En primerísimo lugar, una aclaración concreta. Luego de haber visto “Moonlight” -filme que ganó el Oscar de Hollywood en medio de un bochornoso entrevero- este cronista tuvo la sensación de que la Meca y sus artistas decidieron premiar una producción “anti-Trump”.
Intentemos aclarar la idea: parecería que todo lo “políticamente incorrecto” que puede sugerir el largometraje fuera una dura respuesta al matiz reaccionario del presidente estadounidense, más allá de los valores artísticos de la obra. Una película que, quizás, en otra coyuntura histórica de los Estados Unidos no habría tenido la difusión que alcanzó hasta el momento. (Sin contar que, a la ceremonia anterior, se le achacó el tema de cero nominaciones a actores negros).
¿Esto significa que “Luz de luna” es una propuesta de baja calidad? No. Pero tampoco es una maravilla. Si vamos al caso, nos atreveríamos a opinar que -concebida como una realización independiente- el filme presenta una correctísima coherencia que se plasma, por momentos, como borrador experimental registrando, en tres etapas, las vicisitudes existenciales de su personaje (un gay afrodescendiente).
Desde una cámara que gira frenéticamente alrededor de los intérpretes o emerge del agua para recuperar imágenes de un hombre enseñando a nadar a un niño, el largometraje utiliza todo tipo de planos para hilvanar la historia a través de una simpleza artesanal. Lo hace con sutileza y sugiere antes que decir las cosas por su nombre. Un hijo sin padre, una madre drogadicta que ejerce la prostitución y un tutor accidental dando una mano -narcotraficante, para más datos- son las piezas que arman la trama.
Niñez, adolescencia y juventud adulta del protagonista establecen los componentes que marcan sobriamente un proceso de vida con todas sus contradicciones. En resumen, “Luz de luna” es un doloroso camino de vida, narrado con pudor. Ni mucho menos y -tampoco- mucho más. Me atrevería a decir que, finalmente, la producción tiene gusto a poco.
Por el contrario, “Nada que perder” ya podría catalogarse como un western urbano de antología. Combinando un estilo road movie con drama familiar y género policial incluido, “Hell or high water”, a juicio de quien suscribe, es uno de los mejores títulos que se han estrenado en los tiempos que corren.
Con diálogos cortados a hachazos, dos hermanos asaltando sucursales bancarias para llevarse el cambio chico y una pareja de policías Texas Rangers que los persiguen, la realización va tomando fuerza en medio de un contexto inhóspito y decadente. Esa cara oculta -y devastada- de una nación poderosa surge nítidamente en “Comanchería” (otro título alternativo porque la acción se desarrolla en el antiguo territorio comanche) de la mano del director David Mackenzie.
En realidad, la traducción correcta del filme podría ser un giro idiomático que quiere transmitir la idea de hacer tal cosa “pase lo que pase”. Una fórmula que pretende llevar a cabo el objetivo, cueste lo que cueste.
(En este caso, recuperar una hipoteca que el mismo banco quiere ejecutar para quedarse con cierta propiedad). Con un tono absolutamente realista, “Nada que perder” conecta desde el vamos con la platea y deja espacio para saborear los graciosos retruécanos de los uniformados, donde Jeff Bridges se luce a tiempo completo. Y si de opiniones se trata, la consideramos muy superior a “Moonlight”.
También nos tomamos el atrevimiento de opinar que, posiblemente, “Manchester frente al mar” sea otro título más importante que la ganadora oficial de la estatuilla. Un guión sólido que narra la experiencia trágica de un padre de familia, su derrumbe personal y la inesperada designación como tutor del hijo de su hermano muerto forman el núcleo argumental de esta película áspera y no menos dolorosa que “Moonlight”.
Alternando presente y pasado, la producción también va formando su estatura de obra mayor y se despega claramente de otras películas nominadas como “Talentos ocultos” (que también pudo tener que ver con eso de equilibrar las nominaciones con actores de raza negra) o “La llegada” a pesar de cierta “consagración de culto” que cierto sector de la crítica le ha asignado.
De “La La Land” ya hablamos en otra nota, sugiriendo, entre otras cosas, que también era una correcta producción quizás sobrevalorada por la prensa especializada, debido a su cuota de homenaje a la comedia musical clásica. En definitiva, el público decidirá cuál película gusta más. Siempre es así y, en este caso, me parece que la taquilla traducirá preferencias sin tener muy en cuenta las premiaciones. Ya ha ocurrido antes, ¿verdad?