Rinocerontes de Ionesco, por la Comedia Nacional, en el Teatro Solís |
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Los rinocerontes son contagiosos
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Reponer “Rinocerontes”, una obra que tuvo un éxito de público y crítica como pocas, demuestra, paradójica y exactamente, la “tesis” de la pieza. Sus admiradores, de ayer y de hoy, se han dejado llevar por una ola de admiración tan ingenua que en la actualidad, a casi sesenta años de su estreno, la pieza ha concluido por clavarse su aguijón. Hay algo rinoceronte en la aceptación de “Rinocerontes” tal cual; una versión musical, como en “La visita de la vieja dama” de Dürrenmatt o una secuela critica, como en “Lo que pasó cuando Nora dejo a su marido” sobre Ibsen, de Elfride Jellinek, serían más frescas y mejores. Hay otros casos a enjuiciar de innobles emociones colectivas y los admiradores de Ionesco podrían intentar la sátira sobre públicos pasivos de hoy, como el de los conciertos de rock, la plaza de Mayo de Buenos Aires cuando la toma de las islas Falkland por la dictadura militar argentina, las multitudes que aclaman al Papa, las reuniones evangélicas a lo Jimmy Swaggart o “Pare de sufrir”, nuestro “Teatro de Verano” con la apoteosis de la murga, el público carnaval con las “Llamadas” y su meretricia exhibición de carne femenina.
La obra comienza con una cháchara general en un café, con su personal y parroquianos; aparece, se le oye y algunos lo ven, un rinoceronte, luego otro, uno africano, el otro asiático; la concurrencia absorbe la sorpresa con nueva cháchara y aparece una desafortunada parodia de la lógica. Pronto adivinamos toda la acción: toleraremos, aceptaremos, amaremos, seremos rinocerontes. Al fin, el acorralado protagonista, Bérenger (Fernando Dianesi), un burócrata borracho abandonado hasta por su amor, Daisy (Stephanie Neukirch), empuñará la bandera de la libertad y, en una escena que creemos inspirada, no sólo en el cuadro de Delacroix “La libertad guiando al pueblo”, que integra la escenografía para ser destruido por los rinocerontes, sino también en la última escena de “Calígula” de Albert Camus, nos ofrece un lugar común “humanista”.
La puesta en escena de Álvaro Ahunchain transcribe con fidelidad el texto de Ionesco, con algunos agregados que vienen directamente de la página editorial de “El País” donde escribe el mismo Ahunchain. Oímos el mensaje del director: tanto respecto de la llamada “ideología de género” como del marxismo (?) al estilo cubano – venezolano - ecuatoriano – boliviano: cualquier poder genera manadas de rinocerontes; también las ha generado la divinización de los ”mercados”, la reducción de la vida a la “economía”, la sumisión, parecida a la reverencia de los teólogos ante el “derecho divino de los reyes”, del máximo rinoceronte de nuestros días, el capitalismo. De acuerdo; pero no se necesitaban estos pesados “Rinocerontes” para rechazar los catecismos y defendernos del poder.
Fernando Dianesi cumple su papel a la perfección, con múltiples recursos de dicción y gesto; hay una gracia especial en Leandro Ibero Núñez, en el papel de un desatinado filósofo.
RINOCERONTES, de Eugène Ionesco, por la Comedia Nacional, con Fernando Dianesi, Levón, Stefanie Neukirch, Andrés Papaleo, Cristina Machado, Claudia Rossi, Natalia Chiarelli, Fabricio Galbiati, Juan Antonio Saraví y Leandro Ibero Núñez. Escenografía de Beatriz Arteaga, iluminación de Ignacio Tenuta, vestuario de Ana Arrospide, música de Carlos García, versión y dirección de Álvaro Ahunchain. Estreno del 3 de febrero de 2018, teatro Solis. |
Jorge Arias
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