Esta pieza, misteriosamente, ha ganado
estatura de clásico en el teatro contemporáneo de los Estados Unidos.
Decimos “misteriosamente” porque parece hecha para tener sólo un éxito
local. El argumento gira alrededor de una familia judía de Yonkers,
ciudad satélite de Nueva York, que prácticamente linda con el barrio de
Bronx. Estamos en plena segunda guerra mundial: la intimidante y ácida
abuela (“Granma”) Kurnitz (Ana Rosa), que ha logrado huir de la Alemania
nazi, regentea una tienda de dulces y caramelos; vive con su hija Bella
(Noelia Campo) delicada, sentimental y frágil, que encuentra en el cine
un refugio a la opresión de la casa materna. El hijo de Granma, Edy
(Alejandro Martínez), debe pagar una deuda de nueve mil dólares que
contrajo para hacer más llevaderos los últimos días de su esposa;
encuentra un empleo como viajante y debe recorrer los Estados Unidos;
por eso debe dejar sus hijos, Jay (o Jakob), de unos quince años (Franco
Balestrino) y Arty (Gabriel Villanueva) al cuidado de la malhumorada
abuela, que vive en un mundo de desconfianza y soledad, y de la
hacendosa y por demás ingenua tía Bella;: mundo al que se agregan la tía
Gert (Fabiana Fábregas) que padece de un trastorno entre vocal y
respiratorio claramente psicosómático y el tío Louie (Rafael Beltrán) un
gangster de revólver en la axila y que enfrenta problemas personificados
en gente que lo acecha.
Como se ve, todo parece anecdótico y menor, y las patéticas tentativas
sentimentales de Bella con un acomodador del cine analfabeto, que al fin
prefiere a su amor la compañía de sus padres, parece digna de una mera
comedia de costumbres. Pero el sonido, que no se oye pero que llega, de
los lejanos tambores de la segunda guerra mundial, hablan
elocuentemente, en nombre de los protagonistas y para nosotros, lo que
ellos siente y apenas nombran. La familia ha sido obligada a
expatriarse, a tratar de adaptarse a los Estados Unidos, lo que no
logran plenamente; miran a su nueva patria desde un suburbio, que guarda
distancia. El padre, Edy, ha sido obligado, por el amor que tuvo para su
mujer (muy en contra de los deseos de la abuela, que odiaba a su nuera,
por supuesto) a emprender la azarosa vida de un viajante de comercio
cuando ya ha llegado a los cincuenta años; las dos hermanas, Bella y
Gert, padecen y nos muestran trastornos, que aceptan como parte de la
vida; valientemente: en ningún caso identifican a las verdaderas causas
de sus sufrimientos y carencias, que son el destierro, la
discriminación, la inevitable escasez. El peso dramático de la pieza
está en la persona de Jay, para nosotros el protagonista, el joven
inteligente y sensato que a medida que crece, en la difícil escuela de
una familia mutilada, va afirmándose como hombre y al mismo tiempo, en
parte conscientemente y en parte como a pesar suyo, va creando las
condiciones de la emancipación y la integración con el medio de sus
parientes. Su cariño por su tía conduce a que, en la mejor escena de la
obra, Bella enfrenta por fin a la madre y, con una madurez casi
sorprendente, afirma su derecho al amor, a tener hijos, a la felicidad.
Es así que “Perdidos en Yonkers” trasciende el ghetto, las familias
alteradas, las anécdotas personales, alcanza una dimensión universal y
se erige en un emocionante, si que estoico, canto a la vida.
En manos de Roberto Jones como director la obra fluye con facilidad y
gracia; el único reparo que podría hacérsele es que no intenta disimular
su extensión, lo que podría haberse logrado con una mayor velocidad de
las escenas y más breves lapsos entre una y otra. Noelia Campo ha tenido
a su cargo el papel más difícil, y está dado cabalmente; pero sentimos
que la curiosa dicción que afecta, un tanto áspera (y que no es un
defecto de la actriz), no era necesaria, y que, quizás como consecuencia
de lo que antecede, el personaje parece construido desde afuera, con
excelente técnica, sí, pero sin un visceral compromiso. Son impecables
la terrible (y monolítica) abuela de Ana Rosa, y Edy, en la
interpretación de Alejandro Martínez; los dos jóvenes, Franco Balestrino
y Gabriel Villanueva se lucen por igual, y tanto Rafael Beltrán como
Fabiana Fábregas, en papeles secundarios, cumplen a satisfacción sus
cometidos.
|