Medida por medida
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Hay
varias lecciones en “Medida
por
medida”.
Lecciones, porque oímos la voz de un maestro, que enseña,
luego de bajar de su tarima, con la soltura de quien demuestra un teorema
de matemáticas. El
duque de
Viena,
de quien apenas
sabemos que se llama Vicencio y
que
aparece
generalmente
bajo el disfraz de un
monje
y alguna vez
vestido de
mujer, juega con los personajes y con los espectadores. Es un prototipo de
Próspero, el príncipe mago de ”La tempestad” y lo que
hace se aproxima a la magia,
aunque nos hace
ver
que es
todo lógica
y razón. Es una comedia de enredos; pero como pocas veces
Shakespeare nos habla con un tono donde una serena amargura se
entibia con un tierno desdén por las miserias humanas.
Cuando
el duque prepara su desaparición en la primera escena, ya sabemos que
algo se trae entre manos y que lo que habremos de ver será una ficción
dentro de una ficción, una réplica, una imagen virtual de una trama que
nace en su mente y culminará en ella. Un aire festivo, de juego, envuelve
el argumento, que es atroz;
y
el autor se
burla,
porque cuando
esperamos que el duque vuelva
por sus fueros y ponga fin a tanto dolor, se demora y se tarda, sin
aparente
justificación. Casi
tememos que rompa su cetro; pero a tiempo nos dice, con Montaigne, que hay
un no sé qué de servil en el rigor y
la coerción. Porque la conducta de Angelo, tanto la exterior como
tirano
como la íntima, como
tortuoso seductor de Isabella, podría
justificarse, de mil maneras;
no lo perdonamos, porque es abyecto. Descubierto y condenado, es
innoble: baja la cabeza e implora por
su muerte, que le será negada. “Los
reyes” escribió Tolstoi, que no amaba a
Shakespeare, “son los esclavos de la historia”.
Hay
una segunda lección. Mariana, que ha debido casarse con Angelo, sustituye
a Isabella, sombras mediante,
en
el
pago del precio
por la vida de Claudio. La seducción fue imaginaria, y aún sin
pecado, porque Mariana y Angelo se habían comprometido. Esta
sustitución
clandestina
de amantes tiene una larga tradición, desde el Romancero
español (“Romance de Beltrán Francés”) a
Bocaccio y, en la
Inglaterra
isabelina, a “The
changeling”
de Middleton; pero aquí Shakespeare bromea con la ambigüedad. A la hora
del sexo, ¿es lo mismo Mariana que Isabella? Los tiranos reprimen, en el
fondo, el
sexo, una fuerza que todo lo cambia; pero cuando se asoman a
sus
abismos son presas de
pavor y cierran los ojos. “¿
Qué
haces, quién eres, Angelo?”,
gime
el desdichado. El duque filósofo no lleva nada a sus extremos y nos reserva una última lección. Es preciso vivir en paz y con felicidad, pero no laboriosamente. Los acontecimientos exteriores, ese tumulto que puebla la escena, no nos concierne, porque está más allá de nosotros. No debemos ignorarlo, pero sí tratarlo como un juego o un espejo, devolviendo sus envíos o sus imágenes con calma y simetría. Concluye en el acto V con una frase digna del Tao Te King: “Rapidez exige rapidez, lentitud igual lentitud; lo semejante paga lo semejante. En todas las cosas, medida por medida”. |
Jorge
Arias
ariasjalf@yahoo.com
Este comentario es inédito y fue escrito en el año 2006 a pedido del actor y director brasilero Gilberto Gawronski. En parte, y traducido al portugués, forma parte del programa de mano que acompañó la puesta en escena de la obra, que fue presentada en el festival internacional de teatro de Porto Alegre, 2009.
Editado por el editor de Letras Uruguay
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