Juana de la melancolía Crónica de Dora Isella Russell Suplemento dominical del Diario El Día Año XXVI Nº 1802 (Montevideo, 19 de noviembre de 1967)
Juana de Ibarbourou Óleo por Barthold |
" ¡Como mi nombre es repetido: Juana! / ¡Cómo se ha dicho para el mal y el bien...! " Es verdad. Ningún otro más conocido que el de Juana de Ibarbourou en la poesía de toda Hispanoamérica. Porque esta mujer es un mito. Porque esta mujer es una leyenda. Pero es también, una mujer. Una mujer que calzó "la sandalia viva de la primavera", y vio luego pasar los años y deslizarse “como in río lento / sobre la tibia mano de la vida". Una mujer que ha sabido otoñar, y vencer: vencerse a sí misma, vencer el prestigio de una juventud resplandeciente, y erguirse triunfadora bajo el sol del tramonto, aunque pese sobre su corazón “un calendario ya con pocas hojas". Aquella de Las lenguas de diamante inauguró su gloria. Pero ésta de hoy, tiene más hondura, más conciencia, más grandeza, más esplendor intimo, en el enriquecimiento del tiempo vivido y la sabiduría decantada por la experiencia. Juana de Ibarbourou representa un caso singular en la Poesía del continente. Es el ejemplo cabal del creador genuino, el escritor de raza que no podrá hacer hasta el fin de sus días otra cosa que eso: escribir, escribir renovándose, escribir siempre, porque para ello vino a la vida bajo un signo de elección misteriosa. Ha corrido el tiempo dando respuesta a las interrogantes que el imperecedero libro inaugural planteara en 1919. ¿Cómo sería la trayectoria de la poetisa que aparecía en ascensión meteórica, podría perdurar el resplandor de los comienzos, podría superar el peso de sus propias alas?¿Sabria encauzar la exuberancia y el ardor vital, llegada la hora, por caminos que demostraran que había en ella algo más hondo que una intuitiva y sensual exaltación de juventud? Identificado su canto con el verano jubiloso y exultante, encarnación de las potentes fuerzas dionisíacas de una naturaleza más cerca de la Hélade que del huerto meditabundo de los místicos, cuando por fuerza ineludible deba evolucionar, ¿podrá hacerlo y evadirse de esa imagen avasallante fijada por su misma voz única? La propia autora tiene, desde el principio, la preocupación del futuro, la angustiada pregunta del mañana, aunque quiera negárselo: “Mañana... Mas, ¿quién piensa de veras en mañana?" (“La pastora”, L. L. de D.); "Mas pagar tu desvelo la luna y el rocío. / Dios sabe, amiga araña que hallaré por el mío! / ;Dios sabe, amiga araña qué premio me darán!" ("Melancolía", L. L. de D.); “Hoy, y no más tarde. Antes que anochezca / Y se vuelva mustia la corola fresca(“La h ora”, L. L. de D.) Bástennos estos pocos ejemplos para señalar la implícita angustia del presente que huye, la incertidumbre de lo que traerá el porvenir. Un quehacer poético permanente que siempre buscó en si mismo los renuevos, ha sido la mejor contestación a todas las reservas que despertó, entre admiración y asombre, el nacimiento fulgurante de una nombradía sin precedentes en la poesía de nuestra lengua. Y tenemos en las manos, por si todo lo otro no bastara el testimonio de esa fidelidad a una vocación y un destino, en La pasajera, el libro que dentro de pocas semanas aparecerá en la editorial Losada, de Buenos Aires. Hemos reunido en él bajo ese titulo común y sugestivo, tres documentos líricos signados por un mismo sentimiento crepuscular: La pasajera, en verso; Diario de una isleña, en prosa; y Elegía, versos también, que es el poemario que mereció el premio Juan Alcover 1966 de la ciudad de Palma de Mallorca. Todos se corresponden, en cuanto a la temperatura anímica, la conciencia del otoño, el balance de un mundo que cuenta ya con muchas Atlántidas sumergidas y no lo ignora, pero sobre el cual se yergue victoriosamente el don divino, el poema que sigue naciendo como razón de la vida y justificación del tránsito. La permanencia de Juana de Ibarbourou, el regrese a su poesía, no es poco triunfo en una hora que parece insensible al paladeo estético. Pero sus admiradores la exigen, y junto con los versos nuevos, resulta imprescindible poner en manos de sus lectores aquellos ya conocidos y consagrados por el fervor colectivo, que no se engaña nunca. Ello explica que al mismo tiempo en estos momentos, hayamos entregado a la imprenta una tercera edición muy ampliada de sus Obras Completas para la editorial Aguilar, de Madrid y una nutrida Antología poética para la colección de Clásicos Uruguayos del Ministerio de Cultura, junto con el volumen ya mencionado, La pasajera. Todo esto, casi en vísperas de una fecha memorable que pertenece desde va a la historia de la literatura hispanoamericana: el cincuentenario — gloria y melancolía — de Las lenguas de diamante, para 1969. Podemos hablar ya, pues, aunque nos anticipemos, de la trascendencia de este medio siglo que no ha transcurrido en vano sobre la obra y su creadora. En La pasajera se recoge el recuento de la andanza interior. "Toda riqueza se perdió en el viento. / todo se ha vuelto espuma sin memoria”, nos confía ahora. Ya perdido el simbólico verano, lo acepta con sosiego, sin rebeldía. Y acaso en esta entrega de Juana a su realidad, en esta lucidez con que acata el atardecer, reside la fehaciente afirmación de su talento incuestionable. Posee el difícil "gozo de despertar equilibrada / como en cualquier mañana de los días", y tiene, para llenarlos “la casa, mis perros, la mañana, / en la gracia y el orden de la vida”. Mundo edificado cada vez más en la soledad (ya veremos lo que de ella nos dice), ya no le importa “que corra el hervidor río del tiempo / ya no exista aquel jardín de rosas”. La “mujer sin sonrisa” sabe que no puede volver atrás. Pero queda vivo el don impar, la palabra, que fue en ella siempre “oficio de universo”. Deliberadamente titula “La hora" — como enfrentándola con aquella otra, desafiante, de Las lenguas de diamante, — el conmovido soneto donde se pregunta “como era / la celeste muchacha adolescente / que se me irguió un día de la frente / para llamarse siempre primavera". Ahora, el ensueño cada vez más lento, la flor nocturna... Ha visto desfilar los años, y, con más pasado que porvenir ante ella, dice con plena paz: “Se me acerca la tierra del descanso / final, bajo los árboles erectos, / los cipreses aquellos que he cantado / y veo ahora en guardia de los muertos”. Nos acongoja esta inteligente mansedumbre. La ha definido cabalmente: “Ah, qué triste, qué calma y valerosa / esta mujer que asciende hacia la noche / sin un temblor, y sola cual si fuese / la pasajera única e insomne!" Esta poesía nos prepara para el asombro de Diario de una isleña, compuesto de dieciocho poemas en prosa que, para nosotros, constituyen el más maravilloso y profundo legado lírico de Juana de Ibarbourou momento aparte de su producción, logro prodigioso de una hondura y una nostalgia introspectiva que adquiere el acento más desusado, más sorprendente, tono hasta ahora no oído en toda su larga vendimia literaria. Emana de esos poemas una tremenda desolación, una elegía sin grito, una soledad que no es vacío, sino desasimiento. Íbamos a hablar de esa soledad, dijimos antes. Porque nos detenemos en su confidencia: "Creen que vivo solitaria como una almeja cerrada, pero todo ///alrededor mío es vibración, dinámica, eco y sonido que recomienzan en cuanto llegan al diapasón apenas audible del calmo aliento. Mi vida es el desmentido más completo que una criatura humana puede dar al concepto de soledad”. Porque Juana ha sabido poblarla sueño adentro, y con esos materiales invisibles, insular, desde su isla sellada mira la vida que está pasando. Hay en el acento de estos poemas, no sé que parentesco espiritual con ese soplo místico y lejano que impregna las páginas de Tagore. aunque las de Juana sean estrictamente personales, irradiación subjetiva de una mujer que entrega el esplendor de sus fuegos otoñales alta y empinada en medio de su desierto. “ Yo tenia hambre y sed continuas de las cosas más bellas de la vida, mis manos eran aves cazadoras, mi sangre un mar de olas furiosas, mi alma una nave de henchidos velámenes. / Pero nunca di un paso más allá de la orilla del agua / Y qué verdadera, qué auténtica: “Amé las puertas todas las puertas, y no pasé el umbral de ninguna"... Tuve siempre e¡ equipaje pronto, pero me ataron. los sueños a mi casa de vidrio" "Ahora sólo deseo la lisa e insonora comodidad de mi casa"... “Mas cruel que combatir a hombres armados es luchar con los sueños de quienes fuimos propiedad absoluta" ... ¿Cuándo hemos escuchado en Juana de Ibarbourou tan desgarrado acento, cuándo en la poesía uruguaya? Es la Juana desposeída que en su descenso hacia"los ríos en declive de la tarde”, se enfrenta valientemente consigo misma, oponiendo dos tiempos, el de la arremolinada juventud espléndida y el de la espléndida madurez que avanza en el otoño. Y no es menuda cosa que, a casi medio siglo de su aparición deslumbradora, prosiga siendo dueña del alucinante misterio que le permite cantar con un acento distinto, superando su propia grandeza. Es el mismo laurel que reverdeció en las sienes de la que prometía a Caronte ser escándalo en su barca, el que da su sombra a esta trascendente Juana de la melancolía.
I mas bellas de la vida; mis manos eran aves cazadoras mi sangre un mar de olas furiosas, mi alma una nave henchida de sombríos velámenes.
Pero nunca
di un paso más allá de la orilla del
sueños. no me quedan sino recuerdos que ni siquiera me visten
la desnudez.
IV con los labios salados y el sueño lleno de proas y hélices que no se moverán mas que en el circulo atormentado que tenemos detrás del hueso exacto de la frente.
No pudiendo ir hacia las ciudades presentidas, junto caracolillos para hacer collares que semejan riendas. Más allá está el mar, el camino, los ardientes locos de humanidad.
Pero no es mi destino andar entre combatientes y darles de beber en mi cantimplora de agua pura y amarga.
Apenas bebo yo misma la cantidad justa para no perecer.
Sin embargo, siempre he estado en espera de Simbad el Marino, que gira por el mundo, eterno Judío Errante de la vida movediza
como los médanos. |
Crónica de Dora Isella Russell
(Especial para EL DIA)
Suplemento dominical del Diario El Día
Año XXVI Nº 1802 (Montevideo, 19 de noviembre de 1967)
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
Ver, además:
Juana de Ibarbourou en Letras Uruguay
Dora Isella Russell en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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