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Príncipe azul, de Eugenio Griffero, dirección de Daniel Spinno Lara
 
 

Todos los fuegos apagados
por Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com

 

Como sus protagonistas, “Príncipe azul” ha envejecido; y ahora apreciamos la ironía del título, por donde Griffero tomaba distancia. Cuando el estreno de la obra (1982) podía creerse, no sin cierto homenaje a la suspensión momentánea de la credulidad, que dos jóvenes amantes, forzados a separarse por sus familias pero mucho más por un decreto de Griffero, pactaran un reencuentro ¡para cincuenta años después! El público asiste a la reunión, que no termina ni de concretarse ni de disolverse; y todo es mucho más triste de lo imaginable. Oh, qué queda de nuestros amores, ah, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, uh, me pregunto qué fue de aquel amor. Gustavo (Levón), llega arrastrando una pierna y un brazo le cuelga, inerte; Juan (Delfi Galbiati) no dirá “esta noche me emborracho” porque, hombre precavido, llega borracho a la cita.

No es claro para este espectador qué se propuso Griffero, si sólo fue mostrar la angustia de nuestros sueños pequeñoburgueses de perennidad y los “deterioros” que nos causa el tiempo; y no en vano la más conocida de las obras de Griffero se titula “DesTiempo”. Esta incertidumbre pone un signo de interrogación sobre el tema mismo, y nos desorienta; pero lo más incómodo de la obra es que el espectador espera, por lo menos, un pálido fuego y no se le da: no encuentra ni cenizas ni rescoldos. Griffero parece empeñado en quitarle toda poesía al asunto: salvo las usuales menciones al verano, sinónimo automático de amores soleados, caballos entre las olas y jinetes hacia el mar como signos de pasión, presenciamos un pesado muestrario de disimulos, mentiras, medias verdades, chaturas y negaciones que encubren mal lo que, en último análisis es una novelita rosa, sin un adarme de grandeza, como las de Corín Tellado o Rafael Pérez y Pérez.

La puesta en escena de Daniel Spinno Lara es estática: no se mueve ni la bandera amarilla que señala al “mar inestable”. Escribe el director en el programa que en la pieza se abre un abismo, pero es el abismo del Leteo o la Estigia. Los agonistas, que no se han sobrevivido, más que caminar se arrastran, hemiplejia y alcoholismo mediante. Los ex amantes están muertos y lo saben; aunque se reconocen de entrada, no tienen agallas ni para evocar, un instante, aquel amor.

Ante tanta petrificación, el director ha creído del caso poner al día la pieza con fragmentos de un poema y conceptos de Marciano Durán, que son informativos y exhiben un tono brioso, bienhumorado y directo, estilo claramente incompatible con las reticencias, sinuosidades y alusiones de Griffero.
 

Jorge Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario "La República", que ha autorizado esta publicación.

ariasjalf@yahoo.com 

 

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