En tierras de Cerro Largo el viajero oye tres voces Emilio Oribe - Justino Zavala Muniz - Juana de Ibarbourou por Nicolás Fusco Sansone |
Por tierras de Cerro Largo va cruzando el meditabundo y silencioso viajero. Plenitud del verano a mediados de enero. Desde el sur al noreste en siete horas de velocidad, calor y polvo. Ya las sombras se alargan. Viene desde el cielo, sobre los campos, insinuándose el anochecer como una promesa de la deseada frescura. Una hora más y con la llegada a Meló terminará el viaje. La marcha se hace menos rápida y ahora es posible, otra vez, moverse en el recuerdo de los amigos y evocar lejanas lecturas. Se afina el perfil, suavemente voluntarioso, del viajero. En las miradas de sus ojos entornados es visible la lucha entre la realidad y el ensueño. Paisaje, hombres y casas de Cerro Largo. De todo esto han hablado tres voces puras de artistas. Momento de la primera voz |
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Una de ellas, la del poeta Emilio Oribe, dice en "El Halconero Astral y Otros Cantos"’ su emocionado "Cantar de Eternidad". Por campos de Cerro Largo se oye la voz del noble lírico: Estío. Por Cerro Largo, cuando caía ya el sol, cien leguas por tierra adentro, solo, !tan solo¡, iba yo.
El Tacuarí era de oro, pitangas daban su olor. El ave voló del trébol hacia el rancho de terrón. El viajero se asoma a la ventanilla y sus miradas encuentran lo que buscaban: una luna inmensa levantándose en la soledad. Este nacimiento nocturno sólo puede verse en el campo o en el mar. La ciudad... la ciudad... ¡en la ciudad no! ¡Oh, luna de campesinos y de marineros! |
Otra vez el poeta en su cantar:
Subía, lenta, la luna. La hirió un hombre con su hoz. El se unió a mujer morena. Volvieron Ruth y Booz.
Cien leguas por tierra dentro, de nochecita, iba yo, cuando escuché en un recodo, de niños una canción. Aparecen las colinas de Cerro Largo. El poeta oye su música: Recuerdo las colinas de mi país. Evoco las ondulaciones fronterizas. Los frágiles oleajes formados por el viento Cuando cálida y blanda era aún la tierra.
Las musicales ondas que mueren hacia el Brasil. Allí está mi niñez. El aire comienza a ser fresco en el anochecer y acaricia las fatigadas frentes. ¡Oh, amadas sombras de la infancia! Momento de la segunda voz |
Alguien llama la atención del viajero le señalan a su derecha un recuerdo fijado en mármol —Ahí murió el General Muniz... Es verdad. Murió a campo abierto, junto a su caballo y lejos de las casas. Nada pudo evitar — felizmente — que el caudillo muriera de su propia muerte, según la expresión de Rilke. Sobre los pasos inicia su reposo y el aire puro de los campos, por última vez, canta en su sangre limpia de cobardías.
Continúa la marcha. Las distancias han sido vencidas. En la noche asoman las luces de Melo... |
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Se confunden las dos voces. Y otra vez la voz del poeta con insistencia que reconforta: Por campos de Cerro Largo, en noche oscura iba yo. La niña siguió cantando, mas yo olvidé la canción... Después el sueño, el descanso, en la noche callada de Melo. Momento de la tercera voz Y fue en un mediodía de enero... Rojo mediodía en la ciudad del interior cercana a la frontera brasileña. Va a terminar la dulce y tranquila vagancia iniciada en la mañana. El acompañante le dice al viajero, señalándole con el índice una de las casas de la acera de enfrente: —Ahí nació Juana de Ibarbourou. Un poco antes habían estado viendo la Biblioteca Infantil Juana de Ibarbourou, en las proximidades del Convento, en la alegría matinal de los bañistas. Cantaban viejas y dicharacheras notas criollas en un lavadero publico cercano a la Biblioteca... Por tercera vez se oye una voz de artista. Es poeta y mujer. Y todo se da en un aire de confidencias. |
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—Nací en Meló en el año 1895. Me casé a los 18 años. Y basta. ¿Para qué más? Dos hombres están detenidos frente a una casa que está recién pintada y vacía. ¡Qué lástima! Uno de ellos hubiera deseado, por ser casa de poeta, verla llena de vida y conocer, así, su interior. Vacía le hizo sentir el peso de una gran ausencia, ausencia de canto. Yo iré como una alondra cantando por el río... Un fotógrafo ambulante, no sabe por que, quiere retratar al viajero. Con un gesto intenta apartarlo, pero vuelve a insistir. Entonces le indica una casa que está frente a ellos. Pide una fotografía de esa casa. Mientras el fotógrafo algo sorprendido por este deseo se decide a satisfacerlo, el viajero guía sus pasos hacia las esquinas de lar calles. Allá está el horizonte de los campos. ¿Que busca? Los lugares de una infancia. ¡Primeros años de mujer y poeta! Junto a la casa natal de Juana de Ibarbourou, evoca su infancia... |
Esta mujer uruguaya, voz original de la poesía americana, forma su espíritu en contacto con las realidades primarias de la naturaleza. En el hogar ve, día a día, el ejemplo de la vida sencilla y laboriosa. El padre planta y cuida los árboles de las plazas de Melo y de ahí parece que viniera la tensa alegría vegetal de su hija. El viajero mira el horizonte porque todo el paisaje que abarcan sus ojos, también estuvo en los ojos de ella. Se lo dicen el Cerro Guazunambí y el Río Tacuarí. Y hay que creer en esas voces que vienen de la naturaleza. Está resucitando la infancia de una mujer poeta que vive en una ciudad del sur. Le llegan, en el recuerdo, sus propias palabras. Allí, no muy lejos, está el Tacuarí, su río andariego, el viejo y siempre nuevo río tan amado por Heráclito: Mi río nativo lleva en su entraña Todos los colores del mundo Los que han probado de sus aguas Se han hecho soñadores y vagabundos.
Porque este río de mi pueblo Se ha bebido el crepúsculo y el alba. El mediodía y la noche Para calmar no sé qué ansias. Y le ha quedado hechizada el agua.
Yo que de ella bebí siendo pequeña Tengo el mismo embrujo en el alma. Oye la clara voz del agua. Mansa, deja el recuerdo de un rostro color de dátil. Ella tenía la fiesta de las imágenes que huyen. ¿Podrá verse en estos momentos en las inquietas aguas del río como mar? Ten la seguridad que no, humilde río do los campos. Tu dominio es eterno en aquella alma. Tiene tu mismo embrujo. Por eso puede decirle al océano: Jamás balanceará tu lomo milenario La nave que me lleve desde esta tierra mía Ondulada y menuda, a las tierras que sueña Mi Juventud inmóvil y mi melancolía. Aquella muchacha que tú conociste — Río Tacuarí — hoy mujer, continúa en sus esperanzas locas: Yo quiero la rosa de los vientos ¡La que ninguna mujer ha tenido En la cintura ni en los cabellos! Y la tendrá, pues es mujer y poeta. El viajero se va y deja el calido mediodía en las calles pueblerinas. No piensa volver y sin embargo cuando llegó la noche — la luna era inmensa — su andar sin rumbo llevóle nuevamente por los lugares cercanos a la casa donde nació Juana de Ibarbourou. La evocación de su infancia la sintió en el mediodía. En la noche se le acerca su adolescencia, la adolescencia de Juanita Fernández, que ama la fiesta soltarla de las sombras nocturnas en el beso que es raíz de amor. —"Me gusta el sol, el color, el ruido, la luz. Pero la noche me conmueve de una manera... ¡Yo no sé qué tienen la sombra y la luna! Frente a su casa, en la noche, se dice el viajero al ritmo impreciso de unos pasos: —¿En cuál de esos balcones se abriría en soledad y silencio, la flor de su adolescencia? Regresa.... Entre las claridades nocturnas ondula el Cerro Guazunambí... Música de las colinas en el retorno de ¡a primera voz:
Por campos de Cerro Largo, en noche oscura iba yo. La niña siguió cantando, mas yo olvidé su canción... Olvido, retorno... Y otra vez, en la noche, la imagen del río tan amado por Heráclito. |
por Nicolás Fusco Sansone
Publicado, originalmente, en: Suplemento dominical de El Día Año XI Nº 474 Montevideo, 15 de febrero de 1942 en pdf.
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
Ver, además:
Juana de Ibarbourou en Letras Uruguay
Emilio Oribe en Letras Uruguay
Nicolás Fusco Sansone en Letras Uruguay
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