Miguel Ángel,

Ingeniero militar y defensor de la república florentina
por Edmundo Prati

Retrato de Miguel Ángel
Marcello Venusti, h. 1535

Cuántas cosas (y también cuántas tonterías) se han escrito novelescamente, sobre la actuación de Miguel  Ángel durante el tiempo de la expulsión de los Médici de Florencia y del famoso sitio subsiguiente, en el que fue, finalmente, vencida la heroica y empecinada República.

Pero quién, de entre las innumerables biografías del insigne artista, consulte el verdadero texto, que es el que redactó Condivi con el pleno consentimiento y las memorias "in voce" del gigante, se apercibirá cómo en el fondo, el gran artista, en sentido político, padecía de graves contradicciones y lo poco que éstas influyeron en su casi sobrehumano arte.

Frente al tema artístico, el fue siempre y únicamente Miguel Ángel, por encima de toda contingencia de otro orden. Y en ese instintivo poder de elevación por encima de todo lo relativo, estriba precisamente su gran clase.

Para la múltiple, interminable tragedia de la especie humana y de su Dios, su alma grande, apesadumbrada o violenta, tuvo una sola y única palabra, con la expresión trágica y la fuerza titánica de su arte.

En todas las circunstancias de su larga y agitada existencia, reaccionó siempre de igual modo; y en cuanto a política, así como no se dio por entero a los Médici, tampoco se dio del todo a la República o al Papa, porque tenía la plena conciencia de que él y su obra serían más altos, más grandes y más inmortales que todo ello. Intuía, íntimamente, ser la encarnación de una fuerza divina, como por otra parte lo reconocieron todos sus contemporáneos más cultos y geniales- llamándolo todavía en vida, el Divino Bonarotto. Sólo temporariamente, por fuerza de hechos, 1as graves contingencias de su patria y de su tiempo, al margen de su arte, lo pudieron envolver y alejar del mismo, en una circunstancial viudez que de anciano lamentaba amargamente.

Nos figuramos cuán enigmática y amarga sonrisa hubiera despuntado en su rostro tan cerrado y tan triste, si en el reluciente ocaso de su vida alguien le hubiese preguntado si era sinceramente partidario de la República o si sostenía lealmente la señoría de los Médici o si más bien optaba por el predominio político del Papa..

Para percibir un vislumbre de claridad en este enigma, hay que referirse históricamente, primero a su infancia y a su iniciación artística, para seguirlo gradualmente en su actuación variada y contradictoria, mientras Italia, por entre guerras interminables, pasaba desde las facciosas y rencorosas repúblicas oligárquicas, a las brillantes, pero celosas y violentas tiranías de los príncipes italianos y extranjeros, lo que no impedía que toda su estirpe se irguiera como nunca, en una suprema afirmación del genio y de la belleza.

Miguel Ángel había nacido en Caprese, en el Cassentino (Toscana) a las tres de la madrugada del día lunes 6 de marzo de 1474, como anota su fiel y escrupuloso Ascanio; bajo una feliz conjunción estelar presidida por los planetas Mercurio y Venus.

Su padre, Ludovico di Lionardo Buonarotti Simoni, que en aquellos días desempeñaba el cargo de Podestá de Caprese y de Chiusi, en nombre del gobierno florentino, se jactaba de una ascendencia nobiliaria que alcanzaba a los Condes de Canossa, de los cuales había salido la famosa Condesa Matilde, esposa del Rey Gutifredo, precursora del resurgimiento de Italia en aquella oscura época medioeval. También un tatarabuelo de Miguel Ángel, Simone, había ejercido el alto cargo de Podestá de Florencia y de él, precisamente, provenía el segundo apellido de los Buonarotti, Simoni.

Como el futuro gran artista demostrase ya desde muy niño una viva inteligencia, su madre lo encaminó desde temprano en el estudio de las letras, que el hijo desatendía para entretenerse en dibujar en todo momento y en todas partes y prefería en mucho la compañía de los pintores a la de los literatos. Siendo todavía adolescente se había hecho gran amigo de Granacci, entonces discípulo de Grillandaio, llegando muy pronto a ser también familiar de éste último- considerado ya como un gran maestro de la pintura florentina.

Grillandaio, que veía la verdadera vocación del joven Buonarotti, lo animaba, le prestaba dibujos suyos para copiar y a veces lo llevaba a conocer las "botteghe" de los otros artistas florentinos contemporáneos.

El padre y los hermanos mayores, en cambio, no solamente detestaban la natural vocación de Miguel Ángel, sino que a causa de ello le tomaron tanto fastidio que hasta llegaron a bastonearlo repetidamente, como nos relata su fiel y verídico biógrafo.

Dominaba entonces en Florencia, todavía República, el Magnífico Lorenzo de Médici, nieto de Cosme el viejo y padre de León X, hombre de vastísima cultura literaria y artística y gran Mecenas de todas las artes. Un día, visitando un jardín suyo en donde trabajaban en sus encargos algunos escultores, vio al joven Miguel Ángel que se había introducido allí abusivamente y estaba esculpiendo por su propia cuenta una cabeza de fauno, que copiaba de un fragmento antiguo.

Sorprendido por la insospechada habilidad artística del jovencito, el Señor de Florencia trabó conversación con él y le encargó que le mandara al palacio a su padre, pues deseaba hablar con él.

Llegado éste a su presencia, le preguntó por sus condiciones económicas y sabiendo que eran modestas, le prometió un buen empleo (cosa que cumplió al pie de la letra) a cambio de entregarle su joven hijo para tenerlo en su familia y hacerlo educar en el arte.

Miguel Ángel, que entonces cumplía quince años, terminó de crecer y educarse en casa de Médici, junto a sus hijos. Comió familiarmente en su mesa, muchas veces sentado a su lado, hasta la prematura muerte del Magnífico acaecida tres años más tarde.

En casa de Lorenzo vivían también otros artistas y literatos de valer, y entre estos el famoso Poliziano, que mucho quería a Miguel Ángel y continuamente lo alentaba a proseguir su camino.

Desaparecido el Magnífico, el joven artista volvió a casa de su padre; pero el cariño cobrado a su bienhechor era tal y el dolor por su muerte lo afectó tan profundamente, que él mismo, ya anciano, recordaba haber quedado como fuera de sí, sin poder manejar por mucho tiempo el lápiz o los cinceles.

Retrato de Lorenzo de Médici
por Girolamo Macchietti

A Lorenzo de Médici sucedió su hijo Piero, joven insolente y engreído que en corto tiempo, con sus atropellos y pillerías, disgustó a toda la ciudad sin que de nada valieran para atenuar sus culpas la bondad y nobleza de su hermano el Cardenal Juan de Médici (más tarde León X) y la cortesía y la humanidad de su otro hermano Giuliano, que no pudieron evitar que el levantisco pueblo florentino se rebelase y en el año 1495 expulsara de la ciudad a toda la familia Médici.

Este exilio duraría, con alternativas, más de treinta años, hasta que otro Médici, el Papa Clemente VII, sucesor de León X, los reintegraría a Florencia aplastando a la noble ciudad con las armas del Emperador Carlos V, durante un largo y terrible sitio.

Miguel Ángel, que aun después de la muerte de su protector seguía frecuentando a los Médici y que seguramente debió haber chocado con el mal carácter y la vanidad de Piero, tuvo de un amigo suyo apodado Cardiere, también familiar de los Médici, la revelación de un sueño que éste había tenido, en el cual se le había aparecido el Magnífico desgreñado, andrajoso y apesadumbrado, conminándole a ir en su nombre a reprender a Piero por su mala conducta y vaticinando para su casa las mayores desgracias.

Mientras Piero se burlaba del pobre Cardiere, que temeroso le había llevado el mensaje confidencial de ultra-tumba- éste y Miguel Ángel, llenos de temor y preocupación, resolvieron alejarse silenciosamente de Florencia trasladándose a Bolonia.

A todo eso se debe seguramente la temporaria aversión que el artista tomó al dominio de los Médici, pero conservando siempre aparte un profundo sentimiento de gratitud personal hacia ellos, volviendo más tarde a servirlos nuevamente, prestigiándolos con la majestad inmortal de su arte.

Miguel Ángel, que no tenía antecedentes políticos perjudiciales por haber actuado en favor de los Médici, después de la expulsión de éstos hubiera podido volver en seguida a Florencia; pero no lo hizo, porque como afirma categóricamente Condivi, los tumultos populares le daban asco ("gli schiffavano") y quería esperar que su ciudad se equilibrase en un orden más estable.

Su regreso a Florencia se debió a que en Bolonia tampoco pudo permanecer tranquilo, pues otro escultor, que lo acusaba de haberle quitado algunos encargos, hablaba de vengarse. Y ante las amenazas del colega, Miguel Ángel, que por lo visto no tenía un valor físico comparable a su valentía moral y artística, optó por poner los pies en polvorosa, como siempre, muy humanamente lo hizo, cuando percibió algún peligro inminente.

De nuevo en Florencia, nuestro artista, por encargo de un gentilhombre ejecutó la falsificación de una escultura antigua que debía ser vendida al Cardenal de San Giorgio de Roma.

Al inopinado descubrimiento de este engaño se debe el primer viaje de Miguel Ángel a la Ciudad Eterna, tanto más cuanto que, según parece, en la Florencia de aquellos días no se le  daba mucha importancia a su todavía joven pero ya gran hijo.

Piedad Florentina (Piedad Bandini), 1550-55
Museo de la Ópera del Duomo, Florencia, Italia

Baco (1496-1497)
Museo Bargello, Florencia

Una vez instalado en Roma, de inmediato dio principio a varias obras, ejecutando en mármol el famoso Baco joven con el fauno (del que hay un buen calco en yeso en nuestra Facultad de Arquitectura), y en seguida la maravillosa Deposición, que hoy se encuentra sobre el altar de los Difuntos en la basílica de San Pedro.

Pasados ya varios años en Roma, por causa de asuntos personales y familiares, como dice Condivi, tuvo que volver a Florencia, donde se quedó para ejecutar en un bloque de mármol ya medio echado a perder por manos inexpertas y que le habían ofrecido los operarios de la fábrica de Santa María del Fiore, el inmortal David, cuya hermosa copia-calco en bronce honra nuestra ciudad.

Mientras tanto, entabló relaciones de amistad con Pier Soderini, el personaje más influyente de la República, el cual le encargó también un David y un Goliat en mármol y una estatua de bronce que fue enviada a Francia.

Terminados estos nuevos trabajos, permaneció bastante tiempo en Florencia sin dedicarse para nada a su arte, frecuentando a los hombres de letras, tomando lecciones de poesía, de elocuencia y escribiendo composiciones poéticas, hasta que al cumplir los veintinueve años de edad, llamado expresamente por el Papa Julio II Della Rovere. que había sucedido a Alejandro VI en el trono pontificio, volvió a Roma.

Instalado nuevamente su estudio allí, el Papa le encargó el famoso Sepulcro, que debía resultarle la gran tragedia artística de todo el resto de su vida.

Sepulcro de Julio II
Miguel Ángel - 1513 a 1545

Para poder dar principio a la magna obra se trasladó poco después a Carrara, en donde permaneció casi un año con el fin de extraer y trasladar a Roma los bloques de mármol necesarios.

El Papa Julio II admiró y estimó tanto al artista, que hasta se hizo construir un pasaje especial con puente levadizo para poder ir en cualquier momento desde sus aposentos al estudio de Miguel Ángel, sin acompañantes y sin ceremonias. .

Pero por las múltiples e infaltables intrigas de los envidiosos, entre los cuales se encontraba también Bramante, Miguel Ángel, despechado, dejó de improviso Roma y volvió a Florencia. El Papa envió tras él cinco mensajeros con el fin de disuadirlo y hacerlo volver, y a los pocos meses mandó directamente a la Señoría de Florencia tres notas sucesivas llenas de amenazas, para que le devolviesen al artista vivo o muerto. Pier Soderini,  entonces Jefe de la República y ya gran amigo del artista, que había proyectado servirse de él para pintar los fastos de la Patria en las paredes de la Sala del Gran Consejo, dejó pasar el tiempo todo lo que pudo, pero un día, obligado por las crecientes amenazas llamó al artista y manifestándole que la República no quería hacer guerra con el Papa por su causa, le aconsejó que volviese cuanto antes a Roma. Y para salvaguardarlo de la violencia del Papa, que conocía colérico y voluntarioso, lo nombró embajador de la República, revistiéndolo de las inherentes inmunidades diplomáticas.

Miguel Ángel, que al escuchar la grave advertencia de Soderini, de primera intención quería huir a Constantinopla donde el Gran Sultán lo había invitado indirectamente para construir un puente monumental sobre el Bósforo, fue finalmente convencido por su amigo y emprendió el viaje de regreso a Roma, no sin antes encontrarse en Bolonia con el Papa, que por aquellos días estaba en aquella ciudad. Conducido a su presencia, Julio II lo recibió en silencio y con sombrío semblante, mientras el Cardenal Soderini, florentino y pariente del jefe de aquella República, intentaba mediar diciendo al Papa que no hiciese caso de los caprichos del artista, puesto que se sabía que pintores y escultores, fuera de su arte eran ignorantes y mal educados. Al oír tan desatinada defensa de su antiguo protegido, Julio II se volvió rápido hacia el Cardenal y apostrofándolo con violencia le contestó que decir eso del gran artista era una brutal villanía, y de inmediato hizo echar de la sala empujado por los sirvientes, al malogrado defensor. Luego el Papa, ya desahogado, se volvió sonriente y cordial hacia Miguel Ángel y absolviéndolo ampliamente de culpa y pena le hizo en seguida varios encargos para la misma ciudad de Bolonia, los que detuvieron allí al artista casi un año y medio.

Capilla Sixtina

Terminados éstos y llegado finalmente a Roma, emprendió la pintura del techo de la Capilla Sixtina, inmensa y sobrehumana obra realizada en cuatro años, que por el tremendo esfuerzo cumplido dejó al artista casi ciego. Mientras tanto, la impaciencia de Julio II, siempre apresurado y violento, que para apurarlo hasta lo amenazó con hacerlo tirar desde los andamiajes, produjo entre el terco y orgullosísimo artista y el Papa, choques continuos.

En seguida de terminada la obra, habiendo el Papa, en un arrebato de cólera causado por la demora en concluir otro encargo, propinando al artista un bastonazo, éste quiso de nuevo huir de inmediato a Florencia y estaba por efectuarlo, cuando Julio II, arrepentido, se apresuró a mandarle un mensajero con sus más amplias disculpas acompañadas por quinientos ducados de oro, y Miguel Ángel se quedó en Roma.

Muerto Julio II, le sucedió en el pontificado el florentino Giovanni de Médici (Papa León X), que envió al artista (muy contrariado porque estaba ya trabajando intensamente en el Sepulcro de Julio II) a Florencia, para hacer la fachada de la Iglesia de San Lorenzo, ordenándole extraer los mármoles necesarios de Pietrasanta.

Luego permaneció inactivo en su ciudad, mientras moría León X y le sucedía Adriano IV. Pero al poco tiempo, fallecido este Papa, fue elegido con el nombre de Clemente VII el Cardenal Julio de Médici, que le encargó en seguida las obras de la Sacristía de San Lorenzo y los famosos sepulcros de los Médici.

Miguel Ángel no pudo dedicarse de inmediato a esas obras, porque fue reclamado en Roma por los herederos de Julio II, que le exigían el cumplimiento del contrato estipulado para la ejecución del sepulcro de ese Papa.

Mientras tanto, la Casa de Médici "per aver presa piú autorita di quel che sopporti una cittá libera che si regga a república", fue expulsada de nuevo de Florencia y esta vez más radicalmente todavía, precisamente cuando el Consistorio de los Cardenales elegía Papa al Cardenal Julio.

La Señoría de Florencia, que por tal motivo ya suponía inevitable la guerra con el nuevo pontífice, pensó en fortificar la ciudad; y Miguel Ángel por su parte, que en Roma veía aproximarse a la Ciudad Eterna a los ejércitos de Carlos V, autores poco más tarde del vergonzoso saqueo de la urbe, fugó rápidamente a Florencia. Allí la Señoría lo utilizó en seguida, nombrándolo Comisario e Ingeniero General para las obras de fortificación de la ciudad, que el artista supo realizar admirablemente.

Pero un día, que Miguel Ángel se presentó a la Señoría para denunciar ciertos rumores de conjura y traición, que le habían llegado de boca de unos sargentos en servicio en las fortificaciones, habiendo sido recibido con burlas y tachado de tímido y visionario, presintiendo la próxima ruina de la ciudad, se hizo abrir secretamente una de sus puertas y escapó a Venecia.

Pero la Señoría de la ciudad sitiada, a la que el ingeniero hacía mucha falta, lo llamó encarecidamente y le envió un amplio salvoconducto, por lo que nuestro artista que a pesar de todo amaba profundamente a su patria, volvió a ella no sin antes correr algún peligro.

Caída Florencia- los vencedores, en tren de venganzas, trataron de apoderarse de Miguel Ángel para castigarlo; pero éste, que por lo visto tenía buen olfato, se ocultó, tan bien que fue imposible encontrarlo.

El Papa Clemente VII se apresuró a escribir a Florencia, ordenando que fuera respetada la integridad y la vida del gran artista y que en caso de encontrársele se le tratase con toda atención.

Miguel Ángel, que por entonces tenía cincuenta y cinco años y hacía ya quince que no tocaba los cinceles, salió de su escondite y se puso a trabajar en la ejecución de los sepulcros para la familia de los antiguos generosos protectores y ahora sus ocasionales enemigos políticos.

Mientras tanto, la ciudad pasaba por los horrores de las venganzas y en seguida por la afortunadamente corta tiranía del violento, feroz y rencoroso joven Duque Alejandro de Médici, único entre los de su casa que odiaba cordialmente al artista, a quien seguramente habría tratado de otra manera a no mediar las órdenes precisas de enérgico Clemente VII.

Terminadas momentáneamente esas obras de los sepulcros de los Médicis, el Papa lo llamó nuevamente a Roma y desde entonces, salvo algunas ausencias, permaneció siempre allí y nunca más se ocupó de cosas que no tuvieran estricta atingencia con su arte.

Dedicado principalmente a la construcción de la Basílica de San Pedro y su inmensa cúpula contó siempre con la resuelta e invariable protección de los tres papas que sucesivamente ocuparon el solio pontificio durante el resto de su vida y pudo así destruir todas las intrigas que los impotentes y envidiosos colegas le promovieron, y eso a pesar de la revuelta política de aquellos año y a las asperezas y contradicciones de su orgulloso carácter.

Pero, ¿cuáles fueron las opiniones sociales y políticas de Miguel Ángel, si es que las tuvo?

Es un poco difícil contestar satisfactoriamente y sin tendenciosidad, porque su actuación en ese sentido fue muy contradictoria y casi siempre forzada por razones de afecto, amistad o conveniencia personal, tanto más cuanto que en ese sentido de sus opiniones, no se desabrochó mucho que se diga.

Fue siempre muy adicto a los Médici, veneró y amó filialmente a su generoso bienhechor Lorenzo el Magnífico y fue coetáneo y familiar de su hijos Piero, Giovanni, Giuliano y Lorenzo, cada uno de estos, malo, inteligente, bueno o insignificante, según su propia naturaleza.

Temía y desconfiaba del Duque Alejandro, pero respetó y veneró a Clemente VII (Julio de Médici), conservando aun ya muy anciano esos sentimientos hacia su memoria, a pesar de que había avasallado a su libre patria, como también estimó y respetó muchísimo al Duque Cósimo el Grande.

Sin embargo y a pesar de todo esto, el gran artista había sido también (cosa inexplicable para los ingenuos o histéricos), un buen defensor de la República en contra de los Médici; pero, lo que más sorprende en un artista creador dé imágenes, había sido también partidario y amigo del iconoclasta y fanático fraile Savonarola. Tal vez de esto último más que de otra cosa, proviniera su adhesión a República, provocada también por su gran amistad con el jefe de la misma. Pier Soderini, aunque sin demostrarse un partidario resuelto de ella.

Sabemos que privadamente opinaba que las sucesivas desgracias de su patria, se debían más que a otra cosa a la prematura muerte del Magnífico (acaecida cuando éste tenía cuarenta años), pues sí hubiese vivido más largamente, dedicándole su gran elevación de miras, su noble inteligencia y su sabiduría política, su hijo el engreído Piero, no le habría sucedido tan inoportunamente, ni los levantiscos y fieros ciudadanos hubieran echado violentamente de la ciudad a su familia, evitando a la patria los horror guerra, del largo sitio, y de las venganza que sobrevinieron con el advenimiento al poder del criminal Duque Alejandro.

¿Que opinión tuvo en sustancia el orgulloso artista; de las vicisitudes de la política de los hombres, que a él,  creador inexhausto de una estirpe de gigantes, debían parecer íntimamente, mezquinos y despreciables?

¿Qué pensaría él- ya maduro y lleno de experiencia vivida y artística, de Giuliano y Lorenzo de Médici, cuando acosado por la desconfianza y el temor y entristecido por las comunes desgracias, ejecutaba sus ideales y heroicos retratos fúnebres (sin falsearlos, sin embargo, en su verdadero carácter personal), que darían a esos dos príncipes muertos prematuramente v sin historia, el galardón de la verdadera inmortalidad?

Allí está, pues, la demostración evidente de que el gran artista amaba directa y únicamente a su arte, y no al sujeto que pudiera inspirarlo. Miguel Ángel había nacido para el arte, v éste constituía para él, el objeto pleno y verdaderamente universal, superior en todo momento y en todo tiempo, a cualquier otra contingencia.

Nota del editor de Letras Uruguay:  Texto recopilado del archivo personal de don Edmundo Prati, escaneado y editado por mi, Carlos Echinope, editor de Letras Uruguay. A fines de los ´70 la inolvidable Dra. Lila Prati, sobrina del escultor, me dio la oportunidad de colaborar con ella para la depuración y clasificación de ese archivo.

Ver: Edmundo Prati: Una vida dedicada al arte por Carlos Echinope Arce

La Capilla Sixtina. Viaje al descubrimiento de Miguel Ángel

Michelangelo Buonarroti Miguel Ángel I)

Michelangelo Buonarroti El verdadero Miguel Angel II

por Edmundo Prati
El David (Montevideo)
s/f (¿1937?)

El texto, en papel, fue obtenido al realizar la labor de clasificación y depuración del archivo personal del escultor Edmundo Prati, junto a la inolvidable Dra. Lila Prati, sobrina del artista.

Ver, además:

                     Edmundo Prati en Letras Uruguay

Editado por el editor de Letras Uruguay

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