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“Neva”
de Guillermo Calderón, por “Teatro en el blanco” en la sala Nelly Goitiño |
“Neva”, como “Diciembre”, suscita inquietud. Vemos a Olga Knipper (Trinidad González) en San Peterburgo, 1905, al año siguiente de haber enviudado de Anton Chejov: un velo de prestigio, de historia del hombre célebre, cae sobre el escenario. Ella intenta ensayar “El jardín de los cerezos, aunque faltaron algunos actores y hay sólo un hombre (Jorge Becker). Más grandeza cae sobre el escenario, pero oímos tambores lejanos. Cuando esperamos la hagiografía, la inevitable adhesión sentimental, en el estilo de “Chejov – Chejova” o “Tu mano en la mía”, Guillermo Calderón se sale del marco. La actriz no puede con el personaje. Es humana; demasiado humana. Sus compañeros tratan de ayudarla; uno de los más extraños recursos a que acuden es revivir la reciente muerte de Chejov, con el champagne, las copas, el médico alemán, el objetivo “Ich sterbe” (“Me muero”) con que el moribundo informa al galeno; pero hay un toque, levísimo pero que roza el absurdo, de irreverencia y casi de desafío. El ensayo se enriquece con agudas reflexiones sobre el arte teatral; poco a poco los disturbios callejeros alcanzan la sala vacía, reducida a una butaca alta como un pedestal; Al fin Masha (Paula Zúñiga) que ha adoptado una actitud crítica hacia Olga, vuelve a dislocar el cuadro, casi a demoler al teatro, insertando en lo que creíamos una evocación o una biografía teatralizada más, un virulento discurso revolucionario que no contiene ya las sutiles palabras de Chejov sino, antes bien, algo entre los alegatos de Gorki y las demostraciones casi matemáticas de Marx, todo ello dicho en el informe, natural, peligroso vocabulario de la calle. El teatro es puesto en tela de juicio; y no hay ninguna absolución ni redención para el arte dramático; ni siquiera la hay para Chejov y su “a los que vendrán después de nosotros”. Disfrutamos de la potencia verbal de Calderón, de un texto que parece a la vez fresco e inteligente, como si fuera el feliz producto de improvisaciones dirigidas y luego vigiladas por una crítica implacable. Como “Diciembre” (que vimos en el festival de Cádiz y comentamos en aquella ocasión), “Neva” es un placer para la mente, para la imaginación y para el sentimiento; aún para el sentido del humor, que no falta y aparece siempre en buena ocasión. Pero un poco más allá del placer, “Neva” escribe en la oscuridad un signo de interrogación que nos apremia. Hay la alegría de la creación; pero hay también una nota amarga, como si el autor y “Teatro en el blanco”, pese a su juventud, hubieran ido, ya, demasiado lejos, hubieran alcanzado ya la madurez. Contribuye a esta sensación última la perfección técnica, visible en la dirección, que no erra nunca el ritmo adecuado, y la interpretación, donde tres voces distintas, de colores diferentes, se funden en una sola e inolvidable música. Demás
está decir que “Neva” y “Diciembre” fueron,
hasta hoy, las
dos mejores obras
que vieron los
espectadores montevideanos este año.
No es indiferente a su
triunfo que “Teatro en
el blanco” (un
nombre que también
hace pensar:
allí llegarán flechas
y balas)
no tenga
ni busque
“fondos concursables”
ni participe en
programas “¡A
escena!”. NEVA, de Guillermo Calderón, con Paula Zúñiga, Trinidad González y Jorge Becker, dirección de Guillermo Calderón. En sala teatro Nelly Goitiño. |
Jorge
Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario "La República", que ha autorizado esta publicación.
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