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De Mark St. Germain, adaptación y , dirección de Daniel Veronese |
La última sesión de Freud |
La última sesión de Freud” acontece el día en que Inglaterra, ante la invasión de Polonia, declara la guerra a Alemania. Ese día Sigmund Freud (Jorge Suárez), exiliado en Londres, ya muy gravemente afectado de un cáncer de lengua que lo inducirá a eliminarse días después, ha invitado a Clive Staples Lewis (Luis Machín), un profesor de literaturas inglesas antiguas de la universidad de Oxford. Lewis supone, erróneamente, que Freud quiere reprocharle una parodia de su autoría donde aparece un “Dr. Sigismundi Enlightenment”; Freud, que sabe que está al fin de su vida, quiere discutir con un oponente de su talla la existencia de Dios; sigue una muy entretenida esgrima verbal sobre el sexo, la ética y aún la vida singular de los agonistas; a contrapelo de las réplicas se siente crecer, muy sobriamente, un vínculo entre ambos que es primero de respeto y al fin de afecto. Freud desarrolla, contra la existencia de Dios, el argumento de Schopenhauer, la existencia del mal en el mundo; Lewis replica con el libre albedrío, e integra el mal en el plan divino. El libre albedrío que hace del hombre un anfibio entre espíritu y animal, es buena parte de las causas del mal; Dado el hombre, tenemos el mal. Lewis adelanta la demostración de la existencia de Dios de San Anselmo, que Freud refuta de inmediato y trae a colación a Darwin; Lewis describe el estado de gracia; curuiosamente ambos omiten la demostración cosmológica de Santo Tomás, que, aunque también refutable, nos pone el misterio ante nuestras narices… En el cruce de dardos que sigue, Freud tiene a su cargo los sarcasmos más efectivos, sin perjuicio del momento hilarante en que Lewis invierte los papeles e interpreta psicoanalíticamente a Freud; siempre un gentleman, Lewis, que sabe que su interlocutor se muere, ni pasa los límites de la urbanidad ni, mejor aún, le demuestra la menor lástima, con lo que habría arruinado el delicado sentimiento amistoso que crece entre ellos.
Concluida la pieza, al espectador le sucede lo que le ocurrió a Dios en el cuento “Los teólogos” de Jorge Luis Borges. Comprendemos que Lewis y Freud se equivalen en inteligencia y en decencia; sentimos que ambos merecerían tener razón al mismo tiempo… y aún que la tienen. En el cuento de Borges los mortalmente opuestos Aureliano y Juan de Panonia fueron considerados por Dios, el día del juicio, como una misma persona.
Dos menciones especiales. La primera para el director Daniel Veronese, que ha puesto en escena un texto que podría quedarse en mero diálogo y que en sus manos se divide armoniosamente en escenas, todas ellas bien preparadas, mejor desarrolladas y perfectamente rematadas. La segunda mención especial es para la interpretación de Luis Machín y Jorge Suárez. El primero domina su personaje, sus inflexiones y matices a la perfección; tiene varios grandes momentos, como el instante de dolor, a duras penas contenido, en que evoca la muerte de un compañero en las trincheras de la primera guerra mundial y el momento en que resuelve atender a Freud, en una crisis de hemorragia y sofocación, no ya como visitante sino como decidido enfermero. En cuanto a Suárez, exhibe una caracterización física magistral y en la parte interpretativa no le va en zaga a su compañero. Sabe mostrar simultáneamente la consciencia de la próxima muerte y el estoicismo del hombre superior que emplea sus últimos momentos lúcidos, como Sócrates, en un paseo por las avenidas del pensamiento.
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Jorge
Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario
"La República", que ha autorizado esta publicación.
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