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“La micción”, de Tabaré Rivero, en la sala Zavala Muniz |
Tabaré Rivero está preso. Sabíamos, según dice en su autobiografía “Diez años de éxito al dope”, página 46, que hacia 1986 “había caído preso de un empleo municipal”. Ahora está en una cárcel socialista; en ella se le ve regresado a sus comienzos como actor, cuando representaba con su padre, Mario Rivero, dramas gauchescos como “Martín Aquino”. Ha mantenido el acento campero. Está condenadamente preso, pero con el canto en los labios: “… ¡por fin llegó el socialismo! no es fácil pasar de la derecha a la izquierda así como así… por eso ahora estamos en un período de transición… pero en la vida hay que tener paciencia… dentro de poco voy a cumplir noventa años y aunque pasé toda mi vida en transición, presiento que la revolución… ya está llegando…” No es fácil vivir (“No es fácil” es el comienzo de una de las buenas canciones de Rivero). No es fácil vivir; no es fácil vivir en una cárcel a lo Kafka, de donde se puede y no se puede salir. Pero ese momento en que el eterno rebelde se pone de pie y, cubriéndose apenas con el manto del humor, se enfrenta al gobierno de hoy, alcanza para redimir a “La micción”. El título de la obra y su subtítulo “Teatro musical para revolucionarios sin revolución” aluden a “La misión” de Heiner Müller; si es visible el juego de palabras, no pudimos entender el vínculo de la obra con la micción. ¿Por qué “… nos orinaríamos en la cama ante el menor acto de heroísmo”. ¿somos niños o ancianos gatosos? El aire de escepticismo, de desencanto, que recorre “La micción” es semejante al de “La misión”, que sin embargo invita a confiar en nuestra madre, en la historia. Salvo las escenas de la cárcel y el título, todo lo demás podría pertenecer, y en algún caso pertenece, a obras y canciones anteriores del mismo Rivero. Están las alusiones sexuales, toda una retórica de alusiones “fuertes”: “lluvias doradas”, transpiración, mierda, carne podrida, “de lamer y limar”, “jugo de concha”, masturbación, pijas, la “joda de la libertad”, “polvos mal echados”, “vellos púbicos” y hasta el lenguaje “plancha”. Los episodios, aislados como están, porque no llegan a formar una sola obra, tienen gracia ocasional, como los desencuentros verbales de una pareja en un restaurante; en cambio suenan a hueco los diálogos de las conductoras de televisión, y no se ve a dónde va la historia, bastante obvia, de los terroristas chambones. No se siente el odio del “Club del odio”, atentos sus integrantes a molestias triviales, como la pereza de “Los recién cansados” o la mera frustración (“Odio tener que ir mañana a trabajar… odio que los teléfonos me den ocupado”); club que, no podía ser menos, emplea la sigla C.U.L.O. (Club de Unión de Libres Odiadores) y cuyos estatutos se reparten entre el público. La parte musical tiene el apoyo de la banda, que hizo las delicias y la admiración de los entendidos. Nosotros apenas pudimos oír algo más que la avasallante batería; preferimos, siempre hay lugar para las cuestiones de gustos, la sencillez y la convicción de antaño, como en “Rocanrol del arrabal”. Reaparecieron con la banda sus cantantes de otros tiempos, la Wolffita (Alejandra Wolff) y “la divina” Andrea Davidovics; pero, sin dejar de reconocer sus condiciones para el canto y la actuación, ya no son las mismas, tienen otra presencia. Los años pasaron. A buena parte de “La micción” podría aplicarse la frase repetida varias veces, de uno de los miembros del Club, el Hombre 1 (Jorge Bolani) : “… es una palabra… infantil…” Los niños son inocentes y los inocentes son un poco niños. Rubén Darío escribió: “De una juvenil inocencia/ qué conservar, sino el sutil/ perfume, esencia de su abril,/ la más maravillosa esencia”. Aún hay en Tabaré Rivero, a los 52 años, ese “sutil perfume”. LA MICCION, opereta de Tabaré Rivero, por la Comedia Nacional. con Andrea Davidovics, Isabel Legarra, Alejandra Wolff, Jimena Pérez, Jorge Bolani, Luis Martínez, Leandro Núñez y Tabaré Rivero. La Tabaré: Alvaro Pérez (guitarra), Andrés Burghi o Ignacio Iturrioz (batería), Jorge Pi o Martín García (bajo),. Coreografía de Daniella Pássaro, ambientación de Daniel Ovidio Fernández y Maru Fernández, vestuario de Diego Aguirregaray, luces de Eduardo Guerrero, sonido de Ricardo Di Paolo, dirección musical de Alvaro Pérez, dirección de Tabaré Rivero. En teatro Solís, sala Zavala Muniz. |
Jorge
Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario "La República", que ha autorizado esta publicación.
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