Lo primero es lo primero. Confieso que no me atraen los filmes
musicales salvo honrosas excepciones como “Cabaret” y una acotada
lista que también puede incluir a “Chicago”, “Jesucristo Superstar”,
“Mamma Mía”, “Across the universe” o “Mary Poppins” (sin dejar de
lado clásicos como “Sombrero de copas” y “Cantando bajo la lluvia”).
Sucede que la interrupción musical en medio de los diálogos y/o la
coreografía de los bailarines -entrecruzando la narrativa ficcionada-
me deja fuera de la película. Es cuestión de gustos, se podría
decir. Pero más allá de estas confesiones, también es justo admitir
que la creación del guionista y director Damien Chazelle es digna de
elogio por diversos motivos.
En primer lugar, Chazelle se juega a cristalizar un proyecto que
bien podría calificarse de desafío mayor. En una época de
superhéroes, transformers y posesiones demoníacas de todos los
colores, formular una comedia musical con las pretensiones de “La La
Land” suponía todo un riesgo, tanto del punto de vista artístico
como del posible éxito comercial. Por suerte, el talento del
realizador de “Whiplash” volvió a imponerse gracias a su amor por la
música (especialmente el jazz) y la capacidad de plasmar sus ideas
en imágenes encantadoras y melancólicas.
Bien puede decirse -además- que, a pesar del homenaje genérico,
“La La Land” también posee su cuota rupturista, logrando un
condimento extra para los amantes de esta categoría de
largometrajes.
No se trata de una copia que simplemente nos recuerde la
excelencia de un Fred Astaire sino que también propone distancias
transgresoras (como Lars Von Trier en “Dancer in the dark”) y un
interesante cúmulo de buenas ideas que se hilvanan con soltura desde
un comienzo muy jugado a la coordinación en un magistral plano
secuencia.
(En donde sí, puede haber algo de “West Side Story”). La historia
es simple y relativamente lineal: una aspirante a actriz y un músico
que quiere fundar su propio club es el argumento central que nutre
la trama. A partir del esbozo inicial -con reiteración de espacios
temporales desde diversas perspectivas- la “magia” de la película
comienza a funcionar de forma aceitada a través de esos mínimos
datos. Un logro que se resume, con pulso maestro, en ese desenlace
imaginativo de todo lo que podría haber sido algún sueño hecho
realidad. (Una pequeña joyita que casi hace valer, por sí sola, a
toda la producción). |