientes, que son básicamente las mismas para todos, son las que imponen formas a los contenidos. Por esta razón Ricoeur ha señalado que el estructuralismo de Lévi-Strauss aparece como una especie de kantismo sin sujeto trascendental. En el estructuralismo el cogito cartesiano queda diluido en el seno de las estructuras inconscientes, y el yo se sustenta sobre las estructuras colectivas del lenguaje. La constitución de estructuralismo como corriente metodológica se efectuó principalmente en Francia, en abierta pugna con la corriente existencialista representada por Sartre (en el Pensamiento salvaje Lévi-Strauss polemiza directamente con dicho autor), y con todas las formas de pensamiento historicista, incluido el marxismo (con la excepción de Althusser y otros que intentaron una revisión estructuralista del pensamiento de Marx, y distinguieron entre un primer Marx, humanista e historicista, y un segundo Marx científico que habría abandonado sus primeras posiciones). En el seno de esta pugna, el estructuralismo fue acusado, especialmente por el mismo Sartre, por Gurvitch, Lefebvre, etc. de constituirse en una mera ideología formalista que conducía a posiciones conservaduristas .(Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).  

Postestructuralismo.  

Postestructuralismo, rama contemporánea de la teoría de la crítica, especialmente desarrollada en Francia, que afecta a áreas tan diversas como el psicoanálisis, la historia, la filosofía y la teoría literaria. Su relación con el estructuralismo ha sido objeto de un intenso debate y podría definirse como derivado del estructuralismo o como su antítesis. Algunos críticos incluyen a estos teóricos en dos campos diferenciados, el estructuralista y el postestructuralista. El historiador francés Michel Foucault, por ejemplo, afirmó que no era estructuralista a pesar de haber escrito lo que muchos consideran modelo del análisis estructuralista, y otro tanto puede decirse del psicoanalista Jacques Lacan. A ambos se les califica también como postestructuralistas. Esta confusión aparente procede de concepciones divergentes sobre la naturaleza del estructuralismo. Si se le considera limitado a los planteamientos del antropólogo Claude Lévi-Strauss y a las primeras obras del crítico literario Roland Barthes, en cuyos textos se analizaban los mitos, las instituciones sociales y culturales en relación con los opuestos que engloban y que conforman su estructura, sin que ni sus autores ni sus participantes sean conscientes, entonces el postestructuralismo es algo muy diferente. El postestructuralismo trata de superar la tendencia, aparentemente endémica en el pensamiento humano, de contemplar la realidad como la unión de dos opuestos, pero ambas corrientes comparten otras coincidencias: ambas rechazan la primacía del sujeto humano, como pone de manifiesto el humanismo filosófico, y aceptan las consecuencias del "desdoblamiento" del sujeto efectuado por Karl Marx, Fiedrich Nietzsche y Sigmund Freud, entre otros. Al sujeto se le considera como un producto, un punto focal de fuerzas, más que un agente creativo. La obra literaria es un tejido de otros textos cuyo significado viene determinado por sus lectores más que por la intención del autor. Las implicaciones de semejante punto de vista en el psicoanálisis y la historiografía son inmensas. Para Lacan, el dominio ineludible del lenguaje de los otros es el núcleo de la alienación psicológica. La historia postestructuralista analiza las estructuras institucionales, sociales y políticas en términos de la relación entre significado y poder, y su teoría pone en cuestión la verdadera naturaleza de las relaciones entre la realidad, el lenguaje, la historia y el sujeto. (Biblioteca de Consulta Microsoft ® Encarta ® 2005. © 1993-2004 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos)

Michel Paul Foucault, (1926-1984)

Filósofo, psicólogo e historiador de las ideas francés, nacido en Poitiers. Estudia en la Escuela Normal Superior, obtiene la licenciatura en psicología, en 1949 y, tras enseñar en Túnez y otras universidades, es nombrado profesor de Historia y sistemas del pensamiento en el Collège de France, en 1971. En su pensamiento confluyen influencias del positivismo francés y, sobre todo, del espíritu de crítica radical de Nietzsche a la cultura europea, pero él dice de sí mismo: «Yo soy simplemente nietzscheano». Se da a conocer con Historia de la locura (1961), su tesis de Estado, obra en que indaga la naturaleza de la racionalidad moderna a través del análisis de la locura, esto es, del modo como concibe y experimenta la sociedad la locura, a partir del s. XVI: de la práctica, de la que surgirá la correspondiente teoría, de tratar al loco como un enfermo mental, que es excluido de la sociedad, encerrado, clasificado y analizado como un objeto, símbolo de la voluntad de dominio, faceta consustancial a la racionalidad moderna.

Su segunda obra de envergadura, Las palabras y las cosas (1966), que lleva como subtítulo, Una arqueología de las ciencias humanas, lo eleva al rango de filósofo importante y lo alinea aparentemente en las filas del estructuralismo, filosofía entonces en boga en Francia (Lacan, Lévi-Strauss), y de la que él se desmarca conscientemente. Con esta obra inicia un método de investigación nuevo, el «análisis arqueológico», de gran parecido con el método genealógico de Nietzsche. Esta arqueología va dirigida a conocer la naturaleza del hombre partiendo del supuesto de que lo que el hombre es lo explicitan las ciencias humanas (etnología, lingüística y psicoanálisis, principalmente). Éste es un saber reciente, del que apenas sabe nada la cultura de los siglos XVI-XVIII. A través de la filología, la biología y la economía, ciencias que aparecen a fines del s. XVIII y durante el s. XIX, se formula una nueva concepción del hombre entendido como «ser vivo, trabajador y parlante», y a partir de este momento el hombre se convierte en sujeto y objeto de conocimiento (de las ciencias humanas).

El objeto de lo que él llama «arqueología del saber» es el descubrimiento de las «epistemes», o conjuntos de relaciones entre «prácticas discursivas» comunes a las diversas ciencias, que constituyen los modos de lenguaje propios de una época, el alma oculta, el «a priori histórico» de donde nace la manera de expresarse de una época; el análisis de estas epistemes -propias para cada una de las distintas épocas: Renacimiento, edad clásica y edad moderna- hace salir a la luz las leyes inconscientes que condicionan lo que el hombre dice de sí mismo. El concepto «hombre» surge, no de una larga tradición reflexiva sobre la naturaleza humana, sino de las formas discursivas concretas y transeúntes que se presentan entre 1775 y 1825, fechas entre las que se inscribe la aparición de un nuevo y sospechoso saber, cuyo objeto, el hombre, no es sólo a la vez el sujeto del saber, sino quien se constituye a sí mismo en objeto; las ambigüedades propias de la noción han de pasar forzosamente a crear los problemas característicos de la ambigüedad científica de las ciencias humanas. Emblema de este conflicto antropológico de sujetos y objetos, y de la intencionalidad de todo su libro, es el análisis que del cuadro de Velázquez, «Las meninas», lleva a cabo en el primer capítulo de Las palabras y las cosas. El hombre, «invención reciente», es un constructo destinado a desaparecer: lo que más claramente sabe ahora el hombre de sí mismo es que la idea que se ha hecho de sí está destinada a desaparecer, igual como desaparece «en los límites del mar un rostro de arena». De esta postura ante el saber acerca del hombre vienen sus discusiones con Sartre. Para éste, su humanismo existencialista es la mejor expresión filosófica de lo que es el hombre; para Foucault, la mejor expresión filosófica sobre el hombre es sostener que no hay tal concepto adecuado de hombre. El poder es el tercer tema importante del que se ocupa Foucault; de él trata sobre todo en sus obras Vigilar y castigar (1975) y La voluntad de saber (1978), volumen primero de Historia de la sexualidad, y a su estudio lo denomina «analítica del poder». El hombre también se ha hecho a través del ejercicio del poder, que aparece como una estructura que empapa toda la sociedad con múltiples manifestaciones de fuerza. Estudia Foucault en concreto las condiciones históricas que han hecho posible la aparición de las instituciones carcelarias en Occidente, dirigidas conscientemente, no al castigo del cuerpo, sino al dominio del alma, al control de la conducta. Una segunda forma de análisis del origen del poder puede observarse en la historia de la sexualidad en Occidente (interés muy cercano a sus vivencias personales, debido a su homosexualidad). En la época presente dominan dos alienaciones: la económica y la sexual; a esta última intentan dar salida las teorías contemporáneas del freudomarxismo y los diversos movimientos sociales de amor libre. Pero toda la sociedad, en general, habla sobre sexualidad en las más diversas formas; este discurso universal sobre la sexualidad no expresa más que una forma de control de la misma. El estudio de la historia de la sexualidad, que arroja luz sobre el intento de la sociedad de dominar un aspecto fundamental biológico del individuo, lo emprende Foucault con los diversos volúmenes de Historia de la sexualidad (Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).  

Lacan, Jacques (1901 -1981).  

Psiquiatra y psicoanalista francés. Nació en París y se formó como médico psiquiatra en la escuela de Clérambault. En 1932 publicó su tesis «De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad», a partir de sus estudios de la teoría freudiana. Durante estos años tuvo contacto con literatos, especialmente con los surrealistas, colaboró con L'Encyclopedie française de H. Wallon donde publicó «los complejos familiares» (1938) y siguió el seminario de Kojéve sobre Hegel. Su primera aportación importante a la teoría analítica fue la formulación del estadio del espejo, teoría presentada en 1936 en el Congreso de Marienbad y retomada posteriormente en el congreso de Zurich (1949), publicada como El estadio del espejo como formador de la función del «yo». Sus tesis innovadores, en oposición al psicoanálisis de influencia americana, motivaron su expulsión de la «Asociación Internacional de Psicoanálisis» en 1952, a raíz de la cual Lacan fundó en 1953 la «Societé Française de Psychanalyse». Desde este mismo año, y hasta su muerte, dirigió un seminario planteado como un relectura de Freud, donde elaboró los conceptos fundamentales de sus propuestas teóricas, que tuvieron una gran influencia en los medios universitarios y psicoanalíticos. En 1964 fundó «La École Freudienne de Paris», que disolvió poco antes de su muerte en 1981, y que fue reemplazada por la «Causa freudiana», terminando al mismo tiempo con la publicación de la revista «Scilicet» que él animaba. La aparición en 1966 de una recopilación de sus artículos más destacados bajo el nombre de Escritos le sitúan entre los llamados estructuralistas, afiliación que el siempre rechazó. A partir de 1973 se publican los distintos tomos de su seminario.

La teoría lacaniana basa sus planteamientos en un retorno a Freud, en relación a la preeminencia de la palabra como instrumento para desvelar el inconsciente del que afirma su hipótesis fundamental: «el inconsciente está estructurado como un lenguaje», en donde fundamentará su teoría del sujeto como efecto del significante y, por tanto, como resultado de una escisión radical entre «el ser y el decir». Su caracterización de la naturaleza humana se basa en una distinción de tres registros: el real, el imaginario y el simbólico, análisis que complementará con sus investigaciones sobre la identificación y la dinámica del deseo, donde se pone en juego la relación entre el sujeto, el objeto y el Otro.

En esta estructuración en tres registros destaca su concepción del discurso imaginario (en el sentido de productor de imágenes) del ámbito de lo consciente: la conciencia misma se produce como una imagen, lo que genera una alienación del sujeto respecto de sus propios deseos. Esto se manifiesta en el ámbito de lo inconsciente que «habla» mediante los lapsus, los actos fallidos y los sueños. Para reconocer estas manifestaciones del inconsciente es preciso recurrir al orden simbólico, de la misma naturaleza que el descrito por los teóricos estructuralistas del lenguaje (especialmente, Saussure). De esta manera, el inconsciente, aunque no está regido por las leyes de la lógica y de la temporalidad que imperan en el ámbito de lo consciente, está, no obstante, estructurado como un lenguaje, en el que, por ejemplo, la condensación y el desplazamiento (mecanismos productores de los sueños según Freud), actúan como metáforas y metonimias respectivamente. (Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).  

Jacques Lacan: ¿Fundador de discursividad?
(Arqueología y Psicoanálisis )
 

1. Instauración de discursividad

En el prólogo al libro de Baños Orellana: El lenguaje de los lacanianos, en palabras de Oscar Steimberg y Oscar Traversa, podemos leer:

"Es incuestionable que los textos de Jacques Lacan se incluyen plenamente en los usos simbólicos de nuestros días: su perímetro de desenvolvimiento excede el de un saber o campo profesional (...) Jacques Lacan ha aportado a la constitución de diversos sociolectos de nuestro tiempo (...) Espacios textuales que son, desde hace tiempo , públicos en distinto grado, que acogen esa palabra que no sólo amplifica su léxico sino que además promueve, explícita o secretamente, su escritura ". (Baños Orellana, 1995: 13)

La figura de Lacan, al menos en ciertas regiones preocupadas por el estudio y la práctica del Psicoanálisis , ha ocupado un lugar que excede la simple designación de un nombre propio, título al cual atribuir, mediante una serie de simulacros a estudiar y establecer, un número limitado/ilimitado de textos y transcripciones que pretenden adoptar la forma arbitraria y sospechosa del opus.

En 1963, en la conferencia titulada ¿Qué es un autor?, Foucault nos muestra hasta qué punto la función -autor puede trascender el marco de la atribución legítima de un número definido de textos. Por este camino llegamos a la idea de instauradores de discursividad.

Dice Foucault :
"...resulta fácil ver que, en el orden del discurso , se puede ser autor de otras cosas además de un libro –de una teoría , de una tradición, de una disciplina en el interior de la cual otros libros y otros autores podrán ocupar a su vez un lugar-. En una palabra diría que estos autores se encuentran en una posición «transdiscursiva»...”. (Foucault, 1999: 344)

Estos autores tienen la particularidad de no ser sólo y simplemente autores de sus obras, de sus libros ; han producido algo extra: la posibilidad y la regla de formación de otros textos. Desplegaron el campo a un cierto número de semejanzas y analogías que tienen por modelo o principio su propia obra. Y algo más: posibilitaron, en igual medida, un número de diferencias. «Abrieron el espacio a algo diferente de ellos, que sin embargo pertenece a lo mismo que fundaron». (Foucault, 1998: 345)

Entre estos instauradores de discursividad encontramos a Freud como fundador del Psicoanálisis.  

2. El retorno a Freud y el albacea   testamentario.

Para colocar bajo el cielo de estos análisis lo que conocemos como «el retorno a Freud», tomaremos en cuenta otro aspecto distintivo de estas fundaciones: el hecho mismo de que la instauración de una discursividad es heterogénea a sus trasformaciones futuras, permanece sobrevolándolas. En el caso de la instauración de una ciencia , el acto de fundación se ubica al mismo nivel que sus transformaciones venideras, formando parte del conjunto de las modificaciones que posibilita. La validez teórica de una proposición en las ciencias físicas, por ejemplo, se definirá con relación al modelo de la física en su estructura y normatividad intrínseca. Por el contrario, si pensamos en el Psicoanálisis, el juicio sobre los enunciados (nunca verdaderos o falsos sino fundamentales o accesorios) encontrará su lugar, con acuerdo a criterios de lecturas y apropiaciones no siempre explicitados, en el acercamiento o alejamiento de los mismos a los postulados del propio Freud, condición de posibilidad que inaugura un inminente retorno a la fundación.

Sin embargo hay una cuestión a problematizar. Lacan emprende un retorno a Freud -a lo que él mismo define como campo freudiano- desde una mirada que merece examinarse. Este retorno no intentaría, como se ha creido, analizar las transformaciones acaecidas en el Psicoanálisis en términos de una re-fundación que eleva en causa la recuperación de aquello que se ha olvidado, desvirtuado, manipulado, donde la fundación permanecería sobrevolando, intacta y hambrienta de justicia , el magma de discursos hostiles que posibilita. Este retorno, en cambio , debería pensarse como un movimiento que ejerce su propio y original sobrevuelo.   Si comparáramos la obra freudiana con la base blanca de un tablero de ajedrez , diríamos que Lacan ha colocado uno a uno los escaques negros, delimitando regiones de visibilidad y oscureciendo otras con la pluma de su estilo.

En este contexto de novísimas articulaciones teóricas y turbulencias políticas , algunos vieron nacer y desarrollarse, entre escuelas de formación, excomuniones y fieles seguidores del maestro, al Psicoanálisis de orientación lacaniana, con sus lugares comunes, sus cualidades estilísticas y sus prácticas de pertenencias.

Por su parte, Lacan nos ha legado algunos textos escritos, síntesis apretadas que procuran cristalizar más de 30 años de enseñanza , y toda una tradición oral que puede consultarse, no sin dificultades, en seminarios establecidos y re-establecidos, transcripciones apócrifas, traducciones y textos de procedencias dudosas. Estas cuestiones, sumadas a los rasgos, justificados o no, de un estilo hermético y difícil, han permitido, más que en ningún otra región del saber, una metástasis indefinida de articulaciones teóricas que pueden incluirse, como ya lo hemos establecido, al campo exclusivo del discurso psicoanalítico lacaniano.
Se instala entonces la siguiente pregunta: ¿Es posible, teniendo en cuenta las condiciones que Foucault enumera, considerar a Lacan un fundador de discursividad?
Llegados a este punto es necesario aclarar, un poco más detalladamente, qué concepción de discurso pusimos sobre la tela.   Afirma Michel Foucault en La verdad y las formas jurídicas: Existe una tendencia a tratar los discursos como un conjunto de hechos lingüísticos ligados entre sí por reglas sintácticas de contrucción. Numerosos son los estudios que intentan mostrar de qué manera los discursos – literatura , poesía , filosofía, discursos en general-, obedecen a un determinado número de leyes o regularidades internas del lenguaje . Es hora de considerar estos hechos discursivos no tanto y simplemente en su aspecto lingüístico, sino también como juegos estratégicos y polémicos, de acción y reacción, de preguntas y respuestas, de dominación, de resistencia , de apropiación, de coacción y evasión, de lucha.

Este nuevo nivel de análisis nos invita a pensar el discurso en un plano que desborda indudablemente el universo de las palabras y de los estilos. Una mirada que se desplaza, sin menoscabar totalmente la importancia de un análisis lingüístico formal, hacia una consideración del discurso como práctica política concreta.

En este orden de cosas habremos de situar el segundo nivel correlacional de la investigación , a saber, la institucionalización del Psicoanálisis, sus gestos y condiciones históricas de creación y pertenencia; los lugares que deben ocupar sus miembros en el acontecer de sus normas y las modalidades discursivas del reclutamiento . Todo ello, como vía de acceso controlado y garantizado a una enseñanza , la de Lacan, y a sus incidencias en la práctica, la del Psicoanálisis.

Desplazamiento desde el análisis de los sistemas del saber a los regímenes del poder que los regulan, instancia donde la recurrencia a la función autor halla razones en la tarea de vigilar los enunciados y se nos manifiesta como «el principio de economía en la proliferación del sentido».

"...Estamos acostumbrados a decir (...) que el autor es la instancia creadora de la que brota una obra en la que se deposita (...) un mundo inagotable de significaciones. Estamos acostumbrados a pensar que el autor es tan diferente a todos los demás hombres, hasta tal punto trascendente a todos los lenguajes, que a partir del momento en el que habla el sentido prolifera y prolifera indefinidamente.

La verdad es completamente diferente: el autor no es una fuente indefinida de significaciones que se colmarían en la obra, el autor no precede a las obras, existe un cierto principio funcional mediante el que, en nuestra cultura , se delimita, se excluye, se selecciona (...) el principio mediante el que se obstaculiza la libre circulación, la libre manipulación, la libre composición, descomposición, recomposición de la ficción (...) El autor es (...) la figura ideológica mediante la que se conjura la proliferación del sentido...". (Foucault, 1999: 350/1)

El tercer nivel de correlación busca indagar las prácticas subjetivadoras que se indican bajo el dominio de la pregunta: ¿Qué trabajo efectuar sobre sí mismo para ser capaz y digno de acceder a la verdad?

En palabras de Foucault:

"No se trataría de definir las relaciones formales en una relación con el objeto, ni tampoco se trataría de identificar las condiciones empíricas que en algún momento en particular han permitido al sujeto en general inteligir un objeto ya dado en la realidad. Se trata de determinar lo que debe ser el sujeto, cuáles deben ser sus condiciones, que status debe tener, que posición debe ocupar en lo real o en lo imaginario para poder convertirse en un sujeto legítimo de cualquier tipo de entendimiento dado. En suma, se trata de determinar su modo de subjetivación". (Foucault, 1991: 1)

En 1984, en el curso La hermenéutica del sujeto, Foucault analiza las formas de historia que adoptaron en Occidente las relaciones entre el sujeto y la verdad a partir de la noción griega de epimeleia heautou (inquietud o cuidado de sí) y advierte, no sin reservas, que los esfuerzos de Lacan radicaron precisamente en un volver a centrar al Psicoanálisis en torno de esta cuestión.  

La epimeleia heautou, comenta Foucault, es el principio filosófico que predomina en el modo de pensamiento griego, helenístico y romano; forma de espiritualidad, trabajo ascético sobre uno mismo como condición de acceso a la verdad.

Asumiendo el peligro de un anacronismo inevitable, nos preguntamos si es posible ubicar algunos de los principios de espiritualidad en ciertos desarrollos del lacanismo. Reaparición de ciertos modos de subjetivación que toman distancia de lo que conocemos como la ciencia moderna.

"...yo diría que aún en el campo del saber propiamente dicho, esta presión , este resurgimiento, esta reaparición de las estructuras de espiritualidad es, con todo, muy notoria. Si es cierto, como dicen todos los científicos, que se puede reconocer una falsa ciencia en el hecho de que, para ser accesible, exige una conversión del sujeto y promete, al final de su desarrollo , una iluminación del sujeto; si se puede reconocer una falsa ciencia por su estructura de espiritualidad (...) no hay que olvidar que, en ciertas formas del saber que no son justamente ciencia, y que no hay que tratar de asimilar a la estructura misma de la ciencia , encontramos, de una manera muy vigorosa y nítida, algunos de los elementos (...) algunas de las exigencias de la espiritualidad. Y, desde luego, no hace falta dibujárselas. Habrán reconocido enseguida una forma del saber como el Marxismo y el Psicoanálisis...". (Foucault, 2002: 42/43)

A modo esquemático, a sabiendas que lo que diremos no ha ocurrido estrictamente así, podríamos ubicar el surgimiento de la ciencia moderna en el descubrimiento del cogito cartesiano. Con la postulación de una evidencia indubitable y una referencia puesta en un Dios que no engaña, la exigencia de una espiritualidad del sujeto como condición de acceso a la verdad comienza a desaparecer del horizonte del saber y del hacer. El problema entre el sujeto y la verdad se desplaza progresivamente hacia una probada cuestión de método .

No obstante, que hagamos aparecer una suerte de isomorfismo entre los principios de espiritualidad clásica y el Psicoanálisis, que pueda sostenerse, a partir de Lacan, un recentramiento en la cuestión del sujeto y la verdad, no significa que se las haya considerado abiertamente: "Lo que sucedió es, desde luego, que ninguna de estas dos formas de saber consideró, muy explícitamente (...) este punto de vista. Se intentó enmascarar esas condiciones de espiritualidad propias de estas formas de saber dentro de una serie de formas sociales (...) La pertenencia a un grupo , la pertenencia a una escuela (...) la formación del analista, etcétera, nos remiten sin duda a las cuestiones de la condición de la formación del sujeto para tener acceso a la verdad, pero se la piensa en términos sociales, en términos de organización ". (Foucault, 2002: 42/43)

Esta síntesis obligada logra apenas enfocar una búsqueda: la de profundizar en las investigaciones de Michel Foucault con el objeto de abordar cuestiones que en el Psicoanálisis lacaniano, más que en ninguna otra orientación, no cesan de generar polémicas y anunciar su vigencia; esto es: la formación de los analistas, el análisis personal , el pase, atravesamiento del fantasma y todas aquellas prácticas discursivas y no discursivas que ponen al sujeto analista sobre el tapete de lo que debe trasformarse; Trabajo de sí como condición de acceso al saber y a la posición autorizada -en sí y por algunos otros- del psicoanalista.

Notas
1. De lo que en realidad se trata es de circunscribir la «Experiencia del Inconciente» en un recorte histórico caracterizado por la proliferación de enunciados que dicen pertenecer al campo del discurso lacaniano. (Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

Derrida, Jacques.

Filósofo francés contemporáneo. Nació en El-Biar (Argelia) en 1930. Realizó estudios en la Ecole Normal Supérieure de París, siendo alumno de Jean Hyppolite y de Maurice de Gandillac. Desde 1983 es Director de estudios de la Escuela de altos estudios sociales de París, de donde es catedrático de filosofía, y profesor de la Universidad de California.Su obra es ante todo una crítica de las categorías tradicionales de la metafísica, que ha dado lugar a la lectura «desconstructiva» de numerosos textos canónicos, indistintamente filosóficos o literarios, y ha afectado las doctrinas que más han influido en la sensibilidad lingüística de nuestro tiempo. Pero, posiblemente, el principal mérito de Derrida ha sido referir el concepto tradicional de razón a la entronización filosófica de la palabra. Otra importante contribución de este filósofo es haber mostrado que si la razón se hace depender de la palabra se favorece la identificación entre razón y realidad, ya que se ha dado por supuesto que la razón podía contener, encarnar y representar ilimitadamente la realidad porque siempre ha estado comprometida con los cometidos presenciales de la palabra. Esta condena de la fetichización filosófica de la palabra ha propiciado asimismo una referencia constante a la escritura. También ha sustentado la vehemente oposición a las doctrinas que defienden una lógica de la identidad. Con todo, el resultado más importante de su actitud crítica es haber mostrado que la diferencia se infiltra insidiosamente en la relación de las ideas con la realidad. Asimismo ha sometido a crítica las instituciones filosóficas francesas desde la perspectiva de su nueva manera de entender el trabajo filosófico. Actualmente sus tesis gozan de gran difusión en la filosofía internacional, especialmente en Francia y en los Estados Unidos.  

Sus primeros trabajos fueron fruto de una lectura crítica de la fenomenología de Husserl, que unió a una visión crítica del psicoanálisis, y a su vinculación al movimiento estructuralista. En esta etapa inicial de su pensamiento, Derrida trató de poner al descubierto las presuposiciones metafísicas de la moderna ciencia del lenguaje y de las teorías sobre el significado que tienen vigencia actual. Sobre todo sometió las conjeturas metafísicas que han repercutido en la lingüística al receloso escrutinio que se ha dado en llamar «desconstrucción» o «deconstrucción». Entre aquellas presuposiciones metafísicas figura en lugar prominente la convicción de que el sentido último de toda realidad consiste estrictamente en presencia.

Crítica al presencialismo y al logocentrismo

Este entusiasmo presencialista de las concepciones tradicionales sobre el significado tuvo, entre otras interesantes consecuencias, la difundida tesis -en realidad nunca formulada explícitamente- de que «presencia» significa siempre de hecho «presencia en la mente humana». Es decir, que la tradición, según afirma Derrida, ha tendido a dar por supuesto que determinadas experiencias mentales reflejan o representan naturalmente las cosas. En consecuencia se ha postulado que el sentido y la verdad de las cosas sobreviene en las operaciones de la mente que la tradición llama «razón» o «pensamiento». Y también atribuye Derrida a la tradición filosófica la tesis de que la razón y el pensamiento son tan naturales como las cosas que percibimos cotidianamente. Según Derrida, esta tesis originó el punto de vista metafilosófico -difundido por toda la cultura de occidente- que denomina «logocentrismo». La misma fenomenología husserliana, así como el psicoanálisis de Freud, siguen siendo manifestaciones de este logocentrismo que concibe el ser como una identidad y una presencia originaria reductible a su expresión lingüística, como si mediante la palabra «se diera» de forma inmediata, otorgando de esta manera a la palabra una forma privilegiada de conocimiento. Derrida también llama «logocéntricas» las formas de pensamiento que se fundamentan en una referencia extrínseca o transcendente. Así ocurre, por ejemplo, con el concepto de verdad en el caso de la metafísica. A este respecto señala Derrida que la filosofía occidental ha solido mantener una presuposición fundamental: el lenguaje está subordinado a unas intenciones, ideas o referentes que son irreductiblemente extrínsecos o exteriores al propio lenguaje. Dicha atribución de exterioridad, además de gratuita es, por de pronto, incompatible con la convicción estructuralista de que el sentido es un efecto que produce el propio lenguaje, de manera que en modo alguno lo puede anteceder. Esta subordinación del sentido al lenguaje contraviene el punto de vista tradicional que Derrida llama «logocéntrico». Para entender el alcance de su recusación conviene tener presentes las tesis del logocentrismo: por un lado la presencia del pensamiento irrumpe necesariamente en la palabra, por otro lado el propio pensamiento contiene tanto la presencia del sentido como la presencia de la verdad.

En esta recusación del logocentrismo ocupa, pues, un lugar central la lingüística estructural surgida de la obra de Ferdinand de Saussure (1857-l9l3). No obstante, si bien Saussure revoca el logocentrismo con su teoría del sentido, Derrida critica el profundo conformismo logocéntrico de la doctrina saussuriana del signo. Derrida señala que las tesis logocéntricas han solido presuponer una teoría tradicional del signo, basadas en sostener que el signo unifica el carácter heterogéneo de significante y significado, tesis que el propio Saussure adoptó sin reparos. Pero sin duda la tesis de que el significado se hace presente en el pensamiento por medio de las prestaciones del significante evoca una dicotomía metafísica fundamental: 1) a partir de la semántica de los estoicos y hasta las teorías lingüísticas recientes, la tradición filosófica ha postulado que, en esencia, el cometido de todo signo es unificar y 2) también ha solido aceptar sin reticencia alguna la tesis concomitante de que el mundo de los significados es independiente del mundo de los significantes. De ahí se infiere la creencia de que el signo unifica dos realidades inconmensurables. Estas presuposiciones han convencido a muchos pensadores durante mucho tiempo, y en cierto modo las concepciones modernas sobre el signo se han limitado a aceptar la doctrina tradicional. La lingüística de nuestro tiempo, en efecto, considera que el significado es un sentido que la mente es capaz de aprehender por medio de una intuición que lo lleva a la plenitud de una presencia. Así acata subrepticiamente el postulado tradicional de que los significados existen con total independencia de los significantes, de manera que incluso la lingüística contemporánea acepta que existe una «realidad de significados» que jamás depende de significante alguno. Pero si esto es así, dice Derrida, entonces se está aceptando que debe haber un significado propiamente transcendental, desprovisto por principio de cometido significante alguno. Según este punto de vista, la tradición filosófica ha venido afirmando implícitamente que toda cadena de significantes concluye en un significado final. Se trata obviamente del sentido y la verdad que fundamentan los sistemas teológicos y metafísicos. Saussure, pues, impugna la tradición logocéntrica en su teoría del sentido, pero prolonga el logocentrismo en su teoría del signo. Esto ha conducido a Derrida a revocar los conceptos centrales del estructuralismo -en especial los de signo y estructura- y a impugnar sus presuposiciones metodológicas.  

La palabra y la escritura  

También es importante en la obra de Derrida la convicción de que la tesis logocéntrica se sustenta en la hegemonía que las filosofías del lenguaje han solido asignar a la palabra hablada. Según Derrida, el logocentrismo ha tendido a menospreciar la escritura, y tal menosprecio fue correlativo a la tendencia a enaltecer la expresión oral. Lo cierto es que el contraste entre palabra y escritura ha orientado decisivamente la tradición logocéntrica. Por un lado, ha mantenido que la palabra era una manifestación pura e inmediata del lenguaje. Por otro lado, ha depreciado la escritura hasta el punto de atribuirle un carácter meramente derivado. Ha llegado a ser considerada, en efecto, un orden subalterno de signos cuyo único cometido es de-signar la palabra. Tal posición derivaría, según Derrida, de la creencia en una especial proximidad entre la «palabra» y el «espíritu», aunada a la convicción complementaria de que la mente refleja naturalmente el mundo. Por eso el logocentrismo también considera que la palabra suministra un acceso directo a la realidad. O sea que, según la concepción logocéntrica que critica Derrida, el signo oral -los componentes de la palabra- está en inmediata conexión con el significado. El signo gráfico, por el contrario, y en general todos los elementos de la escritura, en modo alguno participan de esta intimidad. Una crítica general del signo, efectivamente, le permite desplazar la palabra de su posición hegemónica y enaltecer correlativamente la escritura. Pero su intención no es destruir una jerarquía para implantar otra en su lugar, y por eso se abstiene de privilegiar la escritura en detrimento de la expresión oral. En este contexto el trabajo de Derrida demuestra que no hay significante alguno que procure la presencia plena del significado. En cierto modo su diagnóstico es todavía mas devastador, porque pone de relieve que el significante es totalmente incongruente con esta posible plenitud. En realidad la argumentación de Derrida revoca la fijación del logocentrismo en la primacía de la presencia.  

El signo y la diferencia  

Contrariando un punto de vista tradicional, Derrida mantiene que la diferencia y la ausencia son condiciones necesarias para que exista el signo. No puede darse el fenómeno de la significación, en efecto, si la unidad y la presencia no sufren menoscabo alguno. Por un lado, un orden diferencial ha de interponerse entre el significante y el significado Por otro lado, es preciso que el significado se encuentre propiamente ausente. Por lo tanto la condición real es que la presencia del significado resulte mínimamente diferida. A Derrida le parece obvio que significante y significado coincidirían si no sobreviniera una diferencia providencial. De la misma manera constata que de no ocurrir la ausencia -o al menos la «presencia diferida»- del significado no podría tener lugar significación alguna. En ambos casos dejaría de haber signo porque sin diferencia y sin ausencia sí que habría unidad. Pero si bien el signo jamás puede ser una unidad, en opinión de Derrida tampoco se le puede considerar como una diferencia perfecta de significante y significado. En realidad sucede que ni la diferencia entre ambos, ni la ausencia -o en todo caso la presencia «diferida»- del significado, se presentan jamás en estado puro. Este fenómeno es explicable porque ni uno ni otro puede ser una realidad única. Siempre han de sobrevenir juntos, y por eso significante y significado persisten a lo largo del tiempo. Su obligada asociación, claro está, repercute materialmente sobre ambos. Puede decirse que la presencia de cada uno «marca» el otro y viceversa. Así se produce en ambos, por consiguiente, la célebre «trace» derridiana. Pero gracias a este marcaje recíproco, en el seno de las prácticas significativas habituales los significantes designan los significados. Es obvio que de no sobrevenir esta mutua entalladura la significación sería de nuevo imposible. De modo que tanto el significante como el significado han de ser impuros a la fuerza, y en consecuencia ni la unidad ni la diferencia del signo jamás podrán ser perfectas. Derrida constata, en suma, que las palabras adquieren sentido a partir de los conceptos y éstos de las palabras, porque tanto palabras como conceptos participan en un complejo entramado histórico de diferencias, ausencias y «presencias diferidas» que, por otra parte, nunca han llegado a darse en estado puro. La consecuencia más importante de ello es que la palabra plena ni ha existido ni existirá jamás. Es decir, que el anhelo de un signo que sea plenamente descriptivo -o el de un lenguaje que se adecue sin fisuras a la realidad- se revela un sueño imposible. La «escritura» que Derrida contrapone a la palabra, no sólo comprende «todos los procedimientos perdurables que instituyen el signo», sino que también recoge el «juego prescrito» (le jeu reglée) de las diferentes inscripciones. O sea que la «escritura» en modo alguno debe ser entendida como el resultado banal de la operación de escribir. Designa los procesos que regulan e institucionalizan toda simbolización y que son inevitablemente lábiles e indecidibles. Es decir, que Derrida convierte la «escritura» en el agente que regula todos los sistemas significantes, desde luego los de índole gráfica pero también los derivados de un desempeño oral. En general, la escritura organiza el «juego de referencias significantes» que da lugar al lenguaje. Por tanto es el factor decisivo en toda actuación simbólica, con independencia de que su cometido sea expresar, representar o significar. Por esta razón señala Derrida la paradoja eminente de que «la escritura incluye el lenguaje». En realidad, esta fórmula se limita a constatar que todo lenguaje es siempre un caso particular de escritura. El núcleo central de la filosofía de Derrida lo constituyen sus programas de la deconstrucción (o desconstrucción) y de la différance.  

Deleuze, Gilles.  

Filósofo francés contemporáneo cuyo pensamiento se inscribió inicialmente en el movimiento estructuralista y en las llamadas filosofías de la muerte del sujeto, aunque su pensamiento, creador e iconoclasta, es inclasificable. De él dijo Michel Foucault que era «el único espíritu filosófico de Francia», y que el siglo XX sería deleuziano. Estudió filosofía con F.Alquié, G. Canguilhem, M. Merleau-Ponty y J. Hyppolite en la Sorbona. Ejerció como profesor de filosofía en varias ciudades de provincias, y posteriormente simultaneó su docencia en París y en Lyon.

Desde 1969 fue profesor de filosofía en la universidad París VIII - Vincennes, hasta su jubilación en 1987, fecha en la que pasó a ser profesor emérito. Una de sus últimas actividades fue la de colaborar con la cadena de televisión ARTE narrando su visión del mundo a partir del abecedario. Afectado por una grave insuficiencia respiratoria, se suicidó el sábado 4 de noviembre de 1995 lanzándose por la ventana de su apartamento de la avenida de Niel en París. Esta muerte trágica se suma a la muerte de Foucault (que murió en 1984 víctima del sida), al suicidio de Guy Debord y de Nikos Poulantzas y a la muerte de Althusser (murió en 1990 ingresado en un psiquiátrico después de haber asesinado a su mujer), y cierra un sombrío destino de la llamada escuela de París de los años 60-80.

Según Deleuze, la tarea de la filosofía actual es la de pensar las condiciones que hacen posible la aparición de las nociones mismas de ser y de sujeto que están en la base de la filosofía moderna, la cual, a su vez, surgió por la necesidad de fundamentar el ser en el sujeto debido al fin de las metafísicas del ser que se produjo al final de la Edad Media. Esta investigación sobre la aparición de las características de la modernidad entendidas a partir de la aparición de la noción de sujeto, Deleuze la comparte con autores como Foucault, por ejemplo, y la efectúa bajo la inspiración de Nietzsche (y, en parte, de Heidegger, aunque Deleuze considera que el pensamiento heideggeriano sobre la diferencia ontológica es un retroceso respecto de Nietzsche). Se trata de mostrar que hay un fundamento anterior al ser y al sujeto, y al ser como sujeto. Se trata, pues, de desconstruir (aunque esta terminología no es deleuziana) la subjetividad y criticar la idea según la cual el sujeto y su representación son el punto de partida y el fundamento. Con ello aborda una nueva forma de pensar, en tanto que se trata de pensar lo no-pensado y velado por la lógica de la identidad.

Esta forma de pensar, que en Deleuze se desarrolla a partir del estudio minucioso de grandes filósofos (su primera producción filosófica son una serie de monografías sobre el materialismo de Lucrecio, el panteísmo de Spinoza, el empirismo de Hume, el vitalismo de Bergson, el pensamiento de Kant y el de Nietzsche), se desarrolla a partir de la crítica de la línea de pensamiento que va desde Platón a Hegel pasando por el cristianismo y Descartes, y que se ha basado en el dualismo entre materia y espíritu. Contra este dualismo Deleuze reivindica el proyecto nietzscheano de la inversión del platonismo, y una concepción de lo real entendido como formado por una multiplicidad de planos sin cabida para aquel dualismo ni para un pretendido privilegio del sujeto como polo de referencia. Esta crítica del dualismo la sustenta Deleuze en el vitalismo de Bergson (hasta el punto de que puede considerarse a Deleuze como el desarrollador del bergsonismo), y en el vitalismo de Nietzsche (que Deleuze contribuyó a su revitalización como pensador, y fue uno de los grandes impulsores del renovado interés por este pensador). El élan vital de Bergson, como el eterno retorno nietzscheano aparecen como afirmaciones incondicionales de la vida frente al pensamiento negativo de raíz platónica, cristiana y que culmina en las nociones de alienación y dialéctica en Hegel. En lugar de la negación de la negación, Deleuze, siguiendo la crítica nietzscheana al hegelianismo, sustenta la afirmación de la afirmación. Por ello la filosofía no puede limitarse a ser crítica, sino que ha de ser creadora de valores nuevos, y efectuar aquella tarea de pensar lo no pensado, así como pensar las bases de la aparición del privilegio metafísico del ser entendido como identidad, y el privilegio del sujeto. Si en la demolición del dualismo de raíz platónica Deleuze se inspira en Nietzsche, la puesta en cuestión del principio de identidad y del papel del sujeto se inspira en sus estudios sobre el empirismo de Hume (que, a su vez, es uno de los puntos de partida de la filosofía de Bergson.

Deleuze muestra que lo que aparece tras la subjetividad no es la antigua noción de el ser, sino la diferencia; el ser como diferencia, el ser como tiempo. El tema de la diferencia es el núcleo del pensamiento de Deleuze, el cual considera que la noción imperante de subjetividad y de identidad es la que ha imposibilitado el pensamiento de la diferencia. La elaboración de un pensamiento de la diferencia, no subordinado a la identidad, implica una relectura de la historia de la filosofía ya que, según Deleuze, en filósofos tales como Lucrecio, Spinoza, Leibniz, Hume, Kant, Nietzsche y Bergson ; en literatos como Proust, Sacher-Masoch o Kafka; en determinados aspectos de la noción psicológica de inconsciente y en pintores como Bacon, se definen implícita o explícitamente aspectos clave del ámbito de la pre-subjetividad (la duración bergsoniana, por ejemplo, que es constitutiva del sujeto). De ahí la serie de estudios monográficos que Deleuze elabora sobre los autores mencionados. Así, por ejemplo, analiza la filosofía de Hume y con él se pregunta ¿cómo es posible que a partir de lo dado pueda construirse el sujeto? Como Hume, considera que son los hábitos quienes lo constituyen pero, entonces, son éstos los que nos tienen a nosotros y no nosotros a ellos. En lugar de una teoría de lo que hacemos debe elaborarse una teoría de lo que nos hace. Como Bergson, afirmará que todo organismo es un conjunto de contracciones, retenciones y esperas; un pliegue de la materia-imagen, del tiempo-duración, pliegue que aparece como diferencia.

La filosofía del ser y del sujeto basada en el ocultamiento de la diferencia ha considerado dos tipos de diferencias: a) la diferencia conceptual e intrínseca (según la cual x e y son diferentes cuando no pueden definirse de la misma manera) y b) la diferencia no conceptual o extrínseca (según la cual x y x' son diferentes por el hecho de no ocupar el mismo espacio, aunque puedan definirse de la misma manera). En ese caso, la diferencia no conceptual es concebida como repetición de lo idéntico, pero Deleuze niega que la repetición sea la reproducción de una realidad originaria: no puede haber una repetición no conceptual, de manera que la repetición no es nunca una repetición de un modelo originario. De esta manera, pone en cuestión las teorizaciones del principio de identidad y de la noción clásica de sujeto que, para Deleuze, es siempre necesariamente heterogéneo, y su pensamiento, de raíz bergsoniana, es el de lo cualitativo, fuera de toda cuantificación. Ello no invalida la necesidad del estudio matemático, pero Deleuze señala dos estructuras topológicas diferentes del espacio: la estructura estriada, que procede de un punto de vista fijo, y la estructura lisa, que es el lugar del devenir, del flujo y de las multiplicidades intensivas, que se correspondería al mundo de un cuerpo sin órganos.

El conjunto de las investigaciones y resultados de sus estudios los expone Deleuze en sus obras fundamentales, tales como Diferencia y repetición (1968); La lógica del sentido (1969, obra que trata una diversidad temática, y en la que estudia autores como L. Carroll, los estoicos, Klosowski, Gombrowicz, Joyce, etc.); El pliegue; Cine 1: la imagen movimiento (1981); Cine 2: la imagen-tiempo (1985). Obras, todas ellas, que han tenido una gran influencia en el pensamiento contemporáneo, en autores como Foucault o Paul Virilio, por ejemplo. En Diferencia y repetición Deleuze aborda la «cuádruple raíz de la representación»: la identidad, la analogía, la oposición y la semejanza, y el panorama ontológico que surge de este estudio no es ya el de un mundo poblado por sujetos u objetos, sino por singularidades libres, asubjetivas y preindividuales; intensidades virtuales bergsonianas, esencias espinozianas y fuerzas nietzscheanas. En El anti-Edipo (1972), escrito en colaboración con el ex psiquiatra Félix Guattari (nacido en 1930 y muerto en 1992), estudia otra de las condiciones de la pre-subjetividad, la noción de inconsciente, y aborda la relación del psicoanálisis con la política y la historia. En esta obra se afirma que el psicoanálisis, en tanto que se sustenta en un modelo familiarista tradicional (lo que se manifiesta en la misma importancia otorgada al complejo de Edipo), no es más que un instrumento de represión, entre otros, incapaz de comprender la realidad del deseo individual, que Deleuze y Guattari muestran multiforme, creador e imposible de canalizar. De hecho la misma noción del complejo de Edipo es, según Deleuze-Guattari, una manifestación de aquella noción viciada de la repetición: es el deseo actual del sujeto como repetición alienada de una catexis originaria que lo sigue atando a la madre e instituye el deseo como negatividad, de manera que todo deseo ulterior será concebido como una repetición imperfecta de aquel primer deseo originario. En contra de ello Deleuze y Guattari sustentan el carácter plenamente afirmativo del deseo, y señalan que las repeticiones no son reproducción de ninguna relación originaria fundante: no hay repetición de un primer término. Por ello, contrariamente a los análisis clásicos que insisten en la relación del deseo con la carencia (ésta es la interpretación de Platón en El Banquete y Freud en el complejo de Edipo), Deleuze lo presenta como orientado, de hecho, hacia la producción y la articulación de soluciones inéditas: desear es transgredir las normas y hacer aflorar flujos profundos. Por otra parte, no es el deseo el que se convierte en necesidad, es todo lo contrario: son las necesidades las que se convierten en deseo. En Mil mesetas (1980, segundo tomo de «Capitalismo y esquizofrenia», obra de la cual el Anti-Edipo es la primera parte), se prolonga esta concepción del deseo y de la máquina deseante, el estudio de las estructuras lisas y estriadas del espacio, y se dirige fundamentalmente a sus consecuencias políticas. (Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

El marxismo como filosofía de la praxis y la subjetividad:

  A. Gramsci y A.   Sánchez Vázquez.  

No se intenta en modo alguno reducir los continuadores de la Filosofía de la praxis   de Marx, a los filósofos Antonio Gramsci y Adolfo Sánchez Vázquez, sin embargo se seleccionan por sus aportaciones hechas, en cuanto a sistematización se refiere.

Gramsci, Antonio (1891-1937).

Pensador marxista italiano, nacido en Ales, Cerdeña. De familia modesta, logra matricularse gracias a una beca en la universidad de Turín, pero abandona los estudios en 1914 para dedicarse a la militancia política. Descontento del socialismo, es uno de los creadores del partido comunista italiano, en 1921, tras haber fundado, con Palmiro Togliatti y otros, «Ordine Nuovo», revista semanal -cuya divisa era «Decir la verdad es revolucionario»- que pasó luego a ser quincenal. Elegido diputado y secretario general en 1924, dirigió el órgano del partido comunista, «Unità. Quotidiano degli operai e dei contadini». Arrestado en 1926, fue condenado en 1928 por un tribunal fascista a 20 años de cárcel, y murió en una clínica de Roma, otorgada ya su libertad, pero sin haberla alcanzado de hecho. El fruto de sus lecturas en la cárcel, que le sirvieron como profundización y maduración teórica ante la principal de las cuestiones políticas a que se enfrentaba el partido comunista -las ideas de la Internacional comunista y su propia orientación hacia un partido partícipe del libre juego democrático-, es comentado por él mismo en sus Lettere dal carcere [Cartas de la prisión].Desde un punto de vista estrictamente filosófico, opone su «teoría de la praxis», o «historicismo absoluto», que es lo que se llamó historicismo en la bibliografía marxista, específica y duramente criticado por Althusser en Para leer El Capital, al historicismo metafísico de Croce. La historia sólo se comprende con el método dialéctico, a saber, con la conciencia de las contradicciones reales de la sociedad, y el marxismo no puede concebirse más que como una filosofía de la praxis; a una conciencia revolucionaria sigue la praxis, o transformación de la sociedad mediante el acceso al poder de una clase emergente. Su teoría de la «hegemonía» precisa las condiciones políticas en que una clase puede erigirse en sujeto histórico de la transformación social, como clase dirigente; esto no es posible si se parte sólo de una consideración del Estado como un poder represivo; el Estado no sólo domina, no sólo es aparato político, o dictadura, sino que posee una auténtica hegemonía en muy diversos órdenes y ámbitos, que pueden recibir el apelativo de sociedad civil. El dominio político es consecuencia de la hegemonía que se logra en un grupo social y no a la inversa; el grupo social es primero hegemónico y luego dominante. Estas teorías son una revisión del papel otorgado a la estructura económica en el desarrollo de la sociedad, para reconocer la importancia de los elementos supraestructurales.De ahí la función de los intelectuales y la que ha de desempeñar el partido. Al intelectual compete conseguir que las masas obreras cobren conciencia de su misión histórica y no ha de ser un mero investigador, sino un dirigente del partido, el que ha de comprender la interrelación entre sociedad política y sociedad civil. El partido, a su vez, es el organismo que representa vitalmente los verdaderos intereses de la clase obrera y hay que considerarlo como el «moderno príncipe», con todas las atribuciones que Maquiavelo otorga al suyo (Diccionario de filosofía en CD-ROM Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

Gramsci y su intelección compleja de la Filosofía.

Dr. Sc. Rigoberto Pupo.  

Gramsci fue un intelectual orgánico. Precisamente su organicidad como hombre de pensamiento y acción se funda en un profundo conocimiento de la Filosofía en su historia y mediaciones complejas, así como   una extraordinaria sensibilidad cultural para captar la realidad y sus necesidades con sentido político.   En Filosofía, como en otros ámbitos de la cultura, la hondura de sus reflexiones   deviene legado necesario para la contemporaneidad.

  Sus reflexiones críticas en torno a “El materialismo Histórico y la filosofía de Benedetto Croce”, entre otros, contiene profundas ideas esenciales sobre el devenir filosófico, sus determinaciones, condicionamientos y las múltiples mediaciones en que se conforma y despliega.   El filósofo marxista, descontento con la concepción comúnmente aceptada de la historia de la filosofía como historia de las ideas de los filósofos, expone un conjunto de tesis sustancialmente enriquecedoras. Entre otras, sobresale la connotación sociocultural antropológica que imprime Gramsci a la historia de la filosofía. En su intelección la historia de la filosofía no es sólo historia del conocimiento, sino historia de la actividad humana -que incluye momentos de carácter gnoseológico, axiológico, práctico y comunicativo- encarnada en la cultura.   En este sentido, hacer historia de la filosofía, es al mismo tiempo hacer historia del despliegue cultural del hombre en las varias expresiones de su ser esencial, sintetizados en la “historia concreta y completa (integral) (....) y sus formas diversas de combinación ideológica”. [129]

Ante las preguntas ¿Qué es preciso entender por filosofía, por filosofía de una época histórica? Y ¿Cuál es la importancia y el significado de la filosofía, de los filósofos en cada una de tales épocas?, la revelación Gramsciana y su agudo discernimiento resultan extraordinariamente sugerentes,   tanto por los problemas que aborda, como por el espíritu escrutador que conduce el razonamiento. “Desde el punto de vista que nos interesa, el estudio de la historia y la lógica de las diversas filosofías no es suficiente. Por lo menos como orientación metodológica, -enfatiza el comunista italiano- es preciso atraer la atención hacia otras partes de la historia de la filosofía, esto es, hacia las concepciones del mundo de las grandes masas, hacia los más estrechos grupos dirigentes (o intelectuales) y,   finalmente, hacia las relaciones existentes entre estos distintos complejos culturales y la filosofía de los filósofos.   La filosofía de una época no es la filosofía de tal o cual filósofo, de tal o cual grupo de intelectuales, de tal o cual sector de las masas populares: es la combinación de todos estos momentos, que culmina en una determinada dirección y en la cual, esa culminación se torna norma de acción colectiva..” [130]

Hay una dialéctica inmanente en las concepciones histórico - filosóficas de A. Gramsci que recoge esencialmente lo más valioso aportado por el marxismo y otras corrientes del pensamiento universal. Una dialéctica con sentido integrador y voluntad cultural que no admite la filosofía como puro pensar de hombre iluminado con espíritu de profeta.   En su concepción, la filosofía como actividad humana y resultado de ella, encarna la cultura en sus expresiones económicas, políticas, jurídicas, éticas, estéticas, etc. y en los niveles cotidianos, psicológicos e ideológicos, integrados en una especial concepción del mundo que da cuenta de la existencia humana en su devenir progresivo en la historia.   Por ello, explica Gramsci: “la filosofía de una época histórica no es, por consiguiente, otra cosa que la “historia” de dicha época (...) Historia y filosofía son indispensable, en ese sentido forman un bloque” [131] . Un bloque en tanto formas diversas de “combinación ideológica” [132] que compendia a manera de síntesis” (...) los elementos filosóficos propiamente dichos, en todos sus diversos grados: como filosofía de los filósofos, como concepciones de los grupos dirigentes (culturales filosóficas) y como religiones de las grandes masas (....)” [133] .

Gramsci no niega el valor de la filosofía de los filósofos, [134] lo que sí rechaza es que se eleve y estatuya como única filosofía, al margen de sus fuentes nutricias (realidad, cultura, formas ideológicas) y los otros saberes producidos por las masas en sus diversas manifestaciones, que en última instancia, todos   conforman la totalidad filosófica   en forma de concepción del mundo.

Al mismo tiempo, concibe la importancia histórica de una filosofía por la “(....) eficiencia “práctica” que ha logrado (y “práctica” debe ser entendido en sentido amplio). Si es verdad que toda filosofía es la expresión de una sociedad. -enfatiza Gramsci- debería reaccionar sobre la sociedad, determinar ciertos efectos, positivos y negativos.   La medida en que reacciona es la medida de su importancia histórica, de su no ser “lucubración” individual, sino hecho histórico”. [135]

El filósofo de la praxis exige a la filosofía y a su movimiento histórico, ser conciencia crítica, si quiere cumplir la función de autoconciencia de la cultura y fermento epocal; y al   filósofo, ser un hombre comprometido con su tiempo si desea seguir los latidos de la realidad y nutrirse de su savia histórica.   De lo contrario, habrá filosofía, pero estéril y huérfana de identidad, es decir, carente de numen creador y vocación universalizadora. Una historia de la filosofía en el sentido gramsciano debe ser una empresa cultural, sin reducirse a una historia de la cultura. Una historia capaz de reflejar el devenir humano, conceptualmente estructurado y en su naturaleza sistémico- procesal”, (....) como lucha cultural por transformar la mentalidad popular y   difundir las innovaciones filosóficas que demuestren ser   “históricamente verdaderas (....) [136]

Se trata además de una intelección con elan sociocultural antropológico, que sin convertirse en historia antropológica, hace del hombre y su subjetividad, centro del quehacer histórico-filosófico.   Pero no del hombre concebido abstractamente, sino del hombre real,    cuya esencia, concreta las relaciones sociales formadas en la   praxis. Esta concepción,   sí bien está presente en el legado marxista, Gramsci lo enriquece con su   aprehensión de la relación base -superestructura como bloque histórico y la dimensión cultural de la filosofía en su historia.

En la obra de Gramsci, la filosofía es producción espiritual del hombre que sin perder su espíritu cogitativo integrador, asciende de la realidad y desciende a ella para subvertir el presente y preludiar el futuro creadoramente.   Según su criterio,   “hasta la filosofía clásica alemana, la filosofía fue concebida como una actividad receptiva, a lo sumo, ordenadora; es decir, fue concebida como el conocimiento de un mecanismo que funciona objetivamente fuera del hombre. “ [137] Sin embargo la filosofía de la praxis sobre la base de los aportes de la filosofía clásica alemana” (...) plantea la inexistencia de una “realidad” fija por sí misma, sino solamente en relación histórica con los hombres que la modifican, etc. [138]

Las premisas gramscianas de partida sirven de pivotes teórico-prácticos para nuevos discernimientos de las mediaciones internas y externas de la filosofía y su naturaleza específica.   El gran teórico marxista penetra con audacia en el proceso interno de la filosofía y revela múltiples aristas ínsitas en su lógica especial, pero no se queda aquí.   Distingue la filosofía especializada, de elaboración individual y sistemática, de la propia del sentido común.   Muestra el momento de negación o superación dialéctica de ambas y sus recíprocas implicaciones a partir de la filosofía de la praxis que asume como resultado superado de la cultura antecedente y superador del mundo cultural existente y sus expresiones en el sentido común que profesan las grandes   masas.   Sencillamente, “en la filosofía sobresalen especialmente los caracteres de la elaboración individual del pensamiento; en el sentido común, en cambio, los caracteres difusos y dispersos de un pensamiento genérico de cierta época y de cierto ambiente popular.   Pero toda filosofía - continúa Gramsci- tiende a convertirse en sentido común de un ambiente, si bien restringido (de todos los intelectuales).   Se trata por lo tanto, de elaborar una “filosofía que, teniendo ya difusión o difusividad por encontrarse conectada a la vida práctica, implícita en ella, se convierta en un renovado sentido común, con la coherencia y el nervio de los filosóficos individuales.   Esto no puede lograrse si no se siente permanentemente la exigencia del contacto cultural con los “simples” [139]

Sólo en esta dirección, en opinión de Gramsci, la filosofía deviene realidad, deviene “histórica”, se depura de los elementos intelectualistas de naturaleza individual y se hace vida” [140] .

En su concepción, estos propósitos están contenidos en la filosofía marxista y debe asumirlos con eficacia, en tanto filosofa de la praxis, devenida autoconciencia crítica de   la cultura, pues (...) en el trabajo de elaboración de un pensamiento superior al sentido común y científicamente coherente, no se olvida jamás de mantener el contacto con los “simples” y, antes bien halla en dicho contacto la fuente de los problemas que estudiar y resolver” [141] .

En sus apuntes para una introducción y una iniciación en el estudio de la Filosofía y de la Historia de la cultura, además de enfatiza la función cosmovisiva de la filosofía y por extensión la demostración de su tesis de que todos los hombres son “filósofos”, expone ideas sugerentes: “ Hay que destruir el prejuicio muy difundido de que la filosofía es algo muy difícil   por el hecho de que es la actividad intelectual propia de una determinada categoría   de científicos especialistas o de filósofos profesionales y sistemático.   “Por lo tanto, hay que demostrar preliminarmente que todos los hombres son “filósofos “, defendiendo los límites y las características de esta “filosofía espontánea, propia de “todo el mundo”, esto es de la filosofía que esta contenida: 1) en el lenguaje mismo, que es un conjunto de nociones y de conceptos determinados y no solamente de palabras gramaticalmente vacías de contenido; 2) en el sentido común y buen sentido; 3) en la religión   popular y por lo tanto en todo el   sistema de creencias, supersticiones, opiniones, modos de ver y actuar que se revelan en aquello que generalmente se llama “folklore”. [142]

El filosofo de la praxis, revela filosofía-sentido cosmovisivo-en el lenguaje, en el sentido común y buen sentido y en la   religión popular y todos los sistemas de creencias, subrayando las funciones criticas, metodológica y práctica de la filosofía, en tanto aprehensión práctico- espiritual de la realidad por el hombre.

Apela al “conócete a ti mismo socrático, como proceso iniciador de todo filosofar.   Destaca el valor del lenguaje y su contenido filosófico-cultural.

Muestra la conexión entre el sentido común, la religión y la filosofía, y establece diferencias.   “La filosofía es la crítica y la superación de la religión y del sentido común y en ese sentido coincide con el “buen sentido” que se contrapone el sentido común” [143]

Niega la existencia de una filosofía en general. En su criterio “existen diversas filosofía o concepciones del mundo y siempre se hace una elección entre ellos.” [144] Se opone a separar a la filosofía política, pues” (...) la elección y la crítica de una concepción del mundo es, también ello, un hecho político” [145]

Es indudable que estamos en presencia de un rico legado teórico-metodológico gramsciano en torno a la filosofía.   Una herencia poco aprovechada por los historiadores y profesores de la filosofía.   Este trabajo no agota la multiplicidad de contribuciones al tema objeto de estudio.   Sólo se aproxima a algunos que requieren de sistematización y despliegue; y otros, ni apenas se esbozan. Ambos forma parte de un proyectado libro que espero sea realizado.

Particularmente, las sabias reflexiones de Gramsci, como historiador de la filosofía marxista exigen especial atención. Su labor creadora como crítico de las tergiversaciones del marxismo resulta de gran valía y transcienden nuestro tiempo.   Sus notas críticas sobre una tentativa de “Ensayo Popular de   Sociología”, por sí solas muestran la riqueza dialéctica del marxismo de Gramsci, en oposición a las tendencias de corte dogmático y positivista que se hacen llamar marxistas.   Su trabajo sobre “Problemas para el estudio de la filosofía de la praxis”, aporta varias ideas para la comprensión del marxismo en su génesis y desarrollo y como proceso de continuidad y ruptura que corona una nueva cultura que hace patente el valor del hombre, y la subjetividad humana en la radiación social.

En fin, la obra de Gramsci tiene mucho que hacer en los tiempos que corren. La riqueza   conceptual metodológica, teórica y práctica en sus concepciones filosóficas es   imprescindible, tanto para el estudio de la filosofía en general, como para la historia de la filosofía marxista en particular.

En los momentos   actuales, cuando la realidad sólo es registrable y aprehensible en su complejidad, se exige de un pensamiento complejo con posibilidades infinitas de asumir lo esencial sin ignorar los detalles. Un pensamiento encarnado en la historia y la cultura, con fuertes raíces identitarias y   vocación ecuménica. Aún Gramsci tiene mucho que decir, aunque lo dicho sean simples sugerencias, pero con luz de estrellas y cargadas de utopías.  

Adolfo Sánchez Vázquez.

Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo.

Dr. Manuel Uc Sánchez.

Adolfo Sánchez Vázquez ocupa un lugar relevante en el pensamiento filosófico marxista latinoamericano. Durante seis décadas, toda una vida, se ha dedicado al estudio profundo de la Filosofía marxista y los fundamentos teórico-cosmovisivos en que se encauza.

Muchas vicisitudes, incomprensiones, censuras e injustas críticas ha tenido que superar el filósofo mexicano, en defensa del marxismo vivo y creador legado por los clásicos de la teoría del proletariado.

Cuando la mayor parte de los pensadores marxistas hacían suyo incondicionalmente el marxismo dogmático, considerado como la quinta esencia teórica   del socialismo científico , la voz de Sánchez Vázquez no se hizo esperar, para proclamar categóricamente, cómo la vía asumida, seguía la línea del socialismo científico al socialismo utópico.

Él vio más lejos (…).Comprendió, antes que muchos grandes “teóricos marxistas” que el marxismo original se había desvirtuado en su esencia, al convertirse en siervo de una política autoritarista que soslaya el humanismo y su primera razón de ser:los intereses de las grandes masas.Un marxismo acrítico, objetivizante de corte positivista, donde la teoría y la práctica devenían antítesis absolutos.

Después de muchos años de reflexión y estudios, desde posiciones marxistas, pero con espíritu ecuménico, su filosofía deviene conciencia crítica. Se dirige a las fuentes originarias de los clásicos y a los que continuaron su cauce, como es el caso de Gramsci y otros que no creían en el estéril marxismo oficialista En ellos encuentran respuesta a sus inquietudes y continúa su obra.

Su concepción del marxismo com filosofía de la praxis, de la subjetividad, le abre posibilidades inusitadas en la aprehensión de la realidad capitalista y sus varias mediaciones. Con extraordinario sentido histórico-cultural penetra en los antecedentes inmediatos de la revolución filosófica marxista. Estudia profundamente la filosofía Clásica Alemana y determina la herencia, sobre cuyas bases tiene lugar el proceso de continuidad y ruptura que realiza la nueva filosofía para constituirse en un sistema abierto, creador, que como bien refiere el Maestro Sánchez Vázquez: una teoría que sigue los latidos de la realidad, sin a priori ni supuestos preconcebidos.

Esta concepción, que no intenta en modo alguno hacer grandes aportaciones, pues en su criterio están en Marx, sólo se conforma con revelarlas en toda su riqueza conceptual-metodológica y práctica. Así, sus primeras inquietudes estéticas encuentran la explicación racional que buscaba. En la filosofía de la praxis descubre-siguiendo a Marx-que la creación y el goce estéticos son formas de apropiación humana, que en las condiciones de la propiedad privada capitalista, resulta enajenada.Los propios resultados de la creación humana se enfrentan al hombre y a la sociedad, como productos ajenos que lo dominan.Esto conduce inexorablemente a que el hombre no humanice a la naturaleza y a la sociedad, ni por tanto, humanice su propio ser esencial. El “creador”, en la medida que su “creación” se le hace extraña, no puede disfrutar la belleza que crea, ni su contenido espiritual. La propia praxis, el trabajo, expresión de sus fuerzas esenciales, lo convierten en un objeto. Sencillamente, en la sociedad capitalista, ocurre un proceso ininterrumpido de alienación de la actividad y actividad de la alienación y en el hombre lo propiamente humano deviene animal, y lo animal, humano.

En correspondencia con Marx y Gramsci, Sánchez Vázquez, discierne en el arte los momentos cognoscitivo, valorativo-ideológico, práctico y comunicativo. Revela el contenido moral y espiritual que lo enriquece para el disfrute del pueblo, cuando imperan verdaderas relaciones humanas, y no cuando se convierte en una mercancía más.

Pero su concepción, si bien hace énfasis particular en el tema de la creación artística, no se reduce a ella. Su filosofía de la praxis va más lejos. La praxis, en su concepción, es una relación humana sujeto-objeto y sujeto-sujeto, donde lo ideal y lo material, a través de ella-la práctica- se convierten recíprocamente, devienen idénticos. Un proceso objetivo-subjetivo, subjetivo- objetivo, tematizado en el despliegue del ser esencial del hombre en estrecha relación con la naturaleza y la sociedad.

El filósofo marxista mexicano, no se queda en su concepción del marxismo como filosofía de la praxis, de la subjetividad. Discierne sus mediaciones dialécticas, sin perder de vista el sentido de totalidad, así como sus determinaciones y condicionamiento.

La praxis como actividad material adecuada a fines, está mediada por la subjetividad humana, y se requiere comprenderla racionalmente la realidad hay que asumirla-siguiendo el espíritu de las Tesis sobre Feuerbach- subjetivamente. Aquí Marx supera tanto al idealismo que reduce la praxis a la actividad de la conciencia, como al materialismo contemplativo, que la identifica con la forma utilitarista, espontánea, suciamente judaica de manifestarse.

En Sánchez Vázquez, desarrollando creadoramente la concepción marxista de la praxis, la concibe en su naturaleza sistémico-cultural. Es todo un proceso, fundado en determinadas condiciones de existencia: necesidad-interés-fin-medios, hasta culminar en un resultado operado por cambios y transformaciones reales, que debe coincidir más o menos con el fin propuesto.

En su intelección, no hay praxis sin necesidad. El hombre actúa porque necesita satisfacer necesidades perentorias.Al mismo tiempo, la interiorización de la necesidad se cualifica como interés estable, y éste proyecta lo que desea a través de los fines. Pero los fines requieren de medios y condiciones para realizarse y concretarse en el resultado apetecido.

De ahí que el sistema necesidad-interés-fin-medios-condiciones y resultado, al propio tiempo es premisa de la misma   praxis y   ésta, a la vez, media todo el proceso para realizarse   en tanto tal.

Esto significa que al margen de la comprensión de la totalidad y la dialéctica de la mediación, resulta ilusoria una intelección de la praxis, en su complejidad cultural. Sin ello, es imposible revelar la conversión recíproca de lo ideal y lo material y sus implicaciones socioculturales, así como la relación praxis, razón e historia que con tanta profundidad, devela Sánchez Vázquez.

En su obra, la sociedad misma, como organismo complejo, es la interacción práctica entre los hombres. Y consecuente con las Tesis sobre Feuerbach y la Ideología Alemana, establece niveles y jerarquías. Existen tantas formas de praxis como el devenir humano, urgido por necesidades e intereses, pero el trabajo, la praxis productiva, es la mediación central que de su proceso mismo emerge la praxis política, artística, etc., etc. Y las revoluciones, formas prácticas que dan solución a las crisis y abren caminos al cambio de las circunstancias, a través de la lucha de clases.

La filosofía de la praxis asumida por creadoramente por Sánchez Vázquez, está permeada de de sentido cultural. Hay en ella una visión profunda del quehacer humano y social que le permite descubrir niveles estructurales de gran valor heurístico. Su clasificación de praxis espontánea y praxis reflexiva, da la clave para comprender la actuación del hombre y sus implicaciones. No es lo mismo la conciencia “práctica”, que la conciencia de la práctica. La praxis reflexiva, hecha conciencia, lleva implícito una intención de cambio. No es que la praxis cotidiana, espontánea, no produzca alteraciones, cambios; pero la praxis, fundada en una conciencia real del cambio y la transformación, se concreta en fines estables y con ello se crean los medios y condiciones para satisfacer las necesidades y realizar lo deseado en su concreción.   De ahí la importancia de que la conciencia del proletariado, devenga conciencia para sí y la importancia que se le atribuye a la teoría para producir el cambio, pues como certeramente dijo Lenin, y Sánchez Vázquez lo reitera,”sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario”.

Debe destacarse además que Sánchez Vázquez, no hiperboliza la praxis, acríticamente: También, como filósofo, al fin, no cesa su actitud de sospecha, su conciencia crítica. Está consciente que la praxis en determinadas condiciones puede resultar estéril, es decir, si se burocratiza o se interpreta de modo subjetivista u objetivista. Sobran ejemplos ilustrativos, donde la riqueza del marxismo como filosofía de la praxis ha sido negada en su propio nombre, deviniendo filosofía especulativa en función de intereses determinados. El propio Marx, después de ubicar la praxis como núcleo de su teoría y criterio objetivo de la verdad, advirtió la necesidad de su comprensión racional. Esta idea encauzó las aportaciones de Sánchez Vázquez, tratando de evitar las versiones teleológicas pragmáticas, burocratizadas, objetivistas, etc., de la praxis. Tergiversaciones que la historia se ha encargado de revelar como hechos registrables.

Lo mismo ocurre con la comprensión de la unidad teoría-praxis, cuya eficacia no tiene lugar por generación espontánea. Problema que según Sánchez Vázquez, debe abordarse y comprenderse en su unidad real, como problema práctico-teórico y teórico-práctico. Esto no niega, por supuesto, la relativa autonomía, pues una u otra puede adelantarse o retratarse. Pero se requiere revelar las mediaciones dialécticas que hacen compleja y embrollada la unidad. Porque ciertamente es eso: una unidad dialéctica que incluye la diferencia, cuya solución presupone resolver las varias mediaciones en que se conexionan como totalidad compleja.

En mi criterio, el elemento principal que encauza la obra creadora de la filosofía de la praxis de Sánchez Vázquez, es el sentido cultural con que asume al marxismo en sus fuentes originales y el lugar preponderante que otorga a la mediación política, en los marcos de la totalidad humana y sociocultural. Es que la política como zona esencial de la cultura y expresión concentrada de la economía, dando cuenta de las necesidades y los intereses del hombre, dinamiza el proceso mismo de cambio y transformación y determina los comportamientos concretos de los sujetos portadores de la acción histórica.

Esta visión orgánica del hombre, la actividad y la subjetividad humana, cualificada en la cultura imprime continuidad creadora al marxismo de Sánchez Vázquez, y le aporta las armas de la crítica para enfrentarse, en defensa del marxismo a las versiones objetivistas subjetivistas, ontologizantes, estructuralistas que emergieron en el campo “marxista,”tergiversando problemas centrales de la teoría como la relación del factor subjetivo y la racionalidad objetiva, la dialéctica ley histórica-actividad consciente de los hombres, el papel determinante del factor económico en última instancia, la relación dialéctica base- superestructura, y la propia revolución como “locomotora” de la historia.

El marxismo vivo y creador, como filosofía de la praxis de Sánchez Vázquez, nucleado en una cultura de resistencia y de lucha hizo mucho (…) y dijo más (…), sin proponerse a ultranza, hacer “aportaciones” ni interés alguno de protagonismo teórico. Sencillamente hizo ciencia y docencia marxista creadora, conjugando misión y oficio, porque está convencido que de su validez teórica y práctica para la construcción de un mundo verdaderamente humano. Esa fue y es-porque todavía continúa su obra creadora, dando respuesta a los nuevos tiempos-su razón de ser: un simple militante marxista académico de fila que cree en la verdad del marxismo y sabe que ante los desafíos del siglo XXI, y la globalización neoliberal, el marxismo, como filosofía de la praxis, y en pleno proceso de renovación, acorde con las exigencias de la praxis, tiene aún mucho que decir y hacer .  

Filosofía de la ciencia.  

Filosofía de la ciencia, investigación sobre la naturaleza general de la práctica científica. La filosofía de la ciencia se ocupa de saber cómo se desarrollan, evalúan y cambian las teorías científicas, y si la ciencia es capaz de revelar la verdad de las entidades ocultas y los procesos de la naturaleza. Su objeto es tan antiguo y se halla tan extendido como la ciencia misma. Algunos científicos han mostrado un vivo interés por la filosofía de la ciencia y unos pocos, como Galileo, Isaac Newton y Albert Einstein, han hecho importantes contribuciones. Numerosos científicos, sin embargo, se han dado por satisfechos dejando la filosofía de la ciencia a los filósofos, y han preferido seguir 'haciendo ciencia' en vez de dedicar más tiempo a considerar en términos generales cómo 'se hace la ciencia'. Entre los filósofos, la filosofía de la ciencia ha sido siempre un problema central; dentro de la tradición occidental, entre las figuras más importantes anteriores al siglo XX destacan Aristóteles, René Descartes, John Locke, David Hume, Immanuel Kant y John Stuart Mill. Gran parte de la filosofía de la ciencia es indisociable de la epistemología, la teoría del conocimiento, un tema que ha sido considerado por casi todos los filósofos.

Los resultados de la observación y experimentación suministran la evidencia para una teoría científica, pero no pueden demostrar que la teoría es correcta. Hasta la generalización empírica más modesta, por ejemplo que toda agua hierve a la misma temperatura, va más allá de lo que puede ser deducido de la evidencia en sentido estricto. Si las teorías científicas no expresaran más que la evidencia que suele sustentarlas, tendrían poca utilidad. No podrían ser utilizadas para predecir el curso de la naturaleza, y carecerían de poder explicativo.

El vínculo no demostrativo o inductivo entre la evidencia y la teoría plantea uno de los problemas fundamentales de la teoría del conocimiento, el problema de la inducción, dada su formulación clásica por David Hume, el filósofo escocés del siglo XVIII. Hume consideró simples predicciones basadas en observaciones pasadas, por ejemplo, un vaticinio como: el sol saldrá mañana, teniendo en cuenta que se ha observado que siempre salía en el pasado. La vida sería imposible sin anticipar el futuro, pero Hume construyó una argumentación excelente para mostrar que estas inferencias son indefendibles desde presupuestos racionales. Esta conclusión puede parecer increíble, pero la argumentación de Hume tiene todavía que ser contestada de un modo concluyente. Admitía que las deducciones inductivas han sido por lo menos razonablemente fiables hasta ahora, o no estaríamos vivos para considerar el problema, pero afirmaba que sólo podemos tener una razón para continuar confiando en la inducción si tenemos algún motivo para creer que la inducción seguirá siendo fiable en el futuro. Hume demostró entonces que tal razón no es posible. El nudo del problema es que pretender que la inducción será una garantía en el futuro es, en sí misma, una predicción y sólo podría ser justificada de manera inductiva, lo que llevaría a una cuestión de principio. En concreto, mantener que la inducción quizá funcionará en el futuro porque ha resultado útil en el pasado es razonar en círculo, asumiendo la inducción para justificarla. Si esta argumentación escéptica es válida, el conocimiento inductivo parece imposible, y no hay un argumento racional que se pueda plantear para disuadir a alguien que opina, por ejemplo, que es más seguro salir de la habitación por las ventanas que por la puerta.

El problema de la inducción se relaciona de forma directa con la ciencia. Sin una respuesta a la argumentación de Hume, no hay razón para creer en ninguno de los aspectos de una teoría científica que vaya más allá de lo que, en realidad, se ha observado. El asunto no es que las teorías científicas no resulten nunca ciertas por completo: esto es o debería ser una verdad obvia. El tema es más bien que no tenemos ninguna razón para suponer, por ejemplo, que el agua que no hemos sometido a prueba hervirá a la misma temperatura que el agua que hemos probado. Los filósofos han realizado un continuo esfuerzo para resistir a esta conclusión escéptica. Algunos han tratado de demostrar que los modelos científicos para sopesar evidencias y formular inferencias son, de algún modo, racionales por definición; otros, que los éxitos pasados de nuestros sistemas inductivos son susceptibles de emplearse para justificar su uso futuro sin caer en círculos viciosos. Un tercer enfoque sostiene que, aunque no podamos demostrar que la inducción funcionará en el futuro, sí podemos demostrar que lo hará si algún método de predicción lo hace, por lo que es razonable utilizarlo. Mediante teorías más recientes, algunos filósofos han sostenido que la actual fiabilidad de las prácticas inductivas, algo que Hume no niega, basta para proporcionar conocimiento inductivo sin otro requerimiento que el que la fiabilidad esté justificada.

Karl Popper ha aportado una respuesta más radical al problema de la inducción, una solución que constituye la base de su influyente filosofía de la ciencia. De acuerdo con Popper, el razonamiento de Hume de que las inferencias son injustificables desde una perspectiva racional es correcto. Sin embargo, esto no amenaza la racionalidad de la ciencia, cuyas inferencias son, aunque parezca lo contrario, deductivas en exclusiva. La idea central de Popper es que mientras la evidencia nunca implicará que una teoría sea verdadera, puede rebatir la teoría suponiendo que sea falsa. Así, un número de cuervos negros no implica que todos lo cuervos sean negros, pero la presencia de un único cuervo blanco supone que la generalización es falsa. Los científicos pueden, de esta forma, saber que una teoría es falsa, sin recurrir a la inducción. Además, enfrentados a una elección entre dos teorías opuestas, pueden ejercer una preferencia racional si una de las teorías ha sido refutada pero la otra no; entonces es racional preferir una teoría que podría ser verdad respecto a una que se sabe es falsa. La inducción nunca entra en escena, de modo que el argumento de Hume pierde fuerza.

Esta ingeniosa solución al problema de la inducción se enfrenta con numerosas objeciones. Si fuera cierta, los científicos nunca tendrían ningún motivo para creer que alguna de sus teorías o hipótesis son siquiera correctas por aproximación o que alguna de las predicciones extraídas de ellas es verdad, ya que estas apreciaciones sólo podrían ser justificadas por vía inductiva. Además, parece que la posición de Popper ni siquiera permite a los científicos saber que una teoría es falsa, puesto que, según él, la evidencia que podría contradecir una teoría, puede no ser nunca reconocida como correcta. Por desgracia, las inferencias inductivas que los científicos plantean no parecen ni evitables ni justificables.

Aunque la discusión de Hume sobre la justificación de la inducción representa un hito en la historia de la filosofía, sólo ofrece una cruda descripción de cómo, para bien o para mal, los métodos inductivos funcionan en realidad. Mantenía que la inferencia inductiva es sólo un hábito de formación. Al haber visto muchos cuervos negros, de modo tácito aplicamos la regla 'más de lo mismo' y suponemos que el próximo cuervo que encontremos será también negro. Esto, como es evidente, no hace justicia a la práctica inferencial de los científicos, ya que éstos infieren a partir de la observación de entidades de una clase para llegar a la existencia y comportamiento de entidades de una clase muy diferente y a menudo no observable. 'Más de lo mismo' no llevará a los científicos desde lo que se ve en el laboratorio a la existencia de los electrones o los campos electromagnéticos. ¿Cómo comprueban entonces los científicos sus teorías, sopesan la evidencia y establecen inferencias? Este es el problema de la descripción en contraste con el problema de la justificación de Hume.

El problema descriptivo puede parecer fácil de resolver: sólo hay que preguntar a los científicos que describan lo que hacen. Es una ilusión. Los científicos pueden ser eficaces sopesando evidencias, pero no son eficaces ofreciendo una declaración de principios que recoja cómo llegan a ellos. Esto no es más sorprendente que el hecho de que los nativos de habla inglesa sean incapaces de explicar los principios por los que diferencian las oraciones gramaticales de las no gramaticales. Lo más sorprendente es cuán difícil ha sido resolver el problema de la inducción incluso para los filósofos de la ciencia que han dedicado a ello su actividad.

Quizá la forma más corriente de mostrar cómo se comprueban las teorías sea mediante el modelo hipotético-deductivo, según el cual las teorías se comprueban examinando las predicciones que implican. La evidencia que muestra que una predicción es correcta, confirma la teoría; la evidencia incompatible con la predicción, rebate la teoría, y cualquier otra evidencia es irrelevante. Si los científicos tienen una evidencia suficiente que corrobora y una no evidencia que rebate, pueden inferir que la teoría examinada es correcta. Este modelo, aunque es aproximado, parece en principio ser un reflejo razonable de la práctica científica, pero está envuelto en dificultades concretas. La mayoría de éstas demuestran que el modelo hipotético-deductivo es demasiado permisivo, al tratar evidencias irrelevantes como si aportaran certezas materiales. Para mencionar tan sólo un problema, la mayoría de las teorías científicas no implican ninguna consecuencia observable por sí misma, sino sólo al relacionarse en conjunto con otras suposiciones de base. Si no hay alguna clase de restricción sobre las suposiciones admisibles, el modelo permitiría considerar cualquier observación como evidencia para casi cualquier teoría. Esto es un resultado absurdo, pero es difícil en extremo especificar las restricciones apropiadas.

Dadas las dificultades que afronta el modelo hipotético-deductivo, algunos filósofos han reducido sus miras y han intentado dar un modelo mejor de refuerzo inductivo para una serie de casos más limitada. El caso más sencillo es una generalización empírica del tipo 'todos los cuervos son negros'. Aquí parece claro que los cuervos negros apoyan la hipótesis, los cuervos no negros la refutan, y los no cuervos son irrelevantes. Aún así, esta modesta consideración entraña otros problemas. Supongamos que aplicamos el mismo tipo de consideración a la hipótesis un tanto exótica de que todas las cosas no negras no son cuervos. Los no negros no cuervos (flores blancas, por ejemplo) la apoyan, los cuervos no negros la refutan, y los objetos son irrelevantes. El problema surge cuando observamos que esta hipótesis equivale a la hipótesis original del cuervo; decir que todas las cosas no negras son no cuervos es sólo un modo poco usual de decir que todos los cuervos son negros. Entonces ¿cualquier evidencia que apoye una hipótesis apoya la otra? Esto nos deja, sin embargo, con la conclusión bastante extraña de que las flores blancas proporcionan la evidencia de que todos los cuervos son negros. Esta paradoja del cuervo parece un truco lógico, pero ha resultado muy difícil de resolver.

Un reciente trabajo sobre el problema de los métodos de descripción inferencial en la ciencia ha tratado de evitar la debilidad del modelo hipotético- deductivo yendo más allá de las relaciones lógicas para responder a la conexión de la evidencia con la teoría. Algunas consideraciones intentan describir cómo la plausibilidad de teorías e hipótesis puede variar conforme se va avanzando en las comprobaciones, y han enlazado esta idea con un cálculo formal de probabilidades. Otras apelan al contenido específico de las hipótesis sometidas a comprobación, en especial las afirmaciones causales que hacen muchas de ellas. En el siglo XIX, John Stuart Mill dio cuenta de las inferencias desde los efectos a las causas que puede ser extendida para aportar un modelo de inferencia científica. Uno de los procedimientos por el que se ha intentado esa expansión ha sido recurriendo al concepto de explicación. La idea básica del modelo de inducción para la mejor explicación es que los científicos infieren desde la evidencia válida a la hipótesis que, de ser correcta, proporcionaría la mejor explicación de esa evidencia.

Si la inferencia para la mejor explicación debe de ser algo más que un eslogan, sin embargo, se requiere alguna consideración independiente de explicación científica. El punto de partida para la mayoría del trabajo filosófico contemporáneo sobre la naturaleza de la explicación científica es el modelo deductivo-nomológico, según el cual una explicación científica es una deducción de una descripción del fenómeno para ser explicada desde un conjunto de premisas que incluye, por lo menos, una ley de la naturaleza. Así, se podría explicar por qué sube el mercurio en un termómetro señalando el ascenso de la subida en la temperatura a partir de una ley que relaciona la temperatura y el volumen de los metales. El tema aquí es saber qué hace que algo sea una ley de la naturaleza, otro de los tópicos centrales de la filosofía de la ciencia. No todas las generalizaciones verdaderas son leyes de la naturaleza. Por ejemplo, la afirmación de que todas las esferas de oro tienen un diámetro de menos de diez millas es una verdad presumible pero no es una ley. Las genuinas leyes de la naturaleza parecen tener un tipo de necesidad de la que carece la afirmación sobre las esferas de oro. Describen no sólo cómo funcionan las cosas en realidad sino cómo, de algún modo, deben funcionar. Sin embargo, está lejos de ser evidente cómo tendría que articularse esta noción de necesidad.

Otra dificultad para el modelo deductivo-nomológico de explicación es que, al igual que el modelo hipotético-deductivo de comprobación, con el cual mantiene una notable similitud estructural, este modelo también es demasiado permisivo. Por ejemplo, el periodo (la duración de una oscilación) de un péndulo determinado puede deducirse de la ley que se refiere al periodo y recorrido de los péndulos en general, junto con el recorrido de ese péndulo determinado. El recorrido del péndulo es considerado de modo habitual como explicativo del periodo. Sin embargo, la deducción puede llevarse a cabo en el sentido opuesto: es posible calcular el recorrido de un péndulo si se conoce su periodo. Pero el periodo no está considerado por lo común como explicativo del recorrido del péndulo. De este modo, mientras que la deducción funciona en ambos sentidos, se considera que la explicación va sólo en un único sentido. Dificultades de esta índole han llevado a algunos filósofos a desarrollar procesos causales de explicación, según los cuales explicamos los acontecimientos aportando información sobre sus procesos causales. Este enfoque es atractivo, pero pide un análisis de causalidad, un proyecto que se enfrenta a muchas de las mismas dificultades que tenía analizar las leyes de la naturaleza. Además, se necesita decir más sobre qué causas de un acontecimiento lo explican. El Big Bang es presumiblemente parte de la historia causal de cada acontecimiento, pero no aporta una explicación adecuada para la mayoría de ellos. Una vez más, hay un problema de permisividad excesiva.

Uno de los objetivos de la ciencia es salvar los fenómenos, construir teorías que supongan una descripción correcta de los aspectos observables del mundo. De particular importancia es la capacidad para predecir lo que es observable pero todavía no es observado, ya que una predicción precisa hace factible la aplicación de la ciencia a la tecnología. Lo que resulta más controvertido es si la ciencia debe también aspirar a la verdad sobre aquello que no es observable, sólo por comprender el mundo, incluso sin un propósito práctico. Aquellos que pretenden que la ciencia debería, y que así lo hace, ocuparse de revelar la estructura oculta del mundo son conocidos como realistas. Para éstos, las teorías tratan de describir esa estructura. Por oposición, aquellos que dicen que la labor de la ciencia es sólo salvar los fenómenos observables son conocidos como instrumentalistas, ya que para ellos las teorías no son descripciones del mundo invisible sino instrumentos para las predicciones sobre el mundo observable. La disputa entre realistas e instrumentalistas ha sido un tema constante en la historia de la filosofía de la ciencia.

Los científicos realistas no afirman que todo en la ciencia actual es correcto pero, como era de esperar, afirman que las mejores teorías actuales son poco más o menos verdaderas, que la mayoría de las entidades a las que se refieren existen en realidad, y que en la historia de la ciencia las últimas teorías en un campo concreto han estado por lo común más próximas a la verdad que las teorías que sustituían. Para los realistas, el progreso científico consiste sobre todo en generar descripciones cada vez más amplias y exactas de un mundo en su mayor parte invisible.

Algunos instrumentalistas niegan que las teorías puedan describir aspectos no observables del mundo sobre la base de que no se pueden llenar de significado las descripciones de lo que no puede ser observado. Según esta idea, las teorías de alto nivel son ingenios de cálculo sin significado literal: no son más descripciones del mundo que lo que son los circuitos de una calculadora electrónica. Otros instrumentalistas han afirmado que las teorías son descripciones, pero sólo del mundo observable. Hablar de partículas atómicas y campos gravitatorios sólo es en realidad una taquigrafía de descripciones de interpretaciones punteras y un movimiento observable. La versión contemporánea más influyente del instrumentalismo, conocida como empirismo constructivo, adopta una tercera vía. El significado de las teorías tiene que ser creído literalmente. Si una teoría parece contar una historia sobre partículas invisibles, entonces esa es la historia que se cuenta. Los científicos, sin embargo, nunca tienen derecho o necesidad de creer que esas historias son verdad. Todo lo más que puede o necesita ser conocido es que los efectos observables de una teoría - pasada, presente y futura - son verdaderos. La verdad del resto de la teoría es cómo pueda ser: toda la cuestión es que la teoría cuenta una historia que produce sólo predicciones verdaderas acerca de lo que, en principio, pudiera ser observado.

El debate entre realistas e instrumentalistas ha generado argumentos por parte de ambas escuelas. Algunos realistas han montado un razonamiento de no milagro. Realistas e instrumentalistas están de acuerdo en que nuestras mejores teorías en las ciencias físicas han tenido un notable éxito de predicción. El realista mantiene que este éxito sería un milagro si las teorías no fueran por lo menos verdaderas por aproximación. Desde un punto de vista lógico es posible que una historia falsa en su totalidad sobre entidades y procesos no observables pudiera suponer todas esas predicciones verdaderas, pero creer esto es bastante improbable y, por lo tanto, irracional. Planteado el supuesto de que a una persona se le da un mapa muy detallado, cuyo contenido describe con gran detalle el bosque en el que se encuentra, incluso muchos desfiladeros y picos de montañas inaccesibles. Examina el mapa contrastando los datos en diferentes lugares y, en cada caso, lo que ve es justo como lo pinta el mapa. Queda la posibilidad de que el mapa sea incorrecto por completo en las zonas que no ha examinado, pero esto no resulta verosímil. El realista mantiene que la situación es análoga para toda teoría científica que haya sido bien comprobada.

Los instrumentalistas han hecho numerosas objeciones al razonamiento del 'no milagro'. Algunos han afirmado que incurre en la petición de principio, tanto como el argumento considerado con anterioridad, de que la deducción funcionará en el futuro porque ha funcionado en el pasado. Inferir del éxito observado de una teoría científica la verdad de sus afirmaciones sobre los aspectos no observables del mundo es utilizar en concreto el modo de deducción cuya legitimidad niegan los instrumentalistas. Otra objeción es que la verdad de la ciencia actual no es en realidad la mejor explicación de su éxito de observación. Según esta objeción, Popper estaba en lo cierto, al menos, cuando afirmó que la ciencia evoluciona a través de la supresión de las teorías que han fracasado en la prueba de la predicción. No es de extrañar que se piense, por lo tanto, que las teorías que ahora se aceptan han tenido éxito en cuanto a la predicción: si no lo hubieran tenido, ahora no las aceptaríamos. Así, la hipótesis que mantiene que nuestras teorías son ciertas no necesita explicar su éxito de predicción. Por último, algunos instrumentalistas recurren a lo que se conoce como la indeterminación de la teoría por los datos. No importa el grado de validez de la evidencia, sabemos que hay en principio innumerables teorías, incompatibles entre sí pero todas compatibles con esa evidencia. Como mucho, una de esas teorías puede ser verdadera. Tal vez si la objeción resulta válida, es poco probable que la teoría elegida como eficaz sea la verdadera. Desde este punto de vista, lo que sería milagroso no es que las teorías de éxito a las que llegan los científicos sean falsas, sino que sean verdaderas.

Una de los razonamientos recientes más populares de los instrumentalistas es la 'inducción pesimista'. Desde el punto de vista de la ciencia actual, casi todas las teorías complejas con más de cincuenta años pueden ser entendidas como falsas. Esto se oculta a menudo en la historia de la ciencia que presentan los libros de texto de ciencia elementales, pero, por ejemplo, desde el punto de vista de la física contemporánea, Kepler se equivocaba al afirmar que los planetas se mueven en elipses, y Newton al sostener que la masa de un objeto es independiente de su velocidad. Pero si todas las teorías pasadas han sido halladas incorrectas, entonces la única deducción razonable es que todas, o casi todas, las teorías actuales serán consideradas erróneas de aquí a otro medio siglo. En contraste con esta discontinuidad en la historia de las teorías, según el instrumentalismo se ha producido un crecimiento constante y sobre todo acumulativo en el alcance y precisión de sus predicciones observables. Cada vez han llegado a ser mejores salvando los fenómenos, su único cometido apropiado.

Se han planteado varias respuestas a la inducción pesimista. La mayoría de los realistas han aceptado tanto la premisa de que las teorías del pasado han sido falsas y la conclusión de que las teorías actuales serán quizá falsas también. Sin embargo, han insistido en que todo esto es compatible con la afirmación central realista de que las teorías tienden a mejorar las descripciones del mundo respecto a aquéllas a las que reemplazan. Algunos realistas también han acusado a los instrumentalistas de exagerar el grado de discontinuidad en la historia de la ciencia. Se puede cuestionar también la validez de una deducción desde el grado de falsedad pretérito al actual. De acuerdo con los realistas, las teorías actuales han sustituido a sus predecesoras porque ofrecen un mejor tratamiento de la evidencia cada vez más amplio y preciso; por eso está poco claro por qué la debilidad de las viejas teorías debería ir en contra de las que las sucedan.

Aunque realistas e instrumentalistas discrepan sobre la capacidad de la ciencia para describir el mundo invisible, casi todos coinciden en que la ciencia es objetiva, porque descansa sobre evidencias objetivas. Aunque algunos resultados experimentales son inevitablemente erróneos, la historia de la evidencia es en gran parte acumulativa, en contraste con la historia de las teorías de alto nivel. En resumen, los científicos sustituyen las teorías pero aumentan los datos. Sin embargo, esta idea de la objetividad y autonomía de la evidencia observacional de las teorías científicas ha sido criticada, sobre todo en los últimos 30 años.

La objetividad de la evidencia ha sido rechazada partiendo de la premisa de que la evidencia científica está, de manera inevitable, contaminada por las teorías científicas. No es sólo que los científicos tiendan a ver lo que quieren ver, sino que la observación científica es sólo posible en el contexto de presuposiciones teóricas concretas. La observación es "teoría cargada". En una versión extrema de esta idea, las teorías no pueden ser probadas, ya que la evidencia siempre presupondrá la misma teoría que se supone tiene que probar. Versiones más moderadas permiten alguna noción de la prueba empírica, pero siguen introduciendo discontinuidades históricas en la evidencia para compararla con las discontinuidades a nivel teórico. Si todavía es posible hacer algún juicio del progreso científico, no puede ser en términos de acumulación de conocimiento, ya se trate de un enfoque teórico o desde el punto de vista de la observación.

Si la naturaleza de la evidencia cambia conforme cambian las teorías científicas, y la evidencia es nuestro único acceso a los hechos empíricos, entonces quizá los hechos también cambien. Este es el relativismo en la ciencia, cuyo representante reciente más influyente es Thomas Kuhn. Al igual que el gran filósofo alemán del siglo XVIII Immanuel Kant, Kuhn mantiene que el mundo que la ciencia investiga debe ser un mundo hasta cierto punto constituido por las ideas de aquellos que lo estudian. Esta noción de la constitución humana del mundo no es fácil de captar. No ocurre lo mismo que en la visión idealista clásica que explica que los objetos físicos concretos sólo son en realidad ideas reales o posibles, implicando que algo es considerado como objeto físico o como un objeto de cierto tipo, por ejemplo una estrella o un planeta, sólo en la medida en la que la gente así los categoriza. Para Kant, la contribución que parte de la idea y lleva a la estructura del mundo es sustancial e inmutable. Consiste en categorías muy generales tales como espacio, tiempo y causalidad. Para Kuhn, la contribución es asimismo sustancial, pero también muy variable, ya que la naturaleza de la contribución viene determinada por las teorías y prácticas concretas de una disciplina científica en un momento determinado. Cuando esas teorías y prácticas cambian, por ejemplo, en la transición desde la mecánica newtoniana a las teorías de Einstein, también cambia la estructura del mundo sobre la que tratan este conjunto de teorías. La imagen de los científicos descubriendo más y más sobre una realidad idea independiente aparece aquí rechazada por completo.

Aunque radical desde el plano metafísico, el concepto de ciencia de Kuhn es conservador desde una perspectiva epistemológica. Para él, las causas del cambio científico son, casi de forma exclusiva, intelectuales y pertenecen a una reducida comunidad de científicos especialistas. Hay, sin embargo, otras opciones actuales de relativismo sobre la ciencia que rechazan esta perspectiva de carácter interno, e insisten en que las principales causas del cambio científico incluyen factores sociales, políticos y culturales que van mucho más allá de los confines del laboratorio. Ya que no hay razón para creer que estos factores variables conducen al descubrimiento de la verdad, esta idea social constructivista de la ciencia es quizás casi más hostil al realismo científico que lo es la posición kuhniana.

Los realistas científicos no han eludido estos desafíos. Algunos han acusado a los relativistas de adoptar lo que viene a ser una posición de autocontradicción. Si, como se afirma, no hay nada que sea verdad, esta afirmación tampoco puede ser entonces verdadera. Los realistas han cuestionado también la filosofía del lenguaje latente detrás de la afirmación de Kuhn de que las sucesivas teorías científicas se refieren a diferentes entidades y fenómenos, manteniendo que el constructivismo social ha exagerado la influencia a largo plazo de los factores no cognitivos sobre la evolución de la ciencia. Pero el debate de si la ciencia es un proceso de descubrimiento o una invención es tan viejo como la historia de la ciencia y la filosofía, y no hay soluciones claras a la vista. Aquí, como en otras partes, los filósofos han tenido mucho más éxito en poner de manifiesto las dificultades que en resolverlas. Por suerte, una valoración de cómo la práctica científica resiste una explicación puede iluminar por sí misma la naturaleza de la ciencia. (Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu). .

Constructivismo  

En un sentido general, tomado del uso de este concepto en matemáticas, en lógica y en arte, es una aplicación del principio enunciado por G.B. Vico, verum ipsum factum, que puede interpretarse como «el hombre entiende sólo lo que él mismo ha hecho», así como una interpretación de los planteamientos de I. Kant, que afirma, genéricamente, que «sólo conocemos a priori de las cosas lo que nosotros mismos ponemos en ella» y de un modo concreto, al especificar la forma de conocer propia de las matemáticas, que es característica suya construir su propio objetos.

El intuicionismo matemático sostiene que sólo deben admitirse las entidades matemáticas efectivamente demostradas, esto es, aquellas que puedan construirse como objetos matemáticos según reglas admitidas.

En arte, el movimiento estético, iniciado en Rusia hacia 1919 (Tatlin, Rodchenko), se orienta a la construcción del propio objeto artístico que inventa libremente, y que no es una copia de la naturaleza, acentuando su aspecto geométrico, universal y objetivo.

En epistemología, la llamada escuela de Erlangen, centrada en torno a Paul Lorenzen (n. 1915), sostiene una teoría constructivista de la ciencia y de la ética, basada en una metodología constructivista, cuya lema fundamental es que «sólo entendemos aquello que podemos construir». Lo que, para este fin, se construye es precisamente una sintaxis racional, o una lógica, a modo de metalenguaje, cuyo objetivo es poder comprender nuestro propio pensamiento y nuestro lenguaje ordinario.

Dice M. Carretero: “Antes que nada conviene indicar que no puede decirse en absoluto que sea un término unívoco. Por el contrario, puede hablarse de varios tipos de constructivismo. De hecho, es una posición compartida por diferentes tendencias de la investigación psicológica y educativa. Entre ellas se encuentran las teorías de Piaget, Vygotsky, Ausubel y la actual Psicología Cognitiva.

Básicamente puede decirse que el constructivismo es el enfoque o la idea que mantiene que el individuo –tanto en los aspectos cognitivos y sociales del comportamiento como en los afectivos- no es un mero producto del ambiente ni un simple resultado de sus disposiciones internas, sino una construcción propia que se va produciendo día a día como resultado de la interacción entre esos dos factores. En consecuencia, según la posición constructivista, el conocimiento no es una copia de la realidad, sino una construcción del ser humano. ¿Con qué instrumentos realiza la persona dicha construcción? Fundamentalmente con los esquemas que ya posee, es decir, con lo que ya construyó en su relación con el medio que lo rodea.

Esta construcción que realizamos todos los días y en casi todos los contextos en los que se desarrolla nuestra actividad, ¿de qué depende? Depende sobre todo de dos aspectos, a saber: de la representación inicial que tengamos de la nueva información y de la actividad, externa o interna, que desarrollemos al respecto. (Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

Hermenéutica  

Hermenéutica, arte de interpretar textos para fijar su verdadero sentido. En un principio se utilizó en el estudio de la teología y se aplicó específicamente a la interpretación de las Sagradas Escrituras, pero su uso se ha ampliado desde el siglo XIX hasta abarcar las teorías filosóficas del significado y la comprensión, así como las teorías literarias de la interpretación textual.

Los teóricos de la hermenéutica del siglo XIX, como Friedrich Schleiermacher y Wilhelm Dilthey, entendían la comprensión como un proceso de reconstrucción psicológica, es decir, de reconstrucción, por parte del lector, de la intención original del autor. En este sentido, el texto es la expresión de los sentimientos de su autor y los intérpretes deben intentar ponerse en el lugar del autor para revivir el acto creador.

El problema de esta concepción es principalmente su exceso de fe en el género humano: presupone que todo el mundo tiene la misma capacidad para superar las dificultades que entraña todo proceso de comprensión. Se basa en la creencia de que es posible alcanzar una única interpretación correcta. Sin embargo, una visión algo más escéptica de la interpretación sostiene que no hay razones fundadas para emitir un juicio y por lo tanto se corre el riesgo de hundirse en la ciénaga del subjetivismo y el relativismo (el descubrimiento de que el conocimiento no es absoluto). El filósofo alemán Martin Heidegger y su discípulo Hans-Georg Gadamer describían este dilema como un círculo hermenéutico, en alusión al modo en que la comprensión y la interpretación, la parte y el todo, se relacionan de manera circular: para comprender el todo es necesario comprender las partes, y viceversa. Tal es la condición de posibilidad de toda experiencia y toda investigación humanas.

(Del griego ©D: 0<,4", hermeneia, traducción, explicación, expresión o interpretación que permite la comprensión) En general significa, pues, el arte de la interpretación de un texto, es decir, la posibilidad de referir un signo a su designado para adquirir la comprensión. A veces se ha identificado con la exégesis, o con la reflexión metodológica sobre la interpretación. Actualmente, este término designa una teoría filosófica general de la interpretación.

En el Político de Platón (260d), el adjetivo hermeneutiké se refiere a la técnica de interpretación de los oráculos o los signos divinos ocultos, pero en Aristóteles pierde este sentido de interpretación de lo sagrado. En Peri hermeneias (Sobre la interpretación), Aristóteles analiza la relación entre los signos lingüísticos y los pensamientos, y la relación de los pensamientos con las cosas. Para él, como para la tradición aristotélica posterior, la hermenéutica trata de las proposiciones enunciativas y de los principios de la expresión discursiva. También para Boecio la hermenéutica o interpretación designaba la referencia del signo a su designado, y es una acción que se da en el alma. Pero mientras la relación entre el signo lingüístico y el concepto es una relación arbitraria, la relación que se da entre el concepto y el objeto, es necesaria y universal. Por su parte, los estoicos inauguraron una hermenéutica ale

górica para permitir la interpretación de los contenidos racionales escondidos en los mitos. Por la influencia del pensamiento religioso, especialmente del judío y cristiano, durante mucho tiempo la hermenéutica se ha asociado a las técnicas y métodos de interpretación de los textos bíblicos. Este será todavía el sentido de este término en la época moderna: como exégesis o interpretación de los textos sagrados que, o bien es exégesis literal (que atiende al análisis lingüístico del texto en cuestión), o bien exégesis simbólica (que atiende a unas supuestas significaciones y realidades más allá de la literalidad del texto). No obstante, ya en los siglos XVI y XVII, además de una hermenéutica teológica, que interpreta los textos sagrados, aparecen distintas hermenéuticas: una hermenéutica profana, orientada a la interpretación de los textos clásicos latinos y griegos, una hermenéutica jurídica, y una hermenéutica histórica.

Con Schleiermacher la hermenéutica empieza a cobrar plena relevancia filosófica, y comienza a aparecer como una teoría general de la interpretación y la comprensión. En sus estudios teológicos y neotestamentarios postula la necesidad de no limitar la interpretación al aspecto filológico externo. Los datos históricos y filológicos son sólo el punto de partida de la comprensión y de la interpretación, a la que no considera en función de su objeto, sino a partir del sujeto que interroga. Con ello se acerca al enfoque trascendental kantiano y opera un giro copernicano en la hermenéutica, que entenderá fundamentalmente como una reconstrucción de la génesis del texto, en la cual el intérprete o sujeto que interroga debe idenficarse con el autor. A su vez, la interpretación no se puede limitar al mero entendimiento de textos, sino que es la comprensión del todo. Esta versión subjetivista y psicologista de la hermenéutica influirá sobre Dilthey y la corriente historicista, que inician la hermenéutica filosófica del siglo XX. Para Dilthey, también los datos textuales, lo histórico y lo biográfico son previos al proceso de acercamiento a una realidad que se quiere comprender, y para comprender es necesario articular los datos en una unidad de sentido. De esta manera, la hermenéutica aparece como el método de las ciencias del espíritu, y es la contrafigura del método de la explicación propio de las ciencias de la naturaleza. Dilthey concibe la interpretación como comprensión que se fundamenta en la conciencia histórica y permite entender mejor un autor, una obra o una época y, a su vez, concibe la comprensión como un proceso que se dirige hacia las objetivaciones de la vida, que se manifiestan como signos de un proceso vital o de vivencias del espíritu. Tales vivencias, en cuanto que son objetivaciones de la vida o espíritu objetivo, son propiamente objetos de ciencia. Pero, aunque en él la hermenéutica adquiera un carácter más objetivo, sigue la orientación psicologista de Schleiermacher, en cuanto que afirma que la Erlebnis (el sentimiento vivido) es, a la vez, el punto de partida y de llegada de toda comprensión, que es propiamente el intento de reconstruir en mi propia Erlebnis la Erlebnis de otro.

Con Heidegger la hermenéutica se relaciona directamente con la ontología de la existencia. La comprensión es entendida como una estructura fundamental del ser humano, es un existencial del Dasein. Ya no se trata de la mera comprensión de un texto en su contexto, sino que en la comprensión ya va involucrada la propia auto-comprensión, que aparece por medio del lenguaje. Así, la hermenéutica no es una forma particular de conocimiento, sino lo que hace posible cualquier forma de conocimiento. Esta identificación entre hermenéutica y ontología se hace patente en cuanto que se aborda la cuestión del sentido del ser a partir de la comprensión del ser del Dasein. El hombre, en cuanto abierto al ser, es el intérprete privilegiado del ser. De esta manera, la filosofía, entendida como ontología fenomenológica, debe basarse en una hermenéutica del Dasein. Por ello, la comprensión no es un simple proceso cognoscitivo sino que, ante todo, es un modo de ser. En este proceso aparece el círculo hermenéutico, que caracteriza la comprensión como una estructura de anticipación que muestra el carácter de lo «previo» o de la pre-comprensión: toda interpretación que haya de acarrear comprensión tiene que haber comprendido ya lo que trate de interpretar. Pero este círculo no es un círculo vicioso, sino un círculo abierto que muestra aquella identificación entre hermenéutica y ontología.

Gadamer, en su obra fundamental, Verdad y método, desarrolla las líneas abiertas por Heidegger hacia la plena relación entre la hermenéutica y el lenguaje, y estudia el proceso del círculo hermenéutico desde una rehabilitación de las nociones de pre-juicio y de tradición. Pero la comprensión, a diferencia de lo que había sustentado Schleiermacher, no debe pretender que el intérprete ocupe el lugar del autor, sino que debe entenderse como una fusión de horizontes históricos. En la última parte de la obra mencionada, Gadamer opera un pleno giro ontológico al identificar el ser con el lenguaje: «el ser que puede llegar a ser comprendido es el lenguaje» .Para Paul Ricoeur, que junto con Gadamer es uno de los autores más relevantes en la hermenéutica contemporánea, el objetivo que esta disciplina debe perseguir es la de identificar el ser del yo. De un yo que no puede reducirse a ser simplemente el sujeto del conocimiento, sino que está abierto a muchas otras experiencias. Pero la reflexión no proporciona nunca una intuición del yo. De hecho, el cogito es una afirmación vacía, que sólo puede hallarse en sus objetivaciones. Pero éstas deben ser interpretadas, y en el proceso de la interpretación se muestra que el yo que se objetiva está mediatizado por signos y símbolos. La misma identidad del yo es dependiente de la interpretación de dichos signos y símbolos, porque la función simbólica es condición de posibilidad del yo. No obstante, no hay una única hermenéutica posible, sino varias estrategias distintas.

Por ello Ricoeur, que elabora su teoría en diálogo continuo con el estructuralismo, con el personalismo, con la lingüística y con la semiótica, intentará aunar estas distintas estrategias. De entre ellas destaca la iniciada por los que el mismo Ricoeur llama los maestros de la sospecha (Marx, Nietzsche y Freud), que han señalado el carácter escondido y disfrazado con el que se presenta una falsa realidad que ha tergiversado el sentido, y han mostrado que la verdad aparece invertida o disfrazada. Marx mostró el carácter invertido de la ideología. Nietzsche -que es uno de los principales inspiradores de la hermenéutica contemporánea al señalar que no hay hechos, sino interpretaciones-, mostraba la inversión de los valores. Freud, al inaugurar un procedimiento de interpretación de los sueños y, en general, del psiquismo que se reduce a «disfraces» de pulsiones inconscientes reprimidas, ofrece un modelo fundamental para la hermenéutica de Ricoeur. Pero hay otras hermenéuticas posibles, que intentan revelar directamente el sentido, y Ricoeur intentará fundir estas distintas hermenéuticas. En cualquier caso, la hermenéutica muestra, según Ricoeur, que la pérdida de las ilusiones de la conciencia es la condición de toda verdadera reapropiación del sujeto. Por otra parte, desde los defensores de la teoría crítica, Habermas y K.O. Apel, especialmente, se ha desarrollado una hermenéutica ligada a la crítica de las ideologías. En concreto, Habermas descubre una relación entre conocimiento e interés, y elabora una crítica a la ingenua y mistificadora metodología positivista. Además, han aparecido teorías hermenéuticas desde otros enfoques, de manera que sigue desarrollándose una hermenéutica teológica, con autores como K. Barth, R. Bultmann, E. Fuchs o G. Ebeling; una hermenéutica de la historia, con W. Pannenberg o una hermenéutica jurídica, con E. Betti. Desde las llamadas filosofías de la posmodernidad, críticas con todo intento de considerar la epistemología como fundamentadora, se ha interpretado la hermenéutica como sustitutoria de dicha epistemología. Así, Richard Rorty afirma que «la hermenéutica es una expresión de esperanza de que el espacio cultural dejado por el abandono de la epistemología no llegue a llenarse», con lo cual, además de reforzar su concepción contraria a los intentos de fundamentación, se aparta también de la tradición hermenéutica de autores como Apel o Habermas. (Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).

Esbozos sobre la hermenéutica de Gadamer [146] .

Introducción

En la cátedra de filosofía del lenguaje , hemos tenido la oportunidad de confrontarnos con una serie de autores, que has escrito sobre la experiencia humana de lenguaje , sus diversas formas y manifestación, los elementos comunes. El lenguaje como una realidad y una experiencia esencialmente humana.

Cada autor ha orientado su propuesta desde partiendo de una determinada noción del mundo y manera de comprender la realidad. Hemos descubierto el lenguaje con su dimensión cultural, social, comunicativa y ética .

En Hans-Georg Gadamer, hemos conseguido una de las síntesis más interesantes con un aporte que no sólo recurre ofrecer una técnica de abordar el trabajo intelectual interpretativo del lenguaje escrito, sino como una verdadera gnoseología pedagógica que permite entender al hombre en su totalidad, por medio de la experiencia del lenguaje y la interpretación como inherente a la persona .

La singular forma ontológica que ofrece Gadamer en su hermenéutica permite comprender aún más a la persona , en su experiencia constructiva de su realidad y de su conocimiento , por ello el enorme interés pedagógico, que ha despertado para nosotros.

Abordamos en este trabajo inicialmente una contextualización de la vida, obra y propuesta hermenéutica de Gadamer, para luego abocarnos a la reflexión de las categorías centrales de su hermenéutica, como aporte valioso en el pensamiento sobre el lenguaje.

Quiere ser este trabajo monográfico, una breve síntesis sobre lo que este autor contemporáneo de gran relevancia aporta a la filosofía, pero nos abre una intuición de lo que puede ser su enorme aporte a la pedagogía , pues su manera de comprender al hombre y de explicar su experiencia de conocimiento va muy en línea con las nuevas propuesta didácticas y curriculares, esta tesis , que viene de nuestra intuición al estudiar a Gadamer, podrá ser desarrollada en momentos posteriores.

Contextualizando a Gadamer

Ubicación Biográfica

Hans-Georg Gadamer, es el filosofo creador de una original teoría hermenéutica que le ha dado un importante puesto en el pensamiento contemporáneo, sobre todo en el ámbito de la gnoseología y de la filosofía del lenguaje. Es alemán, nació en Mamburgo el 11 de febrero de 1900, hijo de un científico que se dedicaba a la investigación en el campo de la química , de quien heredó la inclinación intelectual pero por rumbos diversos; desde joven su inclinación fue por las humanidades, debido a su rechazo por el uso reductivista del método científico.

Sus estudios iniciales se desarrollaron en el campo de la germánica, historia , historia del arte y filosofía en las universidades de Wroclaw, Munich y Mamburgo. En esta última universidad alcanzó el doctorado contando con tan sólo 22 años. Su tesis doctoral, dirigida por Paul Natorp, se centró en el tema de la esencia del placer en los diálogos de Platón . Una vez recibido el doctorado, tomo un curso filosófico con Edmund Husserl en la universidad de Friburgo, donde afianzó sus conocimientos sobre la fenomenología , y se insertó en el pensamiento existencialista al hacerse discípulo de Martin Heidegger.

Estando al poder el gobierno Nazi, en la preguerra, Gadamer se dedicó al estudio de filología clásica, siendo tutorado por Paul Foredländer. A partir de 1937 inicia su gestión docente ocupando cátedras de importancia en la Universidad de Mamburgo y Leipzig, en esta última también ocupó, aunque por breve tiempo el rectorado. También dictó clases en la Universidad de Frankfur; y a partir de 1949 y hasta 1964 ingresó a la Universidad de Heidelber, donde pasó a sustituir en las clases de Filosofía a Karl Jasper. Estando en esta última universidad Gadamer profundizó sus estudios sobre Hegel y llegó a ocupar la presidencia de la Sociedad General de Filosofía y luego la de la Academia Alemana de la Ciencia .

En el año de 1964, Gadamer apoyó la designación de Habermas, como profesor de la Universidad de Heidelberg, filosofo éste que después se destacó también por una iniciativa en el campo de la hermenéutica y que con ello pasaría a ser uno de los críticos más fuertes de la hermenéutica gadameriana.

En 1960, Gadamer publica su opera magna , donde presenta un auténtico manual de experiencias en cuanto se refiere al arte , a la literatura y a la historia . Es su libro fundamental: Wahrheit und Methode, trabajo este en el que fundamenta su propuesta sobre hermenéutica, en la cual permite la cohesión coherente de las cuestiones técnicas con las perspectivas filosóficas de la hermenéutica. "H.G. Gadamer está considerado como la «eminencia gris» del conservadurismo político alemán. Su figura es clara muestra de cómo puede influir en política desde la «apolítica» de un pensamiento". En las últimas décadas se ha dedicado a escritos con fuertes debates entre pensadores como Habermas, Lacque Derrida, Popper, también se ha dedicado a escribir sus memorias .

Son muchos e importantes sus discípulos y seguidores, con tanta importancia que se podría ir hablando de una escuela gadameriana.

Pensamiento central de Gadamer  

La hermenéutica de Gadamer se presenta dentro de un especial desarrollo ontológico e histórico, en el que busca destacar el acontecer de la verdad y el método necesario para llegar a ese acontecer. En su formación fue fuertemente influenciado por el pensamiento de Husserl y especialmente por su maestro Heidegger.

En su propuesta filosófica hizo válidos esfuerzos por combinar la dialéctica de Hegel y el pensamiento clásico hermenéutico de Schleiermacher y Dilthey, llegando a superar a estos maestros en lo referente a la interpretación textual y dando paso al desarrollo de la filosofía del lenguaje como eje del pensamiento contemporáneo más reciente. "Con esa ingente obra sitúa Gadamer una cuestión fundamental en la problemática filosófica, y es el tema de la hermenéutica en su alcance metodológico y filosófico".

Como punto de partida Gadamer considera que el conocimiento es fundamental para la existencia humana, la persona sólo desde su propio horizonte de interpretación, que se construye constantemente, puede comprenderse y comprender su contexto. Para el hombre cada conocimiento es una constante interpretación y, ante todo, un conocimiento de sí mismo.

El hombre intenta comprender su pasado, la originariedad del ser instalado en un punto concreto del acontecer histórico. Este le conduce a comprender su realidad desde una «situación hermenéutica determinada» que se caracteriza no por un enfrentamiento entre hombre y situación, sino por un «estar el hombre en ella, formando parte de ella»

Con esta perspectiva antropológica – gnoseológica, Gadamer recoge los meritorios antecedentes de Schleiermacher y de Dilthey y de su maestro Heidegger, y con ello muestra que no pretende descubrir o inventar un desarrollo de la hermenéutica, que parte desde mismo Platón ; ya que la hermenéutica es una práctica adjunta a la historia. "Uno de los más valiosos méritos en la obra de Gadamer es la riqueza informativa con que presenta toda la historia de la doctrina y práctica hermenéuticas, desde el pensamiento antiguo, el Renacimiento y Romanticismo , hasta la filosofía moderna ".

Concretamente, el aporte de Gadamer con respecto a la hermenéutica es su visión como metodología universal y forma lógica superior que precede y comprende los métodos particulares de la ciencia ; para Gadamer el modo de comprender humano es típicamente interpretativo, realizando la comprensión constructiva que traduce de una realidad captada a la propia realidad comprendida. De allí que todo conocimiento es, a su vez, interpretación que implica el reconocimiento de la realidad que se comprende.

Para Gadamer el objeto de la hermenéutica sería "explicitar lo que ocurre en esta operación humana fundamental del comprender interpretativo...". Gadamer entra, por lo tanto, en la línea heideggeriana, en lo que se refiere a la comprensión y a la interpretación, en la que se admite el concepto de «círculo hermenéutico», subrayando que para la comprensión del todo es necesario el comprender las partes y para comprender las partes se ha de comprender el todo. Proceso anasintáctico, inductivo – deductivo, que coactúa en la experiencia humana. "Con esto rechaza tanto el subjetivismo como un objetivismo racionalista y positivista".  

Antecedentes en el ámbito de la filosofía 

Para continuar en esta contextualización del aporte de Gadamer se hace necesaria la ubicación en lo que han ofrecido autores de la hermenéutica previos. Escritores clásicos que ya han sido mencionados, pero que tienen influencia relevante en la obra de Gadamer y constituyen parte fundamental de la síntesis gadameriana.

Se hace hincapié en el ámbito filosófico de la hermenéutica porque esta corriente ha tenido también una tendencia de importancia en la interpretación y exégesis teológica, sobre todo en autores cristianos.

En este desarrollo filosófico hacemos breve mención de tres hombres de importancia para la Historia de la Filosofía , en especial en la reflexión hermenéutica, autores que no sólo han sido antecesores de Gadamer sino también fuente de su pensamiento. Estos autores son: Schleiermacher, Dilthey y Heidegger.  

Schleiermacher, padre de la hermenéutica  

El concepto y la cuestión de la hermenéutica, emergen primigeniamente, entendiendo su contextualización filosófica actual, con el autor Friederich Schleiermacher (1768-1834), aunque él parte realmente de la problematización teológica de la misma. Para Schleiermacher la hermenéutica es el arte de comprender con más exactitud, es una doctrina metódica que se encuentra dirigida, no a un saber teorético, sino a su uso práctico, específicamente a la aplicación técnica de la interpretación correcta de un texto , sea este hablado o escrito. "Schleiermacher, (...) intenta sobre todo reconstruir la determinación original de una obra en su comprensión. Pues el arte y la literatura , cuando se nos trasmiten desde el pasado, nos llegan desarraigados de su mundo original".

Este autor es considerado por los posteriores filósofos de la hermenéutica y del lenguaje como el padre de la hermenéutica moderna, ya que su aporte logró superar los límites de la hermenéutica tradicional, dando realce a los que se refiere a la apropiación intuitiva del autor, la comprensión adivinatoria, el sentir-con, el compenetrarse, el sin-tonizar, el entrar a la vida de uno. Cosa dada en una especia de intuición global, no sólo en el campo intelectual, sino también en el campo afectivo: "Hay que comprender el todo para poder comprender la parte y el elemento y, más en general, es preciso que texto y objeto interpretado, y sujeto interpretante, pertenezcan a un mismo ámbito, de una manera que se podría calificar de circular". He aquí los orígenes teóricos del llamado «círculo hermenéutico».

Para Schleiermacher lo referido a la comprensión intuitiva debe ir acompañado con la comprensión comparativa o histórica, en la combinación de ambas se cumple la tarea hermenéutica. Mientras que la comprensión intuitiva significa un presentir o un concebir inmediato del sentido, la comprensión comparativa consiste en una fusión , por parte de la compresión de varios datos aislados. Ambos momentos constituyen el círculo hermenéutico, forman una unidad que exige meterse en el autor, hacerse de su situación e intención, a su mundo de pensamiento, de representación.

En Schleiermacher el círculo hermenéutico se presenta definido en sus dos dimensiones fundamentales: por una parte, el necesario pre-conocimiento de la totalidad de la obra que se debe interpretar y, por otro, la necesaria pertenencia de, tanto la obra como el intérprete, a un ámbito mayor.

La exigencia introspectiva que pretende Schleiermacher "ha sido últimamente convertida en cuestionable o al menos relativizada por Gadamer". El mismo Gadamer afirma: "El lenguaje es un campo expresivo, y su primacía en el campo de la hermenéutica significa para Schleiermacher que, como interprete, puede considerar sus textos como puros fenómenos de expresión, al margen de sus pretensiones de verdad". De allí que Gadamer dé pasos más radicales y de índole ontológica que le permita sustentar sus aportes a la hermenéutica.

Dilthey, hermenéutica e interpretación histórica

Este autor, Wihelm Dilthey (1833-1911), centra su obra fundamentalmente en un esfuerzo reflexivo de construir una crítica de la razón histórica, tratando de fundamentar la validez de las ciencias del espíritu. Para su oferta en el discurso sobre hermenéutica, se remonta directamente a Schleiermacher, de quien escribe una biografía y es capaz de profundizar válidamente la propuesta de este, mejorarla y lanzarla al siglo XX.

Su punto de partida está en concebir una clara diferenciación entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu. "El objeto de las ciencias de la naturaleza son los fenómenos exteriores al hombre, mientras que las ciencias de del espíritu estudian al mundo de las relaciones entre los individuos, mundo del cual los hombres poseen una conciencia inmediata". Esto tiene su enorme importancia en lo que a gnoseología se refiere, pues cada área del conocimiento maneja realidades, conceptos y categorías diversas, y, por ende, también exigen métodos distintos.

Las ciencias naturales siguen el método de la explicación y las ciencias del espíritu el método de la comprensión. La naturaleza se explica, pero la vida espiritual se comprende. De aquí que para Dilthey, la hermenéutica no sólo está referida a una técnica auxiliar para el estudio de las ciencias del espíritu, es para él "un método igualmente alejado de la arbitrariedad interpretativa romántica y de la reducción naturalista que permite fundamentar la validez universal de la interpretación histórica". Su afán historicista lleva a Dilthey a proponer una hermenéutica como interpretación que se basa en un previo conocimiento de los datos de la realidad que se intenta comprender, sean estos históricos o filológicos.

Como se puede destacar, Dilthey va más allá del intento de Schleiermacher de recrear la experiencia del autor. Para Dilthey los eventos históricos se deben leer como expresiones concretas de la vida; con respecto a esto Gadamer indica: "El análisis lógico diltheyano del concepto del nexo de la historia representa objetivamente la aplicación del postulado hermenéutico de que los detalles de un texto sólo pueden entenderse desde el conjunto, y éste sólo desde aquellos, pero proyectándolo ahora sobre el mundo de la historia". Definitivamente para Dilthey la historia es un texto que pide ser interpretado y comprendido, de esto tomará mucho Gadamer al momento de pretender la contextualización del autor del texto y del interprete.

Con el aporte de Dilthey, se entiende que la hermenéutica cumple al tomar en cuenta la significación de los eventos históricos. Se entiende de esta manera que cada lector en su momento puede interpretar el pasado, ya que todos los eventos pretéritos son efectos del espíritu humano, en cuyas estructuras y capacidades participa el intérprete.

El sujeto que comprende, entonces, no es concebido al modo fenomenológico como una conciencia pura, aséptica y neutral, sino como una conciencia que es afectada por una experiencia vital común a lo que subyace en la historia o en el texto y que es expresada en su logos vivencial.

Se puede afirmar con esto, que la hermenéutica propuesta por Dilthey permite comprender a un autor mejor de lo que el propio autor se entendía a sí mismo, y en una época histórica mejor de lo que pudieron comprenderla quienes vivieron en ella.

Heidegger, hermenéutica de la existencia

Cuando Martin Heidegger (1889 – 1976), orientado por la filosofía del sentido del ser, realiza su análisis existenciario - ontológico del hombre, esto se le convierte en una hermenéutica de la existencia, lo que es igual a decir que es una interpretación comprensiva de lo que es la existencia. Heidegger es su estudio radicaliza la intuición de Dilthey ya que el hecho de entender se eleva ontológicamente, instalándose en la base misma de la existencia humana, ser hombre, es comprender, significa entender. "Puesto que el comprender y la interpretación constituyen la estructura existenciaria del «ahí», tiene que concebirse el sentido como armazón existenciario formal del « estado de abierto» inherente al comprender". Heidegger esta claro que no se trata de una simple comprensión psicológica de otros hombres, ni tampoco reducido a la comprensión de las ciencias del espíritu, según Dilthey; es en definitiva una comprensión más radical, la comprensión del ser.

Heidegger no entiende, por lo tanto, la hermenéutica como un método científico – espiritual, supera por ello a Dilthey y expresa que la hermenéutica no es una dirección dentro de la fenomenología , pero tampoco algo sobrepuesto a ella, es para Heidegger: "un modo de pensar «originariamente» (mediante una teoría y una metodología ) todo lo «dicho» es un «decir»".

La esencia hermenéutica de la existencia humana se expresa por la comprensión que el hombre tiene del mundo y de la historia. "La ontología del ser humano intenta dilucidar el fenómeno de la totalidad de la naturaleza en el contexto de ser-en-el-mundo. Desde la perspectiva de dicha totalidad es entendida la categoría heideggeriana de la «precomprensión», que es la que, a su vez, posibilita la «comprensión»". Se entiende acá al primer Heidegger que analiza la existencia, su interpretación y comprensión desde la descripción de las primeras determinaciones del «Dasein», el «ser ahí». Dice el mismo Gadamer refiriéndose a la propuesta de su maestro:

En cuanto que Heidegger resucita el tema del ser y rebasa con ello a toda metafísica anterior (...), gana frente a las aporías del historicismo una posición fundamentalmente nueva. El concepto de la comprensión no es ya un concepto metódico, (...).7 La comprensión no es tampoco, como en el intento de Dilthey de fundamentar hermenéuticamante las ciencias del espíritu, una operación que seguirá en dirección inversa, al impulso de la vida hacia la idealidad. Comprender es el carácter óntico original de la vida humana misma.

Según la doctrina heideggeriana, el hombre está abierto a la comprensión, eso supone su «poder ser», acá se hace patente también la estructura circular de toda interpretación, es por ello que algo particular así se muestra, si previamente se está en posesión de un sentido de totalidad, de una globalidad, dentro de la cual lo particular puede emerger, en cuanto particular. Los fundamentos de la dialéctica del círculo hermenéutica siguen presentes.

El segundo Heidegger, partiendo de su obra: El camino hacia el lenguaje, publicada en 1959, expresa que el lenguaje, configura la esencia del lenguaje humano y la condiciona en su expresividad, de allí que también condicione su interpretación o hermenéutica. Heidegger da un paso adelante, ya la intelección no se sitúa bajo el signo de la analítica existencial, sino bajo el signo de la ontología del lenguaje. "La iluminación del «ser» ocurre en el lenguaje y en el lenguaje se revela la «intelección del ser». Por ello, en el hombre habla la voz del ser". Vemos que en esta parte Heidegger se concentra más bien en el acontecer del lenguaje, intentando presentarlo a partir de su filosofía del ser. De acá la significatividad que tiene la propuesta hermenéutica de Heidegger en el desarrollo del pensamiento gadameriano.

La propuesta hermenéutica de Gadamer

Una vez contextualizada la experiencia que permite a Gadamer hacer síntesis y ofrecer elementos para una nueva hermenéutica, vamos a la parte central de nuestro trabajo: presentar los aspectos y categorías centrales de la hermenéutica gadameriana.

Gadamer, como discípulo de Heidegger, en su obra magistral: Verdad y Método, prolonga la iniciativa hedeggeriana, con un giro ontológico y lingüístico. Ante la propuesta radicalmente proyectiva, de futuro, en Heidegger. Nuestro autor complementa, con lo pretérito, una fundamentación histórica que rescata el pasado. El hombre no solamente va hacia..., tiende a..., si no que también viene de... El horizonte existencial no sólo implica la contemplación de lo que viene, sino de lo que fue.

Fundamentos de la hermenéutica gadameriana

El horizonte será pues el ámbito de captación que recoge y toma todo lo que se presenta ante el conocer, desde la condición de cada persona. "Pero el horizonte del intérprete puede ensancharse, ampliarse hasta su fusión con el horizonte del objeto que se desea comprender". Para Gadamer el comprender no es tanto una acción de alguien, cuanto más bien insertarse en lo que se ha vivido mediante la transmisión histórica, en la que se logra la síntesis del pasado y el por-venir.

La comprensión para Gadamer implica necesariamente la forma del lenguaje, como agente existencial mediador de la experiencia hermenéutica.

El lenguaje cumple esa misión de unir los horizontes, realizar una continua síntesis entre lo que viene del horizonte pasado y en horizonte del presente. Sobre esto reflexionaremos más adelante. En el pasado se ubica el texto y la tradición, en el presente el intérprete, con su posibilidad de comprensión y con sus prejuicios. No se admite la intención de fenomenología de Husserl de hacer epojé, descontar los prejuicios; estos son importantes, aportan mucho en la acción hermenéutica. "En realidad el horizonte del presente está en un proceso de constante formación en la medida en que estamos obligados a poner a prueba constantemente los prejuicios".

Regresamos, para entrar en la reflexión sobre los aportes concretos de Gadamer, a su tesis inicial. La manera esencial de comprender del hombre consiste en la interpretación, que va realizando una comprensión antropológica o traducción de una realidad externa a la propia realidad subjetiva. El conocimiento , como facultad propiamente humana, implica dialécticamente una interpretación y, sin lugar a duda, toda interpretación humana implicará, por ende, un reconocimiento de la realidad estudiada o que se quiere comprender.

Por lo tanto, el objeto central de la hermenéutica gadameriana será: "Explicar lo que ocurre en esta operación humana fundamental del comprender interpretativo: este se nos aparece ahora como una experiencia antropológica, es decir, como experimento de realidad". Para ello la experiencia dialógica de las preguntas y respuestas es fundamental.

En la interpretación de un texto, el intérprete se abre a un diálogo , el texto se expresa, responde a las propias inquietudes y formula también sus interrogantes. Ese diálogo que puede no tener fin, también puede entenderse como acabado cuando, intérprete y texto, alcanzan la verdad de las cosas y esta verdad los integra, una verdad siempre referida a las inquietudes de quien hace la experiencia hermenéutica y de la obra, sujeto de la hermenéutica.

Ya hemos tratado algunas categorías centrales de la propuesta gadameriana, que fundamentan teóricamente sus aportes: comprensión, interpretación, confluencia de horizontes, prejuicios. Pasamos seguidamente a considerar algunos aspectos que configuran y van dando estructura a esta neohermenéutica.

La tradición es para Gadamer un elemento clave en su pensamiento. El horizonte se configura en la historia, en la que interactúan las experiencias humanas. "El horizonte no se forma pues al margen del pasado. Ni existe un horizonte del presente en sí mismo, ni hay horizontes históricos que hubiera que ganar. Comprender es siempre el proceso de fusión de estos presuntos «horizontes para sí mismo»". Y admite Gadamer que esta fusión se da en el constante dominio de la tradición, ya que en ella lo antiguo y lo novedoso se conjugan y crecen equilibradamente. No hay estancamiento, pero tampoco supresión de la memoria del pasado.

Entiende Gadamer que lo que se busca descubrir, en la experiencia hermenéutica, es un acontecer histórico y más específicamente de la tradición. La misma funge como acontecimiento moral , que es capaz de expresarse, decir lo suyo libremente. Se da en Gadamer una recuperación valiosa de la tradición que había caído, con el racionalismo y el positivismo , en una comprensión sin valor y hasta peyorativa. La tradición no es considerada, por el autor de Verdad y Método, como algo a lo que hay que disminuirse, hacerse sumiso, renunciando a la conciencia del presente, sino como un elemento vital que hace síntesis en la misma forma de comprender del hombre.

La relación que se da en la experiencia hermenéutica es imposible sin tradición, como hecho objetivo , y sin prejuicio, como aporte propio del sujeto; esta relación se expresa en la forma como se transmite la tradición por medio del lenguaje. Ante esto Gadamer expresa:

La hermenéutica tiene que partir de que el que quiere comprender está vinculado al asunto que se expresa en la tradición desde la que habla lo transmitido. Por otra parte, la conciencia hermenéutica sabe que no puede estar vinculada al asunto al modo de una unidad incuestionable y natural.

La manera de entender la tradición escapa a la del movimiento romántico, Gadamer la supera, insertándola a la historicidad; es la tradición la que permite la conciencia de la eficacia histórica.

Se puede decir algo también, paralelamente a la tradición, sobre la autoridad . Para Gadamer la autoridad también se introyecta en el acontecer histórico y hermenéutico. El autor hace un esfuerzo por quitarle todo el peso peyorativo del que se le ha cargado. Para él no es contraria a la razón ni a la libertad , tampoco es sinónimo de obediencia ciega o aceptar la dictadura .

En Gadamer la autoridad tiene una connotación muy valiosa en el campo del conocimiento y la interpretación: "Es verdad que la autoridad es en primer lugar un atributo de personas. Pero la autoridad de las personas no tienen fundamento último en un acto de sumisión y de abdicación de la razón, sino en un acto de reconocimiento y de conocimiento...". El reconocimiento implica valoración de los juicios y perspectivas superiores a los propios, sea por experiencia o manejo de lo concreto y/o lo global. Es por ello que la autoridad no es otorgada, es en esencia adquirida, no está sujeta tanto al orden moral de la obediencia, cuanto al orden gnoseológico del conocimiento y ontológico de la comprensión hermenéutica.  

Cómo funge la hermenéutica de Gadamer  

Como ya se ha visto, para Gadamer comprender e interpretar textos no está sólo referido al ámbito científico, sino que pertenece a la misma vivencia humana, en el mundo y en la historia. La hermenéutica ha permitido rastrear la experiencia de la verdad, buscarla, indagar sobre ella, como experiencia realizativa de cada persona. Es una visión que hace de la hermenéutica una metodología universal y una manera lógica que antecede o absorbe los métodos particulares de la ciencia . Esta visión trasciende la oferta de su maestro Heidegger, que es su propio punto de partida. Por esto, la hermenéutica ha pasado a ocupar un puesto relevante en la reflexión filosófica actual.

Siendo el comprender, el carácter óntico de la vida humana, cuando se analiza concretamente un texto, se entiende que éste tiene un autor, con su propia historia de vida, con su contexto histórico que lo condiciona, con la situación en que ha vivido, se ha desarrollado, ha crecido, se ha constituido. Esto, que se aplica a la existencia del autor del texto, es aplicable a su vez al texto mismo, a la obra que se deja para la posteridad y que asume personalidad propia. Esto permite hacer conciencia histórica del contexto de lo que se interpreta: "El interés histórico no se orienta sólo hacia los fenómenos históricos, las obras transmitidas, sino que tiene como temática secundaria el efecto de los mismos en la historia"

El problema histórico entra, por lo tanto, no sólo con una pretensión mensurable y positivista de acertar un dato de la historia, sino entender el valor de la historia efectual, como conciencia de la situación hermenéutica en que se está.

En el acto y hecho de la interpretación también se da una situación histórica, aunque sea de momento presente, donde influyen las motivaciones y expectativas hacia el futuro que tiene el intérprete. Quien interpreta tiene su horizonte, tiene su propio pasado y vive una situación concreta en el momento que interpreta. Su acción interpretadora no se separa de su realidad vivida, de lo que es, y con ese horizonte aborda el texto.

Existen prejuicios, precomprensiones de parte del intérprete, sobre la obra que analiza. Existen expectativas sobre lo que se quiere lograr y arrojar con ese análisis.

El diálogo que se dará con el texto implica, de parte del intérprete, toda una carga de puntos de vista, de concepciones, dadas por su momento histórico; ciertamente diverso al del texto y al del autor del mismo.

El mismo texto, una vez que fue escrito adquiere personalidad , asume independencia , y va pasando por el devenir histórico, siendo presa de múltiples elucubraciones que se le van apropiando.

El texto mismo tiene su contexto, que se ensancha con el paso del tiempo , con las múltiples interpretaciones de que es objeto. El intérprete debe recibir no sólo el texto tal cual, en su presencia física , objetiva, sino con las variadas interpretaciones que del texto se han hecho. Puede el intérprete criticar, argumentar, pero ya son parte del texto, se conozcan o no las mismas, ya forman parte de la tradición del texto.

En esa realidad del autor del texto y del texto mismo y de la realidad del intérprete se conjuga un diálogo, como experiencia del círculo hermenéutico que describe Gadamer. Esa vivencia dialógica de preguntas y respuestas, entre los horizontes que se fusionan, implican la relación hermenéutica. "La estrecha relación que aparece entre preguntar y comprender es la que da a la experiencia hermenéutica, su verdadera dimensión". Esto plantea un continuo, que hace entender el límite propio de la interpretación humana; la comprensión será pues siempre finita e histórica, nunca finalizada ni totalmente correcta. "Entre la precomprensión del intérprete y el sentido del texto se da una comunicación dialógica móvil y siempre creciente".  

Neohermenéutica gadameriana y lenguaje  

Con la reflexión de Heidegger y Gadamer, se entiende claramente la realidad existencial del comprender hermenéutico y de la naturaleza lingüística del hombre. Ciertamente que, al Gadamer plantear la experiencia hermenéutica como una ontología, no se centra sólo en el lenguaje, pero para Gadamer el lenguaje es el conductor eficaz que permite la experiencia de interpretación y comprensión del acontecer de la verdad.

En el lenguaje se da la síntesis entre la experiencia del mundo y la realidad personal . En el lenguaje, donde habita el ser, según Heidegger, se incluye el contenido transmitido y ese contenido abarca la experiencia del mundo y la conciencia histórica.

El lenguaje es pues, condición fundante y fundamental para la experiencia hermenéutica. Experiencia dada en el diálogo, en la conversación, en el intercambio de ideas, por medio de habla o la escritura . "El lenguaje es el medio en el que se realiza el acuerdo de los interlocutores y el consenso sobre las cosas". El diálogo se entiende pues, como un camino que permite llegar a acuerdos; la interpretación hermenéutica de uno y otro es compartida, como síntesis relacional, intersubjetiva.

La experiencia de diálogo que permite a los interlocutores situarse en el lugar del otro para comprenderlo, es análogamente la misma que se hace al hermenéuta abordar un texto y a su autor. Se conjugan las contradicciones, las refutaciones, los desacuerdos, los puntos de vista. En fin, se intercambia la vida.  

El lenguaje hablado, pero sobre todo el escrito, permite captar la vida y el aporte de otro. "En la escritura el sentido de lo hablado está ahí, por sí mismo, enteramente libre de todos los momentos emocionales de la expresión y la comunicación ". Se descubre, por lo tanto que el lenguaje es una tradición creativa, una vinculación poética, una producción de sentido que emana de la persona, del horizonte subjetivo del intérprete. No en vano Gadamer lo presenta como el hilo conductor de la ontología hermenéutica.

Vemos pues que en la propuesta hermenéutica de Gadamer se expresa una dialogicidad circular del pensamiento, que no cae en la condena viciosa. En Gadamer se admite el círculo hermenéutico de la conciencia, en fidelidad al pensamiento alemán contemporáneo; pero de manera especial la conciencia de la existencia de la historicidad, donde se cristalizan los existenciarios, y de la lingüicidad, desde donde se expresan los mismos.

Conclusión  

Ha resultado sumamente interesante el estudio un poco más profundo de este autor, en su contextualización, al abordar su filosofía y sobre todo al describir su hermenéutica, hemos podido captar una enorme coherencia, dando posibilidad de rescatar aspectos tan importantes, que la contenporaneidad se estaba perdiendo. Elementos tan importantes para el pensar y hacer del hombre tales como: la tradición, los prejuicios y la autoridad.

Propone también una interesante epistemología del mundo y de la persona con un fuerte sustento en la ontología heideggeriana. Su concepción de la comprensión que ofrece una integral gnoseología, ha permitido contrarrestar esta propuesta de hermenéutica, como forma esencial del hombre, con las posibilidades pedagógicas que están emergiendo en el último siglo, entendiendo que muchas de estas están referido únicamente a estados psicológicos de la conciencia, pero que se pueden ver enriquecidas con fundamentos teóricos tan sólidos y coherentes como el de Gadamer

Este autor da pie para no quedarse sólo en el peligro que corre la filosofía actual de encerrase en el análisis del lenguaje, es necesario abrir nuevos horizontes, nuevas perspectivas que enriquezcan el comprender humano. No puede ser el sentido de la filosofía, el sólo hecho de indagar, hacer metarreflexiones únicamente contemplativas de la realidad del pensamiento y del lenguaje, se tiene que explicitar esa reflexión, y la manera más clara de esa explicitación descansa en la educación

Sería muy interesante revisar la experiencia docente de Gadamer, y con ello entrever, los aportes didácticos de quien entiende una manera de intelección humana, de forma anasíntetica, que funge en una continua dialéctica de inducción y deducción, comprendiendo a su vez el todo y las partes de toda la experiencia vivida, en la fusión del horizonte del pasado y del presente, hacia el futuro, en la conexión de los horizontes del objeto que se conoce, se interpreta, y del sujeto que hace de intérprete. 

Paul   Ricoeur

Filósofo francés, nacido en Valence en 1913, fundador de una hermenéutica filosófica entendida como filosofía de la reflexión. Estudió en Rennes e impartió enseñanza en diversos institutos de bachillerato. Posteriormente fue profesor en las universidades de Estrasburgo (1950-55), París-Sorbona (1956-1966) y París Nanterre (1966-1978). También ha enseñado en el departamento de teología de la Universidad de Chicago.La filosofía de Paul Ricoeur se incardina en la tradición fenomenológica francesa (junto a autores como Emmanuel Lévinas, Merleau-Ponty o Mikel Dufrenne), y es heredera tanto de la fenomenología de Husserl (del que Ricœur fue traductor), de Scheler y de Pfänder, como del existencialismo de Jaspers y Marcel. También mantuvo una estrecha relación con el movimiento personalista encabezado por E. Mounier. Pero la obra de Ricœur, que no aspira a una sistematicidad, se efectúa en un diálogo permanente con estos y otros autores (especialmente con la obra de Heidegger, pero también de Schopenhauer y de Fichte), y con la fenomenología de la religión, la lingüística, el psicoanálisis, el estructuralismo o la exégesis bíblica, para culminar en la que él llama una filosofía reflexiva constitutiva de una hermenéutica filosófica que, por su amplitud y ambición, es comparable a la de Gadamer. El objetivo de Ricœur es llegar a identificar el ser del yo, que desborda los límites de un yo entendido simplemente como sujeto cognoscente, pues engloba también la libertad y posibilidades que van más allá del conocimiento objetivo y de la experiencia sensible. Descartes, Kant, Fichte o Husserl, por ejemplo, han sido filósofos de la reflexión que han intentado establecer el yo del pensamiento (del cogito) como primera verdad. Un yo que en Kant ha quedado reducido a sujeto trascendental, pero también a libertad y moralidad, y que aparece como espíritu en Hegel, como vida en Bergson, inconsciente en Freud, o ser-en-el-mundo en Heidegger. Pero la auténtica re-flexión no es una intuición del yo, y el yo pienso es solamente una verdad vacía y abstracta. Solamente puede hallarse en sus objetivaciones: en sus actos, objetos y obras. Pero estas objetivaciones deben ser interpretadas, lo que exige una hermenéutica que ponga al descubierto que el cogito, lejos de ser una certeza evidente es lo más problemático, y no puede reducirse a ser el mero sujeto del conocimiento, sino que es un existente real que no puede aprehenderse directamente a sí mismo. Con ello, Ricœur entra en conflicto no sólo con Descartes y con la filosofía que identifica reflexión con intuición, sino que también entra en conflicto con la fenomenología husserliana que quiere hallar el fundamento de los actos noéticos. Inspirándose en Heidegger, reconocerá que el ser-en-el-mundo es anterior a la reflexión y precede a la constitución de un yo enfrentado como sujeto a un mundo objetual. El sujeto que pregunta pertenece a la realidad sobre la que se interroga, pero se marca una distancia entre el yo y los actos en los que se objetiva. Solamente la hermenéutica basada en el análisis del los signos y los símbolos permite la comprensión ontológica, y permite entender la reflexión como una actividad de interpretación de los signos en los que el yo se objetiva. Una vez se ha descartado entender la reflexión como intuición o como comprensión directa, sólo queda la posibilidad de ver que está mediatizada por los signos. De esta manera, la misma noción de la identidad del yo aparece dependiente de la interpretación de los signos, de los símbolos, del lenguaje; porque la función simbólica es condición de posibilidad del yo. Pero no existe una única hermenéutica o un único método de interpretación de los signos lingüísticos. Para Freud, por ejemplo, los símbolos aparecen como disfraces de deseos reprimidos. En cambio, para Eliade son la manifestación plena de la hierofanía, o revelación de lo sagrado. Esto muestra lo que Ricœur llama el conflicto de las interpretaciones: por una parte, es posible entender la interpretación como manifestación de la sospecha; por otra parte, puede entenderse como restauración plena del sentido. Ricœur, que acuño la expresión «los maestros de la sospecha», para referirse a Marx, Nietzsche y Freud, observa cómo estos autores desvelan un significado oculto: Marx desvela la ideología como falsa conciencia o conciencia invertida; Nietzsche desenmascara los falsos valores; Freud pone al descubierto los disfraces de las pulsiones inconscientes. Estos autores dan la pista de una de las formas de la hermenéutica. Pero Ricœur cree que, junto a la hermenéutica de la sospecha, debe realizarse una hermenéutica de la escucha capaz de captar plenamente el sentido. La hermenéutica de la sospecha, nacida de Marx, Nietzsche y Freud, conduce a una arqueología del sujeto que busca la identificación de las ilusiones de la conciencia más allá de los intereses o motivaciones escondidas. Pero debe complementarse con la fenomenología de lo sagrado o con la fenomenología del espíritu, porque una filosofía reflexiva -dice Ricœur- debe buscar la complementariedad de interpretaciones antitéticas, e incluir los resultados de los distintos métodos que intentan descifrar e interpretar los signos y los símbolos. Pero no es por un afán sincrético o ecléctico que Ricœur busca esta complementariedad entre la hermenéutica desmitificadora y reductiva de la sospecha y una hermenéutica remitificadora o de promoción de sentido, sino porque el signo, el símbolo y el lenguaje, ocultan más que muestran, y porque se da realmente una doble significación del simbolismo. Por ello, el símbolo tiene siempre una doble lectura: una, desde la hermenéutica de la sospecha, y otra, desde la hermenéutica de la escucha. Por ello, ambas son legítimas y complementarias. A su vez, ambas coinciden en considerar la conciencia como el punto de llegada de la interpretación, no como el punto de partida, lo que está en la base misma de la consideración que hacía Ricœur de su filosofía de la reflexión: el yo no es un dato, sino un resultado. Y los dos grandes modelos los proporcionan, por una parte, el psicoanálisis de Freud y, por otra, la Fenomenología del espíritu de Hegel. Desde la primera perspectiva, es posible una ontología del sujeto que considere la conciencia a través de la confrontación con las ilusiones y los mecanismos de ocultación. Desde la segunda, la conciencia adquiere su sentido a través de una progresión dialéctica en que cada etapa es explicada por la anterior. Así, el yo es explicado tanto por su arqueología como por su teleología.Esto, por su parte, se relaciona con el problema del círculo hermenéutico (la necesidad de una comprensión previa a toda comprensión). Esta problemática, que Heidegger enfoca desde el estudio de la pre-comprensión o que Gadamer enfoca desde la rehabilitación de los pre-juicios, es estudiada por Ricœur como una manifestación del círculo de la creencia: creer para comprender, comprender para creer.

En sus últimos estudios, especialmente en Tiempo y narración, Ricœur examina la estructura de la temporalidad y el papel de la metáfora como elementos pertinentes para la hermenéutica, y culmina la transformación de la fenomenología husserliana en el sentido de la filosofía de la reflexión que ya hemos apuntado anteriormente. La tesis heideggeriana de la pertenencia del yo a su mundo ya marcaba una distancia con respecto de Husserl, y señalaba que la comprensión sólo puede realizarse a partir de esta pertenencia del yo al mundo, que se manifiesta a través del lenguaje. Por tanto, no es posible alcanzar un hipotético fundamento noético, como quería Husserl. A su vez, el estudio de la metáfora provoca una redescripción de la experiencia en el ámbito de los valores, y el estudio de la narración permite una redescripción en el orden del obrar y en el orden de las nociones temporales. El tiempo es tiempo humano porque está articulado de manera narrativa. Por ello no es tampoco posible una comprensión noética o intuitiva del tiempo, razón por la que la identidad del yo se relaciona con la capacidad de poder seguir una narración .(Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.)

SEMIÓTICA.

Semiótica. Disciplina (ciencia) que se ocupa   del estudio comparativo de los signos (sistemas) a partir de los sistemas más simples de señales hasta los idiomas naturales y los lenguajes formalizados de la ciencia.

Funciones de los sistemas de signos .

1)     La transmisión de comunicación o de expresión del sentido (Significación y sentido).

2) La comunicación, es decir, el aseguramiento de la comprensión por l oyente (lector)   de la notación transmitida, así como la estimulación para la acción, influencia emocional, etc.

Tres secciones fundamentales de la semiótica:

  1) Sintaxis: Estudio de la estructura interna de los sistemas de signos, independientemente de las funciones que desempeñan (relación formal de los signos entre sí).

2). Semántica: Estudia los sistemas de signos como medio de expresión del sentido (relación de los signos con los objetos y referencias).

3) Pragmática: Estudia la relación de los sistemas de signos con los que lo utilizan (relación de los signos con los intérpretes)

Cuatro problemas de semiótica profunda

Vamos a tratar aquí los cuatro problemas clásicos que delimitan la problemática regional, pero decisiva, de la semiótica, ab quo del recorrido generativo, sea: 1) el cuadrado semiótico según Brøndal y Greimas: ¿cómo comprenderlo?, ¿cómo teorizarlo?, ¿y cómo esquematizarlo? 2) Las relaciones y las operaciones: ¿cómo comprender y teorizar las relaciones entre la versión relacional y la versión operacional del cuadrado semiótico? 3) La categoría óntica: esa categoría sémica que une y opone el valor /vida/ y el valor /muerte/, ¿cómo analizarla, cómo explicar su estatuto, profundo y preestablecido, de soporte modal?; 4) La categoría simbólica, aquella categoría sémica que funda la tensión, aparentemente también universal, entre Cultura y Naturaleza, ¿cómo teorizarla, cómo enlazarla conceptualmente con los otros tres problemas fundamentales? Estos cuatro grupos de interrogantes nos permiten resumir y desarrollar un poco más, todavía, nuestro trabajo sobre la modalización y sobre las consecuencias posibles de la Teoría de las Catástrofes en semiótica.

Nuestro punto de partida es el significante. El sentido se organiza gradualmente, en un glissando morfogenético que la semiótica teórica puede considerar como una demarcación correspondiente que evitaría los saltos metodológicos de nivel en nivel y que buscaría previamente la modificación progresiva de una misma metodología, de una misma manera de elaborar los conceptos o los simulacros a lo largo de un recorrido teórico; el estilo de la teorización parece deber tomar en cuenta, por una parte, los escenarios espaciales continuos y paradigmatizados o paradigmatizables, por otra parte, reenvíos discontinuos de escenario en escenario, las redes transespaciales y transtemporales que representan el aspecto irreductiblemente discontinuo del sentido; esas dos dimensiones corresponden a las aproximaciones complementarias de la geometrización y, digamos de la aritmetización. Las dos escrituras son indispensables en semiótica, porque establecen la conexi6n entre los dos componentes del sentido que son, en última instancia, el significado (lo imaginario) y el significante (lo simbólico).

Es esencial, en nuestra óptica, advertir la diferencia y la solidaridad de estas dos dimensiones y su intrincamiento general, sobre todo a partir de esto que presentaremos como la salida de la semiótica profunda, intrincamiento que vuelve laberíntica y vertiginosa la tarea del análisis, a medida que nos acercamos de la superficie, del ad quem que oscurece el sentido en el silencio zumbante, de aquello que está demasiado cerca de nosotros mismos para poder ser dicho o retenido.

Volvamos entonces a las profundidades; y tengamos cuidado, el tratamiento de cada problema, a fin de evitar complicaciones indispensables.

El estatuto del cuadrado.

Frecuentemente hemos asignado al cuadrado semiótico un estatuto lógico formalizado al interpretar sus propiedades semánticas en términos de propiedades conocidas lógica formal. Esta simulación logicista coloca al principio dos términos separados y sin continuidad posible entre ellos; de este mismo hecho, ella no llega a analizar la unidad categorial de los términos (simples) en el término complejo, y se debe contentar con observar la postulación de una relación de co- presencia.   Asimismo, no puede ver en el término neutro más que una pura ausencia de término, sin explicar entonces cómo una ausencia tal llega a jugar un rol semántico posicional distinto.

La fuerza analítica del cuadrado reside completamente en su manera, terriblemente eficaz, de retener y de posibilitar la escritura de una variación imaginaria elemental que articula la categoría desde que ella se dispone para la binarización: ella se despliega entonces en un espacio en dos dimensiones, que emplea en forma posiciones discretas en una continuidad.

(Del griego F0:,Ã@<, semeion, signo) O también semiología. Es la ciencia que estudia los sistemas de signos. El primero en utilizar el término fue John Locke, que lo incorporó al discurso filosófico para abarcar una de las tres ramas de la ciencia, la doctrina de los signos, que identificó con la lógica. En su acepción actual, la semiótica fue definida paralela e independientemente por el filósofo americano Ch. S. Peirce y el lingüista suizo F. de Saussure. Para Saussure, es una «ciencia que estudia la vida de los signos en el seno de la vida social», postulada como necesaria para poder fundamentar la lingüística, que no sería más que una parte de esta ciencia general; para Peirce, es «una doctrina casi necesaria y formal de los signos», el marco propuesto para una teoría general del conocimiento. El desarrollo de la semiótica, a lo largo de este siglo, ha sido extraordinario. Dado el carácter extensivo de esta disciplina -todo es signo y, en consecuencia, todo puede someterse a un análisis semiológico- se distingue metodológicamente entre 1) semiótica teórica, que se encarga de definir los conceptos básicos de «signo» y «sistema», 2) semiótica descriptiva, que analiza -segmenta y clasifica- las situaciones comunicativas, tanto lingüísticas como no lingüísticas, y 3) semiótica aplicada a cualquier ámbito de comunicación: el cine, la biología, el folklore, la publicidad, la literatura, etc. Al estudio del universo del signo, verbal y no verbal, y de su interpretación en ámbitos muy diversos se han dedicado destacados semiotistas como Roland Barthes, Claude Lévi-Strauss, Julia Kristeva y Umberto Eco, entre otros .(Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).  

FILOSOFÍA DE LA HISTORIA

Término acuñado por Voltaire, en Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones (1756), con el que se significa el esfuerzo que los hombres hacen por comprender la historia y comprenderse a sí mismos integrados en ella desde una perspectiva no influida por la religión. Dos son los modos fundamentales con que se ha dado sentido a la historia: según la concepción cíclica de los griegos y según la concepción lineal judeocristiana. Según los antiguos griegos, los sucesos acontecen por repeticiones según períodos de tiempo cíclicos que se suceden indefinidamente igual como las estaciones del año o como todo en la naturaleza atraviesa fases de nacimiento, maduración y declive, indefinidamente repetidas en el ciclo vital global de un mundo eterno; el tiempo es un ciclo eterno que se repite en sus fases, siguiendo el modelo perfecto del movimiento circular de los cuerpos celestes. El cambio histórico es en el fondo, para el griego, constancia e inmutabilidad, puesto que todo se repite y los hechos históricos no tienen otro sentido que el que lleva su propia singularidad y particularidad o la valoración de ejemplaridad y de dignidad que el «historiador» quiera dar al suceso. Los sucesos solos son la historia y su sentido, sin más, y la historia es preferentemente historia política. En todo caso, este concepto cíclico de la historia no es monopolio de la antigüedad; se halla implícito también en la noción de la historia como magistra vitae, la cual supone que el momento presente repetirá el pasado, si no se toma ejemplo de la historia. Nietzsche participa metafóricamente del concepto cíclico con su teoría del eterno retorno de todas las cosas, y Spengler, en El ocaso de Occidente (1918-1922) sostiene la tesis, parcialmente parecida, de que las civilizaciones son como organismos que aparecen, maduran, se marchitan y desaparecen. También el filósofo inglés Arnold Toynbee (1889-1975) se remite a los ciclos vitales de las civilizaciones o sociedades, nacimiento, crecimiento y desintegración, en su Estudio de la historia (12 vols., 1934-1961), obra escrita, no obstante, contra el determinismo de los ciclos de Spengler.Para el pensamiento judeocristiano, la historia tiene sentido porque, para la fe, es una historia de la salvación. En el tiempo han ocurrido sucesos fundamentales que polarizan toda sucesión de acontecimientos y les dan sentido: la creación, o la «alianza» que Yahvéh establece con el pueblo de Israel, la Encarnación (sólo para los cristianos) y la salvación que llega con la plenitud de los tiempos, la escatología.Según Karl Löwith (1897-1973), en El sentido de la historia (1949), todo el pensamiento de Occidente sobre la historia depende de estas dos concepciones irreconciliables, pese a que en algunos autores aparecen mezcladas, de la visión clásica del mundo o de la visión judeocristiana de la historia como tiempo de salvación. La doctrina teológica sobre la historia que expone Agustín de Hipona en La ciudad de Dios (413-427), en la que rechaza el modelo cíclico de tiempo del pensamiento griego, es el modelo clásico de visión cristiana de la historia: el tiempo empieza con la creación y se consuma con el Juicio Final y la Resurrección; entre tanto, transcurre la historia y su sentido no es otro que ser un estado intermedio entre el comienzo y el fin de los tiempos. En este intermedio se produce el conflicto, en el hombre y en todo lo humano, entre las Civitas Dei y la Civitas Terrena, y el hombre ha de escoger entre el amor a Dios y el amor a sí mismo. Todo cuanto acontece en este período de tiempo es un suceso que ha de interpretarse a la luz de la historia de la salvación, única realidad portadora de sentido: la misma destrucción de Roma por los godos -ocasión para Agustín de escribir La ciudad de Dios- es un mal que acarrea el bien de comprender el carácter perecedero de las cosas temporales. Todo cuanto acontece está, por lo demás, previsto y guiado por la Providencia, forma que tiene Dios de intervenir en el mundo. Mientras espera la salvación y la merece, el cristiano se siente peregrino en la tierra; transcurrido el tiempo, al final, Dios es el juez de ambas ciudades, por medio de Cristo que lleva la regeneración de todo. La visión cristiana de la historia de san Agustín influyó en todo el pensamiento histórico de la filosofía escolástica de la Edad Media; entrada la edad moderna, Bossuet, en su Discurso sobre la historia universal (1681), sigue idéntico modelo. Aun las doctrinas heterodoxas sobre esta cuestión, como la que describe por ejemplo el Evangelio eterno, de Joaquín de Fiore (1131-1202), que convierte en inminente la segunda venida de Cristo, esto es, los acontecimientos de la escatología, conservan la misma perspectiva de historia lineal concebida como un desarrollo del plan divino de salvación.

Giambattista Vico (1688-1744) es el primero en intentar una racionalización de la visión teológica de la historia: él mismo define su obra, Ciencia nueva (1725, 1730, 1744, a la que corresponde el grabado de la izquierda -que es el frontispicio de dicha obra y cuya simbología Vico explica detenidamente-), como una «teología civil razonada de la providencia divina» (ver cita). Aunque seculariza la visión teológica del cristianismo, haciendo de la historia un producto de la naturaleza histórica del hombre, el «mundo de la sociedad civil», el papel que asigna a la Providencia es fundamental: la historia es tanto obra de la mente humana como de la Providencia (ver texto 1 , texto 2   y texto 3 ).Voltaire es, no obstante, el primero que racionaliza por completo la idea teológica de historia, sustituyendo la Providencia por el progreso y la razón humanos. Su Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones (1756) se considera la primera obra de filosofía de la historia.

En su exposición histórica, también lineal -comienza por China, continúa con la India, Persia y Arabia, y luego Roma y la aparición del cristianismo- se ciñe a la historia profana y se mantiene siempre como filósofo e historiador y rechaza la revelación y la intervención de Dios en la historia (deísmo). Ésta no tiene otro sentido que el desarrollo y el progreso de que es capaz el hombre, en las ciencias, las letras y las artes, no siendo la historia en sí más que el desarrollo del espíritu humano, de la naturaleza humana que se manifiesta la misma en todas las partes del universo.

Otros ilustrados, como Turgot y Condorcet, mantienen la misma idea de historia como progreso del espíritu humano; contra esta idea se mantiene crítico J.J. Rousseau, que considera más bien la historia como un progresivo deterioro moral de la naturaleza humana. Nietzsche, Dostoievsky y Tolstoi contemplarán también en la historia, no el progreso, sino la decadencia de la civilización.

El Curso de filosofía positiva (1830-1842), de A. Comte (1798-1857) es la versión positivista de las ideas ilustradas sobre la historia. En ella, la «previsión racional» que permite el conocimiento científico -tampoco hay ni creación ni escatología- reemplaza el papel que ocupa la Providencia en la historia entendida desde la perspectiva cristiana. Pero no está ausente de su concepción de la historia ni la linealidad -la ley de los tres estadios: teológico, metafísico y positivo o científico- ni la idea de salvación, que transforma en una «religión de la Humanidad»: el positivismo. La historia se convierte en una física social: sociología.

Hegel (1770-1831) representa la línea racionalista de interpretación del sentido de la historia. Opuesto resueltamente a la idea del ciclo repetitivo de la filosofía griega, concibe la historia como «historia del Espíritu», cuyos momentos dialécticos son las diversas fases que el Espíritu atraviesa al pensarse a sí mismo. Estas fases del desarrollo no son meras repeticiones del Espíritu, sino superaciones de sí mismo y el proceso en conjunto busca un fin último, cuya meta final es el Espíritu absoluto. Hegel desarrolla, de hecho, desde la perspectiva del idealismo, las ideas de la historia que Kant expone en Idea de una historia universal desde el punto de vista cosmopolita (1784): existe un «fin supremo de la naturaleza», consistente en un estado de ciudadanía mundial, o una sociedad cosmopolita, donde sea posible el pleno desarrollo de todas las capacidades humanas.

La historia es precisamente la tendencia constante hacia este estado de capacidades humanas desarrolladas, sobre todo de la moralidad y la libertad, siempre buscado y nunca alcanzado, y su sentido (a priori) consiste en ser un conjunto de ideas reguladoras de la conducta humana universal.

Muchas de las ideas kantianas sobre la historia pasan a la concepción histórica de Hegel y, por lo demás, éste no hace sino traducir la visión cristiana de la historia -lineal y orientada a una meta- a una concepción racional, aunque idealista: lo que es historia del reino de Dios es, en Hegel, historia del Espíritu; y lo que es Providencia para el cristianismo es, en Hegel, «astucia de la razón».  

La réplica materialista en clave económica a la visión histórica de Hegel la constituye el materialismo histórico de Marx, expuesto sobre todo en El manifiesto comunista, El capital, Contribución a la crítica de la economía política y en La ideología alemana. El espíritu y la razón no existen sino en la realidad material en forma de las contradicciones que genera el modo de producción capitalista. La resolución de estas contradicciones, la revolución, es la tarea que asume el proletariado, como instrumento de la racionalización de la sociedad e instrumento de la historia para lograr la meta final de una sociedad reconciliada consigo misma. Las visiones metafísicas de la historia, inspiradas en la perspectiva cíclica griega o lineal judeocristiana fueron criticadas por los historiadores científicos alemanes del s. XIX por no estar inspiradas por ningún método histórico objetivo; la filosofía de la historia puede ofrecer un ideal de historia, pero no una teoría científica de la historia. El historicismo alemán, obra principalmente de Wilhelm Windelband (1848-1915) y Heinrich Rickert (1863-1936), representa el intento de describir el valor científico de la historia, frente a versiones de la misma con trasfondo metafísico. Así, estos dos autores, rechazando por sus resonancias metafísicas la distinción entre ciencias del espíritu y ciencias de la naturaleza, hecha por Dilthey, incluyen la historia entre las ciencias ideográficas por oposición a las nomotéticas. De este modo, la filosofía de la historia deja paso, a partir de finales del s. XIX, a la cuestión sobre el carácter científico que debe otorgarse a la historia. Se resalta que su valor y sentido se hallan, justamente, en el estudio del caso singular e individual de los acontecimientos en su suceder diacrónico, frente al interés de las ciencias sociales que contemplan la regularidad de fenómenos que atañen a grupos o clases. (Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu).  

LA FILOSOFÍA DE LA CULTURA.

Dr. Sc. Rigoberto Pupo.  

El tema del hombre, la actividad humana y sus varios atributos cualificadores (conocimiento, valor, praxis y comunicación), concretados en la cultura, constituye, en esencia, el objeto de la filosofía de la cultura.   Un objeto en sí mismo integrador y transdisciplinario, en la medida que la cultura abarca toda la producción humana, en su proceso y resultado. Por eso el enfoque cultural es rico en condicionamientos, mediaciones y determinaciones, y asume al hombre en relación   con la naturaleza y la sociedad como un proceso dialéctico – unitario, donde la naturaleza se humaniza y el hombre se naturaliza., es decir, no hay lugar para las dicotomías estériles ni las antítesis absolutas, heredadas de la racionalidad moderna y el paradigma en que se expresa. Sencillamente, como decía Marx, es necesario “asumir la realidad subjetivamente. La conciencia no es otra cosa que el ser consciente y el ser de los hombres, un producto de su vida real” [147] . Y la vida real del hombre, resultado de su actividad práctico – espiritual, toma cuerpo en la cultura, y ésta al mismo tiempo, orienta todo su devenir,   norma de una forma u otra,   toda su conducta y actuación y sirve de parámetro cualificador de la ascensión humana.

El enfoque cultural, devenido sentido cultural aprehensivo del objeto investigado o método alumbrador del “edificio” del todo en lo que tiene de esencial y significativo, descubre inusitadas vías para revelar   el devenir humano en sus dimensiones plurales.  

Pensar la realidad investigada con “mirada” cultural, posee un valor extraordinario, desde el punto de vista teórico – metodológico y práctico. Garantiza su asunción   holístico – compleja, libre de reduccionismos epistemológicos y de abstracciones vacías. En síntesis, es pensar la realidad subjetivamente como alertaba Marx, en las Tesis sobre Feuerbach, en un proceso dialéctico, mediado por la praxis, donde lo ideal y lo material se convierten recíprocamente, en la construcción del conocimiento y la revelación de valores, en un proceso intersubjetivo, fundado en la realidad, cuyos resultados se   incorporan a la cultura.

Esta perspectiva de análisis, es decir, asumir la realidad desde el hombre y su actividad, encarnada en la cultura, posibilita metodológicamente aprehender con sentido cultural y sistémico una racionalidad integradora y un lenguaje epistemológico abierto, capaces de develar categorías y conceptos centrales y operativos, sin perder el elan cultural que propicie la interacción parte – todo, causa – efecto, esencia – fenómeno, etc., evitando   que “los árboles impidan ver el bosque,”y viceversa. Así como abordar en toda su complejidad, categorías   como: hombre, mundo, actividad, cultura, naturaleza, sociedad, objeto, sujeto, objetividad, subjetividad, conocimiento, valor, praxis, comunicación, identidad, diferencia, etc., que en ocasiones, imbuidos por la herencia de la racionalidad moderna, se han asumido dicotómicamente, en relación de antítesis; sin embargo, sobre la base de la comprensión del condicionamiento cultural de todo saber, devienen unidad dialéctica.

La cultura, en sus varias aristas, religa, en sí misma, los distintos atributos cualificadores de la actividad humana y con ello, unifica en lo diverso las varias dimensiones del hombre en su   quehacer práctico – espiritual, es decir,   las expresiones ontológica, lógica, gnoseológica, valorativa, praxiológica, comunicativa, identitaria, así como las disciplinas de carácter lingüístico, hermenéutico, semiótico, histórico, político, ético, estético, jurídico, científico, económico, etc. Esto es así, porque todas estas producciones del devenir humano, son zonas de la cultura, y atributos cualificadores de ella.

En la cultura, las funciones integradora y transdisciplinaria   resultan per se, le son inmanentes. Su propio cauce vehicula   integralidad, interacción, vínculos, y con ello,   interdisciplinariedad, multi y transdisciplinariedad para captar con eficacia   el   sentido cósmico que debe prevalecer para dar respuesta   a la era planetaria, afincado en la idea   alada, devenida utopía imprescindible de raigal humanismo, “que es posible un mundo mejor”, como alternativa a la globalización neoliberal, que aniquila el ser esencial humano, mediante el proceso progresivo de alienación de la actividad y actividad de la enajenación y la imposición de modelos culturales extraños de los centros de poder, que traen aparejados el desarraigo y la dependencia. Una alternativa, verdaderamente humana, es decir, cultural, parte de las raíces con vocación ecuménica, como bien enseñó José Martí, en defensa   del ser esencial de nuestra América.

La integralidad de la cultura y sus infinitas posibilidades heurísticas y hermenéuticas, no sólo se reducen al contenido objeto de investigación. Incluye otro momento central, subvalorado por el discurso   cientificista, es decir, la dimensión lingüística del hombre, que no es sólo objetivación del pensamiento y medio de comunicación. El lenguaje, en su condicionamiento y aprehensión culturales, es fuente inagotable de creación. Tanto el lenguaje directo, expresado en conceptos, juicios y razonamientos, como el tropológico, en sus varias determinaciones figurativas aprehenden la verdad. Esto significa que un enfoque fundado en la cultura, es por antonomasia, incluyente, y su discurso, plural. De lo contrario, resulta imposible superar los reduccionismos y las abstracciones estériles. Una metáfora es tan valiosa como un concepto científico, y a veces más eficaz, por su carácter suscitador y su posible recepción múltiple.

Lo mismo ha ocurrido con los géneros literarios, que   se han reducido en su generalidad al campo de   la literatura, cuando en realidad son expresiones de la cultura y sus modos expresivos por excelencia, aplicables a todas las disciplinas del saber humano. El tratado, la monografía, el artículo, no son sólo las formas genéricas   del discurso científico. ¿Y   el     ensayo,   la poesía y la narrativa?   No sin razón se plantea que en nuestro siglo actual, su presencia invadirá los distintos predios de la cultura, pero   sin absolutizaciones y reduccionismos, para no caer en la misma trampa de que hemos sido víctimas.

El ensayo como literatura de ideas, es en sí mismo, búsqueda y creación. Es un discurso que busca y crea por su pluralidad aprehensiva, que no dispone ni impone, sino propone, y hace uso de todas las formas necesarias del lenguaje en la búsqueda de sentido. Sencillamente, “Pensar una obra como ensayo y camino es iniciar una travesía que se despliega en medio de la tensión entre la fijeza y el vértigo. Tensión que, por un lado, permite resistir al fragmento y, por el otro, a su contrario: el sistema filosófico, entendido como totalidad y escritura acabada [148] .

Sobre todo, resistir, porque como afirma el sabio Hadj Garum O’ rin: «el hombre y su heredero permanecerá pascaliano —atormentado por los dos infinitos-, kantiano   - chocando   con las antinomias de su espíritu y los límites del mundo de los fenómenos-, hegeliano —en   perpetuo devenir, en continuas contradicciones, en busca de la totalidad que le huye» [149] .

Desde Montaigne, quien utiliza el término ensayo para sus   escritos en Burdeos y confesaba no poder definir al ser, sino sólo «pintar su paso», hasta Baudelaire quien señalaba que el ensayo es la mejor forma de expresar para captar el espíritu de la época, por equidistar entre la   poesía y el tratado, el ensayo es también un método. El   ensayo, entre la pincelada y el gerundio, no es un camino improvisado o arbitrario, es la estrategia de un obrar   abierto que no disimula su propia errancia y, a su vez, no renuncia a captar la fugaz verdad de su experiencia. El ensayo abriga su sentido y su valor en la   proximidad de lo viviente, en el carácter genuino «tibio, imperfecto y provisorio» de la vida misma. Es esto lo que le da su forma única y exhibe su modo peculiar, y es también el principio que lo funda [150] .

Por otra parte, no es posible aferrarse   sólo a la verdad epistemológica del pensamiento, pues la buena   poesía es tan profunda y encauzadora de la verdad como el pensamiento teórico mismo. Por eso creo en la verdad de la poesía y en sus conceptos, imágenes y   metáforas.

 

Soy de los que piensa que tanto la filosofía, la ciencia, como la poesía son hijas de Sofía. No creo que unas expresen pensamiento y la otra, sentimiento. Tampoco que la filosofía y la ciencia tengan que expresar su discurso sólo a través de conceptos y categorías y la poesía, mediante imágenes y metáforas. Todas, como formas aprehensivas humanas, pueden y en realidad lo hacen, operar con las disímiles formas que la lengua emplea para expresar la realidad.

Esto, por supuesto, no niega sus especificidades, pero no las inhabilita ni las circunscribe a un discurso unívoco.

Es hora ya de romper con los cánones esencialistas y excluyentes heredados del paradigma que nos impuso la Modernidad. Hay que dejar atrás la simplicidad y el gnoseologismo puro por ineficaces y abstractos. La complejidad de la realidad en sus varias mediaciones nos obliga a reformar el pensamiento y las mentalidades, para abrir nuevos cauces a la subjetividad humana.

La subjetividad humana no es excluyente en la asimilación de la realidad. Conocimiento, valor, praxis y comunicación son sus atributos cualificadores por antonomasia. Entonces, ¿por qué separarlos? Ciertamente, existe filosofía poética y poesía filosófica. Pero por ello no dejan de ser filosofía ni poesía. Sencillamente son modos distintos de aprehender la realidad en relación con el hombre.   Modos que se complementan, amplían y completan para asumir la realidad con más profundidad y concreción.

El discurso filosófico con elan [151] poético, trabaja con pensamiento alado y sus verdades son más duraderas. El discurso de Martí da cuenta de ello.   La poesía   en sí misma, cuando expresa su mundo con ansia de humanidad, es al mismo tiempo pensamiento, sentimiento, acción y comunicación.

  ¿Quién puede negar el vuelo cosmovisivo de la buena poesía?

Tanto la filosofía, la ciencia, como la poesía, con numen cultural, captan la realidad como sistema complejo y abren cauces infinitos de aprehensión humana.

Lo mismo ocurre con la narrativa, con la buena novela. En la radiografía cultural carpenteriana de los paisajes de Nuestra América y de sus personajes, la creación aprehende la vida del hombre en sus múltiples mediaciones. Sentimiento y razón compendian una totalidad integral. En lo real maravilloso, no hay dicotomía conceptual ni conceptos y metáforas sin vuelo. Lo objetivo y lo subjetivo, mediado por la praxis, se convierten recíprocamente para encarnar en su despliegue una cultura vital que se impone tareas para mejorar [152] .

Con razón justificada   la Filosofía,   es un saber cosmovisivo que da cuenta del hombre en relación con el Cosmos.   La ciencia, actividad cultural humana que tiene como objetivo la constitución y fundamentación de un cuerpo sistemático de conocimiento y valores. Y el Arte, una forma aprehensiva de la realidad, plena de sensibilidad heurística y sentidos múltiples, tan auténtico, como el pensamiento teórico mismo. Cada uno con sus especificidades, diferencias y semejanzas, pero integrable a un discurso total, si no pierde el condicionamiento cultural   en que se encauza, y la razón utópica que señala horizontes.

Por el camino de la cultura, en el futuro   habrá una sola ciencia: la ciencia del hombre, tal y como vaticinó Carlos Marx, o la ciencia humana, como la llamó Martí. No importa que devenga Ecosofía, que no se llame ciencia,   pues siempre y cuando parta del hombre y   la actividad humana, encarnada en la cultura, será un saber integrativo, plural, ecologizado, que no separe conocimiento, valor, praxis y comunicación humana.   Y su discurso, todo un cosmos de aprehensiones varias, capaz de “hablar con los colores y ver con las palabras”, sin abjurar de la buena lógica que exige todo saber creador.

   

¿Hay que repensar el saber y sus formas aprehensivas constituidas, en búsqueda de nuevos horizontes para   dar respuesta a las exigencias de   los nuevos tiempos?

¿Cómo encontrar nuevos cauces teórico – metodológicos, en momentos que   claman por grandes ideas, sobre la base de prácticas creadoras que no separen la ciencia de la conciencia, el conocimiento de los valores, el oficio de la misión humana, y la razón de los sentimientos? Esta tarea es inmanente a la Filosofía de la cultura.

¿Es posible realizar estos magnos propósitos sin una reforma del pensamiento y las mentalidades, que asuma conscientemente el condicionamiento cultura l del conocimiento y las otras formas de aprehender   la realidad en su contexto real?

Se trata de tres preguntas suscitadoras de muchas aprehensiones, cuya solución consagraría ipso facto a   cualquier autor.

No   es este mi caso, ni intento realizar una empresa de tal envergadura. Pero como dijo el gran   poeta español, Antonio Machado: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”… Eso he hecho: un intento de “andar” para hacer camino, o quizás menos: desbrozar veredas para divisar la luz y encontrar sentido…Porque el sólo hecho de buscar sentido, conduce al escenario que construye y revela.

  De las tres preguntas, en mi criterio, la tercera   deviene “trinchera de ideas”, y en ella se fundan -   o se intenta fundar – los argumentos que cualifican la esencia de la Filosofía de la cultura .   Cada una, de una forma u otra se dirige culturalmente   a la aprehensión de la realidad con razón integradora e incluyente, sobre la base de una premisa de partida y un propósito primario.

Su premisa de partida: El hombre y la actividad humana concretada en   la cultura, para deducir genéticamente el sentido cultural, en calidad de cauce integrador aprehensivo de la realidad en su integralidad, y posibilitador de un discurso plural que, sin negar nihilistamente las formas tradicionales, las fertiliza y alumbra con su asunción incluyente.  

El propósito primario: Una reforma del pensamiento, capaz de cambiar las mentalidades que dividen y abstraen las infinitas mediaciones y vínculos en que deviene el todo complejo y contradictorio. Reforma, que asumida culturalmente exige transformar el saber educativo. La educación como formación humana, como “instrucción del pensamiento… y dirección de los sentimientos”, según la concepción de Martí, deviene cauce central ante la necesidad de dar respuesta a los desafíos del siglo XXI. Crear hombres con   alta sensibilidad,   que no den la espalda al drama humano, comprometidos con los destinos de nuestro planeta Tierra,   desarrollar una cultura del ser, de resistencia y de lucha, capaz de enfrentar la globalización neoliberal, siendo, como sujeto , es una tarea que la Filosofía de la cultura, y su hija espiritual, la educación, no pueden, soslayar.

Sin embargo, son pertinentes otras preguntas: ¿Está la educación en condiciones de ser guía espiritual de la formación humana? ¿Los paradigmas en que se funda pueden modelar proyectos reales, con ímpetu cultural, humano, en función de la misión que le corresponde cumplir? ¿Ella misma no está contaminada por el pensamiento único, los reduccionismos de corte positivistas, el autoritarismo en la ciencia y en la docencia, la intolerancia, el determinismo absoluto, los fundamentalismos estériles y otros lastres de la modernidad que han quebrado por su ineficacia heurística, metodológica y práctica?

Este glosario de preguntas, por sí mismo, da cuenta que estamos abocados a una crisis universal de la educación, que no puede resolverse desde la educación misma. El saber educativo no puede cambiar sin transformaciones profundas en la educación,   y ésta resulta infecunda sin una reforma en el pensamiento y en la praxis en que encuentra concreción. Por supuesto, la realidad educativa cubana es otra, como todos conocemos. Pero miramos la realidad con sentido ecuménico.

No se trata en modo alguno de asumir la modernidad desde posiciones nihilistas y hacer de ella y sus conquistas una tábula rasa. Ella misma con todos sus paradigmas y utopías, históricamente fue conciencia crítica que dio respuestas a su tiempo histórico, en correspondencia con el estado de las ciencias y la práctica social. Pero históricamente las nuevas realidades han exigido rupturas, cambios y transformaciones como expresión de   la quiebra de principios que se consideraban invariables. El modelo paradigmático de la modernidad, caracterizado por la simplificación y concretado en los principios de   disyunción, reducción, abstracción , el determinismo mecánico y las estériles dicotomías, tiene que ceder paso a nuevas perspectivas epistemológicas para aprehender la complejidad de lo real.

Precisamente, la toma de conciencia del condicionamiento cultural del saber en todas sus expresiones, mediaciones y determinaciones, constituye en mi criterio el fundamento primario para la solución del problema que encara nuestro siglo y los por venir. Y es el reto epistemológico más importante a resolver, por la Filosofía de la cultura.

En esta dirección, el enfoque cultural, resulta de urgente humanidad. Su revelación y aplicación racional, tal y como lo comprenden Martí, Edgar Morin, Marinello, Carpentier, Medardo y Cintio Vitier, Armando   Hart y otros, exige concebir el hombre como totalidad trascendente y posibilidad latente de excelencia y creación, en unión con la naturaleza y la sociedad.

Una estrategia educativa, con fundamentos culturales, de una forma u otra se encamina a una comprensión profunda del hombre y la sociedad, para   desarrollar   una conciencia – actitud, capaz de unir el mundo de la vida, el mundo del trabajo y el mundo de la escuela, porque hace de la educación y la cultura una metáfora de la vida , un verdadero proceso de aprehensión del hombre como sujeto complejo que piensa, siente, conoce, valora, actúa y se comunica. Porque para revelar la complejidad del hombre hay que asumirlo con sentido cultural, es decir, en su actividad real y en la praxis en que deviene.

En este sentido, un estudio profundo, desde un pensamiento complejo, ecologizado, sobre el hombre, la actividad humana, la cultura, y su mediación central, la praxis, desde una perspectiva incluyente, sienta las bases para una comprensión profunda del devenir humano,   y para asumir en sus diversas mediaciones temas tan importante como identidad, emancipación y nación cubana; tradición, historia y   cultura; imagen, metáfora, verdad;   y la utopía y sus múltiples determinaciones, así como valorar en su justo lugar las infinitas formas aprehensivas de que dispone el   ser humano, incluyendo la narratividad, la metaforización, la conceptualización y las vías poéticas del lenguaje, en su real autenticidad.

No es posible olvidar que toda intelección comprensiva, está precedida por una precomprensión, a manera de plataforma cultural o aval que sirve de premisa para asumir lo nuevo o enriquecer lo constituido.

 

Al mismo tiempo, la cultura como ser esencial del hombre y medida de ascensión humana no sólo concreta la actividad del hombre en sus momentos cualificadores (conocimiento, praxis, valores, comunicación), sino que da cuenta del proceso mismo en que tiene lugar   el devenir del hombre como sistema complejo: la necesidad, los intereses, los objetivos y fines, los medios y condiciones, en   tanto mediaciones del    proceso y el resultado mismo.

  He ahí el por qué de la necesidad de pensar al hombre y a la subjetividad humana con sentido cultural y complejo, que es al mismo tiempo, pensarlo desde una perspectiva ecosófica [153] , desde un saber   ecologizado, integrador y cósmico.

Un hombre culto, sensible, con riqueza espiritual, es capaz de aprehender la verdad, la bondad y la belleza en su expresión unitaria. No importa la profesión que ejerza. Está en condiciones de mirar su entorno con ojos humanos, ya sea, ante un teorema matemático, una fórmula química, una bella flor, una pieza musical, la salida y puesta del Sol, contemplar la Luna y el cielo estrellado y asumir el drama del hombre con compromiso social y ansias de humanidad.

  En fin, puede crear con arreglo a la belleza, a la bondad y a la verdad. Es tolerante, comunicativo, sencillo y soñador. Puede revelar la realidad compleja en sus matices varios y “dar a mares”, siguiendo la ética de Martí, porque espiritualmente está lleno. Sencillamente, está   preparado para el trabajo creador y la vida con sentido.  

 

 

FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN.

Martí y la filosofía de la educación.

Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo.

Cosmovisión   y Educación en José Martí.

 

Martí fue un pensador profundo. Su obra da cuenta de una rica cosmovisión, concretada   en ideas aladas en torno al hombre, la naturaleza y la sociedad. Su discurso plural, encauzado por la cultura y la historia, encuentra determinaciones en las infinitas mediaciones en que deviene la formación del hombre en relación con el mundo natural y   social [154] .

Si realmente no fue un filósofo con obra sistematizada, hizo filosofía en toda su producción intelectual. Filosofía grande, porque pensó la subjetividad humana con sentido cultural y complejo. Penetró en la naturaleza humana   con razón y sensibilidad, y jamás separó el hombre del contexto cósmico en que deviene.   Precisamente por eso su obra se cualifica   en una   ecosofía [155] de alto vuelo, expresada en un   discurso plural y un lenguaje incluyente con numen ensayístico y poético.

Sin desechar las concepciones en torno a la filosofía, expresadas por los clásicos griegos planteó ideas y caracterizaciones de gran valía. “Conocer las causas posibles y usar los medios libres y correctos para investigar las no conocidas – enfatiza Martí - es ser filósofo.   Pensar constantemente con elementos de ciencia, nacidos de la observación en todo lo que cae bajo el dominio de nuestra razón y en su causa he ahí los elementos para ser filosofo. ’’ [156]  

Para el Maestro el filósofo es un eterno buscador, que ante lo desconocido pone en   acción su   pensamiento para encontrar los por qué, las causas, a partir de los elementos de ciencia.

Al mismo tiempo, con gran realismo, revela la complejidad de la relación sujeto – objeto y sus determinaciones y condicionamientos.   “Y en toda representación, bien se reflexione sobre cosas externas, bien sobre actos internos propios existe dualidad inevitable entre el objeto pensado y el sujeto   pensante El sujeto no puede pensar sin que existiese antes la cosa sobre la que se   piensa. La cosa pensada es una y anterior al pensamiento del sujeto sobre ella   que es   posterior y otra: He aquí la dualidad inevitable que destruye la imposible identidad” [157] . Su discurso no se encierra en el pensamiento mismo, penetra en el propio proceso formativo del conocimiento, siguiendo la tradición sensorracionalista. “Los sentidos – señala -   nos trasmiten las sensaciones. Las sensaciones son producidas por los objetos exteriores’’ [158] .    Pero al mismo tiempo no desecha el lugar de la subjetividad humana en la construcción del saber.    “El objeto está fuera de mi pero la inteligencia del objeto está en mí. Yo me comunico con él’’ [159] .    Hay un interés perenne de soslayar el objetivismo despersonalizado, que excluye la subjetividad humana.    “Los hechos por sí solos -   señala Martí - nada explica   si la inteligencia no los examina y los fecunda    Toda deducción de los hechos es una verdad ideal.

Las verdades reales son impotentes si no las animan las verdaderas ideales. El hecho es la verdad real. La verdad ideal es el resultado de la reflexión sobre los hechos. Así, en lo humano de los hechos se desprenden las verdades, de los hechos semejantes las verdades comunes. De las verdades comunes, lo común de la verdad. Así , fructificando con la inteligencia la materia, la inteligencia firmemente apoyada en terreno de verdad sólida   y firme concibe primero y necesita luego y entiende siempre la necesaria e inevitable verdad fundamental’’ [160] . Sencillamente, el hombre en la aprehensión de la realidad sobre la base de las necesidades e intereses, a través de los fines proyecta lo que desea y lo realiza. No se puede olvidar la tesis de Martí que “(…) en lo humano de los hechos se desprende las   verdades (…)”. No cree en las verdades en sí, al margen de la subjetividad del hombre que piensa, actúa, siente, valora y se comunica con los demás. Como tampoco el elan holístico y complejo de su aprehensión epistemológica: “ Método bueno filosófico es aquel que, al juzgar al hombre; lo toma en todas las manifestaciones de su ser; y no deja en la observación por secundario y desdeñable lo que, siendo tal vez por su confusa y difícil esencia primaria no le es dado fácilmente observar” [161] .

 

En la cosmovisión martiana el concepto naturaleza resulta   de gran interés teórico y práctico. “¿Qué es la naturaleza? El pino agreste, el viejo roble, el bravo mar. Los ríos que   van al mar como a la Eternidad vamos los hombres: La Naturaleza es el rayo de luz que penetra las nubes y se hace arcoiris, el espíritu humano que se acerca y eleva con las nubes del alma, y se hace bienaventurado. Naturaleza es todo lo que existe, en toda forma, espíritus y cuerpos, corrientes esclavas en su cauce, raíces esclavas en la tierra, pies, esclavos como las raíces, almas, menos esclavas que los pies. El    misterioso mundo íntimo, el maravilloso mundo externo, cuanto es deforme o luminoso u oscuro, cercano o lejano, vasto o raquítico, licuoso o terroso, regular todo medido, todo, menos el cielo y el alma de los hombres, es naturaleza” [162] .

En su visión de la naturaleza, siempre en relación con el hombre y la sociedad, además, donde el hombre se naturaliza y la naturaleza   se humaniza, está presente ese sentido cultural e histórico que le es inmanente al discurso martiano y que en los tiempos actuales hace de su cosmovisión una ecosofía para bien del hombre y la sociedad. Sienta las bases para el desarrollo de la conciencia ecológica que tanto urge en la   formación humana de la contemporaneidad.

En la obra martiana emerge con fuerza una filosofía profunda que lo convierte en el   más grande filósofo cubano de todos los tiempos, lo cual se corrobora en las acertadas consideraciones de Medardo Vitier al respecto.

En "La Filosofía en Cuba", M. Vitier, no incluye la figura de José Martí (1853- 1895). Posteriormente toma conciencia del   error   y   lo   expone   en sus lecciones y conferencias, hasta desarrollarlo de manera sistematizada en su obra: Martí estudio integral (1954).   "No organizó un sistema; no estudió metódicamente filosofía; pero tuvo genuinas aptitudes de pensador que se evidencia en numerosas páginas, y poseyó criterios -algunos dolorosamente elaborados- acerca del mundo y de la vida humana" [163] . No era posible, siguiendo viejos cánones en torno a la especificidad de la filosofía, negar el status de filósofo al pensador cubano más grande de todos los tiempos.   ¿O es que hay filosofía sólo en tratados densos de Lógica, Axiología, Epistemología u Ontología?, ¿o que el saber filosófico sólo es expresable a través de sobrios conceptos lógicos o categorías y las imágenes no expresan también esencialidades? ¿O es que sólo desarrolla filosofía el filósofo profesional?   Dejemos que responda M. Vitier: "su mente -refiere a Martí- es especulativa y propende a formular asertos pertenecientes a dos "regiones" filosóficas (...) la ontológica y la axiológica (...)   En efecto, lo que tiene de sentencioso -y no es poco- se le vierte por esos declives, donde los problemas, siempre abiertos, incitan y parecen retar al intelecto: el ser y los valores, la íntima contextura del universo y del hombre, por una parte, y el sentido de toda acción, por otra". [164]

Es imposible negar la presencia de especies filosóficas al discurso martiano.   Un discurso pleno de sentido cultural y vocación ecuménica que hace centro suyo al hombre en búsqueda constante de su ser esencial y su ascensión ético-humana.   Un pensamiento que conjuga en su despliegue crítico, imágenes y conceptos para aprehender la realidad en su máxima riqueza de mediaciones y matices.

Sobre la obra y el pensamiento de José Martí se ha escrito mucho, no así en su arista filosófica propiamente dicha. [165] Medardo Vitier, en su "Martí, estudio integral, revela con profundidad la naturaleza filosófica de la obra martiana.

En la cubanidad de Martí,   premisa necesaria   de   su   americanidad   y universalidad -partir de la raíz con ímpetu ecuménico- revela el valor de la tradición.   "Al hallar una ejemplar tradición revolucionaria y al vincularla con su obra, fijó para la cultura pública la importancia del pasado.   El pasado no significa compromiso de repetición.   Los problemas cambian.   Lo que persiste es -enfatiza M. Vitier- por una parte, el nexo espiritual que conduce a la gratitud, y por otra, la actitud de los antepasados.   La actitud de elevación y de honradez no envejece, aunque los problemas sean diferentes.   Eso es lo que sintió Martí, y -lo reitero- no sólo se valió de esa fuerza sino que fijó para la posteridad el valor social de la tradición.   Mientras más original es un guiador -sea en el pensamiento o en la acción- más se atiene a las formas superiores de lo humano, si los halla en sus antecesores.   Originalidad -excelente idea de M. Vitier, asumiendo al Apóstol- no es desvinculación; no lo es, si bien se   mira,   ni   aún   en   las   direcciones   más excéntricas del arte." [166]

La tradición funda [167] .   Es memoria para dialogar y buscar lo mejor.   Es viviente raíz para insertarse a lo universal con status propios, de ahí su valor social... Y M. Vitier con fina sensibilidad lo revela en Martí.   Esto explica por qué Martí, sin desechar a Varela, a Luz, a Mendive, asume a Emerson y otros pensadores, sin dejar de ser Martí.   Fuertes raíces alimentan el frondoso follaje y le abren cauces culturales aprehensivos.

Esta idea, ese concepto generatriz, que con tanta profundidad descubre en Martí, es consustancial al discurso y a la lógica investigativa del Maestro Vitier.   Por eso resulta tan productivo su estudio integral en torno a Martí, capaz de desplegar con racionalidad dialéctica su enfoque socio-cultural antropológico y fijar con alto oficio y magna cogitación las dimensiones política, artística, ética, sociológica y filosófica de Martí como zonas de la cultura. Cultura de resistencia y de ascensión humana.

A partir de esta concepción, develando temas esenciales, subalternos, ocasionales y otras mediaciones, el filósofo penetra en la selva martiana.   Seguro que "eso, la naturaleza humana, su modo de comprenderla, es lo que late en toda la obra de Martí". [168]

Pero la naturaleza humana inserta en el Universo.   El sentido cósmico nuclea su cosmovisión.   Hay una concepción unitaria del ser complejo, cualificado por la analogía, el equilibrio y la armonía universal.   "Martí vivió -dice Vitier- como una fuerza espiritual -eso era en esencia- en contacto perpetuo con el misterio del universo.   Recuérdese aquella línea de sus versos sencillos: "y crece en mi cuerpo el mundo"

De ahí que sintiera como suyo ese modo de panteísmo que vibra en Emerson, desligado de todo credo formal.   Así dice Martí: "Para él no hay cirios como los astros, ni altares como los montes, ni predicadores como las noches palpitantes y profundas." [169]

Quién lea los Versos Sencillos hallará no pocas estrofas transidas de eso que pudiéramos denominar sensibilidad cósmica.   Se siente allí un espíritu atraído por la Naturaleza, ganoso de descansar de los hombres...

                                   "Yo sé de Egipto y Nigricia,

                                   de Persia y de Jenofonte,

                                   y prefiero la caricia

                                   del aire fresco del monte."

                                   "Yo sé las historias viejas

                                   del hombre y de sus rencillas,

                                   y prefiero las abejas

                                       volando en las campanillas." [170]

Al sentido cósmico, presente en el pensamiento filosófico de Martí, M. Vitier agrega, el finalismo, que según él, "(...) late acá y allá en sus artículos.   Recuérdese esta aserción suya: "corren leyes magníficas por las entrañas de la Historia".   Esos credos, que caen en lo metafísico, le robustecían la fe en cosas más inmediatas y palpables.   He ahí cómo lo cotidiano se nutre de lo eterno.   Esa es la unidad profunda que vio.   Vidente, pues, en ese sentido.

A veces declara explícitamente su visión de la existencia. Es insustituible su texto a ese respecto: "Que el Universo haya sido formado por procedimientos lentos, metódicos y análogos, ni anuncia el fin de la Naturaleza ni contradice la existencia de los hechos espirituales".

Insiste en eso -en la sustantividad de lo espiritual-.   El le halla esfera propia.   También gravitan sus concepciones en torno a la unidad de todo.   Por eso dice: "El Universo, con ser múltiple, es uno". [171]

En la Cosmovisión martiana, la espiritualidad del hombre es esencial, su subjetividad, como agente histórico-cultural.   Lo que no significa que lo hiperbolice.   Para él, lo material y lo espiritual constituyen una unidad inseparable.   Recuérdese la polémica en el Liceo Hidalgo, de México.   Incluso aboga por una filosofía de la relación que no separe lo ideal y lo material, que no discurra hacia los extremos.   Simplemente que lo aborde en su relación, pues       “Yo no afirmaría la relación constante y armónica del espíritu y el cuerpo, si yo no fuera su confirmación’’ [172] .

Hay en Martí, en su pensamiento, acuciantes notas espiritualistas.   Cree en la preexistencia y postexistencia del alma, en la superioridad del espíritu, sin embargo no se desliga de    la    realidad   inmediata.    Sus   convicciones   ideopolíticas (culturales) terrenalizan su tendencia especulativa, sin matar su raíz utópica y su miraje hacia lo absoluto y lo grande, pues en su criterio: "menguada cosa es lo relativo que no despierta al pensamiento de lo absoluto.   Todo ha de hacerse -declara Martí, de manera que lleve la mente a lo general y a lo grande.   La filosofía no es más que el    secreto    de    la   relación   de   las   varias   formas   de existencia". [173]

En gnoseología somete a crítica el apriorismo y el subjetivismo.   Considera la realidad como fuente del conocimiento.   "En el hombre, -cree Martí- hay fuerza pensante, pero esta fuerza no se despierta ni desarrolla, sin cosas pensantes." [174]   Además "hay armonía entre las verdades, porque hay armonía entre las cosas". [175]

Su gnoseología, siguiendo la tradición cubana, se expresa como sensorracionalismo, donde lo sensorial y lo racional son dos momentos de una unidad y un proceso único inseparable.

Al mismo tiempo, su siempre razón utópica -rasgo propio de los grandes- no lo lleva a separar la teoría de la práctica.

El "espiritualismo martiano", la sustantivación de la subjetividad humana, tampoco restan valor a su filosofía social.   En    su   concepción,   el   hombre,   como   sujeto   socio-cultural, reproduce de forma compendiada la totalidad del Universo.   La naturaleza -concepto amplio en Martí- integra todo, lo espiritual y lo material; pero el hombre, es por sobre todas las cosas, un ser activo, hacedor de historia y cultura y condicionado sociohistóricamente, pues "nada es un hombre en sí, y lo que es, lo pone en él su pueblo". [176]

En su concepción del mundo, la vida y la muerte ocupan un importante lugar.   Ve la vida como realización humana y con optimismo, sin olvidar lo que tiene el hombre de paloma y de fiera.   La muerte, en correspondencia con su visión del hombre y sus credos, la concibe como tránsito, como momento de la propia existencia, pero valiosa y útil cuando se ha cumplido con el deber dignamente y en pos de valores ennoblecedores y humanos.

Su soñado libro: "El concepto de la vida" [177] habría sistematizado más aún su filosofía ético-humanista, pero en su obra completa está perfilada una coherente concepción del hombre, la actividad humana y la cultura.

En sus creencias religiosas, tal y como reveló Carlos Rafael Rodríguez, Martí es un religioso sin religión. Ciertamente, las influencias ético – cristianas en su cosmovisión son empíricamente registrables. “El ser tiene fuerzas, y con ellas el deber de usarlas. No ha de volver a Dios los ojos: tiene a Dios en sí; hubo en la vida razón con que entenderse, inteligencia con que aplicarse, fuerza activa con que cumplir la honrada voluntad” . [178] . Martí asume al Dios del cristianismo temprano, al cristianismo natural, fundado en la bondad, la verdad y el amor, sobre la base de las enseñanzas y el ejemplo de Cristo. Por eso es anticlerical, y se opone a las deformaciones que sufrió el cristianismo eclesial. “Ese Dios que regatea, - escribe Martí- que vende la salvación, que todo lo hace en cambio de dinero, que manda las gentes al infierno si no le pagan, y si le pagan las manda al cielo, ese Dios es una especie de prestamista, de usurero, de tendero.

¡No, amigo mío, hay otro Dios!” [179] Pero ese otro Dios, el Dios de Martí, (…) es inmenso mar de espíritu (…) [180] que impone el trabajo corno medio de llegar al reposo, la investigación como medio de llegar a la verdad,   la honradez como medio de llegar a la pureza. ¡Qué alegre muere un mártir! ¡Qué satisfecho vive un sabio! Cumple su deber, lo cual, si no es el fin, es el medio [181] .

Por eso, sin negar a Dios ni hacer dejación de sus creencias como fiel cristiano, ante las varias interrogantes que se plantea el hombre, apela a la eterna sabiduría, a la ciencia, a la filosofía. “¿A quién preguntaremos? ¿A la fe?-¡Ay! No basta. En nombre de se ha mentido mucho. Se debe tener fe en la existencia superior, conforme a nuestras soberbias agitaciones internas,-en el inmenso poder creador, que consuela,-en amor, que salva y une,-en la vida que empieza con la   muerte. Una voz interior y natural, la primera voz que los pueblos primitivos oyeron, y el hombre de siempre oye, clama por todo esto.-

Pero la fe mística, la fe en la palabra cósmica de los brahmanes, en la palabra

  exclusivista de los Magos, en la palabra tradicional, metafísica inmóvil de los Sacerdotes, la fe, que enfrente del movimiento en la tierra,   dice que se mueve de otra manera; la fe, que enfrente del mecánico de Valencia, lo aherroja y lo ciega; la fe, que condena por brujos al Marqués de Villena, a Bacon y Galileo; la fe, que niega primero lo que se ha visto obligada a aceptar;-esa fe no es un medio para llegar   a la verdad, sino para oscurecerla y detenerla; no ayuda al hombre, sino que lo detiene; no le responde, sino que lo castiga; no le satisface, sino irrita.-Los hombres libres tenemos ya una fe diversa. Su fe es su eterna sabiduría. Pero su medio es la prueba.

Y con esta fe científica, se puede ser un excelente cristiano, un deísta amante, un perfecto espiritualista. Para creer en el cielo, que nuestra alma necesita, no es necesario creer en el infierno, que nuestra razón reprueba.

¡A quién preguntaremos, pues? A la naturaleza. Los seres luminosos en el cielo; los seres opacos están en la tierra. La inquietud permanente, sin peso, sin color, sin forma, está-viva como una luz-en el   pensamiento de cada hombre. ¿Quién o qué mueve a los astros? ¿Quién   o qué formó a la tierra? ¿Quién o qué es este ser curioso infatigable, melancólico y rebelde que tenemos en nosotros mismos?” [182] -

 

"En síntesis -cree Vitier- su pensamiento filosófico es el de un creyente en la sustantividad del espíritu.   Tuvo esa seguridad y en él fue fecundada, porque lo llevó a amar, a creer en    la    Historia,    a   darse   por   los   demás,   a   refutar   el descreimiento, a presentir la vuelta del Cristo, "el de los brazos abiertos, el de los pies desnudos, y todo, sin que nadie, ni hindúes, ni católicos, ni teósofos puedan reclamar como adepto al grande hombre" [183] . Es    el hombre -síntesis de la cultura cubana, latinoamericana y universal-, que echó suerte con los pobres de la tierra e iluminó con su pensamiento y su praxis el futuro de la nación cubana y la América nuestra.

 

Cultura, Educación y Formación Humana.

 

Hay, sin duda alguna, una filosofía, encauzada como programa pedagógico, suscitador de acción comunicativa, en pos de la formación humana, a través, fundamentalmente, de los valores, en José Martí.

  En Martí, la cultura es fundamento de la educación, y la educación, un programa cultural para la formación humana. Toda su obra da cuenta de ello, y particularmente, su proyectado libro “El concepto de la vida” y “La   Edad de Oro”, entre otros.

Ciertamente, se adelantó a su tiempo histórico. Su concepto de cultura no es reducible a las bellas artes, a la acumulación de conocimientos, ni a la hoy llamada cultura artístico – literaria. Es toda producción humana, en su proceso y resultado. Es sentimiento y razón;   en fin, humanidad creciente para ascender, siendo. En su ideario filosófico, la cultura encarna el ser esencial humano, así como la actividad en sus atributos cualificadores por excelencia: conocimiento, valor, praxis y comunicación.

La sensibilidad, concebida como humanidad sustantiva, en Martí, cualifica por antonomasia la cultura. Por eso ésta funda a la educación en fuertes pivotes, para preparar al hombre para el trabajo creador y la vida con sentido, es decir, un hombre rico espiritualmente, capaz de buscar y encontrar la razón de existir. Sencillamente, el Maestro hizo de la cultura y la educación una metáfora de la vida… Por eso, hizo mucho, dijo más… y encontró nuevos receptores continuadores de su obra.

  Medardo Vitier y otros pedagogos cubanos siguen su camino. En M. Vitier hay un cosmos de aprehensiones varias en torno a la educación con numen cultural, asumido creadoramente de Martí y la rica tradición de la cultura cubana.

El concepto de cultura en Vitier es amplio y rico en aprehensiones.   Le posibilita eficaces vías de acceso a su programa pedagógico y con ello a la comprensión de la formación humana, como un proceso de varias aristas y múltiples mediaciones. En su criterio, es desacertado el consenso general de reducir la cultura al conocimiento, a la dimensión intelectual.   Por eso se pregunta: ¿No echa de menos el empleo y la circulación de la frase cultura moral?   Y no es que falten tratados   de   Ética, ya normativa, ya explicativa.   La falla está -discierne el filósofo- en que apenas incorporamos las instancias de   la   conducta   a   la   noción   de   cultura.    Siempre he creído -continúa su intelección totalizadora de la cultura- que el pensamiento socrático (al menos tal como nos llega por el filtro platónico) dista mucho de estar agotado en lo que atañe a los nexos entre el saber y el bien. [184]

Nótese como M. Vitier, no se apresura a darnos un concepto terminado de cultura.   Sabe que las definiciones absolutas cierran y empobrecen el discurso.   Prefiere las caracterizaciones -y más aún cuando discurre por los predios de la formación humana, del proceso educativo- y asume la cultura provisionalmente como "modos de pensar", pero lo considera   ineficaz, para afirmar su ritmo -de la cultura- como sucesión de métodos que exaltan lo emocional, o lo racional.   Pero siempre exigiendo visión unitaria que acuda "(...) a ingredientes científicos y filosóficos, sin mirar con desvío el Derecho (en sus doctrinas) y la Historia, en la articulación y el sentido de las épocas". [185]

Asume   creadoramente   las   aclaraciones   de Ortega y Gasset   -y aquí se ve la unidad filosofía, educación y cultura en la formación humana- sobre el encargo que debe cumplir la Universidad: dar una imagen del Universo, guiar en la investigación científica y formar al estudiante en las profesiones. [186]   El propio concepto de formación, en M. Vitier, implica instrucción y educación al mismo tiempo.   Porque en su criterio, "no fracasan los valores que la tradición ha fijado y probado.   Quien fracasa es el hombre al desecharlos". [187]

La unidad filosofía, educación y cultura, como en Martí, determina en M. Vitier, una concepción pedagógica para los nuevos tiempos.   "Vivir es creer" [188] -reitera el filósofo pedagogo-.   Y la creencia determina ya nuestras actitudes mentales y prácticas (...) Siempre habrá un sentido de la vida, en la raíz de la conducta.   Y eso cala en la conciencia de la juventud. [189] . Las esencias martianas asoman siempre con espíritu creador.

Estas premisas, de carácter cosmovisivo-cultural, imprimen sustancialidad al discurso pedagógico.   Abren caminos eficaces a la teoría y a la praxis educativa.   Permiten dirigir racionalmente la elección mejor, porque "vivir es creer".   Vivir es escoger (...) ¿Luz y Caballero? ¿Martí? Pero... ¿qué es eso? Próceres, mentores, hombres que creyeron en la realidad, a la vez filosófica y práctica, de la dignidad humana (...) [190] Martí merodea como duende en las aprehensiones de M. Vitier.

La educación, fundada en una intelección cosmovisiva-cultural y crítica no enseña dogmas, recetas, sino suscita e incita a la reflexión para la elección con arreglo a fines concretos.   Lleva dentro la libertad como motor impulsor de ricas aprehensiones en correspondencia con el sentido de la vida, la responsabilidad personal y las exigencias sociales.   Una educación fundada en lo simplemente inmediato, en el utilitarismo pragmático, en la mala propensión del tener, que soslaya la cultura del ser, tal y como enseña el Maestro Vitier, resulta estéril y enajenante.   No prepara para la vida.

Por eso Vitier, siguiendo a Luz   y a Martí- exige una teoría educativa con ansias de humanidad y perspectiva de mediatez y vinculada a la vida.   La formación humana no acontece por generación espontánea.   "Véase como un hombre tan teórico y de tanto fondo filosófico -se refiere a Luz y Caballero- está siempre en contacto con la realidad.   Es un error creer que las teorías alejan de lo cotidiano y práctico.   La mala teoría sí, pero la buena, la válida, esa funda su verdad en derivarse de lo real." [191]

Y una teoría educativa, si quiere ser programa pedagógico de formación humana, continuando el ideario martiano,   debe estructurar un sistema flexible y coherente de fines, capaz de preludiar lo que se quiere y afirmarlo sin coerción y dogmatismo: un sistema de   valores congruente con el tiempo histórico e inserto en la cultura.   Al margen de la cultura los valores no se afirman ni funcionan.   No se integran a la corriente ideológica, en tanto no son partes del ser esencial humano.   No resisten los embates de los momentos de crisis.

 

Los valores como cauces educativos. Eticidad concreta y Axiología de la acción.

 

Si bien en el pensamiento de Martí, encontramos especies filosóficas, en varias dimensiones, sean ontológicas, epistemológicas, etc. lo cierto es que predominan las de carácter axiológico.   Se trata de un fundador, empeñado en la búsqueda de la ley de la ascensión humana, de la riqueza espiritual del hombre.   y encuentra en la axiología, en los valores, la base del cultivo humano.   "En el caso de valores (Axiología), -escribe M. Vitier- no intenta clasificación alguna ni se propone examinar la naturaleza del "valor", en sus varias apariciones.   Lo que indico es la existencia, frecuentísima, de valores en el curso de sus escritos.   Se le vivifican, los afirma, los acentúa.   No pasa de eso, pero quien tenga sensibilidad filosófica se percata de ello, y sobre todo, asiste a un fenómeno de interés: la presencia de los valores, no en plano de explicación, no en instancia de conceptos, sino como vivencias." [192]

Es que en el discurso de Martí y su verbo de alto linaje, los valores pierden su numen metafísico, para convertirse en valencias sociales [193] .

 

En la obra filosófica   martiana no existe una axiología sistematizada. Más que teorizar sobre los valores el Apóstol se preocupa por encontrarlos y cultivarlos en la conducta del hombre, como medio de ascensión humana.

 

Sin embargo, es posible revelar en su ideario humanista un conjunto unitario de valores, coherentemente estructurado en torno a la persona humana, su razón de ser y los modos de conducirla a su humanidad creciente.

 

Los valores en Martí son modos esenciales del devenir del hombre en su naturaleza social, integrados en la cultura, a manera de formas de existencia del ser humano y sus necesidades materiales y espirituales.

 

Así, los valores, en su fundamento sociocultural y encarnados en la cultura tematizan el contenido esencial del ideal martiano de racionalidad humana. Se    trata de una axiología de la acción que va a la raíz del hombre porque sabe de su grandeza   interior. De una eticidad concreta que busca el hombre futuro en el hombre actual con pasión y fe y con sorprendente consagración heroica, animada por una misión redentora fundada en el pueblo y un oficio que identifica la belleza con la humanidad del hombre y la bondad con la dación desinteresada

 

El programa humanista martiano, fundado en la axiología de la acción, se concreta en un paradigma de racionalidad humana, cualificado como autoconciencia de la cultura. Tanto en la   revelación del ser existencial de nuestra América, como en su determinación especial en las condiciones de su patria, José Martí funda un paradigma de emancipación humana y redención social, cuyo despliegue está mediado por un sustrato socio -cultural humanista que imprime racionalidad y verdad a su proyecto político.   Es que en el paradigma [194]   martiano, los valores éticos y políticos se integran en un nivel tal de concreción que prácticamente se identifican.   Por eso, más que encarnación individual, son conciencia de su necesidad y eficacia.   Esto impregna optimismo, fuerza y vitalidad a la empresa emancipadora. Y Martí, ya en los albores de la contienda, como expresión del pueblo lo siente, lo sabe. “Jamás fue tanta nuestra virtud -escribe el Maestro- tan compacta nuestra acción, tan cercano nuestro esfuerzo, tan probable nuestro éxito. Cuántos obstáculos hubiéramos podido encontrar, hasta los obstáculos insuperables que a la mayor virtud pone siempre la ambición o vanidad de la naturaleza humana, nada han    podido, ni han aparecido siquiera, ante esta alma de redención que hoy nos consume y nos inspira. Somos un ejército de luz, y nada prevalecerá contra nosotros.   Nos queda por hacer lo que sabemos que queda por hacer.” [195]

Existe ya un sistema de valores, conformado en la cultura, hecho conciencia, como valencia social, expresado en término ideopolítico, que si bien no agota el paradigma emancipador -existen otros componentes de la subjetividad humana- que matiza una idea, configura un ideal que impulsa, orienta y regula el hacer práctico -espiritual, que “con la mano en la conciencia- en el bello decir de Martí -pone ya la idea a las puertas de la realidad: [196] . En tales condiciones “el espíritu ha cundido y los cubanos tienen fe... Nadie se lo pide; les nace así de corazón... Clubes-nuevos y pueblos, tiene el partido”. [197]

 

Es indudable la importancia de un paradigma, en tanto modelo que oriente racionalmente el pensamiento y acción del quehacer social, político y cultural en su connotación más integradora posible.   El paradigma martiano [198] , marcado por su visión del mundo y del hombre, por la experiencia americana y sobre todo por su sabiduría política, como grande hombre fundador, traza caminos, crea confianza, cultiva razón y sentimiento y prepara conciencia para realizar el ideal de la nación.   En fin, funda una cultura con alma política y un carácter nacional henchido de patriotismo y amor desinteresado, capaz de estructurar un programa de liberación nacional, sobre bases nuevas.

 

El ideal de racionalidad martiana [199] compendia en síntesis conocimiento, valor, acción práctica y comunicación intersubjetiva, es decir, las variadas formas en que el hombre asimila y reproduce creadoramente la realidad material y espiritual; pero al mismo tiempo, su pensamiento y su obra en toda su integridad encarna un cuerpo cultural de entraña política para realizar una República próspera de naturaleza ético-moral.   Esto se fundamenta en el hecho de que al Maestro le interesa sobre todo la ascensión humana, el progreso socio -cultural del hombre, como medio fundamental de realizar sus fines.   No se trata en modo alguno de una racionalidad instrumental de corte pragmático y utilitarista, sino de racionalidad humana, que sin menospreciar el conocimiento, la ciencia, la técnica, como medidas de desarrollo cultural humano, sabe que a la raíz del hombre, ante todo se llega revelando esas fibras, ocultas a veces, de su subjetividad.   Por eso hay que buscar y encontrar sin vacilación el sentido humano, sobre todo, como vía de acceso primario a la esencia social del hombre. Sin ello -y la práctica corrobora la verdad del Maestro-, resulta estéril, ineficaz e ilusorio todo proyecto.   Es que la ciencia, la política, el derecho, el arte, etc. sin motivaciones humanas, no realizan el ser esencial del hombre, no se encarnan en el cuerpo de la cultura como medida de progreso y desarrollo.   Por eso Martí, no sólo hizo arte mayor, sino política científica, de profunda hondura, de alto vuelo social humano. En primer lugar, porque comprendió el arte de dirigir, como un encargo social por el bien de todos y no para acumular riquezas y obtener privilegios, en segundo lugar, porque tomó partido por la mayoría desheredada. Su gran obra política: la   creación del Partido Revolucionario Cubano, para hacer la guerra necesaria por la República, y todo su pensamiento político en torno a Cuba y nuestra América, fue eficaz y trascendió porque se concibió y estructuró como empresa cultural de las grandes masas. Y esto de por sí comporta un concepto, una idea en Martí: no existe política eficaz, al margen de valores e ideales enraizados en la condición humana. Con esto continúa la tradición del pensamiento americano más genuino y revolucionario.   Lo supera, en la medida que echa suerte con los pobres y abre nuevas perspectivas de enfoque y de discernimiento de la realidad política.   Su humanismo revolucionario antiimperialista, expresión de un proceso de continuidad y ruptura sintetiza y concreta su escala de valores. Expresa el momento de máxima plenitud y madurez de su pensamiento político revolucionario, en correspondencia con los nuevos tiempos.

 

Sin embargo, su obra renovadora, revolucionaria, y creadora no se reduce a la esfera de la relación axiológica: ética - política, en los marcos de su concepción integradora de la cultura; pues si ciertamente Martí produce un viraje revolucionario en los conceptos e ideas políticas de su tiempo cubano y americano, incluyendo la tabla de valores con que juzga y piensa la realidad, también en la esfera de la estética, en relación estrecha con la ética, muestra originalidad y creación.   Se trata no sólo de un hombre de pensamiento y acción que conjuga en unidad indisoluble misión y oficio, sino además de un artista y de un creador.   Esto   naturalmente matiza su axiología con nuevos “colores” y esencias, incluyendo su concepción de la subjetividad humana y por su puesto la especificidad de la filosofía que nuclea su cosmovisión. Política, ética y estética y sus sistemas de conocimientos y valores que les son consustanciales, tematizados en Martí en una concepción integradora de la cultura, dan expresión unitaria a su discurso y lo dotan de modos   apropiados y métodos idóneos para aprehender el objeto en su dinámica y concreción.

 

Si ciertamente, la grandeza martiana como dirigente revolucionario, deviene en gran medida del modo en que los valores ético-morales permean y penetran lo político, hasta concebirlo como empresa cultural humana de las grandes masas [200]   lo ético y lo estético, encarnando esta racionalidad conceptual propia del paradigma del Maestro,   imprimen una determinada especificidad a su axiología.   La vinculación estrecha de los valores ético y estético en la axiología martiana, en los marcos de una concepción unitaria de la cultura, en tanto resultado de la actividad humana y medida del desarrollo del hombre y la sociedad, abre perspectivas nuevas para acceder a la realidad humana y conformar un ideal de racionalidad, como proyecto emancipador que   integra y vitaliza   como sistema orgánico la verdad, el bien y la belleza y junto con ello, el amor, la libertad, la justicia, el honor, la felicidad, la virtud y la dignidad plena del hombre, como valencias cualificadoras [201] de la sociedad que preludia y se esfuerza por realizar.

 

En el ideal de racionalidad martiano, los valores ético y estético y político poseen un status especial.   Esto dimana, además de su misión y oficio, de la singular concepción que posee de la cultura, como resultado y despliegue de la actividad de las grandes masas.   Las determinaciones culturales -y los valores también lo son -no constituyen un acto individual de aprehensión para Martí, sino un proceso social que sin soslayar la experiencia individual propia de cada sujeto, da primacía al movimiento social, en tanto realiza y legitima la acción de las grandes masas. En esta dirección -en mi criterio- es posible comprender la cosmovisión martiana de la subjetividad humana, la axiología y la cultura [202]

 

La inserción de los valores en la cultura - hecho que en mi criterio ya casi nadie niega [203] -y la concepción de esta última como resultado social, del pueblo, funda en Martí una idea nueva que determina una connotación especial al elan humanista que le es intrínseco a su pensamiento. Y esto se pone de manifiesto no sólo en la relación ética -política, sino además en la relación ética- estética y sus mediaciones.

 

En primer lugar existe en Martí una concepción de los valores, penetrada de un sentido de lo real e histórico como proceso que evita que los piense y aborde como arquetipos o a priori, al margen del hacer humano.   Por eso el bien no es tal, porque es algo presupuesto como verdadero, sino porque es bueno en la praxis social.   La belleza no es tal en tanto establecida externamente, sino en tanto acción bella dimanante del comportamiento humano. Al igual que la verdad no es tal, como esencia válida en sí misma, sino como expresión de la realidad para el hombre.   Esto no es practicismo, ni negación de lo universalmente   dado, sino sentido práctico- valorativo, que busca, encuentra y proyecta los valores en el hombre, haciendo historia, en su acción y en la cultura, en que toma cuerpo.

 

Este concepto, de buscar los valores en la realidad, y en su despliegue, como devenir cultural en y por el hombre, como sujeto social, explica el sustrato ético- moral de la estética y política martianas.   En esto se basa su tesis o enjuiciamiento de Espronceda, que en el decir de Martí pudo ser mártir, y no devino siquiera hombre. Subrayo hombre, para destacar cómo en la axiología del Maestro, la eticidad concreta, en las acciones del hombre, constituye su medida, es decir, un parámetro cualificador que define su   status en tanto tal, y esto por supuesto, penetra toda su dimensión cultural-humana, incluyendo expresiones concretas y valores. Y esta idea está tan arraigada en él, que fluye también en su obra, como maestro y educador. Tanto en su correspondencia pública, como de naturaleza intima, Martí enseña; y los motivos de carácter artístico siempre aparecen vinculados a la conducta cívica del hombre. Como su motivo central es el hombre, en toda su integridad, al abordar la esencia y las formas de creación humana con arreglo a las leyes de la belleza, en su discurso subyace también un mensaje de carácter moral.   El sabe que ella en sí, aislada del verdadero ser existencial del hombre, resulta superflua, estéril. En Martí la “belleza” externa, desvinculada de una cultura de los sentimientos fundada en el amor y la bondad, no constituye un valor definidor de la naturaleza humana. Una personalidad, aunque “bella externamente” si no es portadora de sentimientos nobles, de solidaridad humana, desinterés, justicia, dignidad personal, no se realiza como hombre y su conducta resulta rechazada por la propia sociedad en que vive.

 

  En la Edad de Oro, obra   martiana dedicada a formar hombres creadores, con ciencia y con   conciencia, la intención del Maestro se hace patente.   “El niño escribe Martí -ha de trabajar, de andar, de estudiar, de ser fuerte, de ser hermoso: el niño puede hacerse hermoso aunque sea feo; un niño bueno, inteligente y aseado es siempre hermoso.   Pero nunca es un niño más bello que cuando trae en sus manecillas de hombre fuerte una flor para su amiga o cuando lleva del brazo a su hermana para que nadie se la ofenda [204] ...

 

En el lenguaje, simple, sencillo, para niño, el mensaje ético - humanista no falta, ¿Cómo formar al hombre como sujeto, con ciencia, creatividad y con conciencia, si no se cultiva lo esencialmente humano: el sentido del deber, la bondad, el amor al   trabajo, en fin la sensibilidad humana, capaz de transformar lo feo en bello? Más que un simple mensaje es una clave cultural paradigmática, que con visión preclara y de meridiana lucidez, deviene obra fundadora. “Las cosas buenas - dice Martí a los niños en el último número de la Edad de Oro - se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar.   Se es bueno porque sí; y porque allá adentro se siente como un gusto - continúa Martí, identificando lo moral con lo estético- cuando se ha hecho un bien, o se ha dicho algo útil a los demás.   Eso es mejor que ser príncipe; ser útil.   Los niños debían echarse a llorar, cuando ha pasado el día sin que aprendan algo nuevo, sin que sirvan de algo” [205]

 

Con esto, Martí no sólo evoca y predica la necesidad de sembrar y cultivar humanidad en el hombre para que nazca, eche raíces y se multiplique, sino además funda una cultura de los valores, imprescindible para la convivencia social y para el propio despliegue de las energías creadoras que el hombre lleva en sí y desarrolla en función de la sociedad. Así, refiriendo a Buda, enseña a los niños, que no “se ha de reposar hasta que el alma sea como una luz de aurora, que llene de claridad y hermosura al mundo, y llore y padezca por todo lo triste que hay en él, y se vea como médico y padre de todos los que tienen razón de dolor: es como vivir en un azul que no se acaba, con un gusto tan puro que debe ser lo que se llama gloria y con los brazos siempre abiertos” [206]

 

Es que en Martí se capta el bien y la esfera humana en general como medio y fin que supone e impulsa la voluntad, y toda la subjetividad humana en el devenir social.   Los valores morales devienen motivos catalizadores de creación, originalidad y proyección.   Es como si los valores éticos y también estéticos se fundieran en un todo único, interconexionado, al igual que los restantes valores como componentes de la cultura.

 

La plasmación de la axiología como conducta,   inserta en la cultura en todos sus componentes estructurales (valores) y sus expresiones jerárquicas, no es una tarea fácil.   Martí está consciente de ello, y por eso da razones de la necesidad de que los valores morales se conciban como medios, y fin intrínseco al devenir humano, como móviles de perfección   del hombre.   Con esto, el bien, el deber, no aparecen sólo como mandatos de la razón, como a priori, sino que su realización y proyección deben asumirse con satisfacción, con gusto, deseo, pasión, amor y con espíritu de consagración. Por eso no puede ser un fin ni un medio extrínsecos a la naturaleza humana. Deben mover y despertar sensibilidad, que es al mismo tiempo encontrar belleza, placer por la acción o el deber cumplido.   De lo contrario no devienen cultura diaria, ni norma de actuación, ni se encarnan en convicción.   No se integran a la cultural.

 

He ahí la necesidad de comprender el por qué Martí dimensiona el devenir humano como hecho cultural, como empresa eminentemente moral, porque incluso, las expresiones políticas, jurídicas, etc. si se fundan en la cultura y son expresión auténtica del pueblo, resultan bellas, despiertan sensibilidad y gusto estético. Realmente, ante las alternativas; debo hacer esto, o me gusta hacer esto, ¿cual de ella se asume? Martí trata de develar en la realidad, sobre todas las cosas, humanidad, que es al mismo tiempo encontrar bondad y belleza en los actos humanos.   Es asumir lo bueno, lo justo, lo heroico, etc. como manifestaciones bellas a plenitud, en tanto realizan la naturaleza social humana.

 

En este sentido, la acción esencialmente humana es heurísticas [207]   y adquiere una dimensión estética, porque “sólo lo que del alma brota en guerra, en elocuencia, en poesía llega al alma” [208] “(...) Nobles,- refiere a J. J. Palma -son pues, sus musas; patria, verdad, amores...En un jardín, tus versos   serían violetas. En un bosque, madreselvas.   No son renglones que se suceden; son ondas de flores”. [209]   Ondas de flores que nacen de su amor patriótico, como destellos que penetran la razón y los sentimientos y “hacen caminos al andar”. Crean, fundan, porque nacen del hombre y su entorno social y porque son apropiación humana. Convidan, se asumen, encuentran recepción porque despiertan sentimientos, conceptos e ideas humanas.   Con ello se convierten en resortes para la acción y nuevos modos creadores y originales de aprehensión.

 

Esta concepción martiana, al integrar los valores en la cultura, como producción del hombre, en función de la sociedad, sienta premisas teórico-metodológicas para establecer jerarquías y niveles en cuanto a determinaciones del quehacer humano se refiere. La unidad indisoluble entre lo ético y lo estético y el lugar que ocupa en los marcos de su axiología, responde en gran medida al hecho de que Martí es un hombre de pensamiento y acción, que une en su diario hacer misión y oficio. Esto determina en él un concepto .   “La vida - escribe Martí a Joaquín Macal - debe ser diaria, movible, útil; y el primer deber de un hombre de estos días, es ser un hombre de su tiempo.   No aplicar teorías ajenas, sino descubrir las propias.   No estorbar a un país con abstracciones, sino inquirir la manera de hacer prácticas las útiles. Si de algo serví antes de ahora, - enfatiza el Maestro- ya no me acuerdo: lo que yo quiero es servir más. Mi oficio... es contar todo lo bello, encender el entusiasmo por todo lo noble,   admirar y hacer    todo lo grande.. Vengo a ahogar mi dolor por estar luchando en los campos de mi patria, en los consuelos de un trabajo honrado, y en la preparaciones para un combate vigoroso” [210] .

 

En este sentido, la belleza con que Martí capta la realidad y la obra humana, no dimana sólo de la prosa y el verso de un artista, de un poeta, ni del magno discurso de un escritor de talento mayor, ni del hombre hecho estilo, que tanto exalta Unamuno, Sarmiento y Darío. Además de su oficio -que ya es mucho para consagrarlo- existe una misión redentora, un compromiso con la realidad de su tiempo, con su bella isla y la   América nuestra. Sólo un oficio, por   muy grande y trascendente que sea, no es capaz de irradiar luz, “encender el entusiasmo por todo lo noble” y revelar la grandeza humana en toda su magnitud. La misión lo completa, lo dirige a la realidad concreta, busca cauce de realización.   Enseña que al deber -ser no se accede a través del discurso, encerrado en sí mismo, sino se requiere de la acción práctica transformadora, capaz de subvertir la realidad presente y   proyectar y realizar lo que falta y exigen la necesidad y los intereses de los hombres en el movimiento social. Si se desconoce esto -en   mi   criterio- resulta imposible comprender la obra martiana, incluyendo su filosofía y su axiología.   El paradigma martiano y el ideal de racionalidad en que despliega, está mediado por convicciones ideopolíticas revolucionarias tan profundas que no le permiten soslayar las situaciones dramáticas en que se consume y dirime el hombre y la sociedad, para dedicarse al puro oficio de crear.   Es que precisamente su magna obra creadora “que pertenece a los “alumbrados”, [211] en el decir de Gabriela Mistral; es un resultado de haber conjugado en inseparable unidad, misión y oficio” (...) Martí, criatura literaria completa, - enfatizó Gabriela Mistral - amaba sus clásicos y amaba la poesía del pueblo, porque el humanismo no lo disgustó de lo popular, ni lo elemental lo invalidó para lo clásico... Pero el trance del momento era duro, y Martí nos entregaba su poesía verbal cortada aquí y allá del sollozo patriótico o del puñetazo de fuego al tirano” [212]

Martí, hace concretos los valores en el instante mismo en que los trae al   quehacer humano -social, y le trasmite sentido práctico, razón, inspiración y sensibilidad “(...) y puso poesía castellana- refiere a Antonio   Sellén- cuanto hay de enérgico y hermoso en los poetas nuevos.   Ennobleció el destierro con un trabajo constante, templado por un carácter que no empañó nunca la malicia, y embellecía la pasión por la hermosura ideal, que lo tuvo siempre en un estado de íntimo deleite; más grato que los goces volubles del mundo. Era hombre de notable cultura y de juicio sagaz; pero el corazón se le inflamaba, aún en los últimos años, cuando veía volar un pájaro libre sobre su cabeza, o deshacerse una nube por el cielo azul...Fue tierno y sentido, y notable por la pureza de sus deseos, el fervor de su caridad, humana, y sus simpatías con todo lo ingenuo y poético del mundo” [213]

 

Los valores que enseña, cultiva y transmite Martí, tanto en su verso como en su prosa, no son entes abstractos, sino consustancial al despliegue humano, en fin, integrados a una cultura de la razón y de los sentimientos. [214] Por eso en su discurso no sólo invoca y busca valores humanos, sino que los descubre. Pero en un “encontrar”, que es más que todo un ininterrumpido tránsito del ser al deber -ser, como proyección humana, como remisión a la imaginación y a la creatividad cultural del hombre.

 

En esta dirección., a Martí no le interesa tanto qué es el hombre y cuáles son los valores, sino más que todo cómo deviene   su naturaleza humana, constituida en un sistema de valores dinámicos, fluidos, en tanto expresión social. Sólo a partir de esta concepción de los valores adquieren trascendencia y vigencia. Trascienden porque son valencias sociales y formas aprehensivas de conductas sociales hechas cultura.

 

Esto no significa la existencia en Martí de una actitud nihilista hacia los valores universales, ni una concepción practicista, pragmático -utilitarista de los mismos.   Todo lo contrario. [215]

 

En su obra constantemente aparece la referencia a los valores universales, a sus conceptos e ideas.   Significa simplemente que su concepción de los valores -por razones ya explicadas y reiteradas- se funda en una intelección propia, que se integra a la cultura del pueblo.

 

La inserción martiana de los valores como atributos cualificadores de la subjetividad humana, integrada a la cultura y como creatividad cultural social del hombre no sólo explica los fundamentos de su trascendencia en la axiología del Maestro.   Da cuenta además de la especificidad propia del filosofar martiano   en término de discurso vital, enérgico, siempre en función del hombre y la sociedad. Explica también su genio visionario para discernir la realidad presente y proyectar lo por venir.   Pone de manifiesto, su gran poder revelador de esencia para ver más lejos y dimensionar realidades que ante sus contemporáneos pasan inadvertidas.   Esto, por supuesto, no tiene lugar sólo en su ideario político -que ya de por sí le consagró y devino jefe máximo de la guerra del 95 - sino en múltiples aristas del quehacer humano.   Su capacidad de discernimiento humano para penetrar en determinadas personalidades históricas y descubrir obras paradigmáticas y fundadoras, también imprime vigencia y trascendencia a los valores, y junto con ello actualiza la memoria histórica que es forjar y vitalizar la identidad nacional y humana.   El análisis de Luz y Caballero no es el único caso, pero es demostrativo. Con una frase lacónica, pero llena de sentimiento y razón lo define: “sembró hombres” (...) demandó con la fruición del sacrificio todo amor a   sí y a las pompas vanas de la vida, nada quiso ser para serlo todo, pues fue Maestro y convirtió en una sola generación un pueblo educado para la esclavitud en un pueblo de héroes, trabajadores y hombres libres... Supo cuanto se   sabía en su época; pero no para enseñar que lo sabía, sino para transmitirlo”. [216] Y de Mendive, con sólo una oración interrogativa da vigencia y trascendencia a una tríada de valores que Martí expone en un todo único revelador del bien, la belleza y la verdad: “¿Y cómo quiere que en algunas líneas diga todo lo bueno y nuevo -interroga Martí- que pudiera yo decir de aquél enamorado de la belleza que la quería en las letras, como en las cosas de la vida, y no escribió jamás sino sobre verdades de su corazón y sobre penas de la patria?” [217] .

 

Obra fundadora y cultural en todo su sentido y definición, también revela en Heredia, un modelo en cuanto a definición valorativa se refiere.   Un alma,   una virtud, devenida cultura de cubanía descubre en el cantor del Niágara. “¿Cómo no habían de amar las mujeres -pregunta Martí -con ternura a aquel que era cuanto el alma superior de la mujer aprisiona y seduce: delicado, intrépido, caballeroso, vehemente, fiel, y por todo eso, más que por la belleza, bello” [218] Para quien no conozca la esencia del humanismo martiano, la interrogante caracterizadora de Heredia pasa inadvertida, no revela su espíritu creador ni la dimensión cultural en que se sustenta también su concepción de los valores morales, incluyendo el sentido estético que la anima.   La determinación moral no deviene cauce prefigurante rígido, al igual que su connotación estética.   Se advierte cómo calidades morales, en síntesis, devienen expresiones estéticas -define lo bello como compendio de rasgos humanos, como delicado, intrépido, caballeroso, etc.- y aunque paradójico, de la belleza, no deduce lo bello, sino de cualidades ético - morales.   Es que Martí -y esto define en gran medida su discurso- piensa la realidad a partir del hombre, la actividad humana y su determinación en la cultura.   Por eso no tiene que esforzarse para encontrar lo bello, [219] en la realidad; lo aprehende revela y fluye porque es al mismo tiempo descubrir humanidad, contenido, sentido y potencialidades humanas de realización.   En   ello existencia y conciencia integran un proceso del devenir humano en la aprehensión práctico -espiritual de la realidad.

 

Martí   revela belleza en la realidad que asume porque es sensible y posee humanidad, porque devela esencias, interioridades del hombre y la sociedad trasuntadas en la cultura.   En este concepto resulta posible comprender por   qué se preocupa tanto por exaltar y dar vigencia a los valores humanos encarnados en obras y hombres paradigmáticos, así como el sentido de sus tesis de que honrar honra: la cultura como condición de la libertad; la pasión y la ternura como premisas de todo proyecto humano y social, la virtud, el decoro y la dignidad, como esencia consustancial al hombre.

En Heredia ve al “genio de noble República, a quien sólo se le veía lo de rey cuando lo agotaba la indignación o fulminaba el anatema contra los serviles del mundo y los de su patria” [220] Dando vigencia social y trascendencia al modelo de valores que sintetiza Heredia, define”... dos clases de hombre: los que andan de pie cara al cielo, pidiendo que el consuelo de la modestia descienda sobre los que viven sacándose la carne, por un pan más o pan menos, a dentelladas, y levantándose por ir de sortija de brillante, sobre la sepultura de su honra: y otra clase de hombre, que van de hinojos, besando a los grandes de la tierra el manto” [221]

 

En la axiología martiana hay optimismo como todo humanista que confía en el hombre y en sus posibilidades de perfeccionamiento y creación; pero no un optimismo exacerbado que soslaya los atributos negativos de las acciones y conductas humanas. Estos atributos son asumidos de modo crítico y estigmatizados al mismo tiempo como no inherentes a lo verdaderamente humano y como males que no se integran a la cultura.   Sin embargo, como maestro al fin, y hombre fundador, no sólo critica el mal, sino además y sobre todo proclama el bien y lo cultiva para que prevalezca.   El sabe que”... odian los hombres y ven como a enemigo al que con su virtud le echa involuntariamente en rostro que carecen de ella... [222] Y es necesario e incuestionable para Martí actuar con respeto y humanidad para no herir sensibilidades. Cuando se le ofende al hombre su decoro y dignidad que es al mismo tiempo befar su integridad humana, más que cultivar en él   el bien, lo bello, lo verdadero ; valores permanentes en la humanidad del hombre, se mata su naturaleza humana y las “semillas dormidas” que siempre esperan terreno propicio para germinar.   Se trata entonces -según el espíritu y el mensaje que anima la axiología martiana- de obrar con humanidad para que crezca y se imponga sobre la maldad, el egoísmo y todo lo que de animalidad-concebida por Martí como no permanente, sino transitorio - pueda anidarse en el hombre.   Esta concepción axiológica está enraizada en el hombre y en la confianza de la “grandeza de sus entrañas, pero ello evoluciona, como parte esencial del   todo, en correspondencia con la evolución de la totalidad de su pensamiento.   Si ciertamente son los valores el núcleo central que lo anima durante toda su vida, en la etapa de madurez teórica e ideológica, aparecen nuevas mediaciones y matices que la hacen más concreta.   Es fácil encontrar en Martí, en cualquiera de sus etapas evolutivas de desarrollo, la búsqueda de la ley del progreso del hombre, sobre la base de las fuerzas que lleva en sí y que sólo precisa revelarlas y cultivarlas.   En esta concepción, la impronta del naturalismo romántico está presente con sus especificidades, incluyendo su concepción unitaria del ser y los valores del hombre; sin embargo,   el hombre para el Maestro, es lógica y providencia de la humanidad, es decir, es sujeto.   Con esto establece   límites, que rebasan los marcos de las influencias y transita y accede a nuevos niveles de la realidad, o sea, al naturalismo - sin desecharlo- se impone el papel de la subjetividad, de la actividad humana, en fin, de la axiología de la acción.

 

Por otra parte, junto a la radicalización de su pensamiento político - si bien el núcleo central de su axiología, permanece - los valores y las valoraciones adquieren más concreción en cuanto al alcance y proyecciones sociales se refiere.   Así, en Patria 8 de diciembre de l894, refiriendo al pintor cubano Joaquín Tejada después de señalar la dicha de ser de nuestra patria; señala: “el mundo es patético, y el artista mejor no es quien lo cuelga y recama, de modo que solo se le vea el raso y el oro, y pinta amable el pecado oneroso, y mueve a fe inmoral en el lujo y la desdicha, sino quien usa el don de componer, con la palabra, o los colores de modo que se vea la pena del mundo, y quede el hombre movido a su remedio. Mientras halla un antro, no hay derecho al sol” [223] .

 

Estas ideas recuerdan su crítica al “realismo” positivista en el arte, de su etapa de México o del Liceo de Guanabacoa, pero ahora con mayor alcance social, lo cual se pone de manifiesto en la propia valoración que hace del artista cubano. “Ámese -escribe Martí- puesto   que ama al hombre, al artista nuevo de Cuba, al que padece de la pena humana, y no tiene pinceles para los vanos y culpables   de la tierra, sino para los adoloridos y creadores” [224] .

 

Hay un reclamo de amor hacia el pintor cubano por Martí, no sólo porque ama al hombre y padece de la pena humana- que para algunos pudiera parecer abstracto - sino porque no tiene pinceles para los vanos y culpables de la tierra, sino para los adoloridos y creadores .

 

Continúa Martí buscando la ley del progreso humano y sus valores, pero aparecen nuevas vías de acceso de penetración en la esencia del problema.   Hay una toma de partido por un sector de hombre que considera sujeto verdadero de realización humana: los adoloridos y creadores, los desdichados y los mansos, en fin, los humildes, las grandes masas del pueblo, y con ellas echa suerte.

 

Ya no se trata como en Luz -lo que no resta valor al Maestro de todas las ciencias-, preparar la juventud de la clase de los hacendados para ganar la libertad”, pues la guerra del 68 ha transformado el estado de cosas y engendrado nuevos sujetos.   El problema es otro y Martí tiene conciencia de ello.   El pueblo, las grandes masas han devenido sujeto portadores del ideal emancipador y a dicho sujeto se dirige el discurso del Maestro.

 

Su labor conciliadora de fuerza, en pos de la unidad en torno al Partido Revolucionario Cubano, y su República proyectada “con todos y para el bien de todos”, encarna el ideal de las grandes masas.   Su proclama: “Somos los pinos nuevos”, expresa ese nuevo concepto del sujeto de la revolución.

 

Esta concepción, resultado de un proceso histórico, con todas sus mediaciones,   determinantes y condicionamientos, influye en la orientación y alcance social de la axiología martiana.   Es un elemento esencial, sobre el cual se funda la inserción de los valores en la cultura, entendida ésta como producción social y medida del desarrollo. Esto naturalmente encuentra expresión real en   la concepción de la revolución y absoluta confianza en sus portadores”. “La revolución en Cuba- escribe Martí- no es una tiranía; es el alma de la Isla.   No   es una conspiración: es el consentimiento táctico y unánime de lo más viril y puro del país: el actual movimiento revolucionario no tiene su fuego en el trato secreto con éste o aquel núcleo de revolucionarios conocidos, sino en la confianza que ha logrado inspirar a la gran masa, a la masa de rifle y corazón, en la espera sorda y crecimiento de lo bueno y bravo de Cuba... En el ánimo de la Isla se ha trabajado, no en el compromiso de esta o aquella cabeza conocida... El espíritu del país es nuestro cómplice... [225]

 

La concepción martiana de la revolución y su proyección programática emana de un nuevo ideal de racionalidad que deviene autoconciencia cultural de nuevos sujetos.   Por eso más que un acontecimiento político puro, es una empresa cultural, donde lo político, lo ético y lo estético se interpenetran e implican recíprocamente.

 

Al mismo tiempo,   su axiología se inserta a una concepción cultural concreta. Fija una obra humana en tiempo y espacio y afincada en un proyecto emancipador de naturaleza nueva y legítimos propósitos: “(...) crear un pueblo nuevo, sobre la ruina moral de la colonia, con las virtudes desenvueltas en el esfuerzo continuo por echarla abajo” [226]  

Pero no se queda aquí, fija posiciones y emite juicios valorativos, que dan cuenta de un sesgo diferenciador y específico.   “Los cobardes -escribe Martí- temen hacer justicias y a decir la verdad de los pobres.   De las entrañas, conmovidos aún de tanta grandeza ha de brotar, para esperanza de Cuba, la verdad de los pobres! Tu pueblo, Oh patria, no necesita más que amor!- y la guerra, lo que tu pueblo le ha dado.” [227]

 

“La verdad de los pobres, para esperanza de Cuba”, expresión que en disímiles formas reitera Martí, deviene en él contenido práctico y sentido de su proyecto político- cultural de inagotable valor heurístico.   No se trata de una frase más.   Expresa un concepto, que asume un sujeto y lo define como fuerza propulsora de creación y revolución, de cuyo desenvolvimiento y despliegue depende el destino de Cuba.   Esta idea no es sólo una expresión política, encierra un contenido cultural de largo alcance y hondura teórica. Por eso abre nuevos cauces de realización al ideal preludiado, y nuevas mediaciones a su pensamiento axiológico.   Un pensamiento que arrancando de la naturaleza social del hombre, y la cultura, funda su ideal de racionalidad humana. Y esta idea referente a la esencia social de la cultura y del hombre, más que premisa es núcleo interpretativo para comprender en su justa razón el discurso de Martí y su concreción esencial en la axiología.   El Martí axiólogo por antonomasia, no surge por generación espontánea.   Su discurso que integra en unidad inseparable misión y oficio, asume como problema central la ley del   progreso humano, la ascensión del hombre, su trascendencia, y encuentra en los valores vías de acceso y cauces culturales de revelación y cultivos humanos.

 

Tanto su oficio como artista, creador, maestro; como su misión, encarnados en un ideal de redención humana, determinan en gran medida el fundamento axiológico de su pensamiento.

 

A Martí - y su obra lo atestigua- ningún valor humano le resultó extraño para la formación humana.   En su axiología, están presentes valores de carácter científicos, filosóficos jurídicos, políticos, económicos, religiosos, lógicos éticos, estético, etc. así como su permanente propósito de darle vigencia   social y trascendencia.

 

Es indudable que estamos en presencia de un humanismo auténtico, que parte de las raíces -la revelación del ser de nuestra América-   y da cuenta de ellas con ímpetu ecuménico.   De un humanismo fundador trascendente, cuya racionalidad humana -sin perder de vista las múltiples aristas de la espiritualidad del hombre -encuentra en los valores y la cultura sus cauces supremos de realización, en términos de una axiología de la acción [228] , cimentada en una ética concreta del devenir humano.

 

En los momentos actuales, cuando el escepticismo histórico cunde y pulula en la arena internacional, cuando no faltan los intentos de negar la historia, los valores, la cultura, la tradición, la memoria histórica, la razón, los proyectos de emancipación social y el progreso, la racionalidad se impone como necesidad de preservar no sólo la identidad nacional, sino también la identidad humana.   En tales condiciones, el programa pedagógico martiano y el ideal de racionalidad que le es consustancial, adquieren más que nunca contemporaneidad y vigencia social.

 

Su pensamiento - una eterna poesía de amor, de lucha, de dación humana y consagración social- continuará alumbrando el camino del hombre.   Su desbordante espiritualidad seguirá siendo fuente nutricia de aprehensiones y sueños, “¡Con luz de estrellas!” [229]  

 

Notas:

[129] A. Gramsci.- El materialismo Histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Edición Revolucionaria. T.1. La Habana 1966,p.30.

[130]   Ibidem

[131] Ibidem

[132] Ibidem

[133] Ibidem

[134] Ibidem

[135] Ibidem. pp.31-32

[136] Ibidem. p. 33

[137] Ibídem . p. 31

[138] Ibidem.

[139] Ibidem. P. 18

[140] Ibidem

[141] Ibidem p.17

[142] Gramsci, A. Cuadernos de la Cárcel 4. Ediciones Era, S.A. México, 1986,p.245

[143] Ibidem p. 247

[144] Ibidem.

[145] Ibidem p.248

[146] Hecho por Lic. Gerardo Luis Lugo Rengifo. No aparece la fuente.  

[147] Ver Tesis sobre Feuerbach de Marx,   y La Ideología Alemana (1er. Capítulo).

[148] 1. En el primer caso, el ejemplo es Friedrich Nietzsche   y en el   segundo, el proyecto de un sistema absoluto de G. W F. Hegel.

[149]   Manuscrito inédito traducido por Hermes Clavería.  

[150] Morin, E   y otros. Educar en la era planetaria. Gedisa Editorial, Barcelona, 2003, p.p. 18 – 19.

[151] “Elan vital. Según Bergson, la conciencia en cuanto penetra en la materia y la organiza realizando en ella el mundo orgánico”. (Abbagnano. Dic. Filos. P. 374.)

En mi caso lo empleo como cauce, espíritu, sentido integrador esencial…

[152] Podrán notar que en la síntesis de   los resultados que se presenta, la parte concerniente a Carpentier, ocupa mayor extensión. Las razones que justifican esta decisión, responde al hecho que es una de mis últimas investigaciones, donde el sentido cultural aprehensivo expresa mayor madurez.

[153] Concebida la Ecosofía como saber integrador ecologizado, cuyo objeto es la sabiduría para salvar nuestro planeta Tierra, y con él, a la humanidad.

[154] Algunas ideas desarrolladas en esta investigación son resultados de muchos años de trabajo en torno a la obra   filosófico – pedagógica martiana, cuyos resultados aparecen dispersos en diversos ensayos publicados, o en proceso de publicación.

[155] La ecosofía es una corriente que, dentro de la ecología y a fines del siglo XX, rebasa la posición antropocéntrica del movimiento ecológico, involucrando su dimensión espiritual y global. Ve también la necesidad de tomar medidas no sólo para la protección del medio ambiente, sino de impulsar un cambio profundo de la visión del mundo, que retorne a los principios universales.   Sobre esto puede visitarse el sitio: www.ecologiasocialnqn.org.ar

La concepción de la formación humana en Martí,   está permeada de sentido ecosófico, en la medida que no separa el hombre de la naturaleza, de su hábitat. Su obra se sintetiza en un saber ecosófico complejo para la formación del hombre con ciencia y con conciencia. No importa que el término no se empleara en su época y que sea de reciente uso. Lo importante y necesario es   el contenido de un discurso ecosófico -   humanista, que lo convierte en guía espiritual para la formación humana.

[156]   Martí, J. Juicios. Filosofía. O. C. T. XIX.   Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1964,   p. 362.

[157]   Martí, J. Cuaderno no. 2. Editorial Nacional de Cuba, La Habana,   1965, p. 57.

[158] Ibídem p. 53.

[159] Martí, J. Kant y Spencer. O.C. T. 19 Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1954, p. 369.

[160] Martí, J. Cuaderno No 2, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1965, p. 54.

[161] Martí, J. Juicios. Filosofía. O. C. T. XIX.   Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1964, p. 364.

[162] Martí, J. Juicios. Filosofía. O. C. T. XIX.   Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1964, p. 364.

[163] Su concepción del hombre, el sentido de la vida y los valores que le sirven de cauces de realización humana.  

Logra en función del objetivo propuesto, "situar a Martí en su mundo, mostrando su mentalidad y eticismo, y las corrientes de cultura que alcanzó y reflejó".   El autor devela los caracteres de cubanidad, americanidad, hispanidad y universalidad del Maestro, incluyendo la dimensión filosófica y sobre todo la axiología que encauza su programa filosófico-pedagógico.   Con gran maestría Medardo Vitier descubre los temas esenciales, subalternos y ocasionales en la obra del apóstol.

[164] El sentido histórico-cultural -inmanente a su estilo- aflora espontáneamente en su aprehensión martiana.   Sencillamente hay que ser sensible -y M. Vitier lo fue en grado sumo- para captar sensibilidad y ésta se percibe culturalmente  

[165] Vitier, M. Valoraciones II. Universidad Central de Las Villas, 1961, p. 98.

  No obstante eso, existen valiosos trabajos, que como vías de acceso y aproximación, constituyen una contribución a la solución del problema: De Jiménez-Grullón, J.   La filosofía de José Martí.   Universidad Central de Las Villas, 1960; Jorrín, M. Martí y la filosofía, La Habana, 1951;   Pinto Albiol, C. El pensamiento filosófico de José Martí y la Revolución Cubana, La Habana, 1940;   Salomón, N. En torno al idealismo de José Martí.   Anuario CEM No. 1 La Habana, 1978; Toledo Sande L. Ideología y práctica en José Martí. Edit. C. Sociales, La Habana, 1982; Ronda , A. Esencia filosófica del pensamiento democrático-revolucionario de José Martí.   Anuario del CEM No. 3/1980; Pupo, R. Identidad y subjetividad humana en José Martí. Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco, México, 2004.; Humanismo y valores en José Martí. Monografías. com. ; y Aprehensión martiana en Juan Marinello. Edit. Academia. La Habana, 1998.  

[166] Vitier, M. Martí, estudio integral, La Habana, 1954, p. 281.

[167] La tradición existe y se despliega temporalmente, gracias a la actividad de los hombres que la construyen y a la cultura   que la fija y le aporta eficacia. La tradición sólo se muestra y funciona, inserta en la cultura y como parte o componente de ella. Pero una cultura siempre mediada por la temporalidad histórica y expuesta a sus cambios y alteraciones.

Por eso la tradición deviene perenne movimiento: presente-pasado, pasado-presente, pasado-presente-futuro. Es como una mediación dialógica ininterrumpida, inmanente al quehacer humano. En síntesis, el hombre piensa el presente con referencia al pasado para mejorar y sobre esta base proyecta el futuro, lo porvenir; por supuesto, también para mejorar, para ascender culturalmente . Esto determina el valor social de las tradiciones y la necesidad de revelarlas y trabajarlas en función de la   formación humana.

La tradición como historia humana hecha cultura se mueve en la temporalidad. En su advenir y devenir, se altera, cambia; se afirma, se rescata, mueve, o se continúa y enriquece en tiempos nuevos. Es una realidad viviente, empíricamente registrable o no, pero al mismo tiempo, innegable, pues como decía Marx, las tradiciones merodean como duendes en la cabeza de los hombres. (Pupo, R. Tradición, historia, cultura y sus mediaciones. Ensayo inédito)

[168] Ibídem, p. 318.

[169] Ibídem.

[170] Citado por Vitier, M. Valoraciones II. Edición citada, p. 99.

[171] Ibídem, p. 101.

[172] Martí, J. Juicios. Filosofía.Tomo XIX. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1964, p. 362.

[173] Martí, J. El poema del Niágara, O.C. T. 7. Edit. Nal. de Cuba, La Habana, 1962, p. 232.

[174] Martí, J. Cuadernos de Apuntes, O. C. T. 21 Edit. Nal. de Cuba, La Habana, 1965, p. 54.

[175] Ibídem, p. 55.

[176] Martí, J. Henry Ward Beecher, O. C. T. 13. Edit. Nal de Cuba, La Habana, 1964, p. 34.

[177] Ver Martí, J. Libros, O. C. T. 18. Edit. Nal de Cuba, La Habana, 1964, pp. 290-291.

[178] Ibíd. p. 765.

[179] Martí, J. Juicios. Religión. Hombre del campo. Obras Completas. T. 19. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1964, p.383.

[180] Martí, J. Juicios. Filosofía. T. 19. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1964, p. 361.

[181] Ibídem,   p. 363.

[182] Ibídem, p. 363.

[183] Vitier, M. Valoraciones II. Edic. citada, p. 102.

[184] Vitier, M. Notas para una formación humana.   Valoraciones II. Universidad Central de Las Villas, 1961. pp. 104-105.

[185] Ibídem, p. 104.

[186] Ibídem, p. 105.

[187] Vitier, M. Lo que busca Augusto Comte.   Valoraciones II. Edic. citada, p. 257.

[188] No olvidemos el significado sociocultural y el sentido utópico realista que tiene esa frase en M. Vitier (Ver primer capítulo, epígrafe No. 7 del presente libro).

[189] Vitier, M. Actitud. Valoraciones I. Edic. cit. p. 6.

[190] Ibídem, p. 8

[191] Vitier, M. José de la Luz y Caballero como educador. Santa Clara, Cuba, 1956, p. 56.

[192] Vitier, M. Martí, estudio integral. Edic. citada, p. 299.

[193] Cuando hablamos de valencias sociales nos referimos a los valores hechos cultura, culturalizados; es decir, valores estables que se convierten en normas de conductas y de convivencia social. Este término se utiliza mucho por los axiólogos y estetas españoles, particularmente por Arregui, J. El papel de la estética en la ética. Revista Pensamiento no. 44, Madrid, 1998.

[194] Naturalmente no concibo el paradigma solamente en la acepción teórico-científica, como cuadro científico de una época, referente sólo a un modelo científico, sino además incluye en él las esferas de las restantes formas valorativas de la conciencia social, incluyendo por supuesto a la filosofía, pues el hombre no aprehende la realidad, sólo a través del conocimiento.   Por tanto es posible referirse a un paradigma científico, ético, o estético, o humanista, que integra varias facetas de la condición humana.

[195] José Martí; La delegación del Partido Revolucionario Cubano a los clubes, Julio, l893. O.C. T.2 Edit. Nal. de Cuba, La Habana, l963 pág. 359. El subrayado es mío. R.P.

[196] Ibídem.

[197]   Ibídem.

[198] Cuando refiero al paradigma martiano se tiene presente cómo su filosofía deviene pedagogía revolucionaria para la formación humana, a través de la acción comunicativa y concretada en la axiología de la acción. Se trata de un ideal de racionalidad humana, permeado de razón utópica realista, conducente a la creación de una cultura del ser existencial capaz de guiar al ser humano y prepararlo para el trabajo creador y la vida con sentido. Cintio define la axiología de la acción como eticidad concreta, teniendo en cuenta la jerarquía que ocupa lo ético en relación con los restantes valores.

[199] En mi criterio el ideal de racionalidad es el modo de existencia del paradigma, y éste, como modelo, tipo de aprehensión práctica “espiritual de la realidad, y expresión de la cultura de la época deviene síntesis de la actividad humana, en sus dimensiones cognoscitiva, práctica, valorativa y comunicativa.

[200] De las entrañas, conmovidas aun de tanta grandeza, ha de brotar, para esperanza de Cuba, la verdad de los pobres. ¡Tu pueblo, Oh patria, no necesita más que amor!- y la guerra, lo que tu pueblo le ha dado...Hay que crear un pueblo con las virtudes desenvueltas en el esfuerzo...y hay virtudes conque crearlo”. (José Martí: “El viaje del Delgado a la Florida”. 28 de Dic. 1893. O.C.T.2 Edit. Nal. de Cuba. La Habana, 1963, Pág. 471).

[201] Me refiero a valores hechos cultura, integrados a ella, de tal forma, que se revelan como fuerzas esenciales hasta convertirse en normas de conducta y de convivencia social estables.

[202]   Hago énfasis en esta arista importante del problema, porque no han faltado” caza -sistemas”, que han querido derivar del paradigma martiano anticipaciones de los credos personalistas,   existencialistas, fenomenologistas y axiologistas contemporáneos.   Además de otras orientaciones eticistas y esteticistas del siglo XX. Con esto no estoy proyectando, en modo alguno una actitud de absoluto nihilismo sobre estas corrientes, escuela y tendencias, sino más que todo estableciendo diferencias específicas.  

[203] Sí existen criterios disímiles en su jerarquía y determinaciones dentro del todo (cultura). Algunos dan primacía a uno respecto de otro, en función de su concepción del mundo y otras condicionantes.

[204] José Martí: “La Edad de Oro”. O.C.T. 18 Edit. Nal. de Cuba. La Habana, 1964, pp.30l  

[205] Ibídem. pp. 455.

[206] José Martí: “Un paseo por la tierra de los Anamitas, La Edad de Oro. Edit. citado, pág. 466

[207] En el sentido de la búsqueda perenne de potencialidad humana, y despliegue creador de su ser esencial en los marcos de la cultura en que se afirma y adquieren existencia real los valores.

[208] José Martí: Carta a José Joaquín Palma. O.C. T.5 Edit. Nal. de Cuba. La Habana, l963, Pág. 94

[209] Ibídem. pág.96.

[210] José Martí: Carta a Joaquín Macal. O.C.T. 7 Edit. Na. de Cuba. La Habana, 1963, pág 97. El subrayado es mío. R.P

[211] Gabriela Mistral: Versos sencillos. Dirección de Cultura, La Habana, 1939. p2.

212 1 Ibidem pág. 16. Y Gabriela Mistral vio en él también al hombre de oficio y de misión: “Los comentadores políticos del Maestro se complacen en verificar las adivinaciones de política social que él llegó a tener y que forma parte de su legado para nosotros.   Así mismo los poetas podemos decir, que falto de tiempo para dejarnos todos los temas ya surcados, su índice grande de capitán nos marcó cuáles suelos estaban baldíos, en espera de su arador. Todo lo previó cuando no lo proveyó; hacia los puentes más borrosos del horizonte echó su lumbrada y lanzó en esa dirección a los suyos.   El ayudó a Rubén Darío antes de que éste naciera, con un claro consejo de poesía; él también instó a los nativistas antes de que llegaran ¡Padre Martí, padre real, granero del apetito pasado y del hombre futuro, troje de lo que seguimos   viviendo, que es oscura de cuanto queda en ella todavía por desentrañar y es claro por el nivel del que aprovechamos, cogiendo el trigo a la luz del día de hoy!” (Ibídem, pág 16-17).

[213] José Martí: Antonio Sellén. O.C. T.5 Edit. Nal. de Cuba, 1963, pág 159.

[214] Tiene razón J. Vicente Arregui, cuando señala: “... los valores sólo rigen realmente en una sociedad en cuanto que se   hacen cultura.   Pero en cuanto hechos cultura, los valores pierden su olímpica dignidad porque una cultura es siempre una cultura entre otras culturas... Los valores sólo rigen en cuanto que enculturizados, en cuanto que realizados de uno de los modos posibles” (J. Vicente Arregui: El papel de la Estética en la Etica. Revista Pensamiento No. 176. Vol. 44 Oct Dic., 1988. Madrid, Pág. 451.

[215] “El hombre, que lleva lo permanente en sí ha de cultivar lo permanente; o se degrada y vuelve

  atrás, en lo que no lo cultive.   A lo transitorio se esclavizan y venden los que no saben descubrir en si lo superior y perdurable: los que en la lealtad de los afectos íntimos, en el empleo libre y laborioso de sus fuerzas, en la persistencia y triunfo de las obras de belleza y virtud, en el deleite de penetrar la composición y juego de la naturaleza” (José Martí: Juan J. Peoli. OC.T. 5 Edit. Nal. de Cuba, La Habana, l963, pp. 284).

[216] José Martí; Cartas inéditas de José de la Luz. O.C.T. 5. Edit. Nal. de Cuba. La Habana, l969 pp.249.

[217] José Martí: Rafael María de Mendive, O.C. 5 Edit. Nal, de Cuba. La Habana, l969 pp.250.

[218] José Martí: Heredia O.C.T. 5 Edit. Nal. de Cuba, La Habana, l963 pp. 174, lo subrayado es mío R.P. Lo hago para destacar cómo en Martí, en la dimensión humana, lo ético y lo estético se fundan   en unidad, a tal punto que lo bello, no es tal por la belleza, sino por integrar atributos que cualifican la conducta moral y otras cualidades de la naturaleza del hombre.  

[219] Entiéndase no en el sentido de “embellecer” la realidad con expresiones artístico-literarias. Su talento artístico de alto vuelo, por supuesto, es un elemento a tener en cuenta. Tampoco se trata de “embellecimiento” de la realidad a partir de confundir e identificar el ser con el deber- ser-.   El sentido es otro, que proviene de la revelación del ser esencial humano, sobre la base de la determinación cualificadora de los valores en la cultura, por cuanto aquellos (los valores) sólo advienen y devienen en tanto enculturizados, es decir, insertos en la cultura.   Esto determinan la unidad indisoluble e interpenetración de los valores ético y estéticos y el lugar de ellos, su jerarquía específica, respecto a los restantes valores componentes de su axiología.

[220]   José Martí: Heredia. Obra. Citada pp. 171.

[221] Ibídem. El subrayado es mío: R.P.

[222] José Martí: Juan Carlos Gómez. O.C. T. 8 Edit. Nal de Cuba. La Habana, l963, pág. 190.

[223] José Martí: Joaquín Tejada O.C.T. 5. Edit. Nal. de Cuba. La Habana, l963. pp.285.

[224] Ibídem. pág. 287.   El subrayado es mío. R.P. Se hace para fijar jerarquía, niveles y diferencias y llamar a la reflexión al lector.

[225] José Martí: “El alzamiento y las Emigraciones, De Patria, Nueva York, el Nov. de 1893. O.C.T. 2 Edit. Nal. de Cuba, La Habana, l963 pág. 433

[226] José Martí: El viaje del Delgado a la Florida, de Patria, Nueva York, 28 Dic. de l893. O.C. T.2. Edit. Nal. de Cuba , La Habana, l963, pp. 471.

[227] Ibídem.

[228] Reiteramos que la axiología de la acción, que Cintio Vitier identifica en Martí con la eticidad concreta, refiere al sistema de valores para la formación humana, en los marcos de los espacios comunicativos.

[229] José Martí: Versos libres, Obras Completas. T. Edit. Nal. de Cuba, La Habana, l964,p.169

Rigoberto Pupo Pupo ©2008 Rita M. Buch Sánchez
La filosofía en su historia y mediaciones

Instituto de Educación Superior “José Martí” de Monterrey.
Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana.
Todos los derechos reservados Editorial Sintaxis
ISBN: 1405-308XCU
Gentileza, para Letras-Uruguay, del Dr. Rigoberto Pupo Pupo

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