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La mujer en la obra de Paul Gauguin
por Antonio Mordini
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La figura extrañamente ceñida de Paul Gauguin, como hombre y como artista de raza, ha sido profundamente estudiada en el curso de estos diez últimos años. Sin embargo, salvo rarísimas excepciones, sus biógrafos y críticos dejaron de hacer notar la influencia profunda que las mujeres han tenido en todas las manifestaciones artísticos del maestro. Desgraciadamente, demasiado poco sabemos sobre su vida sentimental antes del año 1875, salvo una misteriosa y pequeña señal de un desconocido amor juvenil, en una carta escrita en 1902 en Atuana, en las islas Marchesi, donde dice: “Un amor menospreciado ha provocado en mí la inquietante obsesión de perpetuos, lejanos viajes...’’ Gauguín, que siempre fue un impulsivo, un sensual de alma, profundamente pagana, obró siempre bajo la influencia latente de cualquier mujer, y, además, si es lícito arriesgar una hipótesis valiente, podemos afirmar que fue impulsado a viajar, más que por un romántico deseo de tierras y de mares lejanísimos, por un misterioso presentimiento de encontrar en sus viajes la mujer de otra raza más cercana a su naturaleza refinada y brutal. Ciertamente, las mujeres europeas dejaron en el alma franca y valiente del maestro una impresión do jesuítica falsedad y de convencionalismos utilitarios: durante toda su vida en Oceanía, siempre recordó con desprecio y horror las amistades y parentelas protestantes de su mujer, a quien tuvo tiempo de conocer durante su estada en Copenhague, en 1884. No bien separado de la familia, y finalmente libre en 1885, acaricia el sueño de larguísimos viajes a países cálidos y lejanos, países nuevos, en los que mujeres de cuerpos dorados por el sol esperan al extranjero, camino del mar, bajo las bóvedas de las palmeras inmensas. Tanto es así, que existen algunos de sus trabajos realizados en 1886, antes de su viaje con Laval a la Martinica, en los que representa vagos paisajes tropicales con figuras de la primera manera, secas y pobres de color. En la Martinica, establecido cerca de Saint Pierre, comienza su segunda manera, tratando largamente los fondos, prefiriendo las tonalidades cálidas en lugar de la tonalidad plomiza de la primera manera. Y con asiduidad de descubridor, frecuentó con Laval la sociedad criolla y mulata, en aquellos tiempos muy tolerante en cuestión de moral. A su regreso a Francia en 1888, toma esta decisión: huir de los países civiles e ir a cualquier perdida región tropical a realizar su ideal de arte con la Eva primitiva, que ve en sus sueños. 1891... Tahiti ... la tierra de las rosas.. . las islas del sol. En Noa-Noa, Gauguin, con pocas frases netas y concisas, evoca soberbiamente al ausente la monótona y extraña vida de los trópicos, las largas, sofocantes jornadas transcurridas a dormitaciones, extendido con su “Vahiné” en la penumbra cálida de su casa de madera de "boura”... las silenciosas noches oceánicas en las que escuchaba de la "fare amou" (casa de humo) nostálgicas canciones tristes que un tañedor de “vivo” (flauta tahitiana), propagaba a lo largo de los valles de la Isla. Noa-Noa, un libro maravilloso, lleno de extraños perfumes y de extrañas mujeres; vemos desfilar ante nuestros ojos muchísimas muchachas morenas, dulces y graciosas amantes: Vaitua, la princesa de las rosas... Titi... y finalmente Tehoura, la “Vahiné”. Noa-Noa... una palabra que en tahitiano significa algún perfume agradable, sirve al maestro para intitular el libro de los amores eróticos y bizarros, un libro en el cual reveló la inmensa poesía profana de la carne hermosa. He aquí cómo Gauguin narra su primer encuentro con su futura “Vahiné” Tehoura: “Un cuarto de hora después, mientras se llevaba para la comida de los mayores, bananas silvestres, camarones y un pescado, ella (la madre) entró seguida de una muchacha grande que tenía un paquetito en la mano. A través del vestido de muselina rosa, excesivamente transparente, se veía la piel dorada, de los hombros y de los brazos. Dos botones eréctiles apuntaban en su pecho; en ese rostro encantador no pude reconocer el tipo que, hasta ese día, había visto reinar en toda la isla; su cabellera era también excepcional, tupidamente crecida, ligeramente crespa. Y todo esto, bajo el sol, era como una orgía de colores”. Establecido en Mataeia bajo la directa influencia de su “Vahiné”, concibe y crea el “Manno Tupapaou", la “Femme a l'eventail” y la tan célebre “Otahi”. Ei maestro, librado al fin de cualquier influencia europea, comienza a tratar largamente el desnudo. Pinta con franqueza la serena impudicia de la carne dorada y abrasada de sol, se detiene en los escorzos valientes y en los coloridos, “ton sur ton” que después espantaran al burgués público de la “Vilie Lumiére”. Cada día consigue alejarse más de la manera van Goghiana de sus trabajos de Pont-Aveu, y es rarísimo encontrar, salvo alguna naturaleza muerta, un cuadro de aquella época que no sea la glorificación de la joven carne florida. De regreso a Europa en 1895, exalta su culto por la mujer oceánica en la famosa respuesta a Strindberg: “Querido Strindberg: He recibido boy vuestra carta, que será además un prefacio de mi catálogo. Ante la Eva de mi predilección que he pintado con formas y armonías de otro mundo, vuestros recuerdos de elección han evocado, quizás, un pasado doloroso. La Eva de vuestra concepción civilizada os transforma y nos transforma en misóginos: la Eva antigua, aquella que en mi taller os produjo miedo, bien pudiera sonreíros un día, menos amargamente. Este mundo, al que no volverían a encontrar ni un Cuvier ni un botánico, sería un Paraíso apenas esbozado por mi arte. Y aunque haya mucha distancia desde el esbozo hasta la realización del sueño... ¡qué importa! ¿Entrever una felicidad, no es acaso un pregusto del Nirvana? Lógicamente, la Eva que he pintado (sólo ella) puede permanecer desnuda ante nuestros ojos. La vuestra, no sabría permanecer sin impudor en ese estado simple, y, demasiado bella, quizás fuera la evocadora de un mal y de un dolor”. En 1895, nauseado por las luchas acérrimas que su exposición había provocado, vuelve a partir para Tahiti donde se entretiene durante cerca de seis años, y finalmente en 1901 parte para Niva-Hoa, en las islas Marchesi, donde se establece en el distrito de Atuana. El maestro está viejo, y se siente acabado materialmente: una implacable enfermedad contraída en París en 1894, lo quiebra y lo enerva. Además, su pierna, destrozada por un marinero en una riña, es cuidada imperfectamente, le procura dolores insoportables. El Maestro quiere retornar. Sueña una Europa nueva, donde la franqueza de la raza primitiva, se enlace con el refinamiento de la nuestra. |
Y crea “Et l’or de leur corps” —un cuadro donde el arabesco sinuoso está sabiamente dibujado por el maestro, lo que significa la más grande alegría para él y para nosotros. El mismo, está inconscientemente cerca de nuestro Palazzesehi, cuando llama a su cuadro: “un divertissement”. El cuadro: La pincelada es larga, pero sobria de color. Los fondos violáceos hacen resaltar las tierras amarillas, de las que abunda Gauguin en la decoración de los cuerpos. En suma: dos mujeres desnudas, de carne dorada, están recostadas sobre una playa desierta; sonríen quizás, inconscientemente, con aquella sonrisa interior propia de las razas nuevas. En lontananza palmeras. y cocos inmensos rompen con sus cabelleras aéreas el violáceo implacable del encendido cielo tropical. “Et l’or de leur corps” —el significado del título es simbólico. No el oro, el oro metal que su cuerpo puede producir, sino el oro, el oro filosofal, el elixir del sol, con el que los antiguos alquimistas creían capaz de transformar los viles metales en oro, y de dar al poseedor la eterna juventud. Son jóvenes y están desnudas. Quieren con su carne dorada sugerir al público inconsciente y lejano, los maravillosos tesoros de placer que ellas encierran. Con ellas el maestro hizo su profesión de fe: Ser joven, al menos de alma. Eliminar el terror de Dios, considerar el placer como una fuente de rejuvenecimiento artístico del mundo. Eso es el cuadro, un simple estudio de desnudo, un divertimiento del maestro en su lejano exilio. Con esto imaginamos haberlo seguido hasta su refugio oceánico. |
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La casa del maestro está perdida en el fondo del bosque de los trópicos, silencioso y solemne. Te Atua, el dios esculpido en madera por Gauguin, vigila ante la puerta. Sobre los batientes de ésta, varias mujeres desnudas se abrazan, y las inscripciones exhortan: el preludio y concertante inicial, es encuentra uno en Sed misteriosas, y seréis felices. Sed amorosas, y seréis felices! Entramos. En la gran estancia, arabescada de imágenes de sano placer, el maestro no está más. Duerme el sueño eterno. Pero su sombra aparece, inspiradora. Lo volvemos a ver, sonriente y calmo, vestido con el “pareo" polinesiano amarillo de flores rojas, en el que dice: “Matámua”. En otros tiempos... Y comprendemos. Nosotros los errantes, los que exaltamos las velocidades, las distancias, los grandes trasatlánticos, los trenes infinitos; nosotros, a quienes el mundo nos parece pequeño, comprendemos al maestro. “Matamua, nave nave fenna.” En otros tiempos una tierra perfumada. Y si el maestro nos señala el nomadismo, comprendemos que es para sustraernos de la vida burguesa de las enormes capitales. El nomadismo de los amores breves y exquisitos, el nomadismo sin tristeza y sin dolor. Y algún día, cansados, quizás recordemos la. frase del maestro. En el fondo de la Oceanía, hay una tierra deliciosa. Es Xoa-Noa, una tierra que perfuman las mujeres y las flores. Ver, además: Gauguin y Tahití, por Roland Morillot |
Recursos de la Exposición "Gauguin y el Viaje a lo Exótico" en el Museo Thyssen de Madrid from REPORTARTE on Vimeo. |
Paul Gauguin. Mata Mua (Érase una vez)Publicado el 15 jul. 2010 En un paisaje idílico cerrado por montañas, varias mujeres adoran a Hina, deidad de la luna. En primer término, una mujer toca la flauta. A la izquierda, separado por un gran tronco de árbol que divide la composición a modo de bisagra, un segundo grupo baila alrededor de la diosa. Gauguin marchó a Tahití en 1891 con el propósito de buscar inspiración artística en los pueblos primitivos, desarrollados al margen de la civilización occidental. Sin embargo, lo que encontró tan sólo eran restos de un pasado glorioso, para entonces en vías de extinción. Mata Mua (Érase una vez) es un canto a la vida originaria que tanto ansiaba encontrar el pintor francés. Pintada en vivos colores planos, al margen de cualquier pretensión naturalista, supone un canto a la edad de oro perdida. |
por Antonio Mordini
Revista Martín Fierro - Segunda época Año III Nº 32
Buenos Aires, Argentina 4 de agosto de 1926
Digitalizado y editado por el editor de Letras Uruguay el día 21 de mayo de 2017, se agregan fotos y videos.
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