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“Mi madre, Serrat y yo”
de Carlos De Matteis, en Espacio Teatro |
Todos
sabemos que la risa es
un producto mecánico: las puteadas de
hoy, a las que siguen aplausos a telón abierto, son las herederas de las
“morcillas” del sainete y de los “gags” del cine mudo, como tortas
de crema en las solapas de
ayer. Cuando se pronuncia la frase fatal,
acompañada de una sonrisita canchera “la gente ríe”, sabemos que
todo está perdido para el que la dice. Lo saben quienes estrenan estas
obras: las bromas y los
chistes más o menos originales de “Mi madre, Serrat y yo” –no
hablemos de situaciones de
comedia, que no existen-
tienen mucho menos respuesta
del público
que las guarangadas directas. Hay
otra manera de
perpetuar estos errores, no
menos falaz, que es elogiar el “trabajo” de los actores: no hay buenos
actores en obras malas y los buenos intérpretes, como aquí Cristina Morán,
sólo logran vocear la inexistencia de la pieza. Esta incompetencia
no es ni inocente ni inocua:
no alcanza con encogerse de hombros y decir que el que no le guste que no
vaya. Estas obras convencen al público, desprevenido e ingenuo, de que
eso es el teatro; y la única conclusión que se puede extraer,
las más de las veces, es que si eso es el teatro, el teatro no es
para mí. Esto no es un exabrupto de un crítico “highbrow”: lo oímos
de labios de espectadores, tan desilusionados como sorprendidos. No
nos extrañe que ese público no intente siquiera ver “Hamlet”
o “Últimos remordimientos antes del olvido”
y emigre a las salas de cine para ver el último Oscar. La trama argumental de “Mi madre, Serrat y yo” es sólo un pretexto. Una madre emprendedora, Lucía (Cristina Morán) que gustaba de Serrat, ha muerto intentando volar en ala delta; la apocada hija, Penélope (Lucía Sommer) canta, acompañada del músico Luciano Gallardo, algunas canciones de Serrat, como homenaje a la extinta. Viene luego una serie de escenas breves, todas prescindibles, con diálogos entre madre e hija, que pretextan oposiciones mecánicas; no hay trama ni argumento, ni progresión, ni crisis. No hay interés: la obra pudo terminar veinte minutos antes o veinte minutos después, con más escenas obvias, sin que variare el efecto general. Cristina Morán pone convicción, gesto, sonoridad de voz: todo un desperdicio. A su lado Lucía Sommer aparece muy deslucida. Por más defectos que se quiera adjudicar al personaje, nada justificaba tanta opacidad. MI MADRE, SERRAT Y YO, de Carlos De Matteis, con Cristina Morán y Lucía Sommer, músico en escena Luciano Gallardo, dirección de Franklin Rodríguez, estreno del 15 de Enero 2009, en Espacio Teatro. |
Jorge
Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario "La República", que ha autorizado esta publicación.
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