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Los teatros uruguayo y argentino contemporáneos. por Jorge Arias |
El teatro, como las demás artes, no debería ser la obra de creadores individuales. Si hay un arte capaz de llegar a un público, es porque ese público tiene las condiciones para ser artista. Todos deberíamos ser capaces de cantar, de escribir un poema, de pintar un cuadro, construir una iglesia. Por la organización actual de la sociedad, en particular la división del trabajo, los bienes culturales han sido objeto de apropiación por unos pocos. A ellos llamamos artistas; en general están rodeados de una atmósfera de misterio, como si lo que hacen estuviera mucho más allá del saber común de lo que realmente está. En una sociedad ideal, no hay pintores ni escritores, sino, cuando mucho, hombres que, entre otras cosas, pintan o componen un poema. En relación a este postulado, la conducta de los artistas de teatro de Argentina y Uruguay ha seguido dos o tres líneas diferentes. El teatro de las “utopías” sociales. La primera se llama hoy, algo despectivamente, la línea de las utopías sociales. Se afirmó que el arte era un arma para la lucha; más precisamente para las batallas de una revolución social. En esta línea tenemos en la Argentina a Eduardo Pavlovsky y al teatro Payró, que dirigió durante años Jaime Kogan, un discípulo del director uruguayo Atahualpa del Cioppo, uno de los fundadores del teatro “El Galpón”, de Uruguay; y no por casualidad una de las piezas más provocativas de Pavlovsky, “El señor Galíndez”, se estrenó en el teatro Payró. En el Uruguay ya existía, desde 1937, un “Teatro del pueblo” fundado por José Domínguez Santamaría y vagamente inspirado en las ideas que desarrolló Romain Rolland en “El teatro del pueblo”; pero entre los grupos teatrales del Uruguay que se inscribieron en esa dirección hay que mencionar en primer término a “El Galpón”, fundado en 1949, especialmente durante los años 50 y 60, donde gravitaron Atahualpa del Cioppo como director y Blas Braidot como organizador; “El Galpón” era, en los hechos, la rama teatral del Partido Comunista Uruguayo. La “Comedia Nacional” de Uruguay. Una segunda línea fue, en Uruguay, el teatro estatal. Por la acción de personas como Justino Zavala Muniz, el Estado formó y financió un grupo de teatro, en la órbita de la Municipalidad de Montevideo, que en 1947 comenzó su actividad con el nombre de la Comedia Nacional. Se trataba de hacer llegar al público lo mejor del teatro universal, subvencionando el costo de las entradas. En la Argentina el Estado a través del teatro municipal San Martín y diversos teatros estatales, como lo son hoy los teatros Cervantes, Rojas y Presidente Alvear, siguió y sigue una línea semejante. Una tercera línea de teatro continuó con la conocida idea del teatro como entretenimiento, a menudo provisto de verdadera calidad profesional. En el Uruguay el caso más notorio de esta tercera línea es Omar Varela, a cargo desde hace varios años del teatro del Instituto Cultural Anglo Uruguayo. En Buenos Aires están en esta línea los teatros que se ubican en la Avenida Corrientes. Se busca, más que la diversión, la risa; con tanta vehemencia que a menudo se bordea la payasada. El teatro en el Uruguay contemporáneo En el Uruguay la línea del teatro social, que aspiraba a contribuir a una transformación de la sociedad, tuvo un momento culminante, más político que artístico, con el estreno de “Fuenteovejuna” de Lope de Vega, en una adaptación puesta en escena por Antonio Larreta y Dervy Vilas en 1969. Larreta, que es actor, dramaturgo, director de escena, novelista y hombre de letras, provenía de la “Comedia Nacional” y del “Teatro de la Ciudad de Montevideo” que contribuyó a fundar, y Vilas de “El Galpón”. Era un momento en que ya se insinuaba la primera dictadura, a cargo de un presidente elegido por el pueblo, Jorge Pacheco Areco y donde ya era muy visible la actividad de la guerrilla urbana del Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros) conocido por su sigla M.L.N. Incidentalmente, uno de los jefes del Movimiento de Liberación Nacional fue el joven dramaturgo Mauricio Rosencof, que luego de 12 años de prisión en condiciones inhumanas es hoy Director de Cultura de la Intendencia Municipal de Montevideo. Ese año, 1969, El Galpón, en su nueva sala de la Avenida 18 de julio, había estrenado “El asesinato de Malcolm X” de Hiber Conteris (que también pertenecía al Movimiento de Liberación Nacional), y “Libertad, Libertad” de Fernandes y Rangel, que tenían un sentido revolucionario. Por su parte Antonio Larreta había escrito el drama “Juan Palmieri” sobre la guerrilla urbana, una obra que nunca se estrenó en el Uruguay. “Fuenteovejuna” estaba muy influida por el teatro de Bertolt Brecht. Había música, canciones, carteles explicativos, cuplets en el estilo de Brecht y Weil donde se aludía frecuentemente a las armas, como la que ostentaba el estribillo “Un pueblo unido jamás será vencido”. Pero “Fuenteovejuna” fue, más que una incitación a pensar, un llamado a la insurrección. Esta obra fue calificada, años después, como una acción prematura, que contribuyó, más que a realizar, a frustrar las expectativas de revolución; por su carácter demostrativo, con un intento muy claro de identificar al espectador con los protagonistas, la obra se situaba en las antípodas de Brecht, aunque utilizara algunos de sus procedimientos. En vez de las escenificaciones perfectas de Atahualpa del Cioppo, donde las conclusiones políticas fluían naturalmente del espectador por el solo contacto con obras aparentemente tan apolíticas como “Las tres hermanas” de Chejov, aquello fue un panfleto, un discurso de barricada, una antorcha que se puso en manos de una obra del siglo XVII, a la que se endosó un mensaje que nunca tuvo y al que se adaptó muy mal. Se creyó estar ante una situación revolucionaria y, sobrevalorando los poderes de la voluntad, se creyó que un nuevo mundo llegaría con sólo encender un fósforo. Con el tiempo, llegada la dictadura militar, “El Galpón” fue puesto fuera de la ley, Vilas y Larreta debieron exiliarse, la sala teatral de “El Galpón” fue confiscada por la dictadura (por decreto del 7 de Mayo de 1976). Sus integrantes debieron exiliarse, los más a México, algunos a Colombia. Aun en el error, no podemos sino respetar a quienes creyeron, con Oscar Wilde, que el mapa del mundo no está completo si no contiene un mapa del país de la utopía. Chejov también dijo que hay que representar a los hombres como son, y también algo de como debieran ser. La vida fluye y cambiamos continuamente; una anunciación de futuro las encontramos en las semillas de las plantas, donde podemos ver, a poco del comienzo de la germinación, el dibujo que anticipa una hoja que todavía no existe. Como dice Heiner Müller de “El ángel de la historia”, “… el palpitar de poderosas alas se comunica en ondas a la piedra y anuncia el próximo vuelo”. Durante la dictadura militar el teatro se estancó y languideció. Siguió existiendo a Comedia Nacional, sometida a un contralor que hizo suspender la exhibición de una obra tan convencional como “El vestidor” de Harwood y que contó con episodios de vaudeville cuando un interventor militar de la Escuela Municipal de Arte Dramático resolvió suprimir los espejos en los camarines de los hombres “porque estimula la hmosexualidad masculina”. Sobrevivió el Teatro Circular, el segundo teatro independiente uruguayo, después de “El Galpón”, con quien mantuvo siempre afinidad y estrechos lazos. El teatro Circular contribuyó a la literatura de denuncia y de crítica social con espectáculos hábilmente camuflados, como “Los fusiles de la madre Carrar” de Brecht, a la que se llamó “Los fusiles de la patria vieja”; y más abiertamente con la muy notable “Operación masacre” del argentino Rodolfo Walsh, más tarde asesinado por la dictadura en 1979, donde se relata un episodio real de represión y muerte de civiles que cooperaron con un levantamiento de oficiales del ejército argentino en 1956 pero que era de fácil e inmediata transposición a aquellos días de la era militar en el Uruguay (1973 -1985). ¿Qué ha sido el teatro uruguayo después de la dictadura? Tengo ante mí la lista completa de las obras estrenadas durante este año 2007. Trato de encontrar las obras que me han conmovido o inquietado, y sólo encuentro dos obras de Eurípides, “Las troyanas” que se exhibió en Porto Alegre en uno de los últimos Festivales Internacionales de Teatro y “Las bacantes”. “Las troyanas”, es una obra de circunstancias con la que Eurípides denunció la matanza de los habitantes de una isla por los atenienses; pero hoy conserva todo su impacto. “Las bacantes” nos sacude con su conflicto entre la más absoluta libertad, libertad que se extenderá hasta el crimen y el orden; y aún más nos inquieta con la actitud ambigua del autor, que no condena a los adeptos de Dionisos. Con estas salvedades, disfrazadas con el ropaje de los autores “clásicos”, el teatro uruguayo posterior a la dictadura abandonó toda actitud contestataria. “El Galpón”, que recuperó su sala y cuyos integrantes volvieron del exilio, mostró una clara discontinuidad con “El Galpón” anterior a la dictadura. Es verdad que en 1985 estrenó o reestrenó “Artigas, general del pueblo”; pero era un canto de cisne, y todo se redujo, muy pronto, a una repetición de la vida en el exilio, el mero esfuerzo por sobrevivir como suficiente justificación. En
1997, “El Galpón” se asocia con el Teatro Circular de
Montevideo, otro grupo de teatro independiente, para lanzar
la operación
productiva del “Socio
Espectacular”. Es un
sistema de reclutamiento de “socios”
más amplio, y
sobre todo absolutamente despolitizado, que el ya tradicional que sostuvo a los
grupo teatrales desde su nacimiento, donde
cada socio era un
activista, un
militante. Por el pago de una cuota mensual, se ofrece entrada gratuita
para todos los espectáculos de ambas instituciones,
los espectáculos de la
Comedia Nacional y de otros
grupos teatrales, a lo que se agrega entradas a cines
de la ciudad, a una colección
de libros de la Editorial Banda Oriental, a los espectáculos deportivos
organizados por la Asociación Uruguaya de Fútbol y Federación Uruguaya
de Basketball, así como los
espectáculos del
carnaval. No
diremos que “El Galpón”
se ha transformado
en un supermercado
cultural, pero todos los
esfuerzos visibles apuntan
a una estabilidad económica
sin avance
posible. El cuadro ideológico general excluye
toda
postura revolucionaria
o contestataria. En su
página web “El Galpón” dice que
en México debió
“profesionalizarse”. “Profesión”
palabra que vemos
reaparecer en
todo la actividad
teatral contemporánea,
por lo general
como sinónimo
de . “medio de
vida”; y
es curioso
observar cómo los mejores
espectáculos de “El Galpón”, no
tanto los mejores por su
contenido de ideas sino aún por
su calidad artística,
fueron los de su
época motejada
de “no
profesional”. Del
mismo modo que la
actitud contestataria
y rebelde de los
años 60’ incurrió en el
error de creer
que se
estaba ante una
situación revolucionaria,
la idea,
o mejor quizás la
consigna de la “profesionalización”
encubrió, pero sólo al principio,
la verdadera idea, la conversión
del teatro de ideas
en teatro
comercial. En
buena parte para sobrevivir, todos los grupos de teatro
independiente organizaron
escuelas de
teatro privadas,
donde los
alumnos deben
pagar la matrícula y
los cursos; ello
llevó a una proliferación
de actores en número mucho
mayor a sus
posibilidades de
actuar, al punto
que . la Sociedad Uruguaya de
Actores afirma que
su gremio tiene
un 95%
de desocupación.
Los actores
jóvenes organizan
espectáculos basados en un
trabajo nunca remunerado, tratando de
captar alguna de las muchas subvenciones
que los poderes
públicos ofrecen.
Ello trae como
consecuencia espectáculos poco trabajados,
pero sobre todo socialmente
neutros, para nada
comprometidos ni
polémicos, con textos escritos
sobre la marcha que nunca
se cuestionarán
a los mismos poderes
(Ministerio de
Educación y Cultura,
Dirección de Cultura
de la Intendencia Municipal de
Montevideo) que
los han financiado. En
ocasión de la presentación
de un libro sobre
Atahualpa del Cioppo, dijimos
que, pese
a la restauración democrática, la
dictadura militar había
triunfado. Desapareció, como
arrancado de
raíz, todo
el teatro contestatario
y de
protesta; y las muy
pocas obras
que trataron de la época
de la dictadura, como
“Malezas” de
Maria Pollack o “El
informante” y
“Resiliencia” de
Carlos Liscano tocan
la era de los militares en
forma anecdótica
y fría.
Una reflexión final sobre el papel de las ideas en el arte. Dijimos que el teatro “El Galpón” era, antes de la dictadura, parte de la rama literaria del Partido Comunista; pero en esa época produjo sus mejores obras. A comienzos del siglo XIX el escritor uruguayo Javier de Viana escribió magníficos cuentos sobre el Uruguay rural, fundándose en la discutibles ideas de Émile Zola sobre la herencia; más adelante, cuando abandonó las ideas de Zola, sus cuentos no fueron ni sombra de aquellos cuentos brillantes que escribió bajo su influjo. Balzac dijo que escribía “…a la luz de dos grandes luminarias: el altar y el trono”, y, sin embargo, pocos escritores pudieron mostrar, como él, a la sociedad funcionando como un todo. Marx, que lo admiraba, estaba a punto de escribir todo un libro sobre Balzac cuando lo sorprendió la muerte. Nuestras menciones del teatro uruguayo contemporáneo son, Atahualpa del Cioppo y Mauricio Rosencof. La última puesta en escena de Atahualpa del Cioppo fue sobre Fray Bartolomé de las Casas, lo que claramente señala el tema, latente y candente, del indio americano y su destino. Ya en esa época Del Cioppo no pudo presentar su obra en “El Galpón”, como hubiera querido, porque no fue aceptada. El arte de Del Cioppo se fundaba en el estudio a consciencia de los textos y a extraer de ellos el máximo posible de ideas y reflexiones. Era imposible ver sus obras sin ponerse a pensar; sabía conmover al espectador de modo tal que al impacto emocional seguía, como una consecuencia inevitable, la reflexión. En este sentido recordamos su puesta en escena de “El círculo de tiza caucasiano” de Bertolt Brecht, obra que presentó en toda su extensión, sin cortes de clase alguna y “Las tres hermanas” de Chejov, donde nos reveló un mensaje de orden histórico y social, apenas susurrado por Chejov pero no por ello menos audible. Mauricio Rosencof cumplió lo que un dramaturgo debe hacer con una de sus primeras obras: “Las ranas”. Allí expuso la vida de los marginados, los que viven en el equivalente uruguayo de las “favelas”, los que nunca habían llegado a los escenarios, los pobladores de las viviendas marginales, que viven una civilización distinta de la nuestra. En obras posteriores, como “Los caballos”, la denuncia de miserias sociales dejó el primer plano a un fervoroso llamado a las armas; en sus últimas obras se ha inclinado a un género popular, con elementos musicales y canciones, que ha sido rápidamente aceptado y celebrado por toda la sociedad uruguaya. El teatro argentino contemporáneo Si apenas encontramos nombres en el teatro uruguayo de hoy, encontramos, en cambio, en el teatro argentino dos o tres figuras de primera magnitud, con una obra considerable en extensión. No son ya los más jóvenes, los que tienen ahora entre 40 y 50 años, como Daniel Veronese, Rafael Spregelburd, Aejandro Tantanián y Javier Daulte, sino quienes tienen hoy 60 y 70 años; y hay una línea teatral que se vincula a la vez con el teatro del absurdo y con el teatro popular, donde han realizado una obra muy extensa Roberto Cossa y Eduardo Rovner. Y debo decir que una de las últimas veces que me sentí conmovido en el teatro en la Argentina fue hace ya varios años, cuando vi “Lejana tierra mía” de Eduardo Rovner, sobre el tema de la emigración. Pero son Alberto Félíx Alberto y Eduardo Pavlovsky como dramaturgos y Rubén Szuchmacher como director quienes plantean un teatro que cuestiona la sociedad y hasta a la humanidad, en tanto en el teatro de aquellos jóvenes y los no tan jóvenes, no existen mayores rasgos críticos de la sociedad en que vivimos. Eduardo Pavlovsky es dramaturgo y actor; Alberto Félix Alberto es dramaturgo, vestuarista, iluminador y director de escena; Rubén Szuchmacher es director de escena. Rubén Szuchmacher, que ha sido también director de ballet, tiene una amplia carrera signada por el estudio y la busca de espectáculos de calidad, como sus versiones de “Calígula” de Albert Camus, “Historia del loco y la monja” de Stanislas Witkiewitz, “Cuarteto” de Heiner Müller, “Polvo eres” de Harold Pinter, “Galileo Galilei” de Brecht, “Lo que pasó cuando Nora dejó a su marido” de Elfride Jellinek, “Enrique IV” de Pirandello y, muy recientemente, “Muerte de un viajante” de Artur Miller. En esta última puesta en escena Szuchmacher ha visto y realzado los detalles, contenidos en el texto de Miller, a lo Brecht, haciendo visible la “teatralidad” de la pieza. En todas las puestas en escena Rubén Szuchmacher es imaginativo, innovador, paradójico y hasta sorprendente, pero al mismo tiempo fiel al texto que se propone. Creo que. comprenderán mi sorpresa cuando al pedirle a Szuchmacher una explicación de su puesta en escena de “Calígula”, nos dijo que es “una obra de despachos”, algo así como una comedia de escritorios, secretarias y ejecutivos; y en la escena tanto Calígula como los romanos están vestidos con trajes de 1940 y llevan relojes de esa época. El resultado, en parte debido a la sorpresa de la radical traslación en el tiempo, era brillante, y la pieza, que no es comercial en ningún aspecto, fue un éxito de público. Alberto Félix Alberto es, posiblemente, el más original. Sus espectáculos están siempre muy cerca de la perfección, pero además presenta sus temas y sus personajes con una perspectiva y un punto de vista tan distinto de los corrientes, que parece estar no sólo fuera de lo común sino aún fuera de este mundo. Si alguien nos dijera que sus obras pertenecen a un habitante de otro planeta, en el primer momento al menos nos inclinaríamos a creerlo. Su primer teatro fue hacia el margen Sur del Centro de Buenos Aires, en la calle Venezuela; hace unos años compró una casa antigua que transformó en teatro, en Balvanera, un barrio algo menos elegante que el Monserrat de sus comienzos en 1986. De origen libanés y vasco, su lengua es el francés, que enseña como medio de vida. Diríamos que su obra está fuera del espectro visible; es relativamente poca la gente que lo conoce, y menos aún la que conoce sus obras. Pero era suficiente llegar a su teatro para sentir, como un cosquilleo en la piel, una sensación de extrañeza, de muy definida teatralidad; algo como el efecto que propugnaba Brecht, de amenidad o desorientación, pero probablemente en una escala aún mayor que la que propugnaba Brecht. El común denominador de sus obras es una muy inquietante impresión de que todo lo que consideramos como real y firme podría ser irreal y frágil, y viceversa. Así sucedió en “Tango varsoviano”; la que creemos es su mejor obra, en “En los zaguanes, ángeles muertos” se habla un idioma que no existe, no obstante lo cual creemos entenderlo: reconocemos (y desconocemos) lo que sucede como algo humano. El curso de la obra, con sus golpes de efecto y súbitas transformaciones que parecen suceder por arte de magia, pone en cuestión todas nuestras certezas, hasta si percibimos realmente lo que creemos ver. Una de las últimas realizaciones de Alberto, “La parte del temblor”, basada en el cuento de Mishima “La casa de las bellas durmientes” trata de la angustia y las extrañas fantasías de la vejez; transcurre, como casi todas sus obras, en lugares de paso, como sugiriendo la irrealidad, lo pasajero de la vida humana. Son lugares casi irreales por sí mismos como una estación de ferrocarril, una estación del tren subterráneo, el dormitorio de una casa de té en Japón, sitios del Mediterráneo en la época de los viajes de Odiseo. No hay en la obra de Alberto las menciones sociales explícitas del universo de Pavlovsky_ no existe, en la superficie, nada parecido a la militancia de Pavlovsky, que es muy fácil de identificar como de izquierda. Pero su enjuiciamiento del hombre y de la vida humana va mucho más allá, y es el hombre en sí y hasta el planeta Tierra lo que está en discusión; no obstante, si hay mucho de irrealidad en los espectáculos que propone, todo es en ellos agudamente real, próximo y sobre todo, inquietante. Eduardo Pavlovsky, nacido el 10 de diciembre de 1933, es médico y psicoanalista; fue diputado nacional por el Partido Socialista. Su obra “El señor Galíndez”, estrenada e en el teatro Payró en 1974, debió bajar de cartel porque una bomba destruyó el frente del teatro, donde también se daba “Los días de la comuna de París” de Brecht; la pieza de Pavlovsky “Telarañas” fue prohibida cuando sus estreno en Buenos Aires por “atentar contra la institución familiar”. Interesa a Pavlovsky no tanto el tema de la tortura en sí, como la razón del terrorismo de Estado. En “El señor Galíndez” un policía le dice a otro: “Por un trabajo bien hecho, hay mil personas paralizadas de miedo. Nosotros actuamos por irradiación”. Aún hoy, desaparecen o son secuestrados y maltratados testigos en juicios penales contra los militares argentinos, y el propósito siempre es el mismo, la impunidad y, en última instancia, el poder mediante la intimidación. El interés de Pavlovsky en el tema va más allá de lo político. Se pregunta, al fin, qué es el hombre, si es capaz de tanto crimen y tanta crueldad. En este punto hay que recordar el ensayo de Theodor Adorno, sobre cuál es el sentido de la educación después de Auschwitz.. El ensayo de Adorno es defectuoso, como si el tema hubiera desbordado al autor; pero sigue siendo válido hoy en cuanto planteó una interrogante muy difícil de contestar o que quizás no tiene respuesta. Por momentos llegamos a la metafísica. Después de Copérnico la figura del hombre ha cambiado vertiginosamente: del centro del universo pasó a ser un pequeño y extraño animal en un planeta también pequeño y extraño; pero ahora sabemos que el hombre es un animal peligroso. “El hombre es una enfermedad de la piel de la Tierra”, escribió Nietzsche. Para esta conferencia de hoy pedimos a Pavlovsky unas líneas sobre el tema, y nos contestó: “Hoy a mis 74 años muchas veces me he preguntado si hubiera sido capaz de torturar al enemigo. No diría que no. No sé. No tengo más palabras. Es posible que sí. Es posible que tengamos a un victimario dentro de uno”. Por su vigor, su autenticidad y sinceridad, por su rotunda realización artística, las obras de Pavlovsky quedarán en el mejor acervo cultural de la Argentina. |
Jorge
Arias
ariasjalf@yahoo.com
Este ensayo, inédito en español, se publicó, traducido al portugués por Clarece Falcao, en la revista “Cavalo Louco” , del grupo “Oi Nois Aquí Traveiz” de Porto Alegre, año 3 No. 5, diciembre de 2008.
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