Petróleo, de Lukas Barfuss en el Teatro El Galpón |
Fábula con moraleja
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Tres años hace que los geólogo Herbert Kahmer (Walter Rey) y Edgard Bron (Hugo Piccinini) buscan petróleo en un bosque, malgrado los ataques de nómades rebeldes que, sin constituir estado o nación, acaudillados por Dora (Marina Rodríguez) luego ahorcada, incendian el campamento expedicionario. En ese país llamado Beriok, Herbert mantiene a su esposa Eva (Gisella Marsiglia) recluida en un destartalado sótano bajo la custodia o vigilancia de una doméstica respondona, Gomua (Silvia García). Eva entretiene sus ocios con una petaca de alcohol y sexo con Edgar; se le aparece cada tanto un fantasma de la rebelde muerta. Al fin los geólogos encuentran petróleo, sueñan, son o serán ricos. El espectador percibe que algo no funciona en esta historia simple. La verosimilitud del argumento es dudosa. Nunca se alude a los aspectos técnicos de la busca de petróleo, que debiera ser materia frecuente de conversación. Las tareas de Herbert y Edgar, únicos hombres de la empresa que conoceremos, parecen más propias de una aventura romántico-artesanal que de una organización formal. Los geólogos buscan petróleo sin plan y como a tientas, en un bosque; el espectador asocia petróleo con el mar o espacios abiertos. Nos preguntamos qué empresa de manicomio acometió la prospección de petróleo en un ambiente tan adverso y aún que insista luego de tres años estériles. Si nos dijeran que “Petróleo” es un cuento de Kafka, que Kahmer es una reencarnación de un personaje de Jack London perdido en el Yukon, un émulo del capitán Ahab tras otra ballena blanca, Lope de Aguirre tras El Dorado o un renovado Robert Scott tras otro Polo Sur, lo creeríamos: hay en ”Petróleo” más obsesión que codicia y, sobre todo, una dosis de irrealidad muy superior a sus migajas de realidad. Barfuss ha declarado sobre “Petróleo” que: “…lo que me interesó de esa obra es cómo hay cosas que tenemos que no percibir para poder tener una cotidianeidad ordenada. Debemos aceptar una gran cantidad de injusticia en nuestra cotidianeidad para que pueda funcionar. No es posible que yo perciba todos los días la injusticia del mundo. Porque si no estaría tirado en el suelo gritando. Y me interesa ver qué pasa cuando esas estrategias del no mirar, de repente dejan de funcionar.” En otras palabras, Barfuss ha descubierto que, en ocasiones, negamos el mundo como es, pero la realidad se impone. Profundidad de Perogrullo, invención del paraguas. Si, en cambio, lejos de estos tópicos simplones, se quiere ver en “Petróleo la relación entre capitalismo y destrucción, o que la obra “reflexiona” (?) sobre el encuentro de culturas desiguales y sobre la culpa que puede sentir el hombre occidental por su conducta colonial, cada cual puede ponerse los anteojos que quiera: por nuestra parte vemos en esta sobreescritura de la pieza la misma ingenuidad, la misma incrustación de ideas en la realidad, que en la reciente ”Labio de liebre”, de Fabio Rubiano Orjuela (Comedia Nacional, 2018) que imagina, que los torturadores, aquí los “colonialistas“ pueden sentir remordimiento. Esto es parapetar lo que se presenta como obra de arte detrás de ideas, benévolas y aún correctas; pero si de explotación y brutalidad se trata, sería mucho más elocuente leer en voz alta, en el teatro, las páginas 197/198 del capítulo VIII del libro I de “El Capital” de Marx (Fondo de Cultura Económica, 1946), que relata la muerte en Londres de Mary Anne Walkley el 22 de junio de 1863, tras 26 horas de trabajo ininterrumpido. Esta muerte no es ficción y produce más ganas de gritar, de pie y no tirados en el suelo, que “Petróleo”. |
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Dice el talentoso director de “Petróleo”, Bernardo Trías, que “En un principio me atrajo cierta extrañeza que encontré en la pieza. Cuando la leí, vi que, en una historia muy concreta de seres reales atrapados en una situación reconocible, sucedía algo que se movía en otro plano. Sin dudas en el inconsciente de Eva, la protagonista —de ahí el lenguaje de carácter simbólico—, pero también en el inconsciente colectivo de una cultura ajena a mí, sobre la cual se dan pocos datos: los nómades criadores de renos de la taiga”. Muy bien observado por Trías el costado fantástico, irreal, de “Petróleo”, y su puesta en escena, en sintonía con este sesgo, hace la pieza entretenida y por momentos atrapante. Si ese aspecto fantástico viene del “inconsciente colectivo”, deidad a la que no tenemos acceso pero que coadyuvó a dar buen ritmo y atmósfera al libreto, albricias: no nos incomoda sumarla a la extensa serie de los Olímpicos, y realza la ímproba tarea del director. Todas las obras de Lukas Barfuss que se han presentado en nuestro medio (“La prueba“, teatro Circular, 2013; “Las neurosis sexuales de nuestros padres“, El Galpón, 2016 y “Málaga“, por la Comedia Nacional, 2017) padecen la misma cháchara y la misma banalidad. La escenografía (Santiago Espasandín) es funcional, en su angustiosa pobreza; la interpretación nos muestra un siempre aplomado Walter Rey en un personaje a su medida, y hay buenas actuaciones de Marina Rodríguez, fantasmal y aguda, Gisella Marsiglia, Silvia García y Hugo Piccinini. PETRÓLEO, de Lukas Barfuss, por El Galpón, traducción de Cecilia Bassano. Con Gisella Marsiglia, Marina Rodríguez, Silvia García, Walter Rey y Hugo Piccinini. Escenografía y utilería de Santiago Espasandín, Iluminación de Rosina Daguerre, vestuario de Valentina Gatti y Magalí Millán, ambientación sonora de Karina Bentancor, dirección de Bernardo Trías. Estreno del 7 de julio de 2018, teatro El Galpón, sala Cero. |
Petróleo Corte de prensa FHD PALPublicado el 12 jul. 2018 |
Jorge Arias
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