Saúl Ibargoyen Islas:
Navegar con otros Lucio Muníz |
L-M. —Saúl, vos
naciste en la calle Chaná 1824. S. I. —Exactamente. —¿Y cuáles
fueron tus estudios? —Yo nací ahí pero
mi familla vivía en Estación Manga donde yo estuve hasta los cuatro años,
después nos vinimos a !a capital —como le llamábamos nosotros al
centro, cuestión de tamaño— y empecé a hacer primaria en varias
escuelas porque nos cambiamos varias veces de casa. Después hice
secundaria. Hubo una maestra que me obligaba a escribir con la mano
derecha, porque yo era zurdo natural. —Eso no es bueno. —Dicen que no porque
puede producir algún desarreglo síquico, y más a la gente que ya tiene
su desarreglo por ser poeta (risas). —¿Y vos acusaste
algún problema? —Tengo dificultades
con las llaves; nunca sé para qué lado tengo que abrir una puerta,
incluso, aunque se trate de cerraduras que ya conozco. Tengo dificultades.
Lo mismo me pasaba cuando jugaba al fútbol y al básquetbol; yo manejaba
todo con la derecha pero buscaba la zona izquierda para jugar, ¿no? Era
una especie de compensación por la zurdez reprimida. —Después esa
zurdez se fue acentuando. —Se fue acentuando, sí
(risas). —¿Y tus primeros
contactos con la Literatura fueron por la familia? —Bueno, cuando en una
casa hay libros, ese contacto se hace absolutamente normal porque son
objetos de cultura que están ahí y uno recurre a ellos por curiosidad.
En mi casa no había muchos libros pero los había buenos. Y sabés que
hay un proverbio inglés que dice que “los amigos y los libros deben ser
pocos pero buenos”. Yo recurría a todo eso y leía mucho siendo niño.
Es más, yo estando en segundo de primaria escribí dos cuentos; uno se
llamaba: "Un tiro en la calle Maldonado", que era de carácter
policial. El otro, tenía como tema un león ciego en un zoológico. Eso
es en realidad un cuento de Tolstoi, pero que yo descubrí después, o que
de repente me lo habían contado o leído y me quedó y que después
desarrollé inconscientemente. A los diez años, según mi madre, escribía
poemas. Luego, a partir de algunas lecturas como “El Quijote”, que yo
no leí resumido sino completo, aunque claro que por pedazos, porque había
algunos capítulos que me gustaban mucho y que me entretenían. —Por lo que tienen
de aventura. —Claro, esa
desmesura, porque don Quijote es un personaje muy severo por un lado, y
por otro muy desmesurado; hay una desmesura, tipo Rabelais. Yo lo veo como un
personaje de la desmesura igual que a Sancho que era un desmesurado hasta
en lo físico, en las funciones fisiológicas. Entonces, como yo veo en
este país muchos tonos medios en la cultura en general y en la
literatura, a mí me interesa mucho lo desmesurado. Claro que son cosas
absolutamente personales. Nuestra literatura, es en general de medio tono,
aunque está la desmesura de Paco Espínola con “Juan el zorro"
—que eso es para mí una desmesura— pero la literatura nuestra es de
medio tono. También hay desmesura en los cuentos de Quiroga. El tono
nuestro es un tono clasemediero. Ni muy abajo, ni muy arriba, que en
alguna manera —y no estoy haciendo sociología de la cultura— refleja
el modo de pensar de la gente principal que genera cultura en este país,
que es la clase media. Eso más allá de que obviamente en este momento
esta clase esté bastante pauperizada, empobrecida y no sólo desde el
punto de vista material; yo, con franqueza, también la veo empobrecida
espiritualmente. Se puede decir que en otros países puede ocurrir lo
mismo, pero estamos hablando del Uruguay. —La primera
publicación que hiciste fue de poesía, ¿no? —Mi primera publicación
es del año 54, un libro que escribí desde el 51 a! 53, o algo así. Yo
había escrito una enorme cantidad de poemas y era mucho más imperfecto
que ahora, absorbiendo mal —como le sucede a mucha gente— cantidad de
influencias por las lecturas, con mucho desconocimiento. A ese libro, yo
lo considero realmente repudiable. Recuerdo que Juan Cunha, al que yo se
lo mandé, me dijo que a pesar de que era un libro deficitario, dejaba
notar que había un poeta, y también agregó: "eso es lo más
importante". —Y con los años
su opinión se fue confirmando mediante el trabajo continuado que redundó
en más de cuarenta títulos, ¿no? —Sí entre libros y
plaquettes, narrativa y algunas antologías que publicamos con Boccanera
en México, y alguna pieza teatral que escribí para niños, también. —Pero tenés más
inclinación por la poesía. —Sí, para mí la
poesía es un estado de ánimo permanente. Salvo un año en que tuve un
problema de salud bastante serio y que no escribí ni leí, después lo he
hecho y lo hago permanentemente y hasta cuando no escribo, por que hay una
escritura secreta y silenciosa hasta cuando se duerme, en que hay un enano
oscuro que no nos deja; porque el cerebro nunca duerme y hay algo que
siempre espera agazapado para saltar sobre una metáfora. —Últimamente te
has dedicado también a la narrativa. —Sí, sí; te voy a
contar un poco el comienzo de mi vida de narrador. Aparte de los cuentos
que yo escribí siendo niño, escribí otros, de los cuales uno llegó a
publicarse en la revista de AEBU, allá por e! 58. —Vos eras
bancario. —Sí, era. El lema de
ese cuento era muy cotidiano y tuvo que ver con un hecho de esos que son mínimos,
de todos los días, y que son también interesantes para ser tomados
literariamente, como diría este ideólogo Marshall Berman: "los
signos de la calle". Berman es un estupendo ensayista y filósofo
contemporáneo, que desde el punto de vista marxista —él es
estadounidense— hace un estudio muy, pero muy importante sobre todos los
acontecimientos de la vida cotidiana que son los que señalan permanencia
de la vida de la gente contra todo tipo de opresión, injusticia, mal uso
de los medios de comunicación. El publicó un libro que generó muchas
polémicas que se llama: "Todos los odios se disuelven en el
aire", tomado del "Manifiesto Comunista" de Carlos Marx, y
en ese libro analiza algunos de esos temas. Se le hizo un cuestionamiento
y él respondió en una polémica, pero de gran nivel. Nosotros, en la
Revista “Plural” lo publicamos hace ya un tiempo; él responde a las
críticas que le hace un ensayista inglés, con un artículo estupendo que
se titula: "Los signos de la calle", donde éf analiza una
cantidad de cosas de este tipo, poniendo ejemplos de la vida cotidiana
concreta en Brooklin, zona de Nueva York de donde él procede. Y bueno,
ese cuento del que te hablaba, parte de un hecho sencillo: yo estaba en
una cancha de fútbol de barrio, y había un señor de unos 40 años que
miraba el partido y criticaba. Para él, todo estaba mal, porque se le
pegaba mal a la pelota, nadie sabía nada; incluso estuvo criticando un
gol que alguien hizo desde 30 metros, y además, decía aquello de: “en
mis tiempos se jugaba mejor". Todo lo veía negativamente. Había
gente que escuchándolo empezó a molestarse. Y resulta que cuando se
termina el partido él se va, y al caminar sucede que tiene un defecto en
una pierna. Alguien se lo dijo, por las criticas que había hecho y el
tipo agachó la cabeza y se fue. A mí eso me produjo una sensación
horrorosa de tristeza. Después tomé eso como motivo para mi cuento,
inventando una situación, desde luego. Eso me impactó porque era un
hecho vivo del que conservo las imágenes. —Él, además de
ser la representación de “el contra” sustituía su imposibilidad con
esa postura. —Claro, claro. Después
de ése, hubo algún otro cuento incluso hasta de carácter religioso,
sobre la vida de Jesús y de algunos personajes bíblicos; yo soy muy
lector de "La Biblia" y también de la Literatura Oriental. Pero
además cuando voy a la frontera, donde yo viví algunos años en Rivera y
en Livramento y que es la zona que bauticé "Rivamento" —para
seguir la tradición de inventar lugares como Faulkner, Onetti, García Márquez. —Gravina,
Giovanetti. —Eso, creo que vale.
A mí me gusta enlazarme en una tradición, formar parte de ella no por
inseguridad sino porque yo creo que un escritor no es un navegante
solitario, sino que navega con otros aguas no siempre tranquilas, ¿no?
Bueno, y en la frontera hay muchos temas a flor de piel que siempre me
parecieron fascinantes, porque es un mundo absolutamente distinto que
corresponde a una región muy rica culturalmente. Eso, más allá de cómo
la han cambiado los free shop y toda esa forma de modernización, pero las
temáticas de ese mundo, que son cotidianas, que yo no diría mágico,
pero sí un mundo donde la realidad no está vista de un modo científico,
sino de un modo muy práctico, donde la imaginación más desatada se
aplica también con un sentido práctico. Entonces, cuando regresé después
de unos años y vine a Montevideo, me dediqué a la poesía escribiendo
sin que los temas tuvieran nada que ver con el entorno social ni con mis
experiencias vividas, ni tampoco con el uso del idioma ni del conocimiento
que pude tener de la frontera, porque puedo decir que la conozco bien. Yo
me fui allí por razones familiares y de trabajo. También allá di clases
de Literatura y fue una experiencia muy buena. Di durante 4 años,
designado directamente por el inspector que era Roberto Ibáñez. Fue en
la década del sesenta y hubo muchos problemas de otro tipo, A mí me
grababan las clases para saber lo que decía. Eso lo hacía un alumno —él
mismo me lo dijo— al que después le dieron un empleo administrativo a
cambio de los favores de espionaje. La directora de entonces era muy
fascista. El contacto con los muchachos me hizo releer a los clásicos que
antes creo que había mirado. Yo les decía a mis alumnos que yo tenía
que estudiar más que ellos por la responsabilidad que había adquirido.
Ellos tenían el malentendido de que los poetas saben todo. Hay miles de
libros que se publican todos los días y que nunca vamos a leer. —Y otros que están
publicados hace cientos de años que tampoco hemos leído. —Yo tenía algunos
alumnos que hablaban un lenguaje mixturado y eso originaba algún problema
cuando se daba a un Lope de Vega, por ejemplo. Y para mí ese tiempo fue
un reencuentro con “El Quijote", con "Martín Fierro",
con Garcilaso. Fue un encuentro con la lengua castellana y fue el
descubrimiento del portugués, que yo conocía pero sin la práctica que
entiendo que es insustituible. Un día —ni yo sé por qué—empiezo a
escribir un cuento que se llama: “La María, e! viento", y me salió
de un tirón, con un personaje que inventé y que llamé Joaquim Coluna.
Coluna, porque aparte de que en portugués quiere decir: columna, había
un jugador de fútbol muy bueno en el seleccionado de Portugal y que
integraba el Benfica, en los tiempos de Eusebio. Me gustó ese nombre
porque significa el sostén de algo, y el nombre Joaquim, que es bíblico,
y que como todo el mundo sabe quiere decir: "el que establece o funda
alguna cosa", Y me dije "aquí está el nombre" y escribí
ese cuento que está narrado en primera persona, lo cual facilita mucho el
flujo del relato. Después escribí otros cuentos y en un mes y algo reuní
diez y los mandé al concurso de “Casa de las Américas". —¿Con qué
resultado? —Sacó una mención.
Estuvo peleando el premio pero se lo dieron a un escritor chileno. —¿Quién era ese
escritor chileno? —Poli Délano. Él
fue el ganador y yo el finalista. Después lo conocí a Poli en México.
Somos muy amigos; es muy buen amigo y muy buen escritor. Sabés que pensé
que algo estaba pasando con esos cuentos, porque si estando escritos en
portuñol, le importaban a un jurado integrado por miembros de 5 países
distintos, que sin duda están en otra "onda" lingüística,
seguramente que algo pasaba con el libro. Luego yo me fui a Europa en el
73 y me di cuenta de que había muchas cosas más por decir, que el libro
no estaba terminado. Me fui para Europa y ahí, ... yo cada vez que hago
un viaje, escribo un libro. En general, son libros de viaje y eso es muy
bueno porque es un relatorio de lo que tú viviste, y te sirve hasta para
memorizar lugares; me estimulan mucho los viajes. Y... escribí un libro
que no tiene nada que ver con esto, y cuando volví escribí dos o tres
cuentos más, y ahí completé un libro de 13 cuentos que llamé:
"Fronteras de Joaquim Coluna", Yo mandé a Caracas ese libro en
el año 75 —antes hice gestiones acá, pero era un tiempo muy duro, muy
difícil porque estábamos enfermos de fascismo— y... lo mandé a Benito
Milla que era el director de Monte Avila, una editorial estatal muy
importante; estaba también Hugo García Robles con el que éramos amigos
y que era el gerente de producción, en ese momento. Milla, en un gesto
muy solidario me publicó el libro incluyéndome en el programa del año,
que ya estaba cerrado. El libro salió a los seis meses. Ese fue mi primer
libro de cuentos. Luego volví a la narrativa. De regreso de una visita a
Cuba, en el 74, en que fui invitado como jurado, estaba en una reunión
familiar y me aparté de pronto, me senté a la máquina y me puse a
escribir una novela, así nomás, sin ningún propósito, igual que me pasó
con los cuentos, porque en definitiva, son todos libros de viajes. Yo
escribí un libro de un viaje que hice a la frontera y que duró varios años,
y ahí empecé la primera novela que
me llevó mucho tiempo porque no sabía escribir novelas. Tampoco sé si
lo he logrado todavía. Lo que hice fue escribir un relato largo como de
40 páginas y después busqué una estructura muy especial, porque a cada
personaje que aparecía te iba a dedicar un capítulo aparte, fuera del
relato central, ¿no? que es una estructura que la tengo pensada para
alguna otra novela y que encierra muchas dificultades porque es proponerte
un rompecabezas sin saber cómo la vas a armar; es
como hacer las piezas pero sin saber si encajan unas con otras.
Resulta que hubo un momento en que medí cuenta de que no podía con
aquello. Un día, en el suelo puse todas las páginas que había escrito,
y con una tijera la fui armando toda (no había computadoras para eso, ni
la tengo ahora). Con una computadora hubiera sido distinto. La cuestión
es que con una tijera y cortando y pegando armé lo que era la estructura
de la novela y después la completé. Cuando me fui exilado a México, la
volví a escribir dos veces más
ajustándola, con el mismo personaje. La novela se llama: “La sangre
interminable”, titulo que saqué del final de un poema mío. Ahí también
aparece Joaquim Coluna, en la frontera —digamos— pre-fascista antes
del “golpe”. Yo trabé varios hechos políticos de la ciudad, en portuñol. —Como registro de
un tiempo. —Exactamente. Y ese
personaje, Joaquim Coluna, va y viene. En realidad yo hago que el
personaje repita mi propia vida, ya que me paso yendo y viniendo. Claro,
que de eso, me di cuenta después, porque le estaba dando al personaje una
característica que me es propia. Esa novela se publicó en México en el
año82. Me fue bien de crítica. Era una edición muy bonita, de Editorial
Oasis que no existe más. Luego se hizo acá una segunda edición en el año
86-87. No hubo casi crítica. —Justamente ahora
que has venido salió un libro tuyo. —Sí, una antología
para la colección “libros para todos” que publica la Asociación de
Escritores Uruguayos, en convenio con el PIT-CNT. —Cuentos tomados
de todos tus libros. —Menos del segundo.
Yo he publicado tres libros de cuentos. —¿Y cuantas
novelas? —Dos. “Noche de
espadas” que salió en Cuba en el 87, una edición de 10.000 ejemplares
que se agotó. Eso, en el tiempo en que en Cuba había un aparato
editorial importante, porque ahora tiene público pero no tiene libros,
lamentablemente. La otra novela es la que salió en México. —Hace un rato
dijiste que “nadie navega solo”; ¿eso quiere decir que vos notas
influencias en los comienzos tuyos? ¿Navegaste en otras aguas, aunque con
tus remos? —Eliot; Vallejo; García
Lorca; el Neruda de “Residencia en la tierra" y Drumond de Andrade,
También los llamados "poetas metafísicos ingleses". —¿Ningún
uruguayo? —No lo noto. —Saltando a otro
tema: vos sos Ibargoyen que es apellido vasco. ¿Cómo es tu relación con
lo éusquera? —Mi padre era
uruguayo pero vasco por todos lados. Mi abuelo y mi bisabuelo, eran
vascos. También mi abuela por el lado de mi papá, que era de apellido
Arbiza, o Arbicha, que creo que es el nombre de una planta. Ibargoyen
significa: "Valle en lo alto" o, "Vega cimera”. Mi madre
tiene ascendencia catalana: Islas Font. A mí siempre me interesó el tema
de los vascos. —¿Y eso aparece
en tu obra? —Aparece en la
segunda novela, "Noche de espadas", donde a través de un
personaje yo hago la descripción de los escudos de la familia, porque
toda familia vasca tiene su escudo. Yo investigué en México que la
familia Ibargoyen, tiene dos escudos. Entonces hago una referencia a la
ascendencia vasca con esa descripción que es un poco la descripción del
escudo de Aquiles, de La Illiada. Y también referencias a la familia.
Para mí los vascos son tipos misteriosos. —Son muy fuertes. —Y explotan. Mi padre
era muy fuerte y se murió de un infarto. Pero resistió, el infarto no lo
fulminó, siguió de largo. —Es gente
trabajadora y los deportes que hacen son generalmente muy rudos. —Y se adaptan a todas
las cosas, a los buenos y malos oficios. —Y en cuanto a la
sensibilidad ¿cómo son los vascos? ¿son esa cosa dura aparente o son
blandos por dentro? —Esa es una pregunta
muy buena, yo te lo digo a partir de la práctica. Creo que esa dureza no
es más que una apariencia, lo que no quiere decir que sean blandos,
tampoco. Cuesta mucho entrarles. —¿Eso quiere
decir que es difícil conmoverlos?
—No, entrar en ellos. —¿Hacer relación? —No, la relación es
fluida en general, pero hay como una especie de contención. Tienen un
modo de ser muy adusto, muy severo, contenido. Sin embargo, cuando se
trata de expandirse, son una explosión, y eso, en todo sentido porque son
así para comer, para beber, para los deportes, para arrear ganado. Yo
recuerdo que a mí me enseñaban a correr carreras no encima del caballo
sino en contra de él. Recuerdo haber visto a un tipo que largaba junto al
caballo. El caballo ganaba siempre, por supuesto, pero aunque se sabía
que se perdía, se corría igual. Yo no sé si esa tenacidad es por cuestión
genética o qué es, pero eso es como los estados de ánimo depresivos de
los vascos. En mi familia había mucha tendencia al ensimismamiento: al
encerramiento; yo tengo eso. —¿Y eso sucede
por causas externas? —No. Es cosa de
adentro, es la química del cuerpo y eso no tiene arreglo, es un estado crónico
que nace con uno, y no sólo no tiene arreglo, sino que aparece en
cualquier momento de tu vida. —¿Y en esas investigaciones de “lo vasco" encontraste escritores, como puede ser Jesús Galíndez? —Yo con él tuve una
relación epistolar hace ya muchos años. —Era un hombre muy
liberal, ¿no? —Sí, y muy valiente,
además; muy inteligente y muy capaz y además se la jugó. —En la República
Dominicana. —Sí, exactamente. —Y además de Galíndez,
¿qué otro vasco? —Yo leí mucho a Pío
Baroja y recuerdo que entre sus personajes hay algunos de apellido
Ibargoyen. Claro que estos comentarios que hago son solamente comentarios
porque yo no soy un investigador del tema. He visto que aquí en el
Uruguay salió un libro sobre los vascos muy interesante, un resumen sobre
los vascos en el Uruguay. —Hecho por una
mujer y un hombre: Marenales y Luzuríaga. —Porque los vascos
han tenido una gran expansión en todas partes y en todas las actividades
humanas, se adaptan a todo. Están vinculados —entre otras cosas— a la
tierra y son prácticamente los que introdujeron la cría de ganado lanar.
A mí por el lado vasco me vienen los estados de ánimo pero también la
exageración y la desmesura de que hablábamos con respecto al
“Quijote”, y eso también va a la Literatura, porque yo en esa novela
que se llama “Noche de espadas", que está referida a mi abuelo
materno que fue comisario de campaña en Durazno... él tuvo una vida
agitada en su matrimonio. Murió en el año 22. Había estado preso porque
mató en defensa propia a un hombre contratado por su propio hermano para
matarlo y no por razones filiales sino políticas. En esa novela yo dejo
el mundo fronterizo y me voy al centro del país, cambiándole el nombre a
Durazno, al que le pongo Apricot, que quiere decir durazno pero en francés,
porque no me gusta narrar las cosas directamente y entiendo que al darle
un nombre a las cosas, las cosas para ti cambian, y ese cambio, desde el
punto de vista literario permite una creación muy libre. Resulta que
cuando entregué esa novela en Cuba, me di cuenta de que había olvidado
el episodio en que el abuelo mata en defensa propia. Pero si yo metía un
capítulo con eso, tenía que cambiar prácticamente toda la novela;
incluso seria hasta otro, el personaje. Pero me quedó esa pulga pegada en
la oreja y entonces hice una novela corta, de unas 100 páginas, que va a
aparecer en México en enero próximo, en Editorial Siglo XXI. —¿Y cómo se va a
llamar? —"Soñar la
muerte". El título tiene tres referencias: el soneto último que
escribió Unamuno; el título de la novela de un amigo mío mexicano. Jesús
Gades, que también es de origen vasco, que es: “Soñar la guerra”,
estupenda novela corta hecha por un gran escritor: la última referencia
es: “Morir con Aparicio...”. —De Hugo
Giovanetti Viola. —De Hugo; yo en la
presentación de la novela hago referencia al título, al origen del título.
Ahí, invento un personaje que es el mercenario que va a matar a mi
abuelo, pero dentro de un contexto político, y aprovecho para hacer un
paralelismo con toda la situación fascista del Uruguay. —Pasando a otra
cosa, ¿cómo te sentís en la Revista “Plural”? —Soy jefe de redacción.
En mi etapa anterior llegué a sub-director y cuando vine al Uruguay me
dijeron que por un año me aguantaban el cargo. Fue un gesto notable
porque yo estuve acá 5 años y ellos me recibieron. El directores Jaime
Labastida, muy buen poeta y ensayista, licenciado en Filosofía. Es una
persona sumamente inteligente y con mucha cultura. Tiene una capacidad de
trabajo que sorprende. Él es el director de la revista en su segunda
etapa. —En la primera,
era Octavio Paz. —Exactamente. La
revista es mensual y pertenece al Diario Excelsior. Es una revista que actúa
con total independencia de criterios con respecto al diario aunque somos
parte de él. Pero la revista es totalmente independiente en lo que podríamos
llamar ideológico-estético. Se publica lo que decide la dirección y lo
que nosotros sugerimos. —Vos en esa
revista aprendiste mucho del funcionamiento que tiene que tener una
revista, que es distinto al de un diario, ¿no? —Sí, es otro ritmo. —¿Y qué ritmo
debe tener una revista? —Las revistas de carácter
literario-cultural como “Plural", que se define como
Literatura-Arte-Pensamiento, y que llega también a lo sociológico, a lo
sociopolítico, tienen que tener un ritmo mensual; tienen que tener
continuidad y puntualidad. Eso es fundamental, saber que el día tal de
cada mes la revista salió. El buen cuidado de la diagramación. Yo sigo
creyendo en la sobriedad porque se trata de revistas para leer,
fundamentalmente, y no como las que hay en los aviones que uno mira y no
lee nada. También está la contemplación de la revista como objeto, por
su contenido de diseño gráfico, de reproducciones de obras de arte a
color. Nosotros le damos mucha importancia al diseño y en cada número
está representado uno o dos artistas plásticos a través de viñetas en
blanco y negro, y en las páginas centrales hay reproducciones a color. —Que sea una
revista para leer implica cuidado con el material seleccionado. —Los materiales
entran por varias vías; hay colaboración espontánea, hay materiales
sobre temas que se piden. En este momento, por ejemplo, tenemos material
para tres revistas sin hacer ningún agregado. Nos sobra material de
muchos países, como Uruguay, Cuba, Nicaragua, Estados Unidos y también
de Europa. Incluso está el concurso anual que ya ha sido ganado por dos
uruguayos. —Giovanetti y
Courtoissie. —Hay otros que han
obtenido menciones. El concurso es importante para la difusión de
la revista y para conocer lo que se está haciendo en otros lados
aunque después eso no se publique. Yo soy jurado de portugués. Han
llegado trabajos de Brasil y de Portugal que son muy interesantes.
Entiendo que Brasil tiene un nivel altísimo. Nosotros publicamos
obligatoriamente los trabajos premiados, y las menciones, cuando
entendemos que hay que publicarlas. —¿Vos tenés algún
ejemplo de revista uruguaya de cualquier época que merezca ser conocida
en el exterior? —La Revista "Número”.
Creo que fue muy buena, más allá de su orientación que era más que
nada literaria. En su primera época fue una revista muy buena. Después,
por los años 60 hubo un intento de resucitarla que creo que después de
dos números, fracasó. Lo que pasa es que esa fue una revista
generacional, en cambio "Plural" no es así- Incluso las
propuestas estéticas e ideológicas, ahí son de los más variadas. Menos
fascista, entra todo; porque no es una revista de izquierda como se ha
pretendido, diciendo que somos una sucursal de "Casa de las Américas".
Eso se dijo en la revista “Vuelta”, que es la que dirige Octavio Paz. —¿Y tu opinión
sobre Octavio Paz? —Creo que es un poeta
importante y un ensayista a veces importante, pero nada más. Creo que no
es un ensayista original. No lo es; a mí, incluso hasta me aburre. Tiene
un manejo muy elegante del lenguaje, pero sus propuestas ideológicas y
narcisistas son tan descaradas, tan explícitas, que la verdad es que yo
siento un rechazo por su estructura y sigo pensando que su mejor libro es
"La estación violenta", de los años 50, que es un libro
realmente estupendo. Pero no digo lo mismo de gran parte de su poesía que
incluso es muy repetitiva aunque muy elegantemente resuelta. Yo creo que
hay algunas influencias muy marcadas. Nosotros tenemos un trabajo de un
escritor peruano que se llama Edgar 0'Hara, que vamos a publicar en algún
momento y que es muy interesante, donde 0'Hara habla de la influencia de
Neruda en Paz: influencia que Octavio Paz ha ido reconociendo cada vez
menos en una actitud narcisista. —Las influencias
no son pecado. —Claro que no,
depende de lo que uno haga con ellas. —Un escritor
uruguayo que a vos te importe y que pienses que tiene que ser conocido, ¿de
cualquier época? —Onetti, por
supuesto. El mundo de Onetti a mí no me afecta, yo no comparto esa
propuesta, pero es un mundo que él supo crear y es un novelista. Yo, por
ejemplo, soy un poeta que escribe novelas. Onetti es un novelista. Es la
diferencia. Creo que hay algunas novelas de Gravina que son muy
importantes. —¿Como cuál? —"Fronteras al
viento". —“Seis pares de
zapatos”. —"Seis pares de
zapatos” y "Brindis por el húngaro". Me interesa mucho la
obra de Paco Espínola, sobre todo los cuentos. No, "Sombras sobre la
tierra", que es muy imperfecta de estructura. —¿Y Quiroga? —Quiroga, por
supuesto, pero yo no lo veo como un escritor uruguayo, sino como un
escritor fronterizo. Creo que es un gran escritor y sé que es muy
estimado en el exterior; es un maestro, conocido en todas partes. —¿Crees que es el
más importante, salido de este país? —Me parece que sí.
No niego a nadie y creo que hay muy buenos escritores, pero siempre en ese
medio tono que hace que sea menos importante. Claro que eso es
idiosincrasia y contra eso no se puede ir. —¿Y cuál es el
futuro de Saúl Ibargoyen? —Como el de la
Humanidad, incierto. Pienso seguir viviendo en México y venir anualmente
y por más tiempo. Lejos de considerarme un hombre de dos mundos trato de
construir uno sólo aunque recurra a mucha geografía. Me siento muy
cercano a Cuba, a Paraguay, a Brasil y por supuesto que a México y a mi
país. Me interesa el sur de Estados Unidos por su frontera. Hace unos años
estuve por quedarme a vivir ahí, porque existe una mezcla que uno no sabe
dónde está. Es un mundo muy atractivo. —Estás muy
acostumbrado a los viajes, así que, no te ataca mucho la nostalgia, ¿eh? —Yo no diría
nostalgia sino más bien una sensación de vacío, de mutilación. Yo
tengo cuando vengo acá, nostalgias de México, si es que se llama
nostalgia. Yo le llamo ausencia, algo tuyo que no está ahí; al final uno
siente nostalgia de uno mismo, vacío de uno mismo. Te falta un pedazo
tuyo, no el país que dejás. Ahora, cuando me vaya, me va a pasar lo
mismo, pero este es mi modo de vivir. Todo eso hay que tratar de
aprovecharlo productivamente y sin masoquismo. Yo lo hago escribiendo. No
lo hago como un acto de psicoterapia sino como un acto conscientemente
creativo. Por eso yo decía que no se navega solo. Cuando escribimos
estamos usando algo que usa mucha gente y que ya vino usado a nosotros; y
cuantas voces nos acompañan cuando estamos escribiendo. El acto de
escribir, no es nunca solitario. —Como tampoco se
es nunca primero ni absolutamente original. —Jamás, jamás. Se
trata de la utilización de la palabra, del lenguaje que ya otros han
usado y que va a llegar a los demás. —Nos quedamos sin
tiempo y sin cassette; ¿tenés algo que agregar? —No, no. Así está bien. Sólo agradecerte esta entrevista y el rato que ayer y hoy pasamos. Ha sido un encuentro fructífero y hablar de la creación es siempre bueno. Montevideo, 1992. |
Lucio
Muniz
Uruguayos de raíz vasca
Edición de: "Centro Euskaro-Español"
Montevideo, Uruguay, 1994
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