Jorge Luis Borges: el escritor y el personaje

por Alejandro Michelena

alemichelena@gmail.com

Jorge Luis Borges se radicó en los años ochenta en Ginebra, Suiza, ciudad donde había vivido siendo muy joven en los años más fecundos de su formación intelectual. Allí iba a culminar sus días, cumplidos ya los 86 años. El resto de su existencia había transcurrido, sin grandes sobresaltos ni hechos espectaculares, en Buenos Aires, con algunos viajes esporádicos —casi todos realizados en la vejez— vinculados a su fama literaria.  A pesar de esas andanzas por el mundo es probable que, al igual que Kafka y que su admirado maestro Macedonio Fernández, no le hubiera molestado no salir de su ciudad natal. La misma está presente, explícita o sutilmente, en toda su obra. La peculiar erudición y universalidad que lo caracterizaron no podían haber dado frutos en otra urbe que ésa, afrancesada y al mismo tiempo profundamente criolla.

En torno a la obra de Borges hay consenso crítico: está entre las mayores del continente. Es algo que al presente casi nadie pone en duda. Pero hace poco más de veinte años no era tan así; entonces los equívocos y las polémicas rodeaban su figura y su producción.

Muchos lo consideraban una especie de aristócrata algo trasnochado; aunque ese hombre ciego que habitaba con su madre en un añejo apartamento de la calle Maipú era apenas un porteño de buen pasar, como algunos otros que en esos años todavía defendían —con digno anacronismo— una forma de ser que mezclaba un refinamiento de perfil europeísta con un orgullo criollo que al pasar del tiempo se iba tornando una rareza. Para otros era apenas un personaje extravagante, a quien gacetilleros y animadores televisivos de medio pelo hacían decir barbaridades (que en realidad eran sutiles tomadas de pelo para conjurar la ignorancia o estupidez de ciertos supuestos periodistas). 

Escritor y lector 

Pero el Borges auténtico se encuentra en sus textos. Primero aquel joven ultraísta, animador del grupo Martín Fierro, el que publicó libros de poemas como Fervor de Buenos Aires, donde le canta a la nostalgia de los viejos barrios que iban cambiando irremediablemente. Luego, en los años cuarenta, se opera en el escritor una metamorfosis y aparece el narrador, el agudo y penetrante autor de los relatos filosóficos y fantásticos de Ficciones y El Aleph, donde se encuentran narraciones tan perfectas que lo transformaron en uno de los maestros del género.

Paralelamente fue desplegándose el ensayista, preocupado por temas tan diversos como “el eterno retorno”, “el compadrito”, “los sueños” o “el tango”. Pero además existió un Borges conferencista, que tuvo tal suceso que muchos que nunca leyeron sus libros siguen recordando su porte algo dubitativo, su modo pausado de hablar arrastrando las palabras, y la destreza con que lograba meterse al auditorio en el bolsillo.

Borges ha confesado con orgullo que la condición que más le satisfacía era la de lector. Y en realidad fue, por sobre todas las cosas, un atento y profundo lector. Una parte importante de sus escritos, y todas sus opiniones literarias y conferencias, surgen de esa aventura de lector que había comenzado en la biblioteca familiar y no se detuvo hasta el final de su vida. En su carácter de lector inquieto, Jorge Luis Borges redescubrió autores, colaboró a iluminar en nuestro idioma literaturas lejanas en el tiempo y en el espacio, resignificó y amplió el canon de las lecturas imprescindibles. Y él mismo, en los géneros que cultivó, se tornaría con el paso del tiempo en modelo imprescindible de buena literatura.

Su relación con el tango

Se ha afirmado que a Borges no le gustaba el tango, y sí mucho la milonga. Y esto es verdad. Pero con una precisión: apreciaba algunos tangos, todos de la guardia vieja, como La Morocha, La Tablada, El Choclo, El Marne. A Borges le gustaba oír a los buenos guitarreros con su rasgueo de aires de milonga. Entonces: el sonar de la guitarra criolla, tan especial, triste y alegre a un tiempo, simple y complejo, siempre bordeando honduras sin caer en ellas, es un elemento artístico que hermana al cantor y al escritor.

Pero Borges, al igual que antes lo había hecho Carriego, rechazó la impronta melodramática que adquirieran las letras de tango desde el comienzo, desde la propia Mi noche triste de Pascual Contursi que inauguró el ciclo del tango cantado. Hombre de gustos austeros en materia musical, iba a seguir prefiriendo la milonga al tango, y la primera etapa del ritmo ciudadano a lo que vino después. En su libro Evaristo Carriego escribió lo siguiente al respecto: “El tango está en el tiempo, en los desaires y contrariedades del tiempo; el chacaneo aparente de la milonga ya es eternidad”

Han habido opiniones nada positivas de Borges relacionadas con Gardel. Sin embargo, en entrevista que le hizo Antonio Carrizo para la televisión argentina en 1981, llegó a aceptar que Gardel “sigue cantando en la memoria de los hombres”; y ante el desconcierto de Carrizo frente a esa respuesta –convencido el periodista del rechazo que el autor de Ficciones tenía por el gran cantor– Borges se preocupó de aclararle que sí, que se trataba de un elogio. Dijo después: “Más allá de mi opinión personal, el hecho que Gardel siga cantando en la memoria de los hombres no es poca cosa. ¿Cuántos lo han logrado de esa manera, y a tantos años de la muerte...?”

 

Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 

Ver, además:

Jorge Luis Borges en Letras Uruguay

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

Facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

 

Ir a índice de crónica

Ir a índice de Alejandro Michelena

Ir a página inicio

Ir a índice de autores