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Prólogo al libro de Carlos Brandy
"Pescador de sombras"
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Platón escribió, en el Segundo Alcibíades, que “toda poesía está, por su naturaleza, colmada de enigmas”. La vida, enigmática e imposible, misteriosa y humana, nunca está muy lejos; pero acercarse a ella es siempre una aventura. Está tan cerca como el contenido de este cuarto: está en mi piel, sin ir más lejos; sabemos que si pudiéramos descifrar una sola de nuestras células tendríamos abierto ante nosotros el libro de nuestra historia, incluyendo a nuestros antepasados, y parte de nuestro futuro. Brandy ha emprendido una peligrosa aventura interior, a consciencia de que lo interno puede ser más peligroso que el infierno, de cuyas temporadas imaginarias siempre se ha vuelto. Ha enfrentado, “…mientras cae el cielo/ noches de recuerdos venidos del infierno”“La vida está aquí” nos dice, “entre estos muros /en las rojas rosas de la sangre. /En ella existe /el rumor de los océanos…” Digámoslo con las palabras de Lao Tsé:“Sin franquear la puerta/ se conoce el universo”, o con las de Emily Dickinson, “El cerebro es más ancho que el cielo” y “más hondo que el mar”, porque es “…el peso de Dios/ pues, ya pésalos, kilo a kilo/que a lo sumo diferirán/como la sílaba del sonido.” De esa expedición Brandy ha traído como conquista un universo familiar e inquietante. En una sola palabra de ese nuevo continente caben “un océano/ de peces vivos” y “los viejos árboles de los milenios”; más allá de ese universo, “…el océano celebra/ su paso por la eternidad”. Y aún es posible que ese universo sea, un día, “… un puente con el otro universo que sueña”. Darío, que sabía de esas búsquedas, Darío que, según Machado, no murió sino que fue llevado por Dionisos “…de la mano al infierno /y con las nuevas rosas triunfante volverás”, supo escribir la misma profunda y hermosa afirmación: “…eres un universo de universos /y tu alma una fuente de canciones./ La celeste unidad, que presupones, /hará brotar en ti mundos diversos, /y al resonar tus números dispersos /pitagoriza en las constelaciones”. Encontramos en estos poemas a quien, examinado su interior, encontró el Cosmos, y aún el escándalo del universo para los gnósticos, ese híbrido tan frecuente como inviable, el hombre, “la misteriosa circunstancia de estar vivo”: “Grande y oscuro es el hombre/ en su caída del universo”, y, en uno de los más hermosos poemas, “No es que duela la vida,/ es su razón de ser/ la gran herida./Ese gran misterio /es la pasión suprema/ su pesado aleteo de tinieblas”. En esto la poesía es como el universo: ninguno de los dos tiene por qué existir. De estas transcripciones se comprende el carácter metafísico de estos poemas. No hay en ellos erudición, sino el silencio ecuánime del hombre que mira a los ojos al tiempo y a la eternidad, por una parte, a su breve “traje de carne” con su “materia húmeda de sangre” y a los océanos y universos por la otra. Escribió Proust que “los libros son la obra de la soledad y los hijos del silencio”. Es, la de Brandy, se comprende, una poesía tan “hija del silencio” que muestra siempre una maestría técnica y una precisión, en relación con sus libro anteriores, cada vez mayor y sobre todo un signo muy personal, ajeno por completo a la modas; pero no por afán de singularidad, sino por una auténtica y nunca buscada, originalidad. Y si encontramos semejanzas y parentescos con la sabiduría del Tao Te King (“No le digas a quien camina a tu lado/ni quién eres ni adónde vas”), como también hallamos afinidades con Omar Khayyám (“…¿Cómo gozar los pétalos caídos /del tiempo inenarrable?//En los jardines duermen las flores/ su noche solitaria”, es un saber revivido, cuestionado y luego aprobado, que se ha escrito luego de un largo camino de ida y vuelta a las orillas del misterio. Los temas son graves y su ejecución es leve, límpida y transparente. Hay un dejo sutil de ironía, para nada resignada ni afín a ese humor de los “hombres que saben”, pero que aligera y hace volar, feliz, al pensamiento. Así el viaje del poeta en el “barco pirata/De calaveras y de huesos” de la palabra o esa profesión de incredulidad y de fe en la intimidad: “No creas que Dios está en todas partes/A veces se olvida y quedamos a solas”, “Sólo los dinosaurios diseñaron/la verdad” o “Me dibujé un destino /para que las estrellas/supieran/ que existía”. Pudo escribir Brandy las palabras de Byron en “Don Juan”: “No pretendo comprender del todo / lo que quiero decir cuando intento ser muy sutil;/ pero la verdad es que nada he planeado/ excepto, quizás, tener un momento feliz”. |
Jorge
Arias
ariasjalf@yahoo.com
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