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La casona de Juana Alejandro Michelena |
Pasando
la curva que hace 8 de Octubre a la altura del Hospital Militar, se puede
encontrar el caminante con una vieja casona de dos plantas, enclavada en
medio de un jardín pequeño. La hiedra cubre en parte sus paredes
imantadas de tiempo, y sus celosías evidencian un algo recoleto y
misterioso. Esa casa corrió hace algunos años el peligro de ser rematada
y caer bajo “la piqueta fatal del progreso", pero felizmente no fue
así y en el presente ha sido reciclada y es mantenida por un instituto e
idiomas que ha hecho de la misma su sede. Pero
lo que da a ese caserón solariego su identidad, lo que lo singulariza
especialmente, es que allí vivió sus años de madurez Juana de
Ibarbourou. La
poetisa, que en 1929, en su esplendorosa juventud fue consagrada
solemnemente como Juana de América en el Palacio Legislativo, por dos
grandes escritores continentales, el mexicano Alfonso Reyes y nuestro Juan
Zorrilla de San Martín. "Sic
transit gloria mundis", murmurará ante estas consideraciones algún
aspirante a filósofo, pero no es inútil recordar (nuestra memoria
colectiva parece ser cada vez más flaca para valorar nuestro pasado
cultural) que Juana de Ibarbourou fue, más allá de los mitos, una de
nuestras más valiosas poetas de la primera mitad de este siglo. Y que en
su crepúsculo, cuando ya la belleza y vitalidad plasmadas en aquel libro
primigenio, Raíz salvaje, y la
gloria comenzaban lentamente a abandonarla, encontró abrigo entre las
venerables paredes de esa casona, donde poco a poco fue clausurándose
para el mundo exterior. Allí
recibía a muy pocos y selectos visitantes, consagrando el resto del
tiempo a la nostalgia por lo ido, y a burilar la última parte
–angustiada y profunda– de su poesía, cuyo punto culminante fue La
Pasajera. Entonces, tu caminante, cuando pases frente a ese caserón imantado de fantasmas sutiles, con rumores de versos que surgen de los árboles del jardín, no olvides que allí vivió hasta no hace tantos años Juana de Ibarbourou. Una escritora que habría que rescatar definitivamente de la telaraña de halagos desmedidos que han tejido a su alrededor muchos panegiristas y demasiadas celebraciones escolares, y también de las críticas injustas que alguna generación posterior le hizo. |
Alejandro Michelena
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