No he venido a hablar de Tala, Ciudad de la que su gente sabe más que yo, pero debo decir que pese a mi ignorancia no escapa a mi conocimiento que acá nació el último matrero, Martín Aquino, y artistas trascendentes como Edison Bordón, bandoneonísta y arreglador de sabidos méritos; Ciro Pérez, guitarrista con quien tengo el recuerdo de haber participado junto a Hilario Pérez, acompañando a Zitarrosa en Milonga para una niña, en su primer larga duración del año 1966. Hoy, Ciro, residente en París, no olvida nuestro país ni el Tala, y todos los años se hace presente por estas latitudes ampliando su permanencia en la costa uruguaya. Tampoco ignoro que es de TALA una artista que tuve oportunidad de escuchar en La Boheme, de Giacomo Puccini, esa estupenda Ópera en la que la señora Siri protagonizó a Mimí en el Teatro Solís, en una actuación memorable de esta extraordinaria cantante lírica que es compatriota para orgullo de todos nosotros. El arte, en distintas áreas, está representado en Tala a través de gente que enriquece con su participación el mundo de la sensibilidad, motivo éste, esencial para la creación y la recreación.
La invitación de la que hemos sido objeto para estar acá, se debe a Álvaro Laporte, y obviamente que el motivo de tal convocatoria es el que nos conjunta: el Homenaje que a través de sus hijos, la Ciudad Tala le rinde a José Alonso y Trelles, caso particularismo en las letras uruguayas, y no solamente por su nacimiento en España, -según Gustavo Gallinal en Villa de Navia, Asturias, en 1860, dato que se repite, -aunque no el año- en el Catálogo Biográfico de Autores Uruguayos, publicado por Agadu en setiembre de 2000; o, nacido en Rivadeo, Galicia, en 1957, según ficha de la publicación de el Diario El Observador en el Tomo 1 de la Gran enciclopedia del Uruguay, aparecida entre los años 2000 y 2002. Este dato sobre año y ciudad de nacimiento, 1957, y Rivadeo, coincide con los datos de el Nuevo Diccionario de la Literatura Uruguaya publicado por Alberto Oreggioni y Banda Oriental en 2001. Por lo tanto, salvando errores, estamos a 150 años de la llegada al mundo en Galicia, de quien se convirtiera a través de un seudónimo en El Viejo Pancho.
Anteriormente decía: caso particularismo, y no solamente por haber llegado de otro país, puesto que hay otros ejemplos de artistas importantes con patente uruguaya, cuyo nacimiento no fue en el Uruguay, como Otto Miguel Cionne, narrador de origen paraguayo; Alberto Zum Felde, notable crítico a quien se deben dos obras capitales como el Proceso Histórico del Uruguay, y, el Proceso Intelectual del Uruguay, venido de Bahía Blanca, Argentina; Jacobo Lagsner, un rumano autor de la famosa obra teatral: Esperando la Carroza, entre otras; Eduardo Sarlós, autor teatral, arquitecto y plástico nacido en Hungría, país en el que también nació Francisco José Debali, llegado al Uruguay con 46 años; Alfredo De Simone, notable pintor nacido en Italia al igual que Guido Santórsola, compositor y director de orquesta de enorme influencia que adquirió la ciudadanía con 27 años de edad; José Soler, el gran tenor uruguayo que recorrió las salas más importantes de la época y del mundo, venido con seis años desde su Barcelona natal, Etc, etc.
Pero el caso de Alonso y Trelles fue singular desde distintas ópticas, porque logró mayor autenticidad que sus contemporáneos escritores uruguayos y criollistas, por razones de vivencia, por haberse afincado en un pueblo que estaba más cerca del Hombre, las costumbres, los usos criollos y las formas de hablar y comunicarse con el colorido lugareño que incorporó a través de su agudeza de observación, motivo que lo convirtió en un hijo más del pueblo. Lo señalan entre otros, el ya nombrado Alberto Zum Felde; el Profesor, crítico y narrador Domingo Luis Bordoli; el poeta, narrador y antólogo Serafín J. García.
Gustavo Gallinal nos cuenta que, En 1876, cuando embarcó para América, había ya cursado en España clases comerciales y conquistado el grado de contador; que, tras estar unos días en Montevideo, pasó a vivir en Chivilcoy, Argentina, durante dos años, y que Allí publicó los primeros versos para regresar al Uruguay y radicarse en Tala, donde transcurrió casi toda su vida, con períodos de ausencia en que vivió alrededor de cuatro o cinco años en Santa Ana do Livramento trabajando como contador, y que luego estuvo en Montevideo estudiando notariado sin llegar a culminar la carrera. Vale decir que estamos hablando de un hombre con proyección cultural y que de ello da prueba la cita en sus artículos de escritores universales como Goéthe, Jovellanos, Hipólito Taine y otros, a la vez de poseer regulares conocimientos en varios idiomas.
El Viejo Pancho tuvo su paso por la revista El Fogón, que reunía escritores con mayor grado cultural que el que aparece en sus escritos de estética criollista, pero que no alcanzaban las alturas de Alonso por estar inmerso en un mundo en que no solamente veía, sino que vivía las cosas que contaba y hablaba en un tono que le dictaba la misma gente en su conversaciones y giros idiomáticos. Por lo tanto podemos pensar que mostraba su tiempo y transmitía sus sentimientos.
El Viejo Pancho con su libro Paja Brava, alcanzó fama y traspasó fronteras mostrando al hombre criollo, en ese momento en el que el carácter dominante era el gauchismo dominguero de quienes se reunían en torno a la revista El Fogón, publicación y grupo heterogéneos del que él se emancipó. La autenticidad en su decir y el conocimiento de la vida rural, fueron instrumentos vitales para la poesía criolla, cuando ésta parecía agotarse en charamuscas gauchiparlistas; poesía que, en este autor encontró nueva forma. Con el tiempo se repetirían sucesos similares al irrumpir Serafín J. García con su posición social de denuncia y defensa a la vez de los asalariados del campo, y muchos años después, la voz de Osiris Rodríguez Castillos daría con su lirismo otra vuelta de tuerca para enriquecer la poesía nativista. Entre El Viejo Pancho, Serafín y Osiris, fueron de enorme importancia las presencias de Pedro Leandro Ipuche y Fernán Silva Valdés. También hubo muestras dignas de consideración por auténticas, como la voz fronteriza de Agustín Bisio. En los últimos tiempos, justo es decirlo, Wenceslao Varela ha sido ejemplo de autenticidad ya que cantó lugares y oficios que conoció enteramente por su carácter de hombre rural y con la autoridad que le dio el ejercicio de las tareas de campo.
Aunque sin las condiciones expresadas quiero nombrar por motivos de admiración a Yamandú Rodríguez, Julio Alberto Lista y Romildo Risso, por ser nombres insoslayables en el género nativo que acá nos compromete.
Para conocer un pueblo, sus cosas, sus tristezas, alegrías, necesidades y logros, hay que vivir en él. Nada enseña tanto como la experiencia personal. Allí bebió El Viejo Pancho; en la vida entre la gente y el paisaje externo que le enriqueció el que tenía internamente y que aparecía en sus versos.
Hay algo que se le puede reprochar y es la posición frente a la mujer que generalmente no queda bien parada y que hace pensar en algún desengaño que lo marcó y que pone de manifiesto reiteradamente, aunque también puede ser que, destacando sentimientos que más que propios intentan reflejar el de los personajes que asume. Hiere la sensibilidad aquello de: Mujeres y perras, tuitas son lo mesmo. Yo diría que hay que soslayar ese juicio para ensalzar del género femenino otras condiciones como la de compañera, y destacar la abnegación que se repite desde siempre, en su esencial figura de madre.
Alonso y Trelles fue autor de piezas teatrales y dirigió dos periódicos. En él, -que se convirtió en un uruguayo más, actuando incluso en la Política Nacional ya que fue diputado por el Partido Blanco- hay que señalar con especial énfasis, su condición de gallego-criollo, que por valores estéticos continúa vivo en la obra, en la consideración del público y el respeto casi unánime de la crítica, y especialmente en el orgullo de los habitantes del Tala, que lo consideran su principal referente. |