Mastro-don Gesualdo, novela de Giovanni Verga

Pueblo chico, infierno grande

por Jorge Arias

ariasjalf@yahoo.com 

La critica  de un libro de 1889, leído al azar de bibliotecas y librerías de viejo, no es más casual que la reseña del último y no menos  azaroso Premio Nobel de Literatura.

En el año 1981 llegaron a mis manos lo dos tomos de "Phoenix", edición de los papeles póstumos de David Herbert Lawrence, Penguin Books, 1978. Leí en las páginas 223-231 del primer tomo  y en las 279-288 del segundo tomo inteligentes comentarios de la obra de Giovanni Verga y en particular de su novela "Mastro-don Gesualdo", obra que Lawrence tradujo al inglés; en el año 2002 compré la edición española (Alianza Editorial 1971, 365 pags., traducción de Marcial Suárez). Desde entonces, hasta mediados de este año 2024, Giovanni Verga, "Mastro-don Gesualdo" y el pueblo de Vizzini durmieron un polvoriento sueño; pero les sonaron las trompetas del juicio final.

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La acción transcurre a comienzo del siglo XIX  en el pequeño pueblo de Vizzini (6.405 habitantes, este año 2024) provincia de Catania, Sicilia. Gesualdo Motta, laborioso y astuto, ha amasado una fortuna que sus coterráneos envidian. El “Mastro-don” es obligatorio en un trato urbano para un albañíl que ascendió a constructor; aún pudieron verse, en una reunión social, sus manos manchadas de yeso o cal.

Blanca Trao, enfermizo retoño de una aristocrática familia, vive en el destartalado palacio Trao con sus hermanos Fernando, asmático y deprimido  y el inútil Diego. Está embarazada de algunas atenciones nocturnas del joven barón Niní Rubiera, preñez revelada por un médico que diagnosticó: “A las muchachas, a cierta edad, hay  que casarlas”.

A partir de ese momento surge en el pueblo, sin concierto previo,  un movimiento para casar a Blanca con Mastro-don Gesualdo, quien cree que ese matrimonio le dará ascenso social y nuevos contactos para sus negocios. Gesualdo es amante de su dependiente Diodata, con la que tendrá dos hijos, Nunzio y Gesualdo; le conseguirá, para cubrir las apariencias, un marido, Nanni el Tuerto.

Gesualdo se casará con Blanca. Si los Trao no pueden proveerla de dote, él dará una fiesta de bodas tan espléndida como un tanto menospreciada. A los siete meses les nacerá una hija, Isabel, que ingresará, antes de los cinco años, al Colegio de María de Vizzini y más tarde a un elegante colegio de Palermo.

Es la agitada época del Risorgimento y Gesualdo entra en contacto con los carbonarios, cuyas ideas avanzadas casi parece compartir; más tarde en la  época de los alzamientos espontáneos de Messina (1847) y como su consecuencia o contagio, el pueblo de Vizzini. animado de consignas  expropiatorias, asaltará y saqueará sus almacenes. Blanca muere de tubereculosis,

Adolescente, Isabel Motta es embarazada por el poeta, noble,  insolvente y huérfano Conrado La Gurna; se propone el matrimonio redentor, pero  Gesualdo se opone y, sin avisar,  acepta para su hija, proveído por otra conjura vecinal, un marido ilustre, el duque de Leyra. El matrimonio no es feliz; Isabel, enamorada de Conrado, amenaza suicidarse.

Esperanza y Santo Motta, hermanos de Gesualdo, y Nunzio y Gesualdo, los hijos naturales habidos con Diodata, reclaman, por herencia, por sociedades reales o imaginarias o por pura extorsión, dinero y bienes. Afligido por la agresividad de la turba, la codicia de sus familiares y un cáncer de estómago, Gesualdo pasa a vivir con su hija Isabel, que no lo quiere. El duque de Leyra se ocupará de liquidar el patrimonio de Gesualdo, que muere solo y abandonado  en la casa de su hija.

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La novela, publicada en 1889,  cuenta la pasión y muerte de Gesualdo sobre el telón de fondo de un vecindario  que habla, a menudo grita, se agita y, aunque no se vea, gesticula y conspira. La novela avanza con un ritmo firme, a veces sincopado  por una curiosa  falta de transiciones  que obliga al lector a retroceder y releer. Así, el primer capitulo, que describe la  conmociones y comentarios  causados por el incendio  de palacio Trao, es seguido por la consulta al médico y su veredicto; en la página siguiente don Diego Trao interrumpe a la baronesa Rubiera, inmersa en una áspera negociación con Pirtusio sobre una venta de granos, para exigirlerle el matrimonio redentor de su hijo Niní con Blanca; la baronesa escurre el bulto e indica a Gesualdo.

Verga nos advierte, gravemente, que el carácter de un hombre es su destino: recogeremos lo sembrado.  Gesualdo no vacila en ganar sobre sus coterráneos con su astucia y una falta de escrúpulos que incluye la complicidad secreta en sus  negocios del canónigo Lupi y un adarme de crueldad, pero entrevé su fin, los acontecimientos que terminarán con su vida y su hacienda.

Verga mueve loa hilos; tal vez más solitario y desencantado que Gesualdo; a  veces  piadoso y siempre  intelectual.  Comprende y no  juzga; ha registrado con admirable precisión habla y costumbres de las dos clases sociales que concuerdan en Vizzini y la escritura, mercurial, es sobria y elegante.

Cerramos el libro admirados. Recordamos a Gesualdo, a la desdichada  Blanca. A los demás,  Diego, Nunzio, la tía Macrí, el marqués Limoli...y aquí un largo etcétera, los vemos y nos atraen cuando dicen sus partes, pero  se despiden como comparsas, como un torbellino de hojas secas. Fuera de escena los vemos como un decorado; unas páginas más y son un punto. Ninguno tiene esa chispa de inocencia que lo calificaría como irrepetible ser humano; no conocemos sus sueños sino sus apetencias,  no conocemos sus  alegrías sino sus hartazgos, no sabemos de penas que no se confiesan. No hay una escena de heroísmo o sacrificio.

D.H. Lawrence idealiza a Gesualdo, lo encuentra "atractivo"; lo sitúa muy por encima de los pobladores de Vizzini. Lo ve como un griego antiguo: "la misma energía y rapidez de respuesta, la misma vívida conciencia, la misma extraña franqueza que no se compromete abiertamente, la misma vieja astucia...". "...Es un griego o un inglés tradicional en el sentido de que sale adelante por sí mismo..."..."griego en ese vivir para el momento con esplendor".

Indagamos por "lo griego" de "Mastro-don Gesualdo"; al personaje lo encontramos ruin; buscamos en vano en la novela un ángulo cómico, que no aparece, tal vez la delicada injerencia del autor mediante la sátira, en el estilo de “Almas muertas” de Gogol, que habría iluminado con la tenue llama del humor las vidas oscuras, Gesualdo incluido.

El rasgo cómico es propio de los griegos. Samuel Butler y Robert Graves sostienen que la Iliada es una gigantesca sátira; y Aristófanes no es menos griego que Aristóteles. En la "Ilíada" oímos la incontrolable risa de los olímpicos cuando vieron a Hephaistos ajetreándose en el palacio; y cabe recordar que Homero escribió el "Margites", obra perdida que fue para la comedia lo que la Ilíada fue para la tragedia.

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Han pasado ciento treinta y cinco años de la publicación de Mastro-don Gesualdo. En el tema del devastador pueblo chico hubo novedades. Nuestras reducidas lecturas han encontrado la "Antología de Spoon River" de Edgar Lee Masters (1915), "Winesburg, Ohio" de Sherwood Anderson (1919) y en 1938 "Nuestro pueblo" ("Our town") de Thornton Wilder, cuya es la frase que podría aplicarse a las tres obras: "Quise proyectar la vida de un pueblo contra la vida de las estrellas".

 

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