Imagen nostálgica de Juan Parra del Riego

por Nicolás Fusco Sansone

Parra del Riego y el autor de esta nota dialogan junto al mar.

Mientras sube el "Himno de los cielos y de los ferrocarriles"

y suena "La trompeta de las voces alegres"

Tiempos de 1923. Nuestra afirmativa y desafiante adolescencia lírica, en el dulce naufragio de los sentidos abiertos al mundo, vive el inesperado encuentro con el vertiginoso poeta de los poli ritmos. Es el instante en que comienza a sonar la voz pura de los dieciocho años en "La Trompeta de las Voces Alegres", que es canto a la madre, al niño, a las jugueterías, a las frutas, al campo y al mar. ¡Tan lejos todo —ifelizmente!— de lo deshumanizado! De ahí nace la raíz de la amistad con el autor de los "Himnos del Cielo y de los Ferrocarriles”, con un permanente sentido alerta —entre los días y las noches de los hombres— de lo que es auténticamente vital, rechazando engañosas apariencias y como en los recios e imperecederos versos de Walt Whitman, no quisimos recibir los cosas de segunda o de tercera mano, ni mirar con los ojos de los muertos, ni nutrirnos con los espectros que yacen entre las hojas de los libres y ni consideramos por encima de los demás hombres.

Y es por todo esto que nunca podríamos acercamos "con un ceñido propósito bibliográfico" junto a Juan Parra del Riego, alma vestida de batalla y de fuego, con el constante estremecimiento del viejo entusiasmo humano y entregada, toda ella, a un fatalismo dinámico, en el constante cambio de hombres, caminos y ciudades.

Su conocimiento del mundo no era turbio, falaz y glacial. Tenía el sentido vertical de aquella viviente realidad concreta, sólida, espesa. — de que nos habla William James, el filósofo del pragmatismo que un día. a través de uno de sus libros —según propia confesión epistolar del poeta— salvóle de una enfermedad de la energía, restituyéndole a la limpia claridad del movimiento optimista de las calles.

Detestaba, bajo su instintivo imperio andariego, toda inmovilidad.

Suyo es el grito: ¡No puedo estar quieto!

Desde su Perú natal, por Chile y la Argentina. llegó hasta nosotros:

"... Venía de ese lado en que se ve la América como una fruta al sol:

verde por la Argentina, toda de oro al costado del país de los Incas y el Virrey Español".

Venía observando, mirando, entre los hombres las ciudades, los viajes, los días y las noches de esta su admirada América. Y siempre ágilmente alerta en el filo del canto, con el alma limpia de miedos y envidias, dispuesta a entregarse en la fuerte admiración que elimina toda calculada cavilación mezquina.

Así construyó la colección de sus himnos vencedores del tiempo. Entre el cielo y los ferrocarriles —fingida estática y tocante dinámica— muévese su mundo que a veces llega, estremecido, a lindar con zonas alucinantes en donde se elevan las voces de extraños surtidores nocturnos. Ejem... la “Canción Funambulesca".

¡Oh, los cautivantes y humanos motivos de su himnario!

El motor maravilloso, la pampa argentina, la marcha a Unamuno, las palomas — "¡escalera loca, fresca, gozosa, pura, infantil!". — los cantos a Woodrow Wilson, y a Walt Whitman. Luego, los nueve nocturnos y sobre ellos, radiante y contagioso de vital optimismo, el cuerpo en la luz, presente en la loa al fútbol, en la mañana con el alba y en los vientos del Perú. Llegan, también, las serenatas y canciones para este lírico de las voracidades ardientes que ante la luna tembló "como un poeta del tiempo de Musset y Jorge Sand". Y se levanta su canto herido de vivas presencias en la serenata de Zuray Zurita, en la canción funambulesca, en la canción desolada por un muerto y en la canción de luna. Sólo es murmullo de alegre humor en la canción de la cabecita elegante y dorada.

Después sigue dándose en continuado canto al amor, a los paisajes y a los amigos, hasta darnos el polirrltmo de Carmen Mendoza y quedarse —en postrera despedida— con una flor entre las manos...

 

Sintió la atracción de las ciudades y pasó, con los brazos abiertos, por Lima, Santiago, Tucumán, Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro, París...

De todas ellas escribió a los amigos conmovidas impresiones. Habla de nuevas amistades, aconseja lecturas ya experimentadas y siempre en sus andanzas, se siente "golpeado y vertiginoso".

Reacciona, con cálida espontaneidad ante las ciudades, los hombres, las cosas y los hechos. Desde acá tiende a un lejano amigo su admiración por Vaz Ferreira, "el gran Carlos de las Conferencias y la Lógica Viva".

Entre nosotros sigue, con acendrada admiración, las huellas de Rafael Barret y comunica al amigo que vive el mismo entusiasmo, el siguiente dato: "Rodó nunca lo comprendió. No tuvo el sentido artístico y humano de su obra. Lo llamó "brillante periodista". En cambio Vaz Ferreira fue su Júpiter justiciero. Le rindió siempre centelleantes rayos de olímpico elogio”.

Cotéjense las siguientes impresiones sobre nuestra ciudad. La de los primeros días de su arribo: '‘Casi te puedo decir que he sufrido un desencanto con Montevideo. No es la ciudad nido apacible y romántica, que me habían dicho. Porque, aunque yo no me forjé una arcadla pastoral, creí, sin embargo, hallar una isla de Mytillene, espiritualmente clara y propicia para la meditación platónica. Pero todo lo contrario, camarada queridísimo. Desde que desembargué recibí en la cara y en el corazón una bocanada de vida miserable y opaca. Todo era fría y borrosa sensación de puerto con sus marineros borrachos, su mal olor característico y sus cantinas de luces tristes como lágrimas. Tú sabes que yo no soy romántico de melena y claro de luna, pero .. "

 

Después conoce los hombres más representativos y dignos de nuestras letras y de nuestra política y va adentrándose en la vida montevideano. Confiesa: "Por lo demás toda mi estada en el Uruguay hasta ahora me ha sido sumamente grata. Montevideo es una ciudad que parece un nido Toda se la podría pasear en dos horas; y luego, esa vista al mar por todo sitio... parece una obsesión de azul. Uno se siente más íntimo y mira con ojos de novio a todas las cosas. Se gana en sensibilidad lo que se puede perder en fantasía. Pero como, ante todo, es el corazón".

Más adelante anota una fina observación de nuestra vida democrática: "Casi no hay separaciones sociales. Nadie se fija en el Presidente de la República que pasa por allá con tres amigos, o se sienta en un banco de la plaza a conversar. Es un caso único en la América”.

Y se queda, cansado de rodar ya por el mundo como una carreta de titiritero —con alegría, pero sin pan— se detiene en la "ancha y noble tierra uruguaya". Aquí encuentra el pan, la alegría y el amor. Aquí nace su hijo. Aquí publica sus libros.

Fue un poeta con un sentido trágico y al mismo, tiempo fuerte, de la vida.

No rechazó el dolor, pero sí y resueltamente, las lamentaciones. Repudió todo hueco y superficial optimismo. ¿Cómo olvidar su "Canción desolada por un muerto"? A su lado muere un adolescente de diecinueve  años:

Solo, olvidado se quedó muerto

junto a mi cama del hospital;

nariz de hielo, párpado abierto,

solo, olvidado, se quedó muerto

junto a mi cama del hospital

Y grita su humana desesperación viril:

Murió a mi lado ¡hermano mío!

ihermano mío! ¡desolación!

Todos marchando rumbo al vacío.

Murió a mi lado ¡hermano mío!

¡hermano mío! ¡desolación!

Después, sacude los monótonos días de enfermo y se marcha por los caminos y los pueblos, a cuestas con su alma delicada de poeta. Y nos narra —inigualable narrador— su encuentro con Gabriela Mistral en un remoto pueblo chileno de la cordillera

Y el hombre. Aparece en los aguafuertes de la Pampa la figura de Narciso Campos, el zapateador que dilapida una energía optimista —digna de respeto y reverencia— que sacude al poeta de las ciudades: "Zapateo de la pampa, zapateo criollo aprendido de los caballos de profundos y ágiles cascos, pies que llevan a los ranchos el saludo del color y de la vida el sol y la gracia de la raza elegiaca y dura, sois más emoción, más frescura y más instintos que esta música de orquestas congeladora y mecánica de los cafés homicidas de la ciudad".

Entra, también, en la poesía y el color de los departamentos de la República. Conoce criollos que le cuentan historias extraordinarias y fantásticas. El alma se le pone oscura en los ranchos del “pobrerío" y afirmado en justas rebeldías dice: "Y me alejé de ahí, apretándome el contra sentido social angustiador que tiene que existir en una campiña donde hay centenares de hombres y mujeres y niños que se mueren de miseria, de alcohol, de tisis y mate amargo en sus ranchos —garrapatas al lado de una tierra que rompe con una fuerza alucinante la riqueza sagrada de la naturaleza. tierra nueva, ebria, infinita, pero donde salta siempre el alambrado del latifundio que les grita: ¡no!"

Acepta el dolor de la miseria, pues puede y debe desaparecer en un canto de salud y justicia. El hombre no tiene que forjar oscuros destinos.

Más o menos en el camino de la vida de que nos habla el pálido y reconcentrado poeta florentino, terminó sus días —con una simbólica flor entre las manos— Juan Parra del Riego.

Muchas veces, lejos del dinamismo de sus polirritmos, le oímos decir el verso de Rimbaud:

Par delicatesse j´ai perdu ma vle...

Y ahora, no sabemos por qué, a través de su imagen nostálgica vemos —como no lo habíamos visto antes— la señal de un presentimiento de su propia vida. Todo nos lo revelaba el conmovido acento con que decía el verso del angustiado lírico francés.

 

por Nicolás Fusco Sansone
Suplemento dominical del Diario El Día

Año XII Nº 545 (Montevideo, 27 de junio de 1943)

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

                    Juan Parra del Riego en Letras Uruguay

                                                             Nicolás Fusco Sansone en Letras Uruguay

                    

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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